Mujer Y Guerra En El Occidente Europeo (siglos Iii A.c.-i

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Jordi Vidal / Borja Antela (editores) Más allá de la batalla La violencia contra la población en el Mundo Antiguo Libros Pórtico © 2013 Jordi Vidal / Borja Antela Edita: Libros Pórtico Distribuye: Pórtico Librerías, S. A. Muñoz Seca, 6 · 50005 Zaragoza (España) [email protected] www.porticolibrerias.es ISBN: 978-84-7956-117-8 D. L.: Z 750-2013 Imprime: Ulzama Digital Impreso en España / Printed in Spain Índice Introducción ………………………………………….………… ……... IX 1. Trabajar en tiempos de guerra en Mesopotamia ……………………... 1 Agnès Garcia-Ventura 2. La destrucción de la ciudad de Ugarit ……………………………… 27 Jordi Vidal 3. El elefante contra la ballena: La guerra del Peloponeso …………… 39 César Fornis 4. La venganza se sirve fría Tebanos, bránquidas y el recuerdo de las guerras médicas …………… 55 César Sierra Martín 5. Los vivos por los muertos El sitio de Atenas y el Pireo por L. Cornelio Sila en 87-86 a.C. ……… 67 Borja Antela-Bernárdez 6. Mujer y guerra en el Occidente europeo (siglos III a.C.-I d.C.) .…… 97 Alberto Pérez Rubio 7. La destrucció de Valentia per Pompeu (75 a.C.) i el problema del seu abandó ………………………………………… 127 Albert Ribera i Lacomba 8. Crisi o invasió? Els Francs i la destrucció parcial de Tàrraco al s. III ………………... 193 Josep M. Macias / Jordi Morera / Oriol Olesti / Imma Teixell Mujer y guerra en el Occidente europeo (siglos III a.C.-I d.C.) Alberto Pérez Rubio Universidad Autónoma de Madrid Apenas podemos intuir el papel que la mujer desempeña en la actividad bélica de las sociedades del Occidente europeo durante los siglos que contemplan la implantación romana. En los textos relativos a los acontecimientos militares la mujer se encuentra normalmente ausente, salvo en circunstancias excepcionales donde su actuación añade una nota trágica a la narración o aporta un rasgo de pathos que completa el discurso etnográfico del autor sobre la alteridad de los pueblos indígenas. La reflexión de Francine D’Amico1 “That we even need to talk about “women and war” underscores the gendering of our construct of war. War has been perceived as men’s domain, a masculine endeavor for which women may serve as victim, spectator or prize. Women are denied agency, made present but silenced” es también perfectamente válida para la Protohistoria europea. Y, sin embargo, la mujer, como parte de una sociedad inmersa en un determinado momento en una guerra, será, ineludiblemente, partícipe en la misma; una participación que comienza ya antes del estallido bélico, continúa durante el desarrollo de las hostilidades y se prolonga en sus consecuencias. En este artículo nos aproximaremos a la relación entre las dos esferas de lo femenino y lo bélico en las comunidades de la Europa occidental de la última Edad del Hierro, relación a menudo ignorada o soslayada pero que un análisis de las fuentes deja en evidencia. Somos conscientes de la amplitud, en lo espacial y en lo cronológico, que queremos abarcar en nuestro análisis, desde la península ibérica a Germania y desde el siglo III a.C. al I d.C., y lejos de nuestra intención aplicar un mismo rasero a sociedades muy heterogéneas, algo más propio de ese etnógrafo grecorromano empeñado en enfatizar su otredad que de un historiador actual. Sin embargo, la parquedad de datos nos ha decidido a abrir el foco, para intentar discernir que comportamientos son propios de  Este trabajo se enmarca dentro del proyecto Symmachia (Ref. HAR2011-27782 ) y grupo de investigación Occidens. 1 D’Amico 1998, 119. Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ determinadas sociedades y, a la vez, comprobar si existen elementos comunes. Se nos va a permitir pues que, aun siendo conscientes de todos los peros y problemas que la aplicación automática de etiquetas étnicas conlleva, empleemos denominaciones laxas como “celtas”2 o “germanos”, siempre ciñéndonos a su empleo en las fuentes. Nuestra aproximación va a fundamentarse en el análisis de los textos clásicos, con un acercamiento cauteloso, desde una óptica crítica, que tenga en cuenta sus particularidades y sesgos. Pensamos que las noticias de los autores griegos y romanos constituyen el punto de partida inexcusable, pero que en un futuro trabajo podrá enriquecerse con la adición de los fecundos datos que, cada vez más profusamente, nos proporciona la arqueología, con análisis de ajuares funerarios, hábitats, iconografía, etc. Hemos de tener en cuenta el carácter de quienes nos han transmitido información, esto es, autores –hombres– provenientes del mundo grecorromano, de Polibio en adelante.3 Autores, pues, masculinos y provenientes de una órbita cultural diferente a la que describen, que en su discurso traslucirán la visión imperante en sus sociedades sobre el papel que en las mismas debía desempeñar la mujer.4 Lo que se aparte de esta visión servirá para enfatizar la otredad de los pueblos occidentales, sea el “matriarcado” cántabro sea la actuación de una Boudicca.5 Como bien apunta Salinas,6 el comentario de Diodoro Sículo sobre el gran tamaño y la bravura de las mujeres celtas7 –los testimonios arqueológicos parecen desmentir además que fueran especialmente altas8– no es precisamente un elogio, sino una constatación de los valores “invertidos” de una sociedad bárbara respecto a la grecorromana.9 En este sentido, la inclusión de la mujer en ámbitos bélicos imprime un sello bárbaro que entronca con el estereotipo de las amazonas como mujeres guerreras y símbolo de la naturaleza salvaje y del caos.10 Además, ha de apuntarse que las narraciones de los autores clásicos se centran, fundamentalmente, en la conquista romana de estos territorios, un momento de tensión extrema para las sociedades que los habitan. Asistimos a menudo a una lucha por la supervivencia, despiadada, ya se trate de pueblos en migración o de comunidades que intentan resistir la presión 2 El debate ha sido especialmente virulento en lo que respecta a la celticidad, véase por ejemplo Green 1999; Ruiz Zapatero 2001; Carr / Stoddart 2002. 3 Martínez López 1986, 387; González Santana 2011, 28. 4 Gallego Franco 1999, 56. 5 Marco Simón 2010, 153. 6 Salinas 2010, 205. 7 Diod. V.32. 8 Ehrenberg 1990, 153. 9 Esa inversión se va a apoyar, en gran medida, en la contraposición en el discurso sobre la mujer, la pareja y la familia bárbaras (Clavel-Lévêque 1996, 225-229). 10 Blok 1994, 126-144; Pasi 2004, 37-38; González Santana 2011, 50-57. 98 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ romana, y la intervención de su elemento femenino en las mismas es, seguramente, más intenso y dramático que en los conflictos “de baja intensidad” que puntuarían la vida de estas poblaciones antes de la llegada de Roma –en un esquema de multipolar anarchy semejante al postulado por Eckstein;11 para la Galia de los siglos II y I a. C. Deyber habla de violence endémique–.12 No conviene perder esto de vista, sobre todo para entender la implicación del elemento femenino de una comunidad en su defensa. Por último, en una misma comunidad los papeles de la mujer pueden ser muy diferentes –como los de los hombres– en función de su estatus, del lugar que ocupe en la estructura social.13 Y de igual modo, esas diferencias sociales se pueden plasmar en las consecuencias de la derrota, por ejemplo con mujeres de la élite que podían escapar del cautiverio mediante el pago de un rescate –como la gálata Quiomara14– frente al común al que no le quedaría sino la resignación.15 1. Antes de la guerra En la mayor parte de las sociedades antiguas encontramos la dicotomía entre la paz, entendida como elemento femenino, y la guerra, como elemento masculino.16 Incluso en el ámbito de lo mítico la mujer suele aparecer excluida de la guerra, reservada al varón, como vemos en Grecia, donde las escasas referencias a mujeres que combaten –al margen de las divinidades– parecen proceder de cuentos populares o leyendas etiológicas.17 Las sociedades que aquí analizamos siguen este esquema, y el papel de la mujer en la guerra va a ser subsidiario, siendo patrimonio de los hombres su desarrollo, con el combate como clímax. Son, además, sociedades en las que los valores marciales desempeñan un papel fundamental, hasta el punto que algunas, como la celtibérica, ha sido denominada “sociedad agonística” por lo destacado que en su ethos tiene la excelencia en lo bélico.18 Los galos eran para Estrabón de naturaleza guerrera y siempre dispuesta al combate,19 características que comparten con los germanos.20 Y según Tácito, para los varones germanos la guerra y el pillaje constituían la principal actividad.21 11 Eckstein 2009. Deyber 2009, 56. 13 Alberro 2003. 14 Plut. Vir. Mul. XXII. 15 Antela-Bernárdez 2008, 319. 16 Martínez López 2000, 257-259. 17 Picklesimer 1990, 16. 18 Sopeña Genzor 2004. 19 Str. IV.4.2. 20 Str. VII.1.2. 21 Tac. Ger. VI, XIII, XIV. 12 99 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ 1.1. La mujer como transmisora de una ética guerrera Pero una cosa es que la mujer no combata con las armas en la mano –cosa que, como veremos, también puede hacer– y otra que sea ajena al sistema de valores que permea la sociedad en la que ha nacido y vive. Así, la mujer va a participar en la afirmación, transmisión y pervivencia de dicho código ético. Conocida es la cita de Salustio22 que comenta cómo las mujeres de Celtiberia, en el contexto de las guerras sertorianas, cantaban las gestas de sus antepasados: “Las madres conmemoraban las hazañas guerreras de sus mayores a los hombres que se aprestaban para la guerra o el saqueo, donde cantaban los valerosos hechos de aquellos. Cuando se supo que Pompeyo se acercaba en son de guerra con su ejército, en vista de que los ancianos aconsejaban mantenerse en paz y cumplir lo que se les mandase, y de que su opinión en contra no aprovechaba en nada, separándose de sus maridos, tomaron las armas y ocuparon el lugar más fuerte cerca Meo[briga], diciendo a los hombres que, pues quedaban privados de patria, mujeres y libertad, que se encargasen ellos de parir, amamantar y demás funciones mujeriles. Por todo lo cual encendidos los jóvenes, despreciando los acuerdos de los mayores… (se levantan en guerra contra los romanos)”. Se trata de un testimonio precioso. En primer lugar las mujeres aparecen como depositarias y transmisoras de los valores marciales de la comunidad, que recuerdan a los guerreros que parten al combate, y en segundo, y no menos importante, su actuación sirve para decidir el inicio de las hostilidades. La división de las esferas femenina y masculina está clara, con la mujer encargada de “parir, amamantar y demás funciones mujeriles”, y su recurso a las armas es realmente un medio para avergonzar a sus hombres, cuyo comportamiento se aleja de dichos valores. Probablemente estamos ante una situación desesperada –pues esa renuncia a “patria y libertad” sugiere una deditio–, escena que veremos repetida más adelante en casos análogos en distintos escenarios. El canto o los versos como medio para recordar leyes y hechos pasados es conocido para otros pueblos peninsulares como los turdetanos.23 Sabemos que entre los celtas también se glorificaba a los valientes mediante canciones24 y que en Germania el mismo método era empleado para recordar el pasado.25 A través de estas canciones se transmitirían los ideales marciales de dichas sociedades, y aunque no se especifica que fuesen las mujeres celtas y germanas las encargadas como en la Celtiberia de estos cánticos, podemos conjeturar que, al menos en parte, así era. Ya las madres inculcarían esos valores a sus hijos, quizás que de una manera no muy 22 Sal. Hist. II.92. Str. III.1.6. 24 Ael. Var. Hist. XII. 23. 25 Tac. Ger. II.3. 23 100 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ diferente a como las madres espartanas lo hacían con los suyos, tal y como recoge Plutarco en los Dichos de mujeres espartanas, que reflejarían como en Lacedemonia las espartanas eran depositarias y transmisoras de la moral guerrera que tintaba toda la vida de su polis.26 De hecho, Plutarco llega a comentar que el entrenamiento físico que recibían las espartanas iba encaminado a que fuesen capaces de defenderse, a sus hijos y a su patria;27 probablemente se trata de una exageración, pero elocuente de la ideología marcial que imperaba en Ladedemonia, también entre las mujeres. En Irlanda, quizás como reminiscencia de esa función de la mujer encargada de recordar al hombre cómo debía comportarse, encontramos en la épica altomedieval a personajes femeninos que entrenan al héroe, como la Scáthach –“la misteriosa”– que tutela a Cúchulainn.28 La cohesión social del grupo con la reafirmación de los valores marciales a través de la competición por el matrimonio implica también a la mujer. Según Aurelio Víctor,29 en 137 a. C, una bella numantina pretendida por dos jóvenes sería dada por su padre en matrimonio a aquel que trajera primero la mano cortada de un romano. Dejando aparte todas las connotaciones simbólicas del miembro,30 que aquí no competen, destaca la relación entre matrimonio y valor, trasunto de las dos funciones, distintas pero parejas, que hombre y mujer desempeñan para la supervivencia del grupo: la mujer a través de la maternidad y el hombre con su defensa en la guerra. Ya hemos visto como esta distribución de funciones es señalada por las mujeres meobrigenses (vid. supra) y es algo también presente en las poléis griegas y en Roma: la mujer es ciudadana en tanto que dispone de la capacidad, real o simbólica, de traer nuevos ciudadanos al mundo.31 Cómo comenta Martínez López, “dar la vida y dar la muerte –parir y combatir– han sido vistas como actividades simétricas y específicas de uno y otro sexo”.32 Vemos repetido el mismo esquema en Germania, donde el deber fundamental de la mujer es la perpetuación de su comunidad:33 “Limitar el número de hijos o matar a un agnado se considera un oprobio”.34 De hecho, los regalos matrimoniales consistían, además de en bueyes, en un caballo embridado y escudo con una frámea y una espada, y, a su vez, la mujer regalaba al hombre algunas armas. Las palabras de Tácito son más que elocuentes: “Para que la mujer no se considere ajena al valor militar y a los avatares de la guerra, bajo los 26 Elshtain 1991, 546-547. Pasi 2004, 36. 28 Ford 1988, 429. 29 De Vir. LIX. También en Sal. Hist. II.91. 30 Sopeña Genzor 2009. 31 Martínez López 1999. 32 Martínez López 2000, 257. 33 Gallego Franco 1999, 57. 34 Tac. Ger. XIX. 27 101 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ auspicios del incipiente matrimonio se le advierte que pasa a ser compañera de penalidades y peligros; que ha de soportar y arriesgarse a lo mismo, tanto en la paz como en la guerra; esto es lo que significan los bueyes, el caballo preparado y las armas entregadas; así han de vivir, así han de llevar el papel de madres”.35 1.2. El matrimonio como herramienta diplomática El matrimonio entre miembros de las élites sirve también como medio para el establecimiento de alianzas y de relaciones políticas entre diferentes comunidades. En la península ibérica se sellan alianzas entre comunidades ibéricas y generales púnicos mediante matrimonios: dentro de la política de Asdrúbal para atraerse a las élites indígenas está su boda con la hija de un rey ibero,36 algo que repetirá su cuñado y sucesor Aníbal al maridar con una princesa de Cástulo,37 la Imilce de Silio Itálico.38 El refrendo de acuerdos políticos mediante el matrimonio no es algo ajeno a los Bárquidas –Amílcar había casado a su hija con Asdrúbal39– y es harto probable que también se tratara de una práctica común entre las comunidades peninsulares.40 Así, el compromiso entre una bella joven, rehén cartaginesa en Cartago Nova liberada por Escipión y Alucio –princeps celtiberorum–, quizás denote también lazos entre la comunidad de origen de la muchacha, seguramente levantina a tenor de la información de Livio,41 y algún grupo celtibérico, a los que vemos actuar en el este y sur peninsular ya desde comienzos de la Segunda Guerra Púnica.42 El matrimonio de Viriato con la hija de Astolpas sirve para refrendar el pacto entre el dux lusitano y un aristócrata que antes habría estado alineado con los romanos, como le reprocha su yerno durante las nupcias.43 Astolpas, nombre de raíz ibérica y no lusitana,44 habría sido un potentado indígena que se alía con Viriato, quizás para evitar las razias lusitanas contra sus posesiones, quizás por cálculo político.45 En la Galia los matrimonios sellaban acuerdos diplomáticos y servían para estrechar las relaciones entre los grupos rectores de las comunidades.46 35 Tac. Ger. XVIII. Diod. XXV. 12. 37 Liv. XXIV. 41. 38 Sil. III, 97. 39 Liv. XXI.3. 40 Martínez López 1986, 392-394; Sánchez Moreno 1997. 41 Liv, XXVI.50. 42 Sánchez Moreno 1997, 292-293. 43 Diod. XXXIII, 7 44 Salinas de Frías 2008, 114. 45 Koch 2009. 46 Lewuillon, 1990, 354; Brunaux 2004, 136-137. 36 102 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ Sabemos por César47 cómo el líder helvecio Orgetorix sancionó su acuerdo con el eduo Dúmnorix entregándole a su hija en casamiento; Dúmnorix, por su parte, había casado a su madre con un potentado biturige y entregado a otras mujeres de su familia en boda a otros pueblos, una maniobra más para reforzar su poder e influencia.48 También los remos declaran estar ligados a las comunidades belgas por “[…] parentescos y vínculos familiares”.49 Brunaux50 piensa incluso que la etimología que a propósito de los celtíberos da Diodoro –“Estos dos pueblos, iberos y celtas, en otro tiempo habían peleado entre sí por causa del territorio, pero hecha la paz, habitaron en común la misma tierra; después, por medio de matrimonios mixtos, se estableció la afinidad entre ellos y por esto recibieron un nombre común”51– reflejaría alianzas matrimoniales entre comunidades de la Galia e Iberia. Prácticas similares se habrían dado en Germania, como atestigua Tácito, que comenta que los germanos son monógamos “[…] excepto unos pocos, quienes, no por su ardor amoroso, se ven solicitados para muchas uniones por su condición de nobles”.52 Sabemos que el suevo Ariovisto estaba casado con dos mujeres, una sueva y otra hermana del rey nórico Voción, que la había enviado a la Galia para que se desposase con el líder germano.53 El matrimonio de Arminio con Thusnelda, hija del aristócrata querusco Segestes, aunque entre miembros de una misma comunidad –Arminio también era querusco– muestra cómo se estrechaban lazos entre las élites dirigentes.54 La mujer sirve pues como depositaria y transmisora de los valores marciales de su comunidad, de los que también participa. Mediante el matrimonio se convierte, además, en un instrumento político en el establecimiento de alianzas. Veamos ahora su papel cuando el conflicto estalle. 2. Durante la guerra Durante el desarrollo de la guerra la mujer aparece eclipsada en el relato de nuestras fuentes, ya que son los guerreros masculinos quienes combaten y sobre los que recae el peso de la decisión y la acción militar. Solo en contados casos, y prácticamente siempre en situaciones desesperadas –toma 47 Caes. Gal. II.3. Caes. Gal. II.18. 49 Caes. Gal. II.4. 50 Brunaux 2004, 137. 51 Diod. V.33. 52 Tac. Ger. XVIII. 53 Caes. Gal. I.53. 54 Tac. Ann. I.57; Str. VII.1.4. 48 103 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ de ciudades, asalto a campamentos–, las mujeres empuñan las armas. Aunque entendamos que parte de lo narrado es producto de la situación extrema que acontece –o incluso que el autor carga las tintas para ahondar en el pathos trágico–, son comportamientos y reacciones que no pueden desligarse del mundo ético y cultural de la sociedad en cuestión. 2.1. La mujer en el combate Quizás sea en los grupos en migración donde más nítidamente se asiste a esa situación donde la supervivencia de todo el grupo está en cuestión, puesto que las mujeres, junto con los niños y los ancianos –esto es, la parte no combatiente de la población– se desplazan junto con los guerreros. Así, vemos cómo los gálatas mercenarios de Antígono Gonatas viajan con sus familias, exigiendo a su patrón que les pague una estátera de oro por cada miembro de la comunidad, en lugar de solo a los combatientes, cómo habrían acordado.55 También los gálatas aegosages, que cruzan el Helesponto para ser reclutados por Átalo I de Pérgamo, viajaban con sus familias.56 Los cimbrios y los teutones, que junto con otros grupos como ambrones o tigurinos se desplazan durante las dos últimas décadas del siglo II a.C. en una verdadera völkerwanderung por el centro y occidente europeo, viajan como comunidades enteras. Así, cuando en Aquae Sextiae –102 a.C.– el cónsul Cayo Mario derrote a los ambrones y estos retrocedan huyendo hasta su campamento de carros, sus mujeres “[…] con espadas y hachas los enfrentaron, y con horribles gritos de rabia intentaron repeler tanto a fugitivos como a perseguidores, a los primeros como traidores y a los segundos como enemigos; metiéndose entre los que peleaban, asiendo con la mano desnuda los escudos de los romanos, cogiéndoles las espadas y sufriendo sus heridas y golpes, hasta caer muertas”.57 Vemos pues cómo las mujeres ambronas arremeten contra sus hombres, que han incumplido su ética guerrera al retroceder, y contra los legionarios. Así, aunque combatir no entra dentro sus funciones, lo hacen en esta situación sin salida, llevadas por la desesperación y empujadas por los valores marciales de la comunidad. También los germanos de Ariovisto –harudes, marcómanos, tríbocos, vangíones, németes, edusios y suevos–, antes de la batalla contra César, “[…] rodearon toda su formación con carromatos y carros para que no hubiese esperanza ninguna de fuga. Encima colocaron a las mujeres que, 55 Polyaen. IV.17. Plb. V.78. 57 Plu. Mar. XIX. 56 104 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ entre lloros y tendiéndoles sus manos, rogaban a los soldados que partían al combate que no las entregaran como esclavas a los romanos”.58 No en balde Tácito comenta como las mujeres y los niños acompañarían a los guerreros germanos en sus expediciones: “Tienen a su lado a sus seres queridos y pueden oír el ulular de sus mujeres y los llantos de sus niños; estos son los testigos más sagrados para cada cual, estos son los que más les alaban. Acuden con sus heridas ante sus madres y esposas; ellas las repasan y examinan sin atemorizarse y llevan a los combatientes alientos y ánimos”.59 Las mujeres se convierten en testigo del valor de los hombres, orgullosas de que reciban heridas en el combate, marca de esa bravura. Son las depositarias últimas de la ética guerrera de la comunidad. En caso de que aquellos flaqueen les insuflarán ánimo: “Se conserva en el recuerdo que algunos ejércitos, cediendo y a punto de desfallecer, se rehicieron gracias a las mujeres, por la insistencia de sus ruegos y por la exhibición de sus pechos, mostrándoles el inminente cautiverio: lo temen mucho más por la suerte de sus mujeres […]”.60 Nótese esa apelación al “recuerdo”, a la memoria de pasadas batallas, que bien podía verbalizarse con el ulular de las mujeres, cánticos que rememorasen las hazañas de su pueblo. Idéntica imagen es conjurada por Tácito para la revuelta bátava del 69 d. C., cuando las legiones atacaron la Insula Batavorum: “Civilis […] ordena que su propia madre y su hermanas, así como las esposas e hijos pequeños de todos, se coloquen a sus espaldas como acicate para la victoria o motivo de vergüenza en la derrota. Cuando los cantos de los hombres y los alaridos de las mujeres resonaron en toda la formación […]”.61 Que César62 mencione que durante su primer cruce del Rin los suevos enviaron a sus mujeres e hijos a los bosques quizás confirma el que normalmente estuviesen presentes en los combates, pero no en este envite excepcional.63 En la península ibérica vamos a encontrar a la mujer implicada de lleno en la guerra en determinados episodios. Cuando Aníbal en 220 a.C. atacó Helmántica y consiguió la rendición de sus habitantes, las mujeres escondieron bajo sus vestidos armas, que entregaron a los hombres para que estos se revolviesen contra los púnicos que los guardaban, e incluso algunas mujeres habrían atacado a sus guardianes.64 Se trata, por otra parte, de una anécdota común, que el mismo Polieno narra a propósito de las mujeres 58 Caes. Gal. I.51. Tac. Ger. VII. 60 Tac. Ger. VII. 61 Tac. Hist. IV.18. 62 Caes. Gal. IV.19. 63 Ehrenberg 1990, 164. 64 Plut. Vir. Mul. 248 3; Polyaen. VII.48 (Fernández Chicarro y De Dios 1954). 59 105 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ melias65 o que vemos en otros contextos, cómo los conjurados tebanos que, disfrazados de mujeres y con armas escondidas, asesinaron a los magistrados pro-lacedemonios en 379 a.C.66 Refrendo, en cualquier caso, de que no era normal que las mujeres empuñasen las armas y por eso no se habría procedido a su “cacheo” durante la rendición. El que las mujeres combatan junto a los hombres parece haberse circunscrito a algunos pueblos del área norocciental, como cuenta Apiano67 –seguramente con Polibio como fuente68– para la campaña de Sexto Junio Bruto entre el 138 y el 136 a.C. en Lusitania –“[…] las mujeres luchaban al lado de los hombres y morían con ellos, sin dejar escapar jamás grito alguno al ser degolladas”– y contra los brácaros –[…] un pueblo enormemente belicoso que combate juntamente con las mujeres que llevan armas y mueren con ardor sin que ninguno de ellos haga gesto de huir, ni muestre su espalda, ni deje escapar un grito”–. Diógenes Laercio, autor ya del siglo III d.C., se hace eco de esto respecto a los ártabros, invirtiendo totalmente y de manera poco creíble los roles de género: “Las mujeres hacen la guerra y los hombres guardan la casa y se ocupan de las labores femeninas”.69 Las mujeres, normalmente, participarían en tareas auxiliares, sobre todo en caso de asedio, como conocemos múltiples ejemplos en el mundo griego,70 proporcionando víveres, reforzando las defensas, acarreando proyectiles...Contamos así con la cita de Tito Livio sobre el asalto de Iliturgi por Escipión, cuando “[…] incluso las mujeres y los niños trabajaban más allá de sus fuerzas, llevando proyectiles a los combatientes y piedras a las murallas para los que reforzaban las defensas”.71 Hemos visto cómo entre los germanos será en medio del fragor del conflicto cuando el papel de la mujer como transmisora y garante de los valores guerreros de la comunidad vuelva a aflorar, exacerbado ahora por la tensión bélica. Serán ellas las que avergüencen a los varones y les exhorten a la lucha, y vemos comportamientos similares en la península ibérica, aunque no se produzcan en medio de la batalla. La cita de Salustio ya mentada72 indica que fueron las mujeres de Meobriga las que empujaron a la guerra a sus hombres, y sabemos por Diodoro que entre los habitantes de Numancia y Tiermes, en el momento de tener que deponer las armas: “[…] una noble lamentación se levantó y el amor a la libertad encendió las almas de la 65 Polyaen. VIII.64. Plut., Pel. XI. 67 App. Iber., LXXI-LXXII. 68 García Moreno 2002, 142. 69 Focio, Biblioteca, coo. 166.25. 70 Schaps 1984, 194-196; Pasi 2004, 41. 71 Liv. XXVIII.19. 72 Sal. Hist. II.92. 66 106 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ multitud; se acusan unos a otros, las mujeres a los maridos”.73 También Floro74 comenta cómo en los momentos últimos del asedio de Escipión las numantinas evitaron que sus hombres huyeran cortando las cinchas de sus caballos, aunque pensamos que quizás haya que interpretar este párrafo, más que como una exhortación a la defensa, como una reacción producida por el miedo a quedar inermes, semejante a lo que ocurrió en Avaricum al intentar huir sus defensores: “[…] de repente se lanzaron a las calles las madres de familia y, arrojándose a los pies de los suyos, envueltas en llanto, les rogaron con toda clase de súplicas que no las entregasen al suplicio de los enemigos […] pues la debilidad de su constitución y sus pocas fuerzas les impedían emprender la huida. Cuando vieron que ellos persistían en su idea […] empezaron a dar gritos y a delatar a los romanos a la fuga”.75 El que las mujeres animaran y empujaran a sus hombres no es desde luego un comportamiento excepcional en el mundo antiguo, y por ejemplo en Grecia también asistimos a episodios en los que la parte femenina de la comunidad se muestra beligerante y partícipe de la resistencia.76 2.2. La mujer al frente de la comunidad En contados casos, salvo en Britania, tenemos menciones de mujeres dirigiendo la guerra. En el anónimo Tractatus De Mulieribus, datado a finales del siglo II o comienzos del I a.C.,77 se menciona a una Onomaris que “[…] era honrada por los gálatas. Cuando su pueblo estaba atenazado por la hambruna y quería huir de su país, se ofrecieron como súbditos de cualquiera que les guiase. Como ningún hombre quiso hacerlo, ella puso toda su propiedad en común y condujo a los emigrantes, que eran multitud […] Cruzando el Danubio y venciendo a los nativos en batalla, gobernó como reina sobre esa tierra”.78 El episodio se localizaría dentro de las migraciones célticas hacia los Balcanes de finales del siglo III a.C. o comienzos del siguiente,79 y se ha sugerido que esa capacidad de liderazgo tendría que ver con una dimensión religiosa, profética tal vez,80 de la que como veremos más adelante gozaban otras mujeres del ámbito celta o germano. En Britania encontramos mujeres al frente de una comunidad, como la reina Cartimandua de los brigantes, que se mantuvo en el poder al menos 73 Diod. XXXIII.16. Flor. I.34.11. 75 Caes. Gal. VII.26. 76 Schaps 1984, 194-196. 77 Gera 1997. 78 según Koch / Carey 2000, 42. 79 Koch 2005, 1396. 80 Gera 1997, 223. 74 107 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ durante doce años.81 Cartimandua se habría convertido en reina cliente de Roma en 47 d.C., y en 50 d.C. entregó al líder de la resistencia britana, Carataco, a los romanos.82 Su posición de preeminencia queda clara en las disputas con su marido Venutio, partidario tras la derrota de Carataco de la resistencia frente a Roma y al que repudió en favor de Vellocato, conductor de su carro.83 El rey iceno Prasutago hizo herederas a sus dos hijas junto a Nerón, sin duda para que conservaran su estatus como reinas cliente de Roma. Una aspiración traicionada por la propia administración imperial: saqueadas sus posesiones y ultrajadas las jóvenes por centuriones, su madre Boudicca dirigió la rebelión de icenos y trinovantes contra el dominio romano entre el 60 y el 61 d.C.84 Boudicca es descrita por Dión Casio como: “una mujer britana de la familia real, que poseía mayor inteligencia de la que normalmente corresponde a las mujeres. Esta mujer reunió a su ejército, que sumaba 120.000, y subió a un estrado que habían construido en tierra al modo romano. Era muy alta de estatura, terrible a la vista, con una mirada muy fiera, y su voz era áspera; una gran caballera pelirroja le caía hasta las cadera, alrededor de su cuello llevaba un collar de oro y vestía una túnica de variados colores, sobre la que llevaba un grueso manto sujeto con un broche. Este era su atuendo invariable. Cogió una lanza que le ayudase a aterrorizar a los espectadores […]”.85 Al margen del comentario sobre su inteligencia, buena muestra de las concepciones grecorromanas sobre la mujer, la descripción física de Boudicca, alta y sobrecogedora, recuerda a la de Diodoro para las mujeres celtas (vid. supra), convertida en un tópico que llega hasta Amiano Marcelino86 en el siglo IV d.C. Pero lo que a nosotros nos interesa es esa capacidad para ejercer el poder, legitimada por su ascendencia real, y esa capacidad para hablar en público y dirigir la guerra, con la lanza como símbolo, tal y como conocemos en otros episodios como el de Olíndicio y su lanza de plata en la Celtiberia87 o como la terrible lanza Gae Bolga entregada por Scáthach a Cúchulainn mientras le entrenaba.88 En el Agrícola Tácito remarca que los britanos no hacían distinción de sexo a la hora de escoger a sus líderes,89 algo que también pone en boca de Boudicca cuando, sobre un carro de guerra –obsoletos ya en la Céltica continental pero aún en uso en la isla– y junto con sus hijas, arengue a los guerreros antes del 81 Ehrenberg 1990, 167; Berresford 1996, 84. Tac. Ann. XII.36. 83 Tac. Hist. III.45. Muestra del renovado interés historiográfico sobre Boudicca son, por ejemplo, Hingley / Unwin 2005 y Johnson 2012. 84 Tac. Ann. XIV.31. 85 Dio. Cass. LXII.2.2. 86 Amm. Marc. XV.12. 87 Flor. I.33. 88 Berresford 1996, 72. 89 Tac. Agr. XVI.1. 82 108 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ encuentro decisivo contra los romanos de Suetonio Paulino: “no era raro que los britanos lucharan bajo el liderazgo de una mujer”.90 Esto nos da una indicación de esa preeminencia de las mujeres aristocráticas y su participación política en las comunidades britanas, ausente en el resto de ámbitos que hemos analizado. En dicha batalla, los britanos llevaron consigo, en carros, a sus mujeres a contemplar el combate, en lo que podemos poner en paralelo con lo que hemos visto para los germanos. En la épica insular, al margen de las diosas guerreras, se conocen a mujeres gobernantes y que combaten, aunque es complicado discernir el elemento mítico del real.91 2.3. La esfera religiosa Poco antes del estallido de la rebelión de Boudicca, aunque probablemente se trata de hechos relacionados, Suetonio Paulino había atacado el centro druídico de la isla de Mona, actual Anglesey, donde los legionarios al desembarcar se encontraron con que “en la orilla aguardaba el ejército enemigo en una densa formación de guerreros armados, entre cuyas líneas corrían mujeres, ataviadas de negro como las furias, con el pelo enmarañado, agitando antorchas […]”.92 Estamos, probablemente, no ante las esposas de los guerreros, sino ante sacerdotisas, que junto con los druidas que también menciona Tácito en ese mismo pasaje intentarían excitar el ánimo de los guerreros, imprecando a los romanos atacantes y buscando propiciar la ayuda divina. Junto a esta noticia sobre el asalto a la isla de Mona, disponemos de otros testimonios sobre la participación de mujeres en la faceta religiosa de la actividad bélica, sobre todo en funciones proféticas y propiciatorias. Estrabón refiere para los cimbrios que contaban con sacerdotisas encargadas de sacrificar a los prisioneros de guerra capturados.93 Ataviadas de blanco, degollarían a los prisioneros sobre un caldero para profetizar según la sangre cayera en el mismo, mientras otras abrían las entrañas de los infortunados para adivinar el resultado de la batalla. Durante la misma, estas sacerdotisas se encargarían de golpear las pieles con que se recubrían los carros en los que, como hemos visto, viajaban cimbrios y teutones, para, a modo de tambores, producir un estruendo. Este sonido tendría –como los cánticos a que antes hacíamos alusión, como el baritus germano94 o como el golpeo de 90 Tac. Ann. XIV.35. Berresford 1996, 78-79. 92 Tac. Ann. XIV.30. 93 Str.VII.15. 94 Tac. Germ. III. 91 109 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ las armas contra el escudo– un significado religioso y sería un medio de infundir coraje y determinación a los guerreros que lo escuchaban, recuerdo además de que sus familias contemplaban en retaguardia sus hazañas y dependían de su valor. Según César, los germanos tenían “[…] la costumbre de que las matronas anunciasen, de acuerdo con sus suertes y oráculos, si valía la pena o no entablar combate […]”.95 Las matronas –matres familiae– serían seguramente las mujeres más ancianas de la unidad familiar.96 Tácito confirma el papel augural de algunas mujeres germanas: “Es más, piensan que hay en ellas [mujeres] algo santo y profético, por lo que no desprecian sus consejos ni desdeñan sus respuestas. Vimos, en el reinado del divino Vespasiano, a Véleda, considerada por muchos como una deidad, y en otro tiempo veneraron a Aurinia y a muchas otras, no por adulación ni por divinizarlas”.97 Véleda, cuyo nombre sería céltico y no germánico,98 participa como adivina en la rebelión de Civilis: “Esta doncella, brúctera de nación, ejercía un extendido imperio, de acuerdo con una vieja costumbre de los germanos por las que a muchas mujeres se las considera profetisas y, al crecer la superstición, también diosas. Entonces se acrecentó la autoridad de Véleda, pues había predicho los éxitos de los germanos y el exterminio de las legiones”.99 Conocemos varias noticias sobre mujeres con virtudes proféticas entre celtas, celtíberos y germanos,100 virtudes que, como se ha mencionado para Onomaris (vid. supra), tendrían que ver con su capacidad para influir en las decisiones bélicas o incluso ejercer el mando en ámbitos como Britania. Así Boudicca, según Dión Casio, tras una arenga a su ejército “[…] empleó una especie de adivinación, dejando que una liebre escapase de los pliegues de su vestido; como esta corriese hacia el lado que consideraban de buen augurio, la multitud gritó entusiasmada, y Boudicca, levantando su mando hacia el cielo, dijo “Te doy las gracias Andraste, y te invoco hablando de mujer a mujer […] Como reina de estos hombres y mujeres, te suplico y rezo por la victoria, la conservación de la vida y de la libertad”.101 Esta especial relación con la divinidad –femenina también, y de la que no hay más menciones que esta– legitimaría el papel dirigente de Boudicca. 95 Caes. Gal. I.50. Ehrenberg 1990, 157. 97 Tac. Ger. VIII. 98 Salinas 2010, 208. 99 Tac. Hist. IV.61. 100 Salinas 2010, 207-209. 101 Dio. Cass. LXII.2.6. 96 110 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ 2.4. El ámbito diplomático Ya vimos cómo el matrimonio de mujeres de la élite servía como herramienta diplomática entre comunidades antes del estallido de las hostilidades. Una dimensión diplomática tiene también la entrega de rehenes que, muy a menudo, son también mujeres, en lo que constituye tanto una garantía de los pactos acordados como una herramienta de presión. En la península ibérica,102 durante la segunda guerra púnica, los cartagineses mantenían rehenes en Sagunto103 y Cartago Nova. Allí compartían cautiverio la prometida de Alucio, la esposa e hijos de Edecón,104 caudillo de los edetanos, y la esposa de Mandonio y las hijas de Indíbil.105 La entrega de rehenes para certificar los pactos probablemente entraba dentro de los mecanismos diplomáticos indígenas y no era solo producto de la imposición púnica o romana, dada la recurrencia en su empleo y el paralelismo de este instrumento en el mundo galo.106 Sabemos por César107 que en el 56 a.C. los aquitanos intercambiaron rehenes como cláusula que garantizaba la formación de una coalición, plasmación física de un acuerdo que tiene su espejo en el plano religioso con los juramentos dados.108 La misma garantía doble aparece durante los preparativos de la gran rebelión gala del 52 a.C.: “[…] como en aquel momento no podían garantizarse mutuamente, con rehenes, que la cosa no fuera a divulgarse, para que al menos quedase sancionada empeñando el juramento y la palabra […]”.109 En la Galia los rehenes servían también como medio de presión de unas comunidades sobre otras, no siendo en este caso recíproca su entrega.110 También en Germania las mujeres se entregaban como rehenes: “[…] se obtiene una lealtad más eficaz en las ciudades en las que se exige muchachas nobles entre los rehenes”.111 Desempeñando un papel más activo, parece que algunas mujeres podrían haber ejercido como árbitros en disputas entre comunidades. Contamos con la noticia que nos da Plutarco112 sobre las mujeres celtas que durante el cruce de los Alpes, en su migración hacia Italia, mediaron en la disputa que se produjo entre ellos y que casi les habría conducido a la guerra civil. 102 Sánchez Moreno 1997, 292-293. Plb. III.98-99. 104 Plb. X.34. 105 Plb. X.18. 106 García Riaza 1997, 82 y 2006. 107 Caes. Gal. III.23.2. 108 García Riaza 2010, 153. 109 Caes. Gal. VII.2.2. 110 Deyber 2009, 174-175. 111 Tac. Ger. VIII. 112 De Virt. Mul. 246B; también en Polyaen. VII.50. 103 111 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ Interpuestas entre los dos bandos, arbitraron con tal justicia que a partir de entonces se consultaba a las mujeres respecto a la guerra y la paz y en los asuntos relativos a las alianzas. De igual manera, cuando establecieron tratos con Aníbal al comienzo de la segunda guerra púnica se estableció que si hubiera quejas de los celtas contra los púnicos serían los generales cartagineses en Iberia quienes decidirían, y si las quejas eran de los púnicos serían jueces las mujeres celtas. Véleda, la profetisa brúctera, también habría ejercido como árbitro en un conflicto entre téncteros y agripinenses,113 lo que como apunta Salinas implica un conocimiento del derecho consuetudinario.114 Dión Casio115 comenta que Masyos, rey de los semnones, y Ganna, una virgen celta que sucedió a Véleda como oráculo y cuyo nombre podría significar “intermediario”,116 visitaron a Domiciano. Las noticias sobre Véleda y Ganna –embajadora ante el emperador nada menos– nos ayudan a intentar acotar la difusa referencia de Plutarco; seguramente serían las mujeres con capacidades proféticas aquellas que actuarían en el plano diplomático, gracias a su relación privilegiada con el ámbito divino (trasunto de su más que probable elevado estatus socio-político), pero esto implica necesariamente un conocimiento de los mecanismos jurídicos que va más allá de sus supuestas capacidades espirituales. 3. Vae Victis117 Cabe mencionar que, si hemos visto cómo a veces las mujeres animan a sus hombres a la resistencia, en otras ocasiones serán ellas las que medien en la rendición; con su intercesión intentarían mover a la piedad al vencedor y, quizás, evitar un postrer deshonor a los hombres derrotados, siendo ellas las que se humillen doblando la cerviz. César menciona en la Galia rendiciones que hasta cierto punto parecen regidas por una gestualidad preestablecida, en las que las mujeres tienden las manos desde lo alto de la muralla, como en Bratunspancio118 o en Gergovia.119 Habitualmente, cuando la conclusión del conflicto suponga la derrota de su comunidad, la mujer sufrirá duramente sus amargas consecuencias. Evidentemente estas variarán en función de las circunstancias, y no serán igual en el caso de una deditio –que “[…] impedía técnicamente la 113 Tac. Hist. IV.65. Salinas 2010, 208. 115 Dio.Cass. XLVII.pos=1569.3. 116 Salinas 2010, 208. 117 Para una visión de conjunto sobre el destino de los derrotados durante la conquista romana en la península ibérica, véase Alvar Ezquerra 2000 y Gracia Alonso 2006. 118 Caes. Gal. II.13. 119 Caes. Gal. VII.47. 114 112 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ aplicación de agresiones físicas o esclavizaciones, condicionando netamente la limitación de las demandas”120– que de la toma al asalto de una ciudad. Nos centraremos aquí en las facetas más trágicas y que impactan directamente en las posibilidades de supervivencia de las comunidades afectadas. 3.1. Muerte En muchas ocasiones se producen suicidios en masa, con ejemplos como Sagunto,121 Astapa,122 Vercellae123 o Numancia.124 Aunque cabe preguntarse si la descripción de estos episodios tiene más que ver con la manera en que el quitarse la vida era conceptuado en las sociedad de sus autores que en aquellas que describen,125 el suicidio casaría con una ética guerrera126 donde el honor y la vergüenza ocupan un lugar destacado en las concepciones morales: el suicidio salva el primero y evita la segunda.127 El caso extremo, y en un ámbito estrictamente masculino, sería las clientelas militares que conocemos en la Celtiberia, en la Galia y en Germania –devotio, soldurii, comitatus–,128 en las que los vinculados a un líder guerrero consideran una deshonra sobrevivirle en batalla y optan por el suicidio. Conocemos, además, múltiples ejemplos en otros ámbitos, como el griego, en los que en una población sitiada se opta por el suicido antes que afrontar las duras consecuencias de la rendición, en lo que se consideraría un comportamiento heroico.129 Pero, como perspicazmente apunta Schaps,130 en los testimonios que tenemos –para Grecia– son los hombres quienes toman la decisión131 del suicidio colectivo y quienes lo llevan a cabo, y aunque no se menciona que las mujeres se opusiesen a los mismos desconocemos su opinión al respecto. Del mismo modo ¿en Sagunto, en Astapa o en Numancia son solo los hombres quienes decidieron el suicido? ¿Preguntó el gálata Ludovisi a su mujer si prefería la muerte al cautiverio antes de apuñalarla (fig. 1)? Nunca lo sabremos, pero pensamos que, dado que la mujer participa igual que el hombre en el esquema de valores de su comunidad, marcado por lo marcial, 120 García Riaza 2011, 27. Liv., XXI.14, App. Iber. XII, ausente en cambio en el relato de Polibio III.17. 122 Liv., XXVIII.22. 123 Plut. Mar. XVII. 124 App. Ib. XCVI, Flor. I.34. 125 van Hooff 1990, 14-15. 126 Para el mundo celta véase Rankin 1996, 170. 127 van Hooff 1990, 83-92; Garrison 1991, 13. 128 Sopeña Genzor 2004, 68-69. 129 Schaps 1984, 199-201; Pasi 2004, 43. 130 Schaps 1984, 200. 131 Salvo en el caso de las mujeres focidias, Plut. Vir. Mul.II. 121 113 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ su respuesta habría sido afirmativa. Según Apiano,132 los saguntinos realizaron una última salida para morir con las armas en la mano; derrotados, sus mujeres, que contemplaban el combate desde las murallas, se arrojaron desde los tejados o se ahorcaron, matando también a sus hijos. Durante las guerras cántabras vemos también cómo las mujeres, pero también los niños, interiorizan el suicidio como una salida preferible al cautiverio: “Se cuenta, por ejemplo, que en las guerras de los cántabros las madres mataron a sus hijos antes de permitir que cayesen en manos de sus enemigos. Un muchacho cuyos padres y hermanos habían sido hechos prisioneros y estaban atados, mató a todos por orden de su padre con un hierro del que se había apoderado. Una mujer mató a sus compañeras de prisión […]”.133 Sin desdeñar el testimonio, hay que tener en cuenta que Estrabón comenta que el que las mujeres sean tan bravas como los hombres es un rasgo compartido por otros pueblos como tracios y escitas: el constructo grecorromano de inversión de valores y oposición civilización-barbarie es evidente. En los momentos posteriores a la batalla de Vercellae fueron las propias mujeres cimbrias quienes quitaron la vida a sus familiares: “Las mujeres, vestidas de negro, permanecieron en los carros y asesinaron a los que huían –sus maridos o hermanos o padres– y luego estrangularon a sus hijos o los arrojaron bajo las ruedas de los carros o las pezuñas del ganado, y luego se cortaron las gargantas. Se dice que una mujer se colgó de un poste con sus hijos atados a los tobillos”.134 El miedo al deshonor, aunque sea en otro ámbito, el púnico, está presente en el suicidio de la mujer de Asdrúbal en el 146 a.C., durante la terrible última hora de Cartago; frente al vergonzoso comportamiento de su marido, que se entregó a los romanos, ella se arrojó a las llamas junto a sus dos hijos tras reprocharle su ignominia.135 Cuando no se opte por el suicidio, la muerte puede venir también a manos de la espada enemiga. Particularmente, parece que el comportamiento del ejército romano podía ser en extremo feroz al tomar una ciudad, incluso excepcional para los ya crueles estándares coetáneos, como pinta Polibio respecto al saco de Cartago Nova en 209 a.C.136 Las instancias en que se narra el asesinato de vencidos son múltiples, sin que las más de las veces se diferencie entre hombres o mujeres, aunque la mención precisa a la muerte de mujeres y niños evidenciaría un suceso especialmente sangriento.137 Por ejemplo, cuando las tropas de Escipión tomaron Iliturgis en 206 a.C. pasaron 132 App. Iber. XII. Str. III.4.17. 134 Plut. Mar. XXVII. 135 van Hooff 1990, 92. 136 Plb. X.15. Así opina Harris 1979, 50; contra Eckstein 2006, 3. 137 Para una lista con algunos de los casos de ciudades tomadas por Roma donde se producen matanzas véase Harris 1979, 263. 133 114 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ a cuchillo a toda la población, incluidos mujeres y niños.138 Otro ejemplo de exterminio de población local, incluidos mujeres y niños, es la acción de Tito Didio en 98 a.C. sobre los celtíberos asentados en las inmediaciones de Colenda,139 que recuerda a la tropelía de Galba contra los lusitanos,140 aunque en este caso no se mencione la presencia de mujeres ni menores. Un asedio especialmente gravoso para los atacantes solía traducirse en violencias indiscriminadas una vez que la ciudad caía, como nos recuerda César en el ya mencionado caso de Avaricum: “Y no hubo nadie que se preocupara del botín. Enardecidos por la matanza de Cenabum y por las fatigas de las obras, no perdonaron ni a los que estaban ya acabados por la edad, ni a las mujeres ni a los niños. A la postre, de una cantidad que rondaba las cuarenta mil personas apenas llegaron sanas y salvas ante Vercingétorix ochocientas […]”.141 También en los campamentos de grupos en migración se producen las mismas escenas; vencidos sus hombres, en el frenesí de la victoria los enemigos no suelen hacer distingos a la hora de abatir. César provocó una verdadera masacre a traición entre los usípetes y téncteros que intentaban establecerse en la Galia: “En cuanto a la multitud restante de niños y mujeres –pues habían salido de su patria y cruzado el Rin con todos sus bienes–, huyó a la desbandada. César envío a la caballería en su persecución”.142 Debió ser un episodio tan luctuoso que impactó mucho en Roma, hasta el punto que Catón lo consideró una ruptura del derecho de gentes y propuso la entrega de César como expiación.143 Por otra parte, en los escasos casos en que se mencionen a mujeres romanas como víctimas – aunque puede muy bien tratarse de nativas emparejadas con romanos, en lo que sería una situación habitual144– no encontramos un tratamiento más clemente, y de hecho quizás exacerbado por los rencores de la conquista. No sabemos si el asesinato de ciudadanos romanos en Cenabum incluyó a sus esposas,145 pero durante la rebelión de Boudicca, tras el saqueo de la colonia de Camulodunum y de Londinum, se cometieron terrible violencias contras las mujeres –pechos seccionados, empalamiento–, que fueron ofrecidas como sacrificio en el bosque sagrado de la diosa Andraste,146 a la que la líder britana había pedido ayuda (vid. supra). La muerte podía llegar también como consecuencia de las privaciones a que era sometida una ciudad sitiada, y no por suicidio o a manos del 138 App. Iber.XXXII. App. Iber. XCIX-C. 140 App. Iber. LIX-LX. 141 Caes. Gal. VII.26. 142 Caes. Gal. IV.14-15. 143 Plut. Caes. XXII.4; LI.1; Suet. Divus Julius XXIV. 3. 144 Martínez López 1986, 394-395. 145 Caes. Gal. VII.3. 146 Dio. Cass. LXII.2.7. 139 115 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ enemigo. Cuando Vercingétorix fue sitiado por César en Alesia, expulsó a los habitantes –incluidas mujeres y niños– para que las provisiones durarán más tiempo a los guerreros galos; atrapados en tierra de nadie –César había prohibido que se les permitiese franquear sus líneas–, los infortunados mandubios murieron de hambre.147 No mucha mejor suerte les hubiese aguardado si se hubiera seguido el consejo del noble arverno Critognato: “[…] crueldad excepcional y abominable. […] Hacer lo que hicieron nuestros mayores en aquella guerra, en modo alguno comparable, contra cimbrios y teutones: al verse empujados dentro de sus plazas y sometidos a las mismas privaciones, se mantuvieron con vida gracias a los cuerpos de aquellos que por su edad se veían inútiles para la guerra […]”.148 Este recurso al canibalismo en una situación desesperada se documenta también en la península ibérica; habría ocurrido en Numancia,149 donde la antropofagia sirvió a los autores latinos para enfatizar el salvajismo de los defensores150 y también en Calagurris durante el asedio pompeyano del 72 a.C. Según Valerio Máximo: “[los habitantes] para ser por más tiempo fieles a las cenizas del fallecido Sertorio, frustrando el asedio de Cneo Pompeyo, en vista de que no quedaba ya ningún animal en la ciudad, convirtieron en nefanda comida a sus mujeres e hijos; y para que su juventud en armas pudiese alimentarse por más tiempo de sus propias vísceras, no dudaron en poner en sal los infelices restos de los cadáveres”.151 3.2. Cautiverio, violación, deportación Si la muerte no sobrevenía, el inevitable destino de las mujeres era el cautiverio. Es de sobra conocida la enorme afluencia de esclavos que como consecuencia de las guerras de conquista romanas llegaron a Italia durante los dos últimos siglos de la República,152 y las narraciones de los autores clásicos sobre las campañas romanas en el occidente europeo inciden en la esclavización de los derrotados.153 Lejos de realizar un análisis pormenorizado de cifras, cabe mencionar, por ejemplo, que según Livio Mario capturó 90.000 teutones y 60.000 cimbrios154 o que se han estimado en 150.000 los cautivos que César hizo en la Galia,155 con menciones 147 Caes. Gal. VII.78. Caes. Gal. VII.77. 149 App. Iber. XCVI; Vell. VII, VI. 150 Jimeno Martínez / De la Torre Echávarri 2005, 32-33. 151 Val. Max. VII.6. 152 Cornell 1992, 143. 153 Para el caso de la península Ibérica, Salinas 1999, 139-140. 154 Liv. Per. LXVIII. 155 Westermann 1955, 63. 148 116 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ explícitas de que a veces toda una comunidad era esclavizada (así los atuátucos, 53.000 personas,156 o los vénetos157). La cautiva va a ser una parte del botín, quizás la parte más simbólica ya que por excelencia implica la derrota del enemigo, incapaz de proteger a su elemento femenino.158 La captura de mujeres habría sido incluso, en ocasiones, el detonante de las hostilidades, como se refleja en el ámbito mitológico159 con ejemplos como el rapto de las sabinas, por no retrotaerse a la guerra de Troya. Es más que probable que entre los pueblos del occidente europeo imperase la misma concepción que veía en la mujer del derrotado parte del botín, como deja clara la anécdota que cuenta Plutarco sobre los teutones poco antes de la batalla de Aquae Sextiae: pasando junto al campamento romano y negándose estos a combatir, les preguntaron en son de burla si tenían algún recado para sus esposas porque pronto estarían con ellas.160 Y como un terrible corolario que acompañaría al cautiverio está la violación. Como bien apunta Antela-Bernárdez “[…] la posesión sexual supone un tipo de victoria indirecta sobre los hombres con los que se ha combatido, mediante la violación de las mujeres de los vencidos”.161 La violación supone una brutal reafirmación de la victoria, y aunque poco recogida en los textos162 debió ser algo habitual, ya que como el mismo autor apunta “hemos de pensar en el relativo silencio de las fuentes como una confirmación: la violencia sexual contra las mujeres en contextos bélicos era entendida como absolutamente habitual”.163 De esa frecuencia es elocuente el párrafo de Apiano sobre la toma de Lauro “[…] una mujer sacó con sus dedos los ojos de su agresor cuando trataba de abusar de ella de manera antinatural. Cuando Sertorio supo de este ultraje, condenó a muerte a la cohorte entera que se suponía era cómplice de tal acto, aunque estaba integrada por romanos”.164 Sabemos también que Quiomara, esposa del jefe gálata Ortagion, fue hecha prisionera junto con más mujeres en el contexto de las campañas de Manlio Vulso en Galatia en 189 a.C. Violada por el centurión que la custodiaba, se tomó cumplida venganza cuando, al ir este a recoger el rescate que por ella pedía, fue decapitado.165 Ya hemos mencionado como las hijas de Boudicca y Prasutago fueron también ultrajadas por centuriones –para más inri siendo aliadas de Roma–. Pocos 156 Caes. Gal. II34. Caes. Gal. III.16. 158 Así en el mundo griego, Antela-Bernárdez 2008, 308. 159 Schaps 1984, 203; Antela-Bernárdez 2008, 309. 160 Plut. Mar. XVIII. 161 Antela-Bernárdez 2008, 309. 162 Schaps 1984, 203-204. 163 Antela-Bernádez 2008, 313. 164 App. BC. I.109. 165 Plut. Vir. Mul. XXII. 157 117 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ pero elocuentes testimonios sobre una triste realidad que debió acompañar frecuentemente a las mujeres en la derrota. La huída ante esta ignominia ayuda a entender también los suicidios a que antes aludíamos,166 aunque en otras ocasiones las mujeres se ofrecerían a los enemigos intentando evitar un destino todavía más macabro. Así dice César que sucedió en Gergovia, donde, pensando que los romanos ya habían entrado en la plaza “las madres de familia lanzaban desde la muralla vestidos y dinero, y asomándose, con el pecho desnudo, tendían sus manos y suplicaban a los romanos que las perdonasen, y que no hicieran lo que en Avaricum, donde no habían dejado con vida ni siquiera a las mujeres y a sus hijos. No pocas, descolgándose con las manos de la muralla, se entregaban a los soldados”.167 Cabe pensar sin embargo que estemos ante un ardid para romper la disciplina romana y que los guerreros galos aprovechasen el momento, tal y como ocurrió.168 Por último, y aunque bastante menos dolorosa que el cautiverio, la deportación podía recaer sobre poblaciones sometidas, que serían trasladadas en masa y desarraigadas de sus solares de origen. Roma empleaba esta medida como castigo, pero también para “socializar” a los pueblos vencidos, con ejemplos en la península ibérica entre lusitanos, partidarios de Sertorio y, probablemente, celtíberos.169 Evidentemente, las mujeres, como parte integrante de sus comunidades, participarían de estos exilios masivos. 4. El llanto de la gala Ya hemos apuntado cómo la mujer vencida es el símbolo más potente de la derrota de una comunidad,170 y como tal será incorporado al elenco iconográfico del vencedor, en nuestro caso fundamentalmente Roma. Beltrán Lloris171 señala cómo el recurso a las personificaciones femeninas para la representación de gentes o nationes tendría una raíz helenística, y aquí vamos solo a llamar la atención sobre un par de ejemplos que consideramos significativos de entre el múltiple elenco que puede encontrarse en la iconografía romana bajorrepublicana y altoimperial.172 Se trata de los denarios de Aulo Postumio Albino de 81 a.C. (fig. 2) y de Lucio Hostilio Saserna de 48 a.C. (fig. 3). En el anverso del primero aparece una personificación de Hispania como mujer velada y desgreñada, con la leyenda 166 Antela-Bernárdez 2008, 316-317. Caes. Gal. VII.47. 168 Caes. Gal. VII.48-51. 169 Pina Polo 2004. 170 Marco Simón 2012, 188-189. 171 Beltrán Lloris 2011, 60. 172 En particular sobre la representación de la bárbara, véase Clavel-Lévêque 1996 y Rodgers 2003. 167 118 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ HISPAN(ia). Emitida en plenas guerras sertorianas, conmemoraba la pretura en Hispania Ulterior de Lucio Postumio Albino (180-179 a.C.), abuelo del emisor, en época de la primera guerra celtibérica, y su triunfo ex Lusitania Hispaniaque.173 El nexo entre ambos momentos es la sumisión de Hispania, una Hispania que otrora encarnaran los celtíberos sometidos por Lucio Postumio Albino y ahora reflejada en los indígenas que apoyaban a Sertorio.174 Y una Hispania que se individualiza en una mujer cuya cabellera desordenada reflejaría duelo y abandono. Esa misma aflicción transmite la “gala llorosa” del anverso de Saserna,175 que al código del cabello desordenado añade un verdadero rictus compungido, con lágrimas incluso en la comisura del ojo. A su espalda aparece un carnyx, marcador étnico representado en múltiples ocasiones en la iconografía que conmemoraba una victoria sobre galos,176 desde los tetradracmas de la Liga Etolia que celebraban la derrota gálata en Delfos o los relieves del templo de Atenea Nikephoros en Pérgamo hasta el Augusto de Prima Porta.177 La representación de una trompa de guerra –ámbito masculino– junto a la vencida incide en el concepto grecorromano de la mujer bárbara, masculinizada en ese espejo inverso que es la sociedad bárbara frente a la de la koiné mediterránea.178 Cabe mencionar por último el anverso de un denario de César en el que aparece una pareja de galos a ambos lados de un trofeo con panoplia, incluyendo canrnyces179 (fig. 4); se representa aquí la sumisión de toda una comunidad, tanto de sus hombres como de sus mujeres, y que pone en cuestión su perpetuación misma: “la présence du couple met en cause les capacités mêmes de la société gauloise à assurer désormais sa propre reproduction”.180 No faltan a la gala razones para el llanto. La muerte o la esclavización de las mujeres va a suponer el fin de la comunidad, destruida ya no solo su base demográfica sino también su capacidad de perpetuación, eliminadas aquellas que garantizaban el recuerdo y la transmisión de su sistema de valores. 173 Beltrán Lloris 2011, 61. Salcedo Garcés 1999, 101. 175 Clavel-Lévêque 1996, 223. 176 Pérez Rubio 2009, 18. 177 Ionescu 2011, 56. 178 En el reverso del denario figura además Artemisa, divinidad femenina de los boques y la caza, ámbitos ajenos a los domésticos propios de la mujer civilizada, Desnier 1991, 618-619. 179 Estas figuraciones suponen la primera vez en que aparece la imagen del vencido sin aparecer la de su vencedor (Marszal 2001, 216), en un tipo monetal, del enemigo vencido, que hará fortuna en lo sucesivo (Hannestad 1986, 22). 180 Clavel-Lévêque 1996, 233. 174 119 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ Bibliografía Alberro, M., 2003: “El estatus de la mujer en las antiguas sociedades celtas y otros pueblos indo-europeos contemporáneos”, Ius fugit: Revista interdisciplinar de estudios histórico-jurídicos 12: 421-444. Alvar Ezquerra, J., 2000: “El sexo y la edad en la derrota: los romanos en Hispania”. En M. M. Myro / J. M. Casillas / J. Alvar / D. 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Copia en mármol romana de un original griego.181 181 Según la hipótesis más admitida, habría formado parte del conjunto dispuesto sobre una plataforma circular junto al templo de Atenea Polias Nikephoros en Pérgamo, que llevaba la inscripción: “El rey Attalo tras haber vencido en batalla a los galos tolistoagii cerca de las fuentes del río Kaikos [levantó esto en] agradecimiento a Atenea” (Van Keuren 2009). El suicidio ante la derrota, con el asesinato de la esposa para evitar el cautiverio, compone una escena de gran intensidad emocional, reforzada aquí por la composición: la mujer cae al suelo apenas sujeta por el brazo izquierdo de su esposo, con su rostro exangüe, acentuado el peso del cuerpo por los pliegues de su ropaje; el galo desnudo, de físico imponente, cabello ensortijado y poblado bigote, gira el rostro y se da muerte (Hölscher 2004, 29). 124 Mujer y guerra en el Occidente europeo ____________________________________________________________________ Fig.2. Anverso de denario de Aulo Postumio Albino (81 a.C.). Busto velado de mujer y detrás leyenda HISPAN. Fig.3.- Anverso de denario de Lucio Hostilio Saserna (48 a.C.). Cabeza de mujer con cabello desordenado y carnyx a su espalda. 125 Alberto Pérez Rubio ____________________________________________________________________ Fig.4. Reverso de denario de Cayo Julio César (46-45 a.C.). Trofeo con armas galas –casco con cuernos, escudos ovales, carnyxes– y a los lados pareja de cautivos galos. Él –a la derecha– está maniatado y ella se sujeta la cabeza, agachada en gesto afligido. En exergo, CAESAR. 126