Vargas: Intimidad Y Política (viaje Por Un Epistolario).

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VARGAS: INTIMIDAD Y POLÍTICA (Viaje por un epistolario) El doctor Vargas hizo esfuerzos extraordinarios por apartar de sus labios el cáliz de la presidencia... C. Parra-Pérez Este hombre está solo. Páez Fáver José Páez y Alfredo Veloz B. Resumen Un detenido estudio del epistolario del Doctor José María Vargas servirá para dar una idea de la semblanza sicológica de este conspicuo venezolano y de la hora histórica que tanto influyó para que adoptara tan variadas posiciones políticas que, sin duda determinaron el rumbo que el país tomaría luego de su nombramiento como presidente de la República. También arrojará luces sobre los aspectos del civilismo tanto suyo como del de los otros protagonistas civiles de aquel momento y las relaciones que se establecieron con el poder militar o caudillismo y que dieran lugar a la famosa revolución de las Reformas de 1835. Al proponérnoslo, es nuestro interés principal contextualizar críticamente la figura que la historia tradicional ha consagrado como paradigma de virtudes políticas y civiles. Palabras claves: Vargas, Civilismo, Epistolario, Caudillismo. VARGAS: PRIVATE LIFE AND POLITIC (A journey through his letters) A careful study of Doctor Jose Maria Vargas' letters, gives an idea of the psychological profile of this eminent Venezuelan and the historie time which influenced on his varied political positions, and that undoubtedly determined the direction the country would take after his designation as president of the Republic. Besides, it illustrates his civic character and the civic aspects supported by other important personalities of that time. It also shows the relationships established with the military podrer or "caudillismo" which resulted in the famous 1835 Reforms Revolution. Our main interest is to contextualize critically the figure that traditional history has recognized as an example of civil and political virtues. Key words: Vargas, Civics, Collected Letters, Caudillismo. VARGAS: INTIMITÉ ET POLITIQUE (Voyage á travers un recueil de lettres) Une étude approfondie de la correspondance du docteur Jose Maria Vargas servira á donner une idée du portrait psychologique de cet ¡Ilustre vénézuélien ainsi que du moment historique qui Fa tellement influencé. De ce fait, il a adopté des attitudes trés variées qui ont sans doute déterminé la direction du pays aprés sa désignation comme Président de la République. Par ailleurs, cette étude éclaire les aspects du sens civique de Vargas et des autres protagonistes civi1s de Fépoque, et les rapports établis avec le pouvoir militaire ou le caicdillismo. Ce qui a donné lieu á la célébre révolution des Réformes de 1835. Notre intérét principal est de mener une analyse contextuelle critique de la figure que Fhistoire traditionnelle a consacré comme un paradigme des vertus politiques et civiles. Mots clés: Vargas, Sens Civique, Correspondance, Caudillismo. Al disponernos al estudio de la personalidad de José María, o mejor, de José Vargas, como él se hacía llamar, nos aproximaremos a la revisión de su extenso epistolario a fin de mostrar cómo éste explicita las distintas variables y contradictorias situaciones por las que atraviesa el personaje. Esta aproximación puede resultar más interesante en tanto que el Dr. Vargas ha sido visto como una especie de anomalía en medio del contexto histórico venezolano inmediatamente posterior a la independencia, atendiendo más a las características del proceso político mismo que a las condiciones personales íntimas y sicológicas de su protagonista. El epistolario varguiano resulta muy útil para entender los elementos causales de la conducta de este singular venezolano, que puede resultar a primera vista como simple producto de las circunstancias objetivas, como si ella careciera de un componente personal que desde la misma interioridad del sujeto no actuara como un factor condicionante de la misma. Para nosotros, por el contrario, la manera como Vargas percibía el mundo, la vida y la política, así como la conciencia de su valer personal y la defensa de sus propios valores, no pueden ser dejadas de lado en aras de un intento de comprensión más objetivamente científico o ligeramente realizado desde la perspectiva meramente exaltativa y laudatoria del significado de su gestión histórica. Vemos así, cómo la siempre tensa, riesgosa y dubitativa relación del Dr. Vargas con la política de su tiempo, está permanentemente teñida por las condiciones de su personalidad, tocada por los rasgos de su carácter que, como veremos, en más de una oportunidad le dificultaron y hasta le imposibilitaron la captación objetiva de su entorno; en este sentido, Vargas no sólo resulta prisionero de las circunstancias, sino de su personalidad. Esto no significa que una mentalidad tan lúcida como la suya permaneciera aislada, abstraída de la realidad, ajena al acontecer político y social cotidiano del país, sino que esa comprensión no lo comprometía actitudinalmente, puesto que él no se consideraba pieza fundamental en el engranaje político del momento. Así vemos como, ya en 1829, cuatro años después de su llegada al país el Dr. Vargas, en carta enviada a Don Pedro Abadía y fechada en Caracas el 2 de diciembre de 1829, se refiere al «...estado de disgregación social en que nos hallamos, desesperados en medio de tanto mal, tanta perversidad, [y] tanta desconfianza entre todos...». Puede observarse en tales palabras una honda preocupación por el estado de convulsión por el que ya atravesaba Venezuela, insistiendo en la falta de elementos morales del momento, uno de los políticamente más álgidos en la Venezuela postindependentista. Cuatro meses después, encontramos otra misiva en la que ya se refleja esa actitud evasiva que será más o menos constante en él, ese no considerarse necesario para la contienda política del país. De tal manera que cuando resulta electo diputado para el Congreso de 1830 y ante la circunstancia de ser cuestionado por algunos, Vargas le escribe a su amigo y condiscípulo José Rafael Revenga, en carta fechada el 3 de abril de 1830: «...Hay algunos chasqueados que ansiaban por salir y que no pudiendo sufrir que haya sido yo nombrado (...) se dice que claman contra mi elección. Si el clamor se hace público ya ve U. que en conciencia y por honor yo debo eximirme...». Y enseguida agrega con toque de subterráneo humor cuánto le convendría que tal cosa sucediera, ya que «...me vendrá de perla, porque no me separo un momento de mi principio ad calceamentum tutor, y que tengo muchos libros qué leer y muy bellas plantas qué recoger con el amigo Don Joaquín Nevaz a quien también le han salido algunos voticos para elector en Chacao...». Y a continuación agrega con premonitoria intención: «¡Qué bueno que esto no fuera de nosotros! ¡Cómo nos divertiríamos! ¡Pero amigo quién sabe si la comedia acaba en tragedia!...» Por cierto, que a aquella preocupación por el estado moral del país, expuesta en 1829 se le agregará otra por las condiciones de atraso y la carencia de hombres capacitados y emprendedores que expondrá en carta dirigida al Dr. Revenga, el 6 de febrero de 1831. En ella apreciamos no sólo un tono critico y hasta desdeñoso propio de un intelectual que, como Vargas esta familiarizado con otras realidades más avanzadas, sino también, un soterrado pesimismo por el país que lo acompañaría a lo largo de su vida'. Veamos: «...estoy en un desaliento depresivo. Antes sabía bien que en nuestro país faltaban hombres: la ignorancia, los sentimientos mezquinos del egoísmo, las preocupaciones de la mayor parte que no habiendo visto del mundo más que el colegio, las Iglesias de Caracas, sus usos y sus costumbres, creen que la Rusia, la Francia, la Inglaterra, etc., son ni más ni menos que como Caracas, cuando no creen que su tierra es lo mejor del mundo; todas estas condiciones de nuestra pobre sociedad no pueden producir muchos hombres que conozcan el bien y que de común acuerdo quieran hacerlo. Mas parecíame que un pequeño número de hombres influyentes bastaba en nuestro país para conseguir este objeto; y que este pequeño número podría conseguirse. Aquí ha estado mi equivocación, mi buen amigo. Por una triste fatalidad la experiencia demuestra que tampoco hay ese pequeño número que se necesitaba, y este cruel desengaño es para mí el chasco más aflictivo». Aquel mismo año de 1830, el 28 de mayo, en otra carta al sempiterno Revenga percibimos el escozor de Vargas por encontrarse inmerso en la lucha política; de esta manera escribe que «...ya me tienen amolado con que soy partidario del Gral. Bolívar y otras pendejadas; me llaman al orden cuando hablo, no veo mi pellejo seguro y quiero salir en paz de esta zambra». Sin embargo, y a pesar de estas manifiestas incomodidades iniciales, Vargas, a partir de ese momento intensifica paradójicamente su actividad pública quizá estimulado por el clima de paz, preponderantemente política que no social, conseguida en buena parte de la presidencia de Páez, interrumpida sólo por el alzamiento de aquel coronel de la independencia, de extraña personalidad y poca nombradía convertido a la sazón en caudillo, llamado Cayetano Gavante. Este período constitucional que abarca de 1831 a 1835, ha sido considerado por el polémico Antonio Leocadio Guzmán como uno de "...moralidad, rectitud, orden y economía ...» 2, y su atmósfera resultaría a la larga propicia para que los grupos civilistas de entonces lo interpretaran como positivo para intentar una opción civil electoral que pusiera término a la manifiesta presencia de los militares caudillistas que, como más adelante veremos, jugarán tan determinante papel en el destino político de Vargas. Este, en medio del referido ambiente de paz ciudadana participa sobre todo como hombre de ideas avanzadas, exponiéndolas en «...defensa de las instituciones nacionales bajo su forma democrática y representativa, libertad de cultos, libertad inviolable de la prensa, fomento de la inmigración de extranjeros...» 3. Esta participación convierte a Vargas en un abanderado intelectual del momento pero no en un participante activo en lo que será el debate fundamental de esa hora, como lo era el establecido alrededor de las posibilidades de inauguración de un gobierno civil en el país, debate para el cual Vargas no parecía particularmente dotado. Las cosas de la política y del gobierno eran, según confesión propia, cosas ignoradas por el futuro presidente del país, y es que ya desde antes, en ocasión de haber sido nombrado por Páez Prefecto del Departamento, Vargas en conocida comunicación dirigida a aquél y fechada en Caracas el 19 de diciembre de 1829, se niega aceptar el cargo con los siguientes argumentos: «Nada entiendo (...) de administración de rentas, ni de gobierno; ignoro (lo digo con vergüenza, pero con sinceridad) hasta las atribuciones de un prefecto; nada sé fuera del círculo de mi profesión médica, en la que trabajo constantemente para saber algo, para consagrarlo a mi Patria y a mis semejantes...». Primera renuncia significativa y primera confesión de incapacidad para el ejercicio de la actividad pública, rasgos que se manifestarán de forma más abierta cuando los ánimos comiencen a caldearse en la convulsión de los años venideros. Esta convulsión llegará hacia 1834 con motivo de la elección de los candidatos para presidente en el segundo período republicano. La parsimoniosa calma cívica del gobierno paecista comenzaría a romperse cuando hacia junio de ese año se revelaron a la opinión pública los nombres de los candidatos a la presidencia. De una parte los tres candidatos militares: Soublette, Salom y Mariño, siendo este último el representante de la tendencia militar más radical mientras que el primero aparecía como candidato del círculo paecista; de la otra, los dos candidatos civiles: Diego Bautista Urbaneja y José Vargas. No obstante esta multiplicidad de candidatos, el escenario electoral de 1834 «...ha sido visto, fundamentalmente, a través de las candidaturas de Vargas y Mariño, pues ellas expresan el conflicto básico de aquel momento. Civilistas contra militaristas. Vargas versus Mariño...» 4. Así, el viejo conflicto entre el poder civil y el militarismo, herencia este último de la larga guerra, se focaliza por fuerza de las circunstancias en un hombre del que pudiera decirse, dada la coyuntura, que resultaba un candidato natural: Mariño, y en otro, Vargas, cuya envergadura candidatural aparecía como no suficientemente cuajada pese al respaldo de aquellos sectores que consideraban, en palabras de Parra-Pérez que «... el Estado ya no necesita de que siempre lo manden los militares, porque ya no hay enemigos que combatir...» 5. Para los mariñistas, otra vez léase militaristas radicales, resultaba legítimo en la Venezuela del momento que el factor militar se arrogara el derecho a dirigir el país, en razón de las ejecutorias que a lo largo de la guerra independentista tuvieron los militares. Idea que resulta hasta cierto punto comprensible ya que para los militares, como ha dicho algún historiador refiriéndose a Carujo, la patria estaba en los cuarteles. Desde esta óptica toda aspiración civil al poder resultaba una usurpación; y bien vistas las cosas, la candidatura y posterior presidencia de Vargas resultarían anacrónicas en medio de este siglo diecinueve venezolano, que estará caracterizado precisamente por los continuos enfrentamientos armados en busca del poder. Paulatina pero sostenidamente el debate candidatural va subiendo de tono. En lo que a Vargas respecta, éste va convirtiéndose en el objetivo de un ataque y una crítica periodística cada vez más feroces, a tal punto que puede decirse con propiedad que «El debate político-electoral efectuado a propósito de las elecciones de 1834 contribuyó al fomento del periodismo de opinión...» 6. Los sectores político-económicos comprometidos en el proceso hicieron de la prensa su trinchera de acción; desde ella brotaron razones y argumentaciones destinadas al examen apasionado y hasta brutal a veces, de las diferentes candidaturas. Dentro de esa ferocidad del debate y oponiéndose a Vargas tendrá participación fundamental Pedro Carujo, el conspirador septembrino de 1828, quien le opone a la candidatura de Vargas múltiples objeciones, traduciendo en sus palabras el sentir político de gran parte del ejército. Para Carujo, por ejemplo, el candidato Vargas no era digno de la menor confianza pues resultaba, entre otras cosas, más extranjero que venezolano dada su larga permanencia fuera del país. Expresiones como «Vargas, es más bien venezolano que alemán, inglés, francés, norteamericano, español, etc.» ya anuncian una beligerancia irreversible que en boca de un personero militar son del peor augurio. No en vano será el propio Carujo quien se enfrente a Vargas al momento de su destitución. Mientras tanto ¿cuál era la actitud del Dr. Vargas en medio de esta polémica que ya rondaba como alguien ha escrito el terreno de la diatriba? ¿Cuál sería el estado sicológíco de aquel hombre más bien preparado para el ejercicio del saber y el manejo de las ideas civilizadoras? Según su biógrafo Laureano Villanueva, «...es lo cierto, y debe decirse que el Dr. Vargas era enteramente extraño a la lucha electoral, y que en vez de animar á sus amigos y buscar prosélitos, empleaba su tiempo, aptitudes é influencias, en contrariar su candidatura, porque no se consideraba, decía honradamente, con las dotes precisas para desempeñar la Presidencia en aquellas circunstancias» 7. Tanto es así que ante la virulencia de las arremetidas surgirá de nuevo uno de los rasgos más llamativos de la conducta de Vargas, por lo menos hasta el 8 de julio de 1835: tratar de escurrirle el bulto a las circunstancias. Vemos así, como continúa diciéndonos Laureano Villanueva, que Vargas «Para huir de los desagrados consecutivos á aquélla inesperada contienda, ideó salirse al norte para no volver á Venezuela hasta el promedio de 1835...» s. Y es que Vargas, con el fin de lograr el objetivo de marcharse del país, solicitó dos veces la licencia para retirarse de sus clases en la universidad y del servicio del hospital. Observamos entonces, que ante la negativa que se le hace a su primera solicitud de una licencia temporal para ausentarse a los Estados Unidos, Vargas insiste en carta dirigida al Secretario de Estado y fechada en Caracas el 24 de junio de 1834 en estos términos: «Mas si se me concede la licencia que pido para retirarme temporalmente de este servicio, claro es que cualquiera que sea su grado de importancia, ya no lo tributo al país, y en ese caso es justo que se me conceda la licencia para un punto en que estaré más grata y tranquilamente y con ocupaciones de distracciones muchísimo más útiles...». Y reafirma aún más su nueva exigencia cuando dice: «...Tengo además todo preparado para mi viaje y se me irrogaría un grave perjuicio de no hacerlo». Nótese en el tono de la misiva la premura de Vargas en que se satisfaga la petición, lo que demuestra el nerviosismo que acusaba en ese momento. Valga como anécdota que en la misma solicitud y para renunciar a algo, como era su costumbre, renuncia al sueldo. Recordemos también que para 1830 vista la situación política del país, Vargas, según extracto de una carta suya a Phil. Mercier, hecho por el prof. J. Miüller en Ginebra y enviado por éste al Dr. Ernst habría manifestado su intención de salir del país. Dice el extracto: «La situación política del país es tal que no puedo aconsejar al Señor Wyndler que venga a Caracas. Si dentro de algunos meses no hubiera mejora, el mismo Vargas piensa salir del país por algún tiempo». Frustradas entonces sus intenciones de marcharse del país por el rechazo que el gobierno hiciera de sus solicitudes, calificando su posible ausencia como una calamidad pública, así como por la gran presión ejercida por sus partidarios, sorprendentemente Vargas, como dándose ánimo ante la situación, escribe a su hermano Miguel el 15 de julio de 1834: «Todo me convence de la conveniencia de quedarme por ahora, aún con respecto al conflicto de las elecciones en que estoy. Aquí puedo conjurar la tempestad mejor que afuera...». En esta misiva y con ocasión de solicitar la colaboración y ayuda de su hermano y de otras personas «...para que hagan cuanto esté de su parte con el objeto de salvarme de un horroroso comprometimiento...», Vargas alude a «...mi invencible aversión al tremendo encargo que desean confiarme...», para referirnos de seguida que «...Yo tengo recursos para servir a mi Patria de un modo más eficaz y cierto y de esta manera conseguir un honor más seguro y en nada menor que el vano título de Presidente». Por cierto que la misiva que hasta ahora reseñamos contiene un sabroso detalle cotidiano y familiar, cuando le dice a su hermano Miguel: «...Me bañaré en mi casa, procuraré curar mi estómago y cabeza, que están en mal estado y lograré el objeto de mis ansias que es estar solo y entregado a mis propias reflexiones». Ansias de estar solo manifestaba el distinguido seguidor de Asclepio. No obstante, en coyunturas venideras lamentará estarlo, hasta que, pasados algunos años, lo lamentará definitivamente, como vemos en carta dirigida a Revenga el 8 de octubre de 1838: «...Y en esta tierra... ¡Qué desgraciado soy yo, qué sólo! ¡Y ya es tarde para buscar familia!». No obstante, afuera la dinámica política del momento continuaba su curso y ante el crescendo de su candidatura cuyas virtudes, hasta los mariñistas reconocían, pese a la severa observación de que el Dr. Vargas «...no ha pertenecido a nuestra revolución, y por consiguiente, no se ha formado un nombre entre los fundadores y libertadores de la República que todavía existen...» y que «...en su nombramiento de Presidente para el próximo período se cometería una imprudencia y una indiscreción...», según escribía un colaborador de El Demócrata 9, Vargas busca una salida con desesperación. Obviamente no quiere ser presidente y confiando todavía en su capacidad de convencimiento se dirige a los electores en una alocución fechada el 8 de agosto del año electoral en la cual solicita enfáticamente a los electores que retiren su nombre como candidato a la presidencia de la República. Esta alocución constituye, en palabras del propio Vargas, la primera vez que se dirige al público en materias políticas. Este documento refleja la tensión psicológica cada vez más aguda de nuestro personaje. Quiere, antes que nada, convencer a los electores de la sinceridad de sus palabras, sin convencerse él mismo de que las condiciones políticas del momento hacían imposible esta operación. No se trataba de considerar al hombre Vargas, más apto para la ciencia que para la política, sino de aprovechar su figura y prestigio en una instancia que los opositores del militarismo consideraban única: la inauguración de la República civil. De esta manera Vargas resultaba sobrepasado por el objetivo. Por esto, aunque acoja los mismos argumentos de sus enemigos para auto descalificarse, este recurso resultará un fracaso. Su inseguridad lo lleva de un extremo a otro cuando confiesa, aceptando una de las críticas fundamentales que le hacían sus opositores, que «...carezco, además de la capacidad necesaria para dirigir con acierto tan difícil encargo, de aquel poder moral que dan el prestigio de las grandes acciones, y las relaciones adquiridas en la guerra de la Independencia; poder que, en mi opinión, es un resorte poderoso en las actuales circunstancias de Venezuela...», observando por otra parte que en ningún momento había pensado en encargarse de los destinos del país. Curiosamente, en carta fechada cuatro días después de la alocución, es decir, el 12 de agosto de 1834, Vargas con ese tono particular que permite la intimidad se estaba dirigiendo a Revenga para insistir, dramáticamente, en lo que ya era el leit motiv de su correspondencia: el rechazo, el malestar, la aversión hacia el escenario político que era tan ajeno a su naturaleza personal y que sin embargo, fracasado su intento de marcharse del país o de convencer a sus partidarios de su desinterés por la presidencia, veía abalanzársele como un fatum inevitable. De esta manera le confía a su entrañable destinatario: «En estos días la malevolencia y maledicencia han ardido con el gas oxígeno del espíritu del partido soplando en este país equinoccial caraqueño en que todo obra por entusiasmo de explosión. Como yo sin buscarlo, ni quererlo he sido lanzado a la arena de los partidos, he sido el blanco de los tiros de uno y otro, aquellos directos, éstos reflejos. Ud. que me conoce mi disposición moral, mis hábitos y mis aspiraciones a la paz del ánimo y nada más, puede contemplar mi situación horrorosa. He pasado dos meses de verdadera ordalía o purgatorio cristiano...». La misiva culmina con un «venga lo que viniere», lo que indica a las claras una actitud de resignación ante la circunstancia. Aún con esa sensación de resignado, Vargas persistirá en la esperanza de que a la larga se imponga el reconocimiento a su rechazo político y, optimista ahora, se dirige a Cruz Limardo en fecha 8 de noviembre de 1834 diciéndole: «...luego que haya concluido la última escena de la comedia en que por fuerza me han querido hacer representar... Desde enero concluirá para mi eternamente la política y desde entonces espero hacer cambiar mi condición en la sociedad y vivir algo más feliz...». El Vargas que aparece en esta misiva, escrita pasados tres cortos meses, supone que su poder de convencimiento lo eximirá del «arduo encargo» de la presidencia; suposición que se verá frustrada por la decisión de sus electores de convertirlo en candidato y la posterior y evidente decisión de los miembros del Congreso de hacerlo presidente. Ante tal inminencia, Vargas vuelve a insistir con una carta escrita el 18 de enero de 1835 y dirigida a dichos congresantes en la que solicita que no lo elijan presidente. Vargas decide no esperar el resultado de la elección; la carta es un último y desesperado recurso calificado por Gil Fortoul como cosa «obstinada e insólita» 10, y que constituye un caso único en nuestra historia republicana. En dicha carta, más que una solicitud se aprecia una súplica o imploración. Es el producto de un hombre vencido por lo que considera su adversidad. En un cierto sentido podemos decir que es, junto con otros documentos públicos de Vargas, un documento agónico y angustioso. En él, Vargas manifiesta a los senadores y representantes de Venezuela su pesadumbre por no haber sido oído antes y, una vez más, se refiere a las razones que motivan su repugnancia por el cargo presidencial. Solicita ser exento de tal responsabilidad y expone textualmente: «...He visto controvertir las razones de mi exposición; pero debe tenerse presente, por lo menos, que cualquiera que sea el grado de su exactitud, ellas son el resultado de mi convencimiento; y que existiendo en mí esta fuerte prevención, la razón, la moral, el honor, el mismo amor a mi patria, prohiben que me encargue de la custodia, defensa y mejora de sus sagrados destinos, así como no permiten que se me fuerce de modo alguno a tan delicado encargo». Es el rechazo definitivo por parte de Vargas a la tentación del poder, si es que alguna vez la tuvo. Vargas, concluyentemente, y para decirlo en palabras del fino poeta, ahora transmutado en agudo ensayista, Andrés Eloy Blanco: «Comprende lo apresurado de la transición entre la gesta y el civismo...» 11. Su lucha por apartarse del campo electoral había sido denodada, quizás en un momento de súbito convencimiento percibe cuáles eran las condiciones políticas del momento, su debilidad frente a los verdaderos factores del poder; entonces «Comprende que las pasiones van a querer usarlo; que se va a probar con su elección la imposibilidad de sostener a un Presidente sin la anuencia del sable; que su Presidencia no será sino un ensayo doloroso; que harán de él el cruce de las pasiones...» 12. Apenas un día antes, Vargas en carta fechada el 17 de enero de 1835 y dirigida a José Rafael Revenga todavía guarda la esperanza de salir con buen pie de lo que él había llamado la «comedia» electoral; preguntándose de seguida si después de tal resultado le convendría (¡una vez más!) salir del país. Así le dice: «Ud. me habla de ocupación mía después del 20. Siento mucho no mandarle ahora mismo mi segunda declaración que saldrá el lunes 19. Ella debe producir uno de los efectos o que me excluyan de la votación dirigiéndose a uno u otro de los dos colegas o que me dejen de necesidad la puerta abierta a la renuncia. De un modo u otro yo saldré de mi conflicto sufriendo más en el segundo caso. Este será un lance desagradable para mí porque en mi decidida resistencia cargaría con notas de distinta especie pero todas siniestras a mi reputación como ciudadano. ¿Tendría que salir del país? Lo sentiría en mi alma, pero qué partido. Más vale esto que sacrificar mi conciencia y mi razón». Y para terminar agrega con tono exclamativo: «Ah, mi amigo, no tengo un solo amigo íntimo fuera de partidos a mi rededor, y recargado de tantas barahundas que ya mi cabeza y mi parte afectiva se resienten». El malestar de Vargas es ahora más evidente, llegando a temer incluso por la fortaleza de su razón, quejándose de su situación lamentable. Otra vez en carta a su hermano Miguel del 18 de enero le advierte: «...mi situación es verdaderamente lastimosa, las cartas, las visitas (...) me abruman y me desesperan. Si por mi desgracia este mal no tuviera una pronta crisis no respondía de mi pobre cabeza (...) todos se ocupan de si mismos y algunos me quieren ocupar de ellos». Pero el telón del primer acto de la «comedia» caía, inexorablemente, sobre Vargas. El 6 de febrero del mismo año, resulta electo presidente y el día 9, a las 11 de la mañana (según González Guinán, y a las 9 según otros), presta juramento como tal. Había comenzado para Vargas como dice Guillermo Morón «...la calle de su amargura ...» 13. Ya con claridad percibimos desde su primer discurso oficial ante el Congreso la convicción de que su gobierno sería un gobierno débil, de que no ascendía al poder en los mejores momentos cívicos de un país que aún era, al decir de Simón Alberto Consalvi «...rehén de los militares...» 14. No otra cosa puede entenderse de las palabras inaugurales suyas: «...Al tomar en mis débiles e ineptas manos las riendas del Gobierno que acaban de dejar las poderosas y expertas de mi ilustre antecesor, veo con asombro esta súbita transición...». Súbita, entendemos aquí no solamente por el carácter repentino e inesperado, sino más bien precipitado. Esto significaba admitir que la sociedad venezolana no estaba preparada todavía para tal tránsito. Vargas estaba convencido de ello, y así lo confesará más tarde al general Mariano Montilla, en la larga y conocida carta que le dirigiera desde Saint Thomas en julio de 1835: «Es excusado repetir a Ud. la convicción en que más que otro venezolano he estado desde antes de mi elección, de no estar el país todavía preparado para recibir un gobierno enteramente civil...». Sobre esta cuestión sostendrá después González Guinán que: «El segundo presidente de Venezuela no debía ser un ciudadano civil, sino un ciudadano militar, porque el militarismo venezolano estaba constituido por una falange de hombres muy notables por sus servicios a la independencia (...) Ese militarismo se creía, y con razón, el fundador de la Patria ...» 15. Frente a los temores y aprehensiones de Vargas encontramos el tono tranquilizador y casi paternal del presidente del Congreso, que si bien le insiste en la delicada condición en que luego de veinticuatro años de administración militarista, un civil asume la conducción del país, también le asegura que gobernará «bajo los auspicios y consejos de sus padres», es decir, sus fundadores. Sin embargo, la intranquilidad de Vargas no cesa de manifestarse y en la alocución dirigida a los venezolanos, al tomar posesión como presidente de la república, insiste en que ha llegado a la presidencia «...Sin títulos para tal merecimiento, sin el prestigio que siempre dejan las grandes acciones (...) me encuentro hoy colocado en un puesto que jamás ambicioné; porque nunca, os lo juro, me he creído con la capacidad y los medios para desempeñarlo». Para agregar más adelante, y otra vez, en tono premonitorio: «...estoy dispuesto a hacer en las aras de la patria cuantos sacrificios exijan de mí vuestro reposo y bienestar. La ofrenda de mi vida y mi reputación está pronta para cuando el deber y el patriotismo la demanden». Respecto de estas últimas palabras, haremos más adelante un par de consideraciones. Una estará referida a su actitud cuando poco tiempo después de encargarse de la presidencia parecerá olvidar el compromiso anunciado y renunciará intempestivamente; la otra referida a la nueva y sorpresiva faceta de Vargas que emergerá frente a la conjuración de las Reformas. El persistente sentimiento de inseguridad frente al nuevo compromiso adquirido resulta también patente al dirigirse, una vez más, al infaltable Revenga en carta datada en Caracas a escasos dos días de asumir la presidencia: «Ud. sabrá ya que todos mis esfuerzos han sido inútiles. Se consumó mi conflicto (...) Al cabo mis sacrificios nada me arredran, creo que cumpliendo estrictamente con mi deber, mi honor queda a salvo y el resto de responsabilidad caerá sobre los que se han empeñado en mi elección contra mi franca resistencia». Como vemos, se lamenta y acusa; no se considera responsable de su situación y sus posibles consecuencias. Se siente justificado en su intimidad, cualquier culpa le resultará, entonces ajena. Y, otra vez, se siente solo; en tono todavía más íntimo le dice a Revenga «Amigo: qué sólo me he visto, digo solo de amigos íntimos y verdaderos y enteramente libres de todo espíritu de partido, que en los embates y vacilaciones me hayan aconsejado y alentado. Todos estaban en un sentido y sólo mi alma batallaba en contra...». Esta misma sensación de soledad que no puede, evidentemente, dado lo reciente de su ascenso a la presidencia, atribuirse a la llamada «soledad del poder» sino a una condición intrínseca de su naturaleza que se acentúa por la situación que atraviesa, la encontramos en la intensa carta que le escribe al mismo Revenga a continuación de la anteriormente referida. De ésta, extraemos el largo quinto párrafo, por considerarlo clave para ilustrar el deprimido estado sicológico de Vargas: «Mi tempestad es tan azarosa y por lo menos mucho más durable que la suya. Independencia, reposo, tranquilidad de alma todo ha desaparecido para mí. No hallo la indemnización de tanto sufrir. La lisonja del honor es grande, mas obra en mi alma no produciendo la exaltación y mejorando mi situación moral, sino más bien haciéndola mucho más penosa; porque a cada momento me instiga con el recuerdo de grandes deberes, de grandes esperanzas que satisfacer, del carácter impaciente de los que las entretienen, de la marcha y afectos naturales del entusiasmo sobre todo en nuestro país, y estas meditaciones inseparables de mi pobre cabeza hacen mi suplicio. Además ¡qué solo estoy! Solo en un lenguaje severo y filosófico. Busco el poder de hacer el bien como un asidero o un pedestal en mi posición endeble y poco estribada y lo hallo tan limitado! He buscado a mi rededor la decisión, los recursos, la más completa imparcialidad de un amigo, ¿y lo creerá Ud.? no he encontrado sino vacío, a mí solo, entregado a mí mismo...». «Con fastidio», dice Gil Fortoul que gobernó Vargas. Observemos que según el siempre útil pequeño Larousse tal vocablo significa asco o repugnancia y son, en verdad, estas dos acepciones las que pueden recoger el sentir de Vargas en aquellos momentos. Él mismo había confesado en buena parte de su correspondencia que la idea de gobernar le producía repugnancia; es lógico por lo tanto que asumiera la presidencia con desgano, desgano que provenía no sólo de su desprendimiento y falta de ambición por el poder rasgo propio de su temperamento -, sino del convencimiento propio de su divorcio de las circunstancias. Y bien sabemos que el poder no puede ejercerse en esas condiciones. Vargas aparece al margen del entusiasmo cívico que tanto su candidatura como su elección produjeran en el país; no obstante, en una primera instancia, su criterio de responsabilidad civil parece imponerse y ante la inevitabilidad de los hechos Vargas intenta gobernar. «Desde aquel día se entregó con la más asidua contracción al desempeño de su empleo, estudiando los negocios, y activando el despacho de los que habían quedado pendientes...» 16. Bajo este panorama ambiguo matizado por el desgano y una voluntad incipiente de gobierno lo primero terminará imponiéndose y así transcurridos apenas dos meses y unos cuantos días, se verá otra vez dominado por su inveterado disgusto por el poder. De esta manera cuando le toque enfrentar el primer incidente desagradable de su gobierno, Vargas sólo sabrá responder, considerándose ofendido, con la renuncia. Renuncia que a juicio de su biógrafo Laureano Villanueva, resultaba algo desmedido. En tal renuncia, Vargas insiste en lo de siempre: «...acepté el encargo de la Primera Magistratura (...) violentando mi convicción y mi conciencia, y dominando la repugnancia invencible de mi ánimo...». Después de referirse a que, aún en esas condiciones, se había dispuesto ejercer la gestión de gobierno «...una meditación continua y profunda, al curso del tiempo y de los acontecimientos, han ratificado mi convicción de que no soy el ciudadano que debe dirigir las riendas del Estado en las presentes circunstancias...». De esta renuncia dice Parra- Pérez: «Si el pretexto (...) era el disentimiento con el Senado, sus causas reales eran múltiples. Algunas provenían del propio carácter del presidente que bastaba para que quisiera alejarse de los cuidados que imponía su cargo y dedicarse a los muy pacíficos del estudio y de la ciencia. Sobre todo, influía en su ánimo y así lo declaraba claramente, su convicción de hallarse en una posición insegura. Veíase aislado en su presidencia, objeto de los ataques de la oposición cuya violencia crecía, y víctima de la indiferencia de sus propios sostenedores, quienes sólo tenían ojos para Páez y asistían a aquella que hoy llamaríamos experiencia del poder civil con escepticismo y desgana...» 17 Detengámonos en las palabras de Vargas arriba citadas: ¿cuáles eran esas circunstancias a las que aludía en su renuncia? Evidentemente no se refería a otras que no fueran las políticas y éstas, como sabemos, estaban caracterizadas por la profunda oposición que los militares y otros sectores le hacían. Desde el mismo momento del veredicto del Congreso estos sectores se dieron a la agitación pública a través de la prensa y en la calle contra el nuevo presidente. Esta oposición ganaba permanentemente terreno, alimentada por la vacilación del gobierno, estimulada por un presidente inseguro que a cada rato expresaba su incompetencia para el cargo. Principalmente entre los militares, el sentimiento de frustración había de conducir, lógicamente, a una posición extrema: la conspiración. No se trataba, en rigor, como sostiene algún historiador, de posiciones insensatas con respecto a la gestión de Vargas 18; aquellos opositores contemporáneos del gran sabio no podían verlo como oficialmente se le ve hoy, como un paradigma de civismo, moralidad y entereza de espíritu; muy por el contrario, debían considerarlo como un usurpador a quien sin negarle sus méritos y condiciones, no le reconocían rango para conducir el Estado. La conspiración contra Vargas, conocida en la historia venezolana como la Revolución de las Reformas se fraguó, así, de manera abierta y su comienzo y posterior desarrollo han sido descritos por varios autores. En lo que a nosotros corresponde, diremos que aquella lucha de ideas, como bien señala Parra-Pérez, terminará por ser «simple cuestión de fuerza entre militares», y las exigencias reformistas parecen ser más bien, antes que producto de un verdadero programa revolucionario, simples recursos políticos para sacar a Vargas de la presidencia. Se trataba de invertir por la fuerza un proceso que, como el civilista, parecía haberse abierto por la vía electoral. A los conspiradores se les dejó hacer y así en la madrugada del 8 de julio de 1835 estalló el golpe contra el presidente recién electo. Dentro de esta nueva situación se inaugura, la que llamáramos en párrafo anterior «la nueva y sorpresiva faceta» del Dr. Vargas, la ahora impredecible conducta del personaje. Uno puede imaginar con suficiente propiedad que los golpistas de las Reformas daban por descontado la fácil solución del conflicto, dada la autoproclamada incapacidad política y la aversión por el mando que Vargas había manifestado. Para sorpresa de aquellos y suponemos que debe haber sido mayúscula, «...El Presidente, al saber el suceso, demostró la serenidad y entereza del hombre público, que ofrece resueltamente la vida por salvar la honra de su país, y la dignidad del alto puesto en que fue colocado por la voluntad de sus conciudadanos» 19. Dignidad -agregaríamos nosotros- en el sentido de seriedad y decoro en la forma de comportarse, era la única arma con la que contaba Vargas en su desolado tránsito. Frente al argumento de la fuerza Vargas opone el de los principios, frente a las pistolas de Carujo apela a la serenidad y a la inteligencia, en un episodio de los más conocidos, divulgados y manipulados en la historia de Venezuela. Decidido a no ceder ante la presión conspirativa, este otro Vargas, sobreponiéndose a su condición temperamental más profunda, se apega a los principios constitucionales, y se niega a renunciar. Muy por el contrario, se dirige a los venezolanos en su conocida alocución del 8 de julio, fijando su posición frente a los golpistas, abriendo así un intempestivo paréntesis en su persistente vocación de renuncia; además adopta, por única vez, una clara posición civilista cuando manifiesta que su renuncia sólo podrá considerarla el soberano Congreso. Pero aún en esa alocución vuelve sobre sus pasos y reitera -genio y figura- «...Sabeis que agoté cuanto recursos tuve a mi alcance para persuadiros de que no debiais pensar en mi para tan alto e importante destino ...». Para rematar más adelante: «...he llenado mis deberes en cuanto ha estado al alcance de los medios que la nación me dio y de mi corta capacidad...». Como consecuencia de la negativa de Vargas a despojarse de su investidura presidencial motu propio es enviado preso a La Guaira en la noche del día 9 desde donde será embarcado para San Thomas. Desde allí enviará la ya citada carta al general Mariano Montilla en la que explica detenidamente los detalles de su deposición, al final de la cual reitera su convencimiento de que su nombramiento a la presidencia se había realizado «...con postergación de nombres de muy mayores méritos...». Entre tanto Páez, devenido en restaurador del orden republicano, más allá de cualquier difuso compromiso adquirido anteriormente con los golpistas, retornaría las cosas a su lugar. Conversaciones, acuerdos, ofrecimientos y amnistía mediante, el jefe real de Venezuela imponía su autoridad militar y en magnánimo pero calculado gesto, le devolvía al país su supuesto clima civilista. Así, una vez concluida su nueva gesta le envía a Vargas una misiva fechada en Petare el 28 de julio en la que le dice «Tomé mi espada, monté a caballo (...) [y] ya se halla V. E. en disposición de venir a reocupar la silla...» 20. De vuelta en Caracas el 20 de agosto de 1835, Vargas se sentará de nuevo en «su» silla. Una vez al frente del gobierno se dirige a los venezolanos en una alocución firmada el 28 de agosto en la que puede apreciarse un tono apologético del caudillismo. Expresiones tales como «Ilustre Caudillo», «Padre de la Patria», «Militar Patriota», «Ilustre Caudillo de Venezuela», referidas todas al General Páez consagran la decisiva influencia que por encima de las aspiraciones primeras de los civilistas, adquiría en la realidad concreta, en la política de todos los días, la figura de nuestro hegemón llanero. A lo largo de tal alocución puede notarse una justificación del caudillismo a través de una intención pretendidamente civilista; Venezuela será libre como una concesión caudillesca: «La voz tremenda de los pueblos y el ilustre caudillo de Venezuela, por sí y a nombre de sus leales y honrados compañeros de armas, han jurado a la faz del mundo que seremos definitivamente libres...». Esta muy expresiva consideración del general Páez por parte del Dr. Vargas, también la encontramos en la correspondencia varguiana tal y como se observa en las misivas a él dirigidas por el sabio en los años 1835 y 1836. En una de ellas, fechada en Caracas el 21 de agosto de 1835 expresa textualmente: «Con muy poco tiempo para extenderme en la expresión de mis afectos de gratitud y congratulación a V. E. por su consagración gloriosa a la salvación de Venezuela, limítome por ahora a saludarle cordialmente como al Padre de la Patria, como al modelo clásico de ilustres libertadores para todas las nuevas Repúblicas de América». Y más adelante agrega: «...veo a V. E. al frente de los pueblos y en medio de sus leales y verdaderamente ilustres compañeros de armas batallando por salvar las libres instituciones de Venezuela, y darle el inmortal honor de ser la primera de las Repúblicas Americanas nuevas que posee un émulo de Washington...». De esa correspondencia al general Páez, se desprende también que la conducción del Estado guardaba una relación de dependencia que demuestra la gravitación directa, la sombra tutelar del caudillo. En carta fechada el 23 de septiembre de 1835 el Dr. Vargas le manifestaba a Páez que «...El Gobierno se ha hecho un deber enviar a V. E. con la mayor celeridad aun las más insignificantes [noticias] que le llegan de todas partes de la República, de modo que en donde quiera que se halle, esté al cabo de todos los acontecimientos como si estuviese en esta capital...». Por último hacemos notar que casi un año después, Vargas remite a Páez, (luego de su renuncia definitiva) una correspondencia de fecha 8 de marzo de 1836, en la que le reitera su admiración y lo elogia así: «Retirado a su campo cual otro Cincinato después de libertar a su patria de enemigos exteriores fue como él sacado de su pacífica mansión para liberarla por segunda vez de los trastornos intestinos; y como él también vuelve a retirarse al medio de su rebaño y a las sombras de sus matas, lleno de gloria, cubierto con las bendiciones de sus conciudadanos que como a él le llaman Padre de la Patria. ¡Cuanta ventura y cuanta gloria! Yo le congratulo cordialmente por ellas.» Con el regreso de Vargas a la presidencia, el 20 de agosto de 1835 se cerraba el movimiento de las Reformas, de cuya derrota «...surge fortalecido no el poder civil en sí, sino el poder del caudillo vencedor, Páez, quien consolida definitivamente durante muchos años su poder sobre la sociedad venezolana...» 21. Se abría asimismo el último acto de la contradictoria experiencia varguiana, en la cual asistimos a la paulatina desaparición del Vargas enérgico y a la reaparición del Vargas de vocación intimista y doméstica, cuya confrontación con las nuevas condiciones políticas, surgidas después de agosto de 1835, lo conducirían a una segunda y definitiva renuncia a la presidencia de la República, la cual se concreta a través de dos solicitudes ante el Congreso. En la primera de ellas, redactada el 14 de abril de 1836, Vargas sostiene, con su sempiterno estilo evasivo que «...Por obedecer vuestro mandato y corresponder á la voluntad pública, que me honró demasiado, eligiéndome para la primera magistratura del Estado, la acepté a pesar de mi conciencia y atormentando mi voluntad...». Finalmente, en la segunda solicitud en la que argumenta poderosas razones de salud (a cuyo quebranto alude en cartas anteriores) el Congreso admite su renuncia, relevándolo del cargo de presidente. Vale la pena referir que días antes, el 15 de abril, para ser más exactos, Vargas se había dirigido a su cercano amigo el político, editor e impresor Valentín Espinal solicitándole su intervención ante el Congreso para obtener resultados positivos a sus gestiones. En tal carta Vargas expresa su esperanza de que no se le obligue a insistir hasta el extremo, manifestando, una vez más, en medio del angustioso trance, su deseo de salir del país. Y; entonces, dice en tono casi lacrimal: «...Este extremo que mi salud y honor harían inevitable es de lo que huyo, pues él consumaría mi sacrificio y humillación. Todo estrépito me dejaría después de exonerado del empleo en una posición muy humillada y sin poder salir del país...». «Retiraos, pues al reposo de la vida privada», le dirá el Congreso en el documento que le dirige una vez aceptada su renuncia. Parecía entender el cuerpo legislativo después de toda la travesía política de Vargas lo que parecía constituir su más profundo deseo: apartarse de la violencia de la política, recogerse en sus labores científicas y universitarias; no en vano había escrito alguna vez a su también apreciado condiscípulo Dr. José Cruz Limardo: «en este país no hay más felicidad que la que estriba en los goces y paz doméstica». Y dentro de ese clima cotidiano, propicio para el ejercicio de la amistad y el recogimiento, lamentando la larga suspensión del contacto epistolar, el entibiamiento de las relaciones amistosas causado por la vorágine de la política, le escribe otra vez a Revenga, pasada la tormenta, en carta del 20 de diciembre de 1836: «Después de una interrupción de nuestras relaciones epistolares por cerca de un año, tengo la satisfacción de escribirle el primero. Entre las desgracias que sobre mi cayeron el año de 1835, tengo como una de las mayores esta interrupción, la llamare con franqueza tibieza de nuestra amistad. Si me atormentase un remordimiento de culpa, protesto a Ud. que perdería hasta los consuelos que en mis desgracias me quedan». En lo que respecta a las razones de su renuncia, Vargas le escribiría al Dr. Carlos Parada Quintero desde Macuto, el 10 de mayo de 1836: «...Mis hombros siempre débiles para tan pesada carga eran ya del todo inútiles para llevarla más tiempo: mi renuncia ha sido un acto de honor, de deber y de conciencia de que nunca tendré de que arrepentirme, sino por el contrario hallaré motivos de felicitarme». Y a continuación: «...Tendré que llevar en adelante una vida más quieta y en ella servir como pueda a mi país y a mis amigos...». Esa vida más quieta lo será relativamente puesto que múltiples son las actividades que le tocarán después de 1836. Cierto es que se ocupará de los asuntos académicos, cívicos y culturales pero también lo es -cosa por demás llamativa- que seguirá participando en actividades públicas. Y así lo encontramos, hacia 1843, ocupando la presidencia del Congreso, tomándole el juramento como presidente al General Carlos Soublette con las siguientes palabras: «En nombre del cuerpo legislativo, os doy Excmo. Señor las más gratas enhorabuenas por los auspicios tan favorables de la paz y el orden bajo los cuales os encargáis del Gobierno del Estado» 22. No es cierto, por lo tanto, lo expresado por Blas Bruni Celli cuando dice, en el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar, que Vargas después de su experiencia presidencial «...se dedica durante el resto de su vida, exclusivamente a la causa de la educación...». Más aún, en fecha tan posterior como 18471o encontramos como Consejero del Gobierno, cargo que mantuvo durante dos años cuando le fue aceptada la renuncia el 27 de marzo de 1849. Cuatro años más tarde, en 1853 se ausenta Vargas de Venezuela, pero no para evadir cualquier desagradable responsabilidad política, como tanto quisiera en el pasado, sino por rigurosos motivos de salud. Viaja hacia el norte y allí, en 1854 como en una curiosa paradoja del destino otorga testamento en presencia del General José Antonio Páez, en la ciudad de Nueva York, donde fallece el 13 de julio de ese mismo año. Casi doce meses antes, el 12 de septiembre de 1853, le había escrito al Dr. Pedro Gual, una interesante carta desde Filadelfia, en la que al describirle las actividades que cumplía en dicha ciudad, podemos observar el vivo interés de un hombre inteligente y culto por el alto grado civilizatorio que estaba alcanzando la sociedad estadounidense, la cual según su propia apreciación constituía «...sin duda la más elevada del género humano». Vargas expresaba también en dicha comunicación su decidido asombro por la capacidad material y la organización política del país del norte al exclamar: «... ¡qué gobierno, qué poder del hombre sobre la naturaleza!...». Imaginamos, dado el ambiente espiritual y hasta poético de la carta en cuestión, a un Vargas feliz, más allá de las dolorosas limitaciones que su estado de salud le imponía. Era ahora un hombre en medio de un entorno más en armonía con su temperamento, lo que sin duda alguna - amén de las atenciones médicas que recibía - debe haber mejorado sustancialmente su fibra anímica. Tanto que meses más tarde, le escribiría desde Nueva York, apenas a cuatro meses de su muerte a Ramón Azpurua, ministro de Venezuela en Washington, unas letras en las que podemos apreciar un tanto una condición todavía optimista y un resto de voluntad de servicio por el país. Así le dice: «Ud. sabe que al poco valimiento de un individuo en sí, se añade ahora la inutilidad a que me sujeta mi situación; pero conservo mi buena disposición al servicio de mi patria. Así, si Ud. también como representante del Gobierno de Venezuela necesitare de mí algún servicio de ciudadano que me sea posible desempeñar aquí en mi morada, estaré pronto a corresponder al honor que me dispense...». Buen final para alguien que sin vocación de poder, la tuvo sin embargo de servicio. Notas 1. Pesimismo todavía manifiesto en cartas que le escribirá a Revenga entre marzo de 1837 y octubre de 1838. 2. Citado por: José Gil Fortoul: Historia Constitucional de Venezuela. T. II, p. 188. 3. Ibídem, pp. 195 - 196. 4. Orlando Arciniegas Duarte: José María Vargas: elección y derrocamiento, p.54. 5. C. Parra - Pérez: Mariño y las guerras civiles. T. 1, p. 218. 6. Orlando Arciniegas Duarte: op. cit. p. 76. 7. Laureano Villanueva: Biografía del Doctor José Vargas, p. 281. 8. Idem. 9. C. Parra - Pérez: op. cit., p. 223. 10. José Gil Fortoul: op. cit., p. 198. 11. Andrés Eloy Blanco: Vargas, el albacea de la angustia, p. 100. 12. Ibídem, pp. 101-102. 13. Guillermo Morón: Los presidentes de Venezuela (1811-1979), p. 70. 14. Simón Alberto Consalvi: Maremagnum, p. 65. 15. Francisco González Guinán: Historia contemporánea de Venezuela. T. II, p.308. 16. Laureano Villanueva: op. cit., p. 288. 17. C. Parra - Pérez: op. cit., p. 284. 18. Augusto Mijares: En Venezuela independiente, p. 95. 19. Laureano Villanueva: op. cit., p. 292. 20. Andrés Eloy Blanco: op. cit., p. 125. 21. J. M. Siso Martínez: 150 años de vida republicana, p. 132. 22. Guillermo Morón: op. cit., p. 80. BIBLIOGRAFÍA Arciniegas Duarte, Orlando: José María Vargas (Elección y Derrocamiento). Valencia, U.C., 1989. Blanco, Andrés Eloy: Vargas, el Albacea de la Angustia. Caracas, M.E.N., 1991. Bruni Celli, Blas: El Universo de un Hombre justo. Caracas, M.E.N., 1986. Consalvi, Simón Alberto: Maremagnum. Caracas, Fundarte, 1998. Fundación Polar: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, 3T., 1988. Gil Fortoul, José: Historia Constitucional de Venezuela. Caracas, Ediciones Sales, 1964. González Guinán, F.: Historia Contemporánea de Venezuela. Caracas, Presidencia de la República, 1954. Morón, Guillermo: Los Presidentes de Venezuela (1811 - 1979). Caracas, Meneven, 1981. Parra - Pérez, C.: Mariño y las Guerras Civiles. Madrid, Edic. Cultura Hispánica, 1958. Picón Salas, Mariano y Otros: Venezuela Independiente. Caracas, Fundación Eugenio Mendoza, 1975. Siso Martínes, J. M.: 150 Afros de Vida Republicana. S/L/E. Editorial Yocoima, S/F. Vargas, José: Obras Completas. Caracas, 1958. Vargas, José: Obras Completas. Caracas. 2da Edición. 1986. Villanueva, Laureano: Biografía del Doctor José María Vargas. Caracas. Ediciones del Rectorado de la U.C.V., 1986