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Barcelona 1." de setiembre de 1861. NAm. 46. Tomo 111. IL 4L6M DE MS PERIÓDICO SEMANAL. Gratis á los suscritores del DIABIO DB BABCBLONA.-Un número suelto un real. La pólvora ! dijeron los truhanes. (Pág. 360, col. 2.) SUMARIO. Bl capitán 1.a Cbesnaye por ErnesUj Capeudu. F ó r m u l a s t Contra las escrófulas. EL CAPITÁN LA CHESNAYR por Ernesto Capendii. (CoDlinuacioD ) . X I . LOS l l E C U a S O S B E GIKABD. Hemos dicho que acababan de aparecer en el oriente los primeros rayos de la aurora ahuyentando las densas tinieblas de la noche, y que á la furiosa tempestad principiaba á suceder una calma reparadora. La orilla, el valle y el mar presentábanla profunda huella de la gran lucha que habían sostenido los airados elementos. Yeíanse desplomes re- causadoTpor ¡la^tempestad, examinando con procientes, hendiduras violentamente practicadas, piedras arrastradas por la tempestad, y en el va- • funda ansiedad las barcas que la tarde anterior hablan retirado á la playa, y hasta las cuales haHe árboles desgajados ó arrancados deraiz, ramas rotas, paredes destruidas, cabanas arruinadas, y ' bla llegado el mar á pesar de tan prudente precaución. campos arrasados y cubiertos de lodo. A la izquierda de la aldea , dando la espalda La luz tímida é indecisa que lanzaban en orienal mar, se alzaba á la entrada de la carretera de te algunas listas rojas, destacándose como largas Fecamp una casita de apariencia mas sólida que y estrechas cintas de un cielo amarillento, comlas cabanas de los pescadores. batido aun por las últimas y tenaces sombras de Esta casita, aislada del grupo de las demás la noche, la pálida aurora luchando con las posmoradas y separada de ellas por una distancia de treras ráfagas de las estrellas, iluminaba aquel lamentable cuadro de una desolación sin igual. I algunos centenares de metros, estaba cercada de Las aves, aterradas por la tempestad que huia una pared de piedra seca, que abarcaba al mismo i rencorosa, no se atrevían á saludar con sus aletiempo un patio bastante espacioso y un huerto. ' gres cantos la aparición de la claridad y la calma, Hacia algunos meses que esta casa se hallaba i y únicamente bandadas de gaviotas pasaban rádesierta y parecia abandonada. Aunque habla circulado por el pais el rumor de que la había adpidas por los valles movibles formados entre dos olas, repitiendo con las ondulaciones de su vuelo ; quirido recienternente un noble de la corte el los movimientos caprichosamente majestuosos de ! propietario no habla hecho aun ni la mas breve visita á su finca. j las verdosas aguas del mar. Sin embargo, en la mañana en que tenían lui E n Etretat empezaban á abrirse las ventanas y ¡ i las puertas de las cabanas, y los pescadores se i gar los acontecimientos que vamos relatando, si ' dirigian á la playa para cerciorarse del estrago I los pescadores hubiesen estado menos ocupados 3G2 en la playa, habrían podido advertir que la casa desierta estaba ocupada por algunas personas. En efecto, durante las últimas Doras de la noclie brillaba una viva claridad en las ventanas, y desde los primeros instantes del dia podia oirse el relincho quejumbroso de los caballos pidiendo su pienso. Al través de las tablas mal unidas de la puerta, que sin embargo estaba cuidadosamente cerrada, hubieran podido verse cuatro hermosos caballos españoles atados debajo de un cobertizo en los anillos fijos en la pared. Después de algunos relinchos repetidos de los animales deseosos de su desayuno, la puerta de la casa que comunicaba con el patio donde estaba el cobertizo se abrió de par en par y dejó pasar un hombre llevando sobre los hombros un saco de respetable peso. Este hombre, vestido con un traje completo de pescador, dejó el saco en el suelo, se acercó al podebrc y repartió la cebada con una destreza digna del mas hábil caballerizo. Los cuatro caballos inclinaron entonces la cabeza , y el ruido de sus vigorosas mandíbulas moliendo activamente el grano formó un concierto de completo y monótono compás. El hombre dejó el saco en un rincón y se volvió hacia la casa, en la cual entró empujando tras sí la puerta La oscuridad que reinaba aun en el interior, y que la naciente aurora no había podido hacer desaparecer del todo, no permitía examinar círcunstMUciadamente el aposento de pequeña dimensión donde acababa de penetrar el pescador que tan bien había desempeñado el cargo de caballerizo. El aposento estaba al parecer sencillamente amueblado. El pescador lo recorrió diagonalmente y abrió una puerta que comunicaba con un aposento inmediato , el cual estaba brillantemente alumbrado por dos candelabros cargados de velas de cera y además por un gran fuego encendido en la chimenea. Se hallaba alli en pié y con la cabeza descubierta un joven cuyo rostro altivo, inteligente y gracioso iluminaban los candelabros y el fuego, y se podia reconocer en él á> primera vista al barón Marcos de Grandair. — Í D C dónde venís, Gifaudl preguntó al hombre que acababa de entrar —De dar un pienso á los caballos, señor barón , responjlió el ex-arquero del prebostazgo de Rúan. Tal vez los necesitaremos durante el dia y era preciso darles fuerzas. —Tenéis razón. Giraud miró la chimenea y dijo: — i Cómo! i Aun no está todo pronto? —Nó, respondió bruscamente Marcos. — I Por qué? —Porque me repugna lo que me proponéis. Giraud se encogió de .hombros. — ¡No soy verdugo! añadió el barón. — ¡Y lá venganza! iNo la comprendéis acaso 1 preguntó el arquero con expresión de feroz ironía. — Sí, respondió vivamente Marcos. Ponedme frente á frente de un hombre armado. y libre de defender su vida, y entonces heriré y no tendré compasión... pero atormentar á una mujer... martirizará un hombre con las manos atadas. . eso no puedo hacerlo. —En ese caso, repuso fríamente Giraud, conozco que no habéis padecido nunca. Comprendo el sentimiento que os domina, señor barón, y en otro tiempo hubiera cedido como vos á ese sentimiento generoso. Vos tenéis aun corazón... pero yo iio le tengo ya! Han arrancado tan bien de mí pecho aquel corazón que en él latía en otro tiempo tan generosamente, que en la actualidad solo hay un vacio en el sitio que ocupaba. No queréis ser verdugo, yo lo seré por vos. i ftijé me importa el odioso nombre que me den con tal que se cumpla mi venganza! iNo es preciso que devuelva en algunas horas de dolor y de angustia todo lo que he sufrido durante tantos años! Y mientras hablaba así, Giraud se quitó el capote de pescador que llevaba sobre su traje, se arrancó las largas botas que le cubrían las pieriias y le llegaban hasta encima de la rodilla, y viendo una pesada mesa de encina colocada j u n to a la pared, la cogió con sus brazos i obustos y la arrastró hasta el centro del aposento. Puso después sobre la mesa largos clavos de punta aguda y cabeza ancha, redonda y plana, un martillo de hierro y cuatro correas de cuero guarnecidas de sólidas hebillas. Abrió entonces EL ÁLBUM un almario, y sacó dos pares de enormes tenazas, pasándola por uno de los pies de la mesa, atrajo dos tallos de acero, dos pedazos de hierro en forhacia sí la pierna izquierda de Bernardo que ató ma de cuñas y unas largas pinzas. Arrojó las tepor encima del tobillo. nazas, los tallos de acero y las cuñas de hierro en Cortó entonces los lazos que unían los dos medio del fuego de la chimenea y colocó á un la-r miembros inferiores del bandido, y ató la pierna do las pinzas. * derecha al otro pié de la mesa. Después ató del E n uno de los ángulos del aposento había un mismo modo los brazos. tonel vacío que indudablemente sirviera para conBernardo había recobrado el conocimiento y restener cerveza. Giraud cogió un hacha que penpiraba con fuerza como quien acaba de estar lardía de la pared, se acercó al tonel, y de un golgo tiempo privado de aire vital. pe violento hizo saltar por el aposento las dueMarcos contemplaba la operación de Giraud con las medio rotas y los aros que se esparcieron danrepugnancia; en tanto que de minuto en mi-., do saltos en todas direcciones. ñuto iluminaban la fisonomía del arquero los reEligió seis duelas de una misma elevación y flejos mas feroces. anchura y las puso sobre la mesa al lado de las —Ya tengo el primer hilo de esta odiosa macorreas. quinación, murmuró, y lo voy á desembrollar —Ya estS todo dispuesto, dijo. Ahora es prehasta el fin. He dado el primer paso en el camiciso activar el fuego. no de la venganza, y no me pararé hasta conseguir mi objeto Y pasando al primer aposento, volvió casi al ' Y volviéndose hacia Bernardo añadió con expreinstante con un brazado de leña seca que arrojó sión siniestra: á la chimenea. Marcos presenciaba estos preparativos sin pro— i Oh! vas á padecer!. . •. nunciar unU palabra; y con el entrecejo fruncido El barón apartó la mirada del paciente, y Giy la frente pálida, parecía presa de un malestar raud se inclinó, cogió las pinzas y con ellas sacó que abrumaba á la vez su alma y su cuerpo. Se del fuego una de las tenazas candentes. acercó á la ventana, y abriéndola, se apoyó en —Escucha , dijo acercándose á Bernardo ; tú la piedra que formaba un reborde, bañando de formas parte de la partida" de La Chesnaye, y vas este modo su frente en las frescas brisas de la á revelarnos á este caballero y á mí todos los semañana; pero la intención evidente del joven no cretos que posees. H e oído ésta noche antes de era tanto la de desahogar sus pulmones hacienapoderarme de tí la conversación que has tenido do circular el aire puro en su pecho, como la de con aquel que bajó á las grutas, y vas á explievitarse el espectáculo de los extraños preparaticarnos ahora la significación de vuestras palabras. vos de Giraud. Vas á responderme en fin á todas mis preguntas, y de lo contrario, padecerás todo lo que ha inEste se ocupaba por el contrario en terminarventado el arte del tormento.. H e sido arquero los con una calma y una sangre fria que indicadel prebostazgo de R ú a n , he visto trabajar mas ban una firme decisión. de una vez al verdugo de la ciudad, y sé cómo —Ya está todo dispuesto, repiti(í dirigiéndose se hace abrir la boca á los que se niegan á haal barón. Vamos á,dar principio á nuestra obia. blar. Reflexiona p u e s , y prepárate. Voy á prinj Queréis ayudarme á traer aquí los presos! cipiar mi interrogatorio. Marcos se estremeció. —¡No la mujer! dijo Bernardo escuchó impasible. Giraud le miró fijamente. — (.Formas parte de la partida de La Chesnay e ! preguntó Giraud. —Y sin embargo es una infame, respondió. —Si, respondió Bernardo. —Sí, pero es mujer. — ¿Cuánto tiempo hace! Giraud se sonrió como si le compadeciese. — Sois joven, señor barón, dijo, y jamás habéis — Siete años. amado ni habéis sentido loa efectos de los celos. —{(Conoces al que se hace llamar conde de —Será posible, pero os repito que no podré Bernac! ver atormentar á una mujer indefensa. -Sí. —Cazáis bien sin embargo y matáis de un tiro —(Le has visto ! de arcabuz una corza inocente sin sentir el menor — Algunas veces. remordimiento. Si encontrarais una loba rabiosa — I Qué relaciones existen entre él y La Chesi vacilaríais en matarla! naye! -Nó. —No lo sé —Pues bien, j á qué viene ahora esa compa—Responde ! dijo Giraud con voz imperiosa. sión por una mujer mil veces mas peligrosa que —No lo sé... repitió Bernardo. una fiera! Giraud abrió las tenazas con auxilio de las pin—Os digo que es una mujer, y no quiero prinzas y mordió con ellas la mano derecha del bancipiar por ella dido. Bernardo exhaló un rugido de dolor. —Bien; sea el hombre el primero. —¡Responde! volvió á decir Giraud. Y volviendo después de haber dado algunos —No lo s é , balbuceó Bernardo. pasos, añadió: —Es preciso que lo sepas! —{Quién diría al oíros que hace apenas media Marcos, que se había acercado, sitó el puñal hora habéis peleado con tanto arrojo y habéis dasobre el paciente. do muerte á dos hombres cuyos cadáveres están -^Habla Ó vas á morir! en la pla^ra para atestiguar vuestro valor! Respe—No le matéis, seiSór barón¿ exclaínó Giraud to empero el sentimiento que os impulsa á hablar desviando el brazo- amenazador-del noble, dejádasí; principiemos pues por el hombre que cacé y melo por mi cuenta, ó de lo contrario no sabréis que vos habéis pescado en el momento en que os nada. No os impacientéis; este hombre va á hale enviaba por el camino mas corto. Pero os adblar , y lo que no podrá decimos, nos lo revelará vierto que después del hombre le tocará el turno esa mujer que llaman Catalina... ¡ E a ! ya ves en á la mujer... Confio en que la primera (operación qué manos has caído; responde sin rodeos. os dará valor. - R e p i t o que nada s é , dijo Vivamente Bernaido; os lo 'Juro, no sé mas que lo que C a m a Y sin esperar la respuesta del barón, Giraud león me ha dicho esta noche. se dirigió á una puerta de cristales que se abria i Quién es Camaleón! al lado de la chimenea, y estuvo ausente durante algunos minutos, para volver á entrar llevando —El que roe acompañaba á las grutas. en hombros el cuerpo de un hombre que tema las — ¡ E n dónde están esas grutas! preguntó Marpiernas y los brazos sólidamente atados. cos Puso el cuerpo sobre la mesa de encina, sacó —En la orilla escarpada del mar. el cuchillo que llevaba al cinto, cortó el nudo del — i E n qué sitio! pedazo de lienzo que formaba como una mordaza — Lo sabéis muy bien, señor, porque vuestra en derredor de la cabeza del preso, y apareció el barca estaba debajo de la entrada. rostro de Bernardo. — {Solo tienen una entrada esas grutas! E l bandido estaba sin duda desmayado, porque —No mas. no abrió los ojos. —{Aquella por donde penetró el que llamas Giraud cerró la puerta de cristales que había Camaleón! . dejado abierta, y cogiendo después un cántaro de —Sí. agua fresca que había en el suelo, lo vació en el — {Juras qu(f no se puede entrar en ellas por rostro de Bernardo. otra parte! El bandido se estremeció y abrió los ojos al —Lo juro. momento — {Cuántos hombres pueden contener! Giraud, continuándola operación con l a m a s —De cuatrocientos á quinientos. imperturbable sangre fría, tomó una correa, y —{Y están llenas en la actualidad! DE LAS FAMILIAS. —No \ó creo. — i Quién es el hombre que salid después de tí al frente de una partida numerosa ? preguntó Giraud. —No lo sé... porque no le he visto. < —Es verdad , dijo el arquero bajando la cabeza. — ¿Cuándo saliste de las grutas! preguntó Marcos —Ayer por la mañana —¡A quién dejaste allil —No lo sé. —Responde! —No lo Sé... — ¡Vive Dios! exclamó el barón con ira, ya es de dia, y pasa el tiempo sin que nada sepamos. — Ya veis, señor barón, que es preciso echar mano de mis recursos, dijo Giraud con acento de triunfo. Dejadlo por mi cuenta, y este hombre va á charlar mas que una tabernera de buen humor. • ' —Haced lo que os p'azca, dijo Marcos retrocediendo. ." Giraud aflojó una de las correas que sujetaban las piernas, y tomando rápidamente dos ó tres duelas que habia puesto sobre la mesa. Jas colocó en torno de la rodilla y las asegu^1 sólidamente con una cuerda que arrolló en todas direcciones con maravillosa destreza. Bernardo trataba de luchar, gritaba y arrojaba espuma de rabia, pero esta furia era impotente en sus esfuerzos y causaba una risa irónica al arquero. Este arrojó las ten««as, se inclinó hacia el fuego , buscó durante algunos momentos en medio de los tizones que esparció con sus gigantescas pinzas , y cogió una cuña de hierro que estaba candente y roja como una ascua. Habia una abertura entre una ie las duelas y la rodilla, y Giraud aplicó alli lá cuña candente.' Bernardo lanzó un grito de dolor, y su cuerpo se re'orci<5 con tal fuerza que crujió la mesa. Giraud tomó el pesado martillo que estaba al alcance de su mano, y con un golpe vigoroso,hundió la cuña en las carnes quemándolas. E l tormento llegó á ser tan dolooso que se ahogó su voz en la garganta. —Va á morir, dijo Marcos. —Nó, respondió Giraud; siente el fuego, pero nada mas Dentro de un instante hablará. Se esparció por el aposento un olor nauseabundo , y el barón volvió otra vez el' rostro sin poder contener una expresión de profunda repugnancia. — i Hablarás ahora 1 preguntó Giraud. Bernardo hizo un ademan afirmativo, y Giraud sacó la cuña con las pinzas. — i Cuánto padezco ! dijo Bernardo cuyo rostro estaba lívido. Marcos volvió á acercarse á la mesa. ,—(Estaba La Chesnaye en las gratas cuando saliste 1 preguntó el baion. —Nó, balbuceó el paciente. —i Cuántos eran los que dejaste allí al salir! —Unos cincuenta. — i Quién m a s ! — E l tnaese. —I Quién 68 el maesel , —Un anciano á quien llaman así. — ¡Un anciano 1 repitió Giraud. E l que he visto esta noche! i Quién es ese hombre! —El padre del capitán, —ISe llama también La Chesnaye! —Sí. . Marcos se pasó la mano por la frente bañada en sudor. —I Qué edad tiene ese anciano! preguntó vivamente. . —No podria decirlo... dijo Bernardo. Tal vez tiene sesenta años.;, le suponen ciento... y hay quien asegura que no puede morir. Pero por favor... por compasión, no me atormentéis La herida_ que me habéis hecho me causa todos los tormentos del infierno... —Piensa en los que tú y los tuyos habéis martirizado, dijo Giraud. — ¡ O h ! el dolor me despedaza... No puedo mas... n o . . . v«o... E l rostro de Bernardo se trocó de lívido en verdoso. Giraud, obedeciendo á u n ademan de Marcos, tomó una vasija llena- de aceite y vertió una parte sobre la herida. Este calmante produjo un efecto casi instantáneo, y Bernardo exhaló un suspiro de alivio. —jSabeB quién fué en otro tiempo ese anciano de quien hablas! prosiguió el barón cogiendo uno de los brazos del preso. —Dicen , respondió Bernardo reuniendo sus fuerzas, dicen que en otro tiempo estaba al frente de una partida temible y conocida en toda la Francia. — ¡ O h ! exclamó Marcos, principio á comprender y Van Helmont no me engañaba! Madre mia. . padre mió, os vengará ! • —Sí, s í , añadió Giraud, venganza, venganza para todos! — Encontraremos á eso anciano aunque tengamos.que ir á buscarlo al fondo del abismo , dijo Marcos. Y añadió volviéndose hacia Bernardo: —i Quién estaba además en las grutas con ese hombre! —Dos mujeres. —i Jóvenes! - -Si. —(Diana y Aldah! _ • —Creo que así las llamaban. •—¡Oh! exclamó Marcos. Está visto que Difs nos protege i - A h o r a , añadió Giraud, vas á revelarnos t i s intenciones y las do Camaleón de que solo he podido sorprender una parte. Bernardo se estremeció creyendo que Giraud aspiraba 6. los tesoros de las grutas. El bandido había entregado el secreto de las pei'sonas; pero no pedia resolverse á revelar el del oro. Animado de una vaga esperanza, pensaba que se libertaria tal vez algún dia de las manos que tan vigorosamente le sujetaban, y se decia que no haciendo traición á los proyectos de Camaleón, este- le daría parte del poder que le habia prometido. Así pues, cuando oyó la pregunta de Giraud, hizo un e^uerzo dé energía y de paciencia'para resistir á los tormentos que le amenazaban. — Nada diré, respondió con voz sorda. ' Giraud lanzó mi grito ronco. — Revela ciiailto sabes, dijo con tono aratmazador Beinardo no respondió. — ¡Habla! grito el arquero. Bernardo le lanzó una mirada de reto. Giratd se volvió de un salto, cogió las pinzas y b u s c ó m el fuego otra cuña de hierro candente. La fisonomía del paciente se contrajo de un modo horrible, pero no se desplegaron sus labios. Giraud acercaba la cuña fatal, cuando se oyó en el exterior rumor de pasos, y Marcos corrió á la ventana Tres ginetes se dirigían á galope hacia la casa aislada. — i Van Helmont! exclamó el barón. — I Qué sucede! preguntó Giraud interrumpiendo el tormento. La puerta se abrió al mismo tiempo, y entró e n e ! aposento Van Helmont seguido del caballero de La Guiche y del marqués d'Herbaut. Los tres estaban mojados,y salpicados de lodo como si hubiesen corrido toda la noche cuando la tempestad estallaba con todo su furor. —¡Han vuelto á prender á La Chesnaye! dijo el sabio — ¡ E l ! exclamó Marcos. —Si, y su prisión se debe á los esfuerzos del preboste de París, añadió La Guiche. —Y á las indicaciones mas exactas dadas por el conde de !Bernac,,dijo d'Herbaut. — ¡Por el conde de Bemacl exclamó Marcos. —Sí, por el conde de Bernac, dijo Van Helmont, por el que ha robado al menos ese título ilustre. H a sacrificado á uno de sus hermanos... porque son tres Por fin he averiguado la verdad. Animo; hijo mío; vamos á conseguir nuestro objeto. Pero no lo sabéis aun todo, dijo el barón tomando las manos del sabio; hay otro... —Lo sé. Un anciano... —Le conozco. Que se llama también L a Chesnaye. —Ese es el que asesi-nó á tus padres, Marcos. —¡ O h ! sé dónde le hallaré ahora, dijo el j o ven. — i E n dónde! preguntó La Guiche. - E n las grutas de Etretat, y allí están Diuia y Aldah. —¡Aldah... bija m i a ! exclamó Van Helmont.. iQuién te ha dicho!... —Ese hombre, dijo Marcos designando i Bernardo. , 565 — iQuién es ese hombre! preguntó Van Helmont. —Uno de los de la cuadrilla de La Chesnaye que he sorprendido esta noche, respondió vivamente Giraud. ¡ A h ! hemos trabajado sin descanso. Mientras el señor barón arrostraba !a tempestad en el mar para sorprender los secretos do nuestros enemigos, yo vigilaba en la playa, y tenemos en nuestro poder esta buena pieza que sabe muchas cosas y una mujer que sabe muchas mas. —(Qué mujer! preguntó Van Helmont. — (Qué mujer! repitió Giraud cuya fisonomía expresaba una alegría salvaje. L a querida do La Chesnaye, la baronesa Catalina, J u a n a en íin, la sobrina del jardinero de B u a n , mi novia antigua, la causa de todos mis males y todos mis dolores. Está allí!, Y Giraud designó con el ademan la puerta de cristales por donde habia ido á buscar á Bernardo. —Y sabemos ahora, añadió , el secreto d« las grutas. — ¡A caballo! ¡á las grutas ! gritó Van Holmont haciendo un movimiento para partir. Giraud le contuvo con fuerza por un brazo. —Esperad, señor, le dijo; jno es forzoso que antes de partir arranquemos á este hombre y á esa mujer los secretos que poseen! ¡ O h ! veréis cómo les haremos hablar. —Pero ¡y Aldah! i y Diana! Cuando La Chesnaye sepa la prisión de uno de sus hijos, las matará. —Mas i sabéis acaso si vals á caer en un lazo! iPor qué ha entregado á La Chesnaye el quí ha tomado el nombre de conde de Bernao? Decís que ese hombre es uno de sus hermanos.. — S í , dijo Van Helmont interrumpiéndole. Son tres; estoy seguro, porque esta noche he sorprendido su conversación, y he visto y oído á los tres. —Puiís ipor qué ha entregado á La Chesnaye! —No lo sé aun .. debe haber en esto alguna nueva maquinación. —Ya veis que es forzoso que antes de partir hagamos hablar á los que están en nuestro poder. —Pero iy Aldah! i y Diana! Pueden morir en tanto, Y si el anciano está aun en las grutas, puede ser sorprendido, y su prisión es de la mayor importancia. —No obstante, es forzoso hacer hablar á este hombre y á esa mujer. —Pwes bien, dijo Marcos que hacia un instante estaba hablando en voz baja con La Guiche y d'Herbaut, continué Giraud su obra. Qi e daos con él , Van Helmont, y ayudadle con vuestros consejos y vuestra experiencia. Yo intentaré entre tanto un golpe de mano en el antro de La Chesnaye. Dios nos protege, y triunfaremos' —tQué haréis, Marcos, solo contra esa horda de bandidos que indudablemente guardan las grutas! —No estará Marcos solo, se apresuró á decir L a Guiche; d'Herbaut y yo le prestaremos nuestro brazo y nuestras espadas. —Estamos prontos, añadió el marqués. Hace nueve meses que somos los fieles compañeros del barón de Grandair, y eso que no sabíamos hasta hoy la historia de las desgracias de su infancia y hasta ignorábamos realmente quién era. Le servíamos con toda nuestra amistad por sus prendas personales; pero desde la confidencia qvie nos habéis hecho estamos prontos á dar nuestra vida en prenda de nuestro afecto. —Además, dijo también La Guiche, hemos sido, el juguete de un miserable bandido, é import a á nuestro honor personal que castiguemos al que tan indignamente nos ha engañado. —Mi mano está manchada con el contacto de la suya, repuso d'Herbaut, y es preciso que se purifique con la sangre de La Chesnaye. —¡ A las grutas pues ! exclamó La Guiche. —¡ A las grutas! dijo d'Herbaut. —El tiempo apremia, apresurémonos ! añadió Marcqs. - P a r t i d pues, dijo Van Helmont, y si dentro de una hora no estáis de regreso, iré yo también con Giraud. Los tres jóvenes f u e r o n del aposento. Los caballos estaban dispuestos. Marcos nionló el que acababa de dejar Van Helmont porque el suyo no estaba ensillado y no habia comido aun el pienso que le habia dado Giraud. S6i EL ÁLBUM Ya veis que tuvistc'is una exculente idea al pntifvU's marcüs distintas. (P:ig, 365, — ¡Marcos! dijo Van Helmont asomándose á la ventana. El barón levantó la c-abcza. —{Tienes aun, preguntó el anciano, la caja y el puñal ciue te entregué ayer noche í —Si, respondió el barón. —Parte pues, hijo mío, y Dios sea contigo. Los tres caballos salieron del patio y partiei'on á escape siguiendo la orilla del mar en dirección á Fecamp. Quedáronse solos Van Helmont y Giraud, Este habia tomado la segunda cuña candente que le había hecho dejar momentáneamente la repentina llegada de Van Helmont y sus dos compañeros. —Este hombre sabe sin duda menos que la mujer de quien me has hablado, dijo vivamente el sabio, y á quien debemos interrogar es á ella. — ¡ A h ! vos me comprendéis, exclamó Giraud arrojando la cuña que sacaba del fuego. Voy á atar á este y á taparle la boca. —Es inútil, dijo Van Helmont. —Pero... Van Helmont interrumpió á Giraud con un ademan, y acercándose al paciente, abrió una cajita forrada de cordobán de color oscuro que acababa de sacar del bolsillo. Esta caja contenia algunos pomitos. El sabio sacó uno, lo destapó, y poniendo la mano derecha extendida sobte la boca de Bernardo para impedirle que no respirara sino por las narices, le aplicó el pomo que tenia en la mano izquierda. Bernardo quiso oponerse á la aspiración del contenido del pomo, retorciéndose, volviendo la cabeza y hasta tratando de morder la mano que le tapaba la boca, pero fueron vanos todos sus esfuerzos , y Van Helmont le obligó á respirar en la abertura del pomo. El efecto de esta aspiración fué instantáneo. Bernardo palideció, sus facciones presentaron una completa inmovilidad, perdieron su tirantez los músculos, se cerraron sus ojos y pareció un cadáver. —Desátale ahora y déjale libre, porque no se despertará hasta que yo quiera, dijo friamente Van Helmont volviendo á tapar el pomo y colocándolo en la preciosa caja. Giraud habia presenciado este espectáculo sin desplegar los labios, pero su mirada, al fijarse en «1 sabio, expresó Id. admiración profunda que le inspiraba el extraordinario poder de su compañero. . Obedeciendo la orden que acababa de recibir, desató las cuatro correas de cuero, pero Bernaidn no se movió. Hubiérase dicho que era un cadáver si la elasticidad de las articulaciones no hubiera revelado la vida. Giraud cogió en sus membrudos brazos al bandido y lo colocó sobre una silla. ^ j E n dónde está Catalina ó mas bien J u a n a ! preguntó Van Helmont. Giraud fué á abrir la puerta con cristales y dijo: ^Aqui! Van Helmont se dirigió á la puerta y vid en el aposento cuyo interior designaba el ex-arquero de Rúan una mujer tendida en una cama. Aquella mujer era la baronesa Catalina. — i Cómo te has apoderado de ella t preguntó el sabio. —^Matando á dos hombres mientras el barón mataba á otros dos, respondió Giraud. — j E n dónde 1 —En la playa, cerca de aquí. — i Cuándo] —Hace apenas una hora, en el momento que la aurora aparecía en el oriente. —¿Sabias pues que debia hallarse en ese sitio! —Sí. Por la conversación que sorprendí entre ese hombre que acabáis de adormecer y el que llaman Camaleón, supe que Juana debia hallarse al amanecer en Etretat. Van Helmont reflexionó algunos instantes. —Antes de interrogar á esa miserable criatura, dijo levantando la cabeza, es preciso que me cuentes circunstanciadamente lo que recuerdas de la conversación que has sorprendido. —Me acuerdo de todo. —Habla pues. Giraud obedeció, y refirió con brevedad pero fielmente lo que habia presenciado cuando, oculto detrás de los arbustos, acechó con extremada atención la mayor parte de los acontecimientos de la noche anterior, acontecimientos que conocen nuestros lectores, y cuya narración seria por consiguiente inútil. — i Es decir que Camaleón y este iacian traición á La Chesnayeí dijo Van Helmont después de escuchar el relato de Giraud. —Al menos esta traición se desprendía claramente de sus palabras, respondió el arquero. — iV volvii'i á bajar Camaleón á las gvutast — Sí. — i. Sin sospechar tu presencia! Sin sospecharla. — j, Y maese Eudo salió después al fi-ente de hombres que no eran los truhanea cuya llegada presenciaste! — Es cierto, — ¡Iba en busca de su hijo! — Lo' supongo al menos. " > —Bien! Reinó un largo intervalo de silencio. Van Helmont reflexionaba y Giraud esperaba., —Hubieras cometido un grave error matando á este hombre, dijo por fin el sabio designando con la mano á Bernardo que continuaba inerte y adormecido ; esta traición puede sernos de suma utilidad. No solamente es preciso que este hombre no muera, sino que no padezca mas , y que despierte y quede en libertad. Será para nosotros el sabueso que levantará la caza. Sin embargo y ante todo debemos interrogar á Juana. Sus respuestas me probarán si son exactos mis nuevos planes. Tómala, pues, y tráela á este aposento; Giraud entró en el cuarto donde estaba Catalina con la boca tapada como Bernardo, pero no le impedia respirar el lienzo que la sujetaba. Al pasar su brazo en torno del flexible talle y al estrechar contra su pecho aquel cuerpo tan gracioso, Giraud sintió desfallecer sus fuerzas. Se acordaba de que habia amado con locura á aquella mujer, y este amor habia conservado una parte de su formidable poder para trasformarse en odio. Van Helmont vio la frente del arquero inundada en sudor, y viéndole desfallecer, adivinó lo que pasaba en su alma. —¿Hallas acaso demasiado pesado , le preguntó con voz irónica, el cuerpo de la hermosa querida de uno de los hijos de La Chesnaye! Giraud se irguíó, cogió á Catalina con fuerza y la arrojó rudamente sobre la mesa. Las palabras del sabio le habían hecho ruborizar de vergüenza y de ira. —Estoy pronto á hacerla sufrir los tormentos que me ha causado, dijo con voz ronca. Se apartó , y Van Helmont se acercó á la j ó van que estaba inmóvil y fingiendo hábilmente un profundo desmayo. bE lAS xn. Hemos dojndo á macse Eudo solo en la casa arruinada del bosque antes de amanecer y después que Reynold le reveló sus seci'etos y partió á las grutas. El anciano permaneció durante algunos momentos con la mirada fija en la dirección ([ue habia tomado Reynold, se levantó con lentitud, dio algunos pasos por el aposento y volvió á sentarse junto íi la chimenea. — Grande es sin duda su inteligenr'ia , muiiiiu.ró respondiendo en voz baja á sus propios pensamientos ; su proyecto es hábil, y ha sabido despi'Cnderse para ejecutarlo di; todas esas estúpidas trabas que loiMnan las leyes sociales , pero su ambición es vulgar. vul I Oro! honores!. .. , N c e d a d ! [vanas quimeras! \.\h\ j nadie es capaz de comprenderme , ayudarme y serviiine!... ¡Qué insensatos son los tres! La discordia se desliza entre ellos en el momento que mas necesitaba sus servicios, i Es esta la recompensa que debia esperarme después de haberlos adoptado como hijos 1... ¡Mis hijos! añadió después de un instante de silencio. ¡Si Reynold supiera!... Maese Eudo se interrumpió é inclinó su frente meditabunda, —Pero no , no puede saberlo, no lo sabiíx jamás ! repuso volviendo á levantar la cabeza. Tanto él como los demás ignorarán este seci'eto. ¿Quién lo sabe! Ricardo y yo... Pero Ricardo no hablará... Maese Eudo aiiadió La cuerda se después de uiía nueva pausa: —Mi afán es mas noble, mas grandioso... descubrir los arcanos, el secreto de la inmortalidad. Lo descubriré, aunque para conseguirlo tuviera que emplear el medio de Synerio , la sangre virgen de mi propia hija. — ¡Mi hija 1 repitió maese Eudo después de un nuevo silencio. ¿Qué ha sido de ellaí ¿existe aunl ¿será preciso que la busque en el fondo del Asia! ¡ Oh! me faltan los años de porvenir... I Cruelmente se vengó la Tsygana ! El anciano se levantó y recorrió con rapidez el aposento como si le aguijara una vivísima emoción. —^Y esos tres locos me abandonan en el momento'en que mas los necesitaba!... ¡Malditos sean! Maese Eudo se paró cerca de la abertura de la cabana. La tempestad principiaba á calmarse , y los primeros albores de la mañana brillaban débilmente sobre los árboles del bosque. Grandes nubarrones corrían hacia el mar , pero el viento habia cesado de pronto, y reinaba en torno de la cabana medio arruinada el silencio que precede siempre al instante en que despierta la naturaleza. El anciano con sus cabellos blancos que caian á los lados hasta sus enjutas mejillas, su frente descubierta y reflejando los primeros rayos de la aurora, y el cuerpo abrigado con su holgado traje de FAMÍUA^. %m celente idea al ponerles marcas distintas. — i Has preso tú á Mercurio? — Mi; he visto obligado á hacerlo. Llevaba cin• cuenta arqueros , y estábamos á las órdenes del teniente criminal, del civil y de M. d'Aumont que dirigía en persona la expedición, — ¿Dónde han enconti'ado á Mercurio? —En la parte oriental del busque — ¿ Quién habia dado las indicaciones necesarias ]>ara prenderle? — El preboste de Pa • lis y los demífs creen quilas deben al conde de Bcrnac , y no se pquiVDCiin , porque Reynold fs el que ha hincho que picndau á Mercurio Desdi; que este sali,> de F e caiiqj cuatro hombivs le i'uerun sif^uienilo , y todos estaban separados , ]}ero (judian reunirse fácilmente. Avisado el preboste salió un cuarto de hora después que Mercurio y le alcanzó en el bosque. — i Y Humberto f — Ha muerto , respondió Ricardo inclinando la cabeza. — ¿Quién le mató? pieguntó maese l'.udo — Mercurio. —;Cómo! — De un pistoletazo. En el mouiento que vimos á Mercuiio se hallaba fíente á frente de otro hombre , el cual cayó • con la cabeza traspasada de una bala cuando llegamos. Estaba muerto y desconocido cuando me bajé para verle, pero por el ti'aje y la estructura del cueriio me pareció Humberto, fi^ntonces hice la señal convenida enti'e Reynold y yo. — ¡Muertol repitió maese Eudo. No mentía Reynold... — Todo lo habia p r e rompió precipitando en el abismo á los truhanes. (Pág visto , añadió el sargento. color oscuro . adquiría en medio de aquella soleMaese Eudo dio con ''I pié en el suelo dando dad una apariencia sobrenatural que realzaban su muestras de viva impaciencia. inmovilidad y su mirada fija. —i Locos! i miserables! exclamó con arrebato. Se oyó un ligero rumor á la izquierda, en el No importa , añadió después de un momento de bosque sumido aun en densas tinieblas, y maese silencio, Reynold es realmente fuerte... es de teEudo volvió la cabeza hacia el punto de donde mer 1 Sin embargo ha cometido un error exposalia aquel ruido que habia llamado al momento niéndose al azar. La casualidad le ha servido, pesu atención. ro ha hecho mal. Cuando interesa hacer desaparecer á un hombre no se ha de armar una mano Un choque semejante al que produce un cuerpo' ajena, y así se tiene seguridad del éxito. Pero pesado saltando sobre la tierra cubierta de lodo siesta juventud vana y orguUosa se cree con sufiguió casi al momento al primer rumor que acabaciente inteligencia. ¿ Y si Reynold quisiera luchar mos de indicar, y se vio en medio de la sombra un ahora conmigo! ¿ Y si mi obra se destruyera por hombre que se acercaba con rapidez á la cabana. habérseles antojado á esos tres insensatos compeMaese Eudo miró hacia aquel paraje esforzándotir en ambición y egoísmo ? Creo , Ricardo , que se en penetrar con sus miradas entre las tinieblas. cometiste una falta el dia que robaste sus tres hiSe oyó entonces el canto del gallo. jos á la gitana. -—¡Ricardo ! dijo Eudo en voz baja. — S i , respondió el sargento del prebostazgo de — ¿ Se hubiera presentado nunca mejor ocasión? París entrando rápidamente en el circulo luminodijo Ricardo con un movimiento de hombros. so que proyectaba por la abertura de la cabana — Dices bien', pero pronto sentí los efectos de la llama del hogar. la venganza de la Tsygana , y aquello debió servirme de aviso. — ¿Han preso á uno? preguntó el anciano. —Si, volvió á responder Ricardo. ,, — ¿Podía yo prever esa venganza? —No , Ricardo ; es verdad. •'' — i A quién? —Pues hice lo que debia, y hasta ahora nunca —-A Mercurio. , ,; os habíais arrepentido. —iEstás seguro? — ¡ Y si necesitase la sangre de mi hija para —Al atarle las manos he levantado la manga de su justillo y he visto la señal que tiene encicompletar mi obra ! murmuró maese Eudo, pero ma del codo, por medio de la cual conocemos en voz tan baja que su interlocutor no pudo oír é, cada uno de ellos. Ya veis que tuvisteis una exesta abominable reflexión. ,566 —Pensad pues cdmo pareeian secundar nuestros planes las circunstancias, continuó el sargento del prebostazgo de París. ¡Se presenta con frecuencia semejante'fenómeno! Tres niños, tres gemelos, los tres de un mismo sexo y viva represrnta'ion uní. del otro, con una semejanza tan comp'cta é idéntica que si .les hubiesen presentado uno tiab otro (Í su madre habría creído ver un solo hijo! — La oí-asion era en verdad extiaordinaria,'dijo nvaese Elido. — Y hubiera sido una necedad no aprovecharla .. i D f qué podía servir la niña queacababade n a ' e r ! De obstáfulo para nuestra existencia, en tanto que aquellos tres niños podían y debian Ueg:n- i\ sel' alf;\m día tres medios de acción de uñ poder infompanible — Es í'iiMto, Ri'ardo. pero r^ípi'o que cometimos una falta. -iCu!''!! — Erii i^eciso robar los tres gemelos y con^servnr ]n niña. — Ya sabéis que no era posible y que debíamos hit-^er el '-ambio so pena de exponernos á ser, asesin-idos sin piedad por los fiitanos. Maese Eudo nori'>p()ndí'. — ; No era omuípotintc la Tsygana , continuó Kifiírdo , y reina y soberana abso uta de toda Ja horda ene í\ una indicaM(m suya nos hubiera dego'liido iiremi-iüilemi'nlf '. La Tsvgnna acababa de parir «n sil tienda , y yo solo estaba A sn lado. . Eran tan 'ruelcs sus dolores que no podía sufíirloíi, y me iudi'ó fi.n vi>z moribunda y u n , a d é - ' man desesüeíado un poiro que contenia sin ¿uda un uiii'i'jii'i) de exMí'iiuida energía. Yo ignoraba sil (•¡•("•lo y la Tsygana no tenia clara la inteligen(ia , de modo oue derramé sin duda en sus labios crispados una dosis muy fuerte, porque quedó al momento sumida en profundo letargo. Los tfM. giMuelos vinieron al mundo sin que su madre lo advirtiese, y al ver su increíble semejanza , os los presenté y os asombrasteis también.' Vuestra imaginación abarc('i enton"es en un moméfttp ^odp un porvenir que me d('slumbró; resolvisteis quedaros con los gemelos, pero era preciso presentar un hijo k la Tsygana ruando cesase su ctesmayo. — jr-.8 verdad! ¡es verdad! dijo maese Eudo, cuyos ojos brillaban al recordar aquel extraño acontecimiento. —Entonces fué cuando me apoderé de vuestra hija que había nacido ü la misma hora por una feliz coincidencia que demostraba que el infierno nos protegía. Vuestra mujer estaba ya en las convulsiones déla agonía y no advirtió nada. Coloqué los tres gemelos en el heno extendido en la tienda, y me llevé á Judit que di ¡i besar á la Ts.Vgana como el fruto de sus* entrañas. Una hora después vuestra mujer era cadáver , y por medida de prudencia, soló presentamos ü los gitaneas uno de los tres gemelos. —Sí, dijo maese Eudo, pero la Tsygana por medio de su ciencia sobrenatural, no tardó en descubrir el engaño. — Decid mas bien por medio de la revelación que hizo mas adelante una de las gitanas enamorada dg mi y que vio como me llevaba los tres gemelos. Pero i qué nos importaba la cólera de la Tsyganal Estábamos muy lejos cuando supo la vcriwd. Maese Eudo miró fijamente á Ricardo. —i Olvidas, dijo con voz ronca , el poder infernal de la Tsygana 1 i olvidas el talismán fatal que fabricó con sus propias manos , según las leyes de la magia oriental, con un árbol del mar cuya esencia es tan fina que con el simple contacto puede petrificarse vivo, con un árbol que sin embargo no tiene flores, hojas, frutos ni raizl — i Habláis tal vez de la rama de coral t dijo Ricardo, —Sí, respondió el anciano, hablo de ese talismán sobre el cual amontonó los conjuros mas infalibles y enérgicos. — Pero i no está en vuestro poder ese talismán? i No fui yo quien por vuestro mandato no se apartó un momento de la gitana mientras duró la enfermedad á que debía sucumbir 1 j No fui yo quien entró en su tienda la noche que siguió á su muerte, y no me apoderé de esa rama de coral cuya influencia og preocupaba tanto 1 — Aquella noche debías haberme traído también á mi hija, Ricardo. —Señor, la niSa había desaparecido. —A la misma bora de la muerte de la Tsygana I no e» cierto! EL ÁLBUM — Al menos desde aquella hora no volvió á verla ninguno de los gitanos. Durante varios días recorrí el país sin poder descubrirla. — Ya ves p u e s , Ricardo, que es incontestable el poder de la Tsygana. — Pero i no habéis destruido sus conjuros con nuevos conjuros? ¡Me habéis dicho que es tan poderosa vuestra ciencia! — Sí, dijo gravemente Eudo , he opuesto á los encantos de la gitana la influencia planetaria , y he ahuyentado á los demonios que custodiaban el talismán con el auxilio de los espíritus elementales. En la actualidad el talismán está expuesto en el laboratorio bajo la iiradiacion de una lámpara llena de aceite preparado según las reglas del arte mágico, y colocado entre cuatro corrientes iguales de fluidos diferentes. Siempre creí que triunfariais de la influencia de la gitana. — Pero i, sabes lo que he hecho para conseguir los efectos de mis conjuros? He tenid't que enlazar mi vida con el talismán... Mientras se conserve intacto, durafá mi exislííncia... —jY si llegara á romperse» piejguntó Ricardo. —Tendría ties dias de tiempo paia encontrar al que hubiera roto ia rama de coral, tres dias para sacrificarlo y exprimir sn sangre gota agota en los fragmentos rotos. Asi lo quiere el destino. . Mí vida depende en adelante del talismán... — ¡Ya es de d í a ! dijo Ricaido internimpiéndole bruscamente. Kó puedo permanecer mas aquí. Todo está preparado para vut'stra partida c«iiiw hai mandado Reynold. í Queréis partir*; — ; Partir 1 n^pitió el anciano recobrando sus ideas perdidas en el espacio de lo desconocido. ¡Partir? Eli efecto, Reynold me. habia díchti V. Peí o debía volver con la hija de" Van Helmont, y aun no ha tuelto. Reynold ha hechíj traición á Sus hermanos... ¡Qnen'á venderme á mí también? • Y «I rostro del anciano se inflamó de súbito. -^No se atreverá, se apresuró á decir Ricardo; os teme y espera en v o s , á pesar de su incredulidad aparente hacia vuestra misteriosa empresa. —Sin embargo, no viene. •~ i Cuándo debia estar aquí? T-Al amanecer. —Es extraño! dijo Riíardo reflexionando. —Ya lo ves... no viene! repitió maese Eudo con creciente impaciencia. — i A dónde ha ido! — A las grutas, á buscar á Aldah. — (Habrá caído en algún lazo! — ¡ E l ! dijo maese Eudo con el acento de un nombre que ni siquiera puede admitir .la posibiiiúsiá de semejante proposición.' —i*Y si Mercurio hubiera descubierto los proyectos de Reynold? Mercurio es diestro, inteligente, atrevido... y se vengará... ji'Y si Humberto viviera? iy si hubiese ayudado á Mercurio á corresponder á la traición de Reynold con algiisa otra traición mas terrible? — í Q u é es lo que te induce á hacer esa suposición? preguntó con afán el anciano. —Ningún temor fundado, señor; pero recuerdo ahora que cuando hemos preso á Mercurio no parecía tan sorprendido y furioso como debia estar naturalmente... H a luchado con los arqueros, ha opuesto una resistencia formal' para todos los que estaban presentes; pero me ha asombrado, conociendo su fuerza hercúlea, que le hubiesen sujetado tan pronto los soldados del prebostazgo. Maese Eudo escuchó á Ricardo con la mas viva agitación. , —Es preciso averiguar la verdad, le dijo con el acento mas imperioso; Reynold es el único qne puede ahora, si quiere, prestarme su auxilio. Ya que es forzoso un sacrificio, prefiero el de H u m berto y Mercurio... Reynold me ha prometido á Van Helmont! Ven... vayamos á las gintas. Allí sabremos lo que pasa. E l anciano se paró y exhaló de pronto una sorda exclamación. _ —¡A las grutas! ¡á las grutas! dijo estremeciéndose. H e dejado el coral en el laboratorio.. El conjuro no estaba terminado y ningún encanto lo protege!... ¡Partamos. . partamos, Ricardo! —i Habéis venido á pié? preguntó Ricardo. —Si... Partamos! ¡ O h ! soy mas ágil de lo que supones. V e n , Rícarilo... no perdamos un segundo. H a trascurrido mas de una hora desde que salí de las grutas, y Reynold debia estar aquí. Y el anciano cogió del brazo al sargento del prebostazgo y le arrastró fuera de la cab&fia coa una energía de que por cierto no sé le hubiese creído capaz en su avanzada edad Los dos torcieron á la izquierda del bosque y se dirigieron en línea recta hacia la parto oriental de la playa. —Señor, dijo de pronto Ricardo parándose , es ya de dia, y mi traje puede atraer las miradas. Si me vieran aquí, cuando el preboste me cree en Fecamp, no tardarían en despertarse las sospechas, y serian en adelante imposibles mis servicios. ' —Quédate aquí y espérame, respondió maese Eudo. Si dentro de medía hora no estoy de vuelta, será señal de que he entraido en las grutas. Entonces volverás á Fecamp y esperarós mis órdenes. —Voy á esconderme detrás de esta pared, dijo Ricardo designando un lienzo do pared desmoronada en su mayor parte y que probablemente habia servido en otro tiempo (Je albergue, pero cuyo techo habia destruido la mano de los hombres ó la de los elementos. El anciano hizo un ademan afirmativo, y mientras Ricardo se ocultaba tras la pared, empeztí á subir la pendiente que formaba la parte posterior, do, la colína que terminaba en el mar en un cortado precipicio. Apenas había cruzado las tres cuartas partes de la distancia que separaba la falda de la cima del despeñadero cuando, sea por prudencia ó~por cansancio, se paró, é inclinándose hacia el suelo escuchó con atención. Después se levantó y siguió su camino con lentitud calculada.* . Cuando llegó al borde del precipicio se arrodilló, y se arrastró hasta sacar la cabeza fuera del abismo teniendo cuidado de ocultarse detríis de una -alta mata de yerba. Lo que vio bastó sin duda para su ojo penetrante, porque arrastrándose hacia atrás, volvió á recorrer con rapidez en dirección opuesta el camino que había seguido, y bajó con paso ágil y precipitado la vertiente que habia subido con trabajo. Cuando volvió al valle, miró á todos lados, y convencido de que ningún indiscreto le espiaba, corrió h á d a l a pared donde estaba oculto Ricardo. Maese Eudo estaba pálido como un cadáver, y sus faecimies descompuestas revelaban el estado de su alma. —¡Qué sucede? se apresuró á preguntar Ricardo , que se asombró 'al ver el cambio profundo qne se Kabta efectuado en la fisonomía de su compañero. — ¡Sigúeme! dijo maese Eudo sin responder al sargento. Pero es preciso que vuelva á F e c a m p , le hizo observar Ricardo. -^Repito (jue me sigas! dijo el anciano. . —Señor... —Aun.que nunca hubieras de volver á empuñar la .alabarda y ser conocido por todos como uno 'de los míos, es preciso que me sigas, porque jamás he necesitado tanto de tu brazo y de tu valor, dijo maese Eudo llevándose á Ricardo. —Pero ¡qué sucede? —Que si no hubiéraiiios venido aquí, estaríamos perdidos todos, porque tus amigos del prebostazgo custodian en este momento la entrada de las.grutas... H é aqui porque no venia Reynold. Ricardo lanzó un grito dé ansiedad y de c ó lera. — Pero ¡quién les ha revelado la; entrada de las grutas? dijo esforzándose en seguir el rápido paso del anciano. —¡Lo sé acaso?... Mercurio quizás. — i E s imposible 1 No hubiera entregado los t e soros. — i Qué sabes! i No se trataba ante todo para él de perder á Reynold? Ven... Sígneme! —^¡A dónde vamos? —A salvar á Reynold si es tiempo aun. —Pero Reynold está en las grutas. -Sí.. —En tal caso es preciso ir á las grutas, y según decís, la única entrada está custodiada por los s o l d e o s del prebostazgo. Maese Eudo no respondió y Ricardo le siguió á lo largo de la costa hasta un paraje donde una hendidura profunda formaba una especie de pozo en el peñasco. El anciano se detuvo de pronto. DE LAS FAMIUAS. xni. EL LIBEBTADOB. Los acontecimientos áfi esta historia son tantos y se, verifican ál mismo tiempo en tan diferentes sitios,, que nos vemos precisadps á dejar unos personajes para encontrar á otros lo mas pronto que nos es posible. Una hora habría trascurrido desde que dejamos al capitán La Chesnaye obligando á los truhanes sublevados á volver á la obediencia. El osado bandido habla empleado hábilmente estaho^a, porque la cueva principal presentaba un aspecto muy diferente del que antes hemos tratado de describir. E n el momento en que volvemos á entrar, los truhanes y los bandidos, sentados en grupos sobre la arena, continuaban la interrumpida orgía. Dos toneles mas dejan verter un licor rojo y aromático, digno de la mesa de un principe. Habían vuelto á principiar los cantos y alegres gritos , y en un rincón yacían los cadáveres del gran cóesre, Pedro el Acogotador y Tallebot el Jorobado, viéndose junto á ellos á Camaleón atado y con mordaza: testimonios irrecusables del poder reconquistado del capitán La Chesnaye. — ¡ Por Belcebú! decía J u a n de la Horca bebiendo en el casco de cuero con que se cubría la cabeza y que había convertido en copa de nueva forma pero de dimensiones colosales, íbamos á hacer una necedaid, porque La Chesnaye es el rey de loü amigos. —Un jete como él no se encontrai'á en el mund o , dijo Matías. —Es la generosidad personificada , añadió J a cobina la Larga. —Como que nos ha perdonado, dijo Jaime. —Y nos ha dado lo que habíamos sacado de las grutas, dijo Sulpicio abriendo su mano izquierda llena de oro y piedras preciosas. —Y nos dá su malvasía, añadió Juan de la Horca. — i Viva La Chesnaye! gritó Jaime apurando un vaso lleno. —¡Viva La Chesnaye! repitieron á c o r o los truhanes y sus compañeros. Con esa versatilidad de carácter peculiar al pueblo en todas las épocas y países, q u e , tan po-. co razonable como los niños, está pronto á destruir hoy lo que edificó ayer, á insultar el ídolo de ayer y aclamar mañana lo que hoy desprecia y escarnece, los truhanes celebraban en|:odosloa tonos las cualidades del jefe que habían intentado matar algunos momentos antes. Mientras bandidos y truhanes se entregaban á la embriaguez de la orgia, La Chesnaye salió á la abertura de las grutas, examinó primeramente el océano , y seguro de que el horizonte no p r e sentaba ningún indicio alarmante, subió por la cuerda de nudos hasta el borde del precipicio. Llegaba al sitio donde vigilaba Cabeza de Lobo al mismo tiempo que Van Helmont, La GKiiche y d'Herbaut se reunían con Mareos y Giraud en la casa de Etretat, y que maese Eudo y Ricardo terminaban su conversación íntima en la cabana arruinada del bosque de Benzeville. Aquel sitio estaba por lo tanto desierto. Reynold examinó la colina por todos lados, y ningún objeto inquietó su mirada investigadora. Cabeza de Lobo, mojado hasta los huesos, esperaba en sileneio y con una impasibilidad estoica qne-roereció la aprobación del capitán. —Baja á las grutas, lo dijo L a Chesnaye. Cabeza de Lobo obedeiád sin contestar, y el capitán quedó algunos instantes solo; pero no teniendo en sus subordinados mas que la confiaiiza que se merecían, esto e s , muy dudosa, no quería dejar dueño de la entrada de las grutas á un solo bandido después de la rebelión afortunadamente ahogada^ Por otra parte , se tenia la costumbre de no dejar centinelas durante eL día, porque su presencia hubiera revelado el secreto de las cuevas á los transeúntes 6 á los pescadores. La cuerda y el aniRo á que estaba atada desaparecían bajo un montón de piedras y un arbusto que tendía sus ram«s hasta, encima del abismo, de modo que quien no hubiese sabido el secreto de este medio de descenso, habría pasado cien veces por encima ó cerca sin verlo. El restó de la ¿uerdá que colgaba hasta el mar, estaba pintada de un color muy semejante al de 367 la piedra y se confundía enteramente con ella, y — i Diana! \ Diana querida I exclamó arrodillánpor otra parte, las olas se estrellaban con tanta dose á los pies de la señorita de Aumont asombrafuria en aquel paraje, que ni aun en tiempo de da y cubriendo de besos las manos que estrechacalma se atrevía & acercarse hasta allí ninguna ba entre las suyas. ; Por fin te encuentro, por barca. fin voy á salvarte I Y volviéndose después precipitadamente hacia , Reynold se cercioró con atención minuciosa de Aldah, prosiguió con extremado ardor . que la tempestad no había alterado en nada las disposiciones tomadas para disimular el secreto de —Y vos, pobre n i ñ a , ] cuánto habéis padecido las grutas, y bajó por el mismo camino que Capor mi causa i ¡ Oh I vuestro padre, mi excelente, beza de Lobo. amigo, me lo ha confiado todo. Sé que un hombre , abusando de una extraña semejanza, se ha. Cuando estuvo en la abertura de la cueva y burlado de él y de vos usurpando mi título, pero soltó la cuerda, dijo reflexionando: se sabe ya la verdad; vuestro verdugo va á reci—Es preciso ahora que me asegure de la pobir el castigo de todos sus crímenes, y esa semesesión de los millones que los truhanes no han janza que ha causado mi desgracia y la vuestra, podido descubrir, y que me lleve á Aldah y á Diame sirve hoy para llevar á cabo vuestra libertad. na para entregar la primera á mi padre y la sePara vosotras soy realmente el conde de Bergunda al preboste de París. Para conseguir mi nac , pero para los que me esperan allí | y desigmtento debo hacer salir á todos esos hombres, nó las grutas donde estaban los truhanes) soy el cerrar herméticamente la entrada de las grutas, temible capitán La Chesnaye. é impedir que nadie pueda penetrar por este lado. Y el conde bajó la voz al pronunciar estas palabras. Y después de reflexionar algunos minutos mas, siguió la primera galería interior y volvió á enDiana y Aldah , cada vez mas asombradas, se trar en la gruta cuando los truhanes celebraban miraron con nueva angustia, porque indudablecon mayor algazara el nombre del capitán La mente no le comprendían. Chesnaye. —Todo se os explicará muy pronto, continuó — I Preparaos á partir I gritó Reynold dominanReynold. El señor de Aumont y Van Helmont os do bruscamente el tumulto. dirán tam!üdido ver nada, pero los gritos desgarradores que oyeron les hicieron temer un nuevo peligro. Reynold depositó las dos jóvenes en el sueUi, y desembarazado de este doble peso, volvió hacía la abertura, se arrodilló y cogió la cuerda , la •cual pasada ])oi' el anillo clavado debajo de la abertuia de las gi'utas y detenida por los nudos, colgaba doblada en dos hasta el mar. Reynold subió los dos cabos de la cueida y los exauíinó con atención. Uno de ellos estaba desfilochado y atestiguaba una larga permanencia i n el mar, y Reynold lo volvió á arrojar, pero miró con cuidado el otro extiemo diciendo: —No está gastado y veo que han cortado la cuerda con un hacha Luego no ha sido esto efecto de la casuaiidad, sino de la traición. ¡Quién me vende? (Son los tiuhanes! N o , porque han (aídn al mar un gran número de ellos. ¡Habrán caído en algún lazo preparado por mis enemigos! /tiué, debo creer'! ¡Qué pensará maese Eudo (¡ue me espera! Sí el anciano creyera qui' lei'ugaño... si se hubíeía salvado Humberto ó Mercujiu! Peni si sucumbo, no conseguirán su intenle, y será terrible mi venganza. Y dirigió al levantarse una mirada ardiente'á Diana y á Aldah, las cuales, ammadadas nuevamente por las emociones incesantes que hacia muchas horas las combatían sin descanso, estaban apoyadas en la pared de la galería sin atreverse a preguntar al que eieian aun conde de Bei-na'-. —Hemos estado ex]iuest(is á morir, les dije Revliold, y Dios nos ha salvado milagi'osamente. F,s probable que los que desean nuestra muerte traten de reducirnos por medio de la violencia, pero no temáis; el que os protege en este momento sabe luchar cuando es preciso contra sus mas poderosos enemigos. Y Reynold lanzó con ademan altivo una mirada triunfante sobre Diana y Aldah. (Se continuará,) FÓRMULAS. Contra las escrófulas El doctor Bouchut administra el arseniato de sosa en uu julepe gomoso, en vino de Burdeos, en jarabe de quina ó en jarabe de goma.— Hé aquí una buena fórmula: Jarabe de quina. . . . 300 gramos Arseuiaio de sosa. . . . 8 centigramos. De una á cinco cucharaditas de café al día.—Cada cucbaradita contiene cosa de un miligramo de arseniato de sosa. Ksla sal arsénica] conviene en las escrófulas cutáneas, mucosas y glandulares.—Su eficacia es dudosa en las enfermedades de los huesos —En las escrófulas terciarias (tuberculización), no es mas que un paliativo. Por iodo lo que antecede, JDAHBRÜKBT, editor respoDsiMfl. Imprenti del Diuiio oft BABCILOHA , k cargo de FriDcisco Gabnuack «alleNaeTi de S . Franeiaco, núm. 1 7 .