Una Vida En Tres Días - Editorial Club Universitario

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UNA VIDA EN TRES DÍAS Luis Beresaluze Galbis Título: Una vida en tres días Autor: © Luis Beresaluze Galbis Imagen de portada: Fragmento de La Piedad de Villeneuve-lès-Avignon, atribuída a Enguerrand Charonton. Museo del Louvre Dibujo final, del autor ISBN: 84-8454-496-6 Depósito legal: A-160-2006 Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) www.ecu.fm Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) www.gamma.fm [email protected] Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Nuevamente, a aquel Hombre que fue Hermano mío. 3 I AL DESPERTAR Meditaba en su tumba aquel hombre, muerto sin morir del todo, muerto lo que tenía de hombre y vivo lo que tenía de Dios, sobre los episodios de su vida. Fueron tres días y tres noches, setenta y dos horas, teóricos, según los Evangelios y sus propias palabras anunciadoras, pero algo menos, como luego se verá. Suficientes para poner en funcionamiento la moviola de su existencia, desde sus fases previas, debatiendo sobre las que serían sus circunstancias con sus otras dos Personas, el Padre y el Espíritu, hasta su propia Encarnación, nueve meses antes de su alumbramiento en el pesebre, por orden del Padre y a cargo del Espíritu y con la colaboración de aquella mujer joven, casi una niña, bendita entre todas las de su género, aquella chica de Nazaret. De todos modos los días y las horas de un Dios muerto, recuperado de su imposible muerte, pese a su injerto humano, no cursan como las nuestras. Como tampoco fueron iguales los siete días del Génesis que los de una semana normal de los hombres. Lo meditaba desde que despertó de aquel primer sueño, breve y profundo, luego del descendimiento y las rápidas maniobras de su sepultura, que el día siguiente, mañana, era sábado y los romanos querían que todo en el Calvario quedase en perfecto estado. Los romanos y los judíos, para quienes el sábado era sagrado. Como si allí, aquella tarde del viernes, el atardecer en que se consumaba el principio de la Salvación de los hombres, no hubiese ocurrido nada. Tenía que desaparecer todo signo del pasado horror inmediato. En aquella cámara oscura, veía su propio cine. Y ello ocupaba, placenteramente, la espera hasta el domingo. Yo no creo que se anticipara a la resurrección. Porque, para entendernos bien, un 5 Luis Beresaluze Dios no muere. Claro que era también hombre. Y eso pudo hacer morir, semi-morir, morir aparentemente, al binomio humano divino. Sea como sea, estaba vivo y despierto y había que esperar hasta el domingo, para que se cumplieran todas las fases del programa salvador… Mucho tiempo, setenta y dos horas, (en realidad, algunas menos, según se ha consignado y tratará por modo más extenso, algo adelante), para desandar lo andado, desmorir lo muerto, repasar todas y cada una de las cosas que le hicieron “pasar por la vida haciendo el bien”, como dijo uno de sus apóstoles, haciendo una bella frase pero quedándose bastante corto. Hizo mucho más que pasar por la vida haciendo el bien. Eso lo hace cualquier buena persona. Todos los santos lo hicieron, prácticamente…Y hasta muchas simples buenas gentes. Pasó por la vida para traernos la Vida. Y acabar con la muerte… Acabar con la muerte, muriendo… Y resucitando. Allí, tendido sobre aquella piedra, cubierto por la sábana santa, oliendo gratamente el perfume de sus unciones, descansando de una hombría de treinta y tres años (todo un Dios, un tercio de siglo, prisionero íntimamente de un hombre, aunque este fuera también Dios, pero hombre que sufría, que pasaba frío, que se cansaba y sentía el dolor y sangraba eucaristía desde el madero), demasiado larga para un Dios eterno, treinta y tres años apartado de su Trinidad perfecta, como de servicio entre los hombres. Ahora, descansando. Solo. Como Dios que era, aunque un Dios matado y rematado, muerto humanamente y divinamente recuperado, sabía que afuera lo esperaba alguien. Una mujer. Una mujer enamorada. Por tanto, solo, relativamente. A la distancia del grueso de una piedra que oficiaba de puerta o cierre del sepulcro. Casi la oía palpitar y escuchaba su llanto. No era solo un barrunto. Era una realidad tan presente que hasta sonaba. Se oían sus suspiros y quejas. Yo diría que hasta su respiración. Afuera estaba el amor en su expresión más exaltada y generosa. Tres jornadas por delante para ser sin ser, para estar, por primera vez, Consigo Mismo. Ni siquiera, esta vez, con su Padre 6 Una vida en tres días y el Espíritu, con los dos otros tercios de su personalidad trina, rota por treinta y tres años, con las dos Personas que no habían muerto con la suya, disfrazada de hombre. Más cerca de ella, de Magdalena, que era quien esperaba afuera, o mejor, ella de Él, que de ninguna otra criatura de la tierra y el Cielo. Cuando resucitase, volvería a completarse la Trinidad y la vería a ella, a aquella María de Magdala, aquella griega tenaz y enamorada hasta el delirio, que habría estado al pie de la piedra hasta el fin de sus días, si Jesús no aparece al tercero, de vuelta de un viaje apenas iniciado. Magdalena no admitió aquella muerte. Su amor no la aceptaba. Algo dentro de ella negaba aquella realidad fúnebre en la que había participado, ungiendo al Maestro. Había muerto el hombre Dios, pero Dios, ni como hombre, podía morir. Ella no pensaba estas sutilezas. Pensaba solo, intuía, que aquel amor, la fuente de aquel amor, no podía morir. Y acertaba, como aciertan siempre los que aman. Magdalena era la vida, la naturaleza, la necesidad de continuidad de la especie, el motor amoroso y funcionando, del universo. Era el espíritu reventando la materia… 7 II REBOBINANDO Se dispuso a ordenar sus ideas. “Vayamos al principio... Mi madre encinta, viaja con su esposo, José, a Nazaret, a consumar el censo ordenado por el edicto de Cesar Augusto, cuando Quirino era gobernador de Siria. Antes de llegar, en Belén, se pone de parto y no hallando posada, me alumbra en un pesebre. Respiro por primera vez el aire de los verdaderos hombres. Estreno los pulmones de un mamífero muy desarrollado que ha llevado a mi Padre a elevarlo a la altura de su semejanza hasta hacerme, a Mi Mismo, que soy Él y como Él, una de sus tres Personas, como él, hombre. Lloro, tengo frío, mi madre me dispone y cubre, sobre unas pajas secas y un par de grandes animales, echados a mi lado, me ofrecen el calor tierno de su próximo aliento. Imposible nacer más pobre y desvalido. El Autor del guión de mi vida es así de espectacular. No tengo ni donde nacer. Ni donde caerme vivo. Buen principio para un final peor… Pero mi Padre ama a los hombres y yo voy a ser el cordero… Los hombres son pobres y yo tengo que nacer el que más. El Todo, entre, prácticamente, la nada. Dios no necesita afeites ni perifollos. Es de noche, Sobre el cielo inmediato, todo espolvoreado de estrellas, encima de nosotros, una grandísima, clavada, como una señal publicitaria. Detenida, fija. Se diría que anunciándonos. Muchos pastores, pobres mujeres curiosas y tres hombres sabios, impresionantes y magníficos, que vienen, presuntamente, a presentarme sus ofrendas y respetos. A lo mejor, guiados por la citada gran estrella. Es lo más lejano que tengo, en estos momentos, del curso de mi vida. Su comienzo. En el que, aunque sea un Dios, soy un niño, ilimitadamente limitado. Se trataba de ser hombre, de ser y nacer como un hombre y ningún hombre 9 Luis Beresaluze nace ya consumado y completo, ni aunque lleve dentro el germen de un Dios. Es lo más lejano pero lo actualizo fácilmente. Me gusta ser hombre niño. Me agrada mucho. Que me tome en brazos mi madre, que me bese su esposo con tanta ternura. Y ser, aparentemente, para todos, tan importante. Aquellos tres reyes sabios y magos, tan solemnemente revestidos y aparatosos, me tratan como a un grande de la tierra, cuando ni siquiera he tenido donde nacer dignamente. Pobre de total y completa pobreza, me siento, contrariamente, absolutamente rico. Tengo una madre. Este es un lujo jamás conocido por Dios. Dios era la única entidad del universo y la Creación, la única esencia del Ser, lo único en el mundo, que no había tenido madre. La mayor y más dulce de las fortunas antropológicas. Tengo una madre. Y una madre bendita entre todas las mujeres. Escogida por mi Padre para nacer libre del pecado de Adán. No solo nacer sino ser concebida en semejantes términos en el vientre de Santa Ana, mi abuela. Que me habría hecho igual de rico sin tal distinción ontológica. Pero mi Padre es exigente y quería los máximos honores para su Hijo y la Madre de su Hijo. No voy yo a juzgar los protocolos del Altísimo… Y a ella, mi Madre, le había nacido la inmensa fortuna de un hijo, de un hijo, también, de quien ella, tan piadosa y humilde, bien sabía... La Madre más rica del universo… La esposa, en angélicas y teológicas nupcias, segundas y de otra naturaleza que las que la vinculaban a José, del Espíritu Santo. Esto me lleva a mi respeto y cariño enorme, durante toda mi vida, por los pobres, esa clase de hombres para quienes el reparto de los bienes de la tierra que son de todos, fue injusto. A los hombres que no tienen lo que es de los hombres, lo que mi Padre hizo para general y común disfrute. Pero de esto ya trataré algo adelante y más de una vez. Ser pobre es como ser más hombre. Porque las cosas se han desarrollado de manera que lo más natural del hombre, lo más general y abundante, lo casi más e imperiosamente propio, sea la pobreza, el no tener nada, sino necesidades, en propiedad. Ser propietario, únicamente, de la propia necesidad de propiedades. Soy un recién nacido, pero con resonancias internas 10 Una vida en tres días muy grandes. No me corresponde, todavía, biológicamente, pero se diría que tengo atisbos altos de finísimas percepciones. Revivo el tacto suave de las manos de mi madre. El sabor de sus pechos. La caricia inmensa de sus ojos, que me rozan aterciopeladamente con la dulzura de su mirada, que es como un arrastre de luz. De luz enamorada. Y el dulce amor, amor como interferido minimamente por una sombra de relativa afectación, de José, el fiel José, el esposo de la santa fidelidad y confianza. María, mi madre, llena de gracia, era absolutamente transparente. Dios se transparentaba a través de ella. Yo mismo, si sabré de eso, lo advertía como un primor. Estaba como envuelta por un arco iris de bondad y pureza. Y no es pasión de hijo. Dios no puede mentir ni creer en ficciones. José no necesitaba la aclaración del ángel. Pero mi Padre es muy cumplido. Sin la angélica intervención, aún quedaría más alta y sublime la santa fidelidad de José, el hombre de la lealtad. El anuncio angélico estuvo de más. Fue un pleonasmo teológico. Como hacer a José, más José… Donde José no dudó, sobraban evidencias reveladas. José tenía el ángel en casa. Un ángel hembra. Una criatura celestial. La madre que Dios necesitó, sintió necesitar, cuando hizo al hombre a su semejanza. Quiso ser como el hombre, es decir, que el hombre fuese como Él, se le asemejase, para poder tener, también, una madre. Repito: Si lo sabré yo… Hasta para Dios es necesario e indispensable tener madre. Él es el Padre. Un Padre huérfano de la fuente más expresiva del amor humano… Del manantial de naturaleza, de vida, de realidad sustancial, que se contiene en la madre… Y un Dios huérfano hace rechinar el universo. Sería como menos Dios… 11