Vida Galante* Cerió - Hemeroteca Digital

   EMBED

Share

Preview only show first 6 pages with water mark for full document please download

Transcript

«ñu VIII nii'im. .1KI Madrid 28 Julio ISQ5 VIDA GALANTE* cerió^'or. Rn:\ito Se ¿CE r i s a c* * íiji cni:anto de la boca, la boca et el templo de la riga. No ha'/ mujer fea que no resulte tadora si 3fj.bc r-eir y dispone de una boca regular, ni mujer bella que no resulte divina »i tabe refr. ettcan- Leopoldo W i i U, ominceariu dol circo principal do c i e r t a ciudntl iÍo los Ijstailoa Unidoa, hti iiruliiljido tcríniíinntcmcnLo Ja e n t r a d a on BU t e a t r o á or cilciiln, por(|iiQ la CUHLOdia do BusintercHcs y o l i)reBti}íÍü de aii circo, lo e x i gen asi. l'.BO om|iresario funda au roBoIución fii lo q u e una a b u n d a n t e experiencia do miiclnis añoH lo liademoatnulo. L a prosoncia do oiidiilmiti'.-i en loa circos, es¡jeeio do ton:píos conaagradus al c u l t o do la agilidad y d e la fuerza, es s i o m p r e funesta. A fines do IS'JB, 'Wrck c o n t r a t ó u n a c o m p a ñ í a acrobAtiea c o m p u e s t a , en su m a y o r p a r t o , tío a r t i s tas ingleses, e n t r e loa q u e Bobrosalían t r o s cloiimsmuf.icale«. Y Bucodió q u e u n a do esas «esposas por lloras» q u c ' d l s t r a i n s u s ocios c n a n i a r a n d o al a u t o r y al tonor y al t o r e r o ou bor^n, escribió á u n o d o l o s payasos dcclaríindoso p r e n d a d a do ól y dándolo tina cita. KntoradoB las otros dos cloiims de lo q u e s u c o día, r e c l a m a r o n on aquella dulco avenUirilla u n a p a r t o do amor, á lo que ol f-favorÍto>i ao opuso. Ello dio m a r g e n ¿ u n d i s g u s t o , levo al i>arcccr, que loa tros a n d u v i e r o n (ürimitindo á cabozazoa y jiuntnpips 011 el comoclor del raiaino hotel doiuio so hospedaban. L a tragedia s o b r e v i n o poco d e s p u é s . U n a nocho y m i e n t r a s los e x c é n t r i c o s iniisicnlcs r o p r o s c n t a b a n BU farsa m á s graciosa, uno de olios dcecai'gó soiiro la cabeza do su ctimparicru un garr<»ta/.o que, partiéndole el frontal, lo dejó m u e r t o en ol acto, lo qiio dio origen á u n proceso q u o m u c i i o s do mis loctorcB, probahlcmento, recordaran. Al año aiguionto, a c t u a b a on el mismo circo u n m a t r i m o n i o do a c r ó b a t a s c u y a limjiia y a r r i s c a d a labur la prensa elogió m u c h o . S u trabajo eoneistia 011 quo la esposa, puoKÍa c.abi,-«a abajo y HUJOLÍUHIÜBO con las corvnt; ñ u n a barra lija, sostoniá con los d i e n t e s el trapecio donde EÍU marido, p o q u o n i n y ligero, trabajaba. Del esposo se e n a m o r ó una... y él, (juaturalraentolj correspondió «1 capricho. La rau- jci-, q u e e r a cebisa h a s t a el salvajismo, lo aupo. U n a uoclie y a Jiro vcc liando a((Uol difícil m o m e n t o en (¡iie el g i m n a s i a realizaba la p l a n c h a ])ectoral, su c o n y u go abrió los diciiLos y el de&díciíado adillLoro fué á estrellarse allá abajo, sobro la a r e n a do la pista. —Otros varios lances semejan tos ¡)odrla a ñ a d i r á los ya referidos - lia diclio Leopoldo U'rek ¡i los p o riodisLas. Verbigracia: 101 do lili d o m a d o r d(! lloras q u e e x h i b í a c a t o r c e niagnílicoa Icones ainaoslrados. Ya sabéis q u e esos tlomadoi-es, 'bjmiiian á los animales, m á s quo c o n l o s g r i t o s ó el látigo, con ol podor m a g n é t i c o do la miraelina. Los padres liablah ido & la ciudad; no volverían hasta la iioclie. l.a nina pensaba en un grave problenaa que tenía p e n d i e n t e . El, el novio, pasarla dentro de un rní:o por la lejana avenida, y si al pasar a n t e el hotel veía a la joven en ia terraza con un pañuelo blanco en la mano, sería sefial de que aceptaba y de que podía suhir. Evangelina, sólo al penüarlo, se.itía rubor. ¡PeroUeVuba él .ya tantos días, tantos meseB, haciendo la m i s ma síipíica!... '• —¡Pobre!—pensó.—Pero no-, no aceptaré. [Que vergüenza. Dios rain!.,. Se abstrajo en s u s reflexiones, de codos sobre el r e borde de la balaustra y con la vista baja. De protito ae distrajo, por que vid pasar por debajo, j u n t o al bota), 4 la Bruja del amor, que era u n a pordiosera viejecita, proteg-ida de Evangelina. —¡Buenas y santas, seííorita! — lliienas tardes, ¡Anropósito; suba usted; h o y es sábado y a u n no le he dado mi Hmosnita! —¡Ay, voy, santa sefiorita, voy; Dios la bendiga. La viejecita subid; apoyada en el cayado, t e m b l a n do. La pobre era u n a ruina, un esqueleto con alma. Evangelina, solícitamente, ¡a hizo sentar en u n a mecedora íi au lado para que descansase, y le dijo: —¡Vaya, vaya; y qué fuerte está usted todavía á los noventa años; me valga Üiosl — ;Ay, sí, señorita; si yo no sé cómo resisto tanto! ^Con lo que he sufrido! —¿Mucho. ehV • —i\'aya, señorita! ¿Todavía no sabe mi liistoria'í —Ay, no. —¡Ks muy Interesante' ¡Ya lo creo! TambitMi la fínija del placer, como me llama ia gente, h a sido rica, y hermosa, en aus remotos tiempos... -¿Sí? —¿Quiere usted que se lo cuente, señorita'? —Sí, señora, si; cuéntemela usted. Evangeliua aceptó la conversación con gusto, porque así, no estando soUi, no cederla cuando pasase H; por decoro, por imposibilidad, a u n q u e quisiera, La viejecita empezó así. —Yn, señorita, vivía con mi padre en Madrid; éramos los dos solitos. Estaba bien. Tenía sombreros, trajes, joyas... Mi padre, a u n q u e no tenía capital, trabajaba mucho; y todo cuanto el pobre g a n a b a lo invertía en satisfacerme y agasajarme fi mi,,. —¡Qué bueno! ¿verdad? —¡Vaya; Dioa le tenga an au santa gloria! A la viejecita se le aguaron los ojos. Se enjugó con la mano y, ya repuesta, prosiguió: —Murió en desafio. Lo matií el hombre que m e deshonró. Y ful tan mala, señorita, tan loca por el amor S u e , después, viéndome huérfana y sola, seguí amano a i horahre que mató A mi padre. Me puso casa. Me llevó al extranjero: me pervirtió en absoluto y me paseó por todas partes, por vanideú. ¡Ay! luego, s e ñ o r i ta, el ingrato me abandonó. Y me ví sola, pobre, perdida, sin u n a mano cariñosa que rae salvase aneándome del peligro... Luego, señorita, fut teniendo muchos amores nuevos. Llegué á vivir en París, regiamente, hasta que pasé de moda, y tuve q u e l i u i r á u n a provincia española con un emplftíido... Kate rae explotaba, me vendía: murió da una borrachera, entre mis brazos ya enfermos. Luego, para vivir, tuve que asociarme á u n a partida de mujeres malas de las de íiltiraa categoría... Y así... as!,., me hice vieja. Un día h u í de la ciudad. Pura comer, tuve va que pedir limosna y recoger basura... La viejecita se detuvo, para llorar. —¡Cuántos horrores, por Dios!—dijo Evangetina. —Ea, no sigo, no; no quiero entristecer más á la señorita. La señorita, con su pañuelo blanco de mano, la limpiaba blla m i s m a los ojos. Hasta que la viejecita, levantándose de la mecedora, dijo como r e s u m e n : —¡Y todo por aquel hombre, por aquel dial —¡Qué horror, es verdad! Guardará usted r e c u e r d o s horribles de aquel momento; ¿verdadV... La vieja miró á la joven con altanería, con orgullo, irgaió cuanto pudo au cuerpecito esquelótico y dijo: —¡No; eso no! Al contrario. Mire usted-, señorita; el m o m e n t o m á s dichoso de mi vida, fué aquél, señorita; el momento aquél en que cal! ~¿SI? —¡Se lo juro! ¡Aquél fué más g r a n d e que mi vida entera, que mi vida entera!... Se despidieron. La joven volvió á quedar sola. La noche estaba casi encima ya. Evangelinu miró hacia el lejaHo pasoo para ver, m á s que otra cosa, la beüa puest.1 de sul, y advirtió en la avenida la silueta de su novio. La niña se puso en alto c u a n t o p u d o empinándose sobre los deditos de los pies, sacó el pailueio del bolsillo y lo ondeó en el aire triunfalmente, plenamente: como u n a bandera. FRANCISCO DK LA ESCALERA CANCIONERO GALANTE Siesta de amor Mira, niña, cóiuo abrasa el tardo viento que pasa por t u cara de arrebol; mira marchitas las llores, sin aroma y sin colores, agostadas por el sol. No lanzan BUS trinos suaves en la ribera las aves con BU tierna melodía; faltas de aire se guarecen en los arboles que crecen en el seno de la u m b r í a . Dices que te ahoga el ambiente y que abrasada t u frente éólo quieres descansar, y es que t u pecho enervado languidece ya, extenuado sin aire que respirar. Es que el sol desde la altura su abrasada luz fulgura, y ciega su resplandor; es que ha llegado la hora de la siesta arrobadora en que te canto mi amor. Da tu vista tierna y vaga la luz se pierde y su apaga con incierto desvarío, y con l á n g u i d a pereza se dobla ya tu cabeza como u n a flor sin roclo. Ven, mi amor, ven á mi lado, y en mi pecho enamorado duerme, que yo velaré; y cual mi mailre, de niño me arrullaba, con cnrifio hoy á ti te arrullaré! Que no hay para mí fortuna, cual hacer mi pecho c u n a donde mecerte, y cantar aquellas tristes canciones, cuyos letárgicos sones nos incitan á soñar. Duerme, sí: duerme, mi viiia, que entre mis brazos dormida, quiero tu aliento beber, y en mi pecho confundidos, quiero sentir los latidos de t u ser y da mi ser. Ya se mueve acompasado tu blanco pecho, impulsado por vital respiración, y tu frente alabastrina refleja la luz divina con que brilla la ilusión. Así, asi quiero verte; duerme, y que no le despierte de.mÍB labios el besar; y ya que ríes soñando, quiera Dios que en despertando jio t e n g a s til que llorar. RruRLio HERMTDA SILLETAS (ÍALANTES QUEVEDO : .Es Qiievedo el más inisóí^inodo Tuiealifos poetas satiricrjs. Ei autor do la ('asa de. locos de amor, considera á la raujoi- <:esto aniíiml suborbio con üifesfcni llaquBxii, á qiueii liaccn jiudcroso nuestras ncciíaidados,» como impura y envononada rueiiLc doade apaga el hombro su sed vergouKoaa. Poden'íio cabiillero os ílaa Uindro (>3 SU estribillo eterno al hablíir de olí a a, «Las miyiiroB se víiTi al inlioi'no tras ol dinero, y los huiiilircs tras ellas y su dinero, tropezando unos con otros». Hsjíántásc en el Alf/uacil algnacüado do que entre li»s ladrones nn lii^nren en primer término las mujeres, á lo cual respouite el ospiritu; «No rae las nombres, quo nos tienen oui'adados y cansados, y a n o halicr tantas allá no era tan mala nuestra habitación.» Son Ins nuijores, do sakoríis busconas, de casadas ponedoras corao las gallinas: sólo qiio ponen Uiins euornos y otnis lnievos; do viudas teniendo i>or do fuera un cuerpo de responsos y por (le dentro un ánima do aleluyas, y, íirmlnientQ, todas brujas de viejas, el principal acicate ilo su musa satírica. Y su obsesión contra lu femenino llof^a á tal extremo quo defiendo ol patronato do l-lspaña á l'avor dol apóstol Santiaj^ü y en contra do Santa Teresa, sólo por ser ésta mujer. Y sin embargo, seguid su existencia. SÍ no es en la oposición á su matrimonio, su misofíinia no aparece por ninf;una parte. Su ¡¡rimera ida a Iialia la motiva una riñu orifíinada ]ior detbndcr á una dama desconocida contra un nml caballero que on público la abofeteó. En Italia lucfío l>oeta camina, camina, receloso, la mano sobro el puüal. Do repojito tropieza, vacila... Y antes do quo lleguo á caer ó á sostonorac, so siento sujeto, atado, amordazado. Déjanlo libres líis ojos, sobro los quo espejean los cristales. Pero no puedo ver á los que le han preso, quo caminan á sus lados, un poco detrás, silenciosos. Sólo Kuando pretendo volvorso hablan, diciéndolo—Adelante—al mismo tiempo que le aguijonean con los puñales. —Adelante.—Jjlegan á iin palacio. Pasan por delante de su blanca gradería, que se pierdo on. el agua oscura del canal. A su costado so abro una pxiortccilla. Entonces so adelanta una ügura, que ensombrece un capuchón. Abre. Subon CBcaieras, ei^uen corredores. Lilogan á una estancia fcmoniíia, oriental, tapizada, ¡lorl'umada, con calor voluptuoso do nido. A una aeñal del encubierto desaparecen los esbirros. Aquél entóneos llega hasta el poeta y, sin desatarlo, Jo quila la mordaza. Y tornando Qucvedo los ojos y viendo el lujo de su prisión, aspirando aus pcrl'umea, tranquilizAniioBoy en vena do recobrar su btioii humor, piensa: — No es tan mala como yo temia. En tanto ol encubierto se despoja do su capa, y el poeta, al vorlc, lanza una exclamación gozosa. Su carcelero es mujer. Va diafrazad/i do hombro. La malla dibuja sus piornas maravilloeas. Por lag cucliilladas del jubón rojo asoma el niveo raso de la camisa. Y el polo rubio, de eso rubio vcnociauo quo forja ol sol, nimba de luz su rostro. 8u raii-ada, í'nscinadora como la do Ja Salomó del Tiziancj, rcJarapaguefl do odio y do pasión. —¿Mo conoces, grande Osuna? —To roconozco, raí hermosa voncciann. El cielo sin duda to ha puesto en mi camino. —Más bion olinfiarno to puso á ti en eJ mío. ¿Te acuerdas de NápoJes? • —Tanto, quo quisiera no haber salido do él.—Y'o también mo acuerdo. Era una noche do airo muello y tibio. Pascaba con mi doncella por el puerto, mirando el mar azul, surcado j)or las velas latinas rimis¡mü. — La tardo misma salí de Ñapólos con el amar gor de la afrenta en la boca. Pero raí hora es llagada y aquel amargor se vá á trocar en dulzura. Sil mirada, vibrante de rencor y de desdén, cao sobro Quovedo. Pero ol poeta no se asusta tan fácil. En aquel gabinete amable y frente á una mujer con la quo pasó horas felices, so siente sereno, dueño de todo su ingenio l'ijrtil y agudo. Y sus ojos, Henos do malicia, asaetean á la dama, á través de los espejuelos. — Por fin estás en mi poder. Acaso el Consojo no hubiese dado contigo, poro di yo, que te conocía. Hace dos días quo sigo tu pista. Nada mo hubiera sido más fácil quoliacorto prender. Poro quise eor yo misma la quo lo lograra y traerte aqui y leerte la sentencia. Aliora ya aabea por qué mueres. Y'' sólo me resta entregarte á mi marido, que es uno de los Diez. Toahorcarán. —Lo sionto por mis pies, quo van á afrontarso - contesta Quevedo, mirándolos con compasiva burla. Y en vano es que la irritada dama acumulo insultos, amenazas, sarcasmos. El poeta do cuatro ojos, atado, en su i'odcr, cercano ;i la muerto, véncela. Y la abruma á chistes, á burlas, á reproches burlescos, á alabanzas quo bajo ol tono de gorja tienen uji airo de sinceridad. Y os quo ol arabionte cansado y lujurioso do la belleza de la dama, aua piornas irreprochables quo evocan añoranzas do sujjromo encanto, despiertan al sátiro que duerme bajo el satírico. Sus burlas van decayendo. Su voz agria ao torna apasionada y cálida. Y escuchándole, ni anlielo vengativo (jue late en el corazón de la veneciana so va fundiendo. Sus ojus miran á Quevedo menos feroces. El poeta tiene entóneos treinta y ocho años. Es do buena estatura, do negro y encrespado cabello, do ancha y bien repartida cabeza; su rostro es blanco, larga y espaciosa la fronte, Ja nariz grande y gruesa, los ojos vivos y rasgados, á cuya mirada dan los anteojos una extremada impertinencia. Contrao su boca un rictus sardónico, do malicia desengañada y de sensualidad belicosa y agresiva. La dama lo mira, lo escucha... y concluyo, compasiva, por desatar las manos al poeta... Su marido pasará la noclio en el Consejo. :* * . . —Prométeme quo no volverás á conspirar contra Venecia le dice por la mañana, ofreciéndole eu bocH que brilla como un rubí entro el nimbo desordenado y luminoso do su -jielo, Y al decirlo tiene el airo ingenuo do una do esas santaa y fuertes mujeres do la BibJia, que so sacrificaban por Ja salvación de su patria. Mientras, sin repugnancia, lo ayuda con sus manos patricias, en las quo Jas piedras ponen gotas do luz, á vestirse un trajo do mendigo, astroso y sucio. La dama sonríe ([uizá saborean do todavía con la deleitación jjura del recuerdo Jas míeles turbadoras de aquella nocíio do anioien la quo también la Historia tiene su parto bolla: y Bouríondo, acaba de cjiamorarlo y do vestirlo. El hiflalgo so mira al es])c>jo, complacido por aquol disfraz. Sn nniea do picaro retoza á gusto por entro aquellos andrajos pintorescos. — J u n t o al puente do E,ialto encontrarás un g-ondolcro viejo. So llama Octavio y Je l'alta uiua oreja. Lo dices la contraseña «Amor y cs¡)oran»a»—y él te sacará de la líopública sin peligro. Todos res]'etaráu el misterio del camarín, creyendo que cobija alguna aventura. IJl amor en Venecia es sagrado. Poco después Quevedo navega por los canales, tranquilo y seguro, liacia ol mar libre. Tendido en los cojines, contomjila el cielo.—^^Componc? ¿Kieí ¿Suofm?—El desorejado gondolero canta en la popa, batiendo ol romo á compás de eu canción. Y en la plaza do San Marc()9, entre los clamores irritados y vengativos del pü])ulaclio, burlescas y í'nntásticas, las llamas muerden la eügio dcimáa misógino do nuestros poetas satíricos. ' RArAifiL LEYPA NOTAS DE SALÓN CiioliichoEindo E n r i q u e y Liiiao, quodároiise Bolos u n r a t o on el salón azul, iniontrag loa d e m á s cüiitortulioB ílo la m a r q u e s a , on las habitncioiies próximaa, bailaban. L u i s a estaba s e n t a d a on u n Bola; Eiiriquo, dotrAs¡ do codos Bobre ol rcspaldoj ombobido oii su i n t i m a convoreauión, iba diciendo: —¡Si vieras tii, Luiaa, c n a n t o e x t r a ñ o linllarme de n u o v o cntLo la sociedad madrileña!... Fif^firato; ocbo a ñ o s dosoraiJCñando ol c o n s u l a d o en Alejandría, on aqiiol pais de liábitos p r i m i t i v o s , do t o m p e i'aLiiras t ó r r i d a s , do siesta e t e r n a ; siu mi m u n d o , sin m ¡ Madrid, sin bormosas d a m a s como tú, con quien e s p o d e r c b a r l a r do bellas c o s i t a s galantes... — ¿Sabes, E n r i q u e , q u e so uuccsitu, en efecto, roBignación? —¡Vaya! P e r o y o soy u n osclavo do m i m i s m o ; mandil dospóticamento sobro mi; mi v o l u n t a d os u n a d i c t a d u r a q u o d o m a b a s t a mis m á s rebeldes inclinaciones, y tongo t a n t a enorgia p a r a d o m a r m o , quo me t r a t o n e r o n i a n a m e n t e . — ¡Qué miedo!...—Luisa so echó fi r e i r con « n a risita onciuitadora. —r^To ríoB? —¡Ya s e r á monos, por BÍOB! —¡No, no; te lo j u i o ! ¿Cómo, GÍn¿, h a b r í a do c o n BQguir lo quo logré, quo i'ué o l v i d a r t e h. U, a u n q u e h a y a sido sólo tomporalmcnLo? E s decir, o l v i d a r t e , no: r e s i g n a r m e ; p o r q u e t a n t o y t a n t o lo t e n í a on el corazón y en la memoria, qno c u a n d o supo, por los ])oriódicos d e E s p a ñ a , l a n o t i c i a d e t u c a s a m i e n t o , mo puso malo, con íiobre... —¡Bah, seria de a l g u n a insolación! —¡Burlona; veo q u e siguoa siondo la misma; tan diaboiina, t a n i n g r a t a ! No fué do insolación, no; fué d e desolación; d e la desolación q u e m e produjo la noticia. Y os claro; como y o sabia do m e m o r i a todos t u s doliciosoB e n c a n t o s , la r i q u e z a magnifica do t u c u e r p o y do t u alma, a l p e n s a r e n q u e o t r o h o m b r o 80 a p o d e m b a , do hecho y d e derecho, do u n a j o y i t a asi, cogí u n b e i r o n c h í n espantoso. R e p i t o q u e m u c h a y g r a n d e es raí fuoraa do v o l u n t a d ; poro desde e n t o n c e s no mo sirvió de nada, p o r q u e me propusfe n o a c o r d a r m e m á s ni do q n o eXiatíae en el mundo... y no h e podido conseguiído. —¡Pobre! —;Tjo dices on broma? • ' , —No. - ¡Yo to r e d i m i r é ; to r o b a r é , ' t a n l i n d a m e n t e c o —No te creo.., m o si yct fuoso uit r a t e r o y t ú fueses un. altilor do —líTan i n f o r m a l mo s i g u e s j u z g a n d o ? ¡ P u e s so corbata! equivoca ustedj caballorito; p o r q u e y a soy vina se, —Mira, E n r i q u e , q u o g r i t o : «¡ladronesl» ; _, i'iora casada y, por lo t a n t o , m á s seria y más ibr - . —¡Chit!... ¡Calla, mujer, quo nos van á ver! • • nial q u e u n macero d e l Congresol • - ¡Bah!... Loa dos ee ocharon /i reir. - Oye; eémo franca; y... q u é ; ¿no h a n o t a d o n a d a E l l u e g o volvió á cogor el hilo do s u d i s c u r s o y la noche do la boda? repuso: > — Cá, Idjo; si lo sé i m i t a r m á s bien... —De modo (juo ligiirato tú. q u é mar.tirio ól mío; Hizo L u i s a u n gesLccillo como si algo lo doliese. iestar u n m e s y o t r o mes, u n a ñ o y o t r o p e n s a n d o E n r i q u e ya n o so p u d o c o n t e n e r y, r e c l i n a n d o la en ti y sin poder volver á r e c o n q u i s t a r t e , a u n q u e cabo/.a por e n c i m a d e l respaldo d e l sofá, la cogió la h u b i e r a sido viniendo ñ M a d r i d con mis t u r c o s para c a r i t a y la bosó. ponerlo sitio á la v i l l a y d o c l a t a r t o b u o n a prosaE n esto so oyeron pasos, coiiversación. —¡Aníbal! Y e n t r ó el m a r i d o . ' __ .; ,—¡Calcula la? perrerías q u e , desdo a q u e l r e m o t o i'incón del m u n d o , h a b r é podido dedicarlo y o á t u —¿No bailas, niña? • •• • '• marido! . ' —¡Ay, no; estoy cansada ya. E s t a b a oyendo á E n r i q u e , q u e cuontQ cosas deliciosas do A i e i a n d r i a . —Pero, h o m b r o ; ¿encima? - ' -¿SI? •• . • Rieron de nuevo, — ¿Sabea, diablillo - siguió diciendo E n r i q u e - quo - ¡ V a y a ! P o r cierto q u e to ha t r a í d o n a gorro estas a h o r a m á s deliciosa q u o n u n c a ? t u r c o , q u o os u n a íiligrana ¡hasta allí! ¡A-y,oso no¡ t e oquiyooos; ol uuóvo estado n o mo Bieatal •. • ; • ^ • • •= • irnAJíaÍBCoE. C A B E Z A S • DOS HISTORIAS Xo Itay nada tan abrumador como ol quo una mujer os coja por su cuenta y os roQci'a una historia para que cumpongáis con ella una novóla ó un cuento. H¡ no mo lo veilnao la f2;alaiiloria, bien á fausto dijera yo á quien quiaiora oiinic, quG son las talos liistorias, por lo j^enoral, aburridas, insulsas y liasta cnrsilisimas; poro aliora lio, lbr/,osaniGnto, do reservar mi opinión, en vista do quo una morena adorable mo lia licclio conouor, eun eso propósito, la do un tal Fernando, capitán ó no eé qué coaa do marina, y do quo una, por cierto no menos dig^na do acr adorada, Conchita, mo lia relatado con igual ün sna aventuras amorosas con un mejicano (nie.xieano, dico ella) adinerado, fanlarrón y espléndido, al quo no haco muclio que ha conocido en París, en Tino de lijs miis concurridos cafús de Monniartrc, Por otra jjartc, el que un litorato dé íi luz las historiaa do osa procedencia, puedo serlo hasta perjudicial, redundando on detrimonto do su honradez; artística, como voy á demostrar en general á todo arjuol quo me loa, y en jiarticular á mis preciosas, simpáticas demandantes. No haco mue¡ias tardos, platicaba yo con un corapañoro; habíamos comido rojíularmento, y después do tomar el cat'tj, mientras apurábamos á pequeños sorbos ol cognac riquísimo on ol cual él introducía distraidamento la punta iníorior do un cigarro (yo no fumoj. comenzamos, acometidos por una locuacidad liija lejitima del Burdeos, á contarnos cosas reíorontes ¿y cómo no? á m u jorcs. Yo, que estaba, parodiando la fraao vulgar, como literata con asunto nuevo, pretendía contarlo una a n é c d o t a quo p o r la ¡>ropia mujer á quioii Ifi acaccioro habiamo sido referida, y con la cual había yo escrito u n c u e n t o p r ó x i m o y a á p u b l i c a r s e en u n i m p o r t a n t e Bomanario, en t a n t o q u o él, c o n t a m i n a d'o, sin d u d a , q u e r í a h su vez roi'orirnio ol a s u n t o de u n o suyo, también basado, como el mío, e n un incid e n t e iemonil, y también, como el mío, p r ó x i m o á publicarse; poro teniendo m á s e d u c a c i ó n ó meuoa B u r d e o s e n e l cuerpo q u e yo, dojó do d i s c u t i r la prim a c i a c n el uso de la palabra, la cual yo. tomó i n m e diatamente. — A u n q u e no tiene, como el t u y o , la ventaja do h a b e r m e o c u r r i d o á mi, os digno do sor conocido p o r q u e es saladísimo; se t r a t a do u n caso do a d u l terio, verás... T e n í a ella d e diez y n u e v o á vcínto ó v e n t i ú n años y vivía con s u marido, q u o ora b u e n o , (|U0 03 alabardero, on u n a de hia p r i m e r a s caaaa do la callo d e l F a c t o r . Mi c o m p a ñ e r o , s o n r i e n d o e n i g m á t i c a m e n t e , s e g u í a con g r a n i n t e r é s la narración empezada. — F u é ol caso qiie, como el marido tenía m u c h o s años y m u c h a s g u a r d i a s , ella He e n a m o r ó ó so dejó e n a m o r a r por cierto tipo, q u i e n subía á verla apenas el militar, confiado, tomaba, p a r a i r al c u a r t e l , el recodo do la callo, al e x t r e m o inl'eriov do la cual, ol a m a p t o atiababa i m p a c i e n t o , lleno do esa a g r i d u l c e - ..-.^ _• r •• zozobra, á n a d a c o m p a r a b l e . Si t ú n o h a s e x p e r i m e n t a d o esa sensación, no puedes, on m a n e r a alguna, h a c e r t e cargo do ello. Volvió á sonreír, y mo rogó i m ])acienLo q u e su])rimiora loa incisos digresivos. C o n t i n u é : — U n a tardo, hacia t r e s ó c u a t r o que no se habían visto, bueno, verso BÍ, y ambos e s t a b a n ganosos de q u o e m p r e n d i e r a la m a r c h a confiado el infeliz marido, el (¡uo, p o r lin salió a r r a s t r a n d o enfáticamonto la espad a con marcial c o n t i n o n t o y volv i é n d o t e á decir adiós á s u miijercita q u e , a p o y a d a con provocadora c o q u e t e r í a e n el antopoclio d e l ú l timo dü los balconea, lo decía adiós, con u n a c a r i t a alegre, de adorable y cínico regocijo: parecía má« u n r e t o r n o q u o \uia deapedida. E l otro ¿sabes? como ya to lio dicho, sólo a g u a r d a b a vorlc desaparecer, lo cual quo l u é sucedido, a b a n d o n ó r á p í d a monto el p u n t o do observación, c r u zó la poca d i s t a n c i a q u e do la casa le separaba, s u b i ó on dos saltos la ijscalora, on la c u a l tropezóse c o n u n a vecina q u o sonrió irónica, f^ignificativamonte, y cntró.so p o r tiu por la p u e r t a i n c i t a d o r a , a l c a h u e t a , disoietisiraamente entornada. . . . . - S i g n o , sigue. • —Lo demás es rápido d e n a r r a r . N o había hecho más q u e meterse e n la cama, c u a n d o tilín, tilín^ trriífíi,'el t i m b r o . E l l a so puso pálida y él... bueno, él y a to figurarás cómo se p u s o . - f i D ó n d o mo meto? ¡Qué se yo!—¿No h a b r á n i n g ú n armario? - ¡No, no liay n i n g u n o ! —¿Qué hacer? - ¡Ay, Virgen Santísima! —Buoíio, y el t i m b r o en t a n t o , seguía Bonando,'son a n d o incansable, a b r u m a d o r , odioso. — I g u a l , lo mismo, s i g u e . — A h u e c ó bien el locho y , m e t i é n d o l a cabeza bajo las almohadas, e x t e n d i ó los brazos y l a s piornas, miontraa ella, a p r e a u r á n d o s c , igualaba los oxlremoa do la colcha, y ticababa d e esconder la ropa. Todo fué c u e s t i ó n do u n m i n u t o . ¡Cualquiera decía q u a '. en aquella cama haliin alguien! Echó ella una postrera mirada advirtiijudolo quo no respirara taii fuerto y se rnarclió á abrii-, El riuodó solo, inmóvil, • con el oído avi/.or, 'jin percibir oii algún rato otro ruido quo ol int.GrmiLonto del timbro, quo seguía sonando, sonando implacable... Lo vola catlrarso furioaamontc úo las guias del bigote, pero conociendo sn tem])oramtínto nervioso, juzgué quo boria por impaciencia, y prosogui: —Cuando pocoa momentos después entraron, él creyó llegada BU última llora. Venía á por lag guantes, y parn cogerlos apoyó la capada en los bordes del lecho. Decididamente aquel niilitarora 3ordo,cuandu no aintió loa latidos de su corazón. Ella, lainíiel, cliarlaha incoBantcmoiitü, sin dai'so treguas, diciendo mil cosas antiLéticas¡Ciiandii pe marcharía!... ¡Ah! por líii... Ella, coqueta diabólica, lo pidió un beso antes de marchar... ]']ra horroroso, abominable!... el pobre oncamadn percibió el ahasquido claro, incomprcndiblo, do loa dos labios a l j u n Larso, y aunque debió sontir - esto 03 presunción mía—mía oleada do indignación, no hizo el menor pcrcoptiblo movimiento; luego, oyó perderse, alcj&ndoao on ol pasillo, el ruido distinto do aus pasos; y poco después el portazo salvador, y ol eco do la espada al saltar do lino á otro do los peldaños do la escalera... — ¡Termina, andal —Voy. Cuando volvió la diva, y tardaría apenas dos minutos, ya él estaba completaraonto vestido y 30 despedía; olla, reteniéndolo, 80 roía como loca, on carcajadas ruidosas, cínicas, valientes, incomprensibles, l'ero él so obstinaba on marchar, y cuando ella so convenció de lo inquohrantnhle do esta resolución, mientras le vola coger nervioso ol sombroro y alojarse, rompió á llorar inconsolablomcnte. Cuando él habia desaparecido, miró con los ojos empaüados á la mesa do noche y luego á cada una do las Billas, como para ver si so había también olvidado loa guantes; pero u n secreto prosontimíonto lo anunciaba que no volvería... jOh, si eiquiora no hubiera estado cuando el otro vino!.., El íinal, comentado, do mi narración, no fué escuchado por rai compaúoro, qiiien So habia levantado y. apenas uyó quo hubo concluido, mo dijo; Oye, no tolero á. nadio hromas da ose eatilo. ¿Poro?... Nada, nada. ¿Quién te ha contado oso? ¿Lo has loido en casa on mis cuartillas, no es verdad? — ¡Que yo lo ha leido en tus cuartillaa! ¿Estás borracho? ¡To lio dicho quo me lo ha reiorido una miijor, la misma b. quien le ha sucedido. —Enriqueta Duclóa. —Si... poro... ¿Tú la conoces? —;Yalocreo, ya lo creo; como que el encamado era yo, ligúrato!... Y ealKíindoso los guantes y requiriendo el bastón dijo, contestando á mi pregunta: —¿Que adóndo ^oy? A la redacción inmediatamente; A retirar mi cuento, quo es el tuyo, ja, ja, ja. ¡Pícara Enriqueta!... Van 6. decir que nos hemos plagiado! Y salió, por cierto sin pagar la cuenta. Ya creo he demostrado á mis preciosisimas, simpáticas demandantes, lo justiíicada que es rai disculpa; pero si no lo juxgaian ellas asi, yo recurro al fallo inapelable del Boborano público, que do sobra comprondoi-á, y aplaudirá do sobra (aiquiora sea por no 301' narrados cu tan pedestre estilo lances que, por la delioadamonto irónicos, deberán sor cogidos entro los puntos do la pluma do un Mcndoa ó do un Eranco'i mí resolución de no darlo á conocer la historia quo do eso Fovnando, capitán ó no sé quó cosa do marina, rae ha referido la morena adorable, y las sus aventuras omorosas, do la no menos digna do ser adorada Concliita, con el adinerado, rumboso, faníarrón y, según ella, incomparable mexicano, al quo, folizmonto, y para vinculo vivo do unión entre la joven Itopúlilica do América y su antigua Metrópoli, ha conocido reciontomonto on París, on uno de loa más concurridos cafés do Monmartro... Y con esto, pongo aquí fin á mis dos lüstoriaB á las cuales no les vendría mal, á raodo de estribillo ó moraleja, aquellos versos do socorrida memoria; «V si, loctop, dijarea ser comento, como me lo contaron te lo cuenta."> ALroNso HER-N^ÁNDEZ CATA : Salud, mía quorldbs amigos, salud, I ¡Ah! jOiiáii gran'de es la pesadumbre do la míBÍón política quo rae bo íropuosto!... DE FROFAaANDA, Jlití brazos so nbrfin píirn, aahularos á todos, sin dÍ6tiucJ<3n do maticeS; sexos ni cclndos, Gmcina A quo vosotros, ma ayudaréis á. V Raimundo recibió ni golpo quo desvanecia todas sus ilusiones con la tranqnilidati insnjia del ano nadan: iento. Lloró cnlladamoiitc sus pesares y s(3 limitó á meditar. La realidad luibía h\iida do su lado; quedábale la visión. Aquellienzoconservaría ante él su ÍTuagen. Y continuó pintando cun dolorosa lentitud. Del pincel brotaba la negrura luminosa do Jas pupílasjlu transparonciado la piel, la rcilondcK enervante do las formas, los labios sutiles y carminóos, dibujadorcs do una sonrisa picaresca y burlona llenado relinadnscrueldades, do aiiporioridad ntornionladora. Completábase la figura con exactitud asombrosa y, sin embargo, el ]iintor oncontrábaso descontento; y sonriendo melancólicamente, murmuraba con un dejo do amargura: — ¡Falta algo!.., Y tornaba á la faena y otra vez volvía á murmurar: —jFalta algo, falta algo! ;.Qué será?.., Un día, tras mucho meditar, c|ucdóae como petrilicado; y oprimiéndose las sienes y con un gomidu quo arrancó de su pecho exhausto, exclamó: —jNo tenía alma!... 7_ • • , ' .' Luego so su])o quo el joV'in pintor so había suieidado colgándoso do una cuerda. • Los quo primero penetraron en la estancia, vioron el retrato do una mujer que sonreía burlona, encontrando quizá divertida aquella escena en qi'O un liumbro i'etoroíase Gn el aire como un políclu* ncla, ANTONIO ROLi:)AX ¡VENeiDH! El iLiiiur lii Bodiijo y fuó vencida, rodando por o! suelo su diadema; y uuntine su alma se conserva virgen el mu[)do la difama y la desprecia. ¿Qué horrible crimen cometió la pnhrc para que sufra Un liorribies pruebasV Amar ít ini iionibre con delirio ardiente, con todos los impulsos de sus fuerzaH, con todas las t e r n u r a s de su alma, con todo el fuepo rojo de BUS vüiias. • Amarle con pasión, corao la madre adora al iiijo que en su vientre lleva; oiitrag'arse al amanto en ¡iii moraenlo de imperiosa demencia y dejar en sus brnzos su virfjinal pureza, . . I ". como d e j a e a las zarzas rizados coposde vellón la oveja;.; ¡Vencida del amor! ¡No te averpiiences! Levanta el rostro altiva y Batisfeclia. I.iicluir con el amor es iñiposibltí, querer vencerle temeraria empresa. Y c u a n d o ei mun¡to con brutal cinismo insulte tn flaqueza, contéstale arrojj-ante, sin miedo ni vergüenza: — No es crimen mi caída, rendirse por amor nunca es afrenta. Es igual que ei que pierde tina batal en que invencibles fuerzas acumulan sus bríos: ¡¡no hay mñs que s u c u m b i r en la poleall JUEGOS PROHIBIDOS ' ENTRES I Ricardo estaba híibitutido áconeidei-ar quo su Bxisíoncia fueso una cuntiiina aventura, y pur eso, y por otras niiiuliaa t^onsideraciuneB más, características del buon vividor, tenia la filosófica cost'iinibro do no tomar en serio el amor ni otras muchas cosas do la vida. Por CBo ^'listaba, prodilcctamenLo, do IHB mujorcs íacilcs, de las fjuo dan su cariTio y sn cuerj>o sin f^ran contrariedad ni sacrificio; estos amores no suelen dejar rastro casi nunca en la conciencia del boiiibra, i|uo ea lo C|uo el buon critorio masculino debe buscar, con el íin de Gvitarso para lo sucesivo Horios (¡uobraderos do cabeza y tenor una vejoz, s i á viojo llegaba, todo lo Lranu¡la y dichosa posible; porquo ai á un año quo paso so lo cuolga una arm^a, y do la arruga una pasión y o la pasión un hijo, resulta que, á la postro, todo junto forma una inoc]i¡la imposible do soportar. ¡Librenos, i)or Dios, la Buena Hada!.., • 1 1 liicardo, fíela su Gostumbro, salió aquella mañana con propósito de entrotoner on lo posible la penuria do su bolsillo; y se dirij^ió á la Gasa do Campo, on donde siiolo babor, á veces, si no una viudita quo oculto discretaraento sus nuevos doGco.s do amar, si alguna casada tondoncioaa ó alguna soltorilla de peligroso temperamento. Y tuvo líicardo buena suerte, puosa poco do estar andando por una do las bormosas avonidas do la íloaV posesión, vio que dos arrogantes niujores, solas, cogidas mutnarnento del brazo, jinsoaban, bordeando el oatancjUQ. J-íicardo tosió, y las jóvenes, sorprendidas, puos sin duda consideraban hallarso Bolas, volvieron aprcsuradanioiítc la cabeza para mirar, y lupgo so echaron á rcir. —Ustedoa perdonen—dijo Ricardo,-si las he sobresaltado con mi presencia. —Está, usted perdonado. — Si hubieran sido ustedes dos novios, hubiera sido cosa de desconfiar do mi, creyéndome un toLCcio on discordia. —Ay, novios; Dios los del —dijo una, la más atrevida, Y los tres á. un tiempo so echaron á rcir de la ocurrencia. —Cana,Luz, por Dios;—lo dijoln otra¡—¿qué pensará do nosotras esto cabalioro? Gontiiniaron ol pascólos tres juntos, ríondu, broameandü alcgromonto. Luz y Sol, intimas amigas, inseparables, ropartióndoso á porí'ín laa galanterías y lasaLoncionoi^ do Ricardo: ésto, indeciso, ahondando galantomcíiLo en la conversación 3'sin saber — talos y tantos atractivos hallaba on ambas, —á qué carta quedarse, cuál de laa dos oscogor, eumodio do un elijan tan diñcil dado el juego de azar del amor. —Estoy—pensaba, —entro Luz y Sol; deslumhrado A la par por la bdleza y la gracia de laa dos.—Estas llegaron k comprender la indecisión del joven y so rcian do sus dudas, do su apuro: hasta que una ya, la más dcsonvuelLa, so atrevió á plantearlo abiortamento el problema. —r;Pero cnál es la quo inorcco sus proícroncias? Digalo usted sin duda, con franqueza) somoB mviy ami-* 3 jtarn facilitarlo on loíjjosible la dclcctos mutuos... — ¿Está usted conforme? 111 Ricardo ofreció una mano, cerrada, á cada una, para que eligiesen: — ¡La china me tocará á mi! -¡Ami! I Sacaron. Y había china t n las doS, i _ IV : Y tuvo relacionea con ambas. Durante tres meses, comidas con una, bailas con otra, lo dejaron entrampado y sin dinero. . Y Ricardo ]>cnsaba tristemente': No lo tocó á Luz la china, noj ni á Sol. ' Di Dio un btjstezo de hambre.— Ño, ¡Ay! A ion le tocó la clua.i, fué á mí. quien DOMINGO DE PIÑATA PAGINAS MILITARES -¡Chico, á raí osLo rancho do judías es el quo más mo {^iista... -A mi tnmbiéii; pero CB c-uaiido por la nocho no mo toca la imaginaria eu ol dormitorio. DIBUJO DB K A R I K A T O MADRID Estamos en pleno verano y casi sin teatros. Desde que se q u e m ó Etdonido, donde reg-uliipmente se pasLiban las nocliea estivales, con tiplea a! fresco, gracias ti la [loca ropa, v desde que seociid :ibajo oí teatro de los .liirdíiiea, merced íi ini desplante do Manr.i, j a no sabemos, los qne en ^Iad^id vivimos, con que divertir loa ocioy de estas calurosas noches de Julio 3- iie los meses próximos, en los que, ai el almanaque no miente, vamos á perecer torrados. Cierto que aún, .y S(31o por uno-s días, permanecen abiertos dos teatros Apolo y Zarzuela. Mas ¿quién r e siste ni los Calores dol local, ni la insulsez de las obras y mucho menos los cúraicosV Gran penitencia es, aun para los mAs pacientes, ag-uantar todas estas molestias artísticas d u r a n t e la campana de invierno. Pero al llegar al verano, se aum e n t a n esas incomodidades con las de ¡os locales que no reúnen las necesarias condiciones de ventilacii'Mi y fresco para hacer tníis agradables las veladas, y los e s pectáculos. líaro parecerá, pero es cierto. La Corte de las Españas, «la antif>-ua colonia de los vicios», carece a c t u a l m e n t e de un buen teatro de verano. Los que por fas 6 p o r n e r a s s e v e i i p r e c i s a d o s f i q n e d a r . s e en este horno donde p u r g a m o s nuestros pecados, no tienen un sitio ameno donde pasar unas c u a n t a s lioras de la noche al fresco, ni un esiiectíiculo divertido que distraiga por unos momentos el tedio y, sobre todo, la fatig-a de las horas diurnas de trabajo. ¿Qué indica esto? Muchos crearíin que el negocio teatral va de capa calda y que el público ni á tirones aíloja la bolsa. Nada raAs lejos de la verdad. Sieíupre en verano, como han sido pocos los teatros abiertos, todos ellos han realizado pingües neg-ocios. Apolo, que ha sabido explotar esta brava t e m p o n d a veraniega, buscando, para salir airoso uei empefio, u n a obra nueva, de empuje, que atraig-a la g e n t e , haciéndola despreocuparse do calores y otras farándulas parecidas, na sacado en años anteriores muchos cuartos en esta temporada de verano. En los .Jardines también se han realizado buenos negocios á pesar de las mediocres compañías de ñpera, más de entretiempo que otra cosa, que allí a c t u a ban para distraer A las gentes sin dinero para veranear en costas y montañas y á las que, por razún de oficio, tenían for/iosaraente qne permanecer en esta tórrida capital de la Manclui. Mas, este año, iuexperadamente las cosas han c a m biado. Bien fácil para voluntades tenacea hubiese sido improvisar teatros quo explotar casi sin ries^fo y en la confianza do positivos jirovechos. Ninguno, sin emliargo, 30 ha sentido con valor do acometer la erapresa, v si ae han anunciado propósitos de ello, bien presto las gratas noticias ae han desmentido. Ahí están loa hechos, la Corte sin teatroa do verano, que no dejan lugar á dudas de ningi'm género. «Gato escaldado del a g u a fría huyo» dice y reza el refrán, y los empresarios más valientes se han tentado la ropa antes de lanzarse á aventuras toatraloscas, verdaderas caballerías a n d a n t e s en los tiempos que corren, que exponen á doscalabra.luras ciertas y si5Io garantizan problemáticas ganancias que ponen miedo al ánimo uiás esforzado y mucho más á eraj)re.sarios usureros. Se lia i»erdido mucho dinero en el invierno i'iltimo, y de este asunto ya he hablado largamente, para que los temores no bayan quef)rantado los mAs lirmcu ]iropóaitos y las más optimistas esperanzas. Si en invierno, cuando toda la gente está en M.ndrid y no hay más espectáculos públicos quo los teatros, se han p'erdido dinerales, ;.quü ruina no será el n e g o cio en verano, cuando en la Corte no se quedan más personas que las a3'unaa de recursos para salir fiieraV En parte tienen razón, poro los ejemplos convencen. En iifios anteriores, por el verajin, muchos empresarios se han puesto las botas. Vn buen teatro, cómodo y fresco; una b u e n a compañía con tipies quo sepan cantar y cómicos que no tiren los pies por alto; u n a docena de obr^s, y son muchas, que ofrezcan novedad é inti'rós al público, t é n g a s e por cierto que sería bien recibido, muy aceptado, pródigo en provechos 3' que contaría con llenos todas las noches. Pero exigir t a n tas cosas es pedir gollerías. No están los tiempos para tamaños melindres artísticos. No hay ni teatro, ni cómicos, ni autores. Por eso en Madrid reina un completo hastío y los calores se hacen insoportables. Dentro do poco se cerrarán los t e i t r o s que aiin funcionan, y nos veremos obügailos á pasear las callos ó ¿ r e f u g i a r n o s en cualquier barracón de las afueras para entretener u n a s c u a n t a s horas n o c t u r n a s viendo ?nario¡ict((/a. Alia hacen esfuerzos vitales y luchan contra viento y marea a l g u n o de los teatros en funciones, como la Zarzuela. El cambio de empresas no ha servido de nada, l-nas tras otras han ido pasando sin más interés que el haberse gastado inútil mentó los dineros. T a m poco ha servido la mudanza y trasiego de artistas. Ni por esas, Al contrario, es ir de mal en peor. Abora se quiere recurrir á la frecuencia de e s t r e nos. Ituen recurso es, por la novedad q n e ofrece al j)úb]ico, pero las obras puestas en escena no ayudan con eílcacia el proyecto. Últimamente se ha estrenado Jíi'itigravles. No dará un cuarto ni conseguirá llevar gantes. Artísticamente, encuentro esta zarzuellta aceptable. Me parece una visión de poeta, llena do vida, s e n t i d a mente dolorosa, pero le falta accii'm ó interés e s cénico. Aco.stunibrado el público á los dramitas c o m p r i m i dos de un sentimentalismo cursi, ó á las payasadas cómicas con chistes sacados del diálogo á la fuerza, o comprende ni guata estas obras en quo nada pasay en que no se fiacereir t o n t a m e n t e . Tal vez si los músicos Calleja y Barrera hubiesen acertado al recoger los aires nacionaiea, la gallegada, el zortzicc y la seguidiila, como acortaron en el canto andaluz, que se hace siempre repetir, mejor suerte hubiese alcanzado Fniigrantes, en qne Cases, autor do la letra, ha mostrado cualidades do observador y de poeta. No hay remedio. Ya es inevitable que pasemos el calor sin n i n g u n a clase de espectáculos escénicos. Y en verdad que el verano, si so prolonga, nos va á dejar en los huesos, ANOEL G U E R R A COCINA DEL AMOR MUJERES DE MI VIDA Cristina Pescados Yo he prometido i mis lectores hablarlea de Criatina. Cristina lia nacido en Andalucía, y tiene su Cuerpo toda la D-racia do las mujeres de Sevilla, y tiene 8U rostro toda la salvaje belleza de los tipos del Albaicln, y flota en sus ojos toda la poesía de loa cármenes de (¡ranada. Cristina vivo en Múlaga: la ciudad de las coplas g i tanas y de lus cariflos ardientes y de los celos que matan... •—Crlatiná, ¿qüá haría usted si un hombre la e n g a ñase? Y Cristina, sierapíe parlara y siempre reidoi-a, no sabe qué c o i t e s t a r r a e , ¿Ea que Cristina ae ruboriza? p r e g u n t á i s vosotras. No, Cristina no se ruboriza. La prog-unta no es para ruborizarse. Cristina no sabe ruborizarse. Y es que para ciertas mujeres el rubor sería u n a violencia. Hay otras, en cambió, que lo manejan como recurso c u a n do quieren aparentar una inocencia que ya perdieron... Sé de alg-uuas, en cambio, que pasan un raai rato pretendiendo evitar que sus mejillas se enciendnn, cuando escuchan las g-alantertas de J u a n , 6 estrechan la mano de Pedro ó resisten las ardientes m i radas de Carlos. Pero el rubor innato j espontáneo ¡triste es decirlo! nuestras mujeres de hoy lo pierden cuando no han acabado a u n do ser n i ñ a s . Yo no puedo crear, ni debo crear, ni quiero crer en el rubor de una colegiala. —Cristina—vuelvo á repetirla,—;,quó harta usted si un hombro la eiigaflase? Y esta veü Cristina suspira... —T.a historia da mis amores—dice—es u n a historia de lÓBTÍmas. Y Cristina sonríe leve, apagadamente. —En u n a historia de amores existen, al pritici])io, m u c h a s páR'inas en blanco. Estas píg-ínas, Antonio, son las ilusiones... Cuando la primera pierde su b l a n cura es porque la graba el primer desngafio. Y esa púgina no puedo borrarse en la historia de los amores de u n a raujer. En ustedes ya es otra cosa. -Vrmucau esa piígina y corripan la foliiicion... ¡Es u n a cosa tan sencilla!... Créame usted, Antonio, á las mujeres nos duele m u c h o ¡no lo sabe usted bienl arrancarnos las ilusiones... —Cristina, usted tiene un corazón muy hermoso. - S í , es cierto, Antonio: yo t e n g o un corazón muy hermoso. Y Cristina clava en loa míos sus g r a n d e s ojos n e gros, y ambos nosniirainoa largo rato silenciosos. Y esto no significa nada. Es, sencillamente, quo Cristina me da las gracias porque sabe quo la comprendo. —Cristina, yo daría mi vida por hacerla Teliz. — Vo también, Antonio, yo también d;.ría mi vida porque usted lo fuese. Pero un hombre como usted no iuede ser feliz, l'sted tiene también un corazón m u y lermoso. Además, usted no debe ser feliz, porque su felicidad le haría olvidarme... y... yo no quiero que usted me olvide. Y volvimos á mirarnos largo rato silenciosos. Y TinestroB ojos se envían, recíprocamente, toda la poesía de nut!8traB almas, sin que nuestros corazones aceleren la uniformidad de sus latidos. Y es que Cristina y yo somos dos caracteres i d é n t i cos, dos almas gemelas. Yo quisiera amar á Cristina | l n ú t i l enipefio! Porque la intimidad, entre dos seres como nosotros, es, casi siempre, un obstáculoque impide se escuchen nuestros corazones; y ge corre el peligro de ser d e s graciados, y se sufra la afrenta de perder u n inestimable tesoro: la sincera amistad de u n a mujer buena y hermosa. Ya veis, lectoras mías, como de todas estas mujeres Conservo un recuerdo, de m u c h a s u n a sonrisa, de las menos u n secreto... Os prometo hablaros muy en breve de Conchita. Conchita es u n a adorable cubana, hermosa sin ser bella, agraciada sin ser graciosa, de labios ciirnositos y sensuales, de busto gallardo, de curvas deliciosas, correctas, incitantes .. NuM T Í r t u d c H ticn^HlcnH. —La experiencia d e muestra que ia carne de pescauo ejerce u n a acción er.caz coraó afrodisiaco, que está en relaciOn coa el modo de prepararla y la cantidad de fósforo de cada especie. A pesar da esto, se ha observado que varias c o m u nidades religiosas, como los Cartujos, los Hecoletosi los T r a p e n s e s y los Carmelitas descalzos han elegido la carne de pescado como base de su íLÜmentación. A propósito do esto, se redere u n a curiosa anécdota a n t i g u a que pone de maniliesto las cualidades afrodisiacas de la carne de pescado. Queriendo ei Sultán Saladino probar la c o n t i n e n c i a de los derviches, llevó dos de ellos á su palacio y los sometió á u n a alimentación suculenta, bajo cuyo rég i m e n desupareeieron las huellas de la vida de ascetis'DD y comenzaron ó, adquirirrobustez. Se les dio entonces por compaileras á las dos odaliscas más hermosas del .Serrallo rea!; pero los derviches triunfaron do todas las seducciones. El Sultán, para celebrar este triunfo de la castidad, los retuvo en su palacio, ogusajáadolBS d u r a n t e a l g u nas s e m a n a s con u n a vida regalada, jiero alimentándolos eT-cItísitminente de pescado. Sometidos nuevamente á prueba,- el triunfo do antea se convirtió en c o m pleta derrota de los cenobitas. Damos á continuación las fórmulas de a l g u n a i curiosas preparaciones, entresacadas de los anales g a s tronómicoe del siglo x v , y entre las preferidas por Enrique IV, tan reputado en lides amorosas. f AHTOHIO M A U T I N - G A M E R O ííaliuitii vcri-finlihn (1).—En u n a cacerola de igual longitud al trozo de salmón que se quiera preparar, se colocan filetes hallada por una mujer llamada Andrea Isabel Tintero, se erigió on nS)5 la actual capilla, pequeilita. de tan luminosa y reconcentrada liturgia que, por ello q u i zás, despierta en el alma u n a dulcísima, raíatica saudade. Kn ya muy remota fecha se llamaban verbenas á las horas q u e la m u l t i t u d creyente velaba en torno de los templos, las vísperas de fiestas solemnes. De aquí que tan distintos sean los holgorios de antaño á los de n u e s t r a época. Aquéllos se inspiraban, a n t e todo, en la fé reügiosa. Los de hoy de todo menos de eao a b u n d a n . Y a u n sin ir máa lejos, y prescindiendo del aspecto mfatico. ¿cuánto no han perdido las verbenas comparándolas con las de ¡oa chisperos de Maravillas y los curtidores del Avapiés? Unos y otros se preocupaban hasta tal p u n t o del esplendor de su fiesta, que llega- Et Desnudo en el Arte Se ha puesto á la venta el cuaderno doce. Precios UNA PESETA •.:;v iM30 32R:r -'• haii, podría decirse, á la heroicidad, para que el lujo y buen g u s t o superara á. las ariteriormente celebradas por sus paisanos en honor al patrón de su barrio. Lo más escogido de la Corte '.bajaba» á las praderas á coger el trébol y íi respirar im a m b i e n t e sano, de vida y poeaEa. \'erdad es que en ellas andaba suelto el diablo, según decires de la época, para expresar las intrigas amorosas, la picaresca g a l a n t e r f a y el amable erotismo que no aspiraba bajo las seculares arboledas del Soto de Migas Calientes, del Corregidor... Y no era de extraílar que allá, en lo más intrincado de la espesura y ain más padrinos que la sefiora Luna, secruzas-ín dos espadas, para rendir tributo á u n a sonrisa de abrasadores labios ó á u n a tierna mirada de rasgados ojos. Se mezclaban en amable Conaorcio,Ji^f -í - SQ ag"u6 la juüi'g-a DIBUJO DH KAItlKATO