El Papá Noel 15 De Diciembre Las Nueve De

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EL PAPÁ NOEL 15 DE DICIEMBRE Las nueve de la mañana en una ciudad media, es igual a las nueve de la mañana en cualquier ciudad media: gente corriendo atropelladamente camino del trabajo, niños medio dormidos y agobiados bajo el peso del mochilón que van a regañadientes al colegio, coches pitando… Entre la marabunta de personas que se mueve por la calle, Mercedes no destaca; el problema es que en petit comité, tampoco. Su figura alta y delgada no dice nada, a pesar de sobresalir entre el resto de las cabezas que cruzan la calle. Lleva el pelo negro en un moño muy tirante, camina rápido gracias a sus zapatos planos de cordones, y sostiene un portafolios de cuero en la mano. Mercedes Díaz Mareque se dirigía a su trabajo en la Biblioteca Municipal, de la que era directora, en aquella mañana gris, como gris era su traje chaqueta de falda por debajo de la rodilla, como gris era su vida. Penetró en el edificio justo cuando el reloj de la iglesia cercana daba la última campanada de las nueve y se dirigió a su despacho. Lo primero que vio al llegar le desagradó. La auxiliar nueva, María, llevaba uno de sus conjuntos “absolutamente improcedentes en aquel lugar de trabajo”, es decir: minifalda y blusa escotada. -María –llamó Mercedes con voz clara y cortante. -Ah, buenos días –María se giró nerviosa. -¿Desea que le traiga algo? -No, María, muchas gracias. –Mercedes se sentó detrás de la gran mesa. -¿No tiene frío con esa ropa tan fresca? María se echó a reír -Pues la verdad es que no, aquí la calefacción funciona muy bien – replicó con un tono que a Mercedes le pareció descarado. -Bueno, bueno –templó la otra –Pues nada, si no tiene frío… -Ahora, si no le parece correcto… -No, no. ¡Claro que no! Este es un país libre… ¿Me puede traer los últimos catálogos? –Mercedes se afanó más de lo debido en encender su ordenador. -Ahora mismo. –Y la voluptuosa minifalda desapareció de sus ojos. Mercedes tiene treinta y cinco años. Aparenta por lo menos cuarenta y ocho. No se maquilla, usa gafas enormes de concha, pasadas de moda, peina moño y su imagen es, en resumen, la de la típica bibliotecaria, sólo que en una época en que ya no hay estereotipos profesionales. Es el resultado de un matrimonio sin amor entre dos cuarentones de un pueblo, que se casaron para unir tierras. En el pueblo nunca pudieron entender cómo la madre de Mercedes había llegado a quedarse embarazada, dado el caso omiso que le hacía su marido, y lo avanzado de su edad. La niña supo desde muy pequeña lo que era el despego familiar, pues, en cuanto pudieron, sus padres la mandaron a internados y residencias de monjas en la ciudad, de los que sólo salía en vacaciones para ir al pueblo, donde le esperaba mucho trabajo. Mercedes sabía ordeñar vacas, sembrar, recolectar y un montón de cosas más que no quería recordar. A su madre no le gustaba que estuviese ociosa. Realmente, sus padres nunca le habían mostrado afecto, había sido criada en una disciplina muy rígida, tanto en los internados como en su casa. Cuando empezó la universidad, sus padres le compraron un piso en la ciudad en el que empezó a vivir cuando acabó la carrera, para preparar las oposiciones a bibliotecas, que sacó con el número uno. Lo único que había hecho en su vida era estudiar, primero porque el sentido del deber y la disciplina eran consustanciales en ella, segundo, porque cierto orgullo que se le enroscaba en el corazón como una serpiente le decía que debía mantenerse a sí misma, y no deber nada a sus padres, aunque la casa donde vivía fuera de ellos. A las diez y media; Mercedes se dio un paseo por la biblioteca para ver si había mucha gente y sí, estaba llena de estudiantes. Era época de exámenes y la paz y silencio de aquel lugar invitaban al estudio. Inmediatamente, le dio un vuelco el corazón. Reconoció enseguida la corbata roja del hombre que estaba en el mostrador pidiendo un libro. Llevaba un mes viniendo casi todos los días, cuando no era por libros, era por material audiovisual. Era alto, de unos cuarenta años, ni demasiado guapo ni demasiado feo y, a juzgar por las risitas de María, que lo estaba atendiendo, muy simpático. Y a Mercedes le fastidiaba ver a la minifaldera coqueteando con él, con la biblioteca abarrotada de gente. Parecía que estaban en el bar. Se dirigió a ellos intentando disimular su furia. -¿Algún problema? –Preguntó plantándose ante ellos, mirando a uno y a otro y congelándole a María la sonrisa en la boca. El hombre sonrió. -No, qué va… supongo que estábamos haciendo algo de ruido ¿eh? Lo siento –puso cara de niño arrepentido y juntó las manos en señal de rezo. – Le preguntaba a la señorita por un DVD, simplemente. -¿Qué título buscaba? –se interesó Mercedes ablandando un poco el tono. -Una película de Frank Cappa –contestó él –Seguramente la conozca, se llama “Qué bello es vivir”, va de un señor que se suicida en Nochebuena… -Bueno –Cortó Mercedes dirigiéndose a María. –María, mire en el ordenador, por favor. María salió corriendo a toda la velocidad que le permitían sus tacones, buscó la película, la encontró, se la dio al hombre y se despidió contrita. Mercedes entró en su despacho fastidiada, se sentó en la mesa y se levantó para ir al baño. No era la primera vez que notaba que estaban hablando de ella a escondidas, le había pasado docenas de veces. La gente a veces no tiene nada mejor que hacer que hablar de otros que no se lo merecen, simplemente porque no tienen nada interesante en sus vidas, pero sin embargo, lo hacen. A punto de entrar en el baño, una voz llena de veneno la frenó, y no pudo evitar quedarse escuchando. Era María, contando a las otras auxiliares el incidente con el hombre de la corbata roja. -Y la muy guarra –Qué mal sonaba aquella voz, dios mío –se acercó porque vio que el tío me estaba tirando los tejos, y le dio tremendo ataque de celos, porque me tiene una envidia… cómo no me va a tener envidia, digo yo, con esa pinta de monja que se gasta… -Espera un momento, María –la interrumpió Gloria. –Yo tampoco creo que fuera por eso, chica. Con la biblioteca llena hasta los topes no puedes estar ligando con los usuarios, hija… -Déjame en paz, hombre –contestó la furiosa María. –Te digo que me tiene enfilada desde el primer día que entré aquí, si hasta hoy insinuó que no vengo vestida adecuadamente al trabajo. Anda, como para venir como ella, joder. Menuda vieja insoportable, amargada, solterona… Mercedes no lo pudo soportar más, dio media vuelta, pasó por el despacho, cogió su abrigo y su bolso y salió a la calle a tomar café, a respirar aire puro, a alejarse de aquella serpiente de coral… las palabras seguían retumbando en su cerebro: vieja insoportable, amargada, solterona…; vieja insportable, amargada, solterona…; vieja insoportable, amargada, solterona… Mercedes sale todos los días a tomar café a una cafetería muy pequeña y cutre que hay cerca del trabajo. El resto del personal va a una grande y sofisticada que está en la acera de enfrente. A Mercedes no le gusta ir con las auxiliares, no tiene nada en común con ellas: Rita está casada y con dos hijos; Cristina, divorciada y feliz; Gloria es soltera, alegre y encantadora, quizá es con quien Mercedes se siente más cómoda. En cuanto a María, bueno… si pudiese, Mercedes no la volvería a ver en la vida. “Vieja insoportable, amargada, solterona…”. Entró en la cafetería, se sentó en la barra y no pidió nada, ya que la camarera ya sabía lo que tomaba todos los días y puso con diligencia delante de ella un café y un donuts. Mientras revolvía el azúcar se quedó pensando en los cuatro adjetivos. “Vieja. Bueno, vieja no soy. Tengo treinta y cinco años, no se puede decir que sea vieja, aunque lo parezca. Insoportable. Pues tampoco, creo yo. Lo único que pido es que la gente sea formal en el trabajo y que no vaya vestida como una fulana. No pido más. Amargada…¿Cómo no estarlo?...” La verdad es que si Mercedes estaba amargada, no le faltaban motivos. Ese último año le habían pasado dos cosas desagradables, la primera, su amiga Rebeca, la única que tenía, con la que iba de viaje, porque una de sus grandes pasiones, si no la única, era viajar, se había enamorado como una loca y se había casado. Eso había sido en junio. Le sentó tan mal que no fue capaz de ir a la boda. Lo de antes había sido peor. En enero, su padre había muerto. No era la muerte de su padre en sí lo que la había trastocado, porque, al fin y al cabo, casi no habían tenido relación. Eran las circunstancias en las que se había producido. Gumersindo Díaz tuvo un derrame cerebral el 7 de enero, y, llamada su hija a la cabecera de su cama, tuvo un momento de lucidez, momento que aprovechó para decirle que siempre la había querido, que se mantuvo distante porque su madre lo había obligado, al igual que no le dejaba mostrale afecto, para que la niña no se volviera una consentida y una mimada, decía. Que iba cada dos por tres al colegio a verla desde lejos, y que lo perdonara por haber sido un cobarde toda su vida y no enfrentarse a su madre. Tras obtener el perdón de Mercedes, entró en coma y murió a las pocas horas. Tras las pertinentes honras fúnebres, Mercedes se quedó a solas con su madre y le dijo: -Mírame bien, madre, mírame porque es la última vez. No quiero volver a verte jamás en mi vida. Y, dando media vuelta, se marchó. Hasta el día de hoy no había vuelto a saber de su madre, ni quería. -Vaya, qué casualidad. Mercedes pegó un respingo que le hizo salir de su ensimismamiento, y miró hacia la voz que le hablaba. Era el hombre de la corbata roja. -Pues sí, qué casualidad. –Contestó muy envarada. -Verá, me alegro de verla. –Prosiguió el hombre. –Me quedó mal cuerpo por el follón que estábamos montando su ayudante y yo en la biblioteca… Mercedes se relajó. -No se preocupe, lo que pasa es que estos días está muy llena por los estudiantes de las facultades, están en plenos parciales y, claro… necesitan silencio. El hombre se quedó pensativo y al final dijo: -Mi nombre es Nicolás, Nicolás Martínez. –Y le extendió la mano cordialmente. -Encantada, yo soy Mercedes Díaz. –Y le estrechó la mano con cierta flojedad. Al soltarse miró el reloj. –Tengo que marcharme. -Permítame que la invite al café, por favor. –Dijo él. –En desagravio. -Oh, ya está pagado. Pago todos los del mes por adelantado, así no tengo que andar pendiente de traer dinero. Nicolás se echó a reír -¿Y si un día no viene? ¿Si se pone enferma, o algo? -Le queda de propina a Carla, que buena falta le hace –Repuso Mercedes señalando con la cabeza a la afanosa camarera. –De todos modos, nunca estoy enferma. Salieron juntos a la calle. Nicolás le ofreció la mano nuevamente. -Bueno, pues hasta pronto. -Hasta pronto –contestó ella estrechándole la mano, esta vez con un poco más de fuerza. Y cada uno siguió su camino. Al pasar junto al centro comercial un Papá Noel le cortó el paso. Tenía una campana en la mano y un saco enorme en la otra. -Jojojojo, toma, guapa. Un caramelo. -Creo que ya no estoy en edad ¿eh? –Mercedes habló con acritud, pero de repente los cuatro adjetivos volvieron a su cabeza: vieja insoportable, amargada, solterona… e intentó sonreír mientras cogía el caramelo que le tendía el Papá Noel. –Gracias. -Gracias a ti, guapa. Que pases un buen día. La vieja insoportable, amargada y solterona apretó el paso, pues ya llegaba tarde al trabajo. 16 DE DICIEMBRE Hasta el día siguiente no se volvió a acordar del dichoso caramelo, que permanecía en su bolso en revuelta confusión con un montón de cosas más. El día había sido idéntico al anterior, pero sin bronca con María ni café con Nicolás. ¡Con Nicolás! Menudas confianzas se tomaba, que ya lo llamaba por su nombre… prefería seguir pensando en él como el hombre de la corbata roja. Su relación con el sexo opuesto había sido prácticamente nula. Durante la adolescencia se lo habían prohibido terminantemente. Como no era atractiva, ningún chico se había fijado en ella, tampoco importaba porque les tenía terror, alguna vez oía hablar a sus compañeras de clase y no entendía cómo podían perder la cabeza por seres tan primitivos como aquéllos. En la universidad iba a clase con chicos, claro, pero le daba tanta vergüenza hablar con ellos, que el contacto se había limitado a intercambios de apuntes y cosas así. Ya de adulta, durante sus viajes con Rebeca había conocido a algunos, pero sólo se acercaban a ella para poder relacionarse con Rebeca, aunque como ella ya lo sabía, no se sentía agobiada y pudo mejorar un poco su torpeza social. Así fue capaz de darle la mano a Nicolás el día anterior… Pensando en todo esto dieron las tres y salió del trabajo con hambre. Entonces se acordó del caramelo, rebuscó en el bolso y lo encontró. Lo desenvolvió con ansiedad y entonces se fijó en el papel… qué raro, tenía letras por dentro… leyó con dificultad las pequeñas letras: VALE POR UN PEINADO GRATIS EN LA PELUQUERÍA “RIZOS DE ORO” DEL CENTRO COMERCIAL. Caray, un peinado gratis… ¿cuánto tiempo hacía que no iba a la peluquería? Se había acostumbrado al maldito moño y ya no se cortaba el pelo. ¿Y si iba? ¿Y si iba ahora mismo? Total, no tenía nada mejor que hacer. Así que se acercó al centro comercial, tomó un sandwich en una cafetería y después entró en la peluquería. Tras lavarle el pelo, la peluquera le preguntó cómo lo quería y ella no supo qué contestar. La peluquera vio el cielo abierto: -¿Me deja a mí? La dejaré guapísima -Está bien, pero que no me vea ridícula, por favor. Una hora después Mercedes salía otra vez del centro comercial con el pelo a la altura de la nuca, decapado y bien cortado. Con los diez centímetros de pelo que le habían cortado se había dejado también los diez años más que aparentaba en el suelo de la peluquería. Nada más salir, se encontró al Papá Noel, con su saco y su campana, que se acercaba a ella diciendo: Caramba, guapa, veo que te tocó el vale de la peluquería, qué suerte. ¿Un caramelo? Mercedes no tuvo fuerzas para oponerse y cogió el que le tendía, dando las gracias. Enseguida lo desenvolvió e intentó ver si el envoltorio decía algo; sí, había unas letras, pero ¡tan pequeñas!. Mercedes se bajó las gafas hasta la punta de la nariz, para ver por encima de ellas. Tan absorta iba en la operación que tropezó con un viandante. El topetazo fue importante y casi se cayó al suelo. -Oh, perdón, perdón. –dijo, confusa. -No pasa nada… ¿está usted bien? –Era Nicolás, el hombre de la corbata roja, con quien había tropezado. -Usted… vaya, qué casualidad, qué tontería, iba leyendo el papel del caramelo…-Se disculpó ella. -Espere un momento, se le han caído las gafas –Nicolás se agachó y las recogió del suelo. –Vaya por dios, están rotas, rotísimas. Mercedes se quedó mirándolo como una boba, todavía con el papel del caramelo en la mano. -Oh, no, no puedo estar sin gafas, no veo nada… -de repente se fijó en el maldito papel del caramelo y pudo leerlo: VALE POR UNA VISITA A LA ÓPTICA “LA LENTILLA FELIZ”. No se lo podía creer, se echó a reír. Nicolás le preguntó la causa. -Pues nada, que en el caramelo que me dio el Papá Noel de allí hay un vale para la óptica, qué oportuno –Mercedes no podía disimular su contento. -¿Papá Noel? ¿Qué Papá Noel? –preguntó Nicolás mirando a su alrededor. –Yo no veo a nadie. Efectivamente, Papá Noel no estaba en su puesto. -Bah, habrá ido a tomar un café. –contestó Mercedes. –Bueno, pues voy a ir a arreglar las gafas a “la lentilla feliz”, entonces. Qué nombre más horroroso, por cierto. -Espere un segundo –Dijo Nicolás –y perdone si me meto donde nadie me llama… ¿Por qué no se hace unas gafas nuevas? Mire éstas, están rotas por el puente, no creo que tengan arreglo… Mercedes se lo pensó -Sí, es verdad. Ya va siendo hora de que cambie de gafas. -¿Puedo ir con usted? Mercedes se quedó muda. -¿Qué? ¿Cómo? ¿Conmigo? ¿A la óptica? –farfullaba en vez de hablar, ya. -Bueno, creo que le vendrá bien una opinión, estooooo, objetiva. Venga, cuatro ojos opinan más que dos. Además no ve ni torta de lejos, necesitará un lazarillo que la acompañe hasta allí. Y sin más que añadir, la cogió por el codo y se encaminó con ella a la óptica. No sólo opinó, opinó y se metió al óptico en el bolsillo y eligió las gafas más bonitas de la tienda e incluso consiguió que el óptico regalara a Mercedes unas lentillas. Ella no se lo creía. Resultó que Nicolás había hecho la mili en la ciudad de donde era el óptico, y el buen señor estaba rechiflado con él compartiendo recuerdos. Llegada la hora de pagar, enseñó el vale y el óptico dijo que ya estaba todo pagado, el vale daba derecho a unas gafas gratis y las lentillas eran cortesía de la casa… pero tendría que esperar un par de horas por las gafas, para hacer los cristales. -¿Las va a coger hoy, Mercedes? Cójalas hoy, mujer, así mañana ya puede ir al trabajo con las gafas nuevas. Dedidió que sí, que las cogería hoy, y entonces Nicolás propuso ir a tomar un café para entretener la espera. No se pudo negar. La llevó a un café bonito y pequeño que había cerca. Se sentaron, pidieron y Nicolás inició la charla. -¿No le gusta la Navidad? –le espetó a bocajarro. A ella casi le cayó el café. Le había leído el pensamiento. -¿Qué? -Perdón, preguntaba si no le gusta la Navidad. Espero que mi pregunta no le ofenda… Ella meditó la respuesta. -No, no me gusta. Nunca me ha gustado. No creo que sea un bicho raro por eso.-Se encogió de hombros. -Por supuesto que no lo es. Hay mucha gente a la que no le gusta la Navidad, cada vez más… es que hay mucha gente sola, y esas fechas… ¿Usted también está sola? Perdone el atrevimiento, quizá me estoy metiendo en donde no me llaman… Si a ella le afectó no lo demostró. -Si, estoy sola. No me importa, pasaré la Nochebuena viendo alguna película, y el día de Navidad me iré a dar un buen paseo por el campo. No pasa nada. Nicolás suspiró. -Yo también estoy solo. Supongo que tendré que asumirlo como el adulto que soy… -De repente cambió de tema. –Le gusta mucho su trabajo ¿verdad? En ese tema sí que sabía ella desenvolverse. Contestó con rapidez: -Si, me gusta bastante. Los libros son mi pasión. Aunque en realidad soy paleógrafa e investigo por mi cuenta un poco –se rió suavemente. – Tengo algún trabajillo publicado y todo. -¿En serio? ¿Paleógrafa? –se mostró sorprendido -¿Sabe usted desentrañar esas grafías medievales tan complicadas? ¡Qué interesante! Mercedes se enfrascó un buen rato a hablar de su tema favorito, mientras él escuchaba con aparente interés. Las dos horas pasaron rápidamente, así que pagaron y fueron a buscar las gafas. Mercedes se las probó encantada, le quedaban estupendamente. Nicolás se despidió en la calle, diciéndole que estaba mucho mejor con su nueva imagen, y ella se dispuso a irse a casa, después de un día tan emocionante. Pasó por delante de Papá Noel, que no pudo remediar hacerle un comentario: -Jojojojo, guapa. ¿También el vale de la óptica? Tienes la suerte de cara. Toma, hoy no tengo caramelos. Un globito. Mercedes sonrió y cogió el globo. Se lo regaló al primer niño que vio por la calle. 17 DE DICIEMBRE Mercedes no tendría por qué salir al espacio de préstamo y lectura de la biblioteca, pero le gusta hacerlo. Todas las mañanas necesita pasearse y ver que todo está en orden, como si fuese un puzzle terminado. No vigila demasiado a los auxiliares ni a los facultativos, cada uno sabe lo que tiene que hacer, ella misma había sido facultativa hasta enero, cuando le ofrecieron el cargo de directora. El director anterior se había jubilado, así que Mercedes pasó a ser la superiora de los que hasta entonces habían sido sus compañeros. Compañeros que, por cierto, se habían quedado boquiabiertos cuando la habían visto entrar aquella mañana con su peinado y gafas nuevos. Ella ni se acordaba, así que puso cara de extrañeza cuando vio que la miraban, y se le ocurrió preguntar ingenuamente: -¿Qué pasa? ¿Tengo la cara manchada o algo? –y automáticamente se pasó la mano por la cara con aprensión, y se topó con las gafas nuevas, y cayó en la cuenta, echándose a reír. Era raro verla reír ¡Y tan agradable…! -Chica, estás estupenda, estupenda –Le decía Gloria con admiración. Pero… ¿cuándo? ¿dónde? ¿cómo?... Arriesgándose a que la tomaran por loca, Mercedes contó la historia del Papá Noel y los caramelos. Cuando iba contando lo de las gafas ya todos los auxiliares la rodeaban, escuchando expectantes… -Hija –interrumpió Cristina, plañidera. –Pues mira que me he llevado yo caramelos del dichoso Papá Noel, y lo único que ponía el envoltorio era “Feliz Navidad”. Vaya suerte tienes. -Bueno, mejor que nos pongamos a trabajar –contestó Mercedes. –A punto están de llegar los universitarios energúmenos. Y cada mochuelo se fue a su olivo. A las once, cuando se disponía a salir al café, María llamó a la puerta del despacho: -Pase, María. ¿Qué desea? –Mercedes intentó parecer amable. Se preguntaba por qué trataba de usted a aquella chica, cuando tuteaba a todos los demás, que a su vez la tuteaban a ella. -Verá, hay alguien que pregunta por usted. –Dijo María intentando no mirarla mucho, porque estaba realmente alucinada con el nuevo aspecto de “la bruja”. Mercedes sintió un dolor en el estómago. ¿Sería Nicolás? La otra pareció leerle el pensamiento: -Es una mujer… dice que es amiga suya… -Hágala pasar, por favor. Y gracias por el recado. María se retiró para dejar pasar a Rebeca, una Rebeca en evidente estado de buena esperanza, una Rebeca que parecía feliz y satisfecha, una Rebeca que nada más verla gritó y se echó en sus brazos. Mercedes le devolvió el abrazo de todo corazón. -Querida, qué bien te veo y qué guapa estás –Le dijo Rebeca en cuanto se separó de ella. Es que quería unos videos sobre embarazo y parto, y ya que estaba aquí, quise pasar a saludarte… has cambiado, estás mucho mejor… Mercedes casi ni se atrevía a mirarla a la cara. -¿No estás, no estás enfadada conmigo por no haber ido a tu boda? – preguntó con un hilillo de voz. -Confieso que estuve muy cabreada un par de meses, pero ya se me ha pasado. Me puse en tu lugar y lo entendí, de veras. Y estoy muy feliz, y no quiero que nadie esté triste. Voy a tener una niña… -murmuró con timidez acariciándose el vientre. Mercedes se sintió emocionada y le apretó la mano. -Me alegro muchísimo por ti, querida. Estaba claro que tú eres luz y yo sombra, y que mi destino es estar sola, y no me importa… Vamos a tomar algo y me cuentas ¿vale? y a la vuelta te daré en préstamo indefinido todos los videos de embarazadas que haya en mis fondos. Y salieron a la calle cogidas del brazo, pasando por delante del Papá Noel, que repartía caramelos a diestro y siniestro. En cuanto las vio se dirigió a ellas. -Feliz Navidad, guapísimas. ¿Caramelito? –ofreció -¿Tú puedes tomar? –le preguntó a Rebeca con respeto. Rebeca sí podía y cogió uno también. Se alejaron hacia la cafetería. Por primera vez en su vida laboral, Mercedes llamó al trabajo para decir “que se iba a retrasar un poco”. Charlaron durante una hora, de la nueva vida de Rebeca, de la vieja vida de Mercedes. Rebeca dijo de pronto: -Merche, ese pelo nuevo y esas gafas nuevas no pueden ir con esa ropa vieja. Por la tarde nos vamos tú y yo de compritas. Ni se te ocurra ponerme caras ni caretos, porque no admito un no por respuesta, y ya que yo no me puedo comprar ropa normal, dado que voy camino de ponerme como un globo, por lo menos disfrutaré de ver cómo le queda a mi amiga. Y después de quedar para la tarde, Mercedes se reincorporó a su trabajo muy contenta, como hacía meses que no lo estaba. Hasta la noche no cayó en la cuenta de que Rebeca no había vuelto con ella a la biblioteca a buscar los vídeos. 18 DE DICIEMBRE El armario de Mercedes es un prodigio de orden. No tiene mucha ropa, y la que tiene está clasificada por colores. Tampoco usa muchos, bueno, usaba, porque Rebeca le ha obligado a actualizarse un poco, y ahora entre tanto marrón, gris y negro sobresale algo de rojo, verde y azul. Mercedes desayuna en el salón viendo el primer telediario de la mañana, un café con leche y un croasán. Y después, atención, enciende un cigarrillo negro. Es el único vicio que tiene, un cigarrillo después de cada comida. Y nunca fuma en público. Su madre la descubrió fumando en la cuadra de la casa a los diecisiete años y le dio tal sarta de bofetadas que le dejó un ojo morado y no pudo salir a la calle en una semana. Así que aprendió la lección. Hoy en día fuma en privado para no engancharse, evidentemente. Como todas las facetas de su vida, lo del tabaco también lo tiene muy controlado. Esa mañana le tocaba cambiar de bolso y estaba vaciando el contenido del negro para pasarlo al marrón, cuando vio el caramelo del día anterior sin abrir. Eran las ocho y media de la mañana, acababa de desayunar y le apetecía cero tomarse un caramelo, pero la curiosidad pudo más y lo desenvolvió, tirando el caramelo al cenicero con la colilla de ducados. Cuando leyó el contenido del envoltorio se tuvo que sentar. Esta vez no eran ni peluquerías, ni gafas, ni nada. El mensaje decía: HAZ TODO LO QUE TE DIGA REBECA. No le hizo gracia, no le hizo ni puñetera gracia… ¿Quién podía haber puesto aquello allí? Porque estaba claro que tenía que haber sido a propósito… ¿la propia Rebeca? ¿y cuándo? ¡Si habían estado juntas todo el tiempo! Pensando en esto, se fue a trabajar cabizbaja y preocupada, tan ensimismada que ni se dio cuenta cuando Nicolás se puso a su lado, ajustando su paso al de ella. -Buenos días –Saludó Nicolás con su agradable voz. Mercedes pegó un salto, del susto que se llevó. -¡Nicolás! ¡Qué susto me ha dado, hombre! Él se dio cuenta de que algo iba mal -¿Va todo bien? La noto preocupada y nerviosa. Mercedes se metió la mano en el bolsillo del chaquetón nuevo y extrajo el papelito del caramelo. Se lo tendió. -No, nada va bien. Mire esto. Alguien me está gastando una broma pesada o algo así. Y explicó a Nicolás las circunstancias en que se había producido la entrega del caramelo y el extraño mensaje que contenía. Nicolás se guardó el papel sin ni siquiera mirarlo, cogió a Mercedes por los hombros y le dijo: -Váyase a trabajar tranquila y olvídese de esto. Yo me ocupo. ¿Entiende? Nos veremos a las once en el café ése donde usted tiene cuenta para todo el mes ¿De acuerdo? Mercedes abrió la boca para protestar, pero un gesto de él con las cejas la hizo callar. Claudicó. -De acuerdo –Suspiró. Y, apretando el paso, se metió en la Biblioteca Municipal. La mañana se le pasó lenta y horrible, tanto que ni siquiera se asomó a la sala de lectura, como tenía por costumbre. Le parecía que una gran amenaza se cernía sobre ella, que alguien la vigilaba y sabía todo sobre su vida, se sentía angustiada y sola, muy sola. Por primera vez en mucho tiempo se sintió desamparada, como los primeros años de internado, cuando se quedaba dormida a fuerza de llorar. Por fin llegaron las once, y salió a toda la velocidad que le permitieron sus piernas a ver a Nicolás. Por pura aprensión cambió de acera, para no encontrarse con el Papá Noel, aunque excusaba haberlo hecho, porque no estaba. Cuando llegó a la cafetería, Nicolás ya estaba sentado y sonreía. -Siéntese, Mercedes. Y no se preocupe, le va a hacer gracia, al final. -¿Gracia? –contestó ella con acritud. No me hace ninguna. ¿Qué noticias hay? –preguntó, desafiante. Nicolás le dedicó una de sus francas y radiantes sonrisas: -Bueno, la noticia que hay es que no le han graduado muy bien las gafas, creo, mire: Y le enseñó el infausto papelillo del caramelo, que ponía: PAZ A TODOS EN EL BAR TRIBECA Mercedes se quedó perpleja. El bar Tribeca estaba en la esquina del centro comercial. -Pero… ¿entonces? ¿Es que he leído mal? -Pues eso parece, hija mía. Y menos mal que se me ocurrió leer el papelito antes de ir a dar una paliza al pobre Papá Noel. Aún me dio a mí un caramelo al pasar por allí, y sólo decía “Feliz Navidad”. –concluyó Nicolás muy regocijado. Mercedes ya no sabía qué creer. Sí, podía ser que con las prisas y la letra tan pequeña hubiese leído mal. Podía ser. Hablaron un rato más, y después cada uno se fue a sus quehaceres. Al pasar junto a Papá Noel, éste le ofreció un caramelo a Mercedes, que esta vez no aceptó. Estaba tranquila, pero no tenía ganas de más caramelos. No lo habría estado tanto si hubiera sabido que dos días antes, su amiga Rebeca había desenvuelto un caramelo al ir al centro comercial a comprar ropa para su bebé, que decía: HAZ LAS PACES CON MERCEDES. MERECE UNA OPORTUNIDAD. 19 DE DICIEMBRE Los sábados Mercedes no suele cambiar demasiado sus costumbres. Se levanta a las nueve y se va a correr un rato. Cuando vuelve coge el periódico y croasanes calentitos, y sube a desayunar y a fumarse el pitillo sagrado. Después se ducha y va al mercado a hacer la compra de la semana. Le gusta ir por los puestos del pescado y regatear. También le gusta cocinar, su madre le había enseñado durante las vacaciones, desde que había cumplido los doce años, “para que estés preparada para cuando te cases, aunque con esa cara…”. Los fines de semana cocina y congela para toda la semana. Estaba discutiendo con una de las placeras el precio de unos calamares, cuando apareció Nicolás. -Buenos días, Mercedes. ¿Haciendo la compra? Ella lo miró con desconfianza. ¿Es que aquél hombre estaba EN TODAS PARTES? -Pues sí –y observó que él también llevaba bolsas. –Y usted también, por lo que veo. -Claro, es el único día que puedo. ¿Qué va a hacer de comida, si no es mucha indiscreción? Mercedes sonrió, ante el ataque de marujería del hombre de la corbata roja. -Pues calamares en su tinta, probablemente. –Y miró hacia la pescantina –Eso si Carmen me pide un precio razonable por ellos, claro. Enseguida Nicolás se enfrascó en un tira y afloja con la pescadora, consiguiendo un precio más que razonable por los calamares. Cogió las bolsas de Mercedes y salieron a la calle. -Gracias –dijo ella. –No sé cómo lo ha hecho, de verdad. Estoy en deuda con usted. -No hay de qué –Nicolás la miró fijamente. –Podría devolverme el favor, si quiere, claro. -¿Yooo? –Su corazón empezó a galopar -¿Cómo? -Invitándome a comer esos calamares tan deliciosos. –Contestó él con tranquilidad. Mercedes casi se desmayó. -¿En mi casa? –preguntó a duras penas. -Hombre, no vamos a comer en la calle, digo yo. Estamos en diciembre, jaja. Mercedes mantuvo un breve debate consigo misma y tomó una decisión. ¿Qué tenía que perder? Si intentaba propasarse lo echaría a patadas, y fuera… ¿o no? ¿Y por qué iba a intentar propasarse? No se había insinuado en absoluto. ¿Tenía la casa ordenada? Sí. Se decidió. -De acuerdo. Vamos entonces, porque aún lleva un rato hacerlos. Pasaron un día delicioso. Nicolás alabó la decoración minimalista de su casa, hizo de pinche de cocina, además de bajar a comprar un vino estupendo y hacer el café. Alabó sus manos de cocinera, no se horrorizó cuando la vio encender un ducados después de comer, y charló por los codos sobre lo divino y lo humano. Mercedes se sintió comodísima en su compañía, le contó algunos detalles de su vida y, entre unas cosas y otras, dieron las ocho de la tarde. -Tengo que irme, he pasado un día estupendo. –Dijo Nicolás levantándose del sofá. -Yo también –Contestó Mercedes. –Hacía años que no hablaba tanto. -A lo mejor te estaba haciendo falta. -Ya se tuteaban. –Creo que lo que tienes es falta de comunicación, necesitabas hablar con alguien. Pues ya sabes, mientras esté en la ciudad, puedes hablar conmigo. Mercedes se sintió acongojada. -¿Es que te vas? -Bueno -contestó él. –Yo vivo bastante lejos de aquí, sólo voy a estar hasta mitad de las Navidades. Verás, la empresa me manda cada año por estas fechas a una ciudad diferente, para la campaña de Navidad. Y este año me han mandado aquí, y el año que viene mandarán a otro, supongo, y a mí a otro sitio. -¿A qué te dedicas? –Preguntó Mercedes con curiosidad. Hacía tiempo que quería preguntárselo. -Básicamente, abastecemos a las jugueterías en Navidad. –Contestó Nicolás con una amplia sonrisa. 20 DE DICIEMBRE Los domingos es el día que Mercedes dedica a ir de excursión, si el tiempo no está muy malo, y aprovecha para mover el coche. Dos cosas chocan con su personalidad ordenada y estoica: su afición al tabaco, aunque controlada, y su amor a la velocidad. Sí, a Mercedes le gusta conducir, y le gusta correr, aunque tampoco es una loca del volante y sólo lo hace cuando hay poco tráfico, de ahí que los domingos salga temprano. Así que ese domingo se cogió su audi TT a las nueve y media de la mañana con la sana intención de pasear por el monte. Le había costado un ojo de la cara, pero era el único lujo que se había permitido en su vida. Nada de ropa cara, nada de tecnología cara, nada de comida cara, pero sí un coche caro, qué demonios. Lo cuidaba como a las niñas de sus ojos y lo tenía impecable. Era su capricho. Había sacado el carné tardísimo, con veintinueve años, y en la vida hubiera pensado que le iba a gustar tanto conducir. Le relajaba. Su madre creía que era un derroche, y le daba vergüenza que la gente del pueblo la viese llegar en aquel cochazo. Que iban a pensar, decía, que lo había conseguido por medios poco ortodoxos. Cogió la autopista hacia la montaña después de comprar el periódico y el pan. Por pura maldad compraba “El País”, porque en casa de sus padres “aquel periódico de rojos” estaba prohibido, y sólo le estaba permitido leer el ABC. Le esperaban sesenta kilómetros de doble carril sin tráfico ni radares fijos, así que aceleró y metió sexta, dispuesta a aclarar su cabeza en las siguientes veinticuatro horas. Primero, Nicolás. ¿Qué diantre hacía aquel hombre en su vida? ¿Por qué aparecía siempre como un muñeco de caja de sorpresas? ¿Se estaba enamorando de él? No, creía que no. Quizá a él le gustaba un poco ella, pero tampoco parecía deseoso de tener ningún tipo de relación. Sin embargo, el día anterior ya se habían despedido con un beso en la mejilla, y a ella la proximidad le había acelerado el ritmo cardíaco. Pero eso no quería decir nada. Además se iba a ir pronto, así que mejor no romperse la cabeza y esperar a ver qué pasaba. Segundo, María. ¿Qué le pasaba a aquella maldita chica con ella? ¿Por qué le tenía manía, si era joven y bonita, y ella, según palabras de la propia María, una “vieja insoportable, amargada y solterona”? No sería porque tuviese miedo de que Mercedes le hiciese sombra, vamos. Y tampoco era la típica jefa extravagante que pedía estupideces a todas horas. Decidió ser un poco más amable y condescendiente con ella. Tercero, Rebeca. ¿Por qué aparecía así de repente tan amable después de casi seis meses? Para eso tenía fácil respuesta. Rebeca, desde su nueva y feliz vida, se compadecía de ella. Bueno, Mercedes no se sentía especialmente infeliz estos días. No se veía casada y madre de familia, la verdad, aunque sí le hubiese gustado tener a alguien a quien querer y que la quisiera, y no tenía la menor ilusión por morir virgen, pero tampoco se iba a liar con el primero que llegara, así que lo iba retrasando, retrasando, y cada vez se iba haciendo más cómoda y rara. Sí, entendía que le diese pena a Rebeca. Mercedes pasó toda la mañana paseando por una zona boscosa, pensando en su cuarto problema, y, a su juicio, el más gordo: su madre. Teniendo en cuenta las fechas que se aproximaban, no podía evitar acordarse de ella, sabiendo que la mujer pasaría las fiestas completamente sola en la casona del pueblo. Sabía que estaba bien porque le habían llegado durante aquel año varias cartas, que rompió sin abrir en cuanto vio la letra del sobre, y por algunas llamadas que había recibido de ella, según rezaba el identificador de llamadas, aunque colgaba en cuanto Mercedes cogía el aparato. ¿Qué podía hacer? Al fin y al cabo sólo se tenían la una a la otra. Casi se estaba ablandando con el tema, cuando la culebra que dormía enroscada en el fondo de su corazón se despertó, y le recordó que su madre le había dicho a los cinco años que los Reyes Magos no existían, y que no contara con muchos juguetes aquel año, pues eran una pérdida de tiempo. -Que se pudra en el infierno. –Acabó de pensar en voz alta. 21 DE DICIEMBRE Todos los años, la biblioteca compra unos décimos de lotería, y el día 22, haya habido suerte o no, el personal en pleno se va a celebrarlo al bar Tribeca al salir del trabajo. Mercedes nunca va, y ese año, por ser jefa, tendrá que hacerlo, pero no le apetece que su presencia coarte el comportamiento de los demás. También todos los años, el día 24 hacen una pequeña fiesta al mediodía, a la que Mercedes tampoco se queda. El problema es que siempre la ha organizado el director, y hasta esta mañana, Mercedes no se ha dado cuenta de que este año le toca a ella ¡y sólo quedan tres días!. Por si fuera poco, alguien se encargó de recordárselo nada más llegar. -Perdona, Mercedes –le dijo Gloria en cuanto la encontró en el pasillo. –Supongo que te acordarás del vino español del 24… -Supones mal, Gloria. –Le contestó Mercedes con una triste sonrisa. – Me he acordado esta mañana. Me imagino que ya será demasiado tarde. Gloria miró a Mercedes con una mezcla de lástima y simpatía. Esbozó una sonrisa y dijo: -Menos mal que el del catering llamó hace quince días y me tomé la libertad de reservarlo… perdóname, Mercedes. Me olvidé por completo de comentártelo, pero va a llamar hoy para confirmar, y eres tú la que tiene que dar el visto bueno. -Gracias a dios, Gloria, que te acordaste, qué alivio. Ya sabes que no me gustan mucho estas cosas, pero que no me gusten a mí no significa que los demás se tengan que quedar sin fiesta. -Supongo que este año sí vendrás ¿verdad? -Qué remedio –Contestó Mercedes con gesto de fastidio. –Supongo que la directora no puede faltar ¿verdad? Qué más quisiera… Me horrorizan todas esas celebraciones, ya lo sabes. De todos modos, muchísimas gracias por arreglarme la papeleta, Gloria. Eres un encanto. -Mercedes… -Gloria dudó antes de hablar. –Hace muchos años que trabajamos juntas, como unos nueve ¿verdad? -Nueve son, sí. Al grano, Gloria ¿Qué quieres decirme? Me conoces lo suficiente como para saber que no me gustan los preámbulos. -Ja, ja. Sí, es cierto. Y eres celosísima de tu vida privada. Pero perdóname que me tome la libertad de decirte que creo que has estado pasando, o aún estás pasando, por un mal momento. Déjame ayudarte, mujer, no lo pases sola. Mercedes sintió una ternura profundísima hacia su compañera, y le dio unas palmaditas en el hombro. -Sí, Gloria, he pasado una temporada mala. Y la he pasado sola, sí. Pero ya ha acabado. Haré propósito para el nuevo año de ser más abierta y confiar más en la gente. Lo prometo. Y se alejó hacia el baño. Gloria, por su parte, acarició el papelito de caramelo que descansaba en el fondo de su bolsillo y decía: A PAPÁ NOEL LE GUSTA QUE AYUDES A TU JEFE, y se marchó muy contenta a seguir con su trabajo. Mercedes entró con precaución en el baño, como hacía siempre desde el día de la “vieja insportable…” y se quedó de piedra al ver a María llorando a moco y baba. Sintió que estaba invadiendo su intimidad, pero ya era tarde para recular, así que se acercó a ella y le puso una mano en el hombro, intentando consolarla, procurando que su voz sonara lo más dulce posible. -María, querida ¿Qué le pasa? ¿Se encuentra mal? ¿Puedo ayudarla? María levantó la vista y al ver que era la de la bruja la boca que decía palabras de consuelo, reanudó su llanto con más fuerza. Mercedes le dejó llorar a placer, sabía por experiencia que era mejor que se desahogara. Cerró la puerta del baño para que no entrara nadie y esperó. María se fue calmando y comenzó a hablar. -Es una tontería, Mercedes, pero no soy tan dura como parezco y tambien tengo mi corazoncito. Es que voy a pasar las Navidades sola y eso me entristece muchísimo. -Bueno, yo también. No pasa nada. El problema es el bombardeo publicitario que hace que uno tenga que estar feliz en Navidad por obligación, casi parece un delito no serlo. ¿Verdad? -Verá, yo sí estoy feliz. Va a ser mejor que se lo cuente, porque al final se va a acabar enterando… estoy embarazada, no tengo pareja y voy a tener el niño. Mercedes hizo un leve gesto de asentimiento, pero no dijo nada. Dejó que siguiera hablando. -Mis padres son horriblemente rígidos y anticuados. El otro día se lo dije y se pusieron como fieras, y me dijeron que no querían volver a verme jamás. Pero yo voy a tener ese niño y voy a ser feliz con él. -Me parece muy bien si es lo que quiere. No deje que nadie dirija su vida –Contestó Mercedes. –Yo haría lo mismo. -Lo que pasa es que me imagino a mí misma pasando sola la Nochebuena, y, bueno, entre la revolución hormonal que tengo y lo sensiblón de esas fechas… en fin. Una bombilla se encendió en el cerebro de Mercedes. -Mire, le voy a hacer una propuesta con toda franqueza. Si le gusta, perfecto, si no, es libre de mandarme a la mierda. –María sonrió, pues nunca se habría imaginado a la seria Mercedes diciendo “mierda”. –Yo también estoy sola, en este caso, al revés que usted, porque soy yo la que no quiero saber nada de mi familia. Cene conmigo, por favor, cocino muy bien y haré una cena de chuparse los dedos. Sé que no hemos sido las mejores amigas, pero se lo propongo de corazón. María sonrió a través de sus lágrimas. Lo pensó cinco segundos. -Sí, cenaré con usted, muchísimas gracias. Yo llevaré los turrones. -Genial. –Repuso Mercedes aplaudiendo. –Pero si vamos a cenar juntas, tutéame por favor. Y ahora sécate las lágrimas y vuelve a la sala, que el cerebrito de quinto de derecho, que es el único que queda estudiando, está preguntando por ti como un loco… 22 DE DICIEMBRE El día de la lotería siempre es una locura en la biblioteca, como en todos los lugares de trabajo. La gente está más pendiente de la radio y la tele y de cotejar continuamente sus décimos que de sus obligaciones. Por fortuna, ese día no suele haber mucho trasiego de gente. El único que había aparecido en toda la mañana, aparte del estudiante de quinto de derecho, que ya formaba parte del mobiliario, había sido Nicolás, cómo no. Había preguntado por ella, y, como no había mucho que hacer, salieron a tomar café y donuts. Total, ya había salido el gordo y todos seguían siendo tan pobres como siempre. Por una vez en la vida, fue Mercedes la que inició la conversación. -Me gustaría proponerte algo, Nicolás. -Dispara -contestó él, expectante. -Verás, una compañera de trabajo va a cenar en Nochebuena en mi casa, como tú me habías dicho que también estás solo, pues bueno, yo me preguntaba… me preguntaba si te gustaría venir también. Los ojos de Nicolás echaron chispas de alegría. -Por supuesto que iré, chica. Muchísimas gracias. Y voy a llevar un foie riquísimo, que es muy difícil de encontrar, y unas botellas de borgoña que tenía esperando para una buena ocasión. A Mercedes le pareció que había respondido demasiado pronto, casi como si hubiera adivinado que se lo iba a proponer, y ya tuviera la respuesta preparada, pero decidió no ser suspicaz y alegrarse. La Nochebuena se presentaba con mejores perspectivas de lo que parecía a priori. Tres horas después, en la copa post-sorteo anual que daba el Tribeca, María se le acercó con cara de preocupación. -Ay, Mercedes. Tengo que hablar contigo, tengo un problema. -¿Qué pasa? –contestó la otra, preocupada. -¿Te encuentras mal? ¿El bebé?... María manoteó en el aire. -No, mujer, no es nada de eso. Se trata de Fernando y Juan –y con el vaso de refresco señaló hacia los dos facultativos, que charlaban animadamente con el resto del personal. Mercedes la invitó a seguir hablando con un gesto. -Pues verás, resulta que están viviendo en mi casa. Sabes que viven juntos… Mercedes sí lo sabía. Habían entrado en la biblioteca a trabajar el mismo año, se habían enamorado y a los dos meses se habían ido a vivir juntos. Era la única historia de amor que había sucedido en el trabajo, que ella supiera. -Si, mujer, lo sabía. Soy rancia, pero no tanto. –Soltó una breve carcajada. -Bueno, pues ayer se les inundó su piso, me llamaron y claro, les hice un hueco, pobres. Les arreglaron la cañería, pero no los desperfectos, no van hasta el 26, por lo menos. Así que van a estar conmigo mientras, y … -Y no sabes qué hacer con ellos en Nochebuena. -Contestó Mercedes. –Que se vengan. -Eres un encanto ¿En serio que no te importa? -En absoluto. También va a venir un amigo mío. Yo misma iré a invitarlos. Y se alejó, dispuesta a invitar a la parejita gay, con la que en los últimos cinco años sólo había intercambiado algunas frases corteses, aparte de los temas propios del trabajo. 23 DE DICIEMBRE La casa de Mercedes tiene unos 80 metros cuadrados, más que suficiente para ella. Vive allí desde hace diez años. Cuando aprobó la oposición sus padres la pusieron a su nombre, así que puede decirse que es suya. En estos años ha hecho algunas reformas, como agrandar el salón comiéndole espacio al dormitorio de invitados. Viendo que sus padres no venían jamás a verla, le pareció del género tonto tener un cuarto de invitados tan grande, así que tiene un salón de veinticinco metros, con una mesa de comedor para seis personas, ampliable a doce. Y al paso que va, la va a necesitar. Se corrió por la bilbioteca la voz de que Mercedes había acogido a sus pechos a unos cuantos para cenar en Nochebuena, y Cristina y Gloria no tardaron en apuntarse. Gloria, porque se apuntaba a un bombardeo, y Cristina, porque sus hijos pasaban la Nochebuena con su padre y a ella no le apetecía nada pasarla en casa de sus padres con sus cinco hermanos, cuñados y sobrinos. Y Mercedes dijo que sí, claro. ¿Qué iba a hacer? Sólo faltaría, se andaba quejando de que se sentía sola y ahora la vida le brindaba semejante oportunidad. Y además, todo el mundo llevaría algo, así que ella sólo tenía que asar el pavo. Aquella mañana, Mercedes contaba los sitios antes de ir a trabajar. “María, Juan, Fernando, Gloria, Cristina, Nicolás y yo. En total, siete, así que añadiré una tabla para que estemos más cómodos”. Después cayó en la cuenta de que no tenía adornos navideños, ni árbol, ni belén, ni nada. Nunca se habían usado en su casa. “Bueno, tampoco pasa nada… lo importante es estar todos juntos, digo yo ¿no?” Así que no compró adornos. Tenía que ir a la carnicería del barrio a buscar el pavo a partir de las cinco. Gloria traería los entrantes, Cristina el champán, Fernando y Juan el primer plato, Nicolás el vino y María los postres, por lo que el plan se ofrecía magnífico. Y ella haría un delicioso pavo relleno de pasas, orejones, manzanas y frutos secos. La biblioteca estuvo animada aquel día, pues los niños ya estaban de vacaciones y muchos padres habían solicitado préstamos de películas de disney y cuentos variados. Todo el mundo estaba de buen humor, incluso Mercedes. Sus compañeros no daban crédito al cambio operado en la triste y severa directora. Lo comentaron aquella mañana a la hora del café. Fernando y Juan lo achacaban a que debía estar enamorada, Gloria sostenía que era por el cambio de look, Cristina no opinaba porque se estaba poniendo morada de polvorones y tenía la boca llena, y María pensaba que se debía “al espíritu navideño”. Por una vez, Mercedes habría deseado ir con ellos a tomar café, pero también tenía ganas de ver a Nicolás, y había quedado con él en su cutrecafetería. Y además, no podía ser infiel a Carla, llevaba muchos años yendo allí. El Papá Noel del centro comercial se acercó a ella en cuanto la vio. -Hola, guapa. ¿Cómo te trata la vida? Mercedes intentó adivinar la fisonomía de aquel personaje, oculta tras la barba, gorro, barriga y demás, y no lo consiguió. Por primera vez lo vio como alguien real, un hombre disfrazado de Papá Noel, y pensó en que también tendría una vida propia, con sus alegrías y sus preocupaciones, que debían de ser muchas, si había aceptado aquel trabajo. -A mí muy bien ¿y a ti? -Bueno –contestó él –para ser sincero, tengo ya ganas de sacarme el traje. Mañana es el último día. El 26 ocuparán mi puesto los Reyes Magos. -¡Oh! ¿Y te quedarás sin trabajo? –Musitó Mercedes con pena. Él soltó la carcajada. -No, mujer. Trabajo en una de las tiendas del centro comercial. Volveré a mi aburrido trabajo de dependiente, no te preocupes. Ha sido divertido, me gusta hacer feliz a la gente. Hoy no tengo caramelos ¿Un turroncito? Mercedes se alejó mordisqueando el trozo de turrón de Jijona que le había entregado Papá Noel, asépticamente envuelto en un plástico sin mensajito. Nicolás tardó diez minutos en llegar al café. Le dio dos besos de bienvenida y se sentó, encantado de la vida, como siempre. -Tienes un aspecto estupendo, Mercedes. Se te ve… no sé cómo decirlo, feliz. ¡Qué distinta estás a la primera vez que te vi! Ella bajó los ojos avergonzada. -Nunca pensé que estaría tan contenta, de verdad. Mañana tengo seis personas a cenar en mi mesa y me hace ilusión, realmente. Creo que me he negado a mí misma durante bastante tiempo la amistad de otras personas, intentaré cambiar a partir de ahora. Me educaron de forma que nunca confié en nadie, y la única amiga que he tenido es Rebeca. Después se casó y me dolió mucho, me sentí como si me hubiese traicionado. Evidentemente, no tenía razón, Rebeca tiene todo el derecho del mundo a tener una familia. Nicolás le cogió la mano. Mercedes se crispó, pero no la retiró. -También tú, Mercedes. Ella lo miró a los ojos. -Creo que yo no soy de las que se casan, y esas cosas. Me gusta demasiado la independencia, y estoy entregada a mi trabajo y al estudio. – Contestó con tono ingenuo. -No me refiero a eso y lo sabes. No sé qué pasa en tu familia, pero intuyo que ahí te queda un fleco suelto en la nueva vida que estás emprendiendo, y eso no te dejará ser feliz. Esta vez sí que se crispó en serio, y retiró la mano. Pero Nicolás se la volvió a coger, y la retuvo con fuerza mientras seguía hablando. -Me marcho pasado mañana, Mercedes. No sé si nos volveremos a ver, espero que sí, pero quiero que me prometas una cosa. -¿Qué? –preguntó ella sin fuerzas. -Prométeme que lo vas a arreglar, que intentarás que ese fleco no eche a perder tu felicidad. Prométemelo. Mercedes se levantó, porque ya notaba las lágrimas que le afluían a los ojos. -Lo siento de verdad, Nicolás. No te lo puedo prometer. Mercedes se levantó y salió dignamente del bar, dejando a Nicolás francamente desolado. 24 DE DICIEMBRE El despertador de Mercedes suena de lunes a viernes a las ocho menos cuarto de la mañana, porque a su dueña le gusta arreglarse y arreglar la casa con tiempo antes de ir al trabajo. Se toma sus buenos diez minutos para desperezarse con calma y repasar mentalmente su agenda para ese día. La mañana del jueves 24 de diciembre, Mercedes apagó el despertador y se estiró todo lo que pudo para desentumecer los músculos, como todos los días. Excepcionalmente, uno de sus brazos tropezó con un obstáculo y al darse la vuelta para ver lo que era, se encontró con Nicolás, que dormía plácidamente a su lado. Entonces despertó por completo y lo recordó todo. Tras marcharse del bar de aquella manera, se había quedado con mal cuerpo, el dichoso Nicolás le volvía a traer al frente todos sus fantasmas infantiles, por mucho que ella se empeñara en esconderlos. ¿Por qué consentía que aquel hombre, al que sólo conocía desde hacía diez días escasos, hurgase en su vida de aquella manera? Era como un Pepito Grillo molesto y enloquecedor, y en aquel momento le caía francamente mal. A las tres se fue para casa y se hizo un bocadillo, ni siquiera tenía ganas de comer, el enfado le había quitado el hambre. Se sentía sola y desgraciada. Inexplicablemente, porque nunca lo hacía, se quedó dormida en el sofá, cuando despertó eran las siete de la tarde, se acordó del pavo y salió pitando a buscarlo a la carnicería. Volvió a casa y le hizo los primeros preparativos. Sacó la vajilla que iba a usar al día siguiente y la lavó. Hizo lo mismo con las copas. Leyó su correo electrónico, pedaleó una hora en la bicicleta estática y tomó algo de cena. En ningún momento la abandonó aquella horrible y sobradamente conocida sensación de desamparo. Acababan de dar las once cuando sonó el timbre de la puerta. No le sorprendió demasiado ver a Nicolás en el umbral, con su simpático y agradable aspecto, pidiendo perdón por adelantado con los ojos. Mercedes lo dejó pasar y escuchó sus disculpas. Parecían sinceras. Entonces cogió las manos de Nicolás en señal de perdón, y él la abrazó y la besó en la boca. Mercedes no dudó y dejó salir todos sus instintos reprimidos tanto tiempo: le quitó el abrigo y empezaba a desabrocharle la camisa, cuando oyó: -¿Estás segura? No puedo prometerte nada, me voy dentro de dos días, no quiero… -Creo que jamás había estado tan segura de algo. –Contestó ella. Mientras recordaba la noche anterior, el improvisado amante se había despertado, y tras hacerle algunos arrumacos, le dijo: -¿Arrepentida? Mercedes lo miró con cariño. -No. -Así me gusta –contestó él. –Asumiendo las consecuencias de tus actos… y de los míos. -¿Te arrepientes tú, Nicolás? Él dudó un segundo. -En fin, mi vida es complicada… -Empezó a decir, pero ella le cortó en seco, como el día que había ido a pedir a la biblioteca “Qué bello es vivir”. -Mira, Nicolás. No me importa, no quiero saberlo; si estás casado, no me lo digas, si no vamos a volver a vernos, tampoco. Deja que me quede un bonito recuerdo, por favor. Es lo único que quiero ¿vale? Él fue a decir algo, pero se lo pensó mejor. -Está bien, querida. Se hará como tú quieres. El día de Nochebuena suele ser agradable y feliz en todas las empresas y centros de trabajo. Todos echan el cierre antes de la hora habitual, y aprovechan para tomar un piscolabis de felicitación, adelanto de la celebración nocturna. La biblioteca municipal no fue una excepción. Todo el mundo estaba más o menos contento cuando a la una cerraron para dar paso al catering, tan oportunamente contratado por Gloria, con el vino español. Mercedes causó sensación, le había apetecido arreglarse y llevaba un vestido de punto negro que le quedaba muy bien, y rió a carcajadas cuando María apareció con el mismo vestido, pero en rojo, y un gorrito de Papá Noel. Departió con todos los empleados de la biblioteca, y a ratos se preguntaba si no se darían cuenta de que algo había cambiado en ella, que ya no era la misma de ayer ni volvería a serlo jamás. No se daba cuenta de que sus compañeros habían visto el cambio mucho antes que ella misma. Mercedes los convocó para cenar a las diez. Se fue para casa canturreando y el Papá Noel, que a las tres aún estaba en la puerta del centro comercial con su campana y su saco, le guiñó un ojo. -Qué contenta pareces hoy –le comentó. -Pues sí –contestó ella, hay días buenos y malos, y hoy es uno bueno. Feliz Navidad. –Y súbitamente, se colgó de su cuello y le dio dos besos. -Jojojojo, ya no volveré a lavarme la cara en mi vida. Feliz Navidad para ti también. –Contestó el Papá Noel, encantado. –Toma un caramelo, el último. Mercedes lo cogió, lo desenvolvió y se lo metió en la boca. Leyó el papel: MAÑANA PUEDE SER EL PRIMER DÍA DEL RESTO DE TU VIDA. -Muy bonito –Murmuró. -Feliz Navidad. Y se marchó a su casa. A las seis Nicolás apareció por allí, cargado con seis botellas de vino y un block de foie enorme. -Lo traigo ahora porque no sé si podré llegar a tiempo –Le dijo al llegar. –Tenemos problemas de abastecimiento en algunas jugueterías de la ciudad de al lado, pero te prometo que haré todo lo posible por llegar a las diez. –Le dio un beso rápido y se fue. Mercedes se quedó algo triste, pero como ya tenía mucho que hacer para tener todo preparado para la cena, pronto se olvidó del tema. Asó el pavo, preparó las guarniciones, puso la mesa, se duchó y se arregló, estrenó las lentillas, cosa que le llevó bastante tiempo, y entre una cosa y otra dieron las nueve y media, y empezó a llegar la gente. En segundos, su cocina se convirtió en una locura, todos sacando comida de bolsas, calentando, emplatando… A las diez en punto se sentaron a la mesa, sin Nicolás. La cena fue un éxito, todo estaba riquísimo y corría el vino con generosidad. Juan y Fernando se revelaron como dos chicos ocurrentes y divertidísimos, Gloria estaba en su salsa, Cristina hizo reír a todos imitando a su ex-marido y María estaba tranquila y feliz. Mercedes miraba el reloj de vez en cuando, y una de las veces que se levantó para ir a la cocina vio que tenía un mensaje en el móvil. Nicolás decía que los camiones de juguetes iban a tardar un buen rato, pues habían tenido problemas por la nieve, y que llegaría bastante tarde, pero que llegaría, que no se preocupase. Y Mercedes decidió no preocuparse. Tras la cena, recogieron todo y Juan, guiñando un ojo a Mercedes, sacó un Pictionary. -Lo he cogido de la biblioteca, jefa. Pero no te preocupes, el lunes lo devuelvo. Mercedes se echó a reír y le dijo que se dejara de majaderías y que le explicara cómo se jugaba a aquello, que ella no sabía. Durante el juego bebieron champán, en medio de risas y algazara. De repente, Gloria dijo: -¿Y qué vais a hacer mañana? Todos se quedaron callados. No tenían plan, excepto Cristina, que comía con sus hijos y sus padres. -Como ha sobrado muchísima comida –continuó Gloria –propongo seguir la juerga mañana en mi casa, no tengo un salón tan grande como éste, pero nos acomodaremos por el suelo si hace falta. Todos aplaudieron la idea, menos Mercedes, que tenía pensado pasar todo el tiempo posible con Nicolás hasta que se marchara. Les dijo que probablemente no iría, que tenía otros planes, y nadie insistió. Jugaron varias partidas, pero la parejita gay las ganó todas, se veía que tenían el juego dominado. A la una sus invitados se despidieron, tras haber recogido todo. Se deshicieron en elogios con ella, repitiendo una y otra vez lo bien que lo habían pasado, y lamentándose de que Nicolás no hubiera podido venir. Mercedes los acompañó a todos hasta la puerta, hubo besos, abrazos y promesas de amistad eterna. Por fin se fueron y Mercedes se volvió al salón, dispuesta a esperar a Nicolás despierta, aunque le diesen las cinco de la mañana. Al llegar al salón, se quedó petrificada. Sobre el blanco sofá reposaban, como si hubiesen estado allí toda la vida, el saco y la campana de Papá Noel. 25 DE DICIEMBRE A las seis de la mañana, Mercedes dio por concluido el trabajo, el arduo y doloroso trabajo. Cinco horas antes, cuando había sido capaz de reaccionar, apartó la campana y, sentándose en el sofá, desparramó el contenido del saco sobre la mesa de centro. Un montón increíble de caramelos conformaban el contenido. Mercedes se enfadó. ¿Caramelos? ¿Ni una nota? ¿Ni una explicación? ¿Nada? Porque Mercedes había comprendido todo en cuanto vio el saco y la campana. Porque no era casualidad que se llamara Nicolás, porque no era casualidad que trabajase en una empresa de juguetes, porque no era casualidad que nunca los viese juntos, no lo era, no lo era… y aquellos mensajes en los caramelos… ¡Los caramelos! Mercedes se mesó los cabellos desesperada y miró hacia los caramelos. ¿Cuántos habría? ¿Trescientos? ¿Iba a tener que desenvolver trescientos caramelos? Aquello era una broma pesada. Como persona cerebral que era, Mercedes se levantó, se puso el pijama y las zapatillas, se quitó las lentillas y el maquillaje, y volvió al salón dispuesta a poner manos a la obra. Abrió el primer caramelo, y leyó el mensaje del envoltorio. Se puso furiosa, primero, porque no era un mensaje completo, entendió que tendría que desenvolver los trescientos para componer el texto, y segundo, y eso sí que era una broma pesadísima de Nicolás, porque estaban escritos con grafía gótica. Rememoró la tarde en que casi le había dado una conferencia sobre la paleografía y lo mucho que le apasionaba, qué guapa habría estado calladita. Mientras se maldecía a sí misma, y a él de paso, las manos trabajaban a velocidad vertiginosa desenvolviendo. Tuvo otra idea: habilitó el cubo de la basura para los caramelos y la caja de las botellas de vino para los caramelos sin abrir, dejando la mesa despejada para los papeles desplegados con el mensaje. Cuatro horas después le dolían las manos de desenvolver caramelos. Por suerte, Nicolás se había apiadado de ella y cada papelillo iba numerado del uno al trescientos, así que, una vez desenvueltos, fue fácil ordenarlos en la mesa de centro. Entonces Mercedes fue a buscar la cámara, hizo varias fotos al tapete de caramelos y las descargó en el ordenador. Acto seguido, pasó el texto gótico por el programa de transcripción e imprimió el resultado. Eran las cinco y media de la mañana. Se fue a la cocina, se hizo un chocolate, encendió un cigarrillo y se tiró en el sofá, dispuesta a enfrentarse a lo que fuera. La carta decía así: “Querida Mercedes: No he dudado ni por un momento que serías capaz de descifrar este pequeño acertijo que te mando. No pienses mal de mí, lo hice para que estuvieras un poco entretenida y llevaras mejor el hecho de que, como comprenderás, no volveremos a vernos. Evidentemente, nunca tuve intención de ir a cenar a tu casa, a estas alturas ya sabrás que ésta es la única noche del año que tengo trabajo a destajo, y una vez terminado, tengo que volverme a mis regiones polares, por desgracia. Y digo por desgracia, porque, de todas las misiones que he emprendido en mi larguísima vida, ésta ha sido la que más me ha costado acabar. Nunca pensé que me enamoraría de uno de mis “casos navideños”, como yo los llamo. Ha sido la primera vez y juro por lo más sagrado que será la última. Por fortuna, tu recuerdo me acompañará siempre y espero que a ti el mío. Tuve miedo al principio, cuando te ofrecí el primer caramelo y dudaste, pensé que lo ibas a rechazar. Por fortuna no lo hiciste, pero casi se tuercen las cosas con aquel dichoso mensaje de Rebeca que te asustó tanto. Menos mal que te tragaste el cuento de que habías leído mal. Llegué a pensar que me habías descubierto. De todos modos, no considero la misión cumplida todavía, querida. Quise que me hicieras una promesa en firme y no lo conseguí. Dejo a tu criterio que la hagas efectiva y, si eres la gran persona que yo sospecho, la cumplirás, porque dentro de ti ya no hay espacio para el odio y el rencor. Creo que si de algo te has dado cuenta en estos diez días, es de que el amor es el motor que mueve este viejo y antipático mundo en el que vives. No dejes que el motor se pare, por favor. Tengo que marcharme ya, queridísima. Me duele hasta extremos indescriptibles despedirme de ti. Eres una persona maravillosa, recuérdalo siempre; incluso en los momentos más negros, que los tendrás, sabes que aunque no me veas, estaré contigo siempre velando por ti. Te quiere: Nicolás” Mercedes dejó caer la carta mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Estaba agotada, pero se sentía bien y en paz consigo misma. Se levantó de un brinco y fue a su bolso, cogió el papel del caramelo que el Papá Noel, o Nicolás, le había dado aquella misma tarde, y lo releyó: MAÑANA PUEDE SER EL PRIMER DÍA DEL RESTO DE TU VIDA. Mañana… y se lo había dado ayer, o sea, que ese mañana se refería a hoy… entonces lo vio clarísimo. Se encaminó a zancadas hacia el dormitorio e hizo una maleta, metiendo prendas de mucho abrigo. Después entró en la cocina y dejó el café haciéndose mientras se duchaba. Se dio una ducha larguísima, por lo menos estuvo media hora. Cuando se sintió renovada, cerró el grifo, se puso un albornoz, y miró la hora. Eran las siete y media de la mañana. Ella ya estaría despierta, se levantaba muy temprano para ordeñar a las vacas… Cogió el teléfono, marcó, esperó… un tono, dos, tres, cuatro… -¿Mamá? Soy yo, Mercedes. Tenemos que hablar. ¿Puedo ir a comer contigo? FIN PAPÁ NOEL II: LA VUELTA AL COLE DE NICOLÁS 15 DE DICIEMBRE Nicolás dio una profunda calada al cigarrillo, lo tiró al suelo y lo aplastó con rabia mientras miraba hacia el edificio, que se le antojaba espantoso. Un timbre agudísimo perforó sus tímpanos. Alguna parte de su cerebro comunicó a otra que había que ponerse en marcha y empezó a andar con desgana, diciendo no se sabe muy bien a quién: -Anda que ya te vale… hacía setenta y cinco años que lo había dejado y en tres malditos días he vuelto a caer. Nicolas se enfrentaba desde aquel día a su nuevo caso navideño. Un año esperando algo apetecible y entrañable y se encontraba con “esto”. -Te vale de cojones… toda mi vida sin decir ni un taco y mira en lo que me has convertido en tres días. Aquel año, Nicolás había sido movilizado con su saco de caramelos y su campana a un pueblo de la costa gallega conocido en el resto de la Península por su estrecha relación con el tráfico de cocaína. Y como todos los implicados en el caso trabajaban o estudiaban en el instituto de secundaria del pueblo, al jefe sólo se le había ocurrido la muy luminosa idea de infiltrarlo como profesor. Aprovechó una baja de una de las profesoras titulares que se había roto una pierna esquiando durante el puente de la Constitución (Nicolás sospechaba que la chica se la había roto a propósito, ahora que conocía a sus alumnos) y había enviado a Nicolás como profesor sustituto. Encantador. Tres días… llevaba tres días en aquel infierno insufrible y aún tenía que estar allí hasta el 24, eso si sobrevivía al caos y a la malísima uva que le invadía por momentos. Nicolás pensaba que esa misión era un castigo divino, y nunca mejor dicho, por su comportamiento del año anterior, al haberse enamorado perdidamente de la chica a la que intentaba salvar de sí misma. Sus colaboradores se regocijaron al enterarse de su nuevo destino, diciéndole que se iba a poner ciego de marisco de primera, y bautizaron la misión con el nombre de “operación centollo”, al igual que el año anterior habían hecho con la misión que había hecho perder la cabeza a Nicolás, denominándola “operación Rottenmeyer”. ¿Marisco? Nicolás pensaba que era preferible comer mendrugos de pan durante quince días a permanecer en aquel horror de sitio tres segundos más. Si en eso consistía el trabajo docente, los profesores tendrían que ganar por lo menos cinco veces más sólo por aguantar a aquellas desquiciantes bestezuelas. Por primera vez en su eterna vida, Nicolás sintió simpatía hacia Herodes. Entró en el edificio a donde se suponía que aquellas malas bestias iban a aprender y, al llegar a la sala de profesores, una profesora jovencita explicaba, deshecha en llanto, cómo aquella mañana pupitres y sillas habían salido volando por la ventana. Asqueado, Nicolás se dirigió a clase. Cuando llegó, el aula estaba vacía. Nicolás necesitó quince minutos para recolectar su ganado, desperdigado por los pasillos; diez para que se sentasen y quince para que se callasen. Observó con mirada severa a las chicas: la mayoría iban vestidas como fulanas, enseñando parte de su ropa interior. Dos de ellas, en la primera fila, llevaban sujetadores negros bajo las camisetas blancas, de tal forma que cualquiera podía acceder con una mirada a su lencería. Otra un poco más atrás ni siquiera llevaba sostén. Los chicos no eran mucho mejores: aparte de llevar los pantalones por debajo de la cadera dejando entrever calzoncillos de absurdos estampados, sus peinados rivalizaban en lo estrambótico. “Definitivamente, estoy haciéndome viejo” pensó Nicolás con tristeza. Él llevaba la alegría a los niños y los adoraba, pero los pequeños después crecían, con el riesgo de convertirse en adolescentes como aquéllos, sin la menor educación, ni valores, ni nada. -¿Para qué cojones nos va a servir esto? –Preguntó un chaval pelirrojo, interrumpiendo sus pensamientos. Cuando Nicolás iba a abrir la boca para recriminarle su lenguaje, sonó el timbre anunciando el final de la clase. Nicolás ni siquiera se molestó en decir: “Podéis recoger”. Aquella patulea se levantó ruidosamente de sus sitios ignorándolo completamente y salió de clase, perdiéndose por los pasillos. Ésa había sido su última clase aquel día. Nicolás se dirigió a la sala de profesores apresuradamente, recogió sus cosas y salió del edificio maldito. En cuanto traspasó los muros del infausto centro, encendió un cigarrillo. El aparcamiento se hallaba vacío en aquel momento. La casa destinada a vivienda del coserje se alzaba en el lado izquierdo, junto a un coche abandonado y herrumboso, que antaño había sido de color azul. Nicolás sintió la presencia de su jefe a su lado antes de que pronunciara la primera palabra. -¿Damos un paseo? –Preguntó el jefe. -¿Tengo otra opción, Boss? –respondió Nicolás con tristeza. El jefe sólo era visible a los ojos de Nicolás. Echaron a andar por el paseo marítimo. Afortunadamente a esa hora estaba casi vacío y no serían muchos los que se sorprenderían de ver al nuevo profesor sustituto hablando solo. -Te veo crispado, Nicolás –comenzó el Boss –Y eso no es bueno para tu trabajo. -Tú también estarías crispado de estar en mi lugar –contestó Nicolás hoscamente –No sé cómo permites que pasen estas cosas, si es que eres tan benevolente. -No seas impertinente, Nicolás –El tono del Boss se hizo peligroso –No puedo controlarlo todo… Y no es que sean malos: simplemente, no han visto el camino de la verdad. Una parejita se besuqueaba apasionadamente en un banco del paseo. Nicolás reconoció en ellos a dos alumnos suyos. Se escondió detrás de un árbol y le dijo al Boss que escuchase algo de la conversación, si es que tenían la boca libre en algún momento para hablar. -Me gusta el novato de Historia –dijo la chica. Era una de las de la primera fila de cuarto de la ESO, con el sujetador negro y la camiseta blanca. -A ti te gustan todos porque no eres más que una puta –contestó el chico riéndose –Seguro que te lo montabas con él en cuanto te perdiera de vista. -¡Seguro! –Refunfuñó ella –Vete a la descarga este finde otra vez y te los pongo… estoy harta de que me dejes sola. El chico pareció enfadado y la soltó. -Sí, pero después bien que aceptas los regalos que te traigo con lo que gano ¿eh? Joyas de oro, tabaco americano, hachís de la mejor calidad, por no hablar de las rayas que te metes, viciosa… -le hizo cosquillas y ella se zafó – Así que te jodes, este finde tengo que ir el viernes y el sábado, pero el domingo lo pasaré entero contigo –Sacó un billete de cincuenta euros – Cómprate algo sexy y sorpréndeme. Nicolás prefirió no quedarse a ver cómo ella cogía el dinero y siguió andando. -Este sitio me pone enfermo –manifestó a su invisible interlocutor –Es un antro de vicio, vanidad y perdición. Me da asco. Lo voy a pasar muy mal. -Pero tienes que hacerlo –contestó su jefe –No es de las peores misiones que has tenido, hombre. Nicolás suspiró. -Si al menos me dijeras algo de ella, Boss… trabajaría con más ilusión. El jefe frunció el ceño. -Sabes de sobra que está bien, Nicolás. No vuelvas con ésas, por favor. Además, no sé por qué te preocupas, jamás la volverás a ver. Nicolás encajó el golpe lo mejor que pudo, pero la declaración hizo mella en su ánimo. De repente, cruzó la calle. -Me voy a comer, por la tarde tengo que trabajar –y con tan abrupta despedida, se marchó. *** El supermercado que estaba situado en los aledaños del instituto fue el objetivo elegido aquella tarde por Nicolás para repartir sus caramelos. Se colocó junto a la puerta con su saco y su campana y ofrecía puñados en la palma de su mano cuando alguien pasaba. Esperaba que alguno de los seis implicados se dejase caer por allí, pero ya habían dado las siete y ninguno había aparecido, igual que en los días anteriores. Se empezó a deprimir. Qué pocas ganas tenía de trabajar en aquella misión, señor… De repente, una pandilla pasó por su lado jaleando y empujándose. También lo empujaron a él, que trastabilló y se cayó aparatosamente al suelo. Esperó en vano que alguien lo ayudara a levantarse. Cuando lo hizo, su saco había desaparecido. Los malditos niñatos se lo habían robado. Soltó un juramento. -Me largo, total sin saco no hago nada –se dijo a sí mismo palpando en su bolsillo un puñadito de caramelos. En ese momento, una chica se disponía a entrar en el supermercado. Nicolás la miró apreciativamente, era la primera mujer decentemente vestida con la que se topaba aquel día, incluso su indumentaria tenía visos de elegancia, por lo menos no llevaba la ropa interior a la vista. Era una chica de unos treinta años, de pelo largo castaño muy oscuro flotando a su espalda y ojos marrones grandes. Vestía vaqueros y mocasines impecables. Parecía ensimismada en sus pensamientos y Nicolás tuvo un arrebato súbito de simpatía hacia ella, así que se le acercó con su último puñado de caramelos en la mano. -Hola, guapa. ¿Un caramelo? La chica frenó en seco delante de él y su rostro se descompuso en una fracción de segundo. -No, gracias –contestó con sequedad. -Coge uno, mujer –insistió Nicolás –No están envenenados ni nada. El rostro de la chica volvió a su ser y entonces miró fijamente a Nicolás. -Lo siento, no es nada personal… es que me trae recuerdos. Pero Nicolás ya no escuchaba… había dejado caer la campana al suelo y los caramelos, para regocijo de unos niños que en aquel momento salían del establecimiento; se había abrazado a la sorprendida chica y, antes de besarla, se le oyó decir: -¡Santo Dios! Pensé que jamás volvería a verte. *** Horas después, Nicolás recordaba vagamente los comentarios de la gente que pasaba: “Mira el filete que se está pegando el jodido viejo, jajajaja” y cosas así. Le pareció que había pasado media historia de la humanidad cuando se separó de ella y, por un momento, tuvo miedo de haberse equivocado de persona. Pero no, aunque había cambiado mucho en un año, era ella. Mercedes lo reconoció en cuanto la besó, a pesar de la barriga, la barba y el gorro. Ya le habían parecido sus ojos cuando lo miró fijamente, pero creyó que sólo era una alucinación fruto de la nostalgia. Cuando la abrazó no tuvo la menor duda. -¿Qué haces tú aquí? –fue la pregunta formulada al unísono cuando se separaron. Entremezclaron confusas explicaciones al mismo tiempo. Algunos viandantes seguían mirándolos, así que Nicolás cogió a Mercedes por un brazo y se la llevó a un sitio más alejado y oscuro. -¿Qué haces aquí? –volvió a abrazarla -¡Qué alegría más grande, es un milagro! Mercedes parecía no querer soltarse del abrazo. Al final lo hizo y dijo lo que menos se podía figurar Nicolás. -Estoy… he venido a comprar vacas. -¿Vacas? –Nicolás se echó a reír -¿Vacas? ¿De las que hacen “muuu”? -Vamos a un sitio tranquilo y te lo explico. Tengo el coche aquí mismo. Mercedes esperó en el audi mientras Nicolás se cambiaba de ropa en el hotel y media hora después se hallaban sentados frente a sendos cafés en un bar de carretera medio vacío, cogidos de la mano. -¿Vacas? –volvió a preguntar un asombrado Nicolás mientras Mercedes encendía un cigarrillo –Oye –le dijo -¿Pero tú no fumabas sólo en ocasiones especiales? Mercedes sonrió. Con el pelo largo parecía mucho más joven. -¿Acaso no es ésta una ocasión especial? No, ahora fumo mucho más, para mi desgracia. Han cambiado muchas cosas, Nicolás… Se hizo el silencio. Nicolás acariciaba la mano de su amada con su dedo pulgar. Ella continuó: -Supongo que sabrás que hice las paces con mi madre –Nicolás asintió en silencio, era de la poquísima información que el Boss le había dado, y eso porque la reconciliación había sido el objetivo de su misión –Bueno, pues me enteré de que mi padre justo antes de morir había pedido una subvención para reconvertir la granja en explotación ecológica, ahora está muy de moda. Y el día que fui a ver a mi madre me comentó de refilón que se la habían concedido, pero que no tenía ganas ni mano de obra para poner el plan en marcha. Entonces me lié la manta a la cabeza, pedí la excedencia temporal en la biblioteca y decidí ayudarla. -¡Genial! –aplaudió Nicolás. -Por eso estoy comprando vacas –concluyó riendo –Ya sabes que me gusta viajar, así que me cogí quince días y estuve por las granjas del interior comprando rubia galega. Ahora me vine a la costa porque quería dar una vuelta antes de meterme otra vez en mi terruño y, de paso, comprar conservas de pescado en la fábrica que hay aquí, son exquisitas. Se besuquearon durante un rato. Ahora fue Nicolás el que encendió un cigarrillo. -¿Tú fumando? –se asombró Mercedes -¿Me cuentas qué estás haciendo aquí, de paso? Nicolás le explicó en qué consistía la nueva misión y lo frustrado que se sentía al no haber avanzado nada en tres días. -Verás –decía –el padre es el conserje del instituto y se está muriendo, le quedan unos meses de vida, pero él todavía no lo sabe, ni él ni nadie. Su ex –mujer es la propietaria de la concesión de la cafetería del centro, y los cuatro hijos estudian allí, de hecho una de las chicas es alumna mía. Los chicos y la mujer no se hablan con el padre, ni siquiera lo miran. -¿Y él? ¿Hace algún intento? -Para nada, él llega borracho ya a las nueve de la mañana, no sabes cómo apesta el cuarto de las fotocopias. Vive en la casa del conserje que hay enfrente con la única compañía de un gato siamés y se escapa durante la mañana para seguir bebiendo. Ni siquiera mueve el coche, lo tiene hecho un hierro en el aparcamiento del instituto ocupando una plaza, ni ha sido capaz de llevarlo a un desguace. Por añadidura tiene un genio de mil demonios, no me extraña que sus hijos pasen de él. Va a ser dificilísimo, si no imposible, reconciliarlos. Nicolás se abrazó a Mercedes por enésima vez. -¿Qué vamos a hacer? Qué guapa estás, te has modernizado completamente. -Tenía pensado irme pasado mañana –contestó ella -¿Cuándo te vas tú? Supongo que el 24 ¿No? Cómo no… -Ya sabes que el 24 tengo trabajo a destajo –murmuró él como excusándose. -Me quedaré contigo hasta entonces –dijo Mercedes con firmeza –No creo que me necesiten antes de esa fecha, y si me necesitan, mala suerte. Me convertiré en tu sombra hasta que te vayas. 16 DE DICIEMBRE A las cinco de la mañana, Nicolás fue llamado a capítulo. Como ya lo esperaba y desde antes, no le sorprendió. Así que se levantó de la cama intentando no hacer ruido para no despertar a Mercedes y se encerró en el cuarto de baño, preparado para el chaparrón. Pero lo que le cayó encima fue un verdadero diluvio universal. El jefe estaba furioso, sí. -¿Te has vuelto loco, Nicolás? Eres Papá Noel, no puedes estar viviendo en contubernio con una mujer por mucho que te guste durante una semana, no lo consentiré. -Entonces ¿Para qué la pusiste en mi camino, Boss? –contestó él mirándose en el espejo con coquetería y atusándose un poco el pelo y las cejas. -¡No fui yo en absoluto! –gritó el Boss –De haber dependido de mí jamás habrías vuelto a verla… ya se ve el efecto que te ha causado, mírate, pareces uno de esos adolescentes a los que tanto odias. Ha sido una maldita casualidad, ya te dije antes que no puedo tener todo controlado. Nicolás se giró hacia su jefe y se encaró con él: Uno, deduzco que no tienes tanto poder como haces creer a la gente; dos, no seas obtuso… trabajaré mucho mejor estando ella aquí ¿No lo entiendes? Ahora tengo una ilusión, por lo menos. -¡Eres Papá Noel! –respondió el otro confundido por los contundentes argumentos de Nicolás –No puedes tener una amante, es imposible. -No es mi amante, y soy el único papá en el mundo que no tiene hijos, mira tú por dónde… -Eso tiene fácil solución, en otros países eres San Nicolás, y he de decir que después de tu comportamiento de esta noche de santo tienes poco… te queda grande el nombre por todos los lados. Las espadas estaban en alto, pero Nicolás no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. -No haberme dado envoltura humana –rugió. -Puedo relevarte en cualquier momento, Nicolás: hay cientos de almas buenas deseando hacer tu trabajo, te lo advierto. -No te atreverás –Nicolás ya se había crecido –Jamás te he fallado en un caso navideño y no lo voy a hacer ahora, y mira que está difícil. -¡Pero cómo que no vas a fallar si tus pensamientos están ocupados únicamente por esa mujer! Maldito sea el día en que elegí esa misión. ¿Qué puñeta me importaba a mí que estuviese de puntas con su madre? –El Boss empezaba a estar desesperado. -Ella me ayudará, Boss. ¿Puedes darnos un voto de confianza, por favor? El Boss reflexionó. -Vas a tener que dar datos de cómo cumples tus misiones, Nicolás. Eso no me gusta. -Nada te gusta porque no eres capaz de entender lo que pasa por aquí dentro –Nicolás se señaló la cabeza y el corazón –NO eres humano. -¡Eres un insolente, no te conozco! –el Boss estaba asombrado –Un terco y un caprichoso. -Sí. HUMANO, Boss. Y quiero estar con ella hasta el 24. No tengo más que decir. Ella me ayudará en la misión y me vendrá muy bien, te lo aseguro. -Supongo… -el Boss se ablandó viendo que no había mucho que hacer –que es mucho pedir que no haya trato carnal entre vosotros durante este tiempo… Nicolás soltó una sonora carcajada. -No fastidies, anda, no fastidies –Y salió del baño, dando el tema por zanjado. *** Hasta tercera hora, Nicolás no llamó al instituto para decir que no iba a ir. Mercedes lo miraba con el ceño fruncido mientras hablaba con el conserje. -Hombre, no tengo muchos amigos profesores, pero por lo que sé se suele llamar a primera hora para que puedan organizar las sustituciones. Nicolás sonrió. -Eso será en un centro normal, pero éste no lo es. Aquí nadie tiene la menor consideración hacia sus compañeros… ¡Si ayer una se cogió el día libre para ir a la peluquería y de compras y tuvo el descaro de anunciarlo en la sala de profesores…! Si ellos no son considerados, yo tampoco. Que se busquen la vida. Mercedes lo miró con tristeza. -Tú no sueles ser así, de verdad que me estás dejando de piedra. ¿Qué te ha pasado? -Que estoy quemado, Mercedes. Ya se me pasará –contestó él cogiendo un montón de caramelos y su saco. Habían bajado a desayunar y, de vuelta a la habitación, Nicolás explicó a Mercedes la tensa conversación con el Boss y su plan de acción. -Para empezar, hoy me ayudarás a repartir caramelos. Vamos a ir al insitituto. Si apareciera yo solo, seguramente no me harían ni caso, pero yendo con una chica guapa, la cosa cambia. Tú serás la encargada de dar los caramelos correspondientes a los hijos del conserje y al propio conserje también. Yo se los daré a las hijas y a su ex. Tenemos que meter en los caramelos los papelillos correspondientes. Los caramelos se dan en mano, así que no podemos equivocarnos ¿eh? –Nicolás disponía de un ordenador portátil y una miniimpresora en la que imprimía los papelitos. Mercedes pensó que sería mucho menos trabajoso hacerlo a mano, pero no le dijo nada. A cambio, soltó: -Me parece un poco machista eso de usarme de paje o como se llame para acercarme a ellos, Nicolás. -Es necesario, guapa –contestó él besándole la punta de la nariz – Ayúdanos, por favor. Mercedes miró el traje de ayudante de Papá Noel que reposaba encima de la cama. -Los pantalones sobran –rió. -¿Cómo dices? –preguntó él. -LLevaré sólo la parte de arriba… si vamos a meternos en un lugar rezumante de hormonas y queremos que nos hagan caso, nada mejor que un buen par de piernas. Tú déjame a mí. *** El reparto de caramelos estaba resultando un éxito. Mercedes fue la encargada de hablar con la dirección del centro para que habilitara la última hora de clase para que los alumnos pudieran ir al patio a dejar sus cartas a Papá Noel. No se cortó un pelo, entró en el despacho del director con su minifaldero traje rojo ribeteado de blanco y su gorro, se sentó frente a él dejándole una buena visión de sus piernas cruzadas y todo fue sobre ruedas. Ahora recordaba con vergüenza la vez que le había recriminado a María su forma de ir vestida al trabajo. Los profesores acogieron la propuesta con agrado, a nadie le apetecía dar clase a última hora de la mañana, los alumnos estaban más insoportables que de costumbre. Así que Mercedes y Nicolás se instalaron en el patio interior a la una, y dejaron que los chavales se fueran acercando, aunque sólo fuese para escuchar tonterías. Mercedes ya estaba ojo avizor esperando a sus dos víctimas: Xerome y Brais, los dos hijos varones del conserje, el mayor de dieciocho años y el segundo de diecisiete. Antía y Maruxa, las chicas, eran misión para Nicolás. -¿Qué haces después? –preguntó un descarado de segundo de bachilerato a Mercedes mientras recogía el caramelo que ella le tendía. -Nada de tu incumbencia, esqueje –contestó ella sonriendo. -Tú te lo pierdes –masculló el chico con gesto molesto. Mercedes ya no le escuchaba, había divisado a Xerome paseándose por el patio con aire de superioridad, como si todo aquello le pareciese una niñería insufrible. Se dirigió a él palpando en su bolsillo los tres caramelos marcados. Esperaba no equivocarse. -Hola, guapo. ¿Un caramelo? –Le ofreció uno en la palma de la mano. Xerome sonrió con condescendencia y un poco de desprecio. Era un tiarrón para su edad: casi metro noventa, moreno, con el pelo algo largo y descuidado, mirando a todo el mundo por encima del hombro. Xerome iba por la vida de intelectual, pero casi no sabía redactar dos líneas sin faltas de ortografía. -¿No tienes de limón? –Fue su única contestación al ver la golosina envuelta en papel rojo. Mercedes se maldijo. La próxima vez tendría que decirle a Nicolás que había que preparar caramelos de todos los sabores. -TODOS son de limón –contestó ella intentando guiñarle un ojo con picardía –Sólo que llevan los papeles de diferente color. Y están riquísimos. Xerome contempló a Mercedes durante un buen rato. Ella se estremeció. Se sentía como si la estuvieran desnudando y era una sensación desagradable. -Está bien –cogió el caramelo y comenzó a desenvolverlo –Pero sólo porque me lo das tú… a buenas horas iba yo a coger un caramelo del viejo ése –Tiró el papel al suelo –Ya podían tener algún psicotrópico o algo, mujer… -Oye, no tires el papel al suelo –le recriminó ella. -¿Por qué no? –contestó insolentemente –Ya lo limpiarán luego ¿no? Mercedes reunió valor y dijo, con una voz que a ella le pareció de hierro: -Coge el puto papel, coño –Le sonó fatal, pero tenía que ser así. Ahora entendía por qué de repente Nicolás fumaba y decía palabrotas cuando nunca antes lo había hecho. Aquella gente contagiaba su agresividad. Xerome la miró asombrado, alzó las cejas y, sin apartar los ojos de ella, se agachó y cogió el papel. Buscó una papelera donde tirarlo. -¡Mira! –gritó Mercedes –Hay unas letras en el envoltorio. Xerome cogió el papelillo y lo leyó intrigado. FIESTA RACHADA ESTA NOCHE EN EL BAR “LA SETA VENENOSA”. NO TE LA PIERDAS POR NADA DEL MUNDO. -¿Estáis de coña? –preguntó -¿”La seta venenosa”? -Con barra libre, majo –contestó Mercedes poniéndole una mano en el hombro descaradamente –Supongo que no faltarás. -¿Tú estarás allí? –quiso saber Xerome. -¡Por supuesto que sí! No me lo perdería por nada del mundo. Irás ¿Verdad? -Si vas tú, sí –Contestó Xerome muy serio. Lo que el pobre no sabía era que a la fiesta sólo había seis personas invitadas. *** Nicolás y Mercedes discutieron el plan de acción mientras comían una caldeirada de pescado. -He ligado, Nicolás. Con Xerome –rió ella -¿Y ahora que hago? -Aprovechar tu ventaja para acercarte a él, mujer –contestó Nicolás algo molesto –Hoy al verte me estaba acordando de la primera vez que te abordé, con tu moño y aquel traje de gobernanta inglesa espantoso, qué miedo dabas. Y aquellas gafas… por cierto, ya no llevas gafas. -Me operé hace seis meses –repuso Mercedes dando un sorbo a su copa de vino –María casi me obligó a ello ¿Sabes? Ella es la principal responsable de mi cambio de look. María era la antigua ayudante de Mercedes en la biblioteca. De repente, Nicolás tuvo ganas de saber de todos ellos. -¿Qué es de ellos, Mercedes? A veces he sentido curiosidad. -Pues María tuvo un niño en agosto, se llama Gonzalo. Y se arregló con el padre, así que está muy contenta. Gloria y Cristina siguen como siempre, bien. Y Fernando y Juan se han casado. Por cierto, fui la madrina de su boda y soy la del niño de María y la de la niña que tuvo mi amiga Rebeca. Parece que es mi destino ¿eh? –se echó a reír. -¿Pero ahora los sigues viendo, encerrada en la granja? –preguntó él. -¡Ya lo creo! Bajo a la ciudad todos los fines de semana, es mi válvula de escape. Voy al teatro y al cine, o a cenar… a hacer vida social, Nicolás. ¡Yo, que era una anacoreta! ¿Te imaginas? Eso fue culpa tuya. Gracias, por cierto –concluyó cogiéndole la mano. -Me alegro muchísimo –Nicolás quería preguntar bastante más, pero no se atrevía. Quería saber si la vida social de Mercedes se había extendido hasta el punto de haber tenido alguna relación, aunque sabía que no tenía ningún derecho a acceder a esa información -¿Y tu madre acepta bien tanta vida social? -No le queda otra –contestó Mercedes sonriendo –Pasó un año sola ¿Recuerdas? Y no quiere volver a la situación de antes, así que se ha tenido que acostumbrar. Además, estoy cinco días a la semana con ella y he puesto a funcionar la granja. Nos hemos ganado el respeto de todo el pueblo. Somos los mayores productores de huevos ecológicos de la comunidad y ya se venden en todos los supermercados –terminó con un deje de orgullo en la voz. -No te imagino de granjera, la verdad –sonrió él. -Dejemos de hablar de mí –Mercedes encendió un cigarrillo -¿Cómo vas a arreglar lo de esta noche? El dueño de “La seta venenosa” es un pájaro de cuidado, creo. El dueño de “La seta venenosa” era, además, el mayor narcotraficante de la zona. Tenía dos hijas estudiando en el instituto que no tenían ni idea, o no querían tenerla, de la procedencia de los generosos ingresos de su padre. Era aborrecido por gran parte del pueblo, que lo culpaban directamente de la caída de sus hijos en la espiral de la cocaína. Además, se nutría de los adolescentes de la zona para las descargas de coca. Como bien decía Mercedes, era un pájaro de cuidado. -Arreglado está –informó Nicolás –Lo hemos untado a conciencia y nos alquila el bar por esta noche. -Pues no será porque necesite el dinero… -Aventuró ella. -No, pero nunca es suficiente para él –Nicolás titubeó –Por cierto, nena, tendrás que hacer de camarera. A Mercedes le cayó el tenedor en el mantel. -Tú te has vuelto loco –gritó –Ni se te ocurra, no pienso hacerlo. -Venga, Mercedes, no seas moñas –sermoneó él –Yo no puedo hacerlo, soy profesor en el instituto. Sólo van a ser seis personas, eso con suerte. Y a Xerome le has entrado por el ojo bueno. Yo estaré en la cocina por si me necesitas. Si me quieres ayudar, tienes que estar dispuesta a ir hasta el final. Mercedes suspiró. -No creí que tuviera que hacer cosas así, de verdad. Jamás en mi vida he puesto una copa ni nada… -Yo he tenido que hacer las cosas más estrambóticas en mis misiones. Nadie dijo que fuera a ser fácil. -¿Por ejemplo? –se interesó Mercedes. Nicolás cogió la mano de Mercedes y la besó con delicadeza. -Ya lo sabes tú bien… no hace falta que te explique nada. -Oh, sí… seguro que hiciste un esfuerzo terrible, pobrecillo. Nicolás se levantó y ayudó a Mercedes a ponerse el abrigo. -Vamos a descansar un rato, anda. Nos hará falta estar despejados para esta noche. *** El primero en llegar a “la seta venenosa” fue el conserje, hombre delgado y huraño, siempre alerta hasta que el alcohol le mordía a conciencia y le hacía bajar la guardia. Era conocido en todo el pueblo con el mote de El Queimada, debido a su afición al aguardiente. En realidad, se llamaba Gumersindo. Atraído por la invitación gratis que ofrecía el envoltorio del caramelo, no se lo pensó dos veces. Llegó a la barra y pidió un buen copazo de aguardiente de hierbas. Mercedes se lo sirvió, intentando sonreír. Gumer encendió un cigarrillo y le ofreció otro a Mercedes, que aceptó. -Veo que saben elegir bien –dijo el conserje –Son ustedes muy listos… piden entrar en el centro para repartir propaganda que incite a beber a los alumnos… como en este pueblo son todos unos descerebrados nadie protestará, no se preocupe. -No me preocupo –contestó Mercedes con jovialidad. Pero sí que se preocupó, no se le había ocurrido pensar en algo así –Yo sólo soy una mandada, contratada, vaya… -Ya. Usted hace su trabajo y lo hace bastante bien –La miró de arriba a abajo. Mercedes volvió a sentir la misma sensación de desagrado e inquietud que le había invadido por la mañana… culpa suya, por ponerse aquel modelito. Eran la minifalda y la blusa que llevaba María la mañana en que la llamó vieja insoportable, amargada y solterona. Cuando su embarazo se hizo muy evidente, le dijo: -Toma, Mercedes, yo ya no me las puedo poner y quiero que te las pongas tú, jajajaja. A ver si dejas de ser una vieja insoportable, amargada y solterona. -Vale –contestó ella –Pero no me pidas que te las devuelva cuando tu cuerpo vuelva a su ser. Así que se había ido quitando la timidez poco a poco hasta llegar a modernizarse hasta extremos inimaginables. Nicolás había alucinado bastante cuando vio que llevaba un piercing en el ombligo y un tatuaje en forma de Papá Noel en una nalga. -A la piscina sin agua –Había dicho ella –Sólo voy a vivir una vez. La entrada de Casilda, la ex del conserje, con sus hijas interrumpió los pensamientos de Mercedes. El ambiente se vició de repente, como si alguien hubiese soltado un gas venenoso. Antía y Maruxa miraron hacia su padre con miedo y se escondieron detrás de su madre, que se echó hacia delante como un mascarón de proa en actitud desafiante. Aunque no hacía falta tanta precaución. El conserje estaba borracho y miró a las tres con ojos vidriosos. -Antía, Maruxiña… -dijo con voz pastosa en un tono que intentó ser cariñoso. -Ni te acerques a ellas –Masculló Casilda con una voz más que amenazadora –Ni te acerques… o no sé qué te hago… Mercedes asistía fascinada al espectáculo del odio y el rencor. Por el rabillo del ojo vislumbró a Nicolás tras las cortinas de la cocina, contemplando la escena en silencio. En aquel momento entraron en el local Brais y Xerome, muertos de risa. La hilaridad se les quedó congelada en los labios al ver la situación. -¿Qué significa esto? –Gritó Xerome acercándose al padre amenazadoramente -¿Dónde está todo el mundo? ¿Qué hace este hijo de puta aquí? -La entrada es libre –contestó Mercedes adustamente –No se os ocurra montar bronca aquí. El que quiera bronca, a la calle. -¡Vámonos! –Rugió Xerome cogiendo a su madre por el cuello –Antía, Maruxa, Brais, vámonos he dicho. ¡Vámonos! Los cinco salieron. Las niñas, cabizbajas; Casilda, erguida y desafiante; Xerome y Brais, furiosos. El conserje echó a Mercedes una mirada suplicante y, acto seguido, se derrumbó completamente borracho. 17 DE DICIEMBRE Mercedes salió de “La seta venenosa” a la una de la madrugada, agotada y confusa. Nicolás se había llevado al conserje a su casa. Ella sólo quería llegar al hotel y acostarse. Pero el destino le reservaba otros planes. Estaba llegando al coche cuando divisó la alta figura de Xerome apoyado indolentemente en su flamante audi TT. Le empezó a burbujear la sangre. -Levanta el culo de mi coche ahora mismo –Ordenó con una voz que no sabía de dónde le había salido. Odiaba decir palabrotas, pero ése parecía ser el único lenguaje que entendía aquel niñato. -¿Es tuyo? –preguntó el chico con admiración –Es una pasada, una preciosidad, casi tan bonito como tú. Mercedes hizo caso omiso al piropo y abrió el coche. Xerome no se apartó. -¿Me llevarías a casa? Vivo lejos para ir andando con el frío que hace. Mercedes se quedó descolocada… ¿y ahora qué iba a contestar? Estaba claro que Xerome estaba esperando por ella, hacía rato que su madre y hermanos se habían marchado. Vio algo en los ojos del chico que le dio una pena tremenda. -Está bien, sube. ¿Dónde es? Xerome le indicó la dirección. Efectivamente, quedaba a unos cuatro kilómetros. Cuando llegaron, Mercedes paró el motor. Xerome dijo: -Ven, sentémonos un momento en ese banco, por favor. Estoy algo chungo ¿sabes? Mercedes salió del coche y se sentó a su lado en un banco del paseo. Observó cómo sacaba una china y empezaba a liar un porro. Tardó poco en hacerlo, se notaba que tenía práctica. Mercedes se preguntó cuántos fumaría al día. -¿Quieres? –Ofreció. -No, gracias, no me gusta –repuso ella encendiendo un ducados ¿Tienes ganas de hablar de algo en particular? -No, tengo ganas de otra cosa –contestó él rodeando a Mercedes con su brazo e intentando besarla. Ella torció la cara con evidente desagrado. -¿Qué pasa, no te gusto? –preguntó Xerome Mercedes suspiró y se zafó como pudo del abrazo. Le explicó a Xerome que tenía edad suficiente para ser su madre, treinta y seis años. Y que ya mantenía una relación con alguien. Y que no estaba interesada en absoluto en un niñato como él que montaba tremendos espectáculos en público. -No hables de lo que no sabes, por favor –contestó él –Déjame que te explique… Pero Mercedes estaba agotada y no tenía ninguna gana de escuchar explicaciones. Se levantó, se metió en el audi y salió picando ruedas. *** Para Nicolás habría dado lo mismo que ese jueves 17 hubiese sido martes y 13, en vista de lo mal que había empezado el día. Primero, había tenido que llevar al beodísimo conserje a su casa y acostarlo en la cama. De las mil incoherencias que dijo, Nicolás sólo pudo deducir que la muestra pública de rechazo de su familia efectivamente le había afectado. Lo tapó amorosamente y se fue a dormir. Mercedes ya estaba completamente frita, así que no pudo intercambiar ninguna información con ella. Nicolás estaba furioso, Mercedes y él no tenían toda la vida para estar juntos, el 24 se separarían y sus noches estaban contadas. Ya habían desperdiciado una para nada, porque se veía claramente que no había voluntad de arreglo por ninguna de las partes. Aún encima, aquella mañana tenía un montón de clases seguidas. Se despidió de la dormida Mercedes con un beso en el pelo y se marchó. Ya la vería a la hora de comer. A segunda hora tenía libre, así que se acercó a la cafetería a tomarse un café. Se quedó planchado al entrar y ver que sólo estaban Casilda y Gumer en la estancia. Los dos actuaban como si no se conocieran de nada. Nicolás se sintió violentísimo, ya iba a dar la vuelta cuando Gumer le hizo un gesto para que se aproximara. -¿Qué tal ha amanecido, Gumer? –preguntó Nicolás mientras Casilda le ponía un café delante con gesto de mala uva. -Bien, bien… ayer me bajó la tensión, nada más. Gracias por llevarme a casa, muy amable. En ese momento asomó la cabeza el director preguntando por Gumer y el conserje se marchó. Casilda y Nicolás se quedaron solos. Ella parecía a punto de estallar. -¿Bajada de tensión? ¡Ja! –escupió –Viejo borracho… -Veo que no se llevan ustedes muy bien –comentó Nicolás. Casilda soltó el trapo de secar los vasos y se acercó a él. -Me imagino que ya le habrán contado toda la historia –Nicolás asintió –Este hombre no me ha dado más que disgustos desde que lo conocí. Primero, en nuestro matrimonio, siempre borracho y con mujeres. Cuando nos separamos tuve que ponerme a fregar escaleras durante muchos años para sacar adelante a mis hijos, él no me pasaba un duro, no tenía ni para mantenerse a sí mismo, todo se le iba a la botella. Mis hijos me han visto llorar muchas veces, señor, por eso lo odian tanto, sobre todo los dos mayores. Las niñas son más cariñosas, ya se sabe… Ahora me pasa una mínima pensión por los cuatro, menos mal que me dieron la concesión de la cafetería y pude dejar de deslomarme fregando. Y aún encima tiene el rostro de venir aquí a tomar café, sabiendo que tengo que admitirlo me guste o no. Oh, qué desfachatez… La mujer se había despachado a gusto, desde luego. -¿No hay posibilidad de arreglo entre ustedes? Sobre todo por los chicos, no creo que les beneficie en absoluto esta situación de tensión. Ahora entiendo por qué Xerome pasa absolutamente de todo. Ella reflexionó. -Verá, por mi parte no habría problema siempre y cuando no me diera la lata ni me pidiese dinero… pero son los chicos precisamente los que no quieren. Además ¿Qué entiende usted por arreglo? ¿Meterlo otra vez en casa? ¡Por encima de mi cadáver! -Mujer, meterlo en casa no, pero que vaya los domingos a comer, por ejemplo… o en Navidad, ahora que está tan cerca… Casilda enarcó las cejas con asombro. -No, de ninguna manera… no se puede borrar todo el daño que ha hecho durante años de un plumazo. ¿Qué pasa? ¿Que ahora se siente viejo y solo? Pues que se vaya con las putas que lo recibían con los brazos abiertos en sus años mozos. Sonó el timbre para ir a clase y Nicolás se despidió. Se sentía deprimidísimo. Y lo peor aún estaba por llegar. A cuarta hora Nicolás tenía clase con cuarto de la ESO, justamente con la clase de Xerome. El chico se sentaba detrás de todo con otro gandul de su misma edad, Pacho. Pacho era el chico que estaba en el paseo marítimo con su novia el día que Nicolás paseaba con el Boss. Trabajaba los fines de semana en la descarga de tabaco, hachís y cocaína y hacía alarde de sus holgados ingresos: todo el joyerío que llevaba encima era de oro: piercings, cadenas, pulseras y anillos. Xerome y Pacho eran amigos y rivales desde pequeños, incluso habían repetido los mismos cursos. Y una de las cosas en las que más rivalizaban era en el acoso y derribo de chicas, hasta el punto de que llevaban la cuenta de con cuántas habían ligado durante su vida. Aprovechando que Nicolás había repartido unos mapas para señalar en ellos los modos de producción ayudándose de los datos del libro, Pacho empezó el interrogatorio a su amigo: -Al final qué, ¿te la tiraste? –preguntó expectante. Xerome se encogió de hombros intentando poner lo que el llamaba “su cara de seductor”. Ninguno de los dos se dio cuenta de que Nicolás estaba detrás de ellos y que se había sentido atraido por su conversación, aún sin saber de quién hablaban. -¿Lo flipas? –contestó Xerome con indiferencia –Pues claro… la tía lo estaba pidiendo a gritos. -Anda ya… -dijo Pacho divertido –Menos lobos… ¿una tía mayor que acabas de conocer? Anda que no tendrá más con quien follar que contigo… -¿Dudas, mariconazo? –Xerome alzó ligeramente la voz –La esperé a la salida de “la seta venenosa” y me llevó a casa en su coche, no veas el pedazo de audi TT que tiene la tía… casi está tan bueno como ella. Allí nos lo montamos, en el coche. Y no tuve que insistir mucho ¿eh? Esta vez, Nicolás sí aguzó el oído. -Bueno… ¿Y qué tal? –Pacho volvió a la carga, la envidia empezaba a apoderarse de él por momentos. ¡De puta madre! –dijo el otro con languidez contradictoria –Un completo putón… a partir de ahora sólo me enrollaré con tías mayores, son la caña, tío. Si sus gritos se debían de oír desde todo el paseo marítimo… Entonces, Nicolás entró como un tanque: agarró al despistado Xerome por el cuello del jersey y le dio un puñetazo en toda la nariz que le destrozó la mano. Los veinticinco alumnos se levantaron a la vez, encantados de la vida: -¡Bullaaaaaaaa! –gritaron. Nicolás no era capaz de recordar después cuánto había durado la pelea. Los profesores de las aulas cercanas habían irrumpido en su clase al oír la gresca y los habían separado. De ser por los alumnos, habrían seguido peleándose durante mucho más tiempo. Xerome pegaba para defenderse, porque no tenía ni idea de por qué aquel loco lo estaba atacando con tal saña. Pero lo que sí tenía claro era lo que había escuchado de labios de Pacho cuando el jefe de estudios se lo llevaba de allí casi a rastras y empapado en su propia sangre: -¡Fantasma! No me creo nada, puto fantasma… la próxima vez que te folles a alguien tráeme una prueba o seguiré sin creérmelo… ¡Fantasma! *** Si algo bueno tenía aquel centro, pensó Nicolás, era su idéntica mano blanda tanto para los alumnos como para los profesores. Se había librado de una denuncia por los pelos. Se reunieron en el despacho del director él, Xerome y sus padres. Una vez explicado el motivo por el que Nicolás había agredido a Xerome, el chico manifestó: -¿La chica es su novia? Entonces lo entiendo, si yo pillara a un hijoputa hablando así de mi novia también habría intentado partirle la cara. No pasa nada. -¿Seguro que no quieren denunciar? –Preguntó el director –Están en su derecho. Los tres miraron a Nicolás y negaron con la cabeza. -¿Para qué? –Preguntó el conserje –Su castigo empieza a partir de ahora. Nicolás se quedó perplejo. -Usted espere… mañana no podrá andar por el pasillo sin temer por su integridad. Xerome le ha perdonado, pero el resto del alumnado no lo hará. Nicolás sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. -Por eso –dijo el director –Tú lo acompañarás en cada cambio de clase, Gumer. Nicolás pensó que lo mismo daba, si querían vengarse podían hacerlo igualmente dentro del aula. Salió con Xerome al pasillo y le dijo: -Perdóname por haberte pegado… me encendí… Gracias a Dios que no te he roto la nariz ni nada. -Ya se lo he dicho, no se preocupe. Hay cosas con las que no se juega. Y además, todo era mentira ¿sabe? Una fantasmada para picar a Pacho. Su novia me acompañó a casa e intenté algo, pero ella me rechazó. -Eso nunca lo he dudado; pero por ella, no por ti. Se separaron y Nicolás salió al aparcamiento. Allí encontró a Gumer y Casilda hablando. Se parapetó detrás de un coche para escuchar sin ser visto. -Cada día tengo más claro que es igual a ti –Gritaba Casilda furiosa –Lo único que le interesa son las chicas y las drogas. No haré bueno de él con la herencia que tiene… -¿Y yo qué quieres que haga, Casilda? –se defendía el conserje –Si nunca me has dejado acercarme a él… ¿Cómo iba a ejercer de padre? -¡Mejor que ni te acercaras, maldito borracho! –bramó ella –Menudo ejemplo… Pero yo ya no puedo con él, no puedo… está empezando a ir a la descarga algún fin de semana, maneja dinero y drogas, hace lo que le da la gana. ¡No puedo! El gato del conserje se acercó y se frotó contra los tobillos de su amo. Gumer lo cogió y lo acarició con cariño. -Arréglatelas sola, Casilda. Es lo que has hecho siempre –Y se dio media vuelta para abrir la puerta de su casa. *** Xerome llevaba media hora sentado con un frío tremendo en un banco del paseo, esperando por ella. Se había fumado dos porros para calmar la ansiedad que sentía y ahora estaba un poco más relajado. Y, sobre todo, con las ideas clarísimas: aquello era lo que tenía que hacer. Vislumbró la silueta de Vanessa en lontananza recortada en la oscuridad, caminando con parsimonia. No parecía tener frío. También vio cómo le sonreía cuando lo reconoció. -Hola, Xerome –saludó -¿Qué haces aquí? -Nada –contestó él –Perdiendo el tiempo… esperando que pase alguna chica guapa, a lo mejor. ¿Vas para casa? -Sí –Repuso Vanessa -¿Me acompañas un rato? -Claro. ¿Pacho no está hoy? El rostro de Vanessa se ensombreció. -No. Alguno de sus negocios, supongo. Estoy hasta el coño, tío. El finde pasado ya me reventó el viernes y el sábado… Puta descarga, de verdad… -Vanessa, la descarga paga los pantalones de marca que llevas, la cadena de oro que tienes colgada al cuello, la coca que te metes… Vanessa torció la cara, parecía a punto de echarse a llorar. -Ahora, tienes razón –la voz de Xerome se hizo suavísima como el lomo de un gato –Pasas mucho tiempo sola. Pacho no hace bien ahí, yo jamás te habría dejado sola tantísimo tiempo. Vanessa se volvió hacia él y le echó una mirada de agradecimiento. -¿Verdad que sí? Yo tengo razón. Pacho dice que soy una quejica y que tiene que trabajar a ese ritmo si quiere hacerse rico antes de los veinticinco. Pero no es tanto pedir que mi novio esté conmigo los fines de semana ¿no? Él dice que es el precio que tengo que pagar por ser la novia del tío más deseado del pueblo, pero… -Se interrumpió –Ésa es otra, mis amigas siempre me están diciendo que tengo unos cuernos que no puedo entrar por la puerta. Todo es envidia, por supuesto –continuó con tono de autoconvencimiento. -Por supuesto –corroboró Xerome con guasa –Pero te voy a decir una cosa, Vanessa: no se puede dejar solita a un bellezón como tú, eso es pecado mortal… ¿Te apetece que tomemos una cerveza o algo? -Oye, Xerome –contestó Vanessa medio en broma, medio en serio –Tú no estarás tratando de ligar conmigo ¿eh? -Pero qué dices, tía –Xerome se fingió escandalizado –Nada más lejos de mi intención, aunque me muriera de ganas, que a lo mejor sí me muero – bajó el tono y se acercó sibilinamente a ella –Pacho es mi mejor amigo y sería una guarrada ¿No crees? -Claro, claro… Qué tontería. Me quedo tranquila, hombre. Era broma. 18 DE DICIEMBRE A las dos de la mañana, Antía y Maruxa seguían cotorreando de cama a cama. -Me da pena papá, Maruxa –decía Antía en la oscuridad. -A mí no –contestó la otra con voz repipi –Tiene lo que se merece. ¿Cómo te puede dar pena si nunca ha vivido con nosotros y no sabemos cómo es? Lo único que sabemos es a través de mamá y Xerome, y no cuentan más que cabronadas. -Sin embargo, me da pena. No lo puedo remediar. Ahí todo solo… Maruxa suspiró y se incorporó sobre un codo. -Antía, tengo que contarte algo –susurró con voz emocionada. -A veeeeer. -Hoy he estado en Santiago, tía. -¿Qué? –Antía se incorporó de un brinco. Maruxa sólo tenía catorce años y Antía se sentía un poco en el deber de cuidar de ella -¿Haciendo qué? Y… ¿Con quién? -Te lo cuento si no dices nada ¿eh? ¿Me lo prometes? La otra prometió, aunque se temía que el tema no le iba a gustar un pelo. -Cuando salí esta tarde a pasantía me encontré a Pacho. -¿El camello? Pues qué bien, niña… buenas compañías. -Calla y no me des la charla. Me dijo que se iba a Santiago a pasar la tarde y que si quería me llevaba. Ya sabes que le dieron el carné hace una semana. Sí. Antía sabía de sobra… y que tenía comprado el coche tuneado desde bastante antes. -Así que me fui con él. Estuvo que te cagas… conduce a toda hostia, como en las películas. Y no paró de tirarme los tejos a la ida y a la vuelta, que si soy la tía más maciza del pueblo y eso que sólo tengo catorce, que avise cuando me eche novio para ponerse a la cola… Está tan bueno… Antía no se atrevía ni a respirar. Tenía una cabeza excepcionalmente bien amueblada en su cuerpo de dieciséis años y enseguida se dio cuenta del tremendo lío en el que se iba a meter la descerebrada de su hermana. Sabía que no le iba a hacer caso, pero aún así, sintió la necesidad de prevenirla. -Pacho sale con Vanessa, así que no tienes nada que hacer… -Eso lo veremos –argumentó la otra con desprecio –Me dijo que está harto de ella, de hecho me prometió que mañana hablaría con ella para dejarla y que entonces estará libre para mí… Eso. Yo seré la más envidiada entonces –Maruxa se abrazó las rodillas mientras soñaba despierta. -Maruxa… ¿qué pasó en Santiago? –preguntó Antía casi sin voz. Maruxa encendió la luz, se dirigió al armario y sacó tres o cuatro prendas de ropa. -Me llevó de compras, mira, me compró todo esto… ¿Ves el top de lentejuelas? Me lo regaló para ponérmelo el sábado en la fiesta de los de segundo –Los de segundo de Bachillerato recaudaban fondos para su viaje de fin de curso haciendo guateques en la discoteca del pueblo –Y allí todo el mundo se enterará de que somos novios. -¿Qué va a decir mamá de esta ropa? –Antía estaba al borde del desmayo. -No tiene por qué enterarse, no me verá nunca con ella puesta – contestó la otra con descaro. A sus catorce años, Maruxa parecía tener más conchas que un galápago. -¿Y no te pidió nada a cambio de la ropa? –interrogó Antía como un juez terrorífico. -¿Nada de qué? Oh, te refieres a un polvo o algo así ¿no? Pues no, él me respeta. Antía se dio cuenta de que su hermana dudaba, así que le apretó un poco las clavijas. -¿Entonces por qué dudas, Maruxa? ¿No tienes la conciencia tranquila? ¿Has hecho algo de lo que tengas que arrepentirte? -¡Claro que no! Todavía… Antía se sintió exasperada. Le estaban dando ganas de abofetear a Maruxa. -¿Qué es eso de “todavía”? -Bueno –A Maruxa la invadió una timidez súbita –A la vuelta paramos un rato por… ahí. Ya sabes. -No, Maruxa, no sé. Por eso me gustaría que me lo explicaras. -No pasó nada, mujer… nos dimos un poco el lote, nada más. -¿Qué es un poco? –gruñó Antía. Ella nunca había tenido novio. Se pasaba la vida estudiando. Sus objetivos eran otros. -Ay, me da corte… -No haber empezado. Repito la pregunta: ¿Qué es un poco? -Nada, hombre, un par de morreos, un poco de mano por aquí y por allá… nada del otro mundo. ¡Te juro que he vuelto tan entera como salí de casa esta tarde! -Estás chalada, tía –casi gritó Antía –Como sigas así te veo con un bombo en menos de un año… toda tu vida echada a perder. -Pero qué dices, mujer… eso sería lo ideal. Pacho tendría que casarse conmigo, tendría la vida resuelta y un pedazo de hombre en casa para mí sola. Ojalá fuera así… Antía apagó la luz y se dio media vuelta, dando por zanjada la discusión, pero preocupadísima por el futuro que vislumbraba para su hermana. Si hubiera podido formular un deseo en voz alta, se habría oído: -Largarme de esta mierda de pueblo de una vez y no regresar nunca, nunca, nunca jamás. *** Mercedes despertó con la vejiga a reventar. Quiso levantarse, pero Nicolás la tenía tan aferrada a su propio cuerpo que no pudo. Parecía que tenía miedo a que se escapase. Le cogió la mano derecha y la levantó para apartarla. Nicolás exhaló un gemido de dolor, era la mano con la que había agredido a Xerome. Mercedes se había quedado horrorizada cuando Nicolás le contó la pelea con Xerome. No tanto por el ataque de celos de él, como por las palabras de Xerome, prueba verbal de la idiosincrasia que reinaba en el pueblo aquel. -Esta gente parece pensar que las mujeres son una especie de objetos de usar y tirar ¿No? –profirió. -Aún hay muchos sitios donde se piensa así, Mercedes. Queda mucho por cambiar en esta maldita sociedad. Mercedes se sorprendió cuando Nicolás le dijo que no le iba a pasar nada por el puñetazo, excepto sufrir el desprecio de todos los alumnos. -Xerome tiene un extraño sentido de la justicia, la verdad –comentaba Nicolás –En fin, cielo. Me voy a clase, si no vuelvo es que me han linchado – Añadió besando a Mercedes -¿Tú qué vas a hacer? -Pues mira, a lo mejor me paso por la cafetería del centro a ver si puedo convencer a Casilda… -Nos vemos para comer entonces. Nicolás se dirigió al centro un poco desconfiado, por no decir asustado. Sí, tenía miedo a ser agredido, para qué negarlo. Y además le daba vergüenza tener que ser escoltado a clase como un ministro o algo así. Al llegar, Gumer ya lo estaba esperando en la sala de profesores para acompañarlo justamente al aula donde se había producido la pelea el día anterior. Nicolás lo siguió nervioso. Aunque esperaron unos minutos después de sonar el timbre, aún había alumnos por los pasillos que lo increparon al pasar: -¡Hijo de puta! -¡Fascista de mierda, cabrón! -No les haga caso –murmuró Gumer, que parecía sobrio a esa temprana hora –Se les va toda la fuerza por la boca, créame. Pero Nicolás no las tenía todas consigo y se sintió muy poca cosa cuando entró en el aula de cuarto y tuvo que enfrentarse a veinticuatro pares de ojos hostiles. Xerome aún no había llegado. A lo mejor había suerte y no iba a clase ese día. Nicolás intentó que su voz sonara firme e indiferente. -Buenos días. Hagan el favor de abrir el libro por la página cincuenta y cuatro. En ese momento llamaron a la puerta y al “adelante” dicho por Nicolás, se abrió. Xerome estaba en el umbral, con su nariz ennegrecida. -Buenos días, profesor. ¿Puedo pasar? Nicolás jamás habría esperado un tono tan reposado y educado. Era toda una declaración de intenciones. Estaba diciendo: si yo lo he perdonado, ¿por qué no podéis hacerlo vosotros? -Por supuesto que puedes pasar, Xerome –contestó. Xerome se dirigió a su pupitre, en la última fila. Pasó por delante de la mesa de Nicolás y le hizo una cortés inclinación de cabeza. Su gesto tenía un nosequé divertido que puso a Nicolás en guardia. Cuando tuvo que reconstruir los hechos más tarde, reconoció que todo había sucedido demasiado rápido. Al pasar junto al pupitre de Pacho, Xerome dejó caer algo en él. Pacho lo cogió y lo miró durante unos segundos. Después se levantó como un resorte, cruzó la clase y se dirigió hacia el pupitre de Vanessa, en primera fila, gritando: -¡Puta de mierdaaaaaaaaa! Te voy a mataaaaaar –Y le dio un bofetón de tal calibre que la hizo caer al suelo. Por segunda vez en menos de veinticuatro horas se había montado la tercera guerra mundial en el aula de Nicolás. Y sólo los dos gallitos de pelea sabían cuál había sido el desencadenante: las bragas de Vanessa, que tan limpiamente había dejado caer Xerome en el pupitre de Pacho, y que éste había reconocido al punto, pues él mismo se las había regalado. La voz de Xerome atronó el aula mientras acudía a socorrer a Vanessa. -Querías una prueba, ¿eh, cabrón? Pues toma prueba, toma prueba, toma pruebaaaaaaaaaaaa. -Muerto, tío… estás muerto –Escupió Pacho mientras entre Nicolás y el conserje lo sacaban de clase con las manos a la espalda como si fuese un delincuente –Completamente muerto. *** El asunto se saldó como era esperable: tres días de expulsión para Xerome por falta grave con permiso para asistir a los exámenes, apertura de expediente con falta muy grave y expulsión a determinar, entre quince días y un mes, para Pacho por agresión. A Vanessa no le pasó nada, ya bastante tenía con lo suyo. Haber caído en desgracia con Pacho la convertía en proscrita ante toda la comunidad de estudiantes, en una mujer marcada para siempre. Nadie querría salir con ella, por lo menos en serio. Pero a Xerome siempre le gustaba andar a contracorriente y, teniendo en cuenta que a partir de ahora estaría tan proscrito como Vanessa, la esperó a la salida del aula. -Te acompañaré hasta casa –le dijo –Te hará falta escolta. Vanessa rompió a llorar y se deshizo en improperios contra él. Cargada de razón, decía que no tenía por qué haber presumido delante de Pacho y de toda la clase exhibiendo sus prendas íntimas como un trofeo de caza. Que le había arruinado la vida. Jamás podría volver a salir a la calle de pura vergüenza. Xerome se disculpó. -Lo siento, tía. Era una guerra entre nosotros. Reconozco que te pedí las bragas con la peor intención del mundo. Él me desafió en público. Estuvo mal, estuvo fatal, lo reconozco. -¿Te enrollaste conmigo por venganza, Xerome? Eres un puto cabrón, que lo sepas. Me has utilizado. Xerome la cogió de la mano. -Fui con esa intención, pero te juro que me gustas de verdad. Es lo mejor que ha podido pasarme… y a ti también, Vanessa. Piénsalo: Pacho no te quiere y yo creo que tú a él tampoco, sólo estabas con él por el orgullo de ser la novia del tío más duro del pueblo. Si quieres salir conmigo no te arrepentirás, de verdad. Yo te trataré bien y no te dejaré sola. Es más, te trataré como a una reina. ¿Qué me dices? ¿Salimos esta tarde? ¿Vienes conmigo mañana al guateque? Vanessa dudó y esbozó una sonrisa a través de las lágrimas. La verdad era que Xerome le empezaba a gustar bastante. -Sí, no, sí… -Explícate, tía –pidió Xerome echándole un brazo por los hombros. -Que te digo que sí, pero que esta tarde no y que mañana sí iremos juntos al guateque. -Oh ¿Por qué esta tarde no? -Tengo que estudiar para el examen de mate del lunes, tío. Yo planifico, por eso apruebo todo. Si quieres ven a casa y estudiamos juntos. A Xerome no le seducía el plan en absoluto, pero por lo menos estaría con ella. -Vale. ¿A las cuatro? Tendrás que explicarme un montón de cosas, hace dos años que no abro un libro de nada. -No hay problema, te voy a poner a andar yo… Y ven sin drogas, que necesitas todo tu cerebro al cien por cien. Se besaron en mitad del paseo, ignorando a cuantos pasaban. Vanessa se separó bruscamente. -¿Qué pasa, tía? -¡Tengo miedo, Xerome! Pacho es superrencoroso, yo hasta creo que estamos en verdadero peligro ¿Sabes? Xerome pensaba igualmente, pero se guardó muy bien de decírselo a su flamante novia. -No te preocupes que yo me encargo. No quiero que te comas el tarro con eso ¿eh? Me lo prometes ¿eh? ¿Me lo prometes, Vanessa? Vanessa prometió, pero en el fondo estaba aterrorizada. 19 DE DICIEMBRE “Sábado por la mañana, qué delicia” pensó Mercedes estirándose en la cama. Eran las diez de la mañana y Nicolás aún dormía. Dormir se había convertido en un placer para Mercedes, puesto que ahora madrugaba mucho más. Era raro que las seis de la mañana pillaran a Mercedes en la cama. La vida de granjera era dura. Si sus braceros se levantaban al alba, ella tenía que dar ejemplo y hacerlo también. Estaba orgullosa, había dado empleo a un montón de marginados sociales, eligiendo a sus trabajadores entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad: ex – presidiarios, inmigrantes y minusválidos. Y formaban una pequeña familia, la misma con la que iba a compartir aquel año la cena de Nochebuena. Mercedes dedicó unos minutos a pensar en lo mucho que había cambiado su vida aquel último año y, sobre todo, en lo mucho que había cambiado ella. Y precisamente pensaba en ello a tenor de lo sucedido entre Xerome y Pacho. Nicolás ya los daba por perdidos, pero Mercedes no. Si ella había cambiado tanto, cualquiera podría hacerlo. Sólo había que encontrar la motivación adecuada. Sus pensamientos se vieron alterados por una presencia que la sobrecogió. Enseguida supo que se trataba del Boss y que esta vez no era con Nicolás con quien quería hablar. Se quedó bastante sorprendida, porque una vez que le había preguntado a Nicolás si ella, Mercedes, tendría alguna vez oportunidad de ver al Boss, éste le respondió: -Sí; cuando cambies de estado, como todo el mundo. Así que, o bien estaba a punto de cambiar de estado, cosa que no le apetecía nada, o el Boss estaba enfadadísimo con ella, porque sólo se solía manifestar estando en semejante estado de ánimo. Siguiendo instrucciones, se metió en el cuarto de baño y se sentó en la taza. Se ajustó bien el cinturón de la bata un poco avergonzada: el Boss la había pillado completamente desnuda. -Encantado de conocerte, Mercedes –dijo el Boss manifestándose ante sus ojos. Mercedes se quedó perpleja. El aspecto del Boss distaba bastante del que se veía en las estampitas, la verdad. Se sintió intimidada. -Igualmente, esto… ¿Boss? ¿He de llamarte así? -Por ejemplo –contestó él con gesto divertido –Así que tienes completamente entontecido a mi Papá Noel ¿eh? Empiezo a entender el motivo… -Yo no tengo la culpa, Boss, créeme. Las cosas surgen así, y… -Ya lo sé –atajó el jefe –Simpatizo con las pasiones humanas bastante más de lo que Nicolás cree… en fin: no es de eso de lo que quería hablarte. -Tú diras. -Estás haciendo un trabajo excelente, Mercedes… He de confesar que al principio dudé de ti, creí que os pasaríais los diez días en pleno arrumaco, pero ya veo que no. Has resultado ser una ayudante de primera. -Gracias –Mercedes enrojeció intensamente. -Por eso quiero hablar contigo: tenéis que extremar precauciones. Xerome se está ablandando, pero una gran amenaza se cierne sobre él: Pacho no olvidará jamás el ultraje. ¿Entiendes? -Más o menos –Dudó Mercedes -¿Quieres que me convierta en su guardaespaldas o algo así? -No necesariamente –contestó el Boss sonriendo –Pero una vigilancia en la distancia… no estaría mal. -Que tenemos que ir al maldito guateque esta noche, vaya –gruñó Mercedes. -Yo no digo que os metáis en el fragor de la discoteca, pero no perdáis de vista los aledaños, por favor –pidió el jefe encarecidamente. *** Antía estaba estudiando en la habitación cuando Maruxa irrumpió como un vendaval. -No hagas ruido, coño. Estoy estudiando para el examen de mate del lunes –refunfuñó Antía. Maruxa no antendía a razones. Pacho acababa de llamarla para comunicarle que había roto con Vanessa, que quería estar con ella en el guateque de esa noche y que esperaba que se pusiera el top que le había regalado. Estaba histérica. -Tengo que ver con qué me queda mejor ese maldito top –chilló Maruxa tirando todo el contenido de su lado del armario en la cama. -Eres imbécil, tía. Pacho no ha dejado a Vanessa por ti, la ha dejado porque ella le puso los cuernos con Xerome y estaba furioso, todo el mundo lo sabe. Maruxa se estaba probando unos pantalones imposibles, por lo estrechos y brillantes. -La ha dejado ¿no? –gruñó intentando subirse los pantalones –Lo cual quiere decir que está libre… para mí –concluyó poniéndose el dichoso top de lentejuelas. -Vete a la mierda y déjame estudiar en paz, por favor –refunfuñó Antía. Xerome irrumpió de repente en la habitación con un libro en la mano. Pasó la mirada distraídamente por Maruxa, no tenía especial empatía con su hermana pequeña, y se centró en Antía, que era la que le interesaba. Maruxa salió de la habitación lo más rápido que pudo. Le tenía miedo a Xerome. -Antía, guapa. ¿Me puedes ayudar? Antía alucinó ante el tono simpático de su antipático hermano. -Depende –contestó con mucha suspicacia -¿Ayudar en qué? Xerome arrimó una silla y se sentó a su lado. -Con estas ecuaciones, hija. Vanessa me las explicó ayer y me pareció entenderlas, pero ahora estoy intentando resolver alguna y me estoy haciendo un lío, y parece que alguna va a entrar en el examen del lunes. Antía abrió la boca de puro asombro y no era capaz de cerrarla. ¿Ése era su hermano? ¿El que aún estaba en cuarto de la ESO con los dieciocho ya cumplidos? -Xerome… ¿Te encuentras bien? –fue lo único que atinó a preguntar. Xerome se echó a reír. -Lo flipas ¿eh, hermana? He reflexionado, tía: tengo dieciocho años y mi futuro está más oscuro que el furgón del Dioni. Quiero sacar el título de una vez, a ver si el año que viene puedo hacer algún ciclo y encauzar mi vida. -¿Vanessa? –preguntó la perspicaz Antía. -Creo que me he enamorado, Antía. Como un idiota. -Me alegro. Vanessa es una buena tía, o por lo menos lo era hasta que la estropeó el gilipollas de Pacho. Antes éramos amigas, quizá ahora volvamos a serlo. Además, hace mejor pareja contigo. A ver… ¿qué dudas tienes exactamente? Xerome se lo explicó más o menos. -Quizá es mejor que hables con Brais, que fue el que me las explicó a mí en su día. Brais es muy bueno en matemáticas. -¿En serio? ¿Brais? –Xerome sintió remordimientos de conciencia, qué poco sabía de sus propios hermanos. -Bienvenido a la famila, Xerome –murmuró Antía. Y se quedó pensativa. No sabía si comentarle o no a Xerome algo sobre lo de Maruxa y Pacho. Pero decidió no hacerlo por el momento para no calentar más el ambiente. En ese momento tomó otra decisión trascendental: ella, Antía, la seria, la antifiestas, iría esa noche al guateque. 20 DE DICIEMBRE Fue Vanessa la que primero se fijó en Maruxa. -Oye, tu hermana pequeña va hecha un putón ¿Te fijas? Xerome miró a su alrededor, hasta que divisó a Maruxa pidiendo algo en la barra. Sí, iba hecha un pendón para su edad con aquel top tan ceñido y escotado y los pantalones de vinilo a punto de estallar. Por no hablar del maquillaje y los taconazos. Seguro que se había arreglado a medio camino en casa de alguna amiga, su madre jamás la habría dejado salir de casa con aquellas pintas. Xerome se acercó a ella por detrás y la atenazó por el cuello. Le dio un susto de muerte. -Aaaay, pero qué coño haces… -Maruxa, no sé para qué te has molestado en vestirte, mujer…. para eso podías ir desnuda, tanto daba. ¿Y qué carajo estás bebiendo? -Xerome –advirtió Vanessa –No vayas de padrecito… ¿Cuándo empezaste tú a beber? Maruxa dedicó a Vanessa una mirada de agradecimiento. Se sintió incómoda cuando Xerome recorrió su cuerpo de arriba a abajo con una mirada de desprecio. Tiró del top hacia arriba para intentar tapar algo de sus pechos, pero a cambio dejó el ombligo al descubierto. -¡A buenas horas intentas taparte! –gruñó Xerome -¿Con quién has venido? -Ccccccon Brais y Antía –tartamudeó Maruxa. -¿Con quién te vuelves? -Con Brais y Antía, claro. A las cuatro –Maruxa se cegó –Y eso que es contigo con quien tenía que volver, pero claro… como tú haces lo que te sale del puro y te largas a dormir con tu novia… no hay derecho… Xerome pensó que, en el fondo, su hermana tenía razón. No era justo. Él no daba nunca explicaciones de cuándo entraba y salía, si dormía o no en casa. Pero ella era una petarda medio niña todavía y no podía disfrutar de esas prerrogativas. Y por su condición de mujer, no podría hacerlo en mucho tiempo. -Pásate un pelo y te deslomo, niña –amenazó –Sólo tienes catorce años y vas vestida como una puta. -Xeromeeee –advirtió Vanessa. -¿Sabes una cosa, Xerome? –contestó Maruxa con descaro –Me gustabas mucho más cuando estabas todo el día por ahí emporrado y no nos hacías ni puto caso, de verdad. Vanessa intervino. -Vamos a tomar una copa, anda. Deja a tu hermana divertirse un poco. Y lo arrastró un poco más allá. *** Pacho entró en la discoteca furioso con el mundo. Todo le había salido mal aquel día. Para empezar, la noche anterior había tenido que ir a la descarga y no había llegado a casa hasta las diez de la mañana, cansadísimo. Nada más enfilar la verja de su casa, se había encontrado una caja de cartón en la puerta. Dentro estaban todos los regalos que había hecho a Vanessa durante año y medio. Todos: ropa, teléfonos, joyas, peluches, gadgets informáticos… Montó en cólera. Aquello era una auténtica provocación. ¡Si hasta le había devuelto la ropa interior, incluido el sujetador que hacía juego con las infaustas bragas! Pacho pensó que tendría que encargarse de ella, aunque eso era fácil: un navajazo en la cara y la dejaría señalada de por vida. Ya se cuidaría él de que fuese lo suficientemente profundo como para resistir a cualquier operación de cirugía plástica. Lo que ahora urgía era encargarse de Xerome, y para eso tenía un plan redondo. Mandó un SMS a sus secuaces Nelson, Carlos, Víctor y Luis con los detalles del plan. Después llamó a Maruxa y, acto seguido, se fue a dormir. A las diez de la noche se levantó bastante atontado, así que se tomó una anfeta para espabilar. Cenó con sus colegas y a las doce y media se dirigió al guateque. Entró como un elefante en una cacharrería en busca de Maruxa. Pero no fue a Maruxa a quien encontró. En el ropero, adorablemente confusa y tímida, estaba la hermana moñas de Xerome, Antía. Le pareció rarísimo, porque Antía raras veces salía. Estaba guapísima, por añadidura. Sintió el deseo brutal de acercarse a timarse un poco con ella. -¡Caramba, caramba, mira lo que tenemos aquí! –silbó Pacho mirando a Antía como si fuese un pastel en un escaparate –La hermana moñas… pues quién te ha visto y quién te ve, joder. Antía cruzó los muslos por puro instinto protector, deseando que se la tragase la tierra. Ya decía ella que el vestido era demasiado corto y escotado. Tras haber tomado la decisión de ir al guateque a vigilar a Maruxa, había revuelto un poco en el armario de ésta buscando algo para ponerse, pero todo lo que encontró era tan descocado que prefirió llamar a Vanessa. Vanessa la recibió en su casa encantada de la vida. A Antía no le llamó la atención ver por allí a Xerome, en paños bastante menores. -Se han ido tus viejos, supongo –dijo a Vanessa. Ésta asintió. Sus padres pasaban algún fin de semana en Santiago de vez en cuando, en el piso de su hermana, que estudiaba allí Medicina. No volverían hasta el domingo por la tarde, así que Vanessa había invitado a Xerome a pasar el fin de semana con ella y él, cómo no, había aceptado encantado. Durante una hora Vanessa estuvo arreglando a Antía para la fiesta. Le prestó un vestido de gasa negra y unos zapatos de tacón. La maquilló con buen gusto y recogió la cascada de rizos rubios en lo alto de la cabeza. Las hermanas tenían idénticas melenas, herencia materna, que eran la envidia de medio pueblo. Xerome y Brais, en cambio, habían salido morenos como su padre. -Xerome –gritó Vanessa –ven a ver a tu hermana, está preciosa. Xerome emitió un profundo silbido al verla. -Coño, tía, estás espectacular sin esa pinta de ratón de biblioteca que te gastas siempre –Xerome era un tanto sui generis para piropear –Eres igual a Maruxa, pero en versión fina. ¿Y cómo es que vas al guateque, por cierto? ¿Algún tío en perspectiva? Por segunda vez en el día, Antía estuvo tentada de contarle todo a su hermano, pero una vez más, se lo pensó mejor y no dijo nada. Ahora, notando los ojos de Pacho en todos y cada uno de los rincones de su cuerpo, se arrepentía de haber callado. Tomó una rápida decisión: sería desagradabilísma con él, a ver si había suerte. -Déjame en paz, capullo –contestó desabridamente –Me das asco. En un rápido movimiento, Pacho le retorció la muñeca. Antía lanzó un grito de dolor. -No te pases un pelo conmigo, tía. -¿Qué me vas a hacer, capullo de mierda, saco de escoria? –Antía dudó… ¿Se estaría pasando? -¿Por qué me odias tanto, Antía? Yo no te he hecho nada, creo… aún – y le soltó el brazo. Antía se relajó al ver que él también lo hacía. -Me has jodido la vida continuamente, por tu culpa mi hermano se volvió un gilipollas, por tu culpa mi amiga del alma se alejó de mí, escoñas todo lo que tocas… y ahora intentas joder a mi hermana… Pues te lo advierto –Antía dio un paso hacia Pacho con gesto amenazante, a él le pareció lo más deseable del mundo –como le toques un pelo te corto los huevos y después te los hago comer. Sí, he dicho. Y salió corriendo, dejando a Pacho perplejo y fascinado al mismo tiempo. Se preguntó si aún estaría a tiempo de cambiar de planes. Iría a buscar a sus colegas a ver qué opinaban. Pacho entró en la discoteca y lo primero que vio, antes que a Maruxa y que a nadie, fue a Xerome y a Vanessa totalmente enfrascados el uno en el otro mientras tomaban algo en la barra. Para acabar de rematarla, escuchó detrás de él a dos cotorras de su clase diciendo: -Hija, no me digas, hacen una pareja… -Joder, dónde vas a parar, mucho mejor que con Pacho. Es que Xerome está mucho más bueno que Pacho, para mi gusto. Y es bastante más simpático. Entonces Pacho se dirigió al atontado de Nelson, que andaba haciendo tiempo por allí y le dijo: -Organiza a los colegas, hay cambio de planes. *** Nicolás se estremeció por quinta vez en la última hora. Estaba muerto de frío. -¿Me quieres decir qué hacemos aquí, Mercedes? Me estoy quedando pajarito, hija. Son ya las dos y media. El audi TT era demasiado ostentoso para vigilar en él, así que Mercedes había alquilado un Ford Fiesta del año catapum con una calefacción insuficiente para el frío que hacía esa noche. -Órdenes del Boss, Nicolás. Hay que vigilar los alrededores de la discoteca, te recuerdo –contestó Mercedes mientras miraba por los prismáticos. -¿A la espera de qué? ¡Ay, con lo bien que estábamos en la camita…! Qué frío. -De los movimientos de Pacho, claro. –Mercedes hundió la mano en su bolso y sacó un termo –Toma, sírvete un café, en la guantera hay vasos de plástico. Y sírveme otro a mí, de paso. De repente, el cuerpo de Mercedes se tensó. -Mira, Nicolás. ¿No son ésas las hermanas de Xerome? Efectivamente, Nicolás vio salir de la discoteca a Maruxa, escoltada por cuatro chicos y, detrás a Antía, a la que Pacho agarraba por el brazo. -¿Y qué hacen con esa gentuza? –preguntó el ingenuo Nicolás. Mercedes salió del coche y le ordenó a Nicolás hacer lo mismo. -¿Vamos a seguirlos? –preguntó Nicolás. -¡Pues claro que vamos a seguirlos, pedazo de adoquín! –Se desesperó Mercedes. Los siguieron a prudente distancia. No eran capaces de oír lo que decían. Mercedes se dio cuenta de que se dirigían a la playa que estaba justo detrás de la tapia del instituto, una cala sucia y medio abandonada, a unos trescientos metros de la discoteca. Pacho llevaba casi a rastras a Antía, mientras que los otros cuatro hacían avanzar a Maruxa a empujones. Habían disimulado mientras hubo gente alrededor, ahora que se sabían solos bajaban la guardia y Mercedes no tuvo la menor duda sobre sus intenciones. Las palabras de Pacho a gritos corroboraron su idea: -Yo me quedo a Antía, a la otra zorra os la repartís entre vosotros cuatro. Mercedes se volvió a Nicolás. -Van a someterlas a sabe Dios cuántas vejaciones, Nicolás. Voy a ver si encuentro a Xerome y a Brais. -¿Y yo qué hago mientras? -¿Estás tonto? –riñó Mercedes –Vete a todo gas a la casa del conserje, llama a la poli, coge algo que te sirva de arma… ¡Vuela, coño, vuela! Se separaron. Mercedes corrió como nunca en su vida. Entró en la discoteca como una exhalación, burlando la entrada casi a bofetones. Encontró a Brais, al que puso en situación en tres palabras, y ambos fueron en busca de Xerome, que estaba sentado con Vanessa en lo más oscuro del local. Los cuatro salieron como alma que lleva el diablo. Al salir, Xerome cogió dos vasos que estaban junto a la puerta, los rompió y dio uno a Brais. -Necesitamos ir armados –fue la explicación –No sabemos lo que nos vamos a encontrar. -Por favor, que lleguemos a tiempo, que lleguemos a tiempo… Cuando llegaron, Nicolás y Gumer estaban enzarzados en una verdadera batalla campal. Las niñas estaban abrazadas una a la otra aterrorizadas y parecían estar bien. Pacho yacía bocabajo, como si hubiese sufrido algún traumatismo. Los otros cuatro zumbaban de lo lindo y ellos eran sólo dos. Xerome y Brais se incorporaron a la pelea mientras Mercedes se ocupaba de las niñas. -¿Os han hecho daño? –preguntó abrazándolas. -No –murmuró Antía –No les dio tiempo… Estuve intentando convencer a Pacho de que esto era una estupidez, una venganza inútil… y los otros cuatro se empezaron a pelear por ser el primero, así que… Antía tragó saliva y continuó. -Fue papá el que nos salvó ¿Sabe? No sé con qué atizó a Pacho en la cabeza, pero consiguió pararlo todo. Mientras tanto, Nelson y Luis ya habían abandonado el lugar por si las cosas se ponían feas. Había sido idea de Pacho, pues que pringara él. Carlos y Víctor se disponían a hacer lo mismo, cuando la figura de Pacho, sigilosa como una serpiente, se aproximó a Xerome en la oscuridad. Gumer se dio cuenta de que había algo a sus espaldas por la expresión de Víctor. Entonces vio cómo Pacho, furioso, se precipitaba hacia Xerome con una navaja en la mano. -¡Xerome, noooooo! –gritó el conserje saltando hacia su hijo. A Gumer no le importó recibir la puñalada. Por fin podía hacer algo por su hijo mayor. Por fin. *** Hasta las cinco de la mañana no tuvieron el primer parte médico. Mientras, habían reconocido a las niñas y la guardia civil les había tomado declaración. Aparte de la ropa hecha jirones y magulladuras y cardenales varios, estaban bien. -He sido una idiota –le decía Maruxa a Antía mientras estallaba en lágrimas. -No te preocupes, Maruxa –la consolaba Antía –Pero la próxima vez, por favor, hazme caso… Yo no lo hago por fastidiar, tía. Te lo digo por tu bien. Gumer estaba siendo operado de urgencia. La herida había sido en el abdomen y todos estaban muy preocupados. Xerome no hacía más que dar vueltas por el pasillo, hasta que su madre lo obligó a sentarse. Nicolás y Mercedes se quedaron a esperar con ellos. Todos se habían deshecho en agradecimientos hacia ellos, por haber estado tan oportunos. Apareció el cirujano quitándose el gorro. Estaba sudando. -Todo ha ido bien –dijo dirigiéndose a Casilda –Era una herida fea, pero hemos conseguido parar la hemorragia. Ahora si quiere le cuento los detalles, pero antes creo que sus chicos deberían irse a dormir, están agotados. -Sí, hijos. Id a dormir –ordenó Casilda –Yo me quedaré hasta que vuestro padre despierte. -¿Segura, mamá? –preguntó Brais -¿Quieres que me quede contigo? -No, no hace falta. Marchaos. Yo ya iré por casa por la mañana, no os preocupéis. Se despidieron. Nicolás y Mercedes se quedaron todavía. Nicolás sabía que el médico tenía más información para Casilda y que por eso había sugerido que sus hijos se fuesen a la cama. Demasiados traumas para un solo día. *** En el cuartelillo de la guardia civil, Pacho estaba esperando no sabía muy bien a qué. Suponía que pasaria allí la noche para ser puesto a disposición judicial al día siguiente. Tampoco tenía claro de qué se le iba a acusar, porque de violación no tenían pruebas, tampoco de grado de tentativa, esperaba. Sus colegas dirían que las chicas se habían ido voluntariamente con ellos. Lo del apuñalamiento estaba más jodido, desde luego, pensó Pacho. En fin, había llamado al dueño de “la seta venenosa”, es decir, su jefe, y él se encargaría de mandarle un abogado. Entonces entró un hombre elegantemente vestido al que Pacho no había visto nunca. Era alto, musculoso y llevaba un abrigo de los caros. -¿Eres el abogado, tronco? –preguntó Pacho con malos modales. -No, Pacho –el hombre cogió una silla y se sentó –Soy el inspector de narcóticos Carlos Álvarez, y me parece que deberíamos tener una pequeña conversación antes de que tu abogado llegue. Cuatro palabritas nada más. *** Vanessa abrió un ojo y miró la hora en el reloj de la mesilla. Eran las tres de la tarde y no le parecía haber dormido lo suficiente, así que se acurrucó junto a Xerome y cerró los ojos. No entendía cómo podía haber estado media vida sin fijarse en él. Para ella sólo era uno de los amigotes de Pacho, el más simpático, eso sí, y el menos vicioso. Xerome tenía razón: en aquel lío, ellos dos habían salido ganando. Un tremendo aldabonazo procedente del primer piso la sacó de sus pensamientos, aparte de darle un susto de muerte. Xerome se levantó de un brinco, buscando su ropa frenéticamente. -¿Serán tus padres, tía? –preguntó -No lo sé –gimió ella –No suelen aparecer antes de las ocho… ¿Qué vamos a hacer? -Lo primero, no perder la calma –contestó él atisbando por la ventana. Esperaba no ser visto por quien llamaba a la puerta –Oh, oh… no te lo vas a creer… -¿Qué pasa? -Es Pacho. Voy a bajar. -¡No vayas! –gritó Vanessa –Te matará. -Pero tía… no creo que me mate a plena luz del día. Voy a bajar. -Por lo menos coge un cuchillo de la cocina… Vanessa se quedó contemplando el coloquio desde la ventana. Pacho fumaba indolentemente alguna sustancia prohibida y tenía un aspecto horrible. -¿Qué coño quieres, Pacho? -Estoy fuera, tío. En libertad sin cargos… -dijo con voz venenosa. -¿Y a mí qué leches me cuentas? Déjame en paz. -Vengo a decirte, cerdo cabrón de mierda, que las cosas aún no están en paz entre nosotros… vigila tu espalda porque me vengaré tarde o temprano. Y de ella igual, me convertiré en vuestra sombra, seré vuestra pesadilla… Xerome se cansó de escuchar, dijo “Bah, bah, bah” y se dio media vuelta, dejando a Pacho con el veneno en la boca. Salió pitando escaleras arriba, si los padres de su chica llegaban a las ocho mejor que aprovecharan el tiempo en cosas más agradables. *** 21 DE DICIEMBRE Echando la vista atrás, Mercedes pensaba que el punto de inflexión en aquel primer caso suyo como ayudante de Papá Noel se había producido precisamente aquel día. Todo se había precipitado. Todo el pueblo amaneció con la increíble noticia: la brigada de narcóticos había encontrado el mayor alijo jamás visto en la zona en la casa del párroco, tras un falso tabique de pladur. Hubo que pedir refuerzos para llevarse los fardos de cocaína. Además, encontraron una cantidad importante de hachís y muchísimo dinero en metálico. Todo el pueblo tuvo un único pensamiento: alguien se había ido de la lengua. El pobre párroco juró y perjuró que él no sabía nada y el juez le creyó, dada su avanzada edad y su evidente estado de perplejidad y nerviosismo. Estaba claro que los malditos narcos lo habían utilizado como chivo expiatorio. Pasaba mucho tiempo fuera visitando otras parroquias y su casa estaba alejada, de tal manera que era difícil controlar que hubiese movimiento en ella. Las gentes de buen corazón pensaron que era una verdadera canallada implicar en aquel sucio negocio al pobre don José, ya con 75 años. Todo el pueblo tuvo un único pensamiento: el chivato lo iba a pagar caro. Xerome se levantó nerviosísimo por otros motivos y no se enteró de la noticia hasta que llegó al instituto para hacer el examen, a las once de la mañana. Entró en clase y una inquieta Vanessa le mandó un beso por el aire. Hizo el examen o, más bien, se peleó con él. Al terminar, se marchó: con su sanción sólo podía asistir a los exámenes. Le gustaría llegar al cuatro, para variar. Era un reto para él. Echó a andar hacia su casa con completa parsimonia. Se cruzó con Nicolás, que iba hacia clase, y éste le comunicó la noticia. Xerome se quedó perplejo. -¿En casa del párroco? Anda que… ¿Y han detenido a muchos? -Según dicen por ahí, unos diez. Oye ¿Cómo está tu padre? Xerome reflexionó. Aún no había ido a verlo. -Bien… parece que en unos días dejará el hospital. Gracias. Nicolás tuvo una idea. -¿Tomamos un café, Xerome? Tengo esta hora libre… Tras dudar unos momentos, Xerome aceptó. Fueron a una cafetería cercana y se sentaron. Nicolás notó que Xerome estaba un tanto tenso, así que no abordó el tema directamente. -¿Qué tal el examen de mate? Xerome lo miró lúgubremente. -Pues… no lo tengo claro ¿Sabe? Yo con llegar al cuatro me conformo. Entiendo que después de años haciendo el vago no puedo recuperar todo eso en un día. Casualmente, en aquel momento entró el profesor de matemáticas a tomar un café y, al verlos, se dirigió a Xerome. -Oye, Xerome, acabo de corregir tu examen –anunció. -Supongo que no he llegado al cuatro –murmuró el chico con tristeza. -Supones bien –el profesor sonrió –Tienes un cinco setenta y cinco. Es el primer examen de mi asignatura que apruebas desde que te doy clase. Enhorabuena. Parece que por fin te ha entrado la sensatez. Que dure, que dure. Y se acomodó en la barra con el periódico del día. Xerome parecía contentísimo. Sacó el móvil y le mandó un SMS a Vanessa con la noticia. -Estás muy contento, ¿verdad? –preguntó Nicolás. -¡Y cómo no…! Primer examen de matemáticas que apruebo en tres años… -Parece que has encontrado tu camino por fin, Xerome. Me alegro mucho. En aquel momento llegó Mercedes y se sentó con ellos, tras besar a Nicolás. -¿Cómo está tu padre, Xerome? ¿Has ido a verlo? -Bien… No he ido todavía. Mercedes enarcó las cejas. Nicolás bendijo al Boss por haberla dejado participar en el caso. -¿Y a qué estás esperando? –Bufó. Xerome bajó los ojos avergonzado y no dijo nada. Al final musitó: -Es demasiado pronto. Mercedes estalló. -¿Demasiado pronto para qué, si te ha salvado la vida, capullo? Eres un desagradecido. -Mercedes… -intervino Nicolás. -Mira, niñato –Mercedes le cogió una mano –Hace un año yo estaba en la misma situación que tú, y menos mal que recapacité, menos mal que me reconcilié con mi madre. Si a ella le hubiera pasado algo durante el tiempo que estuvimos enfadadas, no me lo habría perdonado jamás en la vida. No te lo digo por fastidiar, Xerome. Te lo digo porque soy más vieja que tú y, por lo tanto, sé más. Hazme caso, Xerome… guárdate el rencor, no sirve para nada. -¿Quién te crees que eres para meterte en mi vida, joder? –contestó Xerome entre dientes –No sabes de la misa la media, déjame en paz. ¡Dejadme todos en paz! Se levantó y se marchó enfadadísimo. Mercedes se quedó triste. -No te preocupes, es buena señal. Lo mismo me hiciste tú el año pasado cuando te saqué el tema ¿Recuerdas? –Dijo Nicolás pasándole un brazo por los hombros. *** ¡Pobre Xerome! Si pensaba que yéndose a su casa iba a soslayar el tema, estaba muy equivocado. Al llegar a casa se dirigió a su refugio: un cobertizo en el jardín de ocho metros cuadrados. Antaño, su padre lo había usado para las herramientas, pero desde que no vivía en la casa había quedado abandonado. Así que un día Xerome, en calidad de hermano mayor, se lo apropió y lo fue acondicionando poco a poco hasta acabar haciendo un sitio bastante agradable. Un chamarilero le había vendido una estufa de leña vieja por cuatro duros y Brais, que era un manitas, había instalado la salida de humos. Había decorado el cobertizo con todos los muebles viejos que tiraban los vecinos, incluido un sofá, y allí dormía muchas noches cuando no llegaba en buenas condiciones a casa para no escuchar los reproches de su madre. Allí, en aquel sofá, había logrado someter a Vanessa en lo que creyó que era su venganza personal contra Pacho. Xerome sacó una cerveza de una nevera viejísima y encendió un cigarrillo. Se sentó en el sofá para pensar. Los remordimientos empezaban a morderle a dentelladas ¿Debería ir a ver a su padre? Entró Brais sin llamar, y Xerome se enfadó. -¿Es que no sabes llamar, coño? –protestó. -No me ralles, tío –contestó su hermano tirando la mochila en el sofá – Enhorabuena por el examen, Vanessa se lo ha contado a todo el pueblo. -Gracias. Supongo que no vendrás sólo por eso. Brais se sentó. -Tío, Pacho ha desaparecido. Se ha esfumado. Falta de casa desde ayer por la tarde, al parecer. -Mira tú… ¿Y a mí qué coño me importa? Mejor. Así no vuelva nunca más. -Joder, Xerome, no entiendes nada… ¿Y si está reuniendo gente para vengarse de ti? ¿Y si te ataca por sorpresa? A Xerome le recorrió un escalofrío por la espalda. De repente, vio la luz. -De eso nada, tío. Apuesto la cabeza a que sé lo que pasó. ¿Quieres una cerveza? –Abrió una cerveza y se la pasó al hermano. -A ver, Sherlock. -Tío, cae de cajón… Pacho sale ayer sin cargos, totalmente libre, ni siquiera agresión, colega. ¿Y el rajazo que le metió a papá? Todos lo vimos… -¿Y…? -Coño, tío, y esta mañana encuentran un alijo de la hostia en la casa del cura… está clarísimo ¿No? -¿Quieres decir… que lo han encontrado gracias a Pacho? –pregunta absolutamente retórica, porque en aquel momento Brais también entendió que había sido así. ¿Cómo si no había salido en libertad sin cargos? -Pacho está muerto, tío… y no es una metáfora. Me imagino que compró su libertad como soplón. Esta gente no tiene piedad. Es él el que tiene que estar acojonado, no yo. Pues no sé qué será peor, si ir a la cárcel un par de años o pasar media vida escondiéndose de estos tíos. Por eso no quise ir más a la descarga… es un contrato con ellos de por vida, menos mal que lo dejé a tiempo. Se oyó la voz de la madre llamando a comer. Los hermanos salieron del cobertizo, no sin antes añadir un tronco Xerome a la estufa. Vanessa vendría por la tarde y quería que el ambiente estuviese caldeado. *** -Tengo que hablar con vosotros –anunció la madre tras acabar de comer. Sus cuatro hijos la miraron expectantes. Xerome se dio cuenta, de repente, que en dos días su madre parecía haber envejecido. Tenía profundas ojeras bajo los ojos y hasta se le antojó más delgada. -El otro día estuve hablando con el médico que lleva el caso de vuestro padre… Xerome emitió un ruido de disgusto y torció el morro. Ya estábamos… -No me voy a andar con rodeos: al hacerle las pruebas para ver cómo evoluciona la operación, una resonancia o algo así, encontraron algo malo… Los hermanos se miraron unos a otros. No sabían muy bien en qué les podía afectar aquella información. -No le queda mucho de vida, según dijo el doctor –anunció tajantemente. -Abrevia, mamá –interrumpió Xerome con impaciencia -¿Qué nos quieres decir exactamente? -No podemos dejar a tu padre morir solo como un perro, Xerome. Al fin y al cabo, es el padre de mis hijos y no tiene a nadie más en el mundo. -¿Qué quieres decir, mamá? –preguntó Antía. -Me lo quiero traer a casa, hasta que… Xerome se levantó de un brinco. -¿Estás de coña? ¿Después de todo lo que nos hizo? Tú te has vuelto loca… No lo consentiré ¿Me oyes? No pienso consentirlo, mamá. Tú quizá seas una blanda y olvides pronto, pero a mí aún me resuenan los gritos de sus broncas y su aliento de alcohólico de mierda… ¡No lo consentiré! -¿Quién te crees para juzgar y consentir, niñato –cortó su madre furiosa –si hasta hace dos días el día que no venías borracho venías drogado? ¡No eres mucho mejor que él. Xerome palideció. No tenía cómo contraatacar y decidió que lo mejor era una retirada a tiempo. Así que se levantó y, por segunda vez en el día, se marchó furioso sin mirar atrás. Al cabo de un rato, se escuchó el portazo al entrar en el cobertizo. *** Vanessa lo encontró sentado en el sofá, agarrándose la cabeza con las dos manos. -Hola, campeón. Enhorabuena… Se besaron, pero él lo hizo con tanta desgana que enseguida fue evidente que algo no iba bien. -¿Qué te pasa? –preguntó Vanessa. Xerome le explicó lo de Pacho. Estaba confuso, Pacho era un cabrón de cuidado, pero habían sido amigos desde niños y no podía dejar de preocuparse por él. ¿Debería buscarlo para asegurarse de que estaba bien? No sabía qué hacer… -Supongo que su familia se habrá ocupado de esconderlo, no te preocupes. -Sí, supongo que sí… -Musitó Xerome. Vanessa observó a su novio. Era la viva imagen de la desgracia. -A ti te pasa algo más ¿Verdad? Xerome suspiró y le contó el tema de su padre, que tenía una enfermedad mortal, que su madre lo quería traer para casa para morir en paz, un regalo que no se merecía en absoluto. -Quizá ha llegado el momento de enterrar el hacha, tío –comentó Vanessa. Ella se llevaba muy bien con sus padres, ni siquiera le habían reprochado su relación de año y medio con Pacho, y eso que, durante aquel tiempo, no había sido ella, sino una sombra de sí misma. Xerome de repente estalló en lágrimas. Daba pena verlo, tan alto y musculoso, llorando como un bebé. Durante las siguientes tres horas, Xerome desgranó ante su novia todos y cada uno de los recuerdos que conservaba en la memoria de lo que había sido su vida familiar hasta que su madre echó al padre de casa a patadas. 22 DE DICIEMBRE Día de la lotería. Mercedes tuvo nostalgia de su trabajo por un instante, recordando el revuelo y la desorganización que había aquel día en la biblioteca, más el aperitivo que solía dar el bar Tribeca después. Se fue a desayunar, dejando a Nicolás durmiendo todavía plácidamente. Siempre se dormían muy tarde, ya que durante el día apenas si podían estar juntos, y el tiempo se les agotaba: en dos días tendrían que separarse. Mercedes sintió una punzada de dolor en el plexo solar al pensarlo. Pero no, no se rompería la cabeza con eso hasta que llegase el momento, decidió. Había un revuelo tremendo en la cafetería donde solían desayunar. Mercedes lo achacó al tema de la lotería pero, al aguzar el oído, se le heló la sangre en las venas. El cadáver de Pacho había sido encontrado en el monte por unos excursionistas, semienterrado bajo un montón de hojas y con un tiro en la cabeza. Se habían cebado con él: aparte de los numerosos golpes y contusiones, le habían cortado las falanges de los diez dedos de las manos y le habían arrancado los dientes. Mercedes supuso que era para dificultar la identificación. Además, parecía ser que tenía dos quemaduras en la piel espantosas, quemaduras encaminadas a ocultar dos tatuajes que podían facilitar el reconocimiento del cuerpo. También le habían quitado la ropa y todos los objetos personales. Probablemente los asesinos habían pensado que el cadáver tardaría más en ser encontrado y, para entonces, estaría en avanzado estado de putrefacción e incluso devorado por los animales. Mercedes se volvió al hotel y se encontró a Nicolás recién salido de la ducha. -Tengo que contarte una cosa horrible, Nicolás. Y le refirió todo lo que había escuchado en la cafetería. Nicolás se quedó horrorizado. -Vamos hasta el instituto a ver qué cuentan por allí. Hoy no hay clase, tienen actividades diversas, un cine fórum y cosas así. Efectivamente, al llegar al instituto el ambiente estaba totalmente revolucionado. La noticia había corrido como un reguero de pólvora y todo el mundo daba por hecho que se trataba de Pacho, aunque el cadáver aún no había sido identificado. Los padres ya habían ido al depósito y lo habían reconocido por los maltrechos rasgos faciales, pero haría falta una prueba de ADN para confirmar y tardaría aún unas horas. No se le podría enterrar hasta la mañana de Nochebuena. Nicolás sintió una compasión profunda por los pobres padres. Uno tiene un hijo y lo último en que piensa es en que pueda acabar así, y tan joven. A la entrada del centro había por lo menos tres unidades móviles de televisión. Distintas cadenas buscaban la noticia y el detalle más morboso. Una chica con un micrófono intentó acercarse a Nicolás y a Mercedes, que echaron a correr. El instituto era ese día un completo desbarajuste, así que a Nicolás no le sorprendió ver por allí a Xerome. -¿No se suponía que no podías venir por aquí? Xerome sonrió con tristeza. -¿Y cree usted que con la que está cayendo alguien se va a fijar en mí? No. Hoy es el día de Pacho, muy a su pesar. Además, tenía que venir a buscar las notas –Se volvió hacia Mercedes: -Lo siento. -¿Lo qué sientes, hijo? –preguntó ella en tono cariñoso. -Todo… haberte contestado mal ayer y… lo del otro día. El día que me llevaste a casa. Tenía el cable un poco cruzado… -No te preocupes… no es culpa tuya si soy irresistible –bromeó ella, pero se dio cuenta de que Xerome ese día no parecía estar para bromas. -Llevo dos días horribles ¿saben? Primero lo de mi padre y ahora esto –les explicó lo de la enfermedad del padre. Ellos asintieron en silencio. -Lo de Pacho me ha hecho pensar mucho, mucho… -continuó el muchacho –Ya ven qué recuerdo me puede quedar de él, la última vez que lo vi discutimos con odio, no parecía quedar ya nada de nuestra amistad desde pequeños… Nicolás entrecerró los ojos… Xerome estaba a punto de caramelo. Apretó la mano de Mercedes. -¡Y ya no puedo arreglarlo! Lo último que hablé con él estaba cargado de odio y rencor… no puedo arreglarlo, no puedo. -Ya no podías, Xerome –intervino Mercedes –No era el mismo que tú conociste y quisiste de pequeños. No quedaba ni rastro de aquel niño. Xerome se pasó la mano por la cara, en un gesto frenético. -Ya no puedo arreglar lo de Pacho, pero sí lo de mi padre… No quiero volver a tener esa sensación cuando él… El apretón de mano de Nicolás a Mercedes se intensificó. Ella se lo devolvió, estaba luchando porque las lágrimas no afluyeran a sus ojos. -Tengo que ir, por lo menos, a darle las gracias por haber frenado aquella puñalada. Vanessa llegó a tiempo para oír esa úlltima frase. Cogió a Xerome por la cintura y se estrechó contra él. -No sabes lo que me alegra oír eso. Iré contigo, si quieres. -¿Pero tú no estabas viendo una película? –preguntó él mientras la abrazaba, ajeno ya a la presencia de Nicolás y Mercedes. -Ufff. ¿Y quién querría ver “Qué bello es vivir”, dime? Nicolás y Mercedes se miraron y se alejaron, sumidos en sus propios pensamientos y en los recuerdos que les traía la película que Vanessa había citado. *** Al llegar a su casa a la hora de comer acompañado de Brais, Xerome tuvo una desagradabilísima sorpresa. -¡Pero es…! –atronó Brais. -Sí, Brais –murmuró Xerome –es El Amanitas. Entra en casa, seguro que viene a hablar conmigo. -¡Ni de coña te pienso dejar solo con ese tío! -Pues espérame al otro lado del muro, pero finge entrar en casa, por favor. Efectivamente, Joaquín El Amanitas, el dueño de “la seta venenosa”, el jefe, o, más bien, el ex –jefe de Pacho, esperaba a Xerome apoyado indolentemente en el muro de su casa, fumando un cigarrillo. Iba vestido de Hugo Boss de arriba a abajo, además de las pesadas cadenas y anillos de oro de 24 quilates, pero daba igual: seguía siendo un patán. Al menos, eso pensó Xerome mientras se aproximaba a él intentando disimular su miedo. -Hola, Xerome –saludó cordialmente, sin molestarse siquiera en mirar a Brais, que se escabulló como pudo hacia la casa. -Qué hay, Joaquín. -Vengo a ofrecerte algo que te puede interesar –continuó El Amanitas. -Lo dudo bastante –respondió Xerome con toda la dureza de la que fue capaz, encendiendo un cigarrillo. -Espera, hombre… si aún no sabes lo que te he venido a ofrecer –el Amanitas seguía con su tono reposado, pero su mirada adquirió un repentino brillo metálico que no auguraba nada bueno. -Resulta, Joaquín, que últimamente soy un poco adivino… y adivino que has venido a ofrecerme la vacante de Pacho. ¿A que sí? El Amanitas sonrió y tiró el pitillo al suelo. -Lo que más me gusta de ti es lo listo que eres –dijo en tono de sorna –Pobre Pacho ¿Verdad? Tan joven… -Seguiría joven y vivo de no ser por ti, Joaquín –contestó Xerome, envalentonado. -Cuidado con lo que dices, chico… ¿Insinúas que Pacho murió por mi culpa? -No. Afirmo. -Y, sin embargo –argumentó Joaquín encendiendo otro cigarrillo –Yo creo que el único culpable de que Pacho esté en el depósito es tuya, fíjate. Xerome notó que la adrenalina empezaba a disparársele. -Explícate. -Xerome, Xerome… me defraudas por momentos, hijo… ¿No eras tan listo? Todo es una cadena de acontecimientos y tú la inicias, por tanto, tú eres el culpable: tú te tiras a la novia de Pacho, Pacho se cabrea e intenta tirarse a tu hermana, tu padre se mete por el medio, Pacho es detenido, llega un poli narco y le ofrece un pacto, Pacho acepta, detienen a un montón de gente y Pacho… angelitos al cielo. Ergo: no haberte tirado a su novia. -Eso es una gilipollez… él reaccionó desmesuradamente, si ni siquiera la quería, joder… -¡Pero era suya y se la quitaste, cabrón! –gritó el Amanitas –Suya para lo que le diera la gana, para follársela o para deslomarla a hostias. Suya, no tuya… En fin –se calmó -¿Qué te parece, pringado? ¿Aceptas su puesto? La verdad es que las veces que viniste trabajaste bien, bastante mejor que él, por cierto. -Vete a tomar por culo, Joaquín. -¡Ni te atrevas a replic…! ¡BUUUUM! Un escobazo monumental cayó sobre la cabeza de Joaquín. -¡Lárgate de aquí, escoria, baba de sapo, asqueroso de mierda! – Xerome reculó, jamás había visto a su madre tan enfadada. Casilda siguió atizando al Amanitas con todas sus ganas y cubriéndolo de improperios. -Casilda –advirtió el Amanitas –No sabes con quién te la estás jugando. Aún encima que vengo a ofrecerle trabajo al mierda de tu hijo… Un nuevo escobazo resonó en su cabeza. No necesitamos tu mierda de trabajo para nada… y no te tenemos ningún miedo –contestó Casilda roja de cólera –Vuelve por aquí o manda a algún cagón de tus secuaces y se encontrará con un bidón de gasolina preparado para darle una ducha y una cerilla para secarlo después. Te lo juro. Ya no tengo nada que perder en esta vida… En vista de la furia de la mujer, el Amanitas plegó velas. -Nos volveremos a ver… -masculló amenazándola con el puño. -No en esta vida –contestó Casilda. Y se acercó resueltamente a él y le dio una patada en la entrepierna –Escoria –Y le escupió en la cara, aprovechando que el Amanitas se había semiderrumbado en el suelo a causa del dolor. -Entra en casa, Xerome. Se enfría la sopa –Dijo a su hijo, que aún no había logrado salir de su asombro. *** -¿Me dejas tu audi, Mercedes? La pregunta, formulada mientras comían, dejó a Mercedes descolocada. -¿Para qué lo quieres? ¿Sabes conducir? –A Mercedes no le gustaba nada dejar su coche a otros. Nicolás juntó las yemas de sus dedos, en un gesto de impaciencia. -Por saber, sé hasta pilotar aviones –contestó con cierta chulería. -Vale… has contestado a la segunda pregunta. ¿Y la primera? -¿Confías en mí? –preguntó Nicolás -No me seas gallego… -repuso Mercedes algo picada. -Responde. -Sí –Contestó ella de mala gana. -Entonces acaba el postre y vámonos al hotel. Tienes que hacer una maleta con un par de cosas, lo justo para pasar una noche fuera. *** El Boss se manifestó mientras Mercedes hacía la maleta. -Bueno, vengo a despedirme, Mercedes. Ha sido un placer tenerte con nosotros. -El placer ha sido mío –contestó ella a la vez que doblaba un jersey. El Boss se sentó en la cama. -Nos gustaría… ejem… contar contigo para el año que viene. Sería un orgullo para nosotros. Mercedes se quedó petrificada. -¿En serio? Es un honor… -Has sido vital en esta misión. Nicolás tenía razón contigo, y mira que me fastidia dársela, pero… -su rostro se endureció –Ahora, sin compromiso de ningún tipo ¿eh? No dejes de hacer tu vida por esto. Si por cualquier motivo no puedes o no quieres participar, no pasa nada. -Bueno, la granja está muy bien organizada, creo que pueden pasarse quince días sin mí perfectamente. El Boss suavizó su tono de voz, bajándolo dos octavas. -Sabes que no me refiero a eso, Mercedes… Sí, Mercedes sabía. En un año podía cambiar mucho su vida, conocer a alguien, empezar una relación… -De acuerdo. Si estoy libre, iré. -Estupendo. Nicolás se pondrá en contacto contigo a mediados de diciembre. Sabrá encontrarte, no te preocupes. Ahora tengo que marcharme. -¿Puedo… puedo preguntarte algo antes de que te vayas? –Farfulló ella. -Claro… -Es sobre mi padre… ¿Está bien? –Mercedes esperó ansiosa la respuesta, tenía miedo de que no quisiera contestar. -Está perfectamente, Mercedes. Muy contento de ver lo bien que te va la vida y de que te hayas arreglado con tu madre. Créeme. Está feliz. -Gracias, Boss. Muchísimas gracias. Tú sí que acabas de hacerme feliz. El Boss tomó la mano de Mercedes con delicadeza y se la besó. -Adiós, Mercedes, nos veremos dentro de unos 350 días, más o menos. Ha sido un honor trabajar contigo. Y, sin dar tiempo a Mercedes a decir adiós, se esfumó en el aire. *** La plaza del Obradoiro refulgía ante el último rayo de sol del día. Mercedes la miraba extasiada desde la ventana de su habitación en el Hostal de los Reyes Católicos. Nicolás se acercó y le pasó un brazo por los hombros. -Pues sí –dijo ella –Ha sido una sorpresa de lo más agradable, realmente. Y no conduces tan mal, después de todo. -Mujer de poca fe… Nicolás había decidido que, ya que se tenían que despedir, hacerlo a lo grande. Para eso había reservado una habitación en el Hostal, edificio del siglo XVI y joya del plateresco gallego. Mercedes había alucinado al llegar y ver los muebles antiguos y la cama con dosel. Todo era precioso. -Pero… ¿Por qué hoy? –preguntó. -Mañana es nuestro último día y vamos a estar tristes. Por eso era mejor hoy y en plan sorpresa. Menos mal que hemos resuelto el caso antes de plazo y tenemos casi dos días para nosotros solos… Así que hicieron turismo por Santiago, visitaron la catedral, callejearon a sus anchas, y después se fueron a cenar a un restaurante de nueva cocina gallega. Nicolás había tirado la casa por la ventana. Al llegar al postre, Nicolás puso una cajita encima de la mesa. -Esto es para ti –murmuró. Mercedes abrió la cajita y no se sorprendió demasiado al ver un anillo con un enorme y perfecto diamante. -Pero… ¿Qué significa esto? Tú y yo no podemos… -No es un anillo de compromiso, si a eso te refieres. No, no podemos. Sólo es un regalo de Navidad. Quiero que te acuerdes de mí cada vez que te lo pongas. -Me acordaré de ti igualmente –contestó ella mientras Nicolás se lo deslizaba en el dedo –No hacía falta esto… -Mira, sé que no tengo ningún derecho sobre tu vida. No quiero que el anillo te haga pensar que me debes algún tipo de fidelidad o algo así. Entiendo que esta relación puede llegar a ser muy frustrante. No puedes exigir entrega total a alguien a quien sólo ves diez días al año. Lo más probable es que en los próximos doce meses encuentres a alguien y no vuelvas a acordarte de mí para nada… Mercedes se echó a llorar. -No sé cómo puedes decir eso, de verdad –sollozó –No soy ninguna frívola de ésas que en dos días se enamoran de otro. Nicolás le cogió la mano. -No, pero tampoco puedes hipotecar tu vida por una semana al año… Quiero decir, que si en un momento dado quieres dar un nuevo giro a tu vida, que no te remuerda la conciencia. Lo entenderé. Pero el anillo hará que me recuerdes de vez en cuando ¿Verdad? -No podría olvidarte aunque quisiera, Nicolás. En este último año no he sido capaz de tener una relación con alguien, y eso que me han sobrado las oportunidades y que pensaba que jamás nos volveríamos a encontrar. Entonces, imagínate ahora que sé que por lo menos nos veremos diez días al año… -Ya, pero a lo mejor el año que viene, o el siguiente, o el otro, sí te ves capaz, y, si eso sucede, no quiero que te eches atrás por lo que yo podría pensar. Adelante hasta la cocina. Tú misma lo dijiste: sólo vas a vivir una vez. Hazme caso, soy mucho más viejo que tú. Mercedes sonrió a través de las lágrimas. -¿Cuánto más viejo? –preguntó con curiosidad. Nicolás pidió los cafés para poder tardar en contestar. -¿Qué más dará? Mucho más, en cualquier caso. -¿Cuánto más, Nicolás? –insistió ella con terquedad. Nicolás suspiró. Llegaba el momento que tanto había temido: Mercedes empezaba a hacerse y a hacer preguntas incómodas, y no sabía muy bien hasta dónde podía contestar. -Mercedes, fíate de los datos de la leyenda, más o menos desde el siglo IV, por lo tanto… unos mil seiscientos años. Mercedes procesó la información en silencio. -Pero no habrás tenido siempre el mismo aspecto. ¿No envejeces? Más líos donde meterse, pensó Nicolás. -Bueno… digamos que cambio mi envoltura mortal cada equis tiempo. De hecho, acababa de cambiarla cuando nos conocimos, porque el año anterior había resuelto un caso cerca de tu ciudad y me exponía a que los implicados me reconociesen. Por eso no cambié esta vez ¿sabes? Ni se me podía pasar por la mente que nos volviéramos a encontrar. -¿Y cómo elijes, ejem… esa envoltura mortal? Más preguntas complicadas, pensó Nicolás. -Hombre, entre un catálogo de cuerpos disponibles, Mercedes –no le apetecía nada seguir hablando del tema. -¿Te refieres a cadáveres, Nicolás? –Mercedes no cejaba en su empeño, mientras revolvía el café con parsimonia. Nicolás se tomó su tiempo para contestar, esperando instrucciones del Boss. Éste dijo: “adelante”. -Sí, claro. ¿Cómo conseguir un cuerpo si no? -Y probablemente, los eliges guapos ¿no? ¿Cuántas veces has cambiado… ah, de envoltura? Nicolás se relajó y encendió un cigarrillo. -Pues muchas, tantas que ya no me acuerdo. Y, mujer, pudiendo elegir… no voy a elegirlos feos. Tampoco me conviene elegirlos demasiado guapos. No conviene llamar la atención ¿Me entiendes? Quiero decir… el día que George Clooney cambie de estado, pongo por caso, no podré elegir su cuerpo. Y créeme que lo siento. Mercedes cambió de tercio. -¿Y el resto del año qué haces? ¿No te aburres? -Bueno, siempre estoy muy ocupado. Entre hacer juguetes, leer cartas y elegir el caso del año para resolver entre cientos de miles posibles, eso me lleva casi todo el año. Mercedes ya estaba a punto de preguntar por qué la habían elegido a ella el año anterior, cuando Nicolás dijo: -¿Tienes pensado pasar toda la noche preguntando tontunas o vamos a hacer los honores a la habitación que he reservado y que, por cierto, me ha costado una pasta? 23 DE DICIEMBRE -¿Qué venimos a hacer aquí, Xerome? –preguntó Vanessa, pensando en lo mucho que la envidiaría el resto del instituto. ¡Poder satisfacer la curiosidad de entrar en casa del conserje…! -Coger al gato para llevarlo a mi casa, se lo prometí a mi padre – contestó él llamando al bicho con un “bis, bis, bis”. Xerome había ido la tarde anterior a ver a su padre, tras un conciliábulo familiar que no había sido demasiado agradable. Entró primero con su madre y después Casilda los había dejado solos unos minutos. El ambiente estaba tenso y la conversación se limitó al principio a un cortés interés por parte de Xerome por la evolución de la salud de Gumer. Después le dio las gracias por haberle salvado la vida, a lo que Gumer respondió que podía agradecérselo cuidando de su gato mientras él estuviese hospitalizado. Los dos eran orgullosos y la reconciliación no iba a ser fácil, pero por lo menos era un primer paso. El gato apareció y se frotó contra Xerome. Se dejó coger sin problemas. Recogieron sus cosas y salieron de la casa. -Vanessa, tengo que decirte algo… no te va a gustar. -Cuenta… Xerome le explicó el desagradable encuentro de aquella mañana con el Amanitas, el valiente enfrentamiento de su madre y lo que habían hablado durante la comida. La madre tenía miedo por él. Entonces le preguntó qué diantre quería hacer con su vida. Xerome le entregó, en aquel momento, el boletín de notas: sólo había suspendido tres. Teniendo en cuenta que lo normal era que le cayesen siete u ocho, Casilda estaba contenta. -Mamá, quiero acabar la secundaria. Y después quiero hacer un ciclo. Quiero estudiar, ya está bien de hacer el vago. Casilda se puso loca de contento al oír esto. Había perdido la esperanza de que Xerome se reformara. Brais y Antía eran unos estudiantes modelo, y Maruxa muy joven, por ahora era un desastre, pero se la podría enderezar, pero Xerome… Casilda entendía que era peligroso que Xerome permaneciera en el pueblo. Joaquín y sus secuaces no lo dejarían en paz. Así que dijo: -Xerome, si apruebas y quieres seguir estudiando, no puedes hacerlo en el pueblo. Tienes que irte de aquí. Casilda tenía un hermano viviendo en Santiago que muchas veces se había ofrecido para acoger a alguno de sus hijos si quería estudiar allí. Hasta entonces, todos suponían que sería Antía la que disfrutara de tal honor, puesto que Brais probablemente se iría a estudiar a Vigo alguna ingeniería. Los ingresos de Casilda sólo daban para la manutención de un hijo fuera de casa. -Puedes ir a casa del tío Juan. Lo llamaré esta tarde. Antía estalló en lágrimas. -¡Mamá! Eso no es justo. Se suponía que yo me iría el año que viene a hacer el bachillerato a Santiago. ¡No hay derecho! –Y salió de la habitación dando un portazo. Xerome dijo que ni se le pasaba por la cabeza quitarle el puesto a su hermana, pero su madre no le dejó replicar, alegando que en ese momento era más importante su seguridad que los estudios de Antía. Si Brais había hecho el bachillerato en el instituto del pueblo, ella también podía hacerlo. Casilda llamó a su hermano por la tarde y le explicó cómo estaba la situación. Lo que no esperaba era que Juan se ofreciera a alojar en su casa a ambos hermanos. Sus hijos ya habían abandonado el nido hacía tiempo y tenían sitio suficiente para los dos. Juan sabía lo mal que lo había pasado Casilda y creía que había llegado el momento de ayudarla de verdad. -Así que, probablemente, el curso que viene estaré en Santiago –le decía Xerome a Vanessa mientras iban hacia su casa –Sólo podremos vernos los findes, es una jodienda. Vanessa se echó a reír. -¿De qué te ríes, tía? No le veo la gracia. -Xerome, yo tampoco me atrevía a decírtelo… También yo me iré el año que viene a Santiago a estudiar en el Rosalía de Castro y a vivir con mi hermana. Mis padres prefieren que haga el bachillerato allá porque hay más nivel. Hace mucho que lo teníamos planeado. ¡Estaremos juntos! -¿Y cuándo me lo ibas a decir, tía? –contestó Xerome navegando entre la alegría y la decepción. -¡Xerome! ¡Sólo llevamos saliendo cuatro días! Y han pasado tantas cosas y tan gordas que no me volví a acordar del tema para nada. Además, estaba tan acostumbrada a llevarlo en secreto absoluto… ¿Te imaginas la que habría montado Pacho al enterarse? Yo creo que me habría matado antes de dejarme ir. Xerome comprendió. Como siempre, su novia tenía toda la razón. -¡Lo vamos a pasar de puta madre, tía! Pero primero tengo que sacar la ESO y me tienes que ayudar… aún tengo mucho que aprender. -Claro, cuenta conmigo. -Y me tienes que ayudar a elegir ciclo. No tengo muy claro… -Eh, para el carro, tío –protestó ella -¿Por qué un ciclo? -Coño… ¿Y si no qué hago? -No te pongas límites. A lo mejor puedes hacer un bachillerato. No eres tonto, pero sí muy vago y tienes un nivel bajo, pero espera a ver cómo acabas el curso. Si haces un bachillerato después podrás hacer un ciclo superior, casi el equivalente a una carrera de grado medio… tendrás muchas más oportunidades laborales. El ciclo medio es una mierda, Xerome… casi todo el mundo acaba en el paro. Otra vez, Vanessa tenía razón. -¿Y tú cómo razonas tan bien y sacas tan buenas notas con todo lo que te metes? –preguntó –No lo entiendo. -Joder, lo que hace haber sido la novia de un aspirante a narco – protestó ella –Como Pacho estaba todo el día puesto, se suponía que yo también, claro… Pues no he esnifado más que cinco o seis veces en mi vida, y eso porque Pacho se ponía pesado con el tema. No pienso volver a hacerlo. Es una mierda y un destrozacerebros. Y te aconsejo que tú tampoco lo hagas. Xerome asintió. La verdad era que él pocas veces había pasado del porro. También tendría que ir pensando en dejarlo, o, por lo menos, en fumar menos si quería mantener la mente despejada para estudiar. Llegaron a casa y depositaron felizmente al gato en el cobertizo. -¿Quieres quedarte a comer? –invitó él –Se lo digo a mamá, no creo que haya problema. Vamos a decirle a Antía que tú también te vienes a Santiago. Se pondrá muy contenta. Vanessa aceptó. No se podía creer lo mucho que había cambiado su vida en cuatro días. Las Navidades presentaban una perspectiva estupenda. *** A la misma hora en que Xerome y Vanessa paseaban con el gato en dirección a casa, el cadáver de Pacho era conducido al tanatorio tras haber dado positivo en la prueba de ADN. Y, media hora más tarde, Joaquín el Amanitas era detenido en su casa acusado de asesinato en primer grado. Las gentes del pueblo opinaron al principio que era una buena noticia, pero en cuanto pensaron un poco en ello, se dieron cuenta de que sólo era una maniobra de traspaso de poder. Nicolás y Mercedes, que ya habían regresado de su romántica estancia en Santiago, estaban tomando café en una terraza junto a la playa, aprovechando el tibio sol de diciembre. Y así se enteraron de los detalles: la cuadrilla del Amanitas había cantado de plano sobre el asesinato, incluido el lugar donde se había escondido el arma homicida, un revólver de gran calibre que sirvió para dar el tiro de gracia al desgraciado Pacho. Obviamente, la cuadrilla nunca habría declarado en contra de su jefe sin tener las espaldas cubiertas, así que todo el pueblo supuso que Cara Cortada, el principal rival del Amanitas en el negocio de la coca, se había hecho fuerte contratando la cuadrilla de Joaquín y, de paso, incitándolos a declarar para dejar al Amanitas fuera de combate durante un buen montón de años, los mismos que pasaría a la sombra. Cara Cortada, llamado así por el navajazo recibido en una mejilla durante una reyerta con el clan de Vilagarcía, se convertía así en el principal proveedor de cocaína de la zona y pasaría a ser el hombre más poderoso y temido de la comarca. Los destrozados padres de Pacho montaron la capilla ardiente en casa, pero nadie acudió al velatorio. Era la forma de decir que ahora se aceptaba al nuevo jefe y las nuevas normas. Así que lloraron a su hijo en total soledad, acompañados únicamente por los familiares más próximos. El comportamiento de Pacho había sido fruto, en gran medida, de la relajación de sus padres en su educación y ahora sufrían las consecuencias. Nicolás se preguntaba si se les habría pasado tal idea por la cabeza. Bien, no se quedaría elucubrando: estaba dispuesto a ir a comprobarlo “in situ”. *** Cuando Vanessa y Xerome entraron en casa de Pacho, a las ocho y media, Nicolás y Mercedes ya estaban allí. Eran los únicos ajenos a la familia que habían ido a dar el pésame. Se saludaron con una inclinación de cabeza. Nicolás pensaba que eran muy valientes al atreverse a ir, dadas las circunstancias. Vanessa se acercó a la madre de Pacho. -Carmen, lo sentimos mucho. La madre reaccionó de forma explosiva. -Tú, desvergonzada… todo ha sido culpa tuya y del hijo de la Casilda. Vosotros lo liásteis todo, es como si vosotros mismos hubiérais apretado el gatillo. ¿Cómo te atreves a aparecer por aquí? –e hizo amago de abofetear a Vanessa, pero el padre lo impidió a tiempo. -Lo siento, Vanessa. Estamos nerviosos, hazte cargo. -Entiendo… pero nosotros no somos culpables de nada, que quede claro. -¿Cómo que no? –Vociferó nuevamente la madre –Si tú hubieras hecho lo que tenía que hacer cualquier mujer decente, es decir, seguir con su hombre… nada de esto habría pasado. Eres una sucia zorra… -Perdone, señora. Estos chicos no son culpables de nada… si hay algún culpable, ése soy yo. Todos se quedaron mirando al hombre alto y musculoso de abrigo caro que acababa de entrar sibilinamente en la estancia. -Inspector Carlos Álvarez, de la brigada de narcóticos. Mi más sentido pésame –se presentó. Tras unos minutos de confusión inicial, el inspector se explicó. -Verán, yo ofrecí el pacto a Pacho, es decir, librarlo de la acusación por intento de homicidio a cambio de que me contase todo lo que sabía del Amanitas y sus sucios negocios. Eso fue lo que firmó su sentencia de muerte, no lo que quiera que hayan hecho estos chicos. Se me fue la mano… nunca pensé que el Amanitas fuese capaz de una venganza tan sangrienta. Teníamos pensado ponerle vigilancia a Pacho, a modo de protección, pero apenas si nos dio tiempo. Así que, en cualquier caso, si hay un culpable de su muerte, ése soy yo sin lugar a dudas. Intervino Nicolás. -Dudo que haya algún culpable… cada uno se labra su propia ruina. El padre de Pacho se derrumbó en una silla, hundiendo el rostro entre las manos. -Ya estaba muerto desde hacía mucho tiempo, mamá –le decía a su mujer gimiendo –Y nosotros no hacíamos más que mirar para otro lado, como si no pasara nada… no queriendo saber… Estaba muerto desde el momento en que empezó a ir a la descarga y nosotros no ejercíamos ningún control sobre él. La madre empezó a llorar histéricamente. -¡Mi pobre hijo, mi niño! La escena era desagradabilísima, así que Nicolás se llevó a Mercedes y a Vanessa, cogidas cada una de un brazo, a la estancia contigua, donde habían instalado la capilla ardiente. Allí dentro estaba Xerome rindiendo su particular homenaje al amigo de la infancia y al rival de la adolescencia. -Quiero que te lleves esto, tío –dijo Xerome mientras se sacaba el collar filipino que era su posesión más preciada y jamás abandonaba su cuello –Por los buenos tiempos… vamos a olvidar la mierda de los últimos días, porque tú ya no eras tú y yo… todavía no era yo –Metió el collar en el bolsillo del traje negro que servía de mortaja a Pacho. Los de la funeraria habían hecho un trabajo excelente. Pacho parecía dormir plácidamente. Nicolás se abrazó a Mercedes y Vanessa a Xerome. -Marchaos, chicos –dijo Nicolás –Id a vivir vuestra vida. Éste no es sitio apropiado para vosotros… -¿Va usted a volver después de Navidades, profe? –preguntó Vanessa. -No, querida. Yo sólo sustituía a la profesora titular. Ella volverá después de vacaciones, espero. -Entonces… ya no nos volveremos a ver –Afirmó Xerome –Qué pena. -Efectivamente, yo seguiré mi camino y vosotros el vuestro. No me cabe duda de que será el adecuado. Os deseo la mejor suerte del mundo. Los cuatro se despidieron con dos besos. Mercedes les dijo que si algún día pasaban por donde vivía, fuesen a hacerle una visita. Y los vieron marchar, jóvenes, hermosos y con toda la vida por delante para comerse el mundo. 24 DE DICIEMBRE La mañana de Nochebuena Xerome le leía a su padre las últimas noticias del periódico. Gumer estaba tomando una sopa que calificó de “asquerosa e incomible”. -A ver qué os dan de cena… -barruntó Xerome. -Bah, viendo la sopa me espero lo peor. Anda que no es fácil hacer una sopa decente… -protestó Gumer, que llevaba catorce años haciéndose la comida. Aún así, la comió con apetito. -Entonces… ahora es Cara Cortada el que controla el cotarro ¿No? – Preguntó a Xerome. -Sí… le ha llegado su oportunidad. Pero no sabes la última. El padre hizo un gesto de curiosidad. -Esta mañana han encontrado al Amanitas ahorcado en los calabozos de la guardia civil. Un escándalo. -¡Qué me dices! –exclamó Gumer incorporándose en la cama con un gesto de dolor -¿Pero por decisión propia? ¿O lo ayudaron? -Quién sabe… el Amanitas ha sido la pesadilla de los picoletos estos últimos años. -Sí, y su sobresueldo. No me jodas, Xerome. Sabes tan bien como yo que aquí no hay nadie limpio. ¿Qué ganaban los picoletos quitándoselo del medio? Tenían más que perder que ganar… la paga extra por mirar hacia otro lado. -Bueno, papá. Ahora tienen nuevo amo que seguirá repartiendo pagas extra. Quizás lo despacharon ellos por orden de Cara Cortada. Yo qué sé… El inspector ese que vino de Santiago a investigar todo ¿sabes? El que estaba en casa de Pacho ayer, tenía un cabreo del carajo. Les montó un pollo de cojones por no haberle quitado el cinturón al Amanitas, parece ser que fue lo que usó para… Padre e hijo se quedaron en silencio. -Tenían que habérselo llevado a la cárcel y no hacerle pasar la noche aquí –murmuró Gumer -Eso fue decisión del juez ¿no? -Ni idea, ya sabes que yo de esas cosas… ignorancia total. -Quizá el juez lo decidió precisamente para que lo despachasen… si el Amanitas hablaba, medio pueblo caería con él. ¿No ves que aquí todo Cristo vive del negocio, Xerome? También el juez. Todos cobran por detrás a cambio de no ver. Sí, Xerome lo sabía. ¿Quién no lo sabía en aquel pueblo? Era el pacto de silencio que tenían entre todos: no ver, no oír, callar y cobrar. Jamás saldrían de aquella situación. Xerome entendía que su madre quisiese mandarlos a todos fuera. Allí sólo había un futuro y era de color blanco. Se puso en pie. -Me voy, papá. A la una entierran a Pacho. -¿Pero vas a ir al entierro, hombre? ¿No te llegó con lo de ayer? -Tengo que ir, papá. Fue mi amigo durante muchos años. Volveré por la tarde con Brais. *** Nicolás y Mercedes despertaron tristes y apesadumbrados. Les quedaban escasísimas horas juntos y, aunque tenían asumida la separación, el saberlo no les hacía llevarlo mejor. Mercedes estuvo un buen rato llorando en brazos de Nicolás, hasta que decidió ser sensata y controlarse. -Soy una idiota… hace un año habría firmado sin mirar por los diez días que hemos tenido. Habría pagado cualquier cosa por este tiempo. Ha sido un regalo y no tengo derecho a quejarme. -Y el año que viene habrá más, mujer. Hay que ser positivo. Además, vas a tener tanto trabajo que dudo que te acuerdes de mí, no creo que tengas tiempo. -¿A qué hora te vas? –preguntó ella. -Supongo que sobre las tres o así… tenemos que empezar el reparto de juguetes, ya sabes. Y a ti aún te queda un buen trecho hasta llegar a casa ¿eh? -Sí… unas cuatro horas. Espero que todo esté preparado cuando llegue, porque somos unos treinta y cinco a cenar y no tengo ninguna gana de encargarme de nada. Me va a caer bronca de mi madre, pero me da lo mismo. Nicolás sonrió. -Sigue siendo una vieja cascarrabias ¿eh? Mercedes se encogió de hombros. -Ya sabes… genio y figura hasta la sepultura. Lo que pasa es que ahora digo todo lo que no me gusta y con lo que no estoy conforme, no como antes, que tragaba como una tonta. Así que discutimos más que nunca, pero ya no me afecta. Que se acostumbre a conocer otras opiniones aparte de la suya, que no le viene nada mal. Nicolás cogió su cazadora. -Tengo que ir a hacer algunos recados. Vuelvo enseguida. ¿Vas cerrando las maletas mientras? -Claro. -Venga, nos vemos en un ratito –contestó Nicolás mientras abría la puerta. *** Casilda no sabía muy bien cómo abordar la cuestión. -He hablado con el médico, Gumer. Te darán el alta en dos días. -Vale –contestó él concisamente. Después se sumió en el silencio. Por supuesto, no podían hacerse amigos en tres días tras casi catorce años sin hablarse. -¿Y qué tienes pensado hacer? -Irme a casa –contestó él con tranquilidad. -Pero Gumer ¿Cómo te vas a ir solo recién operado? No te vas a arreglar bien. -Casilda ¿desde cuándo te interesas por mi bienestar? No me vengas con historias, que nos conocemos… -refunfuñó el conserje. -Gumer, te doy la oportunidad de venir a mi casa hasta que te recuperes. Podrás estar con tus hijos –le contestó ella airadamente, como si le estuviese haciendo el gran favor. -Coooño, Casildaaaaa –Gumer se incorporó e hizo un gesto de dolor – Qué bueeeeena que eeeeres. ¿Y eso a qué se debeeeee? Casilda empezó a notar que montaba en cólera. Se estaba arrepintiendo de su oferta. -Gumer, de no ser por ti a lo mejor ahora Xerome estaba muerto, y las niñas… -un escalofrío le recorrió la espalda –No quiero ni pensarlo… Gumer permaneció callado algunos minutos, para acabar diciendo: -Pero mujer, el mérito no es mío. No me voy a poner medallas a estas alturas de la película. Fue ese profesor nuevo, ese tal Nicolás, el que dio la voz de alarma. Yo estaba medio dormido en mi sofá, acompañado de mi botella, como siempre… -Tampoco te quites el mérito –contestó ella –Fuiste capaz de levantarte del sofá e ir con él a defender a tus hijos. No lo estropees, por favor. -Casilda –rogó él –Ven aquí, siéntate junto a mí, anda. Ella obedeció, no se atrevió a contradecirle. Cogió una silla y se sentó junto a su cama. -Hace mucho tiempo –comenzó Gumer –Yo era un chico listo ¿Te acuerdas, Casilda? Incluso tenía cierta cultura… antes de que el alcoholismo, sí ¿por qué no decirlo? soy un alcohólico, entrase en mi vida y nos la destrozara. Casilda escuchaba atentamente aquel preámbulo. No sabía dónde quería ir a parar su ex –marido. -Quiero decir con esto que no soy idiota, no soy tonto… aún me queda algo de la chispa de la juventud. Todos los días me hacen un montón de pruebas, resonancias, placas, análisis… ¿Todo por una simple puñalada? – Casilda negó con la cabeza e intentó hacerlo verbalmente –No, no me mientas. Sé lo que estás pensando y no intentes engañarme. Algún día mi mala vida tenía que pasarme la factura. No importa. Lo que tenga que ser, que sea. Casilda se echó a llorar. Le recordaba al Gumer de veinte años, el chico del que se había enamorado hacía tanto tiempo. -No llores. No pasa nada. Pero no quiero vuestra compasión. Y no la quiero porque no me la merezco… Lo pasaré solo como he pasado los últimos años y ya está. -No, Gumer. No lo permitiremos. Lo hemos hablado en casa y los cinco estamos de acuerdo. Queremos que vengas. -¿Xerome también? –preguntó el conserje enarcando las cejas. -Xerome… fue al que más le costó pasar por el aro, ya lo conoces, es igualito a ti. Pero sí, está de acuerdo. Gumer se quedó pensativo. -Pero no quiero hacerlo. Y me horroriza la compasión, ya lo sabes. Casilda suspiró y se levantó de la silla. Empezó a pasear por la habitación. -Esto no es un contrato de por vida… si no quieres venir, no vengas. Pero por lo menos ven hasta que te recuperes de la puñalada. No te vas a manejar bien tú solo en casa con los vendajes y toda la pesca. Gumer se mantuvo nuevamente en silencio. -Está bien. Pero sólo hasta que me recupere del tajo. Después me iré a mi casa –manifestó lentamente. Casilda sonrió. No era ganar la guerra, pero sí una batalla. *** Xerome y Vanessa caminaban con lentitud extrema por el paseo marítimo. -¿Me creerás si te digo que es la primera vez en mi vida que voy a un entierro? –preguntó ella. -¿Y qué te ha parecido la experiencia? -De lo más desagradable, hijo. -Chicos, por favor –intervino una voz a sus espaldas. Ambos se volvieron y reconocieron la figura del inspector Álvarez. Ya lo habían visto en el cementerio durante el entierro. -Vosotros sois los que estábais ayer en el velatorio ¿no? –Ambos asintieron –Que la madre de Pacho os echaba la culpa ¿no? ¿Podemos sentarnos un momento? Xerome y Vanessa se miraron, y tomaron asiento en un banco del paseo. -¿Necesita usted descargar su conciencia, inspector? –preguntó Xerome muy serio. El inspector sonrió con tristeza. -Algo así… Ayer les dije a sus padres que quizá se nos había ido la mano y es verdad. Llegué antes de que lo hiciera su abogado para hablar con él. Me imaginé que no sería más que un descerebrado repleto de coca hasta las patas y era verdad. Le expliqué la pena que le esperaba por intento de homicidio y lo mal que lo iba a pasar en la cárcel. Se lo pinté negrísimo y vi el miedo en su cara abotargada de drogadicto. Hice bastante hincapié en el tema de los abusos sexuales que sufriría sin lugar a dudas. Entonces le ofrecí un pacto a cambio de que me contase absolutamente todo lo relativo al negocio del Amanitas, y resultó que sabía mucho más de lo que yo esperaba, fue una suerte. Gracias a todo lo que cantó, salió sin cargos. Hizo una pausa para tomar aire. Vanessa y Xerome escuchaban atentísimos y algo horrorizados. -Supongo que el abogado se lo sopló al Amanitas… el que yo estaba allí, vaya… ellos sí me conocen de sobra. Y al ver que el otro renunciaba a sus servicios y a las dos horas estaba en la calle y además presumiendo de ello… bueno, firmó su sentencia de muerte. Fue un descuido por nuestra parte, teníamos que haberlo vigilado mucho más y jamás me lo perdonaré. Pacho era una escoria, pero teníamos obligación de velar por su seguridad. -En fin –intervino Vanessa –Supongo que ustedes no lo podían prever. -¡Ya lo creo que podíamos! Ese fue nuestro error imperdonable… Vosotros sois muy jóvenes y no recordaréis venganzas similares a ésta, pero yo ya he visto unas cuantas, no era la primera y supongo que no será la última. Pacho salió libre a las dos de la tarde, y me imagino que antes de las tres ya estaba en manos del Amanitas. -No, a las tres estaba bien –intervino Xerome –Vino a amenazarnos. Tuvo que ser después. -Pero no mucho después, me temo… -murmuró el inspector –Y, por si fuera poco, esta mañana volvemos a cagarla… Se pasó la mano por la cara con frenesí. -¿Se refiere a lo del Amanitas? ¿El suicidio? –preguntó Vanessa. -Eso mismo… chicos… este pueblo es un asco, toda la zona lo es, vicio y corrupción. Si queréis un consejo, marchaos de aquí en cuanto podáis. Yo me marcharé ahora mismo a Santiago a poner mi dimisión encima de la mesa del jefe. Tenía que compartirlo con alguien, lo siento. El inspector se despidió con la mano y apretó el paso. Vanessa y Xerome se quedaron viendo cómo se alejaban, cogidos de la mano. *** A Nicolás le habrían dado ganas de darse cabezazos contra la pared… ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Al volver al hotel, no había rastro de Mercedes por ningún lado. Su equipaje había desaparecido y, en su lugar, encontró una carta a su nombre. No le hacía falta leerla para saber lo que había pasado. “Nicolás: Esta vez soy yo la que se va a la francesa, ya ves… por lo menos no te he hecho pasar por la tortura de hacerte reconstruir la carta repartida en trescientos pedacitos escritos en grafía gótica… es broma. No me voy así por venganza. Es que no soy tan valiente como tú crees y no soy capaz de afrontar el momento de la despedida. Es mejor así, créeme. Probablemente me desharía en lágrimas como una magdalena y prefiero quedarme con un recuerdo bonito. Ya bastante he llorado esta mañana. Y sé que a los dos nos iba a quedar mal cuerpo, que se te iban a despertar remordimientos de conciencia y que el Boss se iba a enfadar. Mejor así. Espero que pases un buen año, yo lo intentaré. Por lo menos me queda la ilusión de que en doce meses nos volveremos a ver, ilusión con la que nunca conté este último año y aún así, sobreviví. Quiero decir con esto que esta vez se me hará mucho más llevadero. Estaré esperando impaciente que te pongas en contacto conmigo. Te quiero, aunque eso ya lo sabes. Te esperaré. Siempre. Mercedes” FIN Pontevedra, 17 de Noviembre de 2009 La Coruña, 7 de Diciembre de 2009 PAPÁ NOEL III EL ENEMIGO EN CASA Por Ana María Vázquez Villarreal 15 DE DICIEMBRE Mercedes salió a la gélida mañana pertrechándose en la bufanda de forro polar. El termómetro del porche marcaba seis grados bajo cero. La atmósfera estaba limpia, aún había multitud de estrellas en el cielo despejado. Mercedes se detuvo un momento a mirarlas y exaló un suspiro enorme. El frío se le metió en los huesos como un puñal, así que se dirigió hacia las cuadras a paso rápido. De repente, una figura pequeña surgió de las sombras. -Buen día, doñita. Es un decir. Qué frío hace. Mercedes pegó un respingo. -¡Emerson! ¡Qué susto me has dado! ¿Siempre tienes que aparecer como un fantasma? Normalmente, Mercedes sentía un cariño infinito hacia su capataz peruano, pero esta vez la vista del pequeño y moreno Emerson le crispó los nervios. En realidad, desde hacía diez días todo le crispaba los nervios. El capataz no se inmutó. -Doñita, está usted muy nerviosa –dijo con voz tranquila -¿Le preocupa la vaca? No; a Mercedes no le preocupaba la vaca, precisamente. -Ahora vendrá el veterinario. No se preocupe, tendrá un parto estupendo. Pero algo me dice que no es la vaca ¿verdad? -Emerson, déjame en paz, anda… El capataz había notado ya unos días antes el cambio de humor de su jefa. No había sido el único. La madre había estado zahiriéndola aquella mañana, después de que Mercedes derramara todo el café en la mesa de desayuno. -Estás tonta –le dijo –No sé qué te pasa últimamente, estás más atontada que de costumbre. Por toda respuesta, Mercedes encendió un cigarrillo. -Y hazme el favor de no fumar aquí. Sabes que no lo soporto. Mercedes se puso de pie. Los ojos le echaban chispas. -Y yo no te soporto a ti, madre. Sabes muy bien que podía estar cómodamente en mi biblioteca en vez de ocuparme de esta mierda de granja. Para empezar, aún me quedarían dos horas y media más de sueño. ¡Así que deja de darme órdenes! La madre tembló de ira. No conocía a su hija. -Eres una completa maleducada, Mercedes. -¡Déjame en paz! –Mercedes salió dando un portazo. Volvió a la realidad. El frío ayudaba a ello. -Emerson ¿Te ocupas tú del asunto del veterinario? Tengo que ir a los invernaderos a ver cómo va el tema de la partida de repollos. Hoy vienen a buscarlos. -Descuide, doña. Yo me hago cargo –Emerson sonrió. Mercedes se alejó a toda prisa de los establos y, al llegar a la esquina del edificio, giró abruptamente en dirección opuesta a los invernaderos. Necesitaba estar sola y llorar. Sentía crujir la hierba escarchada bajo sus pies mientras se dirigía a la vieja cabaña, último reducto de su infancia. Su tío Manolo, hermano de su padre, se la había construido durante un verano. Empujó la puerta con dificultad, estaba hinchada por los muchos inviernos a la intemperie, y se sentó en un tocón. “Estúpida, imbécil” se dijo a sí misma mientras sacaba el tabaco del bolsillo del plumífero. “Hoy es quince, seguro que aparece hoy.” Encendió el cigarrillo con manos temblorosas y su escasa autoconfianza se desmoronó al apagar la llama del mechero. “No… la misión empezaría hoy. Ya me tenía que haber llamado para decirme dónde nos reuníamos. Está claro que no volveré a verle”. Y se echó a llorar. Tras quince minutos de desahogo, se secó las lágrimas de un manotazo. Seis y media. Tenía que ir a ver si había llegado el veterinario. Por el camino, siguió autotorturándose. “Seguro que no quiere saber nada de mí, interferir en mi vida… querrá que me asiente de una vez sin estar pendiente de él. Eso, si no…” se estremeció. Una niebla ligera ascendía de la hierba húmeda, dando a todo un aspecto fantasmagórico. Entonces, en lontananza, divisó una figura rasgando el jirón gris. La reconoció al momento. Aligeró el paso, cada vez iba más rápido. La figura no varió el suyo. Mercedes empezó a correr, a sentir calor, sudaba debajo del plumífero. -¡Boss, querido Boss! ¡Ya creí que me habíais olvidado! –y se arrojó en sus brazos llorando. *** El Boss dejó que Mercedes se desahogara a gusto. No la había perdido de vista durante el último año y sabía que no había sido fácil para ella. -¿Dónde está Nicolás? ¿Dónde? –Balbuceó Mercedes soltándose del abrazo. -Uf. Está con tu madre –contestó el Boss. A Mercedes ni siquiera se le pasó por la cabeza preguntar qué habían ido a hacer allí. Sólo quería ver a Nicolás. Se dirigió hacia la casa a zancadas, seguida por el Boss. Fue secándose las lágrimas con la bufanda por el camino. También intentó tranquilizarse. Dejaría que ellos llevaran el ritmo de la conversación. -Espera un momento, Mercedes –el Boss la cogió por un brazo y la obligó a parar –Sé que has tenido un año duro, durísimo… Mercedes sintió miedo. -¿Nicolás sabe algo? –preguntó con voz temblona. -No –contestó él –No le he dicho absolutamente nada. Lo dejo a tu criterio. Siempre te he considerado una persona sensata y sé que elegirás lo más conveniente. Siento por lo que has pasado. -Gracias –musitó ella –Supongo que no podemos saludarnos con demasiada efusión. ¿Qué bola le habéis contado a mi madre para justificar vuestra presencia aquí? El Boss se echó a reír. -Ya lo verás. Algo gordo, para que colabore. No te preocupes, todo saldrá a pedir de boca. Mercedes lo dudaba bastante, estando su madre por el medio. Sin embargo, decidió confiar en él. Habían llegado a la casa. -¿Estoy bien? –preguntó Mercedes con timidez antes de empujar el portón de roble. -Estás guapísima –respondió el Boss poniendo los ojos en blanco. Se oían voces procedentes de la cocina. Mercedes guió al Boss a través del largo pasillo. Suspiró varias veces antes de entrar y, armándose de valor, hizo acto de presencia en la estancia. -Ah, ya están aquí –dijo la madre. Nicolás se acercó a ella con los ojos brillantes. Mercedes permaneció petrificada, esperando que moviera ficha. Le temblaban las piernas. Se clavó las uñas en las palmas de las manos para refrenar las ganas de abrazarlo. -Hola, Mercedes. Cuánto tiempo –Nicolás le tendió la mano. Ella se la estrechó con flojedad. Le daba la impresión de que todo era un sueño. -¿Qué tal, Nicolás? –consiguió articular al final. El montaje teatral no le estaba gustando en absoluto. Sentía los ojos de Nicolás por todo su cuerpo y, lo que era peor, también los de su madre. Esperaba que fuera lo que fuese que se habían inventado aquellos dos para justificar la presencia en su casa preguntando por ella, pareciese convincente. -Mercedes les hará café –dijo la madre con voz contundente –Siéntense, por favor. Mercedes empezó a trastear con la cafetera, sin dejar de sentir los ojos de su madre posados en su espalda. Se hizo un silencio incómodo. La madre lo rasgó con un tono de voz metálico que no auguraba nada bueno. -Vaya, vaya, Mercedes… Así que trabajas de espía. No sabía yo nada de ese pluriempleo, fíjate… A Mercedes casi le cayó al suelo por segunda vez aquella mañana la cafetera italiana. ¿Espía? ¿Qué diantre habían inventado aquellos dos? Se giró para intentar contestar algo plausible, pero el Boss se le adelantó. -Verá, señora… No sé si Nicolás le habrá contado lo valiosa que es su hija para nuestras misiones. Créame, el gobierno le estará eternamente agradecido por su colaboración, además de que le pagaremos unos honorarios más que generosos. La madre relajó el gesto. -Llámeme Dorinda, por favor –le contestó al Boss –Lo que me cuesta entender es cómo puede Mercedes ayudarles a ustedes, fíjense… ¡Si ni siquiera sabe manejar la cafetera con soltura! Nicolás empezó a notar cómo le hervía la sangre. ¡Maldita mujer, llamando torpe a su perfecta y eficiente Mercedes! La miró con rabia, pensando cómo de semejante miniatura podían haber salido los ciento setenta y cinco centímetros en los que se había convertido la esbelta Mercedes. Doña Dorinda Mareque permanecía sentada muy tiesa, con el pelo gris recogido en un moño tirante. Iba enteramente vestida de negro, se suponía que de luto por su marido, aunque en realidad lo era por pura comodidad y falta de coquetería. Así mataba dos pájaros de un tiro. Su espalda estaba curvada y su rostro surcado de arrugas, lo que revelaba una vida dura dedicada al campo, al igual que sus manos callosas. Miraba a sus interlocutores de modo inquisitivo y desafiante, y eso hacía que todo el mundo la respetara, a pesar de su apariencia pequeña y frágil. -Pues créame, en las misiones es la eficiencia personificada –contestó Nicolás con tonillo impertinente. Dorinda lo ignoró y siguió dirigiéndose al Boss. Estaba claro que, de los dos, era su favorito. -No recuerdo su nombre, señor… -No se lo había dicho, perdone. Me llamo Cristóbal; Cristóbal Pérez. Mercedes puso el café en la mesa. Repartió tazas, platos y cucharillas y sirvió el reconfortante líquido. -Gracias –le dijo Nicolás con un tono cargado de intención. -¿Y ocupa usted un puesto muy importante en el gobierno? –estaba preguntando Dorinda. -En seguridad nacional, el máximo – Contestó el Boss. Y comenzó a desenredar la madeja de embustes que había tejido para convencer a la suspicaz Dorinda. Mercedes los había ayudado en otra misión cuando trabajaba en la biblioteca, ni más ni menos que un ladrón de guante blanco buscado por toda la Interpol que había robado varios cuadros y unos cuantos manuscritos de museos y bibliotecas. Mercedes había desenmascarado al ladrón porque su comportamiento en la biblioteca resultaba sospechoso. Efectivamente, el tipo andaba detrás de un millonarísimo “Libro de horas” que se custodiaba allí. Desde entonces, el Departamento (se guardó bien de decir cuál) contaba con la colaboración del valioso cerebro de Mercedes de vez en cuando. -No me habías contado nada, hija –Dorinda se dirigió a Mercedes, que se sentaba junto a Nicolás muy tiesa también. El Papá Noel le cogía la mano por debajo de la mesa, a falta de algo mejor. -Por aquella época no nos hablábamos, mamá –contestó la aludida con insolencia. -Sirve a los señores un trozo de ese bizcocho de nata tan rico que hiciste ayer – contestó la madre soslayando el tema. A continuación, se dirigió al Boss en tono confidencial –Mercedes cocina de maravilla. -Oh, Dios mío –murmuró Mercedes muy bajito –Las tornas han cambiado, ahora me está haciendo propaganda… -Por no hablar de cómo lleva la granja. Bueno, Cristóbal, tendrá usted ocasión de comprobarlo en primera persona, porque mientras dure su… ¿misión, la ha llamado? se alojará aquí, por supuesto… -Y a mí que me vayan dando –susurró Nicolás a Mercedes. El Boss ensayó su sonrisa desarmante. -Cuánto lo siento, Dorinda, créame… Yo no puedo quedarme, estaré yendo y viniendo… pero mi lugarteniente Nicolás sí necesita un lugar dónde alojarse, y acepta su invitación encantado. ¿Verdad, Nicolás? Nicolás se atragantó con el trozo de bizcocho que estaba comiendo y bebió precipitadamente un sorbo de café. -¿Qué? Oh, sí, por supuesto. Muchísimas gracias por su hospitalidad. El Boss sonrió a los tres rostros que lo observaban con ganas de fulminarlo. La maniobra había salido perfectamente. Conociendo a doña Dorinda, las posibilidades de que Mercedes y Nicolás pudieran compartir sus noches estando bajo el mismo techo se reducían al mínimo. *** -Mataré al Boss. Menuda jugarreta nos ha hecho –masculló Nicolás francamente contrariado. Estaba sentado en el tocón de la cabaña, con Mercedes sobre sus rodillas. Por lo menos el Boss había tenido la gentileza de dejarles media hora de asueto para que se saludaran como era debido. -Mi idea era coger un hotel a algunos kilómetros de aquí y que tú te escaparas por las noches –continuó Nicolás, aspirando el aroma del pelo de ella. -Mi madre se despierta con el vuelo de un mosquito –se lamentó Mercedes -Ya tendríamos que dejarnos ver, deben de andar preguntándose dónde estamos. ¡Maldita sea, Nicolás! ¿De todos los casos navideños teníais que elegir justo uno aquí? ¿De entre todo el globo? ¡Ya es casualidad! Se pusieron de pie y salieron de la cabaña muertos de frío. Eran las ocho de la mañana y estaba empezando a amanecer. Un mastín enorme les salió al encuentro. Nicolás se asustó. -Es Rocky –explicó Mercedes –No hace nada –Y le acarició la cabeza. Nicolás volvió al tema. -Mira, cuando el Boss me lo comentó me pareció malísima intención por su parte… hasta que me contó los detalles. Es un código rojo en toda regla. Lo demás puede esperar. Mercedes se paró en mitad del camino hacia las cuadras. Iba a ver si la vaca había parido por fin. -Oye, oye, oye… Esto no tendrá nada que ver conmigo ¿eh? No tengo con quién arreglarme ya, estoy a bien con todo el mundo. La expresión de Nicolás se endureció hasta extremos inimaginables. -Ya no se trata de arreglar a nadie con nadie. Estamos hablando de algo muy grave. Estamos hablando de evitar una muerte. Mercedes abrió la boca como una tonta. Nicolás le ahorró hacer la pregunta. -Mercedes… quieren matar al alcalde. *** El todoterreno frenó en seco a dos metros de la orilla del río. Habían decidido reunirse lejos de ojos y oídos indiscretos para ultimar los detalles. La vaca había parido un ternero precioso, los huevos y los repollos habían sido recogidos por los proovedores y todo parecía funcionar bien. Mercedes podía concentrarse en la misión, siempre que no la distrajera Nicolás, claro. -Veo que sigues conduciendo como una loca –dijo Nicolás soltándose el cinturón de seguridad. Hacía demasiado frío para bajar del coche, pero el Boss insistió en pasear por el bosque. -No querrás que alguien te vea y diga que la hija de la Dorinda estaba en el coche con dos hombres… Mercedes asintió. No, no quería en absoluto. -Así que quieren matar a Lorenzo. Ya me imagino quién es… Por supuesto, sólo podía ser una persona: el antiguo alcalde y ahora jefe de la oposición. El asqueroso David, el cerdo de David, el ricachón del pueblo, último bastión de los caciques. -David Molero tiene ideas raras y perversas rondando por su cabeza –intervino el Boss. -Por supuesto. David Molero sólo tiene ideas raras y perversas en su cerebro. No da para más –Mercedes escupió las palabras. Había mentido antes al decir que ya no tenía nadie con quién arreglarse. Odiaba a David Molero todo lo que un corazón generoso como el suyo era capaz de odiar. Lo odiaba desde aquel día de verano de sus diecisiete años en que el matón de David la acorraló en una cuadra abandonada con lo que ella imaginó eran pérfidas intenciones. La fue llevando hasta dejarla pegada a la fría pared de madera, a pesar de la época estival. Pegó su cuerpo al de Mercedes y, acercando la boca a su oreja, susurró unas palabras que nunca olvidaría: -Coño, la Mercedes. La hija de la Dorinda. ¿Sabes qué pienso de ti? –al mismo tiempo, le manoseó los pechos torpemente –Eres demasiado fea para que te meta mano. No te hagas ilusiones –Y la soltó bruscamente, se alejó a carcajadas, subió a su moto reluciente con el tubo de escape trucado y se marchó petardeando, dejándola llorosa y temblorosa. Mercedes se dejó resbalar por la pared hasta quedar en cuclillas mucho rato. Lloró como nunca en su vida. No sabía muy bien si era por el miedo a ser ultrajada o por el desprecio de no ser merecedora de ello. Perdió la noción del tiempo, llegó tarde a casa y su madre la castigó. Aborreció a los hombres a raíz de aquella experiencia, hasta que llegó Nicolás. Sí, Mercedes odiaba a David. -Sólo de pensar que tengo que tratar con ese sujeto me dan ganas de vomitar – expresó en voz alta. Las tornas habían cambiado a raíz de la vuelta al pueblo de Mercedes el año anterior. David Molero ya no la miraba con desprecio, sino con absoluta lujuria. Le gustaban los retos y había que reconocer que la hija de la Dorinda se había puesto hecha un bombón. Y ella lo odiaba, cosa que a él lo excitaba más todavía. El hecho de estar casado y ser padre de tres criaturas parecía no importar demasiado. Todo el pueblo sabía que David Molero era el propietario de dos de los tres bares de carretera del pueblo, así que se podía sospechar que la fidelidad no era su fuerte. Marián, su mujer, odiaba a Mercedes porque sabía que su marido la rondaba. Mercedes despreciaba a Marián por aguantar al lado de semejante especimen sólo porque tenía dinero y posición. -No es tanto tratar con David, que de eso ya me encargaré yo, como de vigilar a Lorenzo –dijo Nicolás con tono de fastidio. Tono que a Mercedes no se le pasó por alto –De todos modos, tenéis una relación bastante estrecha ¿me equivoco? Mercedes parpadeó. ¿Eran los celos los que hablaban por boca de Nicolás? -Hombre, Nicolás. Estamos en la misma corporación municipal, soy su concejala de cultura. Evidentemente, tenemos que tener un contacto estrecho, digo yo –intentó que su voz sonara con aplomo, pero le temblaban las rodillas. ¿Nicolás sospecharía algo? Lorenzo Bermúdez había sido durante años el único hombre que a Mercedes le resultaba soportable. Cuando eran niños ella lo ayudaba durante el verano a quitar los cepos y trampas de los cazadores furtivos. Lorenzo tenía una conciencia claramente ecologista y amaba a los animales. Después se marchó del pueblo durante mucho tiempo y, casualmente, regresó cuando Mercedes hizo lo propio, el año anterior. Sus padres habían muerto y había vuelto para ocuparse de su granja, que también había entrado en la subvención del cultivo biológico. Es decir: eran rivales, pero al mismo tiempo eran amigos y colegas. Cuando Lorenzo, harto de los tejemanejes de David en el Ayuntamiento, dijo a Mercedes que quería presentarse a las elecciones y que la quería en su equipo, ella aceptó. Llevaba un programa impecable y ambicioso, y ganó. Todo el pueblo lo quería menos David y sus adláteres. Imposible no quererlo, a una presencia física agradable y simpática unía un carácter encantador, con indudable don de gentes. Y, además, permanecía soltero. *** -¡Por encima de mi cadáver! –bufó doña Dorinda cruzando los brazos bajo su generoso pecho. El plan había quedado trazado por la mañana en sus rasgos esenciales, pero quedaba un fleco. ¿Cómo justificar la presencia de Nicolás en el pueblo? Mercedes y él serían vistos juntos infinidad de veces y las murmuraciones se dispararían. Así que el Boss propuso hacer pasar a Nicolás por novio de Mercedes, lo cual no era del todo mentira. -¿Usted se imagina los cotilleos que habría en el pueblo al saber que alojo al novio de mi niña bajo el mismo techo que ella? ¡Eso no es una casa decente! –gruñó la anciana. -Pues no sé qué otra cosa podemos hacer –murmuró el Boss. Ya se imaginaba que doña Dorinda se negaría. -Podemos decir que viene a ver la granja para comprarla. Eso sería más creíble y respetable. Y no hundiría la reputación de mi niña de por vida –sugirió la madre. Mercedes esbozó media sonrisa. Si a los treinta y siete años tenía que cuidar de su reputación… -Y usted –continuó doña Dorinda dirigiéndose a Nicolás –sepa que lo tolero en mi casa porque la paz mundial corre peligro, que si no… es usted demasiado guapo y no me gusta cómo mira a mi Mercedes. Dormirá en el cuarto que está al final del pasillo, y le advierto que me despierto hasta con el roer de una polilla… -Nicolás ahogó una carcajada al escuchar lo de la paz mundial. Lo del pasillo y la polilla ya no le gustó tanto. -Descuide, señora. No tengo el menor interés en su hija y no le tocaré un pelo de la ropa –al oír esto, el Boss empezó a toser aparatosamente. -¡Por supuesto! –contestó la mujer –Mi hija es un espejo de virtud y no toleraría que usted le pusiera la mano encima ¿Verdad, Mercedes? –Mercedes fingió afanarse en coger los platos del aparador para poner la mesa –Y, además, es demasiado buena para usted, como podrá comprobar estos días. 16 DE DICIEMBRE -Cierra la puerta si quieres fumar un cigarrillo. Sólo nos faltaba una denuncia por fumar en lugar no habilitado para ello. Mercedes obedeció y volvió a ocupar su lugar favorito en el despacho del alcalde, el escaño de piedra junto a la ventana desde donde podía admirar el paisaje montañoso. Encendió un cigarrillo y dio un sorbo al café. Detrás de su mesa, Lorenzo revolvió su infusión con la cucharilla y bebió despacio. -No sabía que querías vender la granja, Merce –dijo. Mercedes intentó pensar rápido una respuesta, pero estaba agotada y somnolienta. Se había acostado a las doce, a las dos se había escapado al cuarto de Nicolás y a las cuatro y media se había vuelto al suyo. A las seis estaba en pie para planificar la jornada con Emerson. Había merecido la pena, pero ahora se le cerraban los ojos. -En fin… empiezo a tener muchos gastos y añoro mi biblioteca –contestó. -¿Y qué vas a hacer con tu madre? No va en el lote de venta ¿verdad? –Lorenzo soltó una carcajada que iluminó su atractivo rostro. Mercedes comenzó a pensar que se había metido en un callejón sin salida, pues conocía la solución que le iba a ofrecer el alcalde al embrollo. No pudo evitar mirarlo con cariño. Lorenzo era un hombre guapo de cuarenta años, alto, de pelo rizoso castaño claro y barba perfectamente recortada. Sus ojos verdes chispeaban siempre de alegría. El buen humor era su divisa. Vestía con sencillez y desenfado ropa cómoda apropiada para la vida en una granja, incluso cuando estaba en el ayuntamiento. Siempre parecía estar dispuesto a escuchar los problemas ajenos y a aportar soluciones. Se levantó de su sillón y se dirigió a ella, que se giró hacia la ventana fingiendo observar el paisaje, sabiendo que no tenía escapatoria. -Te lo he dicho mil veces –susurró él en su oreja mientras la cogía por la cintura y aspiraba el aroma de su pelo –Cásate conmigo, viviremos en mi granja, nos llevamos a tu madre, que sé que me aprecia, y seremos felices para siempre. ¡Por favor! No habían sido mil veces, pero sí que era por lo menos la cuarta ocasión en que tenían tal conversación en seis meses. Mercedes pensó con tristeza que tenía gracia, toda la vida había estado más sola que la una y ahora que estaba enamorada de alguien le surgían pretendientes por todas las esquinas. Se giró hacia Lorenzo con pena. Lástima no amarlo, habría sido la solución perfecta a su vida. Pero no podía ser. -Ya sabes que no puede ser, Lore –repuso con tranquilidad –Yo te quiero muchísimo, pero no de la manera que mereces. -Sabes que seguiré intentándolo –contestó él con terquedad infantil. -Estás en tu derecho –dijo Mercedes –Y yo seguiré diciendo que no. Y créeme que me apena, pero no creo en el matrimonio sin amor. Ya tuve el ejemplo en casa, con mis padres. -No digas eso, yo estoy loco por ti –el alcalde se miró la punta de las botas. -Pero yo no, Lorenzo. Y no lo puedo forzar. No saldría bien. -Seguiré intentándolo y lo conseguiré –contestó el alcalde tenazmente. *** A las once de la mañana David Moledo caminaba por la Plaza Mayor hecho un pincel. Como todo nuevo rico, su atuendo rechinaba en un lugar tan sencillo como la plaza de un pueblo castellano, pero a él no le importaba. Le gustaba hacerse notar. Hacía frío y se ajustó el cuello de piel de su abrigo de pelo de camello hecho a medida. El sol sacaba reflejos azabache al pelo engominado hacia atrás. Ya no era el alcalde, cargo que había desempeñado durante ocho años, pero seguía comportándose como si lo fuera. Cruzó la plaza pavoneándose y, de repente, frenó en seco. Acababa de divisar a la hija de la Dorinda hablando con un ridículo sujeto. ¿Era un Papá Noel? ¡Lo era! Lo que faltaba, el maldito alcalde traía horribles costumbres protestantes a un pueblo decente, de tradición católica, apostólica y romana. Y la Mercedes haciéndole caso. Una pena. Admiró su estampa atlética y recordó vagamente el día en que la había acorralado en aquella cuadra. Aquella canija esmirriada y cuatro ojos se había convertido en una jaca de primera, no cabía duda. A David le gustaban las mujeres delgadas y morenas, no como su Marián, cuya vida burguesa y aburrida le había hecho entrar en carnes demasiado pronto y sus mechas rubias le daban un aspecto lánguido y bobalicón. Decidió que Mercedes estaba en su punto, como bien revelaban las piernas enfundadas en pantalones de montar y la larga melena castaña flotando en su espalda. ¡Tenía un aspecto tan sano y feliz! Y el maldito protestante la estaba haciendo reír con toda su alma. Si David hubiera escuchado parte de la conversación de Mercedes y Nicolás se habría echado las manos a la cabeza, pues recordaban acontecimientos de la noche anterior. Mercedes vio llegar al cacique con el rabillo del ojo y presintiendo jaleo gordo, advirtió a Nicolás: -Oigas lo que oigas, no te descompongas. Echarás a perder la misión si le pegas y te das a conocer. Nicolás asintió de mala gana. Palpó su bolsillo y cogió un puñado de caramelos. -Jo, jo, jo, jo. Feliz Navidad, amigo –engoló la voz para dirigirse a un huraño David –Coge un caramelito, anda. David echó una ojeada primero a los pechos de Mercedes, a pesar de que llevaba una gruesa cazadora, y después a los ojos verdes de Nicolás, que emitieron un destello metálico que no auguraba nada bueno. -Ni muerto, protestante –replicó con desprecio –No me digas que has cogido caramelos de este tiparraco –dijo a Mercedes -¿No te dijo nunca tu mamá que no aceptaras golosinas de extraños? Esto ha sido idea del gilipollas del alcalde, me juego el cuello. -No. Me dijo que nunca fuera a cuadras abandonadas con bastardos de mierda – contestó ella con los dientes apretados. -Touché –replicó David -¿Qué se puede esperar de una mujer que emplea a malditos inmigrantes sudacas, presidiarios y subnormales profundos para trabajar en su granja? ¡Ponga un protestante en su vida! -Me están entrando ganas de darte una patada en los huevos, David –contestó Mercedes. Nicolás se inquietó. Mal asunto cuando Mercedes decía palabrotas. Por otro lado, deseó que la amenaza se materializara –Soy muy fuerte ¿sabes? Probablemente te los pondría en el estómago. -No lo dudo, nena. De hecho, me gustaría que me demostraras tu fuerza en otro contexto. Ya me entiendes… -exhibió una sonrisa procaz. Mercedes se encolerizó, pero procuró controlarse. -Ni aunque fueras el último hombre sobre la tierra –contestó –Además, no me van los gordos sebosos de carnes blandas. Nunca sabrían cómo podría haber terminado la escena. Lorenzo se acercaba hacia ellos a buen paso. -¿Algún problema? –Había visto los gestos amenazadores de Mercedes desde lejos. Entonces intervino Nicolás: -¿Un caramelo, señor alcalde? -Gracias –contestó Lorenzo con su sonrisa desarmante. Lo abrió y enseguida se dio cuenta de que el papel estaba escrito. -Caramba, aquí hay una especie de mensaje -Lo leyó en voz alta: VIGILA BIEN TU ESPALDA –Oh, no es muy alentador ¿no? David había palidecido. Se encaró con Nicolás. -Quiero un caramelucho de ésos –gruñó. Nicolás movió la cabeza significativamente. -Mmmm, no sé si dártelo. No te has portado muy bien. Discúlpate con la señorita. David frunció el ceño. -Que se disculpe ella… Vamos, hombre. Ella me insultó primero. -Ni hablar. ¿Quieres un caramelito, guapa? Toma. Mercedes abrió su caramelo y leyó el mensaje: TE ESPERA UN AÑO LLENO DE PAZ Y FELICIDAD. David no pudo más, la curiosidad era más fuerte que él. -Lo siento, Mercedes. Me he pasado. -Vale. Ya está. Dejémoslo –contestó ella. Entonces Nicolás ofreció un caramelo a David. Mercedes se empezó a poner nerviosa. No se habían andado por las ramas para escribir el mensaje. -¿Y el tuyo qué dice? –preguntó Lorenzo. David no contestó. Tenía la boca estúpidamente abierta como un pez fuera del agua. Miró a Nicolás y dijo: -Gilipolleces. ¿Qué va a poner si no? Y, dando media vuelta, se marchó. Mercedes y Nicolás conocían perfectamente el contenido del mensaje: RECUERDA: ASESINAR ES UN DELITO. *** A Lorenzo le gustaba ir andando al ayuntamiento todos los días desde su granja, a kilómetro y medio de distancia. Disfrutaba sintiendo el aire gélido en sus mejillas, le ayudaba a pensar. A las tres volvía dando otro paseo. Mercedes lo sabía, así que se ofreció a llevarlo en coche a casa. Y él, intrigado por el contenido del mensaje y guiado por el deseo de estar un rato a solas con ella, aceptó. -¿Tú qué interpretarías si leyeras en el papel de un caramelo que tienes que vigilar tu espalda, Merce? –preguntó con timidez. -Oh, probablemente no será más que una tontería, no te preocupes. No te lo habrás tomado en serio ¿eh? –Mercedes iba desesperada, había sacado el minicoche que no necesitaba carné que solía conducir Emerson, y aquello le parecía más lento que una tortuga asmática. -Merce, no sé qué decirte. Desde hace algunos días me da la impresión de que alguien me observa, como que me vigilan. Ya sé que es una chorrada como un mundo, pero… Y ahora vienes tú, providencialmente, a acompañarme hasta casa. Mercedes paró el coche ante el portón de la casa de Lorenzo. -¿Quién podría querer hacerte daño, Lorenzo? Eres una buena persona. -Todos los que han salido perdiendo al no permitir la expropiación de los terrenos para el parque industrial que quería hacer David, por ejemplo. El propio David, sin ir más lejos. Por supuesto, Lorenzo había adivinado el motivo sin mucho esfuerzo. Mercedes sintió un escalofrío al recordar los detalles que le había contado el Boss. David había contratado una cuadrilla de matones. Pero todavía no se había visto a ningún forastero en el pueblo. Mercedes había pasado toda la mañana de bares interrogando sutilmente a la parroquia. Se había tomado cinco cafés y estaba como una pila. -Venga, Lore. No te preocupes. Si ves algo raro llámame ¿vale? Lorenzo le pasó un brazo por los hombros. -Me encantaría estar en peligro de muerte si vas a ser tú mi guardaespaldas – amagó un beso, pero Mercedes giró la cara -¿No me das un beso? Tú te lo pierdes, beso muy bien. Mercedes se echó a reír. -Venga, donjuán. Nos vemos por la tarde en el ensayo del Belén. *** -Me estás ocultando cosas –soltó Nicolás a bocajarro. Se habían reunido en la habitación que Mercedes había habilitado como biblioteca, única condición que había puesto a su madre al volver a su casa. Ante el fastidio de doña Dorinda, habían anunciado que necesitaban reunirse a solas varias veces al día para hablar de los detalles de la misión. Ella intentó mantener la calma. -¿Por qué dices eso, Nicolás? ¿Qué crees que te estoy ocultando? Habla claro. Mercedes temblaba por dentro. ¿A qué se referiría? ¿A que Lorenzo se le declaraba día sí, día también? ¿A que David la desnudaba con la mirada cada vez que se encontraban? ¿A lo de febrero? No, estaba dispuesta a confesar cualquier cosa excepto lo de febrero. Ni bajo tortura. -¿Qué pasa con David Molero? Hay una animadversión entre vosotros exagerada. ¿Qué está sucediendo? Mercedes suspiró. De todo, era lo menos grave. Le contó lo que le había sucedido con David siendo apenas una adolescente y el rencor que albergaba hacia él desde entonces. Le contó también que llevaba sufriendo sus groseras insinuaciones desde que había vuelto al pueblo. Le explicó todas las cortapisas que ponía a los proyectos iniciados por el nuevo equipo municipal y cómo Lorenzo le había reventado la mayor parte de sus sucios negocios. -Lo odio, Nicolás. No lo puedo remediar. Me gustaría verlo muerto –declaró. -La Mercedes que yo conozco nunca diría tal cosa –contestó Nicolás con fría seriedad. -Es tan sucio, tan malvado, tan… -continuó ella. -Ay, niña –Nicolás la abrazó y ella miró inquieta hacia la puerta –Quién te mandaría meterte en política. ¿Cómo se te ocurrió semejante cosa, mujer? Mercedes no contestó. Esperaba que fuese una pregunta retórica. No le podía revelar los motivos que en marzo la habían empujado a entrar en la candidatura de “Verdes en acción”. Le pareció perfecto en el momento para evadirse y soslayar unos cuantos problemas que tenía. Lo malo era que se había encontrado con otros, siendo el menor de ellos la dulce insistencia de Lorenzo. A decir verdad, había días que le costaba resistirse a sus encantos. Si no había caído ya rendida era por Nicolás. -Tu alcalde es un hombre muy atractivo –continuó Nicolás con retintín. Mercedes bajó la vista. -¿No lo crees así? –insistió Nicolás. Entonces, ella sí clavó los ojos en los suyos. -Sólo sé que no eres tú –contestó. *** A las seis se dirigieron al salón de actos del ayuntamiento para los ensayos del Belén. Mercedes sabía que su llegada acompañada de Nicolás iba a causar no poco revuelo, pero en algún momento había que empezar a trabajar en firme. Como concejala de cultura, la dirección del Belén viviente estaba a su cargo y, por supuesto, había problemas. La niña que hacía de Virgen María era la hija de David y Marián, una rubita espigada de dieciséis años que parecía no haber heredado la genética de sus padres. Y el chico que representaba a San José era sobrino de Lorenzo. Mercedes ya había detectado que entre los adolescentes habían empezado a saltar chispas, y preveía que se les venía encima un problema de Capuletos y Montescos de cierta envergadura. -¿Cuánta gente participa? –preguntó Nicolás cogiendo a Mercedes por los hombros y arrimándose a ella. Hacía mucho frío. -Un montón. Casi todos los niños hacen algún papel. Y no es fácil coordinarlos, te diré. Además, sus madres están en los ensayos dando la vara y sugiriendo lo que nadie les ha pedido. Son bastante insoportables –gruñó ella –Y ahora suéltame, alguien podría vernos. -Todo habría sido más fácil si hubieras dicho que soy tu novio. Mercedes se echó a reír. -Sí, y no te dejarían marchar del pueblo sin antes casarte conmigo. Déjalo estar… Efectivamente, los presentes en el salón se quedaron bastante perplejos al ver a la hija de la Dorinda en compañía de un hombre desconocido y realmente atractivo. Lo presentó como un amigo forastero y no dio más explicaciones. La primera en querer ser presentada fue Marián y estuvo verdaderamente estúpida durante la conversación, intentando hacerse la interesante y haciendo notar que su hija era la más guapa y estilosa de todo el belén viviente y que su túnica era realmente de seda natural, comprada en Madrid en la mejor tienda de telas que había. Apareció también el párroco, que fue debidamente presentado a Nicolás, y dio comienzo el ensayo. En algún momento llegó Lorenzo, se interesó por saber quién era el amigo de Mercedes y presenciaron el ensayo juntos, charlando animadamente. A Mercedes le daba cierta grima verlos juntos. -¡Silvia! –gritó –Haz el favor de atender a los pastorcillos cuando lleguen, que andas pendiente de todo menos de tu papel. Si sigues así, te relevaré. La hija de Marián hizo una mueca de desprecio. -¡Mamá! No consientas que me hablen así. Intervino la madre para convencerla. Mercedes se giró hacia Nicolás y Lorenzo. -Las estrangulo a las dos, os lo juro. ¡Qué chica más insoportable! Y lo peor es que tu sobrino le pone ojitos al canto. Por cierto ¿todo bien, Lore? -¡Claro! –contestó el aludido con su franca sonrisa -¿Por qué iba a ir algo mal? Ah, cuando tengas un momento tengo que hablar contigo. Nicolás los observaba con el ceño ligeramente fruncido. No le gustaba tanta camaradería. Acabó el ensayo sin pena ni gloria. Ya eran las ocho. -Nicolás, a estas horas es costumbre ir a tomar unos vinitos. Nos acompañas ¿verdad? –propuso Lorenzo. -¡Claro! –a buenas horas iba a dejar Nicolás a aquellos dos solos. -Ven, Nicolás; te presentaré al teniente de alcalde –dijo Lorenzo. Mercedes cogió su bolso. -Os espero donde Miguel y voy tomando algo. Estoy agotada. El próximo belén viviente lo diriges tú, alcalde. Y salió al frío de la noche. El edificio del ayuntamiento presidía la plaza porticada, cuyos bajos estaban llenos de bares y tabernas. Entró en una vinoteca próxima y se acodó en la barra. Sólo había tres o cuatro clientes y Miguel la atendió enseguida. -Ponme un rioja, Miguel, por favor. Y no sé si no deberías echarle unas gotas de aguardiente, incluso. El camarero se echó a reír. -¿Ha sido duro el ensayo? Deberías llevar a mi hija de Virgen María, es muy obediente. -Sólo tiene diez años, es muy jovencita –contestó Mercedes. Entonces levantó la vista y lo vio. Frente a ella se hallaba el hombre más guapo que había visto en su vida. Parecía haberse apropiado de toda la luz del local para irradiarla posteriormente. Tendría unos treinta y algo. Era alto, delgado, fibroso, los ojos y el pelo negros. Unas facciones correctísimas, clásicas. La miraba con aprecio, como si la conociera de algo. Mercedes se sintió incómoda. Iba a girarse dándole la espalda cuando él le dijo: -No mezcle el vino con aguardiente, por favor. Lo estropearía. A Mercedes no le salían las palabras. Estaba fascinada por la belleza del desconocido. -No iba a hacerlo. Es una broma entre Miguel y yo. El guapísimo desconocido se dirigió al dueño del local. -Cóbreme el vino de la señora, por favor –Sacó un billete y Mercedes se fijó en sus manos. Unas manos preciosas, de dedos finos y largos, de pianista. Manos bien cuidadas con uñas arregladas. -Gracias –consiguió murmurar. -De nada, es un placer. Me llamo… En ese momento apareció Nicolás acompañado de Lorenzo, que se disculpó diciendo que iba al baño. Nicolás se unió a ellos, miró al desconocido y se echó hacia atrás con gesto de miedo y fastidio. -¡Tú! –farfulló -¿Qué diantre estás haciendo tú aquí? -Hola, Nicolás –el desconocido saludó con perfecta educación sin el menor gesto de embarazo –Qué pequeño es el mundo. Nicolás se rehízo. Mercedes asistía absolutamente alucinada a aquel extraño coloquio. -Está claro que para ti, sí –contestó con mal tono –Repito ¿Qué estás haciendo aquí? -Bueno, soy libre ¿no? Puedo ir a donde me dé la gana. Nicolás cogió a Mercedes por un brazo. -Vámonos. No quiero que hables con él. Vámonos ahora mismo. Ella no se atrevió a protestar. Le parecía que la situación era grave, aunque no entendiera absolutamente nada. Así que salió en silencio detrás de Nicolás, no sin antes echar una última mirada al forastero, que le sonrió. -Otro día hablaremos, guapa –dijo con descaro. Al salir del local, Nicolás sacó el móvil y marcó un número con frenesí. Sólo un par de frases salieron de su boca antes de colgar. -Tenemos problemas. Él está aquí. 17 DE DICIEMBRE Mercedes despertó a las tres de la mañana. El fuego casi se había extinguido. Se levantó, se puso la bata y se acercó a la chimenea para echar un par de troncos, intentando hacer el menor ruido posible. Aún así, Nicolás se despertó. -Vuelve a la cama, aún quiero preguntarte un par de cosas –dijo. Ella refunfuñó, pero obedeció sin rechistar. Por su madre no había peligro: ya había decidido que mientras durara la estancia de Nicolás en su casa, doña Dorinda tomaría una pequeña dosis de somnífero con el vaso de leche que se bebía antes de meterse en la cama. Aún así, Mercedes se iba a su habitación sobre las cuatro o las cinco de la mañana. Se acostó y permaneció tendida mirando al techo. El reflejo del fuego dibujaba extrañas formas en él. De niña, aquellas imágenes le daban miedo y a menudo no le dejaban dormir. Esa noche, el miedo había vuelto. Había preguntado a Nicolás nada más salir de la vinoteca quién era el forastero. -Te lo digo si me dejas conducir. Paso miedo cuando lo haces tú. Mercedes le tendió las llaves del todoterreno con disgusto. Nicolás no empezó a hablar hasta que el coche se puso en marcha. -Supongo que alguna vez habrás oído hablar de la teoría de contrarios –comenzó. Sí. Algo le sonaba de filosofía, pero no lo recordaba demasiado bien. -¿Es eso de que para ser valiente hay que ser cobarde y para ser bueno antes hay que haber sido malo? –preguntó ingenuamente. -Algo así –contestó él sonriendo –El mundo está lleno de fuerzas del mal contra las que hay que luchar día a día. Existe el bien, pero, por fuerza, también existe el mal para que el bien luche contra él. ¿Me sigues? -Malamente –contestó ella con desgana. -Nosotros trabajamos por el bien –continuó Nicolás –Para ello, luchamos contra el mal. Igual que nosotros trabajamos para que triunfe el bien, hay gente que lo hace para que lo haga el mal. ¿Comprendes? Una luz se encendió en el cerebro de Mercedes. Empezó a temblar. -¿Quieres decir que ese hombre es…? –No pudo acabar la frase. Le daba demasiado miedo verbalizar su pensamiento -¿Cómo se llama? -Sabes de sobra que recibe varios nombres. ¿Qué más da? Lo que me preocupa es lo que está haciendo aquí. Me preocupa y me esperanza al mismo tiempo. -¿Por qué te da esperanza? No puede venir a hacer nada bueno aquí –contestó Mercedes. -Si él ha venido es para reafirmar a David en su decisión de matar a Lorenzo. Eso quiere decir que David ha flaqueado. Espero que haya sido al leer el mensaje del caramelo – guardó silencio durante unos segundos –Mañana el Boss estará aquí. La cosa es demasiado grave como para proseguir sin él. -El muy cabrito ha elegido una forma mortal espectacular –comentó Mercedes – Es guapo hasta el insulto. Se bajaron del coche. Nicolás la cogió del brazo. -Recuerda que era el ángel más bello del Paraíso. Y, sobre todo, es convincente. Muy convincente. *** -Tranquila, Mercedes. El Boss y él llevan toda la eternidad luchando y equilibrando fuerzas. No será peor que otras veces. Ella salió de su ensueño y se giró hacia Nicolás. Sacó un brazo de las sábanas; la temperatura de la habitación había subido. Lo miró expectante. -Creo que voy a meterme donde no me importa, pero… -comenzó Nicolás. -Dispara –contestó ella -¿Qué te ronda la cabeza? Nicolás sintió una súbita timidez. -Está bien. No me gusta cómo te mira el alcalde. Está loco por tus huesos, está clarísimo. Ya sé que no tengo derecho, pero estoy celoso. Mercedes suspiró. -En seis meses me ha pedido cuatro veces que me case con él. La última, hoy por la mañana. Nicolás se quedó pensativo. -Voy a tirar piedras contra mi tejado, pero quizá deberías hacerlo. Yo no puedo ofrecerte nada de lo que mereces. Mercedes se incorporó. -Ya lo sé. Lo he pensado cientos de veces. Lorenzo sería perfecto para mí. Compartimos ideas, tenemos el mismo trabajo. Es guapo, es encantador, está loco por mí, pero… no puedo. No le quiero. Y créeme que es insistente. Nicolás no se atrevía a hablar. Los celos lo comían por dentro. Lo peor era que el tal Lorenzo le caía bien, no lo podía remediar. -No tengo derecho a preguntar esto, pero si no lo hago me volveré loco. ¿Ha habido algo entre vosotros? No me contestes si no quieres. Mercedes se levantó, se puso la bata y encendió un cigarrillo. Permaneció de pie. -No. No ha pasado nada. Pero porque yo no he querido. Y aún he estado a punto de flaquear un par de veces. La carne es débil, estoy sola, te echo de menos y tengo hormonas. No me juzgues con dureza. Nicolás la miró con tristeza. -No lo hago. Te he dicho mil veces que no te consideres unida a mí por un juramento de fidelidad. Haz lo que quieras, relaciónate con quien gustes. Si te sirve de consuelo, yo también lo paso mal durante los trescientos cincuenta y cinco días al año que no te veo. No tengo deseos carnales puesto que no cojo mi envoltura mortal hasta que me encuentro contigo, pero sí sufro mucho por tu ausencia. -¿Te das cuenta de la de tiempo que perdemos hablando de lo que sucede cuando no estamos juntos? –Mercedes se volvió a meter en la cama –Sólo quedan ocho días, Nicolás. La cosa está complicada. No sé si podremos cumplir la misión, pero las noches son nuestras. -Mañana, aparte de tu madre, habrá que luchar contra el Boss –contestó Nicolás lúgubremente. -Ya pensaremos algo. *** -No podemos obviar la presencia del maligno: está en todas partes –Don Antonio, el párroco, juntó las manos como en ferviente oración. Se hallaban en la sacristía, tras la misa. La llegada del Boss había aliviado la angustia de Mercedes y Nicolás, aunque este último no llegara a admitir que estaba angustiado. Don Antonio reconoció al Boss enseguida en cuanto se acercó al confesionario, y se empeñó en que consagrara por segunda vez el lugar, las hostias y el vino. -Eso ya lo sé, Antonio –repuso el Boss –Lo que me preocupa es que haya venido en persona. No suele inmiscuirse en nuestras misiones. ¿Por qué entrometerse en ésta, precisamente? -Si no lo sabes tú –el cura guardó su casulla tras haberla doblado pulcramente. -Me revienta que siempre nos estén revistiendo de poderes que no tenemos, tanto a él como a mí –gruñó el Boss –Evidentemente, yo no lo sé todo. Afortunadamente, él tampoco. Mercedes no sabía muy bien por qué el Boss se había dirigido a la iglesia del pueblo para poner al corriente a su párroco, que, al fin y al cabo, no era más que un humilde cura rural, aunque encantador. ¿Para qué meter a más gente en el ajo? -Si queréis hablaré con David, pero… ¡es tan terco y está tan pagado de sí mismo! Ya de niño en la catequesis era insoportable… demasiado mimado, bajo mi punto de vista –don Antonio movió la cabeza con tristeza –Una oveja verdaderamente descarriada. Y si ahora me dices que anda en tratos con las fuerzas oscuras… apaga y vámonos. Mercedes asintió con la cabeza. Tampoco ella tenía esperanzas en cuanto a la salvación de David. -De todos modos, inténtalo –ordenó el Boss. Salieron a la fría mañana. En el atrio de la iglesia, el forastero guapísimo esperaba, de pie, enfundado en su caro abrigo de cashmere beige, con las manos en los bolsillos. Mercedes dio un paso atrás nada más verlo y ganas le dieron de gritar: “Vade retro”. Nicolás la cogió del brazo. Dejaron al Boss ir delante. -Buenos días, Cristóbal –saludó el forastero. -Buenos días, Luzbel –replicó el Boss. El forastero sonrió, con aquella sonrisa atractivísima y cargada de promesas. Bello y mortífero como una planta carnívora. -Preferiría que no me llamaras así. Aquí uso el nombre de Héctor. -¿Por qué no iba a llamarte por tu verdadero nombre? –replicó el Boss, evidentemente molesto –Yo mismo te lo puse. -Por el mismo motivo que yo no te llamo por el tuyo y seguiré refiriéndome a ti como Cristobal –el aplomo y la lógica del forastero eran evidentes. -Está bien –claudicó el Boss –demos un paseo –Nicolás adelantó un pie y el Boss lo frenó extendiendo una mano –Solos. Iremos solos. Id a hacer lo que tengáis que hacer. Nicolás y Mercedes miraron a Héctor con disgusto y echaron a andar en dirección a la plaza. El Boss y su acompañante tomaron justo el camino contrario. *** -Nicolás –Mercedes fue la primera en romper un silencio tan gélido como la mañana castellana -¿No estará en peligro quedándose solo con él? -No –contestó él –No pueden destruirse mutuamente. Si no, hace tiempo que lo hubieran hecho. No te preocupes. Sólo van a charlar. Me pregunto por qué, ejem, Héctor ha decidido meter las narices en esta misión en concreto. Sé que le gusta reventar otras, sobre todo las de San Valentín, vaya usted a saber el motivo. Le fastidia ver a la gente feliz y enamorada. Por eso se dirigió a ti ayer, estoy seguro. -Es posible que esté enamorada, pero no feliz; no te equivoques –murmuró Mercedes. Tenía ganas de discutir. -Pues procura parecerlo un rato: por ahí viene tu alcalde –contestó Nicolás intentando no sentirse ofendido por el comentario. Efectivamente, Lorenzo se acercó a ellos con su encantadora sonrisa. -¿Dónde os metisteis ayer? –preguntó –Estuvimos tomando vinos con ese forastero moreno, un tío simpatiquísimo. Hasta consiguió que David y yo nos comportáramos decentemente, riéndonos los chistes mutuamente, ya veis. No tengo ni idea de lo que está haciendo en el pueblo, pero está claro que su influencia es beneficiosa. Quizá deberíamos invitarlo a los ensayos del belén, a ver si conseguimos que Marián y tú dejéis de discutir – concluyó con una carcajada. Mercedes no estaba para bromas, pero intentó sonreír débilmente. -Eso lo dudo… ¿Todo va bien, Lorenzo? –preguntó. -De primera; deja de preocuparte, por Dios… -se dirigió a Nicolás -¿Qué te parece la granja de Merce? ¿A que está estupenda? ¿La vas a comprar? Nicolás se sintió atrapado. No tenía ni idea de granjas. -Bueno, hoy ha venido mi jefe a verla personalmente. Ha leído mis informes favorables. Quizá estemos ambos unos días por aquí, si es que somos bienvenidos. Lorenzo sonrió una vez más. A Nicolás ya le estaba cargando tanta sonrisita. -¡Claro que lo sois! De hecho, si después queréis venir a ver la mía, os la vendo encantado. No es tan grande como la de Mercedes, pero me da para vivir. -Bueno, lo pensaremos –musitó Nicolás. Y se dirigió a Mercedes -¿Nos vamos? -Sí, tengo algunos recados que hacer antes de volver a comer a casa. Te veo por la tarde, ¿Eh Lorenzo? Cuando ya se alejaban, el rostro de Mercedes adquirió un tono lúgubre. -¿Ves esa edificación ruinosa? –preguntó a Nicolás -Ajá… -Esa es la cuadra donde me encerró David aquella vez. Me estremezco cada vez que paso por delante… -Espera un momento –susurró Nicolás –Oigo algo ahí dentro. Efectivamente, ambos aplicaron la oreja a la raída puerta y se oían risitas sofocadas. -Voy a entrar –anunció Mercedes –A Nicolás no le dio tiempo de detenerla, así que entró detrás de ella. Finos hilillos de luz solar se filtraban por el ruinoso techo de lo que antes había sido un corral para ovejas. La suficiente para darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Mercedes carraspeó y el lío de miembros humanos que estaba en una esquina se deshizo, entre chillidos y expresiones de disgusto. -¡No estábamos haciendo nada malo! –se disculpó Silvia, intentando abrocharse la camisa con torpeza. Pablo, el sobrino del alcalde, se giró de espaldas a ellos para hacer lo propio con la bragueta. -Tú nunca haces nada malo, Silvia. Siempre son otros los culpables, me lo sé de memoria –amonestó Mercedes. Nicolás había salido discretamente. -Mercedes, es culpa mía –intervino Pablo cuando estuvo adecentado –Yo la convencí para venir aquí. No hacemos nada malo, sólo nos queremos. Mercedes suspiró. -No seré yo quien ponga eso en tela de juicio, pero… primero, con el frío que hace no me parece el sitio más adecuado. Segundo, espero que toméis precauciones. Tercero, si tus padres se enteran te matarán, Silvia. La chica empezó a temblar. -Pero tú no dirás nada ¿verdad? ¡Por favor, Mercedes…! Haré lo que quieras, seré la Virgen María perfecta, te lo juro. No tendrás que reñirme más. A Mercedes le dio una pena infinita Silvia. Pronto empezaban los sufrimientos para ella. De todos los chicos del pueblo, había ido a elegir al menos adecuado. -Mujer, eso de perfecta creo que no viene a cuento teniendo en cuenta lo que acabo de ver, pero bueno… -se echó a reír –No soy una chivata y creo que cada uno debe vivir su vida. Pero te tomo la palabra: dame la vara en los ensayos y el secreto se hará público. Y vámonos de aquí, por Dios, este sitio es lo menos romántico del mundo. -Ya estaba poniendo un pie fuera, cuando Nicolás la volvió a empujar hacia el interior. -Código rojo, código rojo –susurró –Ni se os ocurra salir de ahí. Marián y David bajaban por la calle a grito pelado, enzarzados en una discusión acalorada. -¡No eres más que una imbécil, una inútil, una gorda de mierda! –gritaba él. -¿Y tú, don perfecto? Impotente de mierda, putero, chorizo, aburrido, mal marido, mal padre… ¿quieres que siga? ¡Te odio con toda mi alma! Dentro de la cuadra, Silvia bajó los ojos. Había escuchado todo, al igual que los demás. De repente, la discusión paró. Habían visto a Nicolás fingiendo atarse el cordón de la bota. Pero era demasiado tarde. -Buenos días –saludó David educadamente. -Buenos días –respondió Nicolás con semblante serio. En cuanto doblaron la esquina, Nicolás avisó: -Ya podéis salir. Pero Silvia había iniciado un llanto incontrolable y Mercedes la abrazaba. -¿Ves lo que tengo que aguantar todos los días? –sollozaba -¿Cómo no voy a ser como soy? Mira qué ejemplo tengo, Mercedes. Ojalá se divorciaran y me dejaran en paz. -Pobre chiquilla –intentaba consolar Mercedes, acariciando el rubio pelo de la chica. Diez minutos después, Silvia estaba más calmada y accedió a que Mercedes la llevara a casa. Pablo partió solo hacia la suya, con gesto mohíno y aspecto triste. *** Pobre Lorenzo, qué equivocado estaba. La presencia de Héctor en el pueblo ejerció influencia, pero no la que él esperaba. Pronto la perfidia del maligno empezó a desplegar sus alas por doquier. Mercedes y Nicolás pasaron todo el viaje de vuelta hasta la casa de ella discutiendo acaloradamente. Nicolás, abandonada su dulzura de carácter habitual, se había puesto pesadísimo con sus celos. Mercedes le había formulado un montón de reproches, cosa que se había jurado a sí misma no hacer jamás. Tenían esa relación porque ella lo había aceptado así y no tenía derecho a pedir más, y lo sabía. Pero ese día todos los problemas surgidos durante el año anterior y su eterna añoranza de Nicolás la habían hecho explotar. Entraron en casa enfurruñados. Graciela, la mujer de Emerson, que ayudaba en las faenas domésticas, les abrió la puerta. -Emerson acaba de llamar por el celular, señora. Su mamá ha ido al pueblo y tardará aún un ratico, así que dijo que vayan comiendo sin ella. Mercedes se quedó perpleja. Dorinda raras veces iba al pueblo. ¿Qué bicho le habría picado? Ya el Boss se había unido a ellos, así que se dirigieron al oscuro comedor y avivó el fuego de la chimenea. Se sentaron y sirvió el puré de verduras. Evitaba mirar a Nicolás y el Boss intentó poner paz con una conversación intrascendente. -El puré está delicioso, Mercedes. Qué diferencia cuando son verduras cultivadas sin química ¿verdad? Ella asintió, pero tenía la mente en otro sitio. Aparte del enfado con Nicolás, se preguntaba dónde diantre estaría su madre. Ya eran las dos y media. De repente se abrió la puerta y doña Dorinda entró, seguida de Emerson. Su aspecto era lamentable y los tres comensales se levantaron de la mesa como un resorte. -¡Mamá! –gritó Mercedes. ¿Qué te ha pasado? Entre ella y Nicolás la sentaron en una silla. Doña Dorinda traía los cabellos grises sueltos, le llegaban casi hasta la cintura. Tenía un ojo morado y numerosos arañazos en la cara. ¡Y su vestido tenía sangre! Pero su rostro exhibía una expresión triunfal. -¿Qué ha pasado, Emerson? ¿Habéis tenido un accidente? -Preguntó Mercedes – Trae el botiquín del vestíbulo, por favor. -De eso nada, doñita. Su mamá le contará –contestó el peruano con regocijo – Ahorita mismo le traigo las curas. -¡Dadme un vaso de vino! –gritó doña Dorinda. Su petición fue satisfecha. La anciana dio un largo sorbo y lo depositó con pulcritud en la mesa. Tras limpiarse los labios con mucho cuidado, comenzó su relato: -Me he tirado del moño con la Juana –anunció -¿Qué pasa? -¿Qué me estás contando, mamá? ¿Te has vuelto loca? –Mercedes se giró hacia los hombres –La Juana es la madre de David. Mi madre y ella no se tragan desde la noche de los tiempos, pero hasta ahora habían sabido ignorarse –concluyó, mientras le echaba a su madre una mirada fulminante. -¡Me provocó! –gritó la señora –Fui al mercado a comprar unas chuletillas de cordero para la cena, no vas a tener a estos señores a verdura eternamente. Y empezó a decir a gritos nosequé tonterías sobre que yo metía hombres en casa para ver si de una vez se te quita esa cara de palo y unas cuantas estupideces más, así que la trinqué del moño. Ah, aparte de que para Nochebuena tendrá que ir de pañuelo, que le he abierto una calva más grande que el lago Sanabria, no podrá ponerse pendientes en una temporada –Y adoptó una expresión beatífica que se daba de bofetadas con lo anteriormente expuesto. Mercedes escondió el rostro entre las manos. -¡Por Dios, mamá, qué vergüenza! Nunca más podré salir a la calle. Llevo un año trabajando como una negra para hacer funcionar esto y he conseguido que seamos respetables… ¿Y me lo pagas así? –se echó a llorar y el Boss le pasó un brazo por los hombros, dándole unas palmaditas de consuelo. -¡Deja de gimotear y dame un cigarrillo! –gruñó doña Dorinda. El rostro de Mercedes emergió de entre sus manos. La expresión era un poema. -¿Vas a fumar? ¿Me estás tomando el pelo? ¿Toda la vida dándome la charla con el tabaco y ahora vas a caer tú en el vicio? -Llevo media vida fumando a escondidas, Mercedes –rió su madre –Siempre he fingido que lo deploraba para que tú no cayeras en el vicio, pero visto que no me ha servido para nada… -doña Dorinda ya había cogido el tabaco de Mercedes y había encendido un cigarrillo. Estaba claro que tenía tablas en el tema, fumaba con desenvoltura. Mercedes estaba al borde del desmayo. -A la mierda con todo –continuó doña Dorinda, ante el asombro de Mercedes –A partir de ahora pienso hacer lo que me dé la puta gana. -¡Mamá! –gritó Mercedes por enésima vez -¿Y ese lenguaje? Si papá te viera… Su madre rió entonces a carcajadas. -¡Tu padre! Menudo elemento… Algún día te contaré algunas cosas. Ahora me voy a la cama, quiero dormir la siesta. Ya comeré después. ¡Graciela! –llamó a gritos – Acompáñame arriba y cúrame estas heridas, anda. Se hizo un silencio sepulcral cuando la matriarca salió de la estancia. Nicolás se vio obligado a romperlo, verbalizando lo que todos estaban pensando: -Bueno. No cabe duda. El maligno está entre nosotros. *** El shock que había recibido Mercedes sirvió para arreglarla con Nicolás. El Boss los dejó solos en la biblioteca después de comer. Se pidieron perdón y se abrazaron. -Oye, que no te siente mal lo que te voy a decir –comenzó Nicolás –Pero me gusta mucho más tu madre ahora, qué quieres que te diga. Lástima que haya que agradecérselo a Héctor. Y a lo mejor, cuando se vaya, vuelve a ser la de siempre… Ella no contestó. Se pasaba las manos por el cabello con frenesí. -No puedo pensar. Todo esto me supera. ¿Por qué el Boss no contrarresta la mala influencia de Héctor? ¿No tiene poder o qué? Nicolás se sentó en el sillón, frente a la chimenea. -Lo tiene, pero no quiere ejercerlo. No quiere intervenir. Prefiere que los acontecimientos se desarrollen por sí mismos. -Pues no me parece una buena idea. Tengo la impresión de que va a suceder algo horrible. -Mira, esta tarde me pondré a repartir caramelos en la plaza en vez de acompañarte al ensayo. Necesito pensar un poco. Cuando acabes me reúno contigo. ¿Te parece? A Mercedes no le apetecía nada ir al ensayo sin Nicolás, pero comprendió que él también necesitaba su espacio, así que asintió con la cabeza. *** La tarde siguió siendo un cúmulo de desastres, uno detrás de otro. Silvia se enfadó con Pablo porque decidió que era demasiado amable con la chica que hacía el papel de Isabel, prima de la Virgen María. Pisó adrede la túnica de la chica y la dejó con el trasero al aire, ante las risas de los presentes. David y Marián aparecieron por el ensayo. David se encaró con Mercedes por lo sucedido entre sus madres aquella mañana y, tras un cruce airado de acusaciones y reproches, ella le dio un bofetón, lo que hizo que Marián estallara en carcajadas. Lorenzo se llevó a Mercedes a uno de los despachos para que se tranquilizara, pero confundió la gimnasia con la magnesia, intentó besarla y fue asimismo abofeteado. Así que Mercedes decidió largarse de allí antes de abofetear a alguien más. Por el pasillo se cruzó con Héctor, impecable e impertérrito como siempre dentro de su abrigo cámel. Se paró frente a él unos segundos y lo miró con fijeza. -Hijo de puta –espetó de repente –Y salió corriendo, ante la divertida mirada del forastero. Cuando fue a buscar a Nicolás comprobó que a él las cosas no le habían ido mucho mejor. Un grupo de gamberros le había dado el cambiazo, se habían llevado su saco y habían dejado en su lugar otro lleno de cagarrutas de oveja. Una señora lo llamó protestante y le estrelló su propia campana en la cabeza. Unos críos le habían tirado petardos. En fin… el maligno se respiraba por todos los rincones. -Vámonos a casa, por Dios –rogó Mercedes –Aunque dudo que allí estemos seguros. ¿Sabes que hoy han nacido tres terneros con cinco patas? Menos mal que el mío nació anteayer. No me extrañaría llegar y encontrarnos a mi madre inmersa en una orgía con cinco cubanos tremendos y fumando marihuana. Ya no me sorprendo de nada. Nicolás se echó a reír, aunque reconocía que el asunto se le iba de las manos. -Por lo que he podido comprobar, aparte de Héctor, nadie nuevo ha llegado al pueblo. -Eso no me consuela. David es aficionado a la caza, puede volarle los sesos él mismo a Lorenzo con una escopeta en cualquier momento. -Pero es un cobarde –señaló Nicolás –No se manchará las manos de sangre él mismo. -Quizá Héctor ha venido aquí a infundirle valor –dudó Mercedes –No sé. Sólo sé que no me gusta un pelo. Ah, y a ver cómo nos las arreglamos esta noche. Un último acontecimiento vino a sumarse a todo lo negativo del día. A última hora Mercedes recibió una llamada de María, su antigua compañera en la biblioteca, para recordarle que al día siguiente era la cena de Navidad de los compañeros. Le contestó que no podría ir. María se puso pesada queriendo saber los motivos. Entonces, Mercedes le colgó el teléfono. -Volveré a llamarla mañana –explicó –Ahora no tengo ganas de hablar con ella. Durante la cena pudieron comprobar que doña Dorinda había vuelto más o menos a su ser. Explicó al Boss que le había preparado una habitación estupenda con chimenea al lado de la de Mercedes. El dormitorio de Nicolás estaba tres puertas más allá, bien alejado de todos. El Boss miraba a la pareja alternativamente, adivinando su congoja. Decidió que quizá había llegado el momento de intervenir. -Vete con Nicolás –susurró a Mercedes –Yo me ocupo. Todo irá bien. Mercedes sintió ganas de llorar de agradecimiento. -Gracias, Boss –logró musitar. -Bah, está claro que trabajáis mejor cuando sois felices. Buenas noches. Mercedes se despidió y entró en la habitación de Nicolás. Mientras se abrazaban frente a la ventana, Héctor contemplaba la romántica escena fumando un cigarrillo, indolentemente apoyado en el tronco de un roble. 18 DE DICIEMBRE Las cosas no fueron mucho mejor al día siguiente. Era sábado y no se trabajaba, así que se levantaron tarde y se dirigieron a la plaza del pueblo a ver el ambiente; ya habían decorado el árbol y colocado las luces. Después, fueron a tomar unos vinos. Se encontraron con Lorenzo y Mercedes lo saludó avergonzada y se lo llevó a un rincón para pedirle disculpas. -Aunque la culpa es tuya por ser tan insistente –advirtió al alcalde. -Tienes razón –admitió él –Ya veo que no tengo nada que hacer, no tienes ojos más que para el tipo ese que ha venido a comprarte la granja. Lo vería hasta un ciego. Mercedes no dijo ni sí, ni no, ni blanco, ni negro. -Tú también le gustas –prosiguió el alcalde –Pues nada, que seáis muy felices – añadió con un regusto amargo. -Lo siento, Lorenzo –murmuró Mercedes. -Más lo siento yo. Te veo luego –y se marchó abruptamente. Después llegó Elena, una enfermera del centro de salud. Tiró a Mercedes discretamente de la manga del abrigo y se la llevó aparte. Elena era de las pocas amigas que tenía en el pueblo. Le explicó que la noche anterior tres chicas de uno de los bares propiedad de David habían llegado al centro de salud. Habían sido salvajemente agredidas por dos tipos, al parecer de origen portugués, que no sabían muy bien en qué consistía el “todo incluido”. -Y hemos tenido que denunciar, claro –seguía diciendo Elena, ante el horror de Mercedes –Ellas no querían, tienen miedo de que David se tome represalias. -¿Y los tíos? –preguntó Mercedes. -Ni rastro de ellos, al parecer. Pepe el de la comisaría me ha dicho hace un rato que probablemente se habrán marchado o andarán escondidos por el río. ¡Maldito David! El otro día vino a que le curáramos una herida que tenía en la cabeza, no sé cómo se la hizo ni quiero saberlo; ojalá la bleda de su mujer le haya tirado algo encima y… ¡no te lo pierdas! Intentaba tocarme las tetas, el muy guarro. Menos mal que Carlos andaba cerca y le dijo un par de cosas. ¡Coño! ¿Nadie le meterá una bala en la cabeza a ese tío? Mercedes transmitió la información a Nicolás y al Boss cuando se dirigían a casa. -Ya tenemos a nuestros forasteros –concluyó el Boss tras un rato de reflexión – Todo empieza a ponerse muy feo. Por favor, mantened la cabeza fría y la serenidad. Ahora es muy importante. -Tengo que llamar a María –dijo ella –Ayer me comporté como una estúpida. El Boss quiso saber de qué se trataba el asunto. -Pero vete a la cena, mujer –le dijo –No se va a montar la tercera guerra mundial por no estar tú. Y mira, llévate a Nicolás. Le decimos a tu madre que tiene que ir a la central a coger unos papeles y ni se enterará. Por un momento, los ojos de Mercedes chispearon de alegría, pero luego se desinfló. -No puedo, mis compañeros lo conocen. El Boss reflexionó. -Bah, no pasa nada. Ya os inventaréis algo. Id a la ciudad y pasad una noche inolvidable. Es una orden. A partir de mañana las cosas se pueden poner fatal, así que relajaos ahora que podéis y volved mañana con las pilas cargadas. -¿Y qué pasa con Lorenzo? Habría que poner vigilancia en su casa –intervino Nicolás. -Yo me encargo –contestó el Boss –De todos modos, Héctor y yo hemos decidido no intervenir, es una especie de pacto entre nosotros. Así que él tampoco apretará las tuercas. Sólo quiere comprobar que su misión se cumple, como yo. -Pues para no intervenir, le están saliendo las cosas redondas –bufó Mercedes Me he dado de tortas con medio pueblo. -Su presencia maléfica lo inunda todo, es cierto. Hace salir lo peor de cada uno. Aunque en el caso de tu madre, Mercedes, permíteme decirte que me gusta más ahora –rió el Boss. -Ya, ya. No tiene gracia, Boss –la aludida habló con gesto burlón. -Venga, lo dicho. Largaos a la ciudad. Os espero mañana por la mañana. *** A las siete de la tarde, Nicolás y Mercedes llegaron al piso de ella en la ciudad. Todo estaba como la última vez que Nicolás había estado allí. -Recuerdas cuando me dejaste el saco y la campana encima del sofá, ¿eh, maldito? –acusó Mercedes –Aún me duelen los ojos y las manos de desenvolver y leer papelitos de caramelos. La cena era a las diez. Se presentaron en el restaurante muy elegantes. Ella llevaba la sortija de brillantes que Nicolás le había regalado la vez anterior. -Estás guapísima –le había dicho Nicolás antes de salir de casa. Mercedes llevaba un vestido negro de seda y zapatos de tacón. Parecía otra. -Bueno, hay que vestirse de persona de vez en cuando –rió ella –No todo van a ser plumíferos, pantalones de montar y katiuskas. -¿Sigues pasando aquí todos los fines de semana? –preguntó él. -Sí, me sirve para no perder el contacto con la realidad. Y me gusta ir bien vestida un par de días a la semana, sin oler a vaca y esas cosas… María y Mercedes se abrazaron al verse. La efusividad no se prolongó mucho rato. La espabilada María ya había visto a Nicolás por encima del hombro de Mercedes y lo había reconocido. -¡Pero si es…! ¡El hombre de la corbata roja! –Se echó a reír y le dio un abrazo ¡Qué calladito te lo tenías, maldita! Ahora entiendo todo. Mercedes se echó a temblar. A saber qué diría aquella indiscreta durante la cena. Llegaron los demás: Gloria, Cristina, Juan, Fernando y el resto del personal de la biblioteca municipal. Sentaron a Nicolás entre Mercedes y María. Tuvo oportunidad de comprobar que la locuaz auxiliar seguía siendo eso: locuaz. No paró de hacer preguntas. Nicolás tuvo que inventarse una extraña profesión en alta seguridad que le impedía ver a Mercedes tanto como le habría gustado, pero sí, estaban juntos. -Claro, por eso nunca querías salir con nadie –estaba diciendo María -¡Y no te creas, Nicolás, que no era por falta de pretendientes! –Mercedes no sabía dónde meterse de la vergüenza –Ya ves que ahora es un bombón ¿Te acuerdas cuando era un vejestorio de moño y gafas? Ah, todo eso me lo debe a mí, sí señor. Vaya, podía tener novio desde hacía mucho tiempo… -Ya tengo novio desde hace mucho tiempo, María –intervino Mercedes con un gesto que estaba ordenando a María que no fuera tan explícita. Tras la cena, tomaron unas copas por los bares de la zona vieja. María no soltó a Nicolás en toda la noche. Mercedes hizo pandilla con los demás, hacía tiempo que no los veía. A las tres de la mañana decidieron marcharse. Volvieron a casa andando. Mercedes iba pensando que su confortable y calefactado hogar le permitiría ponerse algo más atractivo que el pijama de felpa. Repasó mentalmente su colección de camisones y saltos de cama. -Ponte una copa, voy a cambiarme –le dijo a Nicolás. Entró en el cuarto de baño. Acababa de desmaquillarse cuando Nicolás entró en el baño sin llamar. -Oye… -Se enfadó Mercedes. -Tengo que hablar contigo. -¿Y no puedes esperar? Me estaba poniendo guapa –refunfuñó ella. -No, no puedo. Estoy preocupado por algo y quiero saber… -A veeer –dijo ella con desesperación. -Verás, María me ha estado contando que este invierno tuviste una especie de depresión, que estuviste mucho tiempo sin querer salir ni nada… No me habías dicho nada. ¿Por qué no confías en mí? ¿Es que ya no me quieres? Mercedes mudó su expresión y se sentó en la taza, sujetando la cabeza con una mano. Por fin habían llegado al maldito febrero. Se prometió a sí misma que mataría a María la próxima vez que se la encontrara, por bocazas. -Por favor, Mercedes. Si lo has pasado mal por algún motivo prefiero saberlo. No tenía malditas ganas de contárselo, pero entendió que había que hacerlo. No quedaba otro remedio. Por muy doloroso que fuera recordarlo. Carraspeó y cogió fuerzas. Nicolás esperaba apoyado en el lavabo. -Estuve embarazada –Espetó –Empecé a notar los síntomas clásicos y me hice la prueba a primeros de febrero. Nicolás abrió una boca del tamaño de un globo terráqueo. Mercedes le dejó un minuto para digerir la noticia. -Comprendo –dijo al fin. -No, no comprendes una mierda –Mercedes estaba embalada ya –Me llevé la alegría más grande de mi vida. En este mismo cuarto de baño me hice la prueba. Cuando el palo salió rosa empecé a saltar como una loca. Era un hijo tuyo. Me iba a traer cien mil problemas, pero me daba igual. Era tuyo. Nicolás hizo ademán de hablar pero al final optó por seguir callado. Estaba claro que ella necesitaba escupirlo todo de una vez. -¿Te imaginas decirle a mi madre que estaba embarazada? –empezó a reír histéricamente –Me daba igual, me habría enfrentado a una legión de gigantes. Hizo una pausa. -Vamos al salón, necesito un cigarrillo –se levantó y cogió a Nicolás de la mano, que la siguió. Se sentó en el sofá y dio un sorbo a la copa que él le había servido. Encendió un cigarrillo. -Tres días después fui al médico. Me hizo la primera ecografía y dijo que no había latido. El feto estaba muerto. Tuvieron que ingresarme y hacerme un legrado. Durante tres días fui feliz. Empezó a llorar y Nicolás la abrazó. -Si te sirve de consuelo –dijo –te diré que no era hijo mío, lo era de la envoltura mortal que llevo. Soy un imbécil, nunca me preocupé de tomar precauciones o de preguntarte si tú las tomabas. -No te lamentes por haberme dejado embarazada –cortó ella –Me hacía muchísima ilusión ese hijo. Tampoco sé cómo te lo iba a explicar cuando aparecieras este año, ya me las arreglaría… -¿Lo sabe el Boss? –preguntó Nicolás. -Sí, por algo que me dijo el primer día que nos vimos sé que lo sabe. Dejó en mis manos la decisión de decírtelo y yo no quería hacerlo, con sufrir yo sola ya llegaba y sé que te entristecería la noticia. -Me entristece que hayas pasado por esto tú sola. También me habría gustado tener un hijo, aunque no iba a estar mucho tiempo presente para educarlo. -Habría sido una locura, una hermosa locura –dijo Mercedes –No salió y ya está. Y no se repetirá, he tomado mis precauciones. Lo he pasado de pena, yo sola, no dije nada a nadie… Desaparecí dos días para que me hicieran el legrado, dije que tenía negocios que atender y nadie se imaginó nada raro. Pero no volví a ser la misma. Estuve muy triste y deprimida. Entonces, Lorenzo vino a rescatarme. Me dijo que me necesitaba, y yo necesitaba que alguien me necesitara –sonrió ante el trabalenguas -La verdad es que me salvó la vida. -Me gustaría empezar a darme cabezazos contra la pared –gruñó Nicolás –Pero… ¿cómo saberlo? El Boss no me deja saber de ti durante el año, ni echarte una triste visual –su gesto se ensombreció –Espero que él no haya tenido que ver en que el embarazo no saliera adelante. -¡Hombre! –saltó ella –No lo creo… -No, claro que no. San Valentín se pasa la vida dejando hijos por ahí cada vez que cumple una misión, no tiene ningún cuidado –Nicolás sonrió –Lo siento de veras, querida. No sé cómo hacer que te sientas mejor. -No te separes de mí ni un segundo hasta que tengas que marcharte –murmuró ella –Eso me hará sentir mejor. 19 DE DICIEMBRE Al día siguiente, Mercedes depositó a Nicolás en la parada de autobús más cercana a su casa y continuó camino en su audi TT. No convenía que llegaran juntos a casa de la madre. -No guarde el auto en la cochera, doñita –advirtió Emerson cuando la vio llegar – Su mamá la está esperando para ir al pueblo. Eso ya intrigó a Mercedes, que se dirigió a la casa cabizbaja. Cuando entró en el salón, Cristóbal y doña Dorinda esperaban con aire circunspecto. -Espero que lo hayas pasado bien en tu cena, hija –dijo la madre con gesto muy serio –Sube a tu cuarto y ponte ropas de luto, tenemos que ir a un velatorio. Mercedes se quedó pasmada. -¿Quién ha muerto? –preguntó -¡Dios mío! Lorenzo… -miró hacia el Boss, que negó con la cabeza. -Han encontrado a David Molero esta mañana en el bosque. Tenía un tiro de escopeta en la frente –explicó el Boss, observando el progresivo gesto de horror que aparecía en el rostro de Mercedes –Todo apunta a un suicidio, la escopeta era suya, ya sabes que le gustaba cazar. Mercedes se sentó en el sillón junto a la chimenea. Aún llevaba el bolso colgado del hombro y la cazadora puesta. -¡No me lo puedo creer! –musitó al cabo de unos minutos -¿David? No es de los que se suicidan, qué va… Intervino doña Dorinda: -Señor Cristóbal, lo veo a usted muy interesado en este asunto que, permítame que le diga, no me parece que tenga mucho que ver con la paz mundial. Espero que no me esté engañando… -Es posible que haya alguna relación, señora –contestó el Boss –Por ahora no puedo decir nada, discúlpeme. Mercedes salió de la estancia para cambiarse. -Niña, ponte una falda –gritó doña Dorinda –No es hoy el día de llevar pantalones… *** Nicolás ya estaba en el tanatorio cuando llegaron. El Boss lo había avisado por teléfono y nada más bajar del autobús, se dirigió a la funeraria, la cual, por cierto, era propiedad del finado David. -¡Terrible! –murmuró al encontrarse con Mercedes -¿Qué habrá pasado? -Parece ser que fue un suicidio –contestó ella –Mi madre quiere dar el pésame a Juana, así que tenemos que ir dentro. Ahora te veo. Efectivamente, doña Juana se hallaba sentada muy tiesa con los labios apretados en la sala donde reposaba el cadáver. Llevaba un pañuelo negro en la cabeza, Mercedes supuso que para tapar la calva que su madre le había dejado, y lucía una sutura de tres puntos en el lóbulo izquierdo. Mercedes acomodó a su madre en la silla contigua y los pocos familiares que allí se hallaban salieron discretamente, por si acaso había gresca. -Déjanos solas, Mercedes –dijo doña Dorinda –Vete a buscar a Marián y dale el pésame. Mercedes obedeció sin rechistar. Esperaba que no llegara la sangre al río. -Lo siento mucho, Juana –espetó doña Dorinda en su habitual tono seco, sin mirar a su interlocutora. -Gracias –contestó la otra sin mirarla también. Parecían dos esfinges –Aunque no sé por qué has venido. -Lo sabes muy bien –replicó doña Dorinda –Sindo no puede venir, así que yo tenía que hacerlo por él. Al fin y al cabo, era su hijo. Doña Juana siguió mirando al frente. -¿Mercedes sabe algo? –preguntó. -Por supuesto que no –contestó doña Dorinda -¿Para qué? Sólo le traería sufrimiento saber que David era su hermanastro. Tu hijo no era una buena persona, Juana. Tendrás que reconocerlo. -No, pero era mi hijo –musitó doña Juana –Tiene gracia ¿Te acuerdas cuando nació? Por mucho que llevara años intentando olvidarlo, doña Dorinda se acordaba perfectamente. Se había casado ya muy mayor con Gumersindo Díaz, solterón empedernido. Había sido un matrimonio de conveniencia, Sindo tenía tierras próximas a las suyas y quería ampliar el patrimonio. También quería tener un hijo que heredara todo y continuase la tradición. Contra todo pronóstico, Dorinda quedó embarazada inmediatamente después de la boda. Sindo, evidentemente, quería un chico. Tres meses después de casarse, Juana, por aquel entonces una mujer inquietantemente hermosa, se presentó una noche en la casa dando grandes voces. Dorinda, a pesar de que Sindo se lo estaba prohibiendo, le abrió la puerta. Juana se dirigió a Sindo y le dio una bofetada, completamente histérica. Se derrumbó en una silla llorando y le dijo a Dorinda que estaba embarazada y que el padre del bebé era Sindo, a pesar de que Juana estaba casada ya con David Molero, padre. Dorinda la llamó mentirosa y le contestó que eso no había quien se lo creyera, que probablemente el niño era de su marido. Juana respondió que era imposible, que su marido apenas se acercaba a ella, prefiriendo la compañía de las prostitutas del lugar. Sindo no negó, pero dijo que no se haría cargo de lo que viniera, que para eso tenía ya marido y bastante rico por cierto. Dorinda nunca le perdonó a Juana que no callase la verdad si había decidido desde el principio hacer pasar al niño como hijo legítimo de David Molero, pensaba que había ido aquella noche allí sólo por hacerle daño a ella. Tampoco perdonó a Sindo. En contra de todo pronóstico, la solterona Dorinda sí estaba enamorada de su alegre e infiel marido, para ella el matrimonio no se había efectuado solamente para unir territorios. A partir de entonces, se curó de romanticismos y se le endureció todavía más el carácter. Por lo menos se alegraba de no haber revelado nunca a su marido sus verdaderos sentimientos hacia él. Nació Mercedes, para decepción de Sindo, que quería un niño. Y tres meses después lo hizo David. Dorinda se moría de rabia pensando que la muy puta de Juana había tenido el varón que le estaba destinado a ella. Sindo no ocultó su disgusto por no tener un varón, pero tampoco hizo especial caso al nacimiento de David. Siguió relacionándose con otras mujeres, para disgusto de Dorinda. Ella, por su parte, se dedicó a hacer todo lo posible por alejar a la niña de tan perniciosa influencia en cuanto la chiquilla tuvo uso de razón. -Ya ves –dijo doña Juana, sacándola de su ensueño –Yo tuve el varón, pero ojalá hubiera sido al revés. Estarás muy orgullosa de Mercedes, es una mujer de los pies a la cabeza. Siempre he sentido celos de ti, tuviste la hija perfecta. Por un momento, la expresión de doña Dorinda se suavizó. -Sí, claro que estoy orgullosa –respondió –También Sindo lo estaría, si viera lo bien que lleva la granja y lo sensata que es. En fin, Juana. Repito lo dicho, de veras que lo siento… Doña Juana se giró hacia ella, en un gesto amigable. -¿Quieres que salgamos a fumar un cigarrito, Dori? Como en los viejos tiempos… -Yo no fumo, Juana –contestó la otra con dignidad. -Anda ya –repuso la otra –A mí no me engañas, que ya sé que fumas a escondidas. Sindo siempre lo decía. -Está bien Ambas ancianas se levantaron, ayudándose la una a la otra, y salieron del tanatorio por la puerta de atrás, donde seguramente no habría nadie observando. *** Tras dudar unos instantes, Mercedes oprimió el timbre por fin. Tras un rato que le pareció interminable, escuchó un taconeo que se dirigía hacia la puerta. Había buscado infructuosamente a Marián por el tanatorio, hasta que alguien dijo que estaba en casa, en la cama, horriblemente afectada por la noticia. Le había dado una especie de ataque de nervios y el médico le había prohibido levantarse. Así que Mercedes se dirigió a la lujosa residencia de los Molero. Quiso ir sola, por lo que Nicolás y Cristóbal se quedaron juntos, acompañados por Lorenzo, que también había ido a dar el pésame. -Ah, eres tú –la madre de Marián abrió la puerta con suspicacia -¿Qué quieres? Mercedes pensó que aquella mujer era estúpida. ¿Qué iba a querer? ¿Felicitarle las navidades? -Venía a ver cómo está Marián. En el tanatorio me dijeron que estaba indispuesta… La mujer dudó unos minutos. -Esta bien, pasa. Yo se lo digo y si no quiere verte te largas por donde has venido –contestó adustamente la mujer. Mercedes esperó en una sala horriblemente recargada de objetos. La casa de David era un mausoleo, un canto al lujo y la riqueza. Hecha a golpe de talonario, no había nada que pudiera reflejar la personalidad de los dueños. La madre reapareció. -Puedes subir. Está en el cuarto de invitados, no hubo manera de acostarla en su propia cama. Es la primera puerta a la izquierda. Mercedes subió y llamó con los nudillos, aunque la puerta estaba entreabierta. -Pasa –dijo una voz desmayada. Mercedes entró. Marián yacía en la semipenumbra, con muchas almohadas bajo la cabeza. -Hola, Mercedes. Arrima esa butaca. ¿A qué has venido? Mercedes arrimó la butaca mientras no quitaba ojo a Marián. Tenía un aspecto horrible, sus ojos se salían de las órbitas. Parecía aterrorizada. -¿Has venido a darme el pésame? –preguntó la viuda. Mercedes no pudo evitar cogerle una mano. Le estaba dando mucha pena. -He venido a ver cómo estás tú. Lo otro puede esperar. Marián suspiró. -No quiero tu pésame. Sería una hipocresía. Hace mucho tiempo que dejé de sentir algo por David, eso si es que alguna vez sentí algo. -No digas eso, mujer. Era el padre de tus hijos. -Siempre te he envidiado, Mercedes –continuó Marián, haciendo caso omiso a las palabras de la otra –Qué lista fuiste largándote del pueblo. Si no, a lo mejor habrías acabado como yo, casada a los veinte años con un gilipollas que no hizo más que maltratarme y ponerme cuernos toda la vida. A David le gustabas. Lo sabías ¿verdad? Mercedes desvió la mirada para reflexionar. Decidió jugar limpio. -Sí, pero le gustaba cualquier palo con faldas, no tiene mérito –contestó –Aún eres joven y puedes vivir un poco la vida, hija. No te mortifiques más. Quedas en buena posición y con tus hijos casi criados. -¡No! –gritó Marián de repente –No quiero volver a salir a la calle. Todo es horrible, Mercedes. No te lo puedes ni imaginar. Mercedes pensó que la pobre mujer desvariaba a causa de los sedantes. -Incluso cuando llevabas aquellas pintas de monja te envidiaba –continuó Marián, calmándose tan rápido como se había alterado –Vivías en la ciudad, con tu trabajo y tu dinero, haciendo lo que te daba la gana… qué tonta fui cuando David me propuso matrimonio, me cegué con su dinero. No me ha servido para nada el dinero, no lo quiero, yo quiero ser como tú. Mercedes miró hacia la puerta. No sabía si ir a avisar a la madre. No le gustaba el sesgo que estaba tomando la conversación. Sus peores augurios se confirmaron cuando Marián se echó a llorar desconsoladamente. -¡David era un cabrón! ¡Mala persona! ¡Pero no merecía morir así! -Claro que no, nadie lo merece. Pero él lo eligió –contestó Mercedes. Marián se revolvía nerviosamente en la cama. -¡Yo no tuve la culpa! ¡No la tuve! Mercedes se levantó para avisar a la madre, pero ya ésta había entrado en la habitación al escuchar los gritos. -Es mejor que te vayas –le dijo secamente –Mira en qué estado la has puesto… ¿De qué demonio habéis estado hablando? -Yo… -balbuceó Mercedes. -Suéltame, madre –gritaba Marián –Ella no tiene culpa de nada. Mercedes, recuerda una cosa, prométemelo: yo no tuve la culpa ¿vale? -Claro que no, mujer –contestó Mercedes impresionadísima –Vendré a verte mañana si quieres. -No eres bienvenida a esta casa, Mercedes Díaz Mareque –escupió la madre. Viendo el cariz que tomaba el asunto, Mercedes bajó las escaleras todo lo deprisa que pudo y salió de aquella casa horrible. Al traspasar la verja del jardín, encendió un cigarrillo. *** -Bueno. ¿Y ahora qué? –preguntó Mercedes. Estaban los tres en la cocina: ella, Nicolás y el Boss. Haciendo la cena. Doña Dorinda estaba acostada. Habían servido licores y pasteles durante el velatorio y se había propasado con el aguardiente. Así que Mercedes la había metido en la cama nada más llegar a casa. Qué comportamiento más extraño tenía todo el mundo, pensó. -Algún día hablaremos… -le dijo la madre antes de que Mercedes le apagara la luz. -¿Qué de qué? –preguntó el Boss a su vez. -Se acabó la misión ¿no? El supuesto asesino está muerto, luego, no hay asesinato que impedir –contestó ella. -¿Tienes miedo de que nos vayamos? –preguntó Nicolás –No te preocupes, de aquí no se mueve nadie hasta que todo el asunto esté bien clarito, chica. Se sentaron a cenar. -Pero ¿qué hay que aclarar? –insistió ella –David está muerto y Lorenzo fuera de peligro, ya está. -No, no está –contestó el Boss –No sabemos qué motivos llevaron al suicidio a David. Y hasta que no esté todo claro, de aquí no nos vamos. Mercedes sintió un escalofrío. Prefirió no revelar que, de vuelta al tanatorio, le había parecido ver la hermosa sombra de Héctor apoyada en un árbol. 20 DE DICIEMBRE Al día siguiente tuvo lugar el entierro de David Moledo. Fue desagradable. Había subido la temperatura porque una lluvia menuda y pertinaz empezó a sustituir al frío de madrugada. Muy pocos lugareños acudieron al sepelio. David no gozaba de simpatías, era chulo y bravucón. Y ahora ya no había que tenerle miedo. Mercedes fue con su madre, Nicolás y el Boss. Una vez allí se encontraron con Lorenzo, que, en calidad de alcalde, también se veía obligado a ir, aunque el muerto le revolviera las entrañas. Doña Dorinda quiso estar con doña Juana durante la ceremonia, que transcurrió tristemente entre paraguas negros. -¡Qué atraso! –susurraba Mercedes –Con lo higiénica que es la incineración… Antes de salir del cementerio, quiso depositar un ramo de flores en la tumba de su padre. Los otros la esperaron serios y callados. La madre prefirió mirar hacia otro lado. Os invito a mi casa a tomar un refrigerio –propuso Lorenzo –No queda lejos de aquí –explicó a Nicolás –A lo mejor os gusta y me la compráis. Así que se dirigieron a la granja de Lorenzo, más pequeña que la de Mercedes. También la casa tenía algunos metros cuadrados menos. Era confortable, cómoda, práctica. A Nicolás le encantó. -Tonta –decía doña Dorinda a su hija por lo bajini –Tú podrías estar viviendo aquí si por fin te decidieras a decirle que sí a Lorenzo. Lo manejarías a tu antojo. Mercedes no tenía ganas de pelear. -Prefiero vivir en la mía, es más grande –y soltó una breve carcajada. Lorenzo repartió vino dulce y bizcochos. -Pobre Marián –comentó –Creo que no levanta cabeza. Está impresionadísima, ya veis, ni siquiera ha sido capaz de ir al entierro de su marido –los hijos tampoco habían asistido, aunque sí al tanatorio. -Quizá me acerque a verla luego, durante el funeral –dijo Mercedes –Pobrecilla, ayer me dio muchísima pena. Nunca me ha sido muy simpática, pero vaya, creo que su vida matrimonial era un desastre. Quizá ahora pueda empezar de cero, hacer algunas amistades… por el dinero no tiene que preocuparse ¿verdad? -Supongo que no –contestó Lorenzo –Creo que el notario iba a visitarla esta mañana con las disposiciones testamentarias. Nicolás y el Boss se miraban divertidos. ¡Cotilleos de pueblo! Lorenzo se había empeñado en enseñar la granja a los invitados de Mercedes. Estaba dedicada íntegramente al cultivo de verduras y a la producción de huevos ecológicos. No era como la de Mercedes, que además tenía vacas, ovejas y caballos. -Pobre Mercedes –estaba diciendo Lorenzo –Yo no tengo cuadras porque no hay más sitio y ella, que sí lo tiene, es incapaz de sacar productividad a los animales. -¿Y eso? –se interesó el Boss -Verán, el año pasado compró en Galicia unas vacas estupendas, rubia galega con denominación de origen –Nicolás enrojeció intensamente, eso había sucedido durante su segundo encuentro –Esas vacas son para carne, no son buenas para leche. Pues ahí siguen, fue incapaz de mandarlas al matadero. Dan leche para los de la casa, eso sí, pero poco más. Las ovejas sólo las usa para hacer queso y vender la lana tras el esquilado. Sus gallinas mueren de viejas… llevan una vida de princesas, todo el día sueltas picoteando a su antojo. ¿Y saben qué? Ponen muchísimos huevos, muchos más que las mías. Y de mejor calidad, a pesar de que tenemos el mismo sistema: nada de jaulas ni piensos. -Les hablará con cariño todos los días –sugirió el Boss. Nicolás se echó a reír. No se imaginaba a Mercedes hablando con las gallinas. Volvieron a la casa. Mercedes y su madre los estaban esperando para marcharse. -¿No vas al funeral por la tarde entonces, Merce? –preguntó el alcalde. -No. Iré a hacer compañía a Marián –contestó ella –Mi madre irá con Nicolás y Cristóbal. Se despidieron hasta la tarde. Ya en el coche, doña Dorinda siguió con el que parecía haberse convertido en su tema favorito aquel día. -¿Saben que el alcalde quiere casarse con mi Mercedes? –espetó, ante el disgusto de su hija –Y la muy tonta, que no hay manera. Pues yo no viviré eternamente, niña. Me gustaría mucho verte bien colocada antes. Mercedes pisó el acelerador con rabia. Estaba sintiendo cocer a fuego lento a Nicolás en el asiento de atrás. -Mamá, no soy un jarrón chino. No tengo por qué quedarme “bien colocada”, como dices tú. Soy independiente, me puedo ganar la vida y no necesito un hombre para mantenerme. -Ahí has hablado bien –intervino el Boss. Nicolás seguía callado como si lo hubieran momificado. -Pero querrás que alguien herede tu imperio, digo yo –insistió la madre. -Para eso no necesito casarme, mamá –rió Mercedes. Doña Dorinda se agitó en el asiento. -Niña, no digas eso ni en broma. Putiferios los justos. Ya bastante tuve con tu padre… En ese momento Mercedes pegó un frenazo, tal efecto le hizo la declaración. El coche derrapó con la lluvia y sólo la pericia de la conductora hizo que el percance quedara en eso y no en accidente. Se salieron de la vía, pero enderezó rápido y retomó el control del vehículo. -Retiro lo dicho –intervino Nicolás, pálido como un muerto –Conduces de puta madre –No pudo evitar el exabrupto, estaba aterrorizado. -¡Mamá! Cómo se te ocurre decirme semejante cosa mientras conduzco –gritó Mercedes. Siempre lo había intuido. Sabía que sus padres no se llevaban bien, aunque siempre lo había atribuido al duro carácter de su madre. Empezó a preguntarse si eso no se debería precisamente a las infidelidades de su padre. -Ya hablaremos en algún momento de todo eso, mamá –dijo con cierta dulzura en la voz. *** Mientras los demás iban al funeral de David, Mercedes se acercó a casa de Marián. La misma viuda le abrió la puerta, hecha un mar de lágrimas. -Pasa. Qué bien que has venido –decía entre sollozos. Mercedes la abrazó. Marián se había levantado y vestido de luto aquella mañana, pero no parecía estar mejor que el día anterior. -¿No estás mejor? –preguntó tímidamente. -¡Qué va! –Su llanto arreció –Vamos al salón, tengo un café preparado. Mercedes la siguió a la misma estancia donde había estado esperando el día anterior. Marián descorrió las cortinas. -Mi madre dice que una casa de luto tiene que tener las cortinas echadas, pero yo me niego. ¡Quiero luz! Y eso que hoy no hay mucha, que digamos. Mercedes se sentó en un anticuado tresillo y Marián sirvió café. Parecía haberse tranquilizado. Tras pedir permiso, Mercedes encendió un cigarrillo y Marián aceptó el que le ofreció. -Ha estado el notario aquí esta mañana –comenzó. -Ya lo sé. Y si lo sé yo, lo sabe todo el pueblo. No me gusta el cotilleo –bromeó Mercedes. -Pues resulta que tengo mucho menos de lo que creía, ya ves. Este desgraciado, aparte de chulo, putero y maltratador, no era muy buen hombre de negocios. Casi se puede decir que estamos arruinados. -¿Pero cómo es posible…? –Mercedes estaba asombrada. -Todo apariencias, Merce. El muy imbécil tenía cosas aquí, allá… que si testaferro por un lado, que si dinero negro por el otro… Nada demostrable. Empresas fantasmas que, como tales, han desaparecido en el aire. Lo único que está a su nombre y en regla es esta casa y la funeraria. A ver cómo coño mantengo ahora a mis hijos. Mercedes pensaba furiosamente. -Véndela –le dijo -¿Para qué quieres este mausoleo, que además es horrorosa? Vende todo, continente y contenido. -¿Y dónde viviremos? –contestó la viuda con aire acongojado. -Id con tu madre, tiene sitio para todos y vive en una buena casa –replicó Mercedes. Marián movió la cabeza. -Oh, no. Me volverá loca… -Piénsalo, Marián. Si no te vas tú con ella, se vendrá ella contigo. Vas a tener que aguantarla igual. Y no es tan malo, yo llevo mucho tiempo viviendo con la mía y al final te acostumbras a estar discutiendo mañana, tarde y noche. Marián sonrió. La primera sonrisa en dos días. -Lo pensaré. -Quédate la funeraria, es un chollo. Entre lo que te den por la casa y los ingresos, podrás ir tirando con cierto desahogo, ya verás. Mercedes se quedó pensando unos minutos y después dijo: -Juan, el chico que me lleva las cuentas en la granja, es muy espabilado. Si quieres dame los papeles de David y que les eche un ojo, a ver si hay algo más salvable. Me ha sacado de más de una, sé de lo que hablo. Si hay algo que salvar, él lo encontrará. -Está bien –Marián se levantó y al cabo de un rato regresó con un maletín –He añadido los papelotes que tenía en la caja fuerte. Ayer encontré la llave de la gaveta donde guardaba la contraseña. No sé si servirá de algo, pero… Mercedes cogió los papeles. -Mañana te digo algo. Ahora procura descansar. Marián la acompañó hasta la puerta y la despidió como quien lo hace con un amigo entrañable. Le habría gustado sincerarse un poco más con Mercedes pero no podía. Todavía no. *** -Creí que ya te habrías marchado. ¿No has hecho daño suficiente? El Boss se había encontrado a Héctor a la salida del funeral y ambos habían echado a andar discretamente, tras avisar a Nicolás. -Yo no he hecho nada, Cristóbal –contestó Héctor expulsando con fuerza el humo de su cigarrillo. -Ya. Tú nunca haces nada, sólo dejas que tu influencia se extienda. ¿Por qué no te has marchado? -Aún no ha acabado todo –murmuró Héctor suavemente. -En eso estamos de acuerdo –contestó el Boss –Y escúchame bien… ¡No consentiré que vuelva a suceder nada malo! Juegas sucio, dijiste que no intervendrías y lo has hecho. Así que yo intervendré si tratas de jugármela. -¿Qué quieres que yo le haga si el ser humano es malo y corrupto por naturaleza? –gimió Héctor con dramatismo –Si David eligió el suicidio como solución a sus problemas, yo no tengo la culpa. ¡Te lo juro por Dios! Al Boss se le estaba acabando la paciencia. -Ese nombre queda grande en tu bocaza. Me estás hartando –masculló –Avisado quedas. ¿De acuerdo? –Y se dispuso a regresar con los otros. -¡Te juro que no he hecho nada, Cristóbal, tienes que creerme! –estaba hermoso en su dramatismo, con los brazos abiertos. El Boss continuó su camino, haciéndole caso omiso. Sabía desde la noche de los tiempos que, entre las poquísimas virtudes de Héctor, no constaba la sinceridad. 21 DE DICIEMBRE -Estás triste ¿Verdad? –preguntó Nicolás. Mercedes cada día retrasaba más la vuelta a su habitación. De hecho, ese día tenía pensado no aparecer por ella. Se ducharía y se pondría a la faena directamente. Miró a Nicolás tras dar un suspiro. -Se acerca la separación, ya sabes. Todos los años lo mismo, buf. No me acostumbro. Nicolás no podía hacer nada para consolarla. Él estaba igualmente afectado, pero lo llevaba con más disimulo. Era horrible sólo verse diez días al año y, aún encima, no disponer de las veinticuatro horas libres de cada uno de esos diez días para ellos. Estaban allí para cumplir una misión y eso era lo más importante. Cuando Juan entró a trabajar, a las nueve de la mañana, Mercedes le tendió la carpeta con todos los papeles de David Molero. El administrador prometió darle alguna noticia a media mañana. Y así fue, efectivamente. Sobre las doce de la mañana Juan fue a hablar con Mercedes, aprovechando la pausa para el café que hacían todos en el enorme cobertizo de madera que hacía las veces de sala común. -Bueno, hay algunas acciones aprovechables –comentó –Tu amiga necesita un buen asesor financiero –Sacó un papel y un bolígrafo y escribió unas palabras –Este chico vive en la ciudad. Por lo menos no la estafará. -Gracias, Juan. Eres una joya –le dijo Mercedes. -Ahora bien –continuó el administrador con expresión contrita y seria –También he encontrado otras cosas que deberías ver. Durante un rato pudieron verse las cabezas juntas de Mercedes y Juan, hablando muy bajito mientras el administrador señalaba con el dedo todo lo que le había llamado la atención. Cuando acabó, Mercedes levantó la cabeza. Su rostro tenía una expresión durísima. -Mil gracias, Juan. Nunca olvidaré esto. Te debo un favor enorme. Salió al fresco de la mañana y se dirigió al garaje a grandes zancadas. En su camino, se encontró con Nicolás. -Te andaba buscando –dijo él -¿Dónde estabas? Hija, qué cara llevas… -Me voy al pueblo –contestó ella –Tengo algo importante que hacer y tengo que hacerlo sola. Después te cuento. Cinco minutos después, el todoterreno salía de la finca picando ruedas. Estaba claro que la conductora no iba de muy buen humor. *** Irrumpió como un huracán en el despacho. -Hombre, Merce –fue lo único que le dio tiempo a decir a Lorenzo antes de que ella le arrojara la carpeta a la cabeza. -Cerdo, puerco de mierda, chorizo, mentiroso, cabrón –La sarta de insultos salió de su boca como una cascada. Lorenzo palideció. -Oye, ¿Qué pasa? ¿Qué he hecho para que me digas todas esas burradas? -¡Lo sabes muy bien, cabrón! –gritó ella –Creíste que él tenía los papeles a buen recaudo ¿verdad? Pero Marián sabía dónde guardaba la combinación de la caja fuerte, así que la abrió y encontró la carpeta. Y como la pobre no tiene ni idea de números yo se la llevé a mi administrador Juan, y encontró algunas cosas muy interesantes. Cogió la carpeta y empezó a rebuscar. -Uno: contrato de sociedad entre Lorenzo Bermúdez y David Molero. Dos: contrato de compra-venta de terrenos del ayuntamiento vecino que, oh, fíjate casualidad, escaparon de la declaración de espacio natural protegido por los pelos. Tres: todo lo relativo al montaje de una granja de explotación avícola, bovina y porcina, evidentemente intensiva y antiecológica. Lorenzo enrojeció y bajó los ojos. -Deduzco que nos has estado tomando el pelo desde el principio. Todo lo de tu candidatura era un montón de mierda ¿verdad? Te salió redondo, le salvaste el culo a David, que estaba podrido de chanchullos cuando era alcalde, y sacaste beneficios enormes a cambio. ¡Cómo nos has engañado! El ecologista convencido metido en toda esta mierda. Y, por lo que he visto, esto sólo es la punta del iceberg ¿Eh? Érais amiguísimos ¿Me equivoco? -¡Me iba fatal! –gritó Lorenzo –Me va fatal en la granja, de hecho. Nadie puede competir contigo… David me propuso toda esta sociedad a cambio de ir borrando las huellas de sus chanchullos mientras había sido alcalde. Mientras yo fingía desmontarle sus negocios, él estaba poniendo todo a nombre de sus testaferros y borrando su rastro. Para eso necesitaba un alcalde que le fuera cubriendo el culo. Mientras estaba prohibiendo la expropiación de terrenos aquí, estaba comprando los del ayuntamiento de al lado para lo que iba a ser nuestro gran negocio… Mercedes se relajó y se sentó. -Sin embargo, Lorenzo, eres un gilipollas. ¿Sabes que David quería matarte? Claro, ahora ya no le servías para nada, más bien le estorbabas. Lorenzo se mostró horrorizado ante tal declaración. -Soy imbécil. Lo he hecho todo mal, ya lo sé. Pero estaba desesperado… Lo peor, Mercedes, es la opinión que ahora tendrás de mí. -No quieras saberlo –contestó ella. Cogió los papeles y los volvió a meter en la carpeta –Si no quieres que todo esto vea la luz, dentro de una hora quiero tener la noticia de tu dimisión. Invéntate la excusa que quieras. Lorenzo se quedó pensativo. -No tengo otra salida ¿verdad? –musitó -No, no la tienes –replicó ella –En cuanto a lo otro… lo de la sociedad que tenías con David, ahora Marián es la dueña de su parte, arréglate con ella. Si llevas adelante el proyecto de la granja, te las verás con nosotros. No pararemos hasta conseguir que la declaren dañina para la salud. -Está bien –contestó él sumisamente. Mercedes se levantó para marcharse. -Preferiría que de ahora en adelante tu relación conmigo se limitara a un cortés hola y adiós –dijo con dureza. Se dirigió a la puerta y, antes de cruzarla, se volvió. -Una última cosa, alcalde. Al igual que David salía ganando con tu muerte, tú salías ganando con la suya. Te recuerdo que no parecía tener demasiados motivos para suicidarse, así que yo en tu lugar empezaría a pensar en dar una explicación convincente sobre lo que estabas haciendo en el día de autos. Y, sin esperar respuesta, se marchó dando un portazo. *** -Nunca me gustó tu alcalde, lo siento. Creí que eran celos al principio, pero… después tuve claro que había algo más. Demasiado perfecto, demasiado simpático, demasiado solidario. No encajaba en un mundo tan egoísta como el actual. -Me la coló doblada, el muy cabrón –gruñó Mercedes. Estaban en la biblioteca tomando café, según su costumbre. -Supongo que por eso Héctor aún seguía aquí. No vino sólo para ver si David cumplía su amenaza de matar a Lorenzo. Vino a sembrar la discordia entre ellos y entre el pueblo. En su línea. Es su forma de trabajar. Él nunca se mancha las manos, sólo manipula a los demás para que se las manchen por él –intervino el Boss. -Boss, ¿Tú crees que Lorenzo mató a David? –preguntó Mercedes tímidamente. -No lo sé, querida. Lo único que tengo claro es que no se suicidó. Tenía un futuro prometedor con esta nueva sociedad y la mayoría de sus negocios a salvo en manos de sus testaferros. Ahora, estuvo bien fingido. La puesta en escena era impecable: hasta tenía la gomita del gatillo. Quienquiera que lo haya hecho, era un profesional. No sé si Lorenzo tendrá conocimientos suficientes para fingir un suicidio así. -Nos quedamos como estamos, pues –Mercedes estaba enfadada, quería que se descubriera al asesino –La otra persona que podía desear librarse de David es Marián. Y tampoco creo que supiera cómo hacerlo. -Bueno, dejemos que transcurran los acontecimientos, a ver qué pasa –sentenció el Boss. 22 DE DICIEMBRE A las tres de la mañana, estalló la tercera guerra mundial. Doña Dorinda, a saber el motivo, había irrumpido en la habitación de Nicolás y se había encontrado a su hija en actitud más que cariñosa con éste. Casi les había dado un infarto al ver la diminuta figura en el umbral, como un espectro, con su larguísima trenza gris y su camisón blanco. Doña Dorinda no dijo palabra, ni un reproche. Sólo una cosa salió de su boca. -Vístete, Mercedes. Te espero en la cocina. Así que Mercedes bajó, envalentonándose en cada peldaño que pisaba. Estaba harta. Tenía treinta y siete años. Iba a dejarle las cosas muy claras a su madre. Estaba furiosa con el Boss, le había dicho que él se encargaba de todo y ella se había confiado. De repente, pensó que a lo mejor todo eso era justamente una señal, que era lo mejor que podía haber pasado. Y eso le dio fuerzas. Empujó la puerta de la cocina con determinación. Doña Dorinda estaba sentada en la mesa. Revolvía una taza de café y fumaba un cigarrillo. Mercedes se sentó y la imitó. Esperó a que ella abriera fuego. -¿Qué estás haciendo, loca? –chilló la anciana -¡Echando a perder tu vida! ¡Nunca debí haber dejado entrar a ese hombre en mi casa! ¡Tu reputación arruinada para siempre! – empezó a lloriquear. Mercedes la cortó, no estaba dispuesta a aguantar más intromisiones en su vida. -Mamá, te pido perdón. Te pido perdón por no haberme ido a un hotel, que es lo que tenía que haber hecho desde el principio, y por haber usado tu casa para esto. Por lo demás, no tengo nada de lo que avergonzarme. -Por Dios, hija… Qué vergüenza –musitó doña Dorinda. -Déjame que te cuente una historia –contestó Mercedes. La siguiente media hora la dedicó a contar su relación con Nicolás desde el principio. Sólo omitió hablar de la verdadera identidad de Nicolás y el Boss y, por supuesto, de su embarazo. -Los tiempos han cambiado –concluyó –Soy autosuficiente, no dependo ni quiero depender de ningún hombre y así continuaré. Para bien o para mal, él es el amor de mi vida y si sólo puedo verlo diez días, lo veré las veinticuatro horas aunque se me pongan cien elefantes delante. ¿Comprendes? –No la dejó contestar –Y si no comprendes, me largo por donde he venido, y si quieres no volvemos a hablarnos durante otro año, o durante el tiempo que te dé la gana, me da igual. No sé si te queda claro. Que sepas además que si he vivido estos dos años contigo ha sido gracias a él, que me convenció para que hiciera las paces contigo, a pesar de que me has ninguneado durante toda mi vida. Doña Dorinda lloraba ya sin disimulo. Cuando se serenó, se secó las lágrimas. Ahora me toca a mí –dijo. -Veo que eres tan cabezota como yo –comenzó –Pero lo mío fue al revés. Nadie me aconsejaba casarme con tu padre, pero lo hice. Y no fue por conveniencia, para nada. Sindo Díaz era un hombre guapo y convincente. Me enamoré de él enseguida. Yo tenía treinta y ocho años y no había hecho otra cosa en mi vida más que trabajar. Mercedes contuvo el aliento. ¿Por fin iba su madre a abrir el sarcófago de sus secretos? -Podía haberme quedado soltera –continuó –Con la herencia de mis padres tendría lo suficiente para vivir, pero pensé que la felicidad pasa solamente una vez por la puerta y decidí aferrarme a ella. Sólo que me duró poco. Lo siento, Mercedes, pero tu padre era un completo pendón desorejado. Me fue infiel desde el principio. Siempre andaba con mujeres y eso me amargó el carácter. Como el pueblo chismorreaba, en cuanto tuviste uso de razón quise sacarte de este ambiente, por eso te fuiste interna. Teníamos unas peleas tremendas. Tampoco permitía que él estrechase lazos contigo para que no te embaucara con patrañas. Me hizo sufrir muchísimo, pero eso no quiere decir que yo no te quisiera. -Pues lo parecía –contestó Mercedes adustamente. -Tenía que endurecer tu carácter y prepararte para la vida –se excusó la madre – Sé que apreté demasiado las clavijas, sé que aún lo hago… No puedo evitarlo, no quiero que nadie te haga daño. -Tú me haces más daño que cualquiera que se me pueda acercar, madre –replicó Mercedes -¿Por qué no te separaste? -Uno se casa para siempre –murmuró doña Dorinda –Todo el pueblo se reiría de mí. Ya se burlaron bastante cuando nos casamos, me llamaban “Dorinda la solterona” y cosas peores. No quería darles la razón. Fingía que todo iba bien, pero de puertas para adentro… La madre hizo una pausa para pensar y retomó la palabra. -A lo mejor tienes razón y eres una privilegiada. Son otros tiempos y no necesitas de nadie para vivir. Mira qué bien me salió a mí, mira qué bien le salió a Marián… Has sabido salir sola. Nicolás parece buena persona y yo –se le quebró la voz -¡No soportaría que volvieras a ignorarme! Ya soy vieja y quiero un poco de cariño… Mercedes la abrazó. -No me voy a ir, mamá. Pero déjame respirar un poco ¿eh? -¡Y pensar que el idiota de tu padre quería un chico! –dijo doña Dorinda cuando se repuso –Si te viera, reventaría de orgullo… Mercedes se giró divertida. Estaba sirviendo más café. -Un niño ¿eh? Típico. Aquí son tan machistas… -Sí, quería un niño. Siéntate, que tengo otra historia que contarte… *** Mercedes aparcó el todoterreno delante de la casa de Marián. Al cruzar la verja, carpeta en mano, no pudo reprimir una sensación de náusea. Pensar que compartía algunos genes con el dueño de aquel mausoleo le daba bastante asco. Esperaba que toda la mala herencia se la hubiera llevado David y a ella no le hubiera tocado nada. Su madre se lo había contado todo aquella madrugada: David y ella eran hermanastros. Eso explicaba el odio que doña Dorinda y doña Juana se profesaban desde tiempos inmemoriales. En fin, no se podía cambiar ya el pasado, pero en cuanto al futuro… Cuando Mercedes se levantó después de haber dormido apenas dos horas, se encontró a Nicolás en la cocina. Su madre le estaba sirviendo el desayuno con suma amabilidad. Se acercó a él y lo besó con la mayor naturalidad. -Veo que no te ha matado… -bromeó. Nicolás se echó a reír. -Bueno, cuando cogió el cuchillo para cortar el pan no las tenía todas conmigo, no te creas… Nicolás tenía un as en la manga y lo había usado. Cuando se levantó y se encontró con doña Dorinda sólo le dijo unas palabras: -Está usted equivocada. Sindo sí la quería. Doña Dorinda abrió los ojos desmesuradamente. Algo en el brillo de los de Nicolás hizo que lo creyera. -¿Cómo lo sabe? -Yo sé muchas cosas, señora. Pero no voy a decirle cómo. Confíe en mí. Desde entonces, la madre de Mercedes era puro algodón de azúcar. Al Boss igual no le gustaba que hubiera usado armas secretas para ganarse los favores de doña Dorinda, pero le importaba un bledo. Estaba harto de esconderse. Llegó el Boss de su paseo matinal y Mercedes los dejó a los tres juntos. -Voy a ver a Marián. Tengo información para ella. Así que ahora se hallaba delante de su puerta. La misma Marián acudió a abrir. Seguía teniendo un aspecto espantoso. -Anímate, mujer –le dijo Mercedes mientras se sentaba en el antiguo sofá –Aún te quedan acciones para vender y algunas cosas más. Estuvieron reunidas dos horas. Mercedes tuvo que contarle los chanchullos de Lorenzo. Marián decidió disolver la sociedad, no quería nada ilegal. Sólo de pensarlo se le ponían los pelos de punta. -Lorenzo ha venido esta mañana –dijo –Me preguntó si quería comprarle la granja… Mercedes pensó durante unos minutos. No quería aconsejar mal a Marián. -Hazlo –contestó –Vende esta casa y compra la granja con el dinero. -¿Y cómo saldré adelante? Tú te llevas la mayor parte de los beneficios, no se puede competir contigo –gimoteó la otra. -Asóciate conmigo –contestó Mercedes –Puedes llevar la parte agrícola y yo me quedaré con los huevos y alguna cosa más. Podemos ir al 70/30. Entre eso y la venta de las acciones, podrás vivir como una reina. De todos modos, hablaré con Juan otra vez para que me haga una simulación. Los productos seguirán llevando mi nombre, pero a los proveedores les dará igual que se hayan cultivado en mi granja o en la tuya. Aportaré la mano de obra, trabajan todos muy bien. Marián empezó a llorar -No me merezo todo esto… -Claro que sí, boba –contestó Mercedes –Has pasado la mitad de tu vida amargada por un capullo. ¡Empieza a vivir! -No puedo, Mercedes. No puedo… No puedo evitar pensar que David murió por mi culpa. Mercedes aguzó el sentido. Aquello no le gustaba. -¿Por qué dices eso? ¡Qué tontería! David se suicidó, la policía y el juez lo dejaron claro… No creo que sus discusiones contigo lo agobiaran, seguramente sus múltiples chanchullos económicos fueron la causa. Marián la miró. En sus ojos se leía un miedo cerval. -Será mejor que te marches –dijo –Tengo cosas que hacer. Mercedes salió de la casa con cierta sensación de perplejidad. Pasó por el ayuntamiento y recibió la noticia de la dimisión de Lorenzo. Cuando iba para casa, le pareció ver al bello Héctor caminando por la orilla de la carretera. 23 DE DICIEMBRE Mercedes se sentía satisfecha, dentro de lo malo. Por lo menos en lo que atañía a su vida personal: su madre había aceptado a Nicolás por fin, habían suavizado algunos roces del pasado y había conseguido una socia con la que repartir el trabajo. Esto último la satifacía especialmente, ya que ella sola no daba abasto con la granja. Podría dedicar parte de la zona de invernaderos a las gallinas y centrarse más en la producción de kiwis, que tenían muchísima demanda. Y Marián podría sentirse útil y autosuficiente llevando la granja de Lorenzo. En cuanto a Lorenzo... Nada se sabía de él desde el día anterior. En cuanto presentó la renuncia se había desvanecido en el aire. Mercedes lo llamó al móvil, pero no se lo cogió. Por la noche recibió un SMS en el que decía que estaría desaparecido un tiempo, pues necesitaba pensar. Mejor así. El futuro se le presentaba negro, ciertamente. Más que Lorenzo, quien preocupaba a Mercedes seriamente era Marián. Cada día tenía peor aspecto, estaba como consumiéndose lentamente. Lo comentó con Nicolás mientras desayunaban al día siguiente: -Pobre, aún le durará la impresión de lo del marido -arguyó él. -¡Pero si está mucho mejor sin él! -contestó Mercedes -David era un cerdo, machista, facha, neonazi... las tenía todas, vaya. Y ella aún es joven y puede rehacer su vida. Aunque tonta sería... Yo de ella me echaría un novio sin demasiado compromiso, sólo para que me llevara a cenar los fines de semana y poco más. -Novio a tiempo parcial -reflexionó Nicolás -Como tú ¿Eh? Mercedes le echó la lengua. Estaba algo angustiada. Quedaba un día para que se separasen. No quería pensar en ello pero tampoco había mucho más que hacer para mantener la mente ocupada. Emerson, Graciela y su madre estaban inmersos en los preparativos de la cena de Nochebuena. Todo el personal de la granja que no tenía familia propia cenaba allí, y eran unas treinta y cinco personas. Había mucho ex-presidiario con desarraigo familiar. Quizá por eso mismo serían capaces de matar por ella. Y todo el mundo parecía haber aceptado que la muerte de David había sido un suicidio, así que no había asesino que buscar. El caso estaba resuelto. Y eso le desagradaba, pues le dejaba mucho más tiempo libre para torturarse con la idea de la inminente marcha de Nicolás. -Deja de comerte el coco -dijo él, que le había adivinado el pensamiento. -No puedo evitarlo. Soy humana. Él puso cara de circunstancias. Tampoco podía decir mucho para consolarla, lo iba a pasar igual de mal que ella. Intentó desviar el tema. -Héctor sigue por aquí -anunció. Mercedes asintió. -Me pareció verlo ayer. Eso me desconcierta. Quiere decir que aún no ha acabado todo, ¿eh? -Eso parece. Pero... ¿Qué más podría suceder? Se miraron. Aunque no querían confesarlo, estaban asustados. *** Por la tarde tuvo lugar el ensayo general del Belén viviente, que se representaría al día siguiente en la plaza mayor. Mercedes esperaba que no hiciera demasiado frío. Si alguno de los chicos pillaba un buen trancazo, las madres le arrancarían la piel a tiras. Silvia estaba muy tranquila, a pesar de las circunstancias. Mercedes pensó que a lo mejor la muerte de su padre había resultado ser una liberación para ella. Tras acabar el ensayo, se acercó para interesarse por su estado. -¿Qué tal vas, Silvia? -preguntó. -Estoy bien -contestó la chica -Mira, en cierto modo ha sido un relajo, porque ya no podíamos más con la situación. Mi padre estaba cada día más insufrible, se pasaba la vida discutiendo con mi madre, insultándola y a veces incluso le largaba alguna bofetada ¿Sabes? -Mercedes se estremeció -En ese sentido estamos más tranquilos, pero... -su rostro se ensombreció -mamá está fatal, cada día peor, parece que haya envejecido diez años... Mercedes se alarmó. Una cosa es que lo notara ella y otra muy distinta que lo hiciera una niña de dieciséis años. Estaba claro que Marián estaba muy mal. -Bueno, mujer, ha sido un palo muy gordo para ella -intentó consolarla como pudo -Necesita tiempo para recuperarse. Tú no te preocupes de nada y procura recordar bien tu papel para mañana ¿De acuerdo? Charlaron un rato más y Mercedes se despidió. Llegó pronto a casa, triste y angustiada, dispuesta a pasar la que sería su última noche junto a Nicolás. *** Parecía ser que ni siquiera esa última noche iban a disfrutar de un poco de intimidad. A eso de las once y media estaban de tertulia en el salón, cuando llamaron a la puerta. -¿Quién será a estas horas? -se sorprendió Mercedes. -Deja, abro yo -contestó doña Dorinda. Se dirigió a la cocina y cogió una escoba, por si las moscas. Los demás la siguieron, divertidos. ¡Menuda arma defensiva! La diversión se desvaneció cuando vieron a una desencajadísima Marián en el umbral de la puerta. Mercedes la ayudó a entrar. Tenía la mirada completamente perdida, como si hubiera perdido la razón. Marián ignoró al resto de los presentes y se centró en Mercedes, a la que se aferró como a una tabla de salvación. -¡No puedo más! -dijo con voz desfallecida -Tengo que contártelo porque no puedo seguir viviendo así. Esto es un horror absoluto. Entre Mercedes y Nicolás la condujeron al salón y la sentaron en un cómodo sillón. Doña Dorinda le sirvió una copita de licor de hierbas. Hubo que ayudarla a darle un sorbo. -Cuenta, Marián -señaló a Nicolás y al Boss al ver que ella los miraba con desconfianza -No te preocupes, ellos son de fiar. Marián dudó unos instantes, dio un sorbo a la copa de licor y cogió fuerzas. -Te lo dije ayer, Mercedes. Te lo dije. Yo tengo la culpa de la muerte de David. Mercedes no intentó consolarla esta vez. Mejor que contara sus motivos. -Yo no apreté el gatillo, pero es como si lo hubiera hecho -continuó la viuda. -A ver, explícate mejor -dijo Mercedes. Entonces Marián empezó a narrar cómo había conocido a Héctor. -Vosotros no sabéis lo que es estar durante casi veinte años siendo ninguneada por tu propio marido. Yo no sabía lo que hacía cuando me casé con él, era muy joven y su dinero me deslumbró. Mi vida matrimonial ha sido un infierno, he aguantado desprecios, insultos, infidelidades y, no pocas veces, malos tratos. No recordaba lo que era que un hombre me tratara bien, y llegó ese maldito Héctor y empezó a coquetear conmigo... ¡Me sentí tan bien...! Volví a sentirme joven y atractiva. Mercedes asintió. Lo entendía perfectamente. -No sé qué me pasó -continuó Marián -Perdí la cabeza, no era yo misma. El caso es que lo dejé entrar en casa, a Héctor, digo... Estaba yo sola, los chicos ya hacen su vida y en vacaciones no les veo el pelo, y David, por supuesto, no estaba en casa, nunca está. En fin, que el maldito me lió, ya me entiendes... Hizo una pausa. Los otros tres no se atrevían ni a respirar. Doña Dorinda había decidido que era mejor no asistir a aquel coloquio. -Lo que voy a contar ahora no me lo creo ni yo misma, así que si me toman por chiflada lo entenderé... -No se preocupe -intervino Nicolás -Estamos acostumbrados a los hechos... inexplicables. -David irrumpió en el dormitorio -Marián bajó la voz con miedo, a la vez que se dilataban las pupilas -Nos pilló juntos. Juro por Dios que lo que voy a contar ahora es la pura verdad, aunque sucedió todo muy rápido. Entró y se nos quedó mirando como un bobo. Cuando iba a abrir la boca, supongo que para empezar a proferir juramentos, Héctor se incorporó, lo señaló con un dedo y David cayó fulminado al suelo. Como si lo hubiera atravesado un rayo... ¡Les juro que no estoy loca! -miraba a los tres intermitentemente, buscando su aprobación. El rostro del Boss se había oscurecido hasta lo indecible. -Yo la creo, señora. ¿Qué sucedió a continuación? Marián dudó. -Verá, no recuerdo bien porque me quedé impresionadísima, como puede usted imaginar. Creo recordar que Héctor me tapó la boca con la mano y me dijo que no me preocupara de nada, que él se encargaba de todo. Y entré en una especie de sopor... cuando desperté todo estaba normal, los dos habían desaparecido. Con una frialdad insólita en mí bajé a la cocina e hice la cena a mis hijos. No pude dormir en toda la noche, pero estuve más o menos tranquila. Al día siguiente, cuando recibí la noticia del suicidio de David, se me cayó la máscara de serenidad y me derrumbé. Desde entonces, vivo presa del pánico, porque esto no tiene más que una explicación y me aterra enfrentarme a ella... -¿Has vuelto a ver a Héctor? Marián negó con la cabeza y enterró la cara entre sus manos. Nicolás y el Boss se miraron con gesto de alarma. De repente, Marián empezó a apretarse las sienes con las manos. -¡Oh, mi cabeza! ¡Me duele muchísimo! ¡Ayúdenme, por favor! Mercedes intentó recostarla en el sillón, pero Marián cayó al suelo, desvanecida. Una palidez mortal empezó a adueñarse de sus facciones. -Está muerta -dijo el Boss sin moverse de su sitio -Su castigo por confesar. Héctor nunca perdona. Tras unos instantes de perplejidad, en que se quedó paralizada como una estatua, Mercedes reaccionó. -¿Te vas a quedar ahí parado como una estadea, Boss? ¡Haz algo! -gritó. -Lo siento, no puedo intervenir -respondió el aludido. -¿Cómo que no puedes intervenir? -Mercedes daba ya alaridos, completamente desquiciada -¡Si alguien puede, eres tú! ¡Sálvala, coño! -No puedo alterar el orden natural de las cosas -contestó el Boss -No estaría bien. Mercedes se acercó y lo agarró por las solapas de la chaqueta, completamente histérica. -¡El orden de las cosas ya ha sido alterado, joder! ¡Héctor lo hizo! ¡No permitas que se salga con la suya! ¿Qué culpa tiene la pobre de haber tenido un marido hijo de puta y haber caído en las garras de un demonio bello hasta la saciedad? ¡Sálvala, por favor! ¡Tiene tres hijos! -Mercedes ya no sabía qué argumentar. La impotencia que sentía en aquel momento le estaba haciendo perder los papeles como nunca en su vida -Joder, Nicolás, dile algo, convéncelo. No podemos dejarla morir así. -Mercedes tiene razón -intervino Nicolás con su suave voz -Héctor ha jugado sucio y tienes derecho a devolvérsela. Marián no es culpable de sus actos, no se lo hagas pagar. -Sabes que esto no debe hacerse -contestó el Boss. -También sé que a veces hay excepciones -respondio Nicolás a su vez, dispuesto a no dar su brazo a torcer. El Boss se acercó a Marián y puso su mano derecha con suavidad sobre su cabeza. Todos vieron cómo el color volvía a sus mejillas y cómo abría los ojos lentamente. Mercedes dio un largo suspiro y se sentó en el otro sillón, al borde del infarto. Marián volvió en sí y preguntó con voz débil lo que le había pasado. Le dijeron que había sufrido un desmayo. -Usted no es culpable absolutamente de nada -dijo el Boss -Ese sujeto indeseable la sedujo con sus malas artes, no era usted dueña de sus actos. Y fue él quien asesinó a su marido, así que no tenga remordimientos de conciencia. El caso ha sido archivado como un suicidio así que, hágame caso, váyase a su casa, olvide todo esto y empiece de cero. Disfrute de la vida, que aún es usted muy joven. Yo me ocuparé de Héctor y jamás volverá a molestarla. Aún estuvieron un rato más, hasta que Marián se sintió mejor y dijo que quería volver a su casa. Mercedes se ofreció a llevarla. Ya recogería su coche al día siguiente. Mientras ambas mujeres salían del salón, el Boss dijo a Nicolás en voz baja: -Escúchame bien: jamás vuelvas a pedirme que lo haga porque no te atenderé ¿Me entiendes? No se puede intervenir de esa manera. De ser así, tendría que priorizar unos casos sobre otros y sabes que eso es imposible. Nicolás asintió. -Y ahora, si me disculpas... tengo que ir a hablar con ese demonio de Héctor concluyó el Boss con voz dura. 24 DE DICIEMBRE La tormenta que se desencadenó la madrugada del 24 de diciembre sería recordada en el lugar por todos los vecinos durante mucho tiempo. Había sido un fenómeno totalmente local, en los pueblos limítrofes ni siquiera se habían enterado. Un rayo de potencia insólita había destrozado la torre de la iglesia. Sólo el Boss sabía el motivo de semejante fenómeno natural. Héctor no encajaba bien las críticas, como era su costumbre. -Qué sucio has jugado, Héctor –Le dijo el Boss en cuanto se encontraron en el atrio de la iglesia –Cada vez tienes menos elegancia, chico. El bello ángel caído frunció el ceño. -¿A qué te refieres? -Oh, no te hagas el inocente conmigo, te conozco desde hace tanto tiempo… -rio el Boss con suavidad. Héctor se crispó. No soportaba aquella risa, siempre le parecía que era una burla contra él. -Veamos… ¿No puede un hombre divertirse un poco? Llego aquí y una rubia lúbrica cae en mis brazos como una mosca en un tarro de miel. Pobrecilla… pasó un rato fantástico –Héctor guiñó un ojo al Boss –Claro, como tú no sabes de qué va el tema… Pues tú te lo pierdes. El Boss intentó mantener la calma y no hacer lo que realmente le estaba pidiendo su envoltura mortal: dar una soberana bofetada al hermoso Héctor. Se metió las manos en los bolsillos del gabán para contener las ganas. -¿Incluía eso cargarse al marido? –preguntó. Héctor dudó. Hasta parecía inofensivo con ese pequeño gesto. -No, claro… Yo no abuso de mi poder si no es necesario, pero fue inoportuno, ya sabes, nos pilló en plena faena, iba a dar un escándalo y no me lo pensé dos veces. Ya sabes que soy poco reflexivo. Hacía tiempo que no me deshacía de alguien. He de decir que el tipo era un bicho de la peor calaña, como sabrás. Así que a la viuda le hice un favor. Ahora estará en calderas una buena temporada, no te preocupes. Y ella, tan ricamente. Liberada y con dinero. No me digas que no es una buena acción, Cristóbal… merecería subir de categoría e ir al Purgatorio por ello. -Claro, claro… -refunfuñó el Boss intentando no perder los estribos –Y una medalla también, no te fastidia. -Le dije a ella que mantuviera el pico cerrado –continuó Héctor –Fue fácil aparentar un suicidio. Tirado. Pero la muy estúpida tuvo que contarlo. ¿Por qué nadie me hace nunca caso? –Dio un puñetazo en uno de los muros de la iglesia que retumbó en todo el edificio. -Hay algo que se llama conciencia, Héctor –contestó el Boss relajadamente. -Y hay algo que se llama estupidez supina, por eso la castigué. Permíteme decirte que tú tampoco has jugado limpio. ¿Desde cuándo jugamos a resucitar a la gente? -Si tú juegas sucio, yo tengo el mismo derecho –contestó el Boss con tranquilidad. El bello lo señaló amenazadoramente con el dedo índice. El Boss no se inmutó. -Tus días de poder están contados, Cristóbal, y lo sabes. Mira en qué sociedad viven los humanos: nadie quiere saber nada de solidaridad y caridad. ¡Es la era del egoísmo! Primero yo, luego yo y después yo… Mi influencia se irá adueñando de la Tierra y de ellos, no son más que unos malditos seres entregados a la sociedad de consumo y al egocentrismo más puro y duro. Lo que prima ahora es la apariencia y la satisfacción de las necesidades primarias, secundarias, terciarias y hasta cuaternarias si se tercia. Dinero, sexo, belleza, poder… eso es lo que mueve al mundo ahora, ni amor ni leches. Mejor sería que te retiraras a tus dominios. El Boss sintió un estremecimiento, pues sabía que, en el fondo, Héctor tenía toda la razón. Pero él esperaba que, en el continuum de la humanidad, esa situación fuese pasajera y los hombres recuperaran el sentido común. Antes de calentarse más, decidió cambiar de tema. -Aún no te has ido. ¿Qué diantre te retiene aquí? –preguntó secamente. Héctor sonrió, con aquella sonrisa atractiva e irresistible. -Un caprichito, Boss. Un delicioso capricho –puso la misma cara que un crío frente al escaparate de una pastelería. El Boss lo miró de soslayo. Aquello no le gustaba nada. -Me gusta tu ayudante, qué le vamos a hacer… -continuó el perverso Héctor. El Boss estalló en una estruendosa carcajada. -¿Nicolás? Me temo que lo tienes bastante crudo con él. -Claro que no, hombre. Me refiero a ella… Me encantaría llevármela conmigo. Me gusta, es tan recta y justa… me encantaría doblegar ese carácter, me gustan los retos. El Boss notó que la sangre de su envoltura mortal empezaba a hervir de nuevo. ¡Estúpido! Claro que se refería a Mercedes. Entonces agarró a Héctor por las solapas del abrigo y sus narices, por un momento, se tocaron. -¡Atrévete, escucha bien lo que te digo, atrévete y desearás no haberte enfrentado jamás a mí! –Héctor seguía sonriendo -¿Sabes lo que haré si osas simplemente pensar en ella? Cogeré a todos los que tienes en tu territorio, todas esas almas pecadoras que penan eternamente por su perfidia y me los llevaré a mis dominios. Irán encantados y tú, ¡tú, Luzbel! ¡te quedarás completamente solo! Puedo hacerlo y lo sabes. Nadie querrá quedarse contigo ante la tentadora oferta del paraíso. Serás historia entonces, vagarás triste y solo durante toda la eternidad. ¡Lo haré! Entonces Héctor se soltó y, mirando hacia el cielo, soltó un alarido digno de la peor alimaña, largo y profundo, en una frecuencia sólo audible para los animales más sensibles. Acto seguido, la figura de un rayo enorme se dibujó en el firmamento. El meteoro impactó sobre la torre de la iglesia y, diez segundos después, empezó a llover torrencialmente. Antes de ponerse a cubierto, el Boss tuvo tiempo de presenciar cómo Héctor se desvanecía en el éter. Entonces respiró tranquilo. La amenaza había surtido efecto. *** Mercedes dejó que Nicolás durmiera durante su última mañana en la Tierra. Bajó a hacerse un café. El Boss ya estaba aposentado en la cocina y había hecho un desayuno delicioso. Le dijo a Mercedes que se sentara, que él se lo serviría. Ella no tenía demasiadas ganas de hacer los honores a la deliciosa tarta de crema. Tenía los ojos enrojecidos y el Boss notó que había estado llorando. -Todos los años igual ¿eh? –le dio unas palmaditas cariñosas en la espalda – Espero que sea los primeros días y después se te vaya pasando. Es muy buena la labor que haces aquí y estoy seguro de que estás concentrada mientas la llevas a cabo. Si estuvieras todo el día pensando en él, no serías tan eficiente. Ella se secó los ojos y bebió un sorbo de café. -Todo esto me ayuda a estar entretenida. Si algo tengo claro es que no puedo basar mi vida en los diez días al año que paso con él… ¡Pero son tan pocos! ¡Lo echo tanto de menos! No es que sea infeliz cuando no está, efectivamente, lo soy los primeros días y mucho. Tampoco quiero quejarme, las cosas son así y no se pueden cambiar. -Eres muy sensata –murmuró él –A mí me gustaría que pudierais estar más tiempo juntos, pero es imposible… -Me hago cargo –Mercedes encendió el primer cigarrillo del día –Ah, al final le dije lo del aborto. Y la verdad es que me siento liberada de un gran peso… -Ya te dije que lo dejaba a tu elección. No quise meterme, puesto que era un asunto vuestro. Y supongo que el año que viene podremos contar contigo ¿No? -Claro –sonrió Mercedes. -Te digo lo de siempre. Sin compromiso. Si cambias de planes… Ella recogió los cacharros del desayuno y empezó a meterlos en el lavavajillas. -Para bien o para mal yo pertenezco a Nicolás en cuerpo y alma –contestó –Podía haberme casado con Lorenzo, que, a priori, parecía tenerlo todo, y si no lo hice fue porque es a Nicolás a quien quiero. ¿Que son sólo diez días al año? Menos da una piedra. El Boss se quedó pensativo unos instantes, recordando la amenaza de Héctor. Durante ese año tendría que duplicar la vigilancia sobre Mercedes, no las tenía todas consigo. -Ven que te dé un abrazo –le dijo en un arrebato de cariño. Abrazados estaban cuando llegó doña Dorinda. -Niña, déjate de tanto merengue y sal fuera, que Juan quiere hablar contigo. ¿No te llega con uno solo que tienes que amartelarte con los dos? –guiñó un ojo al Boss. Mercedes salió y se quedaron solos. -¿Le apetece un trozo de tarta? –preguntó el Boss amablemente. -Claro –doña Dorinda se sentó –Aunque seguro que no está tan buena como la que hace mi Mercedes. Al Boss le hacía gracia cómo aquella mujer fluctuaba continuamente entre el orgullo y la disciplina férrea en lo que respectaba a su hija. -Dígame –dijo doña Dorinda –Ustedes poco tienen que ver con la seguridad nacional ¿verdad? El Boss puso cara de circunstancias. -Teníamos algo que hacer aquí, algo importante. Y ya lo hemos hecho. No sé cómo darle las gracias por su hospitalidad y todas las molestias que le hemos causado… -Déjese de rollos –cortó la anciana –Mi Mercedes estará bien con ese… Nicolás ¿Verdad? El Boss se dio cuenta de que era imposible engañar a doña Dorinda. Demasiado perro viejo. También tuvo claro que guardaría el secreto. Era toda una dama. Otra en su lugar habría ido cotorreando por todo el pueblo la verdadera identidad de tan ilustres huéspedes. -Yo respondo por él, señora. Ya sabe que no pueden verse todo lo que quisieran, pero Nicolás es una excelente persona y quiere a Mercedes con locura. Doña Dorinda parecía buscar algo con frenesí. -Vaya, esta maldita Mercedes se ha llevado el tabaco. Dígame otra cosa: ¿cómo está mi viejo trasto? El Boss se echó a reír. Evidentemente, no la habían engañado. -Echa de menos sus discusiones –contestó. -Dele recuerdos de mi parte –rió doña Dorinda –Y dígale que hasta me he olvidado de sus continuas infidelidades –su rostro se ensombreció –Los últimos años estaba bastante calmadito ya ¿sabe? De hecho, creo que fueron los más felices de mi vida matrimonial. ¡A la vejez viruelas! Y cuando ya más o menos nos entendíamos, va el maldito viejo y se muere… Ya podía habérmelo dejado un poco más –refunfuñó. -Dorinda, yo no tengo poder sobre las arterias de la gente… -comenzó él. Gumersindo Díaz había muerto de un derrame cerebral, tres años antes. -Ya lo sé, ya… Sólo era una broma de las mías. También sé que no somos eternos… En fin, ahora por lo menos tengo a mi Mercedes para alegrarme mis últimos días. -Trátela bien. No sabe usted el tesoro que tiene –murmuró el Boss. -Sí lo sé, sí. Ahora, me gustaría que no se largara siempre con el tabaco… voy a buscarlo –Se estaba levantando cuando escuchó el motor del todoterreno y ambos vieron cómo el vehículo salía de la finca. Dada la forma de coger la curva de la salida, era Mercedes quien conducía. -¿A dónde irá a toda prisa y a estas horas? –se preguntó doña Dorinda en voz alta. -O no la conozco, o va a arreglar el mundo –sonrió el Boss, pasándole a la anciana un brazo por los hombros. *** Se reunieron en un café en el pueblo de al lado. -Bueno, Lorenzo ¿qué me dices? –preguntó Mercedes. El eficiente y muy madrugador Juan le había dicho aquella mañana que si quería hacer viable el proyecto de sociedad con Marián haría falta otro capataz. Mercedes pensó enseguida en Lorenzo: sabía cómo llevar una granja y necesitaría un trabajo para empezar de cero. Mercedes era una buena persona y pensaba que todo el mundo merece una segunda oportunidad: ella misma la había tenido y la había aprovechado. Así que primero se dirigió a casa de Marián para proponérselo y para ver cómo estaba después del berrinche de la noche anterior. La encontró bien. Por lo menos, ya no tenía aquella expresión medrosa y desencajada de los días precedentes. -Mercedes… No dirás nada de lo que te conté ayer ¿verdad? Me encerrarían en un manicomio. -¡Por supuesto que no! No te preocupes y procura olvidarlo. A veces a todos nos pasan cosas raras e inexplicables ¿sabes? –le guiñó un ojo. -Para una vez que se me ocurre echar una cana al aire… -se lamentó –Yo creo que ese hombre, el tal Héctor, era el mismísimo demonio… Mercedes no se atrevió a afirmar ni negar. -Olvida todo eso –Le apretó el brazo con cariño. Marián sonrió. -No… no puedo. Verás, hasta que llegó David todo era perfecto y… maravilloso. No creo que pueda olvidarlo nunca. ¡Pobre Marián! pensó Mercedes. Para una vez que tenía una experiencia satisfactoria, tenía que haber sido con… él. -A ver, he venido a hablarte de un asunto –intentó cambiar de tema y no perder más el tiempo. Le quedaban horas para separarse de Nicolás. Así que entró en materia. Al principio Marián no estaba muy convencida, viendo todos los chanchullos en los que estaba metido el ex-alcalde. Mercedes le dijo que, al igual que ella tenía una nueva oportunidad en la vida, a Lorenzo no se le debería negar ese derecho. Al final logró convencerla. Llamó a Lorenzo, que se hallaba solamente a media hora de coche, y organizó una reunión informal. Lorenzo llegó puntual al lugar de encuentro. Había adelgazado y tenía profundas ojeras bajo los ojos. No se atrevía a mirar a Mercedes a la cara. Ella se comportó como si no hubiera pasado nada y expuso su plan. -Si no te resulta muy humillante, podrías vivir en la antigua casita de tu capataz – le dijo Marián. Yo tendré que vivir en la casa grande con mis hijos, puesto que ya tengo comprador para la mía y con ese dinero te pagaré la compra de la granja. Lo digo por si quieres ahorrarte la vivienda. -Eres muy amable, Marián –contestó Lorenzo –No me supondrá ningún problema vivir en la antigua casa del capataz. Realmente, no le tengo ningún apego a esa granja. No me sentiré humillado por no vivir en la casa grande, no te preocupes. -Voy a necesitar mucha ayuda, Lorenzo. No tengo ni idea de granjas –Marián sonrió. -Te ayudaremos. Yo tampoco sabía gran cosa y mírame ahora –intervino Mercedes. Lorenzo las cogió de la mano. -Gracias por esta oportunidad. Está visto que no sirvo para delincuente. Sabré aprovechar este nuevo comienzo. No es lo mismo trabajar para ti que trabajar contra ti, Mercedes. Además, al vender la granja tendré un colchón para el futuro y me veré libre de todas las obligaciones que suponía, sí… creo que estaré mejor como asalariado que como empresario, mucho mejor. También me gustaría dejar arreglado ahora el tema del parque empresarial, esa maldita sociedad que tenía con tu marido, Marián. Mercedes se levantó. -Entonces os dejo. Ese tema no es de mi incumbencia y tengo muchas cosas que hacer. Os espero por la tarde en la representación del Belén viviente ¿Eh? Los otros prometieron que no faltarían. Mercedes los dejó charlando animadamente sobre planes de futuro. *** Las muchas cosas que tenía que hacer Mercedes incluían llorar en el hombro de Nicolás durante un buen rato. -¿A qué hora te vas? –preguntó con voz sollozante. -Cuando diga el Boss. Ya sabes que… -“El reparto de juguetes empieza por la tarde” –remedó ella –Me lo sé de memoria, hombre. Aparte de llorar, Mercedes también le contó lo que había hecho aquella mañana. -Sé que Lorenzo no te gusta, pero creo que merece una oportunidad. Bueno, no la merece, pero… -Sí, entiendo lo que quieres decir. Pero ojito con él. Como intente algo contigo apareceré para darle un puñetazo. -Ojalá intente algo entonces… -dijo Mercedes esperanzada. -Estoy muy orgulloso de ti. Se te ocurren muy buenas ideas. El Boss estará satisfecho. -Ay… lo que daría yo por un día más… -gimió ella. -Sí, y si lo tuvieras querrías dos más, o cinco más, o quince más… -Eso también es verdad. No quiero quejarme, pero no puedo remediarlo. Qué largo se me va a hacer el año… Sonó la campana del porche llamando a comer. Se abrazaron por última vez y se dispusieron a bajar para reunirse con el resto. *** -Felicidades, Mercedes. La función ha quedado preciosa. Era don Antonio el que la felicitaba de forma tan calurosa. Sí, la función había sido un éxito, todo el mundo había hecho muy bien su papel y el tiempo se había comportado. Ni frío excesivo ni lluvia. El párroco estaba entusiasmado, a pesar del disgusto que tenía por la torre de la iglesia. Antes de empezar la representación del misterio, Mercedes había dirigido unas palabras al público y había propuesto hacer una primera colecta allí mismo. Todo el mundo se había rascado el bolsillo. Dos maestros canteros que estaban allí presentes se ofrecieron a ayudar gratuitamente en la reconstrucción. -Ya ves, hija. Lo que Dios quita por un lado lo da por el otro –puso cara de arrobo. -No creo que Dios haya tenido nada que ver en la destrucción de la torre – Mercedes se acarició la barbilla. Cayó un rayo y ya está, no hay más misterio. -Bueno, yo no estoy de acuerdo, pero… tampoco hay que estarlo siempre, ¿verdad? Veo que el maligno ya no está entre nosotros. -No, afortunadamente, parece que se ha ido. Menos mal –Mercedes miraba por encima de las cabezas de la gente, buscando a Nicolás y al Boss. Estaba deseando que el párroco se marchara, pero el buen hombre parecía tener ganas de cháchara ese día. -Bueno, supongo que te ocuparás de la organización del Belén del año que viene –continuó don Antonio. Ella bajó la cabeza. Iba a darle un disgusto al pobre hombre. -Pues… no. Lo siento mucho. Efectivamente, el párroco quedó pasmado con la respuesta. -El lunes presentaré mi renuncia como concejala. Dejo la política. Lo había estado pensando cuando volvía de la reunión con Marián y Lorenzo. Una sociedad exigía más tiempo y dedicación. Ya no era su subsistencia y la de sus empleados la que estaba en juego. Había convencido a Marián para emprender un proyecto completamente nuevo para ella y no podía permitirse el lujo de fracasar. Tendría que estar centrada en la granja las veinticuatro horas del día, y eso porque el día no tenía treinta y seis, que si no… Explicó sus razones a don Antonio, que asintió con la cabeza. -Muy bien, hija. Me alegro mucho de que hayas acogido a Marián, siempre me pareció que no os llevábais muy bien, y ahora necesita ayuda y guía. Por otro lado, me sorprendió la renuncia de Lorenzo como alcalde, pero tampoco quise indagar más. Tú sabrás lo que ha pasado ahí y confío en tu sensatez para que todo llegue a buen puerto. -Claro, claro… descuide –Mercedes seguía estirando el cuello en busca de Cristóbal y Nicolás. Reflexionó: el primer año Nicolás se había marchado sin despedirse. El segundo, era ella la que lo había hecho. Sospechaba que los dos hombres habían aprovechado en gentío y la confusión reinantes para marcharse sin decir adiós. Consiguió librarse del cura y empezó a buscarlos entre la gente. Ni rastro. -¿Buscas a alguien? –Lorenzo y Marián aparecieron sonrientes a su lado. -Mis invitados, Cristóbal y Nicolás. ¿Los habéis visto? Intervino Lorenzo: -A decir verdad, sí. Los vi hace un rato por la carretera, como si se marcharan del pueblo. Mercedes suspiró. Otra vez habían eludido las despedidas. En fin… -¿Estás bien? –preguntó Marián. -Sí, perfectamente –Volvió a suspirar. -La obra ha sido maravillosa –continuó la viuda –Estarás contenta. Mercedes los miró con ojo clínico. -¿Habéis venido juntos? –preguntó. Marián sintió una súbita timidez y enrojeció. -Bueno, hoy invité a Lorenzo a comer con nosotros para ultimar los detalles y decirles a los niños lo del cambio de casa, la sociedad y todo eso, y ya nos vinimos juntos, sí… Mercedes tuvo una idea. -Lorenzo ¿Cenas solo hoy? Vente a casa, somos un montón y será divertido. Ahora fue a Lorenzo a quien invadió la timidez. -No quiero molestar… y puedo ir a casa de mi hermana. Mercedes sonrió. -No molestas, no hay el menor problema. Estaremos encantados de que vengas – Se volvió a Marián –Supongo que vosotros cenáis con tu madre… Marián asintió. -Y con mi suegra… -Pues veniros después de la cena, mujer. Los chicos de los invernaderos han formado una especie de banda de música y todos los años nos hacen un conciertillo y cantamos y bailamos. Lo pasaremos genial. Tras unos segundos de duda, Marián aceptó. Mercedes se alejó a buscar a su madre para volver a casa y echar una mano en los preparativos de la Nochebuena. Analizó su estado de ánimo. No estaba tan mal, decidió. Doña Dorinda estaba acompañada de doña Juana. Charlaban animadamente. -Una obra preciosa, Mercedes –dijo doña Juana. -Gracias –contestó la aludida con una sonrisa –Es usted muy amable. -Le estaba preguntando a tu madre si le gustaría apuntarse a nuestra partida de julepe de los martes. No somos más que un montón de viejas, pero… creo que lo pasará bien. Mercedes vio el cielo abierto. -Claro que irá ¿verdad, mamá? –no la dejó ni contestar –¿Será en su casa, Juana? Yo misma me encargaré de llevarla. Cuente con ella. Mientras se alejaban, doña Dorinda cogió a Mercedes por la cintura. -Se han ido. No se han despedido de ti ¿verdad? Mercedes se encogió de hombros. -Como siempre… Es mejor, madre. Llevamos mal lo de las despedidas. No te preocupes, estoy bien. -Más te vale, hay un montón de cosas que hacer al llegar a casa… Y ponte una falda. Hoy no es día de llevar pantalones. Mercedes pasó un brazo por los hombros de su madre y le besó el pelo. Abrió el audi con el mando a distancia, la puerta del copiloto y ayudó a doña Dorinda a subir al vehículo. -Y vete despacio, niña. Cada vez te pareces más a ese Fernando Alonso o comosellame. Mercedes sonrió, metió primera y arrancó. Un minuto después, el coche se perdía en lontananza. FIN PAPÁ NOEL IV: LA SALA DE ACLIMATACIÓN. ANA VÁZQUEZ VILLARREAL 15 DE DICIEMBRE Mercedes cerró cuidadosamente la maleta que reposaba encima de la cama y echó una última mirada a su habitación. El fuego de la chimenea arrancaba facetas a los muebles de castaño, creando un ambiente muy acogedor. Fuera, la temperatura debía de rondar los dos grados bajo cero. No eran más que las nueve de la mañana y el sol de diciembre brillaba débilmente. "Qué latazo viajar en invierno" pensó mientras observaba la pesada maleta. La ropa de abrigo ocupaba el triple, y teniendo en cuenta que iba a estar fuera unos diez días, había que llevar bastantes cosas. Como no conocía aún la naturaleza de la misión de aquel año, tenía que llevar un poco de todo, más algún vestidito mono por si salía a cenar algún día con Nicolás. Se estremeció pensando en que ya quedaban pocas horas para el encuentro. El Boss había sido claro en el mensaje que dos días antes había llegado a su teléfono móvil: plaza del Callao, Madrid, a las 15.00. Por un momento pensó en qué clase de misión se irían a meter aquel año, pero la curiosidad no le duró mucho tiempo. La alegría de volver a ver a Nicolás, aunque sólo fuera por diez días, le impedía centrarse en otra cosa. Entró Graciela en la habitación, interrumpiendo sus pensamientos. -Ya yo le cargo la valija, señora. Su mamá la está esperando abajo para desayunar. "Será para redesayunar" pensó Mercedes, que llevaba levantada desde las seis de la mañana. Había ido a dar las últimas órdenes a Emerson y a Juan sobre lo que había que hacer en su ausencia, y, de paso, a despedirse. Tampoco entendía a qué venía ahora esa necesidad de despedirse de todo el mundo, sólo iba a estar fuera diez días, pero el caso es que también había acudido el día anterior a casa de Marián y Lorenzo a despedirse de ellos, y, de paso, todo sea dicho, a ver al bebé. Mercedes no era persona dada al envanecimiento, pero no podía remediar sentirse orgullosa de la labor que había hecho aquel año. Había conseguido que dos buenas personas cambiaran de vida y fueran más felices. Marián le había comprado la granja a Lorenzo, lo había hecho su capataz y se había asociado con Mercedes. A pesar de la crisis, se las componían bastante bien para salir adelante. Como se había figurado, el roce hizo el cariño y no tardó en surgir la chispa entre ellos. Marián se había quedado embarazada en febrero y en abril se casó con Lorenzo. Miel sobre hojuelas: ella se había deshecho de un pretendiente bastante pesado y Marián, después de un infausto matrimonio plagado de malos tratos, había conseguido encontrar a alguien que la mereciera de verdad. El pequeño Lorenzo había nacido a finales de noviembre y todos estaban encantados. -Te echaremos de menos mientras estés fuera -había dicho Marián cogiéndole las manos -Vas a ver a Nicolás ¿verdad? Mercedes asintió. Esperaba que no le hicieran preguntas comprometedoras sobre el secretísimo trabajo que mantenía a su novio apartado de ella durante casi todo el año. Marián, por suerte, era discreta. Y más desde que el año anterior hubiera sufrido una experiencia de lo más extraña e inexplicable, un viaje por el lado oscuro, algo que no quería recordar y que había aprendido a apartar de sus pensamientos. -Dale muchos recuerdos de nuestra parte -intervino Lorenzo -Y no te preocupes, mientras estés fuera no llevaremos el negocio a la ruina. Ella se echó a reír y se abstuvo de decir que si eso no sucedía, sería más bien por la sagacidad que había mostrado Marián para los negocios, no por la de Lorenzo. *** Doña Dorinda estaba en la cocina, bien arrimada a la salamandra de hierro. Odiaba el frío con toda su alma. -Buenos días, mamá -saludó Mercedes al entrar. -¿Hay café caliente? -Pues claro -contestó doña Dorinda -Tómate un tazón bien grande, te espera un viaje largo. No sé por qué te tienes que marchar justo ahora... Mercedes dio un sorbo al café que su madre le había puesto delante y encendió un cigarrillo. -No seas pesada, madre. Te guste o no, me voy a ir unos días. Con todo el trabajo que hemos tenido este año, creo que me merezco unas vacaciones. Doña Dorinda se sentó también y robó un pitillo a su hija. -Ya... vacaciones con el novio. Vaya suerte la tuya, un novio al que sólo ves diez días al año. Menudo futuro que te espera. Así nunca formarás una familia. Mercedes entrecerró los párpados. Qué aburrimiento de conversación. Era como un bucle del que no se podía salir. Se levantó a coger un trozo de bizcocho. -Tú eres mi familia, mamá. No me des la brasa. No me apetece hablar otra vez del mismo tema, sobre todo teniendo en cuenta que jamás nos pondremos de acuerdo. Doña Dorinda amagó un puchero. -La verdad es que te voy a echar de menos. Mercedes sintió un arrebato de ternura hacia su madre y le dio un abrazo. -No te preocupes, mujer, si estaré de vuelta mucho antes de que te des cuenta. Además, ahora tu partida de julepe te tiene bastante ocupada ¿no? –Doña Dorinda había retomado contacto con parte de las amigas que había tenido de joven en el pueblo. -Sí, ¿y quién me va a llevar? –lloriqueó la anciana. Mercedes encendió un cigarrillo. -Graciela o Emerson te llevarán, mujer. No seas agonías. Quién sabe, a lo mejor durante mi ausencia te echas un novio y todo… Doña Dorinda torció el morro, pero se le escapó media sonrisa. Durante ese año, en que había tenido verdadera vida social por primera vez en su vida, muchas cosas habían cambiado. Una mañana, Mercedes la llevó a la peluquería del pueblo y la obligó a despedirse de su moño canoso. Ahora Doña Dorinda llevaba una melenita rubia a la altura de la oreja que le había quitado diez años de encima. Mercedes también la había obligado a deshacerse de su anticuado guardarropa. -Nada de negro –había sentenciado en la elegante boutique de la ciudad a la que habían ido –Se acabó el negro. No te voy a pedir que te vistas de colorines, como las viejas cacatúas inglesas que vienen a hacer turismo, pero sí un poco de marrón, beige, verde, azul marino… También la apuntó al curso de gimnasia de mantenimiento para mayores que se impartía en el centro de día del pueblo, al que también asistía su amiga del julepe, doña Juana, artífice, junto con Mercedes, de la nueva vida de doña Dorinda. Doña Juana sí que sabía disfrutar de la vida, iba a los viajes del Imserso y se apuntaba a un bombardeo, así que a doña Dorinda aquel año se le había pasado volando. Mercedes se limpió cuidadosamente con la servilleta y apagó el cigarrillo. -Me voy, mamá –anunció –Quiero ir despacio y con tiempo sobrado, así que prefiero ir arrancando. -¿Despacio tú? –doña Dorinda amagó una carcajada -¿Con ese trasto infernal que te gastas? Anda ya… Las dos mujeres echaron a andar hacia el exterior. Emerson ya había traido el coche hasta la puerta. El audi TT plateado relucía como un diamante bajo el pálido sol de diciembre. -Llámame cuando llegues –rogó doña Dorinda. -Por supuesto –Mercedes la abrazó y le dio un beso en la arrugada mejilla –Pórtate bien durante mi ausencia. -Vete a la porra, niña –contestó la madre. Mercedes subió al coche y arrancó. Por el retrovisor vio cómo su madre, Emerson y Graciela le decían adiós con la mano. *** Cruzó el pueblo cinco minutos después para tomar la carretera de Madrid. Sí era cierto que se quería tomar ese viaje con calma. Le gustaba mucho conducir rápido y era una experta, con unos reflejos excelentes y nervios de acero, pero estaba tan histérica pensando en el encuentro con Nicolás, que ese día no respondía de su pericia. Acarició el volante de cuero con cariño. Había estado a punto de cambiar de coche aquel año. Un día llevó a poner a punto el audi y el encargado del taller del concesionario la arrastró al expositor para enseñarle el audi A5. La crisis y el cariño que le tenía a su TT la frenaron. Ya se lo plantearía el año que viene. Le quedaban todavía unos cuantos kilómetros de carretera hasta acceder a la autovía. El día estaba limpio, fresco y claro. Conectó el reproductor de mp3 y puso música suave. Pensó un poco en cómo había pasado el año. Bastante bien, decidió. Sobre todo si lo comparaba con el anterior. Se había notado la crisis, por supuesto, pero el haberse asociado con Marián para diversificar los cultivos había sido una idea magnífica. Para empezar, se había descargado de no poco trabajo. El cultivo de kiwis había sido todo un acierto, era una fruta con excelente salida en el mercado, dadas sus propiedades saludables. Los huevos se seguían vendiendo muy bien. No había tenido que prescindir de ningún empleado, aunque parte de ellos se habían trasladado a la granja de Marián. Una suerte increíble, viendo como estaba el panorama en el país. Sí, Mercedes se sentía satisfecha. Pero en su fuero interno, lo que más le satisfacía era cómo había llevado el tema de Marián y Lorenzo. El ex –alcalde no se distinguía por su timidez, la propia Mercedes había tenido ocasión de sufrirlo, pero con Marián se comportaba como un colegial y todo su desparpajo desaparecía. Mucho tuvo que mediar Mercedes, invitándolos a comer y cenar y dejándolos solos en la sobremesa, pretextando cualquier cosa. Un día organizó una cena en la ciudad y los invitó a dormir en su piso. Se abstuvo de comentar que se había deshecho del cuarto de invitados, así que ella acabó durmiendo en casa de Fernando y Juan, sus ex –compañeros de la biblioteca. -En el fondo eres una romántica incorregible –le había dicho Fernando, sin el menor asomo de enfado porque ella irrumpiera en la intimidad de su hogar a las dos de la madrugada. A partir de esa noche, todo había cambiado. Marián también se había tomado su tiempo. Acababa de enviudar en trágicas circunstancias y su vida matrimonial había sido un desastre, lo que, a priori, la hacía desconfiar de todos los hombres. Lorenzo había hecho una verdadera labor de zapa para convencerla de sus verdaderos sentimientos. A Mercedes le hacía gracia el asunto: Marián se comportaba con Lorenzo con una gazmoñería desesperante, sin embargo no había tenido el menor reparo en caer en brazos del seductor Héctor el año anterior, a las pocas horas de conocerlo. De hecho, la infidelidad de Marián con Héctor había sido el detonante de la muerte del marido. Levantó inconscientemente el pie del acelerador al acordarse de la bella encarnación del maligno, Héctor. Eso había sido lo único que le había causado inquietud aquel año. A veces le parecía notar su presencia rondándola, ya fuera en forma de brisa repentina, de súbito bajón de la luz, de extraña e inexplicable sensación de calor. Y sentía miedo, miedo de él y de sí misma. Alguna vez le había parecido sentir una mano invisible acariciándole los pechos, descendiendo por su columna vertebral, rodeándole los muslos. Y no era Nicolás, ni tampoco su imaginación. Los años anteriores nunca había tenido sensaciones tan reales. Se sentía vigilada por aquel sujeto en numerosas ocasiones, no podía remediarlo. Se reñía a sí misma diciéndose que sólo eran aprensiones suyas, pero a veces… la presencia era demasiado real. A las diez y media hizo la primera parada para tomar un café y fumar un cigarrillo, aparte de la obligada visita al baño. La dueña del bar la conocía, pues era parada obligada para todos los del pueblo cuando iban a Madrid, y se empeñó en que probara el delicioso roscón que había hecho aquella mañana. -Está buenísimo, Fina –farfulló Mercedes con la boca llena. -Ya puede, usé huevos de los tuyos para hacerlo –rió la mujer -¿Vas a la ciudad? Qué peripuesta vas, chica. -Me voy a Madrid, hija. Unos cuantos días. Tengo cosas que hacer. Fina sacó veinte euros de la caja registradora. -¿Me compras un décimo en doña Manolita? Si tienes tiempo, ¿eh? Si no, pues nada. Mercedes cogió el dinero. -¿Qué terminación quieres? Ya sabes que es difícil elegir allí. -Bah, la que tú quieras. Tampoco es cuestión de ponerse repelente. Mercedes cogió el bolso y rebuscó dentro. -Bueno, sigo viaje. ¿Qué te debo? -Nada, hermosa. Invita la casa. Que tengas buen viaje. *** Nicolás y el Boss se hallaban en la Plaza Mayor observando con curiosidad los puestos de belenes. -Fíjate, Nicolás. Lo que más gracia me hace de los humanos es toda la suerte de explicaciones que inventan para darme origen -Cogió un Niño Jesús del pesebre de uno de los belenes, pero ante la furibunda mirada del vendedor, lo volvió a dejar en su sitio -Probablemente se llevarían una buena sorpresa cuando supieran la verdad, ¿no crees? Nicolás no contestó, estando como estaba absorto en sus pensamientos. Llevaba toda la mañana hecho un manojo de nervios pensando en ella. No paraba de mirar el reloj, y eso que no estaba acostumbrado a él. De donde él venía, el tiempo y el espacio no existían. -Nicolás... ¿Me estás escuchando? El Papá Noel volvió a la realidad. -Perdona, Boss. Estoy un poco nervioso. -Bien puedes decirlo -el Boss sonrió -¿Cuánto tiempo estuviste esta mañana en el cuarto de baño acicalándote? Quizá sea un error eso de que tengas envoltura mortal sólo unos días al año, no sirve para nada más que para hacer aflorar tu vanidad terrenal. Nicolás miró al Boss con desagrado. -Anda, me vas a decir tú que no te gusta tener un poco de envoltura mortal algunos días al año, Boss. Aunque sólo sea por las comilonas que te metes. -Touché -contestó el Boss -He de confesar que comer es algo muy... agradable. Sobre todo teniendo en cuenta que paso tan pocos días aquí que no me da tiempo a engordar. Nicolás encendió un cigarrillo. Estaba muy nervioso y necesitaba fumar. -¿Cuál es el plan para hoy? -preguntó. -Bah. Toma de contacto. Cuando llegue Mercedes nos iremos a comer a ese sitio donde hacen los huevos fritos, ¿cómo se llama? -Casa Lucio -Contestó Nicolás. Y a continuación, espetó -¿No te da vergüenza irte a Lucio con la hambruna que están pasando en África? El Boss enrojeció, cosa que le resultó sumamente desagradable. Había sensaciones humanas a las que nunca se acostumbraría. -Bueno, hombre... alguien se está ocupando de eso ya. Pues eso, iremos a los huevos estrellados o como se llamen y después haré yo unas gestiones. Vosotros podéis ir al hotel a poneros al día, no empezaremos en serio hasta el día siguente. Nicolás se mostró sorprendido. -Qué generoso por tu parte -su voz sonó peligrosamente meliflua -¿A qué se debe tanta comprensión y amabilidad? El Boss se encogió de hombros. -Ya te he dicho alguna vez que simpatizo con las pasiones humanas bastante más de lo que crees. Será mejor que estéis juntos unas horas y después tengáis los cinco sentidos puestos en la misión. Aunque este año no está demasiado difícil, me gustaría tener otro éxito rotundo, a poder ser sin que muera nadie. Los dos últimos años siempre se han saldado con víctimas, no sé cómo os las arregláis. Nicolás apagó el cigarrillo con el zapato. Se estaba empezando a enfadar. -Oye, oye, que eso no es culpa nuestra. No podemos estar en todas partes a la vez. En todo caso, será culpa tuya por elegir misiones con gente tan malvada dispuesta a liquidar a sus semejantes. El Boss optó por ser conciliador, entendía que Nicolás estaba nervioso. En ese momento sonó su móvil y, viendo de dónde procedía la llamada, se hizo a un lado. -Nicolás, sigue tú, ahora te cojo. Tengo una llamada. Y Nicolás siguió andando, ajeno a todo lo que no fuese pensar en su querida Mercedes. Ay, qué poco quedaba ya para abrazar a su chica. *** Unos kilómetros más adelante, la niebla hizo su aparición. Mercedes encendió los faros antiniebla con un gesto de fastidio. Era lógico, por esa zona se formaban muchas en aquella época del año, sobre todo si habían pasado varios días sin llover. Aminoró la velocidad y, en un instante, quedó deslumbrada por los potentes faros de un coche que estaba detrás del suyo y que parecía haber salido de la nada. -¿Pero será gilipollas...? -bramó. Por el retrovisor hizo un gesto para advertir al conductor de que estaba demasiado pegado a ella, pero éste hizo caso omiso. Entonces encendió los cuatro intermitentes y aminoró la velocidad. La niebla era cada vez más espesa. Miró hacia la línea blanca que delimitaba el arcén para no perder la orientación. Súbitamente, el coche empezó a adelantarla a velocidad supersónica. Mercedes tocó el claxon en señal de protesta. Vaya, y después decían que ella conducía como una loca. ¿A qué descerebrado se le podía ocurrir adelantar en aquellas circunstancias, con visibilidad cero, en línea continua? Empezó a sentir terror. El coche se perdió entre la niebla, se esfumó del mismo modo en que había aparecido. Mercedes encendió un cigarrillo. No le gustaba fumar en el coche pero entendía que en este caso estaba totalmente justificado. ¡Menudo animal, como para provocar un accidente! -¿Me das fuego, nena? El coche se le fue de las manos, invadió el carril contrario y, gracias a sus reflejos, recuperó su trayectoria. En el asiento del copiloto, el bello Héctor sostenía un cigarrillo entre los dedos y la miraba con aquella sonrisa desarmante. *** Lorenzo fue el que salió a su encuentro al llegar al hospital. Sólo con verle la cara, Nicolás supo que las noticias no eran buenas: estaba totalmente desencajado. -Ya estáis aquí, menos mal –Abrazó al Boss y después a Nicolás. Las lágrimas rodaban por sus mejillas sin que pudiera remediarlo. -Está mal ¿verdad? –preguntó el Boss. Prefería que Nicolás supiera la verdad desde el principio. Lorenzo se sentó y escondió la cara entre las manos. -Muy mal, ya es un milagro que no se matara en el accidente. Casi habría sido mejor ¿sabéis? El coma es irreversible, eso ha dicho el médico. Pobre Mercedes, me he hartado de decirle durante todos estos años que conducía demasiado deprisa. Nicolás tomó asiento junto a Lorenzo, totalmente desfondado. -¿Cómo pueden saberlo tan pronto? –preguntó el Boss –Se supone que la cosa fue hace sólo unas seis horas ¿no? Lorenzo clavó sus ojos enrojecidos en los del Boss. -No hay actividad cerebral, no hay la menor actividad cerebral. Es un vegetal, maldita sea. Ayer estaba llena de vida, vino a despedirse, estuvo jugando con el niño, estaba feliz porque iba a verte –se dirigió a Nicolás, que seguía petrificado –Todo es una mierda, maldita sea… -dio un fuerte puñetazo en la pared. Llegó Marián con un vaso de café y pasó su pequeña mano por el hombro de su marido. Tenía los ojos inyectados en sangre e hinchadisimos de tanto llorar. -Tranquilízate, Lore. Rompiendo el hospital no vas a conseguir nada. Hola, chicos –saludó al Boss y a Nicolás. -Quiero verla –anunció este último, saliendo de su ensimismamiento. -Está bien –Lorenzo se levantó –Te acompaño. ¿Vosotros venís? Marián miró fijamente al Boss. -No, ya llevo allí demasiado tiempo. Cristóbal se quedará a hacerme compañía. ¿Verdad, Cristóbal? -Por supuesto –replicó el aludido. Cuando vio desaparecer a los otros dos, Marián comenzó a hablar con una voz sorprendentemente fuerte y serena. -No me voy a andar con rodeos. Mercedes no saldrá de ésta. Está muy mal. El Boss asintió con la cabeza. -Hace un año, Cristóbal, tuve una experiencia muy extraña en la que no he querido pensar hasta ahora. Tú estabas presente. -¿De veras? –contestó el Boss, dispuesto a negar todo. -Sí, recordarás la noche en que confesé mi desliz con aquel… aquel… Héctor o como se llamara. Sufrí un desmayo. El Boss se mesaba la barbita y fruncía el entrecejo, fingiendo que estaba intentando recordar. -Mmmm, sí, ahora que lo dices algo recuerdo… es lógico que te desmayaras, estabas sometida a una gran tensión. Marián sonrió con tristeza. Sólo había una explicación lógica para lo que había pasado y ella la iba a verbalizar por primera vez. -Fue algo curioso que no sé cómo explicar, pero no fue un desmayo, no lo fue. Salí de mi cuerpo. Hubo un momento en que pude veros a todos y a mí misma en aquella habitación. Mercedes te sujetaba por las solapas y decía nosequé sobre la alteración del orden natural de las cosas y te suplicaba que me salvaras. Tú me pusiste una mano en la cabeza y, de repente, una fuerza sobrenatural me arrastró nuevamente dentro de mi cuerpo. Tú lo hiciste. Se quedó callada esperando la reacción del otro. El Boss habló por fin. -No sé de qué me hablas –contestó, intentando que no le temblara la voz –Probablemente tuviste una alucinación durante tu desmayo, no creo que sea infrecuente. Marián hizo caso omiso y le cogió una mano. -Bueno, yo te lo pido ahora, te lo estoy pidiendo ahora –lo miró a los ojos. Al Boss le costó sostenerle la mirada sin pestañear –Sálvala, Cristóbal. Sálvala como hiciste conmigo. Por lo que más quieras, haré lo que sea a cambio. El Boss suspiró. -Lo que tú pides es un milagro y yo no soy la persona apropiada. Lo siento, no puedo ayudarte. Se levantó y se dirigió a la habitación de Mercedes. Cuando abría la puerta escuchó el llanto de Marián. *** Nicolás abrió la puerta quedamente y asustado por lo que se iba a encontrar. Durante su larga vida había visto muchos enfermos, muertos y moribundos, pero ahora era distinto. La mujer que amaba estaba en aquella cama, llena de tubos, conectada a espantosas máquinas cuyo funcionamiento no comprendía. Entró muerto de miedo y se acercó a la cama. Lorenzo permaneció fuera, esperando. No quería romper el momento de intimidad de Nicolás. -Dios mío, Mercedes –musitó al tiempo que le cogía la mano inerte y la besaba con suavidad -¿Qué te ha pasado? -Nada de esto habría sucedido si no hubiera ido a encontrarse con usted –la voz de doña Dorinda salió de las profundidades de la butaca que estaba a la izquierda de la cama. Nicolás ni siquiera se había fijado. Se acercó a la anciana, se agachó frente a ella y le cogió las manos. -Lo siento, lo siento muchísmo. No sé lo que ha pasado, pero no me culpe, por favor. ¿Cree que yo deseo verla en este estado? Doña Dorinda lloraba mansamente, sin hacer ruido. Simplemente dejaba que las lágrimas resabalaran por su arrugado rostro. -Venga conmigo –dijo Nicolás cariñosamente, cogiéndola por los hombros –Necesita usted descansar un poco y comer algo. -Gracias, pero no podría. No quiero dejarla sola. En aquel momento entró el Boss, acompañado de Lorenzo. -Nicolás, tengo que hablar contigo –dijo a su subalterno –Doña Dorinda, lo siento terriblemente, créame –El Boss abrazó a la anciana, que se sintió inmediatamente confortada –Debería usted descansar un poco y comer algo. -Yo me encargo –intervino Lorenzo –La llevaré al piso de Mercedes. Marián se volverá al pueblo y yo dormiré con ella. -No, no… -protestó doña Dorinda –Mercedes no puede quedarse sola. -No se preocupe, nosotros nos quedaremos –dijo el Boss –Descanse esta noche. -Está bien –doña Dorinda se puso en pie –Necesitaré fuerzas, porque no me pienso mover de aquí hasta que ella no salga por esa puerta conmigo – sentenció. 16 DE DICIEMBRE Horas después, el Boss y Nicolás intercambiaban opiniones. -Parece que la madre no quiere aceptar la realidad ¿no? –comentó el Boss. Nicolás asintió lúgubremente. -¿Qué te pasa, Nicolás? Apenas hablas. -¿Salimos a fumar un cigarrillo? –propuso el otro. Salieron al gélido aire de la noche. Nicolás fue el primero en romper el silencio. -Me siento culpable, Boss. Muy culpable. El Boss enarcó las cejas. -Siempre pensé que Mercedes y yo estaríamos separados mucho, mucho tiempo. Y fíjate, ahora sólo puede haber un final, el mejor para mí. En cuanto ella cambie de estado, estaremos juntos para siempre. Estoy feliz y me siento culpable, porque todo su entorno se sentirá muy desgraciado cuando ella ya no esté. No sé si me compensa que, para ser yo feliz, los demás no lo sean. El Boss suspiró. -Si fueras un egoísta no te remordería la conciencia, amigo mío. Y es natural que desees estar eternamente con la mujer que amas. No te sientas mal por ello. A mí me preocupan otras cosas, en cambio. Se sentaron en un banco. El frío era espantoso. -¿Por ejemplo? –preguntó Nicolás en tono invitador. -Marián me ha pedido que resucite a Mercedes –manifestó el Boss. Nicolás hacía aros con el humo. -O sea, que el año pasado se dio cuenta de todo… -Eso parece. Dice que salió de su cuerpo. Recuerda perfectamente cómo Mercedes me agarró desesperada por las solapas. Yo me he hecho el loco y dije que no podía ayudarla. Y es verdad –miró a Nicolás –Dije que no lo haría más y así será. Realmente, sabes que no tengo el poder de la resucitación. Ese día lo único que hice fue neutralizar la energía de Héctor, pero sabes que los enfermos y malheridos están fuera de mi alcance… y del de cualquiera. Nicolás asintió. Por supuesto que lo sabía. -Hay algo más que me preocupa bastante –continuó el Boss –Y no debería comentarlo contigo, pero tampoco puedo guardármelo, estoy angustiado. Nicolás sonrió quedamente. Se le hacía raro ver en el Boss reacciones humanas. Una cosa es que las tuviera él, que al fin y al cabo había sido humano, aunque muchos siglos atrás, y otra que las tuviera el Boss, que nunca había tenido naturaleza mortal. -Es el accidente. No me cuadra en absoluto –Sacó el móvil –Mira, Pedro acaba de mandar el informe de atestados. Ella iba a cuarenta cuando sobrevino el accidente. El coche quedó destrozado. Curiosamente, el cinturón de seguridad del asiento del copiloto estaba abrochado. ¿Qué me dices a eso? -¿Crees que iba acompañada? –preguntó Nicolás extrañado. -Sí. Lo creo. Nicolás estornudó. Hacía un frío horrible. De repente, de un arbusto próximo salió otro estornudo. Ahogado, como si hubieran intentado retenerlo sin éxito. -¿Pero qué demonios…? –Nicolás no pudo acabar la pregunta. Antes de que pudiera darse cuenta, el Boss se dirigió al arbusto y regresó con Héctor atenazado por el cuello. -Empieza a explicarnos qué estás haciendo aquí –escupió el Boss, aumentando la presión sobre Héctor, mientras con el otro brazo contenía a Nicolás, que se había levantado furioso. -Nada, dando un bonito paseo nocturno –Héctor sonrió, gesto que enfureció todavía más al Boss. -¡Maldita sea, Luzbel! Son las dos de la mañana, tenemos hambre y frío, estamos cansados y tristes. ¡Habla o te parto la crisma ahora mismo! –Y, como ejemplo, le dio al bello una sonora bofetada. -Eso es porque sólo os ponéis la envoltura unos pocos días al año, si hiciérais como yo, estaríais más entrenados –contestó Héctor con descaro. El Boss descargó un nuevo golpe en el rostro de Héctor. -Está bien, está bien –el malvado se sentó –Hago lo mismo que vosotros: esperar. -¿Esperar a qué, maldito cabrón? –intervino Nicolás. -A llevármela. La quiero. Es mía. *** Nicolás y el Boss hablaban en susurros. Los monitores seguían igual. -La situación se complica, Nicolás. Uno de los dos tiene que quedarse aquí de guardia mañana, tarde y noche. No podemos permitir que Mercedes cambie de estado y Héctor se la lleve. -Yo me quedaré. Aunque… ¿cuándo podría suceder eso? –Miró a Mercedes. Tenía la cabeza vendada y la mascarilla la hacía irreconocible casi. El Boss suspiró. -Ese es el problema, podría durar semanas, meses o años… Nicolás se levantó. -Vayamos al pasillo. No quiero hablar esto delante de ella. Ya sé que no se entera de nada, pero me da igual. El Boss aceptó. Salieron al pasillo pero dejaron la puerta de la habitación abierta. Habló el Boss. -Mira, hay una misión que cumplir y tengo que mandar a otro, está claro que tu puesto está aquí. Por otro lado, tengo que vigilar a Héctor, tú no tienes poder suficiente para detenerlo si se pone tonto. Lo deseable sería poder programarlo, y supongo que, dadas las circunstancias, lo propondrán mañana. -¿Te refieres a una desconexión? -Por supuesto. ¿Qué sentido tiene seguir como un vegetal por tiempo indefinido? ¿Qué clase de vida es esa? Nicolás se pasó la mano por el pelo. -Pero ya has oído a su madre… se negará. El Boss le dio unas palmaditas amistosas. -Ahí es donde entras tú, amigo mío. Te toca convencer a doña Dorinda. Tendrás que hacerlo en estos días, pues ya sabes que no puedes regresar hasta el próximo año, y en ese tiempo no respondo de lo que pueda hacer Héctor, no se le puede estar vigilando indefinidamente. Nicolás se dejó caer en la silla, totalmente presa de la desesperación. -A mí me odia… me cree el causante de todo esto. -Entonces tendrás que echar mano de todas tus dotes de seducción. *** Durante la noche, Marián había tenido un sueño agitado. No le gustaba dormir sola, se había acostumbrado a la presencia de Lorenzo en la cama. A las tres se había levantado a darle un biberón al bebé y, de paso, comprobar en el móvil que no había novedad desde el hospital. Se volvió a la cama, pero no pudo dormir durante un buen rato. La oscuridad le daba miedo, pero no sabría decir el motivo. No podía encender la luz, puesto que el bebé dormía plácidamente en su minicuna al lado de la cama. Así que optó por abrir la persiana y descorrer un poco las cortinas para que entrara la débil luz del alumbrado municipal. Con eso llegaría, y no despertaría al niño. Casi le da un infarto cuando vio la figura de Héctor en la ventana. Reculó con auténtico terror y se dirigió a la cuna donde dormía su hijo dispuesta a matar al bello en caso de que fuese necesario. -No te preocupes, no me interesa una mierda ese crío –dijo Héctor al pasar la primera pierna por el alféizar. -¿Qué haces aquí? –preguntó Marián con voz temblona –Déjame en paz, ya me has hecho bastante daño. -Venga, nena –Héctor echó mano de su voz más convincente –Sé que tu marido está en la ciudad, y yo estoy tan solito… podríamos recordar viejos tiempos. Además, ahora estás mucho mejor, ya no pareces una jamona. -De ninguna manera. Déjame en paz. -Oye, guapa –Héctor le cogió un brazo y se lo retorció con furia. Marián profirió un grito ahogado -¿Te acuerdas de lo que te hice la última vez que te pusiste tonta? Pues puedo volver a hacerlo, o a tu hijo, o a tus otros hijos, así que harás todo lo que yo quiera cuando yo quiera. ¿Entendido? A Marián se le dilataron las pupilas por el terror. Afortunadamente, en ese momento la puerta se abrió y entró el Boss sin hacer ruido. -No, hombre, dos veces en la misma noche no, ¿eh? –lo miró moviendo la cabeza en señal de desaprobación, como si hubiese pillado a un chiquillo haciendo una travesura –Deja de molestar ya a la señora, hombre. Hizo un gesto con el dedo y Héctor se desvaneció en el aire. Marián se dejó caer en la cama y empezó a llorar histéricamente. El Boss la abrazó hasta que ella se fue tranquilizando. Finalmente se durmió y él la arropó amorosamente. Después hizo una carantoña al niño y se marchó tan silenciosamente como había llegado. *** Nicolás tenía un aspecto espantoso. A las nueve en punto, Lorenzo hizo acto de presencia del brazo de doña Dorinda. -¿Qué tal ha dormido? –preguntó Nicolás por lo bajini. -Bastante bien, dadas las circunstancias –contestó Lorenzo –Le di un somnífero. Tú sí que deberías irte a dormir ahora, das auténtica pena. Nicolás no pensaba moverse de allí, tenía miedo de bajar la guardia y que apareciera Héctor. -Por lo menos dúchate y desayuna –insistió Lorenzo –El piso de Mercedes está sólo a diez minutos andando, ni siquiera hace falta que cojas un hotel. La palabra ducha sonó a música celestial en los oídos de Nicolás, pero aún así, se negó. Afortunadamente, en ese momento entró el Boss. -Ve a cambiarte, Nicolás. Y come algo. Ya me quedo yo, no te preocupes. -¿Pero tú no te marchabas? –preguntó Nicolás estupefacto. El Boss meneó la cabeza. -No me pienso mover de aquí. Ya he arreglado todo por allá, no hay problema. La cosa está peor de lo que yo pensaba y hago falta aquí. Lorenzo asistía a aquel extraño coloquio sin intentar entender una sola palabra. También se sentía agotado. -Entonces, con vuestro permiso, voy a buscar a Marián. Cuando Lorenzo se marchó, el Boss puso a Nicolás al corriente de los acontecimientos de la noche anterior. -Héctor tiene una baja tolerancia a la frustración. Está enfadado porque vamos a fastidiar sus planes y quería pagarlo con la pobre Marián. Nicolás se quedó pensativo. -¿Y ella no hablará? Mira ayer… El Boss sonrió. -Espero que no se acuerde absolutamente de nada. Ve a ducharte, anda. De paso, yo me voy trabajando a doña Dorinda. Le gusto más que tú. *** La ducha le supo a Nicolás a gloria bendita. Sintió una gran tristeza al entrar en el apartamento de Mercedes. En aquel mismo salón él había dejado su saco y su campana, cuatro años antes. El año anterior ella misma le había confesado en aquel sofá que había estado embarazada y había perdido el niño. Después de desayunar se animó un poco y pudo pensar con claridad. Un nuevo horizonte se abría ante ellos. Se habían acabado las ausencias y los encuentros sólo diez malditos días al año. Ahora estarían juntos para siempre y podrían participar en las misiones de Navidad una vez al año, para lo cual cogerían su envoltura mortal durante unos días. Sería maravilloso. Eso siempre que el desgraciado de Héctor no lo estropeara todo, claro. Si rompía las reglas y se llevaba a Mercedes a su terreno, habría que hacer un canje y todo sería muy desagradable. Ese pensamiento le hizo espabilar. A las diez y media ya estaba de vuelta en el hospital. Marián y Lorenzo ya habían llegado también. Marián había saludado al Boss como si nada hubiera sucedido, pero de vez en cuando hacía un gesto de dolor y se llevaba la mano al brazo derecho. No entendía por qué le dolía tanto. A las once de la mañana hizo acto de presencia el médico, un señor bastante desagradable que, al parecer, era incapaz de la menor empatía. -Váyanse todos los que no sean familiares, por favor –anunció. Marián y Lorenzo se dispusieron a salir. Nicolás dudó. No tenía ganas de quedarse, pero tampoco podía dejar sola a doña Dorinda en semejante situación. -Desearía quedarme –le dijo a la madre de Mercedes. Doña Dorinda asintió. -Este señor es el novio de la niña –dijo al médico –Tiene el mismo derecho que yo a estar aquí. El médico suspiró. -Está bien. El resto, fuera. El Boss salió con los otros dos. Se quedaron al otro lado de la puerta. No tardaron en escuchar los gemidos de doña Dorinda. -Me parece que le está diciendo que sería mejor desconectarla – anunció el Boss en voz baja. Lorenzo asintió. -Sí, y ella se negará. Ayer de noche hablamos del asunto y ya le expliqué que no puede negarse. El Boss sintió un súbito interés. -Ah… ¿y eso? -Mercedes hizo testamento vital el año pasado. Lo sé porque Marián y yo fuimos los testigos. Dejó dicho explícitamente que no se le prolongara la vida artificialmente, y eso va a misa. Dejó disposiciones clarísimas sobre los últimos momentos y las honras fúnebres que no se pueden obviar. El Boss se sintió íntimamente regocijado. Tenía que haber pensado que alguien tan eficiente como Mercedes habría dejado todo atado y bien atado con mucha anticipación. Eso les ahorraría a todos un montón de problemas. -Pues hazme el favor de entrar ahí y decírselo al médico –sugirió. Lorenzo llamó a la puerta y entró. El Boss se giró hacia Marián. -¿Qué tal, todo bien? –preguntó amablemente. Marián sonrió débilmente. -Sí, en fin… todo lo bien que se puede estar en estas circunstancias, claro. -Veo que te frotas el brazo todo el tiempo ¿Te duele? Ella frunció el ceño. -Pues sí… he dormido fatal esta noche. Probablemente me quedé dormida encima del brazo. Entre eso y coger al bebé… –sonrió –pesa bastante, ¿sabes? ¿Quieres ver una foto? Está riquísimo. El Boss suspiró con alivio y se dispuso a soportar toda una sesión de fotos del rorro de Marián. 17 DE DICIEMBRE Mercedes abrió los ojos y le asombró notar lo descansada que se sentía. Era de las que se levantaba cansada y no funcionaba bien hasta que llevaba una hora de pie, pero esa mañana no notaba el menor atisbo de fatiga. Intentó ubicarse, se sentía un poco desorientada, pero no lo consiguió. Giró la cabeza y entonces lo vio. -Hola, cariño –dijo Nicolás. Mercedes sonrió y buscó su mano para cogérsela. Le llamó la atención el hecho de no notar el contacto entre ellos. -¿Dónde estoy? –preguntó –No noto tu mano, es muy extraño. -¡Boooooosssss! –Gritó Nicolás. Apareció el Boss enseguida. Sabía que ahora habría que dar unas cuantas explicaciones que no iban a ser del todo agradables, y que Nicolás necesitaba su ayuda. -Hola, Mercedes –saludó el Boss con su suave voz. Ella se incorporó. Nuevamente se pasmó de lo poco que le había costado hacerlo. Era como si su cuerpo fuera de algodón. Echó un vistazo a su alrededor. Era una habitación blanca, todo era blanco: los muebles, las paredes… había una ventana desde la que se veía un campo muy verde e infinito. -No sé dónde estoy, Boss –Mercedes se sentía muy confusa -¿Qué ha pasado? No recuerdo haberme encontrado con vosotros en Madrid, y, sin embargo, así debió de suceder, puesto que estamos juntos… El Boss se sentó en la cama. Al otro lado, sentado en una silla, Nicolás sujetaba la mano de su novia, aunque no sirviera para nada. -¿Qué es lo último que recuerdas, Mercedes? Cuéntanos. Ella intentó pensar y recordar. -A ver… el coche, la niebla… un subnormal que me adelantó como un loco en mitad de la niebla… El Boss intentó componer su mejor semblante. -Bueno, tranquila. Lo que te voy a decir es posible que te cueste un poco asimilarlo, pero quiero que sepas que todo está bien, aquí ya no puedes sufrir el menor daño. Mercedes comenzó a alarmarse. Apretó la mano de Nicolás, pero no sintió nada. -Hubo un accidente, un terrible accidente. Aún no sabemos qué lo provocó, porque tú conduces muy bien, el caso es que lo hubo y… No sabía cómo seguir, así que decidió decirlo de un tirón. -Mercedes… has cambiado de estado. *** Se hizo un silencio profundo, mientras Mercedes intentaba encajar la noticia. Era complicado. Nicolás había estado presente en muchos comités de bienvenida y sabía que a nadie le gustaba enterarse de que estaba muerto. Sólo a los suicidas. Mercedes estuvo mucho rato callada, quizá demasiado. -Estoy muerta –sentenció por fin. Intervino Nicolás: -No exactamente. Sí para los humanos. Realmente, sólo has cambiado de estado. -¿A qué estado? –preguntó ella con desinterés. -Ahora eres energía –contestó el Boss. -Energía… mira qué bien. Echó otro vistazo a todo lo que la rodeaba. -Entonces nada de esto es real… los muebles, vosotros… ¿qué es esto exactamente, por favor? Nicolás sonrió. Mercedes empezaba a pensar con claridad por fin y a hacer preguntas lógicas. -Estás en la sala de aclimatación –repuso –Lo que ves no es más que una fantasía creada por el Boss para que el tránsito te resulte más fácil. -El purgatorio… -susurró ella. -No sé por qué lo llamáis así –contestó el Boss –Aquí no hay nada que purgar. Simplemente, es un estadio intermedio en el que aprendes a convivir con tu nuevo estado e ir desprendiéndote poco a poco de tus costumbres humanas. ¡Los humanos estáis tan apegados a lo material! Es un estadio intermedio, te parece que puedes ver y oír, pero te faltan el resto de los sentidos: aquí no sentirás hambre ni sed, ni dolor, ni sueño, cansancio, frío o calor. Mercedes suspiró. -¿Y cuánto dura este estadio? –quiso saber. -Bueno, aquí ya no existen los conceptos de tiempo y espacio. Realmente, no estás en ningún sitio ni en ninguna época. Durará lo que tú quieras que dure. Hay gente que se tira siglos aquí, según tu concepto del tiempo. De hecho, la mayoría no quiere marcharse y nadie les obliga a hacerlo. Ella se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Fuera, en el campo, había multitud de hombres, mujeres, niños y animales charlando, riendo y jugando. -Y cuando se quieren ir, ¿a dónde van? –preguntó ingenuamente. Nicolás estaba muy divertido observando el mal rato que estaba pasando el Boss. Normalmente no se dignaba a recibir a todo el que llegaba a la sala de aclimatación, habría sido imposible. Mercedes era merecedora de tal honor por haber sido la única mortal que los había ayudado en sus misiones. Explicar el funcionamiento de la sala era tarea de Nicolás y otras personas de su confianza. -Verás, aquí la gente se perfecciona espiritualmente durante mucho tiempo. Los que alcanzan un estado idóneo son llamados a formar parte del PP. Mercedes soltó una débil carcajada. -Santo Dios. ¿Aquí también hay PP? Qué pesadilla… -No, no –replicó Nicolás –No es ese PP. Son las siglas de Pensamiento Puro. Muy pocos son capaces de alcanzar ese estadio, porque a partir de entonces sus hilos con lo terrenal son totalmente desconectados y se convierten en eso, en pensamiento puro. -Suena muy aburrido –contestó ella con abulia. Nicolás se le acercó. -¿No estás contenta? Ahora estaremos juntos para siempre. Mercedes lo miró con furia. -¿Cómo voy a estarlo? He dejado a mi madre sola, completamente sola. No sé si lo soportará, no sé si lo soportaré, maldita sea mi estampa. No entiendo cómo pudo suceder, yo conduzco de puta madre, esto es un despropósito… Comenzó a alzar la voz más y más y Nicolás comprendió que se estaba poniendo histérica. El asunto se le iba de las manos. -Plan B, Nicolás –anunció el Boss. -¿Qué? ¿Estás seguro? No sé si no será peor. -¡He dicho Plan B! ¡Ahora! Nicolás salió corriendo de la habitación. Mercedes seguía gritando cada vez más fuerte, podía hacerlo sin necesidad de romperse las cuerdas vocales. Sólo paró cuando Nicolás apareció de nuevo acompañado de otra persona. Mercedes se quedó perpleja mirándolos. Entonces un grito salvaje de alegría salió de su garganta y se aproximó al desconocido, que también la miraba emocionado. -¡Papá! –gritó Mercedes arrojándose en sus brazos -¡Papá, oh, papá! *** -¿Ves como no todo es tan malo aquí, mujer? –decía Nicolás con tono consolador. Mercedes y Sindo seguían abrazados, a pesar de que ya no podían sentirse el uno al otro. El Boss había permitido que recuperaran sus sentidos durante diez segundos, haciendo para ello un sacrificio inmenso, Nicolás lo sabía bien. Observó cómo su jefe cerraba los ojos y se concentraba en transmitirles toda la energía posible, energía que gastaría de sus valiosas reservas. Padre e hija se abrazaron tan fuerte que notaron el dolor en sus huesos. -Cariño, qué alegría verte –decía el padre –Qué guapa estás. Cuando Nicolás me lo dijo creí que estaba de broma. Es maravilloso tenerte aquí. Todo es perfecto ahora. -No, no lo es, papá. Mamá tiene que estar hecha polvo. ¿Entiendes? Primero tú y ahora yo… ¡Oh, Dios mío! -¿Qué sucede, cielo? –preguntó Nicolás. Mercedes se volvió hacia él. -Acabo de recordar cómo se produjo el accidente. Fue culpa de Héctor, de repente apareció en el asiento del copiloto del coche, me dio un susto de muerte, perdí el control pero conseguí recuperarlo. Después peleamos y forcejeamos y… La cara del Boss se había vuelto pétrea. -Nicolás y Sindo ¿Qué tal si le enseñáis a Mercedes todo esto y vais haciendo que se sienta cómoda aquí? Yo tengo que hacer una visita a los bajos fondos. *** -No me gusta nada venir aquí, Boss. Ya lo sabes. Pedro seguía a su jefe con un ligero trotecillo. En la mano llevaba una lista formada por varios folios. Llegaron a la frontera con los bajos fondos. Un hombre de pésimo aspecto que sorbía lentamente de una botella guardaba el puesto. Se cuadró cuando vio llegar al Boss. -Tú, mequetrefe. Quiero hablar con tu jefe –anunció con voz estentórea. -Nooonoooonoooo, no está. Creo que no está en este momento. Miraré a ver… -Aparta, escoria. Vamos a entrar –dijo Pedro. Penetraron en una enorme sala en la que reinaba la confusión más absoluta. Mujeres desnudas pululaban por doquier, perseguidas por todo tipo de hombres en medio de grandes risas y algazara. Se hizo el silencio cuando vieron al Boss y algunas buscaron frenéticamente con qué cubrirse. La mayoría de los presentes se hincó de rodillas en señal de respeto. -Sí, hombre, sí. Ahora haced el paripé que igual me lo creo –rugió el Boss. Pedro siguió a su jefe y aprovechó para echar la lengua a aquella caterva. -¡Qué gente tan desagradable! -comentó -Qué ordinarias son sus diversiones. -No se están divirtiendo, Pedro. Ellas están condenadas a escapar de ellos por toda la eternidad, y ellos a perseguirlas aunque estén rendidos de cansancio. Ya sabes lo original que es Héctor para idear castigos. Siguieron abriéndose paso por diversas estancias. El Boss a grandes zancadas, Pedro con su ridículo trotecillo. Pasaron por la sala donde Torquemada penaba en una hoguera eterna. Un ramalazo de aire emitido por el Boss avivó el fuego y el condenado protestó enérgicamente. -Pues sí, hombre, como no me llega ya con lo que tengo… -Te está bien por remalo –sentenció Pedro con voz aflautada. El Boss registró aquel Pandemónium hasta que no quedó un rincón sin explorar. -Maldita seaaaaaa –rugió. Y a continuación se escuchó un nuevo gemido de Torquemada. Con el grito, el Boss había vuelto a avivar la hoguera – ¡No me digas que tengo que volver otra vez al mundo terrenal a buscarlo! ¿Es que ese imbécil se cree que no tengo nada mejor que hacer? *** -¿A dónde ha ido el Boss, Nicolás? –preguntó Mercedes. -Supongo que a darle lo suyo a Héctor –contestó con regocijo. -¿Al inframundo? -Si quieres llamarle así… Habían salido al extenso prado y estaban empezando a mezclarse con otras personas que les sonreían al cruzarse con ellos. Algunos le daban la bienvenida. Sindo decía de vez en cuando: “Mirad, es mi hija”, y la gente le daba la enhorabuena. Mercedes se sentía confusa y aterrorizada. Aguantaba el tirón porque estaban Nicolás y su padre, que si no… -Es mejor que no vea mucha gente todavía, si no, se va a agobiar – sugirió Sindo. Se sentaron junto a un pequeño arroyo, a la sombra de un roble. -A ver –comenzó Nicolás –Te vamos a explicar un poco cómo funciona esto. Como te dijo el Boss, esto es una sala de aclimatación en la que compartes parte de tus características mortales con parte de las inmortales. Puedes estar aquí eternamente si quieres. -¿Y qué se hace aquí en todo el día? –quiso saber ella. -Charlas con la gente, ayudas a los nuevos que, como tú, llegan confusos y asustados, compartes e intercambias experiencias y, en una palabra, enriqueces tu espíritu. Y en tu caso… -puso cara de ir a dar una gran noticia. -En mi caso ¿qué? -Bueno, algunos de nosotros tenemos misiones en el mundo terrenal, ya lo sabes. Ahora tú y yo formamos equipo en la misión navideña. Diez días al año nos pondremos nuestra envoltura mortal e iremos a la Tierra a cumplir la misión. Sólo que ahora estaremos juntos siempre. Después iremos a elegir tu envoltura. Las hay chulísimas, ya verás. Mercedes intentaba procesar la información. -Eh, para el carro. ¿Qué envoltura mortal? -Mujer, el cuerpo que llevarás para la misión terrenal. Desde el momento en que te la pones, recuperas todas las características mortales, todas –le guiñó un ojo –Tú ya me entiendes… -volverás a tener hambre, sed, sueño, ganas de… todo. Mercedes frunció el ceño. -¿Y no puedo usar mi propio cuerpo? Me gusta mi cuerpo. Nicolás no sabía qué contestar sin estar el Boss delante. -Supongo que sí, siempre y cuando las misiones no sean en sitios donde te conozcan. Acuérdate del año que iba yo de profe de instituto. Si llego a saber que me iba a encontrar contigo, me habrían obligado a cambiar la envoltura para que no me reconocieras… Mercedes ya no escuchaba. Una idea se iba abriendo camino en su cabeza. -Quiero mi cuerpo –gruñó con fiereza –Hazlo como te dé la gana, pero quiero mi cuerpo, es lo menos que podéis hacer por mí, ya que el cerdo de Héctor me ha matado. ¡Quiero mi cuerpo! ¿Me estás oyendo? -Mercedes, mujer, tranquila… conseguiremos el cuerpo, no te preocupes –Nicolás empezó a asustarse. El tránsito de su novia estaba resultando más complicado de lo que esperaban. -¡Quiero mi cueeeerrrpooooooo! –gritó ella, haciendo que todo el que pasaba por allí se girase al oír los alaridos. El padre intentó calmarla, pero fue imposible. Nicolás divisó al Boss en lontananza y le hizo señales con la mano. Para cuando se unió a ellos, Mercedes se había sumido en un silencio hosco. -¿Qué pasa? -Dice que quiere su cuerpo. Para cuando tenga que usar la envoltura, Boss. -Maldita sea, me estáis dando el día entre todos –el Boss también estaba fuera de sí –Ahora tengo que volver a buscar al estúpido de Héctor, y esta tonta se empeña en querer su cuerpo cuando tiene verdaderas maravillas donde elegir. -Quiero mi cuerrrpooooo –insistió Mercedes. -Vámonos –dijo el Boss a Nicolás, cogiéndolo por el cuello. -¿Yo? ¿Y por qué tengo que ir yo? –protestó el aludido. -Otro inútil. Quedaría un poco raro que no asistieras al velatorio de tu novia, ¿no, adoquín? Venga, vámonos. Sindo, cuida de ella hasta que volvamos. *** La muerte de Mercedes había sumido al pueblo en un estado de tristeza como nunca se había visto. El tanatorio estaba abarrotado, todos estaban allí. No sólo los lugareños, también muchos de sus amigos de la ciudad. Nicolás y el Boss trataban de abrirse camino entre el gentío para presentar sus respetos a doña Dorinda. El Boss seguía enfadadísimo. -Todo esto me supone un despilfarro de energía horroroso, Nicolás. -Lo sé, pero hay que hacerlo. El Boss se abrió paso a codazos. -Una cosa es mandarte a ti y otra tener que transportarme yo. No puedo estar yendo y viniendo y mantener mis reservas en niveles aceptables. Nicolás se encogió de hombros. -Bueno, todo esto acabará pronto. Cogemos el cuerpo, avisamos a los muchachos de mantenimiento y nos vamos ¿sí? El Boss asintió. En lontananza se vislumbraba a doña Dorinda, enteramente vestida de negro. A su lado, doña Juana no le soltaba la mano. Cuando ya estaban llegando, Lorenzo les salió al paso y dio unas palmaditas a Nicolás en el hombro. -Hola, menos mal que ya habéis llegado. Esto es un horror, en mi vida había visto tanta plañidera junta. Lo siento muchísimo, Nicolás, ya lo sabes. -Dorinda parece bastante entera –dijo Nicolás. -Está empastillada hasta las cejas. Puedes hablarle de Mercedes o de los peces de colores, no se enterará –contestó Lorenzo –Menos mal que mañana acabará todo. La incineración es a las once. Nicolás se quedó mirando a Lorenzo como un bobo. Aquella era una información importante, pero su agotada envoltura mortal no acababa de ver en qué punto. -Asistiremos, claro, ¡aaaaaaaaaaayyyyy! –el pellizco del Boss se le clavó como un puñal en el brazo y se volvió hacia él -¿Qué carajo te pasa, Cristóbal? -Tengo que ir al baño –dijo el Boss palidísimo –Acompáñame. Encogiéndose de hombros, como en muda disculpa ante un perplejísimo Lorenzo, Nicolás se dispuso a seguir al Boss. -¿Estás loco? –vociferó cuando llegaron al cuarto de baño -¿Qué te crees que va a pensar la gente de nosotros? Acompañándote al baño como si tuvieras tres años… El Boss paseaba como un tigre enjaulado. -Problemas, problemas y más problemas… ¿No te das cuenta, Nicolás? Si la incineran no tendremos cuerpo. ¡Todo se complica! Nicolás se dejó resbalar por la pared hasta quedar en cuclillas. ¡Claro! Eso era lo que lo había puesto en guardia cuando había hablado con Lorenzo. -Si volvemos sin cuerpo, Mercedes no nos lo perdonará –murmuró. El Boss respiraba con dificultad, intentando pensar con claridad. -Vamos a llamar a los muchachos de mantenimiento, a ver si nos ayudan a dar un cambiazo. Es la única manera… -¿Un cambiazo por qué, Boss? -¡Y yo qué sé! ¡Déjame pensar! –se mesó los cabellos con desesperación –Un perro, una oveja, algo así. No veo otra manera, no podemos ponernos a negociar un entierro con su madre, la pobre está deshecha. Además, si Mercedes lo dejó escrito, no hay nada que hacer. Nicolás asintió. -Vamos fuera a pensar al fresco, Boss. Aquí no harían más que importunarnos. Salieron al frío de la noche y se perdieron por el camino del río. Allí podrían estar solos y tranquilos. El Boss llamó a mantenimiento y prometieron mandar una unidad en un par de horas. Por suerte, siempre se podía contar con la eficiencia de los chicos de mantenimiento. -No me gusta nada tener que sacrificar a algún animal inocente – murmuró Nicolás. -¿Y qué otra solución se te ocurre? -No sé, madera, algún material que arda bien… -Nicolás se calló cuando el Boss se llevó un dedo a los labios. -Chisss. Oigo algo. Efectivamente, se escuchaban unos pasos quedos que hacían crujir las hojas secas de la ribera del río. Ambos se esforzaron por ver algo entre las tinieblas de la noche. De repente, una luz rojiza, la llama de un mechero, iluminó brevemente el escenario. -Hombre, a ti precisamente quería ver, fíjate qué casualidad –anunció el Boss con voz tranquila. Héctor expulsó el humo a través de las comisuras de la boca. -Ya, algo me han dicho por casa. No sé qué te habrán contado, pero… ¡soy inocente, Boss! –sonrió de forma patética. Habría convencido a cualquiera con sus palabras y aquella sonrisa húmeda, pero Nicolás y el Boss no eran cualquiera. -¿Qué haces aquí, Héctor? Mercedes está ya fuera de tu alcance – gruñó el Boss. Héctor les guiñó un ojo pícaramente. -Ella sí… pero no su cuerpo. Nicolás no pudo más. Avanzó tres pasos y su puño se estrelló contra la hermosa nariz. -¡Es una lástima que no pueda matarte! ¡Tú provocaste el accidente de Mercedes! ¿Sabes cuánto dolor has causado a su familia? ¿Y ahora quieres quedarte con su cuerpo? Eres lo más malvado que he visto en mi vida. Héctor sonrió, mientras intentaba limpiarse inútilmente la sangre que manaba de su rota nariz. -Venga, venga… menos dramatismos. ¡Su familia! Una vieja odiosa. Ésa es toda su familia. Y el accidente… bueno, ella era la que conducía. ¿Qué culpa tengo yo de que fuera una inútil al volante? Nicolás descargó un nuevo puñetazo en el rostro del bello, que cayó aparatosamente al suelo. El Boss presenciaba la escena sin mover un dedo, hasta que por fin habló. -El año pasado te dije, si mal no recuerdo, Luzbel, que si osabas acercarte a Mercedes mi venganza sería terrible y la voy a cumplir. En cuanto vuelva indultaré a una buena porción de los tuyos. Se pondrán contentísimos. Héctor se incorporó con bastante dificultad. Su expresión se había desencajado a causa del odio. -¡No te atreverás, maldito Boss! Nicolás estaba perplejo. No sabía nada de la última entrevista que habían tenido el Boss y Héctor el año anterior. Supuso, con lógica, que el Boss se la había ocultado a propósito para no preocuparlo. -¿Que no me atreveré? ¿Qué te apuestas? Héctor perdió entonces los papeles, dominado como estaba por un encono feroz. Se acercó al Boss amenazadoramente. Nicolás fue más rápido, cogió una piedra y la descargó en la cabeza del malvado, que se desplomó como un fardo. En la lejanía se escuchó un trueno. -Gracias, Nicolás, pero no hacía falta. No podría conmigo –dijo el Boss, pasando una mano por el hombro de su ayudante. Héctor seguía inmóvil en el suelo y Nicolás, arrepentido, tocó el cuerpo con la punta del pie. Le invadió el pánico. -Boss… no se mueve. Creo que me lo he cargado… El Boss se arrodilló junto a Héctor, le tomó el pulso y comprobó si respiraba. -Pues sí, Nicolás, me temo que te has cargado la envoltura mortal favorita de Héctor. Nicolás se echó a llorar. Aquello era demasiado para él. -¡Yo nunca había matado a nadie! –gimió -¡Es horrible, Boss, no quería hacerlo! ¡Tienes que creerme! ¡Sólo quería protegerte! –se arrojó en los brazos de su jefe, gimiendo como un niño pequeño. El Boss lo acarició con ternura. -Tranquilo, hombre, ya lo sé. No te preocupes, así matamos varios pájaros de un tiro, aunque la metáfora no te guste –Nicolás lo miró sin comprender –Ahora ya tenemos con qué dar el cambiazo, y el pobre diablo al que Héctor robó su envoltura será libre por fin y podrá incorporarse a la sala de aclimatación. Llamaré a Pedro ahora mismo para que vaya a recogerlo. Se pondrá muy contento, Héctor llevaba usando su cuerpo desde el año 700, más o menos. En los minutos siguientes, el Boss hizo varias llamadas. -Todo está arreglado –anunció –Mantenimiento está a punto de llegar y hará el cambio sin que nadie se entere –se frotó las manos –La cosa ha salido mejor de lo que yo esperaba. 18 DE DICIEMBRE Sindo se había propuesto a conciencia que su hija estuviera de lo más entretenida durante la ausencia de su amado. Y había cumplido con creces. Muchísimos de los habitantes de la sala de aclimatación se habían acercado a saludarla, entre ellos viejos conocidos, como Gumer, el conserje del instituto en el que Mercedes y Nicolás habían cumplido su misión dos años antes. También habían hecho acto de presencia personas de su pueblo, sus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y toda suerte de tíos y tíos abuelos. A la mayoría sólo los conocía por retratos. Durante un buen rato Mercedes se había olvidado de dónde estaba. Todos hablaban a la vez y querían saber de su vida. De repente, todo el mundo se quedó callado. Mercedes se fijó en que todos miraban en la misma dirección y, al unirse a sus miradas, el terror la invadió. Allí estaba él, y avanzaba resueltamente hacia ella. ¡Y nadie se lo impedía! -¡Papá! –gimió. -Tranquila –contestó el padre –Tiene que haber una explicación lógica para esto. Es la primera vez que lo veo cruzar la frontera. Héctor siguió avanzando hacia ellos con elegancia y tranquilidad. Pero algo había cambiado en él. Además de parecer muchísimo más joven e ir ataviado con unos ropajes lujosísimos, su mirada era distinta, ya no daba miedo. Todos comprendieron que era a Mercedes a quien quería ver y se apartaron para dejarle el paso franco. Al llegar junto a ella, Héctor se hincó de rodillas. -Hermosa mujer, mi nombre es príncipe Balakrishna y he venido a darte las gracias como tu más humilde servidor. Mercedes abrió un palmo de boca y esperó. Como no sucedía nada, decidió hablar ella: -Acepto tu agradecimiento con gran alegría –esperaba haber dado en el clavo al usar los mismos modales ceremoniosos –Puedes levantarte y mirarme. Deseo que me cuentes los motivos. Balakrishna se levantó y comenzó a hablar. -Hace mucho, mucho tiempo, tanto que no me acuerdo, sucumbí defendiendo a los míos en un terrible combate en el que fui alcanzado por varias flechas. No sé cómo ni por qué, puesto que mi vida había sido siempre virtuosa, fui a dar a un lugar horrible donde se me condenó a ser atravesado por flechas durante toda la eternidad. Después supe que el dueño de ese inframundo se había encaprichado de mi hermosísima envoltura mortal, la cual usaba siempre que se le antojaba, y para ello hizo de mi espíritu su infeliz esclavo, cuando yo no lo merecía. Hoy se me ha anunciado que por fin mi envoltura tendrá el descanso que se merece y recibirá las honras fúnebres que por mi cultura y mi cuna me corresponden, esto es, el fuego purificador, ya que el malvado la ha abandonado por la fuerza y, por tanto, he dejado de ser su esclavo. Y todo gracias a ti, gentil Mercedes –Y volvió a postrarse a sus pies –Ahora desearía reunirme con los míos. Mercedes sonrió. No entendía nada, pero le hacía gracia tanta pleitesía y, sobre todo, pensar que aquel ya no era el maligno. -Levántate y reúnete con ellos, por favor. Me hace muy feliz haberte ayudado. *** Nicolás regresó y enseguida quiso saber cómo estaba Mercedes. Se reunió con ella y pudo comprobar que ya estaba más tranquila. Tuvo que explicar, claro, cómo se había producido la liberación del príncipe Balakrishna. -Entonces… incineraron el cuerpo del príncipe –dedujo Mercedes. -Claro, fue todo un acierto. El pobre hombre llevaba desde la noche de los tiempos esclavizado por Héctor. Y tú tienes tu propio cuerpo disponible. Todos ganamos. Mercedes se quedó pensativa. -No lo entiendo, yo creía que sólo los malvados se iban con Héctor… -No siempre. A veces se encapricha y se los lleva por la fuerza. Entonces hay que negociar con él y es un follón, porque se pone intratable. Si no hubiéramos llegado a tiempo se te habría llevado y habría sido catastrófico. Por eso apareció en el coche, para llegar antes. Si llegas a morir en el mismo momento del accidente, ahora estarías con él. Por eso estuvimos nosotros presentes durante tu cambio de estado, para que no pudiera acercársete. Llevaba encaprichado contigo desde el año anterior. Ahora que se fastidie, se ha quedado sin su envoltura favorita. Esperemos que adopte la de algún malvado, por lo menos que esclavice a alguien que se lo merezca. Mercedes suspiró. -Hay tantas cosas que no entiendo, Nicolás… ¿Por qué podemos ver y oír? ¿Qué es lo que vemos realmente? Nicolás dudó. No sabía cómo explicarlo de forma sencilla. -El Boss te lo explicará mejor, pero yo puedo decirte algunas cosas. Todo procede del Boss, que es energía pura capaz de generar realidades virtuales, pero haciéndolo, él gasta su propia energía. Es decir, todo lo que ves es fruto de la energía que gasta el Boss para que tú puedas sentirte más o menos cómoda. -¿Pero su energía no se agota nunca? –quiso saber ella. -Se gasta, pero también se regenera. Hoy tuvo que gastar un montón para que tu padre y tú pudiérais abrazaros. Entre mantener la sala de aclimatación en la realidad virtual y mandarnos a las misiones terrenales, gasta bastante, pero no llegará a agotarse. Para que te hagas una idea, Héctor también tiene su propia energía, muchísima menos que el Boss, afortunadamente, y la dilapida de una forma terrible. Para empezar, los que viven en su territorio tienen sensaciones, pues sólo así pueden sufrir las penas impuestas por Héctor. Tienen dolor físico y eso procede de la energía de Héctor. Se inventa los castigos más estrambóticos que te puedas imaginar: a los de la Inquisición los quema una y mil veces, Enrique VIII está condenado a ser decapitado por toda la eternidad. Hitler vaga eternamente por un campo de concentración sufriendo todas las torturas que imaginarte puedas a manos de los judíos y acaba siendo gaseado. Muere y todo vuelve a empezar. Eso requiere un gasto de energía tremendo. Además, Héctor se pasa la vida yendo al mundo terrenal, con lo cual también despilfarra. Utiliza un montón de envolturas mortales, pero la del príncipe Balakrishna era algo así como su uniforme de gala. La verdad es que el Boss tenía una deuda con él: era un príncipe hindú veneradísimo por su valentía y buen juicio, y no merecía llevar tanto tiempo en manos de Héctor –Hizo una pausa –La mala noticia es que la energía de Héctor se va a recargar, pues el Boss va a indultar a una buena cantidad de los que viven en sus dominios para castigarlo por matarte y querer llevarse tu cuerpo, y a partir de ahora vivirán de la energía del Boss en la sala de aclimatación. Aquello superaba ya el entendimiento de Mercedes, aturdido por tanta información. -Bueno, pues ahora cuéntame qué tal fue mi funeral. ¿Fue mucha gente? *** Sí, había ido muchísima gente. Muchos se habían tenido que quedar fuera de la iglesia, al frío relente de diciembre. Nicolás ocupó un lugar preferente junto a doña Dorinda, que seguía perdida en la nebulosa de los narcóticos. Emerson y Graciela estaban absolutamente desconsolados, al igual que Lorenzo y Marián. Incluso a don Antonio, el párroco, se le cortó el discurso varias veces a causa de la emoción. Había tanta gente que nadie reparó en la presencia de un apuesto hombre rubio que, escondido tras una columna, lloraba a lágrima viva mientras susurraba “mi príncipe, oh, mi príncipe”. Acompañaron a doña Dorinda a casa y estuvieron un par de horas allí, con los más íntimos. Graciela, que no era capaz de contener el llanto, sirvió jerez y pastas. -Graciela, mujer, cálmate un poco –decía Nicolás. -Usted no lo entiende –gemía la mujer –Ella hizo tanto por nosotros, no se lo puede ni imaginar… No, la verdad es que sus encuentros con Mercedes eran tan cortos y preciosos que Nicolás no tenía ni idea de cómo su novia había ido a agenciarse un capataz peruano para su granja, así que optó por dar a la inconsolable Graciela un abrazo y callarse la boca. Por un momento se preguntó qué iría a ser de la granja ahora que su eficiente dueña ya no estaba. Pero bueno, ese ya no era su problema. Conociendo a Mercedes, habría dejado todo bien atado y a buen seguro ninguna de las muchas bocas que dependían de ella se quedaría en la calle. Doña Dorinda intentó echarse un rato a descansar, pero no pudo. Permanecía sentada en el sillón de orejas de la biblioteca, con aire ausente. Doña Juana la obligó a tomar una copita de jerez y eso pareció soltarle la lengua. -Ojalá me muriera yo también –musitó –Total, para lo que hago aquí… ya no tengo ningún motivo para seguir. Todos protestaron enérgicamente, sobre todo doña Juana. -De ninguna manera, Dori. Me lo he pasado muy bien contigo este último año. Me gustaría que te vinieras a vivir conmigo… -Oh –intervino Marián –Nosotros habíamos pensado en invitar a Dorinda a pasar una temporada con nosotros. Doña Dorinda encendió un cigarrillo y dio un sorbo a su jerez. -De aquí no me mueve nadie –sentenció –Es mi casa y no pienso marcharme. Aún huele a ella… ¡Qué mala madre he sido! –empezó a llorar. El Boss y Nicolás intercambiaron miradas y salieron al pasillo. -No me gusta el sesgo que toma esto –comenzó Nicolás. -¿Y qué esperabas? –repuso el Boss –La muerte suele avivar el remordimiento, y ellas se llevaron muy mal hasta hace poco más de dos o tres años. Diré a Graciela que la vigile de cerca. A mí tampoco me gusta, si te digo la verdad. *** Nicolás se abstuvo de hablar a Mercedes de su madre, pero, como era lógico, ella preguntó. -¿Cómo está mi madre? Y haz el favor de no mentirme. Nicolás miró a su alrededor, a ver si el Boss andaba por allí para echarle una mano, pero no. Probablemente andaba organizando el tema del macroindulto. -Mujer, hazte cargo. No está bien, tiene que encajar todo. Ha sido fortísimo para ella. -¡No te joroba! ¿Y para mí no? –protestó Mercedes. -Tú no tienes su edad –argumentó Nicolás. En aquel momento, apareció el Boss llamando a Nicolás desde la lejanía. -Te veo ahora, tengo que ir con el Boss. Mira, por ahí viene tu padre. Te hará compañía. Cada vez que se quedaba sola un momento, Mercedes se sentía terriblemente desamparada. Le confortó ver a su padre. ¡Parecía tan acostumbrado a aquella vida! -¿Qué tal, hija? ¿Ya te vas haciendo a esto? Mercedes negó con la cabeza. -No, papá. Todo es raro y ajeno. Caminaron hacia la casa en la que Mercedes había despertado. Sindo abrió la puerta y entraron. -Cuesta un tiempo acostumbrarse, pero después se está muy bien. Hay mucha paz. -No puedo estar en paz sabiendo que mamá sufre mucho –Se giró abruptamente hacia su padre -¿Puedes pensar en tener paz teniendo en cuenta todo lo que le hiciste en vida? Sindo se sobresaltó. -¿Qué sabrás tú de todo eso? Siempre estabas fuera. Mercedes se sentó en una silla. Por supuesto, no notó el gesto. -He vivido con ella los dos últimos años y hace tiempo que dejamos de llevarnos mal. Una de las cosas que nos acercó fue que ella me contara toda la verdad entre vosotros: te casaste con ella como quien compra una vaca, papá. Siempre fuiste un infiel de cuidado. Entre otras cosas, sé que David Molero es mi hermano… -Las cejas de Sindo se juntaron con su pelo –Y ya ves, ahora Juana es la mejor amiga de mamá. No sé si sabes que Héctor mató a David el año pasado… La boca de Sindo se abrió dos palmos. Estaba encantado con la presencia de Mercedes en la sala de aclimatación, pero se empezaba a sentir acosado y confundido. -¿Te cuento toda la historia? ¿Sí? –No le dejó contestar, empezó a escupir a empellones todos los detalles de la misión que los había tenido ocupados las navidades anteriores. Cuando acabó, Sindo suspiró. -Supongo que ahora no servirá de nada decirlo, pero yo quería, quise y quiero a tu madre. Sí es cierto que me casé con ella por conveniencia, y que al mismo tiempo estaba manteniendo una relación con Juana, pero cuando David nació, y, por cierto, no sé por qué tuvo que decírtelo, mostró tal desprecio hacia mí que vi que la había perdido para siempre, y eso hizo que me enamorara locamente de ella. Tu madre jamás bajó la guardia, no pude volver a acercarme a ella, aunque lo deseaba, te alejó de mí y me castigó durante el resto de mi vida. Es orgullosa, no cabe duda. No puedo reprocharle nada como compañera de trabajo, el peso de la granja lo llevaba todo ella, y, aunque no lo creas, fue una buena madre, sólo intentaba mantenerte alejada de la influencia de hombres como yo, que podían destrozarte la vida, como yo destrocé la suya. Sólo que ella también me la destrozó a mí. Probablemente me lo merecía. Quiero a Dorinda y haría cualquier cosa por ella, cualquiera. Mercedes se quedó pensativa un buen rato, no sabía si creerle. Entonces entró el Boss. -Querida, ¿qué tal estás? ¿Necesitas algo? Su tono era tan cariñoso que ella sintió un virtual nudo en la garganta. -No, gracias, ya has hecho bastante al ocuparte de mí personalmente y recuperar mi cuerpo. Sé que me puse tonta, pero… me ha costado mucho aceptar mi físico a lo largo de los años, me he pasado más de media vida escuchando que era fea y vulgar. No es que ahora fuera una belleza, pero… me sentía bien en mi piel. -No te preocupes, lo entiendo –contestó el Boss suavemente –Yo me refería a si necesitas algo más ahora. Sí, Mercedes necesitaba un montón de cosas, sobre todo paciencia para acostumbrarse a su nueva situación, pero también se hacía cargo de lo bien que se habían portado el Boss y Nicolás con ella, y decidió ser sensata. -¿Llevas bien lo de no tener hambre, sueño, ganas de fumar? –insistía el Boss. Mercedes sonrió. -Lo mejor es no ir al baño, Boss. Se me hace raro no dormir, daría algo por dormir un poco, no por descansar, sino por no pensar, no sé si me entiendes… Quizá el Boss no lo entendiera, pero Sindo sí se identificaba con su hija. Lo de no dormir era lo peor. -Puedo desconectarte un rato, si quieres. Entiendo que han sido demasiadas emociones. Vete a la cama y en nada estarás dormida. A Mercedes casi ni le dio tiempo de posar la cabeza en la almohada. Al segundo, se sumió en las profundidades del sueño. 19 DE DICIEMBRE Doña Dorinda despertó a las cuatro de la mañana. El momento de tomar contacto con la cruda realidad era espantoso, tanto, que a veces pensaba que era mejor no dormir. O dormir para siempre. El efecto de la pastilla ya se había pasado. Se levantó dispuesta a tomarse otra. Avivó el fuego de la chimenea y entró en el cuarto de baño. Allí, en el botiquín, estaba todo el batallón de medicinas que gobernaba la vida de doña Dorinda desde el día del accidente de Mercedes. Pastillas para dormir, pastillas para estar despierta, ella que jamás había estado enferma ni había necesitado la menor ayuda de la farmacopea. Y ahora… Sería tan fácil tomarlas todas juntas, pensó. ¿Quién la iba a echar de menos? Sólo sería una vieja menos en el mundo y ya no supondría una carga para nadie, porque mira que había gente pululando a su alrededor buscando su bienestar, visitándola doscientas veces al día y llamándola por teléfono: desde su amiga Juana con las compañeras del julepe, hasta Lorenzo y Marián. Eso por no hablar de Graciela, que se había convertido en su sombra, hasta tal punto que había abandonado la casita del capataz para instalarse en la habitación de invitados. Doña Dorinda suponía que a Emerson no le haría demasiada gracia dormir solo por culpa de una vieja. -Si al menos Sindo estuviera aquí –gimió doña Dorinda, mientras apoyaba la frente en los azulejos del baño. Apareció Graciela ajustándose el cinturón de la bata. Su bonito y pequeño rostro reflejaba la precupación que sentía por su ama. -Doña Dori, doñita… no esté aquí pasando frío. Venga, la acostaré y la dejaré bien arropada. -Sólo estaba tomando otra pastilla, Graciela. Ya se me estaba pasando el efecto de la anterior y me desperté. -Muy bien, muy bien –Graciela la empujó suavemente hacia el dormitorio –Ahora mi doñita dormirá unas cuantas horas más y cuando despierte Graciela le habrá hecho un chocolate delicioso para el almuerzo. ¿Le parece? Doña Dorinda se dejó hacer, era muy agradable recibir mimos. Graciela la acostó y la arropó amorosamente. Se sentó a su lado y le estuvo acariciando la cabeza hasta que se quedó dormida. Después se dirigió al baño, cogió toda la medicación que allí había y se la guardó en el bolsillo de la bata. *** -Sigo sin dar crédito –manifestó Lorenzo por enésima vez. -No seas pesado, pareces un disco rayado –contestó su mujer. Estaban en la plaza del pueblo, en una terraza bajo los soportales, tomando un café. Acababan de salir del despacho del notario, donde había tenido lugar la lectura del testamento. -No me interpretes mal, Marián –insistió Lorenzo –No es que esperara que nos dejara algo, ya bastante hizo por nosotros. Pero… ¿por qué a él? Marián se encogió de hombros, encendió un cigarrillo y dio otro sorbo al café. -Si lo hizo fue por algo, y nosotros no teníamos por qué saberlo. Mercedes jamás hacía nada al tuntún, parece mentira que no lo sepas. Y supongo que sabía muy bien lo que hacía, la tenía por la persona más sensata de este planeta. -Sí, es verdad –corroboró Lorenzo. Llegó Miguel, el dueño del bar, con un platito de magdalenas. Como ya había servido otro con los cafés, Marián supuso que esta segunda entrega se debía a un irreflenable deseo de chismorrear. Efectivamente, Miguel no se anduvo con rodeos. -¡Eh! ¿Es cierto eso de que Emerson y Graciela heredan todo? -No te cortas un pelo, ¿eh, Miguelito? –reprochó Lorenzo. -¿Quién te ha dicho eso? -Bah, todo el pueblo lo sabe desde hace media hora. -Pues te han informado de forma inexacta –intervino Marián –Dorinda es la usufructuaria, por supuesto. A su muerte, la granja pasará a manos de Emerson y su mujer, sí. Por ahora, Emerson ocupará el papel de Mercedes en la sociedad, pero tendrá que ceder a Doña Dorinda una parte amplia de los beneficios, además de la casa grande para vivir. Supongo que Mercedes jamás pensó que su madre podría sobrevivirla, pero, aún así, lo dejó todo muy bien arreglado. A Dorinda no le faltará absolutamente de nada mientras viva. En cierto modo, doña Dorinda se sentía aliviada. No sabía qué diantre habría hecho con la granja si la hubiera heredado, aparte de que le parecía una estupidez que lo que en su día había regalado a su hija volviera a sus manos. Qué pena que Mercedes no hubiera formado una familia, un hijo que heredara todo. Ahora caía en manos extrañas, no era de otra manera, por mucho que doña Dorinda apreciase a Emerson y Graciela. ¿Por qué a ellos? Podría habérsela dejado a Lorenzo y Marián. Entró Graciela en la biblioteca con un servicio de café que puso delante de su ama. -Siéntate, Graciela. Tenemos que hablar. Graciela obedeció. -Sírvete una taza de café, mujer… -No, señora, gracias, pero no me apetece. Doña Dorinda encendió un cigarrillo. -Evidentemente, no puedes seguir ocupándote de las tareas domésticas ahora que eres la dueña de todo esto. Mañana habrá que poner un anuncio o algo para contratar a otra persona. Graciela enrojeció. -No, señora. Quiero seguir ocupándome de ello, en serio. Además, esto sigue siendo suyo. Doña Dorinda reflexionó un momento. -Graciela, no puedes seguir siendo una criada. Ahora tenéis que llevar la granja como lo hizo Mercedes antes, tendrás que hablar con proveedores, etcétera… -Nada va a cambiar, doñita. No insista. Ya mi esposo y yo hemos hablado. Usted necesita ayuda aquí de alguien de su confianza. -Por lo menos, contrata a alguien que te ayude. Graciela se levantó. -Usted no se preocupe de nada, Doñita. Estará en la gloria. Hablaré a Emerson, porque creo que sí está pensando en contratar otro bracero, ahora que a él se le va a duplicar el trabajo. -Otra cosa, Graciela. No sé dónde están mis pastillas, hace un rato abrí el botiquín de mi baño y ya no estaban. ¿Sabes algo de eso? Graciela enrojeció nuevamente. -Yo me ocupo, señora. Son muchas las que tiene que tomar y tengo miedo de que se haga un lío. Tengo escritas las horas y las medicaciones, no se preocupe. Usted sabe lo mucho que queríamos a doña Mercedes, lo menos que podemos hacer es tenerla a usted como ella querría, como una princesa. Cogió la bandeja y salió, con una inclinación de cabeza. Doña Dorinda se quedó pensando hasta qué punto habría adivinado Graciela sus intenciones. *** -¿Cómo está la doña, Graciela? –preguntó Emerson cuando se encontraron en el jardín. -Bastante desanimada, creo. No me gusta nada esa tranquilidad que tiene, Emerson. Menos mal que me llevé todos los medicamentos del botiquín. -Y aún encima… el testamento. No creo que le haya agradado. ¿Quién iba a pensar que ella nos dejaría todo? –alzó las manos al cielo –Bendita sea. -Dice que debo dejar de trabajar en la casa grande, que ahora soy la esposa del propietario. -Tiene razón –asintió Emerson. -Bueno, pues no quiero. Don Nicolás me dijo que no le quitara ojo y eso pienso hacer. Porque a ella ya no le queda nadie por quién luchar en este mundo y a lo mejor se le ocurre hacer alguna tontería ¿sabes? El rostro de Emerson se ensombreció. -Así que me toca seguir durmiendo solo. Graciela se encogió de hombros. -Tienes a los chicos. Mételos en la cama contigo para que te hagan compañía. -Muy graciosa. En fin, he de ir a ver si contrato un nuevo bracero. Hablaré con Juan. Seguiremos la política de la casa, buscando entre los menos favorecidos de la sociedad. Graciela acarició la mejilla de su marido. -Eso está bien. Me gusta. *** Entretanto, el Boss, Nicolás y Sindo celebraban conciliábulo. Mercedes estaba un poco más allá hablando con su bisabuela, que estaba interesadísima en saber qué era una granja ecológica. -¿Entonces no te diste cuenta de que el hombre rubio que lloraba a mares en el funeral era Héctor? –preguntaba el Boss a Nicolás. -Pues no –contestó el otro asombrado –Estaba en la primera fila. Qué cara más dura. ¿Y por qué lloraba? El Boss rió. -Por la pérdida de su envoltura favorita. Ahora va con la de ese actor de segunda fila del cine mudo que resultó ser un asesino en serie. ¿Te acuerdas? -Ajá –asintió Nicolás. -Están a punto de llegar los indultados, espero que los recibáis cordialmente. Ah, y he hecho otra cosa. Héctor no tendrá ganas de meterse conmigo en mucho, mucho tiempo. -¿Qué has hecho, Boss? –preguntó Gumer –Miedo me das. -Nada, me he deshecho de las treinta y cinco envolturas que poseía Héctor. Sólo le ha quedado la del actorcillo, y eso porque la tenía puesta cuando quemamos las demás. -¿Treinta y cinco? –chilló un indignado Nicolás -¿Y yo sólo voy por la segunda, y eso porque la primera se me murió de puro vieja? ¡No hay derecho! -Nicolás, Héctor es un fashion victim de las envolturas mortales, querido. En fin, los propietarios de la mayor parte de las envolturas se integrarán, asimismo, en la sala de aclimatación. Otros se quedarán en sus dominios, son demasiado malos para venir aquí. Intervino Sindo. -Bueno ¿y qué pinto yo en todo esto? El Boss suspiró. No le gustaba nada lo que iban a hacer, pero no quedaba más remedio. -Verás, tu mujer está hecha trizas y hay sospechas de, bueno, de que se quiera venir para aquí antes de tiempo. Hay que impedirlo. Si eso sucede, Mercedes no nos lo perdonará. Sindo se quedó horrorizado. -Por supuesto, por supuesto. Contad conmigo para lo que sea. Le hice mucho daño en vida, si ahora lo puedo arreglar de algún modo… ¿Qué diantre es eso? Los gritos de Héctor se escuchaban de forma horrísona en toda la sala de aclimatación. -Héctor se acaba de enterar de lo que he hecho con su armario ropero y debe de estar pegado a la frontera. Iré a hablar con él. Nicolás, cuenta a Sindo los detalles de la misión mientras tanto. 20 DE DICIEMBRE -Entonces ya lo sabes –decía Emerson al nuevo bracero –Harás un poco de todo, tanto aquí en la granja como en la casa grande. Mi mujer necesita que le echen una mano para limpiar la casa, hacer la comida y, sobre todo, llevar a la doñita a sus recados en el pueblo. Es importante que salga por lo menos una vez al día ¿Me comprendes? Sindo asintió, aunque sabía que después no recordaría ni palabra, estaba demasiado emocionado con la vuelta a casa. Tanto, que antes de traspasar la verja de acceso a la finca se había tenido que tomar sus buenos diez minutos para llorar a gusto, tantos eran los recuerdos que le despertaba la casa familiar. En ella había vivido Sindo durante setenta y dos años, hasta su muerte. Le temblaban las piernas mientras esperaba que alguien fuera a abrir la puerta. Se decía a sí mismo: “Recuerda: te llamas Manolo Cortés. Te llamas Manolo Cortés y acabas de salir de la cárcel”. Graciela abrió la puerta y Sindo preguntó por Emerson y presentó una carta de recomendación. Ella lo acompañó hasta el cobertizo grande, destinado al personal, y allí tuvo lugar la entrevista. Manolo Cortés, de sesenta años y ex – convicto por robo, no desagradó a Emerson, pero tampoco le había desagradado el candidato al que había entrevistado antes, un tal Francisco Fuentes, de cuarenta años, procesado por desfalco y, por cierto, arrepentidísimo de ello. De hecho, Francisco era más simpático que Manolo, que no paraba de dar vueltas a la gorra que sostenía en las manos nerviosamente. Pero fueron esas manos, precisamente, las que hicieron decidirse a Emerson: eran grandes, callosas y fuertes. Las manos del tal Francisco eran como de señorita. Es más, el individuo en cuestión era demasiado fino y guapo para trabajar en una granja, había pensado Emerson. -Tendrás hambre –continuó el pequeño peruano- Entra por esa puerta, es la de servicio. Graciela, mi mujer, ha hecho un estofado delicioso para la comida. Ve, come un poco, y que ella te enseñe la casa y tus obligaciones. Bienvenido. Espero que estés mucho tiempo entre nosotros –concluyó Emerson. *** Héctor estaba furioso. Últimamente todo le salía mal. Si el maldito Boss no hubiera quemado todas sus envolturas mortales, habría escogido la del campeón de halterofilia y el trabajo habría sido para él, no para Sindo. Si bien su única envoltura era hermosa, no era práctica. Examinó sus cuidadas manos, estaba claro que no habían dado golpe en toda su mortal vida. Dio un pisotón al suelo para descargar su rabia y un roble cercano cayó a plomo a causa del temblor. -Maldito Boss y toda su caterva. Se van a enterar de quién es Héctor. No dejaré cosa con vida en esta mierda de pueblo, me da igual quedarme solo en mis dominios, bah, siempre habrá algún corrupto que se quiera venir conmigo, anda que no… Para empezar, me los llevaré a todos ellos: a la vieja, al machupichu y a su mujer, a la mema rubia, al Lorenzo… y el Boss tendrá que hacer un trueque, vaya que sí… Encendió un cigarrillo y fumó compulsivamente.-Bien, lo que necesito es correrme una buena juerga para olvidar y ponerme de buen humor –dijo en voz alta mientras se levantaba. Estaba sentado a la orilla del río –A ver si en el pueblo de al lado hay alguna mujer guapa que merezca mi atención. *** Graciela contempló horrorizada cómo el bracero nuevo atacaba sin piedad su cuarta ración de estofado. Comía como si llevara años sin hacerlo. -¡Santo Dios, cuantísima hambre traía usted! –no pudo remediar decirlo. -No lo sabe usted bien, señora. Por otro lado, este estofado está riquísimo. Graciela se sintió halagada. -Doña Dorinda me enseñó a hacerlo. En realidad, me enseñó casi todos los platos que sé hacer. Sindo rebañó todo el plato con el pan hasta dejarlo impecable. -¿Y cocido? ¿Sabe usted hacer cocido? –ahora entendía por qué había bofetadas por formar parte de las misiones terrenales. Comer… qué gran placer. -Por supuesto, y fabada, paella, callos, tortilla y todo lo de la gastronomía española –corroboró Graciela. -Calle, calle, que se me hace la boca agua. Graciela pensó que con aquel hombre no les iba a llegar el presupuesto para comida. No sabía si a partir de entonces le correspondería comer con los demás braceros o si, por el contrario, lo haría con ella en la cocina. Desde luego, prefería la primera opción. Sindo sacó un paquete de tabaco. ¡Qué maravilla fumar y comer sin preocuparse de las coronarias! Habían elegido para él la envoltura de un antiguo capataz, acostumbrado a trabajar duro, con músculos de acero y, sobre todo, sanísimo. El pobre hombre había muerto aplastado por un caballo. -¿Puedo fumar, señora? –preguntó educadamente. Graciela asintió. -Sí, hombre. Si total ella fuma como una chimenea… A Sindo casi le cayó el pitillo de la boca. -¿Doña Dorinda? –preguntó. -Claro. ¿Quién si no? También doña Mercedes, la hija, era fumadora. Y doña Dorinda hasta el año pasado fumaba a escondidas, yo desde luego nunca la había visto hacerlo en público, pero a raíz de una pelea que tuvo con otra señora en el pueblo… -se detuvo. Se estaba pasando de chismosa. Ahora sí le cayó el pitillo a Sindo. Lo recogió antes de que se quemara el mantel. -¿Cómo dice? ¿Que se tiró del moño con otra señora? Graciela dio un manotazo al aire. -Olvídelo, fue una tontería y ahora son amiguísimas. *** Durante la tarde, a Sindo se le asignó una litera en el cobertizo donde dormían los braceros que no tenían familia. Emerson le enseñó todas las instalaciones. Estaba totalmente alucinado con lo que había hecho su hija allí. Emerson. -Parece que todo funciona estupendamente ¿no? –preguntó a -Sí. La dueña era un prodigio de eficacia. No sé si sabrá que murió hace unos días en un terrible accidente de coche. Pobre, le gustaba mucho correr. Seguiremos su línea de trabajo: rotación de cultivos sostenibles, nada de productos tropicales, ya ve que apenas tenemos invernaderos. Y nada de química, desde luego. Sindo ya había sido informado por Nicolás de que Emerson era ahora el dueño de todo aquello, y no pudo remediar sentir cierta pena. Toda la vida trabajando para que ahora sus tierras salieran de la familia… Desde luego, no cabía duda de que Mercedes había sabido sacar partido al terreno, tanto sus tierras como las de Dorinda habían sido aprovechadas al máximo. -Así que la vieja se ha quedado sola ¿no? –preguntó de nuevo, a ver si Emerson soltaba prenda sobre algo. -¡Pobre mujer! Se quedó viuda hace tres años y ahora lo de su hija… no me extraña que esté deprimida. A las seis tendrás que llevarla al pueblo a su partida de julepe. Procura no enfadarla, aunque de gran corazón, tiene muy mal carácter y las circunstancias no han contribuido a suavizarlo, como comprenderás. “Como si yo no lo supiera” pensó Sindo. *** -¿Dónde está mi padre? –preguntó Mercedes. Nicolás y el Boss habían decidido no decirle nada sobre la misión que había llevado a Sindo al mundo terrenal. -Lo han mandado al comité de bienvenida de los indultados –mintió Nicolás con presteza –Como son tantísimos, hace falta bastante gente. Supongo que designarán a alguno de ellos para venir a darte las gracias por el indulto. Efectivamente, en aquel momento Pedro estaba echando el discurso de bienvenida a los indultados. -Bien, piltrafillas –decía con su voz aflautada –A ver qué tal os comportáis aquí. No os vamos a permitir vuestras groseras diversiones ni ninguno de los maleducados comportamientos a los que estáis acostumbrados ¿está claro? A la primera que hagáis, os mandaremos de vuelta con Héctor sin mayores contemplaciones y sin posibilidad de indulto para siempre jamás. ¿Lo habéis entendido, caterva? –Pedro alzaba la cabeza con orgullo para manifestar su disgusto –No sois dignos de estar aquí. Habéis tenido la suerte de que Héctor ha ofendido gravemente al Boss, esto es un regalo para vuestras miserables almas pecadoras. Haceos dignos de él. Todos los indultados asintieron con el terror pintado en la mirada. Harían cualquier cosa antes de volver con Héctor. Pedro consultó su lista. Ahora, que cada grupo se vaya con su comité de bienvenida, ellos se encargarán de enseñaros las normas y de poneros en contacto con vuestros familiares y amigos. Todos excepto David Molero, que es el designado para ir a dar las gracias a la pesona causante de vuestro indulto, aunque en mi opinión todos deberíais postraros a sus pies, desgraciados. Molero, ven aquí –ordenó con el mismo tono despreciativo que había utilizado para el discurso. El aludido se salió del grupo y se puso al lado de Pedro. Estaba aterrorizado y aliviado al mismo tiempo. La elección de David Molero como representante de los indultados no había sido fruto de la casualidad. El Boss quería que lo primero que hiciera el antiguo cacique fuese postrarse con humildad ante su antigua enemiga. Por eso Mercedes no daba crédito cuando lo vio acercarse acompañado de un Pedro más altivo que nunca. -¿Pero ese no es David? –preguntó asombrada a Nicolás. -Parece que sí. Debe de ser uno de los indultados. No te pases mucho con él ¿eh? –Nicolás sabía la manía que su novia le tenía a David desde que era una chiquilla. David estaba experimentando la misma confusión. -¡Pero tú…! -Cállate, basura –ordenó Pedro –Haz lo que has venido a hacer y sin impertinencias. David se postró a los pies de Mercedes. -Vengo a darte humildemente las gracias en mi nombre y el de mis ciento cincuenta mil compañeros por haber logrado nuestro indulto. Esperamos ser merecedores de tal honor. Mercedes parpadeó. Nunca había visto a David tan humilde. -Levántate, David. Charlemos un rato. Se sentaron juntos. -¿Qué te ha pasado, Mercedes? Eres la última persona que esperaba encontrar aquí, te lo juro. Ella sonrió. -Ya ves, un desafortunado accidente de coche. Héctor lo provocó, por eso os han indultado. Es la forma en que el Boss lo castiga. Has tenido suerte. David seguía con la boca abierta. Su mirada se posó en Nicolás. -Tú estabas en el pueblo el año pasado, si no recuerdo mal… -Nicolás asintió en silencio. -Sí, David. Nicolás es mi novio. ¿Y qué? ¿Lo has pasado muy mal por los dominios de Héctor? Nicolás telegrafió su disgusto por la pregunta con un alzamiento de cejas. Se daba cuenta de que Mercedes y David estaban a punto de retomar su antigua enemistad. David suspiró. Lo único que quería era olvidar lo antes posible y la pregunta no ayudaba. Recordaba perfectamente su llegada al inframundo. -No eres más que un cerdo maltratador, un chuloputas de segunda, un mierda –había dicho Héctor con una amplia sonrisa –Te gustan las tías ¿eh? Y a continuación, lo había confinado en una habitación en la que lo estaban esperando cinco gladiadores altos como castillos. -Señoritas –había dicho Héctor a aquellos bestias –Les traigo este efebo para que hagan con él lo que gusten. Espero que, aunque seboso y fofo, sea de su completo agrado –Lo empujó dentro y cerró con varios cerrojos. Había sido una pesadilla, sí. Llegó un momento en que el dolor de la humillación había superado al dolor físico. Decidió no contestar y formular, a su vez, otra pregunta. -¿Sabes algo de los míos, Mercedes? Supongo que tú acabas de llegar aquí. ¿Cuánto tiempo hace que me marché yo? Mercedes miró a Nicolás con tal gesto de desafío que el otro no se atrevió a decirle nada. Estaba claro que iba a hacerle pasar un mal rato a David. Nicolás pensó que, en el fondo, David se lo merecía. Ya tendrían tiempo de limar asperezas más adelante. -Pues hace más o menos un año, David. Y sí, han pasado un montón de cosas buenas desde que te fuiste. Marián, tu santa esposa, la humillada y maltratada, volvió a casarse. ¿Sabes con quién? Con Lorenzo, tu gran enemigo. Ahora son granjeros, están asociados conmigo y les va de lujo, están enamoradísimos y hace poco tuvieron un bebé. Tus hijos llevan una existencia feliz y tranquila, alejados de gritos y golpes. Y fíjate, tu madre y la mía son ahora las mejores amigas. Así que nos vino genial que te murieras, ya ves. David empezó a hervir a fuego lento. -¡La muy puta! ¡Me las pagará! Intervino Nicolás. -Si esa va a ser tu actitud, me temo que no vas a durar mucho tiempo aquí. Yo que tú me lo pensaría dos veces, porque el Boss sólo indulta una vez, y si no vemos que cambias, te volveremos a mandar con Héctor. David miró a Nicolás y a Mercedes con odio. -Me marcho a ver a mi padre. Disculpadme. 21 DE DICIEMBRE Cuando todos estuvieron dormidos, Sindo se levantó de su litera sin hacer ruido. Como ya se había acostado a medio vestir, sólo tuvo que añadir algunas prendas de abrigo a su indumentaria. Cogió la linterna y salió del barracón. La noche estaba gélida y despejada, el cielo era un espectáculo de estrellas, pero ni se fijó. Al llegar a los establos, giró y se perdió por un extremo de la finca, hasta llegar a la vieja cabaña de Mercedes, la que su tío Manolo le había construido cuando era pequeña. Ya había dejado las herramientas allí al final de la tarde. Comprobó que por los alrededores no hubiera nadie; si Héctor se enteraba, sería el final. Aunque estaba agotado tras su primer día mortal, estaba seguro de que no podría dormir. El encuentro vespertino con Dorinda lo había puesto muy nervioso. Para empezar, apenas si la había reconocido. Le dijeron que a las seis tuviera el coche preparado para ir al pueblo y así lo hizo. Entonces vio llegar a una señora elegante y diminuta del brazo de Graciela. Él esperaba a su Dori, la vieja gruñona de moño gris y faldas negras casi hasta los pies, no a aquella mujer rubia con abrigo de paño beige y zapatos de tacón. Salió apresuradamente para abrirle la puerta. -Señora –dijo Graciela –Éste es Manolo, el nuevo bracero. Doña Dorinda miró a un tembloroso Sindo con frialdad. Era una mirada exenta de humanidad. -Bienvenido a la granja –dijo sucintamente. Se sentó en el asiento del copiloto y Sindo cerró la puerta, dio la vuelta al coche y ocupó la plaza del conductor. Le temblaban las manos al dar el contacto. -O tiene usted mucho frío o es muy torpe –Doña Dorinda rasgó el silencio con su tono autoritario. -Pppppperdone, enseguida lo arranco. Al final, puso el coche en marcha y salieron en dirección al pueblo. Ninguno de los dos dijo una palabra hasta llegar al pueblo. -¿Dónde quiere que la deje, señora? -En la plaza. Nos reunimos en un café que hay allí. Sindo enfiló hacia la plaza con determinación. -Usted no es de aquí ¿verdad? –preguntó doña Dorinda. -No, señora. -Pues para no ser de aquí, veo que conoce bastante bien las calles del pueblo. Curioso. ¡Maldición! Tenía que haber fingido un poco de duda. -Tengo muy buen sentido de la orientación, señora. Aparcó el coche, la ayudó a apearse y la acompañó hasta la puerta del café. -Puede marcharse. Venga a recogerme a las ocho en punto. Así será, señora. *** La cabañita de madera había sido construida sobre los restos de una vieja leñera. El suelo era de madera. Sindo cogió un martillo y comenzó a golpear el suelo suavemente. Donde sonó hueco, presionó con las manos y se levantó una trampilla. Sintió alivio, había temido que la entrada al pasadizo hubiera sido condenada. La construcción del pasadizo que comunicaba la antigua leñera con la casa databa de muchísimos años antes, por lo menos de los tiempos del abuelo de Sindo. Tenía como objeto poder ir desde la casa a coger leña en las épocas de las grandes nevadas. Durante la guerra civil se rehabilitó por si el padre de Sindo tenía que esconderse, todo el mundo sabía de su filiación republicana. Después, hasta donde él sabía, dejó de usarse. El pasadizo tenía una peculiaridad interesante, y por eso Sindo estaba explorando el recorrido con un pico y una pala, por si había derrumbes o raíces de árboles, y era que tenía dos salidas. La primitiva, que iba a dar a un panel corredizo de la biblioteca, y la que hicieron en los años treinta, que daba directamente al armario de la leña del dormitorio del padre de Sindo, por si tenía que escapar de noche. Es decir, al dormitorio de doña Dorinda. Mientras avanzaba por el angosto corredor, recordaba las instrucciones dadas por el Boss. “Primero: protege la vida de doña Dorinda las veinticuatro horas del día. Si es preciso, con la tuya”. Bien, podía protegerla de día, pero no de noche si ella dormía en la casa grande y él lo hacía en el barracón de braceros. Entonces se acordó del pasadizo. A través de él podría acceder al dormitorio de su mujer y velarla durante la noche. “Segundo: a la menor sospecha de la presencia de Héctor, ponte en contacto con nosotros. Pedro te dirá cómo hacerlo”. Y sí, ya había tenido que ponerse en contacto con ellos porque los otros braceros habían estado bromeando sobre “el otro candidato” y su aspecto señoritingo. Cuando Sindo pidió que se lo describieran, no tuvo la menor duda de quién era. “Tercero: pase lo que pase, suceda lo que suceda, no se te ocurra jamás revelar tu verdadera indentidad y, mucho menos, a tu mujer. Resiste la tentación”. Eso iba a resultar difícil. Había ido a recogerla a la hora convenida y comprobó que venía más contenta y con la voz algo pastosa. Dedujo que había estado bebiendo. -¿Estaba bueno el chocolate, señora? –preguntó con descaro. Doña Dorinda se echó a reír. -Váyase a la mierda, qué metomentodo es usted. He tomado un par de chupitos, me da igual si lo aprueba o no. Estoy pasando por algo terrible y no pasa nada por dar un par de tragos ¿no? Sindo sonrió. -Me alegra que no conduzca usted entonces. Cuente conmigo para llevarla a cualquier lado. Doña Dorinda suspiró. -Antes me llevaba Mercedes ¿sabe? Le encantaba conducir. Mercedes era mi hija, murió hace unos días en un accidente –su voz se quebró y empezó a llorar. A Sindo le costó un esfuerzo supremo no abrazarla y decirle: “Todo está bien, querida. Sindo ya está aquí y no permitirá que sufras ni un solo segundo”, pero consiguió rehacerse. Dio unas palmaditas a la anciana en el hombro. -Lo siento mucho, señora. Entre todos intentaremos hacerle la vida agradable y ayudarla a reponerse. Doña Dorinda se sonó los mocos aparatosamente. -Gracias, es usted muy amable. No sé qué pinto ya aquí. Debería morirme yo también. Sindo sintió miedo -Ni se le ocurra decir eso, por favor. Procure disfrutar de la vida, es algo hermoso. Nosotros la ayudaremos. *** Afortunadamente, el pasadizo se hallaba en buenas condiciones. Lo peor era el aire enrarecido. En algunos momentos, a Sindo le costaba respirar. Subió los escalones torpemente tallados que conducían a la habitación de doña Dorinda, procurando hacer el menor ruido posible. Pronto dio con el picaporte que abría el falso fondo del armario de la leña. Abrió con lentitud tras pulverizar la cerradura con un lubricante. Afortunadamente, había poca leña en el armario. Apagó la linterna y aguzó el oído. No se escuchaba nada, doña Dorinda debía de estar durmiendo. Empujó la puerta del armario. Efectivamente, la anciana estaba profundamente dormida. En la inmensa cama de madera de castaño, parecía todavía más pequeña. El fuego de la chimenea daba luz suficiente para ver la habitación. Aquél era el cuarto donde durmieron en sus primeros tiempos de casados, hasta que Dorinda, enterada de la relación de Sindo con doña Juana, le prohibió volver a dormir con ella y lo desterró a otro dormitorio. Sindo se sentó en la mecedora que había junto a la ventana. Si doña Dorinda despertaba, esperaba que le diera tiempo a rodar por el suelo y esconderse debajo de la cama. Aunque sabía que las posibilidades eran remotas, Graciela le había dicho que tomaba un potente somnífero. La servicial peruana era otro problema, puesto que dormía en la casa atenta al menor movimiento de doña Dorinda. Sí, el tema de la vigilancia iba a ser bastante complicado. Sindo estaba agotado. El suave balanceo de la mecedora hizo que fuera entrando en un agradable sopor. No sabía cuánto tiempo llevaba allí cuando un movimiento sospechoso lo hizo espabilar. Se puso de pie y se quedó escuchando en la penumbra. Vio cómo se abría el postigo. Al otro lado de la ventana, apareció la cara de Héctor. Reprochándose a sí mismo no haber llevado un arma, Sindo pegó su nariz al cristal, haciéndola coincidir con la de Héctor. El maligno se llevó tal susto que perdió el equilibrio y cayó al suelo. Sindo cerró el postigo y se dispuso a reanudar su vigilia. Habría que idear un plan contundente para los próximos días. *** Pedro se acercó al Boss con su trotecillo ridículo. -Boss, es esencial y preciso que hable contigo. Es un asunto muy muy urgente. El Boss estaba charlando con Mercedes y Nicolás y puso cara de fastidio ante la interrupción. -¿Tan urgente es? -Urgentísimo –contestó Pedro con su voz de pito. Se hicieron a un lado. -Boss, he hecho recuento hasta cinco veces. David Molero no está. Ha desaparecido. El Boss enarcó las cejas. Aquella no era una buena noticia en absoluto. -¿Estás seguro? Pedro pareció sentirse ofendido por la duda de su jefe. -Completamente. Ya te dije, Boss, que no deberías indultar a esa escoria. Desde el principio vi que iba a dar problemas… -Vale, Pedro, vale. Ahora no es el momento de los reproches. En cuanto puedas, ponte en contacto con Sindo. Esto se pone cada vez más feo. Ah, y a Mercedes, ni palabra. Nicolás estaba mirando insistentemente en dirección a ellos. Con gesto mudo, el Boss le telegrafió que ya hablarían más tarde. *** Héctor, algo magullado por la caída que había terminado con su excursión nocturna, se encontró con David en el río, como habían convenido. -Pero qué grandísimo hijo de puta llegas a ser, David. Qué poco me ha costado convencerte ¿eh? ¿Te gusta tu nueva envoltura? Estás mucho más guapo que con aquel aspecto flácido y seboso. David sonrió, encantado de ser nuevamente mortal. -Espero que cumplas lo pactado, Héctor. Tras el encuentro con Sindo, Héctor pensó con rapidez. Había que actuar con cautela, no podía cargarse a la vieja de forma violenta, tenía que ser algo natural, como un infarto o una caída por las escaleras… así el Boss nunca podría demostrar que había sido él y vengarse. Y lo mismo tenía que suceder con los demás y para eso necesitaba un ayudante. No le costó nada manifestarse ante David junto a la frontera del inframundo y prometerle el oro y el moro si le ayudaba. El muy imbécil estaba tan cegado por el deseo de vengarse de Marián y Lorenzo que había sido como arcilla en sus manos. Le prometió una bonita envoltura mortal y una vida de lujo asiático cuando la misión acabara y volvieran juntos al inframundo, con mujeres en abundancia y todos los placeres que se pudiera imaginar. Y el muy estúpido aceptó. Como si Héctor fuese alguien capaz de cumplir sus promesas. -Por supuesto, amigo –Héctor sonrió y le dio unas palmaditas en el hombro. -Te juro que en cuanto encuentre a esa puta de Marián lo primero que voy a hacer es darle una paliza que no le va a quedar un hueso sano, y después… No pudo continuar. Héctor le dio tal bofetada que lo tiró al suelo. -¿Pero es que eres todavía más imbécil de lo que pareces? ¿Qué te acabo de decir? No podemos llamar la atención ni tener manifestaciones violentas. Si tienes ganas de pegar a tu mujer, te aguantas y te jodes ¿entendido? No me he molestado en ahogar a un maldito desgraciado en el río y procurarte una bonita envoltura para que ahora vengas y lo jodas todo con tus putas ganas de venganza. Vamos a elaborar un plan y a seguirlo a rajatabla, pedazo de gilipollas. David asintió en silencio. Le daba igual cómo, pero quería a Marián muerta. Y a Lorenzo también. *** Aquella mañana, a Sindo le tocó trabajar en la casa grande. -Ve y enciende las chimeneas. Cuando acabes, Graciela te dará tarea para hacer. Tras preguntarle si sabía algo de cocina, Graciela le encargó hacer el desayuno de la señora. -¿Se lo llevo a la cama? –preguntó Sindo. Graciela dudó. -No suele desayunar en la cama, pero no me parece mala idea. Hazlo, sí. Así que Sindo se vio subiendo las escaleras cargado con una bandeja con café, tostadas de pan con aceite y un zumo de naranja, además de las pastillas de rigor y un pequeño jarrón con una rosa que había robado del invernadero. Tras llamar a la puerta, entró. El asombro de doña Dorinda fue mayúsculo y se tapó con el embozo de la sábana. -¿Qué hace usted aquí? Hace más de treinta años que un hombre no pisa esta habitación. “A mí me lo vas a decir” pensó Sindo. -Graciela me dijo que le subiera el desayuno –Dejó la bandeja en la cómoda y se apresuró a abrir los postigos para que entrara el sol de la mañana –Deje que cuidemos de usted –Y le colocó unos cojines en la espalda para que se incorporase. -¡Graciela puede cuidar de mí, pero usted no! ¡Usted es un hombre! Cójame una mañanita del armario, haga el favor. ¿Sabe usted lo que es una mañanita? -Por supuesto, señora. Estuve casado. Doña Dorinda empezó a desayunar con apetito. -¿Estuvo? ¿Qué pasó? Menos mal que entre el Boss y Nicolás le habían fabricado una biografía entera, pensó Sindo. -Oh, murió hace años… -Yo también soy viuda –dijo doña Dorinda –Desde hace tres años. Mi marido era un completo cerdo mujeriego. Sindo sintió un escalofrío. Una cosa era saber que lo pensaba y otra escucharlo de sus labios. -Lo siento, señora. -Cuando acabe de desayunar, le contaré. Quizás usted haya estado en la cárcel, pero le aseguro que mi querido Sindo merecía una cadena perpetua… 22 DE DICIEMBRE Graciela notó enseguida el cambio que estaba experimentando doña Dorinda y lo comentó con Sindo. -Dice que ya baja ella hoy a desayunar, no quiere el desayuno en la cama. La he encontrado de excelente humor. Parece que se lleva muy bien con usted ¿eh? Tan bien que Emerson recibió ordenes de la casa grande de que Sindo a partir de ahora estaría a las órdenes de doña Dorinda la mayor parte del tiempo. Eso contrarió al peruano, él había contratado un bracero, no un animador sociocultural. -Póngale el desayuno a la doña entonces mientras yo arreglo la sala ¿sí? –Sindo asintió. Nada le agradaría más. Doña Dorinda entró en la cocina mientras Sindo colocaba el servicio de desayuno. Llevaba un jersey beige, pantalones marrones y botas del mismo color, lo que resaltaba una figura aún bonita a sus setenta y pico años. Se había maquillado ligeramente. -Buenos días, Manolo –saludó con voz cantarina. Desde la charla del día anterior, se había quedado tan vacía y relajada que no parecía la misma persona. Aún no entendía cómo había sido capaz de contar su vida a un extraño, pero algo había en él que le inspiraba total confianza, a lo mejor eran las pastillas, que le nublaban el cerebro. El día anterior Manolo había estado de acuerdo con ella, diciéndole que su marido era un perfecto cabrón y que la había tratado muy mal. Pobre Sindo, cómo le costó reconocer sus errores, aunque fuese en la piel de otro individuo. -Yo tampoco me porté bien con mi mujer algunas veces, pero no tenga la menor duda de que la quería –manifestó Sindo con calor. Aquella noche Sindo había vuelto a dormir en el cuarto de doña Dorinda, esta vez acompañado de una escopeta de caza. Nada sucedió. Doña Dorinda se levantó al baño a eso de las tres de la mañana, obligando a Sindo a meterse debajo de la cama. Por lo demás, la noche había transcurrido con tranquilidad. -¿Qué quiere hacer hoy, señora? ¿La llevo a dar un paseo? El día anterior doña Dorinda se había paseado ufanamente por todo el mercado con su nuevo chófer. Doña Juana había bromeado muchísimo. Sindo pasó un mal rato al volver a ver a su antigua amante, pero procuró que no se le notara. Poco quedaba de aquella belleza exuberante. -Está bien, sí. Un paseo –dijo doña Dorinda –Y después al pueblo a hacer unas compras. -Perfectamente. En media hora tendré todo listo, usted mientras tanto tómese el rico desayuno que le he preparado –dijo Sindo, frotándose las manos. *** Aunque en la sala de aclimatación no existía el concepto de tiempo, a medida que éste transcurría Mercedes iba recuperando su antigua facultad de pensar con claridad. Y pronto comenzó a sospechar que le ocultaban algo. Como no le gustaba andarse por las ramas, se encaró directamente con el Boss y Nicolás. -Ya me estáis diciendo dónde está mi padre. No soy idiota, algo pasa y me lo estáis ocultando. Decídmelo, podré soportarlo. El Boss y Nicolás cruzaron una mirada y el Boss asintió con la cabeza. Habló Nicolás. -Tu padre está con tu madre. Mercedes se quedó boquiabierta. -¿Por qué? ¿Qué sucede? Nicolás explicó que en principio había ido con identidad oculta para tratar de animarla un poco, pues Graciela tenía la sospecha de que a lo mejor a la señora se le ocurría tomar más pastillas de las debidas. Ahora ese peligro parecía haber pasado, pero sabían a ciencia cierta que Héctor andaba por el pueblo en compañía de David Molero. -¡Esa culebra! –bufó Mercedes –Nunca debiste indultarlo, Boss. -Lo sé, lo sé… pero como era de los que tenía faltas leves… -¡Porque no le dio tiempo a cometerlas graves! –gritó ella. -En fin, cálmate, todo está bajo control. -Y una mierda me calmo. Estando Héctor ahí puede suceder cualquier catástrofe. Dime, Boss ¿cómo puede existir alguien tan malo? ¿Cómo puedes consentirlo? ¿De dónde salió semejante monstruo? El Boss bajó los ojos y se sentó a la orilla del río. -Con lo inteligente que eres no entiendo cómo no lo has adivinado ya – contestó con voz ronca. Mercedes se quedó esperando explicaciones. Se imaginaba cualquier cosa, excepto lo que escuchó a continuación. -Yo soy Héctor, Mercedes –dijo el Boss en voz muy baja –Yo soy Héctor, y Héctor es yo. *** Doña Dorinda enarcó las cejas al ver que Sindo le arropaba las piernas en el coche con la que había sido su manta favorita años atrás. -¿De dónde ha sacado usted esa manta? –preguntó autoritariamente. Sindo tragó saliva. -Del armario de debajo de la escalera –pensó furiosamente –Graciela me lo dijo. ¿He hecho mal? -Ésa era la manta que Sindo y yo usábamos para ir de excursión cuando éramos novios… en fin, no, no pasa nada. Sindo salió al cruce y enfiló la carretera paralela al río. De repente, se envaró. Acababa de ver a Héctor perderse entre los árboles. Arrimó el coche al arcén. -¿Y ahora qué sucede? –preguntó doña Dorinda. -Verá, señora, tengo ya sesenta años, mi próstata… -Vaya, vaya –dijo doña Dorinda haciendo un gesto con la mano. No tenía ganas de escuchar más explicaciones. Sindo salió corriendo y se perdió entre los árboles. Veía a Héctor bastantes metros más allá y lo siguió sin hacer ruido. En su vida anterior había sido cazador y sabía moverse en silencio. Al ver que Héctor se detenía para encontrarse con otro hombre, se escondió tras un matorral para escuchar. Héctor recibió a David con una sonora bofetada. -¿A qué andas dejándote ver por la granja de tu mujer? ¿Eres idiota? -Perdón, Héctor –suplicó David –Tenía que ir a ver el percal con mis propios ojos. La carne es débil. -¡Tú eres el débil, no la carne! –bramó Héctor – Bien, éste es el plan: yo me encargo de doña Dorinda y los machupichus y tú de Marián y Lorenzo. Lo mejor sería entrar esta noche o mañana y manipular las calderas de la calefacción. Suele haber muchos acccidentes por escapes de gas y eso no llamará la atención. A Sindo se le congeló la sangre en las venas. -¿Eso es todo? ¿Gas? ¿No podré hacerles nada? –preguntó David con mirada sanguinaria. -¡Pero qué retrasado mental llegas a ser, chico! Cuando los tengamos en el inframundo podrás torturarlos todo lo que quieras. David se quedó pensativo. -Está bien, pero tendrá que ser mañana por la noche, no hoy. -¿Y eso por qué? -No quiero que mis hijos queden gaseados también, y mañana duermen en casa de su abuela con sus primos, les he oído decirlo. Héctor sonrió. -Muy bien, pues entonces hoy nos correremos la juerga padre en la ciudad. Yo invito. *** Nicolás se sentó para escuchar la historia del Boss. Se la sabía de memoria, pero le encantaba oírla como si fuera la primera vez. -Ya Nicolás te lo dijo el año pasado: para que exista el bien, también tiene que existir el mal. Digamos que Héctor es mi parte mala, lo peor de mí. Imagínate una fuente de energía, la mayor que pueda existir, ni siquiera todas las centrales nucleares de la Tierra juntas llegarían a ser una mínima parte Mercedes asintió. -Tanta era mi energía que me sentía molesto y un día decidí desprenderme de una parte de ella, y aún así tenía más que suficiente para mí. Con esa energía se creó el universo. Más tarde vi que ese universo tenía vida propia, se produjo el big bang y ya sabes lo que sucedió. Nunca más volví a estar aburrido. Observar lo que iba sucediendo con la energía de la que me había deshecho era algo fascinante, increíble. Fui testigo de la evolución del universo, sus cambios y el origen de las especies. Sólo testigo, no intervine en ningún momento. -¡Ajá! –gritó Mercedes –Así que los creacionistas no tienen razón. ¡Lo sabía! – Nicolás sonrió, sabía que Mercedes era una ardiente defensora de la teoría de Darwin. El Boss sonrió también. -Déjame continuar. Un tiempo después, creo que fue durante la era de los dinosaurios, me desprendí de otra parte de mi energía, más pequeña que la anterior. Volvía a sentirme sobrecargado. De esa energía surgió Héctor. Y tanto él como yo aprendíamos rápido de las características de los seres que iban poblando el planeta. Cuando apareció el homo sapiens y comenzó a evolucionar, ambos fuimos entendiendo su naturaleza y surgió en nosotros la capacidad de comunicarnos y comprender sentimientos. Entonces, se reveló la maligna naturaleza de Héctor. Al principio sólo era un poco travieso, hasta que, porque decía que se aburría, provocó un terremoto que mató a todo un poblado; entonces me enfadé de verdad y le dije que se alejara, que no quería saber más de él. Se sintió muy ofendido, pero yo tracé lo que hoy es la frontera entre la sala de aclimatación y el inframundo y jamás se la he dejado cruzar. Mercedes asentía tristemente. -Fue Héctor el primero en aprender a hacerse con una envoltura mortal para pasearse por la Tierra. Al principio lo hizo por curiosidad, pero pronto cayó en las garras de los placeres terrenales, y como no tiene el menor autocontrol, pasaba más tiempo allí que aquí entregado a una orgía perpetua. Empezó a capturar la energía de los que morían para llevársela al inframundo y divertirse con ellos. Entonces decidí que podía copiarle y hacer una versión benévola del asunto: creé la sala de aclimatación, rescaté a los pobres diablos prisioneros de Héctor y la poblé. Y después, para intentar contrarrestar su malvada influencia, se me ocurrió lo de las misiones terrenales. Hay un montón de agentes camuflados por todo el mundo cumpliendo misiones, pero no se dejan sentir. El único que cometió un error fue Nicolás al enamorarse de una mortal. Nicolás y Mercedes agacharon la cabeza, avergonzados. -Así que ya ves cómo estamos, Mercedes. Tú eres uno de los nuestros y no vamos a permitir que nadie de tu entorno mortal sufra el menor daño, pero… corremos un riesgo. Tu madre no debe saber jamás quién es el nuevo bracero llamado Manolo, y no confío en que tu padre sea capaz de guardar el secreto. Y él puede vigilar a Héctor, pero no a David también, voy a tener que enviar refuerzos… Fue interrumpido por Pedro, que deslizó unas palabras en su oído. -Habla en alto, Pedro. Mercedes lo sabe todo ya –contestó el Boss. Pedro explicó los planes de Héctor y David, según lo que había escuchado Sindo. Mercedes se alteró y el Boss frunció el ceño. Pero mira que es pesado este Héctor –refunfuñó –No aprende. ¿No se da cuenta de que será castigado sólo por haberlo intentado? En fin, dile a Sindo que no se preocupe, que enviaré refuerzos y que no deje a Dorinda sola ni un solo minuto. Pedro salió con su característico trotecillo, dispuesto a informar a Sindo. -Boss, por lo que más quieras, no dejes que les suceda nada –imploró Mercedes. -No te preocupes, querida. Héctor lamentará amargamente haberme desafiado *** Mientras daba cuenta de su segunda ración de cordero, David pensaba en la escena que había presenciado aquella mañana. Se le atragantaba la comida cada vez que la recordaba. No había podido remediar acercarse a la granja de Marián a espiar. Escuchó voces en uno de los invernaderos y se acercó. La zorra de su mujer y el cabrón del ex –alcalde se hacían arrumacos entre las lechugas y se decían toda clase de ternezas. David notaba cómo su sangre iba elevando su temperatura. Observó lo mucho que había cambiado Marián: estaba claro que el amor embellecía. A pesar de haber dado a luz hacía poco, se había librado de aquellas carnes fofas que la adornaban cuando estaba casada con él. Tampoco exhibía la expresión triste de antaño, al contrario, sus ojos chispeaban continuamente. Para rematarla, entraron en el invernadero los tres hijos que David había tenido con Marián y rodearon a Lorenzo con gran algarabía, tratándolo como si fuese el único padre que habían conocido. -Lorenzo, Lorenzo –gritaba Silvia, la mayor –Hemos tenido una idea estupenda. Lorenzo se dispuso a escuchar con interés. David nunca tenía tiempo ni ganas para hablar con sus hijos. -Vamos a proponer al alcalde que le ponga a la biblioteca municipal el nombre de Mercedes. ¿A que es una buena idea? Lorenzo y Marián asintieron a la vez. Era una idea magnífica. -Me parece maravilloso –dijo Lorenzo –A ella le encantará, esté donde esté. Hoy mismo se lo diré al alcalde a ver si lo propone en el próximo pleno. -¿Puedo ir a decírselo a doña Dorinda, mamá? –preguntó Silvia. -No, guapa. Ya se lo diremos cuando vayamos allí en Nochebuena. Además – le guiñó un ojo –Pablo ha venido a preguntar por ti –Pablo era el sobrino de Lorenzo y era novio de Silvia desde hacía un año. -Oh –enrojeció la niña –Será por lo de nuestra cena de aniversario. Por cierto, tengo que comprarle un regalo. Lorenzo ¿me ayudarás a elegir algo? Tú sabes muy bien lo que le gusta. -Claro que sí, mujer. Después te llevo a la ciudad –Silvia demostró su agradecimiento abrazando a su padrastro y dándole un sonoro beso en la mejilla. Eso acabó de enfurecer a David. Los Bermúdez habian decidido joderle la vida, pensó. Uno con su mujer y otro con su hija. Su venganza sería terrible. -¿En qué perversidades estás pensando, David? –preguntó Héctor amablemente. David se lo explicó. -Y lástima que no pueda vengarme ya de Mercedes, está fuera de mi alcance ¿verdad? Héctor asintió. -Sé que eres un auténtico hijo de puta, David. Pero meterte con tu propia hermana… A David le cayó el tenedor al suelo. -¿Qué coño estás insinuando? Mercedes no es mi hermana. Héctor sonrió dulcemente. -No es eso lo que he oído decir… Se dice que en realidad eres hijo de Gumersindo Díaz. David bebió de un sorbo la copa de vino que tenía delante. A lo mejor era una broma de Héctor para enfurecerlo, pero él tenía pruebas de que no era así. -Pues mira, esta vez te has colado. Soy hijo de mi padre. -Ah… ¿Y cómo lo sabes? David intentó componerse un poco y calmarse. -Mi padre tenía una enfermedad genética. Hubo que hacer pruebas por si yo la había heredado, y también a mis hijos varones. Héctor se acariciaba la barbilla con parsimonia. -¿Y? -Yo soy… era portador. Mis hijos están limpios, afortunadamente. No es algo demasiado grave, pero sí fastidioso. -A lo mejor son tus hijos los que no son tuyos –insinuó el maligno. David llamó al camarero para pedir postre. Empezaba a entender el sentido del humor de Héctor y decidió hacer caso omiso al último comentario -Oye, Héctor. ¿Qué tal si nos vamos a ese puticlub de rusas que decías antes? Me encantan las rusas. Héctor suspiró. Su aprendiz aprendía, valga la redundancia, rápidamente. Sus pullas empezaban a no hacer efecto. -Como sigas comiendo así, no te admitirán. Dentro de poco estarás tan seboso como antes –sentenció. 23 DE DICIEMBRE Como todas las noches, Sindo atravesó el pasadizo a eso de la una. En el último tramo estaba preparada la escopeta. A ver si esta noche podía dormir un poco más, pensó, porque su envoltura estaba empezando a sentirse francamente agotada, y no por el trabajo duro, precisamente, sino más bien por la falta de sueño y por tener que andar conteniéndose todo el día para no revelar a doña Dorinda su verdadera identidad. La peligrosa situación también lo preocupaba y lo agotaba. Había hablado con Pedro al mediodía y éste había prometido refuerzos urgentes, pero por ahora nadie había llegado, que él supiera. Estaba asustado. Héctor era un auténtico demonio, pero David no se quedaba atrás. Algo le martilleaba la conciencia: aquel cabrón no podía ser su hijo, se negaba a compartir una sola partícula de sangre con aquel desgraciado. Probablemente Juana había mentido aquella noche en que se presentó dramáticamente para decir que estaba embarazada de él. El día anterior él le había dicho que no podían seguir juntos, que su mujer se acabaría enterando. En realidad, fue una pobre excusa. Sindo empezaba a estar francamente harto de Juana y sus exigencias. Habría dado cualquier cosa para que David Molero no hubiera sido hijo suyo. Como las últimas noches, Sindo empujó la puerta del armario quedamente, tras comprobar que no había ruido. Pero en vez de encontrarse lo acostumbrado, es decir, la oscuridad, se topó con el cañón de una escopeta de caza apuntando a su corazón. Doña Dorinda, con su escasa estatura, no era capaz de sujetar el arma más alto. -Por favor, por favor, no dispare -rogó Sindo aterrorizado. La expresión de doña Dorinda no dejaba lugar a dudas. Si las explicaciones no le satisfacían, no dudaría en apretar el gatillo. -Explíqueme qué hace en la habitación de una dama a estas horas -susurró la mujer. Sindo sudaba a mares. -Señora, me manda Nicolás -consiguió articular. -¿Qué Nicolás? -quiso saber ella. -El novio de su hija, el que trabaja en seguridad nacional. Está preocupado por usted. Doña Dorinda hundió aún más el cañón en el pecho de Sindo. -¿Y por qué no viene él mismo? -gruñó. -Ya sabe usted que siempre anda con misiones secretas. Yo sólo soy un segundón, pero quiere que cuide de usted. -¡Y a fe mía que lo hace usted estupendamente! ¿Eso incluye colarse en mi habitación por la noche? -preguntó doña Dorinda. -Día y noche, ésas fueron las instrucciones, señora. -Deme la escopeta -ordenó la anciana. Sindo obedeció sin vacilar -¿De dónde la ha sacado? Sindo no podía decirlo sin descubrirse. La había cogido del armero de la biblioteca, que estaba camuflado tras un panel. Sólo Dorinda, Mercedes y él conocían el escondite. -Es mía, señora. -¡Y una mierda! En la culata, como en la mía, pone GDM, es decir, las iniciales de mi marido: Gumersindo Díaz Martínez. Sindo estaba a punto de desmayarse. No sabía qué hacer. Por fortuna, ella sí. Cogió la escopeta y la puso en un rincón junto a la suya. -Tenía mis sospechas, pero esto ya lo confirma. Sólo Mercedes, mi marido y yo sabíamos dónde está elarmero y que hay un armario de debajo de la escalera, pero... -se acercó a él -sólo Sindo y yo conocemos la existencia del pasadizo ¿verdad? Sindo se sintió descubierto y decidió dejar de fingir. -Verdad, Dori -y abrió los brazos para que doña Dorinda entrara en ellos. *** Si doña Dorinda no hubiera tenido al Boss y a Nicolás alojados en su casa el año anterior, probablemente nunca se le habría pasado por la cabeza que el nuevo bracero era en realidad su marido. Ella era desconfiada con la gente y la súbita simpatía que había sentido por el tal Manolo ya la tenía con la mosca detrás de la oreja, pero el haber notado ruidos en el pasadizo la noche anterior y, sobre todo, el que Manolo conociera la existencia del armario de la escalera terminaron de convencerla. ¿Y por qué no? Ella había expresado el deseo de que Sindo estuviera allí, y sabía de sobra quién era el hombre que se hacía llamar Cristóbal. Así que dejó de tomar las pastillas que le daba Graciela para dormir y recuperó su ligero sueño de costumbre. Si Sindo iba a usar el pasadizo esa noche, ella quería estar bien despierta. -¿Has visto a Mercedes? ¿Está bien? -fue lo primero que dijo doña Dorinda a su marido. -Está bien, estuve allí para recibirla, no te preocupes. No puedo darte datos, Dori, entiéndelo. -Lo entiendo. -Ella sólo quiere que tú estés bien y contenta. Por eso me han mandado. Doña Dorinda se sentó en la mecedora. -No puedo estar contenta. Ella ya no está. Y supongo que tú no vas a quedarte indefinidamente ¿verdad? Como el tal Nicolás, el novio de la niña, que sólo venía una vez al año... -Yo ni eso, Dori. Es sólo esta vez, un favor especial que te hacen por ser la madre de quien eres. -Diles de mi parte que les estoy muy agradecida -se levantó para abrazar a Sindo otra vez -¡Te he echado tanto de menos...! -Y yo a ti. Hacía unos treinta y muchos años que no pisaba tu habitación. Como me tenías castigado... -Por infiel -sentenció doña Dorinda -Yo te quería y tú no hacías más que ponerme cuernos. -Yo también te quería, pero no me dejabas ni acercarme... -Cállate ya, Sindo. No tengo la menor intención de pasarme la noche discutiendo. *** Durante la madrugada, Sindo fue llamado a capítulo. Se levantó de la cama y entró en el cuarto de baño. Doña Dorinda dormía. -Ay, Sindo, ¿qué te dijimos? -Sindo escuchó la voz del Boss, pero no lo vio. -Lo siento, Boss. No tuve opción. -Ya, tampoco luchaste mucho, supongo. En fin, afortunadamente, para nosotros ahora es mejor así. La cosa es la siguiente: mañana a primera hora, Nicolás y yo estaremos ahí. Sabes que odio desplazarme, pero no queda más remedio. Dile a Dorinda que tiene que hacer que Graciela duerma con su marido la próxima noche ¿entiendes? No quiero más testigos de los necesarios. Y si mañana le podéis dar fiesta, muchísimo mejor. Nadie debe saber que estamos en el pueblo, excepto Dorinda y tú. Sindo asintió. -Vuélvete a la cama y disfruta de lo que te queda por aquí. El 24 nos iremos todos. Y, por favor, no hagas concebir a tu mujer esperanzas de que volverás ¿eh? Esto viene dado por las circunstancias. -Sí Boss, me hago cargo. Gracias por esta nueva oportunidad. La voz invisible se suavizó. -La otra vez no te dio tiempo a despedirte. Aprovecha ahora. *** -¿Entonces os vais? -preguntó Mercedes con preocupación. -Sí, querida. Es mejor que nosotros mismos nos ocupemos del asunto. Héctor tiene una energía ilimitada: con un solo dedo podría prenderle fuego a una casa. Si estoy yo, no se atreverá -contestó el Boss. -Volveremos enseguida, no te preocupes -dijo Nicolás. -¡Pues claro que me preocupo, estando ese cerdo por el medio! -respondió Mercedes -¿Os alojaréis en mi casa? -Sí -dijo el Boss. Mercedes se quedó pensativa. -¿Vais muy mal de tiempo o puedo hablar un rato con Nicolás? -preguntó. -Podéis hablar -respondió el Boss. -Demos un paseo -propuso Mercedes a Nicolás. Dejaron al Boss preparando con Pedro los detalles del viaje. -Tengo que decirte algo, Nicolás -empezó Mercedes. -Lo que tú quieras, nena. ¿Qué sucede? -Emerson es el dueño de todo ahora. Nicolás enarcó las cejas. -¿Emerson? ¿Y eso? ¿No tenías nadie mejor a quien dejárselo? Bueno, tus motivos tendrás para haberlo hecho, no te tengo por irreflexiva. -Y tanto que los tengo: Emerson me salvó la vida. Nicolás hizo un gesto de muda interrogación. -Cuando me reconcilié con mi madre y decidimos poner en marcha la granja ecológica, me mudé a vivir con ella, ya sabes. Pedí la excedencia enseguida. Fue un acto irreflexivo por mi parte, aunque ahora no me arrepiento. En aquel momento me sentía culpable por la relación con mi madre, tú te encargaste de reseñármelo cuarenta veces. Nicolás asintió. -Un día, antes de empezar a poner todo en marcha, tuvimos una discusión terrible, creo que la peor de todas en nuestra vida. Nos dijimos cosas horribles. Me pilló especialmente deprimida, porque no es por nada, pero que tú desaparecieras y el pensar que nunca más te volvería a ver me tenía destrozada... sí, estaba en un momento muy bajo. Discutir con ella, que sabe cómo poner el dedo en la llaga, no ayudó. Nicolás esperaba, nervioso. -No te lo he contado nunca, pero me entraron ganas de acabar con todo, no podía más. No tenía nada por lo que luchar: tú no estabas, ella me odiaba, mi padre había muerto... cogí una cuerda y me fui a la cuadra. Aún teníamos la cuadra antigua, no habíamos empezado las obras. Me entró un placer morboso al pensar en su cara cuando me encontrara colgada al día siguiente, te lo digo de verdad. -Por Dios, Mercedes... -gimió Nicolás -Nunca me dijiste... -Calla. Nos veíamos diez días al año. No iba a perder el tiempo con tristezas. Pasé la cuerda por el travesaño del techo y entonces escuché una voz: "oh, por favor, señora, no lo haga, no lo haga..." Me detuve y miré a mi alrededor. "¿Quién anda ahí?" pregunté. Entonces salió Emerson del interior de un montón de paja, sucio, tembloroso, tan pequeño... Le pregunté quién era y qué hacía en mi cuadra, pero él seguía insistiendo en que no lo hiciera. Las vacas nos miraban con aire incrédulo. Cogí a Emerson por los hombros, porque estaba temblando de frío, y me lo llevé al cobertizo. Le di una manta y le preparé un té caliente en el infiernillo. Cuando se recuperó un poco me pidió perdón por dormir en la cuadra. "Déjese de tonterías" contesté "Nadie duerme en una cuadra sucia si no es por un motivo poderoso". Entonces me contó que llevaba una semana viviendo en la cuadra, durmiendo arrimado a las vacas para no pasar frío y alimentándose de la leche que ordeñaba. Me dijo que era peruano y había llegado a Europa el año anterior con un contrato de trabajo que resultó ser engañoso. -¿Engañoso? -preguntó Nicolás. -No sólo engañan a las chicas de la Europa del Este con contratos, Nicolás. Emerson era granjero en su país, pero las cosas iban muy mal. Se enteró de que necesitaban granjeros para grandes explotaciones agrícolas en Centroeuropa y él tenía tres bocas que alimentar, más otro bebé en camino. Así que decidió arriesgarse. En cuanto llegó le retuvieron el pasaporte. Aquello no era una granja ecológica, sino una granja de cultivo y procesado de sustancias ilegales. Trabajaba a destajo, le pegaban y lo maltrataban, lo mataban al hambre, no podía escapar, lo tenían esclavizado. Nicolás estaba horrorizado. Un día, junto con otro compañero, consiguió escapar y llegar hasta Francia. Allí se separaron. Emerson cruzó la Península dentro de un camión de reparto y fue a dar aquí. Se sentía cansado y buscaba un lugar donde pasar la noche. Estaba tan débil que no pudo volver a moverse hasta que yo lo descubrí o, más bien, él me descubrió a mí. -Y se arriesgó a que lo descubrieras por salvarte la vida. -Efectivamente. Le arreglé el cobertizo para que viviera allí temporalmente, encendí el fuego, le preparé el catre y se dio una ducha caliente. Fui a casa y cogí ropa de mi padre y comida. Y vivió allí un par de meses hasta que empezaron en serio las obras. Durante ese tiempo hablábamos mucho de cultivos y le expliqué lo que íbamos a hacer. Sus consejos eran tan acertados que decidí hacerlo capataz. Nicolás asintió en silencio. Típico de Mercedes. -¿Y Graciela? -preguntó. -Graciela hacía un año que no sabía de su marido. La llamó por teléfono y fue todo una desgracia: ella había tenido su tercer hijo, pero el bebé no había sobrevivido a tanta hambre y tanta penuria. Su situación era desesperada así que arreglé todo para que se pudieran venir y estar juntos. No hay día, perdón, no había día que no me lo recordaran y me dieran las gracias. -Mercedes, eres una santa... -Qué va, hombre. Todos salimos ganando: Emerson es un trabajador infatigable y una excelente persona, además de un capataz competente que sabe cuándo hay que dar órdenes y cómo. Graciela ha sido una ayuda increíble, pues se lleva fenomenal con mi madre. No se me ocurrió mejor solución que dejarles la granja a ellos, aunque la verdad, tampoco tenía pensado morirme tan pronto. -Muy desesperada tenías que estar para querer acabar con todo -murmuró Nicolás. -Lo estaba. Ahora vete, el Boss te está llamando. Y por lo que más quieras, que no le suceda nada a mi madre. *** El matrimonio ya estaba levantado a las seis. Sindo hizo un desayuno opíparo y lo tomaron en la cama mientras él contaba las noticias. -¿Así que van a venir otra vez? -preguntaba doña Dorinda -¿Pero qué pasa exactamente? Sindo le explicó quién era Héctor y lo que pretendía hacer. -¡Ja! A buen sitio viene. Si intenta algo lo recibiré a tiros, ya lo sabes. -No creo que tus tiros le afecten mucho -Sindo besó a su mujer en la frente Tienes que hablar con Graciela y mandarla para la casa del capataz. -Emerson estará encantado... ¿sabías que Mercedes les ha dejado todo? Sindo asintió. -Mira, Dori, si son buena gente y van a trabajar la granja con cariño... ¿qué importa la sangre? -Hablando de sangre... has dicho que David Molero también anda por aquí, ¿no? Sindo asintió avergonzado. -Eso tuvo que ser un farol de Juana, Dori. Alguien tan perverso no puede ser hijo mío, no puede serlo... -Pues tiempo ha tenido de desdecirse este último año, no es por nada... gruñó doña Dorinda. -A lo mejor es por eso por lo que está tan atenta contigo. Le da vergüenza decir la verdad e intenta compensarlo... Doña Dorinda apartó la bandeja y se levantó. -Vamos abajo. Quiero fumar y no me gusta hacerlo en los dormitorios. Así ya hablo con Graciela. Sindo fue a encender las chimeneas, como solía hacer todos los días, mientras doña Dorinda hablaba con Graciela. Ésta vio tan contenta a su ama que pensó que sí, efectivamente, podía cogerse un día de fiesta. -Pero mañana estaré aquí a primera hora para empezar los preparativos de la Nochebuena, doñita -afirmó. *** Nicolás y el Boss llegaron a las ocho y media en punto. Doña Dorinda cerró la casa a cal y canto. Ambos besaron y abrazaron a la anciana, que se echó a llorar emocionada. -No se preocupe -decía el Boss dándole palmaditas en el hombro -Mercedes está fenomenal y le manda recuerdos. Y dice, que, sobre todo, quiere que usted sea feliz y haga cosas provechosas y agradables en la vida. -Gracias, gracias -gemía doña Dorinda -Y gracias por mandarme al viejo trasto. Aunque ya hemos discutido un poco desde que llegó... El Boss sonrió. -Bueno, eso no puedo evitarlo, está en su naturaleza. Sindo sirvió café y bizcocho en la biblioteca para los viajeros. -Vaya, Sindo, qué amito de casa te has vuelto -bromeó doña Dorinda -Cuando estábamos casados no dabas ni golpe. Sindo cerró los ojos con aire de indignación. Nicolás se reía. -Si por algo tenía ganas de volver era por verles a ustedes dos juntos, se lo juro. Intervino el Boss. -Bueno, todo esto está muy bien, pero hay que ponerse en marcha. Sindo, tú escuchaste que pretenden manipular las calderas del gas ¿no es así? -Sindo asintió -Pero creo que en esta casa sería bastante improbable matar a nadie con un escape: es demasiado grande y la tubería de la caldera está en el sótano. Sindo asintió de nuevo. Ése es el motivo por el que pusimos la caldera en el sótano. Además, hay un sistema de seguridad que detecta el gas. No sé cómo está la instalación en casa de Lorenzo, tendría que echar un vistazo. -Piensa, Nicolás... si fueras lo suficientemente perverso como para matar a alguien sin dejar huellas -Nicolás se estremeció ante las palabras del Boss ¿Cómo lo harías? Nicolás pensó largo rato. Dijo al fin: -Abriría el gas, efectivamente, y prepararía una mecha. Haría volar todo por los aires antes de que el sistema de seguridad detectara el escape. El Boss seguía dando órdenes. -Sindo, ve al sótano y atranca la puerta. Él puede derribarla con un dedo, pero no daremos facilidades. No sé cómo se las arreglará para entrar. ¿Cómo harías tú, Nicolás? Ahí sí que no tuvo que pensar. -Soy Papá Noel, Boss. Entraría por la chimenea. Por las noches está apagada. -Ahí lo tenemos -sentenció el Boss. *** Efectivamente, Héctor había llegado a la misma conclusión y así se lo explicaba a su adláter en el río. -¿Has entendido, adoquín? En mi caso no se puede usar lo del escape, así que provocaré un incendio devastador. Quedará todo tan calcinado que no podrán dar con el origen. Y cuando los machupichus vayan a ayudar, pues les retuerzo el pescuezo y ya está. Sus cuerpos quedarán calcinados y no se podrá saber de qué murieron. -¿Y yo qué hago? -preguntaba un perplejo David. -Tú atente al plan inicial, es mucho más fácil porque la casa de Lorenzo es de planta baja y la caldera está en la cocina. Sólo tienes que entrar y abrir la llave del gas. Puedes romper una de las ventanas de la cocina. *** Mercedes se paseaba estrujándose las manos, aunque no pudiera notar ni el menor roce. Pedro ya se estaba poniendo nervioso. -Por lo que más quieras, Mercedes, cálmate. Todo saldrá bien. -Lo siento, Pedro. Supongo que te han encargado cuidarme y te estoy dando la lata. -Pues sí, así había sido, para disgusto de Pedro, que no soportaba hacer de niñera. No obstante, intentó ser amable. -¿Ya te vas acostumbrando a esto? -preguntó. -Bueno... -contestó ella -Oye ¿y si no te acostumbras qué pasa? Pedro arqueó las cejas. -¿No te lo han dicho? -Pues no. -Nicolás me matará si se entera de que te lo he dicho, supongo que no querrá que te dé ideas, pero tienes derecho a saberlo, como todo el mundo: tienes derecho a pedir la desconexión total, pero es irreversible, puesto que tu energía vuelve a ser del Boss. Se la regalas, por así decirlo. Mercedes procesó la información y asintió con la cabeza. -¿Y en el inframundo pasa igual? ¿También hay desconexión definitiva? -Ay, alma cándida... qué te importará a ti el inframundo, si jamás vas a estar en él... pero sí, sí la hay, sólo que en este caso no es voluntaria. Cuando Héctor ve muy mermada su energía, desconecta unos cuantos malotes y se recarga. Y ya está. Lo hace continuamente, como es tan derrochador... -Pedro suspiró -El otro día estuve por allí con el Boss y aquello es un verdadero horror. Mercedes se echó a reír. -La verdad es que sabe dar a cada uno por su palo. El otro día mi hermanastro, que es uno de los indultados y un redomado machista y homófobo, entre otras "virtudes", nos contó que a él lo había encerrado en una habitación con cinco gladiadores romanos altos como castillos. ¿Te imaginas? Pedro se quedó callado, acariciándose la barbilla. Su rostro se ancheó con una gran sonrisa. -Vaya, vaya... a lo mejor va a resultar que el inframundo no es tan horrible después de todo. *** A la hora de comer, el plan quedó definitivamente trazado. Doña Dorinda y Sindo se habían acercado hasta la granja de Lorenzo y Marián con la excusa de invitarlos doña Dorinda a la cena de Nochebuena del día siguiente. Entretanto, Sindo inspeccionó la caldera y vio que, efectivamente, un escape era completamente viable. -¿Cómo nos repartimos la vigilancia? -preguntó Sindo con la boca llena Dorinda ¿queda más cocido? -Sí, pero no para ti. Comes como un cerdo y tienes que estar despejado para esta noche. -Sólo un poquito más, por favor... mañana ya no podré pegarme estos festines. ¡Y tú cocinas tan bien...! Doña Dorinda se ablandó y sirvió raciones para todos. -Creo que lo mejor es que yo me quede aquí con Dorinda -dijo el Boss -Si, como tienen planeado, Héctor aparece aquí, vosotros no podréis luchar contra él. Yo sí. En cambio, podéis reducir a David sin problemas. Todos asintieron. -Ahora vayamos a dormir un poco. Entre este banquete y que por la noche tenemos que estar despejados, una buena siesta no nos irá nada mal. 24 DE DICIEMBRE El reloj del abuelo del gran salón ponía nerviosa a doña Dorinda con su tictac. A las doce tocó las campanadas solemnemente y doña Dorinda se arrebujó en la manta del sofá. Hacía horas que la gran chimenea estaba apagada. Sindo, Nicolás y el Boss habían inspeccionado los nueve hogares que poseía la vivienda y habían estado de acuerdo en que sólo la del salón era lo suficientemente ancha para que entrara un hombre. -¡No se le ocurrirá adoptar forma mortal infantil para esto! -dudó Nicolás -No lo hará ¿eh, Boss? -Tranquilo. Todo el equipo de mantenimiento está alerta. Héctor sigue con la misma envoltura de los últimos días. No se atreverá a cambiar de envoltura, sabe que yo podría enterarme y que mi venganza sería terrible. A las diez de la noche, el equipo se separó. Doña Dorinda y el boss permanecieron en la casa mientras que Nicolás y Sindo partían hacia la de Marián y Lorenzo. Doña Dorinda y su marido permanecieron mucho tiempo abrazados y musitándose palabras al oído. -Y eso que se llevaban fatal -susurraba Nicolás a su vez al Boss. -Hum. La distancia hace olvidar lo malo y quedarse sólo con lo bueno. Y eso es lo que recuerdan: que, en realidad, se querían con locura -repuso el Boss. -Me alegro por Mercedes, estará muy contenta cuando sepa que sus padres han sido felices estos días. ¡Sindo! -gritó -Tenemos que irnos. Ya seguiréis cuando volvamos. -¡Ten cuidado, viejo! -murmuraba doña Dorinda. Sindo rió. -Tranquila, Dori. No me puede pasar nada. Estoy muerto ¿recuerdas? *** A las doce y media, doña Dorinda sirvió café en una mesita alejada de la chimenea. Hacía rato que la luz eléctrica había sido sustituida por la mortecina de unas velas. No debía verse la menor claridad en la estancia, ni desde el exterior ni desde el interior de la chimenea. Héctor debía creer que doña Dorinda dormía. Era aburrida aquella espera, casi a oscuras y hablando en voz quedísima. Además, la zona cercana a la chimenea estaba ocupada con lo destinado a luchar contra Héctor, con el consiguiente peligro de tropezar, así que doña Dorinda estaba confinada en una esquina del salón y el Boss en la opuesta, pues cada uno tenía que desempeñar su papel en aquella pantomima. -Todo saldrá bien, no se preocupe -susurró el Boss en la semipenumbra. -No estoy preocupada -contestó doña Dorinda -Todo lo contrario. Se me han regalado unos días extras con Sindo y Mercedes está bien. No puedo pedir más, ha sido... -se interrumpió. Su oído ya no era el de antaño, pero había escuchado ruidos en el interior de la chimenea. Ocupó su sitio, dispuesta a entrar en acción a la primera señal del Boss. *** Héctor estaba furioso. Esa noche tenía que hacer dos de las cosas que más odiaba como mortal: subir a las alturas y soportar un recorrido de cierta duración por un lugar oscuro y angosto. Pero así tenía que ser si quería consumar su venganza. Y no podía usar trucos que dieran la menor pista de que el accidente había tenido causas sobrenaturales, pues el Boss se daría cuenta enseguida de que había sido él. Ya estaba bastante perjudicado, pensó. Sólo le quedaba aquella envoltura mortal y no podía ni pensar en hacerse con una nueva: el Boss tenía a todos sus agentes pendientes de sus movimientos. Si alguien moría y desaparecía su cuerpo, Héctor sería el principal sospechoso. Durante una buena temporada tendría que lidiar con aquella envoltura, le gustara o no. Por lo menos era bella, aunque muy poco práctica. Tras explorar los alrededores y comprobar que no había un alma viviente por allí decidió gastar un poco de su energía en subirse al tejado de un único salto. Normalmente era el truco que usaba para colarse por las ventanas de las mujeres a las que deseaba y abusar de ellas mientras dormían, sin importarle lo más mínimo si era correspondido. Aunque tuvo cuidado, al aterrizar sobre el tejado hizo un ruido seco. Soltó una palabrota y se quedó esperando, aplicando la oreja al hueco de la chimenea. No escuchó nada y decidió seguir. El frío intenso se le clavaba como un cuchillo y hacía torpes sus movimientos y articulaciones. Necesitó un rato para atar la cuerda alrededor de la chimenea, asegurarla bien y dejarla colgar hacia el interior. Se puso los guantes, respiró profundamente y se internó por el hueco. Decidió no llevar linterna, era demasiado arriesgado. El descenso se le antojó eterno y en algún momento creyó que iba a desmayarse. La oscuridad completa y el olor a humo le daban claustrofobia. Aún así logró sobreponerse y continuar bajando por la cuerda. Sintió un alivio infinito cuando su pie derecho tocó el suelo. Salió de la chimenea y se sacudió vigorosamente el hollín. Aborrecía la suciedad. Quizá ese fue su gran error. De repente, se hizo la luz. Héctor miró a su alrededor con gesto de perplejidad y se quedó horrorizado al descubrir al Boss delante de él. -Buenas noches, Héctor -dijo el Boss con su agradable voz. No se lo pensó dos veces. Entró de nuevo en la chimenea y se dispuso a ascender lo descendido, no tenía otro sitio por dónde escapar. Ofuscado por la huida, no reparó en los bultos que reposaban a ambos lados del hogar, ni mucho menos en la enérgica orden que dio el Boss con voz profunda y autoritaria: -¡Ahora! Doña Dorinda, con sorprendente rapidez para sus años, prendió el soplete de quemar cerdos y lo acercó al hogar. La pila de pastillas de encender fuego y los otros propelentes que habían preparado crearon una llamarada inmediata. Se escucharon unos terribles gritos dentro de la chimenea. Presa del pánico, Héctor abandonó la única envoltura mortal que le quedaba y huyó despavorido chimenea arriba, convertido ya en maligna energía. *** David Molero aguardaba, muerto de frío, el momento en que Marián y Lorenzo se acostaran. Se había pasado toda la cena apostado bajo la ventana del comedor y, a juzgar por la conversación, se iban a retirar temprano, aprovechando que los niños mayores no estaban y que el bebé no solía despertar hasta las siete de la mañana. Eso enfureció a David, no había que ser un genio para deducir que no se acostarían pronto con la intención de dormir. A las doce, y tras una hora de tener que escuchar una serie de intimidades que lo pusieron todavía más furioso, David tomó una decisión: a la mierda Héctor y su discreción. Iba a entrar a saco y matarlos a los tres con sus propias manos: a la cerda de su mujer, al cabrón de su enemigo y al maldito engendro fruto de la unión de aquellos dos seres despreciables. Tenía que vengarse, tenía que hacerlo a cualquier precio. Se acercó a la puerta de la cocina con un cortacristales en mano. En aquel momento, se escuchó un llanto infantil y David se agachó y aguardó. En pocos minutos, la luz de la cocina se encendió y, por los ruidos que de allí salían, entendió que Marián preparaba un biberón para el niño. ¡Maldito crío! Ahora tendría que esperar a que tomara el biberón y se volviera a dormir. Quería sorprenderlos en pleno dormitorio, sin tener la menor sospecha y desarmados. A eso de la una y media decidió que ya podía entrar. No se escuchaba nada. Cortó el cristal a la altura de la manilla, descorrió el cerrojo y entró. Encendió la linterna para moverse en la oscuridad sin tropezar con nada. En un cajón de la cocina encontró un cuchillo grande, del que se apropió inmediatamente. Mucho propósito de asesinato, pero no llevaba con qué perpetrarlo, pensó. David avanzó silenciosamente por el pasillo. En la cocina había dejado los zapatos para no hacer ruido. Sabía que el dormitorio de Marián y Lorenzo era la cuarta puerta desde la cocina. Había luz por debajo, aún estaban despiertos. Cegado por el odio, David no llevaba ningún plan. Pensaba que el efecto sorpresa sería suficiente. Empujó la puerta con determinación. Marián y Lorenzo estaban en la cama, leyendo cada uno un libro. En cuanto lo vieron en el umbral se incorporaron de sus respectivos cojines, con las pupilas dilatadas por el asombro en un principio, y por el terror después, cuando vieron el cuchillo. -¡Eh! -gritó Lorenzo levantándose -¿Qué significa esto? ¿Quién es usted? David blandió el cuchillo y se acercó a Lorenzo completamente desencajado, parecía un loco peligroso. Echó el brazo hacia atrás para descargar el golpe y, entonces, se desplomó como un fardo. *** Héctor vagó furioso por el éter durante unos momentos. ¡Qué mal había salido todo! Ahora el Boss sabía sus planes y, además, había terminado con su última envoltura mortal. Si algo se había salvado de la quema, nunca mejor dicho, sería sometido al fuego nuevamente por los muchachos de mantenimiento. Héctor ya había visto la furgoneta dirigiéndose a toda velocidad a la casa de doña Dorinda. Sabía que el Boss no tendría piedad: lo poco que quedaba del cuerpo del actor asesino sería reducido a cenizas. Pensó con rapidez, mientras flotaba por el pueblo. No podía estar sin envoltura, así su vida no tendría sentido. Disfrutaba enormemente con sus escapadas a la Tierra y para eso necesitaba muchos trajes, pues se le gastaban enseguida con el tute que les daba. Entre alcohol, tabaco, dieta inadecuada y todo tipo de excesos, ninguna le duraba más allá de los dos años. No podía hacerse con una envoltura nueva porque todo estaba vigilado, y si lo intentaba, el Boss iría vaciando poco a poco sus dominios y, consecuentemente, dejándolo sin energía. Todo era horrible. Necesitaba una envoltura ya. Al pasar por casa de Marián y Lorenzo, se le ocurrió una idea luminosa: usaría la evoltura del idiota de David y a él le daría boleto al inframundo de nuevo. Menos daba una piedra. De paso, se divertiría un rato con Marián y su marido. Llegó justo cuando David se disponía a apuñalar a Lorenzo. Lo hizo salir de la envoltura apresuradamente. Mientras David salía, no sin protestar, y él entraba, pasaron unos minutos en los que el cuerpo estuvo muerto. -¡No te acerques, Marián! -gritó Lorenzo -Parece que le ha dado una especie de infarto o algo así. Marián se apresuró a coger la cuna con el niño y esconderla en el cuarto de baño, por si acaso. El pequeño dormía como un lirón tras haber comido y no había riesgo de que se despertara. -¿Quién será este tío y qué querrá? -preguntó. Lorenzo le tomaba el pulso. -Ni idea, pero está más muerto que carracuca. Llama a la policía. Marián descolgó el teléfono de la mesilla, pero no llegó a marcar. Como a cámara lenta, vio como el sujeto abría un ojo y, desde el suelo, la miraba. Y conoció la mirada, no había la menor duda, aunque el hombre fuera diferente: era la misma del hombre que estaba con ella el día que David los sorprendió en el dormitorio. Era él. Marián era una persona resuelta y, desde aquel día, procuraba estar protegida. -¿Qué haces, mujer? ¡Llama a la policía! -instó Lorenzo. Marián colgó el auricular. Su mirada se tornó fría como el hielo mientras clavaba sus ojos llenos de desprecio en los burlones del sujeto. Sin apartar la mirada, abrió el cajón de la mesilla de noche, sacó el revólver que la acompañaba siempre desde hacía un año, y vació el cargador sin inmutarse en la cabeza y el pecho del individuo. *** ¿Qué había sido entretanto de Nicolás y Sindo? Pues, sencillamente, habían tenido mala suerte. La tarde anterior habían descubierto un pajar abandonado, una construcción ruinosa que tenía vista directa a la casa de Marián y Lorenzo. Un lugar perfecto para vigilar. Pero cuando llegaron esa noche, descubrieron que la plaza ya había sido tomada. Tres vagabundos con aspecto de malas pulgas los miraron con cara de pocos amigos cuando los vieron entrar. -¡Eh, capullos! ¡Fuera de aquí! Este lugar es nuestro. Nicolás hizo un gesto a Sindo, indicándole que él se encargaría de dominar la situación. -No me diga. ¿Y dónde está la escritura de este palacio? -contestó con su voz más falsa y meliflua. Los tres mendigos se pusieron de pie a un tiempo, abandonando la lumbre en la que se calentaban. -¿Tienes ganas de bronca, niño pijo? -preguntó uno. Nicolás reculó. No le dio tiempo a contestar. Sindo, que había permanecido en un segundo plano, descargó un puñetazo en el rostro del que preguntaba y entonces se desencadenó la pelea. Sindo tenía mucha fuerza y sabía atizar bien, Nicolás se defendía bastante peor. Uno de los vagabundos encontró un leño y los golpeó a ambos en la cabeza. Cuando vieron que yacían en el suelo sin intención de levantarse, los vagabundos les robaron las carteras y las prendas de abrigo y, por si las moscas, pusieron tierra por medio. *** Lorenzo observaba horrorizado el cadáver de David-Héctor, inmerso en un charco de sangre. Marián lo miraba, igualmente, con total desapasionamiento. -Marián... -musitó Lorenzo con un hilillo de voz -¿De dónde has sacado ese revólver? Eres una caja de sorpresas, chica... De repente, Marián empezó a tiritar. Lorenzo supo actuar con rapidez esta vez: echó una bata sobre los hombros de su mujer y la arropó amorosamente. -Vamos al salón a tomar algo caliente o un copazo de coñac, estamos impresionados. Allí pensaremos con más claridad, sin él delante... Marián asintió, sin dejar de castañetear los dientes. -El niño, coge al niño. No podemos dejarlo solo aquí... Salieron los tres y se acomodaron en el salón. Aún tenía fuego encendido en la chimenea y el ambiente era agradable. El bebé seguía durmiendo en su cuco. Lorenzo sirvió coñac en dos copas y se acomodaron en el sofá, frente a la chimenea. Lorenzo fue el primero en hablar. -Hay que llamar a la policía, Marián. Ella asintió de nuevo. -Sí, sí. No tengo nada que ocultar. Fue en defensa propia. Lorenzo se quedó pensativo. -¿Cómo es que tienes un revólver? Nunca me lo habías dicho. Ella torció la cara. Se sentía avergonzada. -Cuando David apareció muerto el año pasado sentí miedo y me protegí, eso es todo. Hasta hoy, nunca lo había usado. Una idea espantosa pasó por la cabeza de Lorenzo. -¿Tienes licencia de armas? Ella negó en silencio y escondió el rostro entre las manos. -Bueno, no creo que sea para tanto. Confiemos en la policía. Es mejor decirlo que intentar deshacerse del cuerpo y actuar como si nada, ¿no? Marián volvió a asentir. Lorenzo se levantó. -No te preocupes, querida. Te prometo que todo irá bien. Voy a cerrar con llave nuestra habitación hasta que llegue la policía. Marián escuchó los pasos alejándose por el pasillo, y después el grito ahogado de Lorenzo. Se levantó y salió corriendo al pasillo. -¡Lore! ¿Qué sucede? -No te lo vas a creer -Lorenzo estaba en el pasillo, señalando el interior del dormitorio. Marián se asomó y se quedó perpleja. El cuerpo, el cuchillo, el revólver y la alfombra ensangrentada habían desaparecido. Allí no había pasado nada. *** Doña Dorinda vendaba la cabeza de los dos heridos con hábiles manos. El Boss permanecía taciturno. Estaba enfadado. -¡Y que nunca podamos terminar una misión limpiamente...! -se quejaba. Intervino Nicolás, a pesar de que le dolía horriblemente la cabeza. -Boss, nosotros no tuvimos la culpa. Aquellos mendigos... -Cállate, Nicolás -cortó el Boss -Si no se me llega a ocurrir acercarme por allí a ver qué pasaba, no sé cómo habría terminado la cosa. Menos mal que llegué a tiempo. Hice desaparecer el cuerpo y las armas. Arreglé el cristal roto, borré las huellas. Marián y Lorenzo que se crean lo que les dé la gana, pero estarán a salvo. -¿Qué has hecho con el cuerpo? -preguntó Sindo. -Los chicos de mantenimiento lo quemarán. ¡Y menos mal que di con vosotros! ¡Habríais muerto de frío desmayados en aquel pajar...! Nicolás sonrió con tristeza. -¿Pero qué más dará, si ya estamos muertos...? El Boss frunció el ceño. -No es conveniente dejar huellas, ya lo sabes. Nicolás reflexionó. -Mira, Boss. Si analizas la jugada, nos ha salido genial: Héctor ya no tiene envolturas mortales; ni él ni David se han salido con la suya; Dorinda ha pasado unos días con su marido y aquí paz y después gloria. El Boss sonrió. -Pues va a ser que tienes razón. En fin, mañana por la mañana nos vamos. Quiero a todo el mundo preparado a primera hora. Doña Dorinda se levantó. -En ese caso, el viejo gruñón y yo nos vamos a la cama. Buenas noches. *** Mercedes había pasado un rato agradable charlando con sus parientes, pero ya empezaba a estar preocupada por cómo se estarían desarrollando los acontecimientos en el mundo terrenal. Vio que Pedro se acercaba trotando, como de costumbre. -Mercedes, ven. Tengo un recado para ti. Ella se levantó con presteza. -Verás, Héctor quiere hablar contigo. Está en la frontera. Mercedes pareció escandalizada. -Tiene permiso del Boss. Deberías hablar con él. La acompañó hasta donde Héctor esperaba y se retiró. Mercedes miró a su alrededor, pero no encontró a nadie. -Estoy aquí -dijo Héctor -Mercedes se sobresaltó. Lo buscaba pero no lo veía. -¿Dónde estás? No puedo verte. -Claro que no puedes -gruñó Héctor -Ya no tengo envolturas mortales que te sirvan de referente. Sólo podrás escucharme. -Está bien. ¿Qué quieres? -Vengo a decirte que ellos han ganado. Ni David ni yo nos salimos con la nuestra. Jamás volveré a acercarme a ninguno de los tuyos, lo prometo. Mercedes dudó. Viniendo de quien venía la promesa... -Permíteme que no te crea. Tu credibilidad está bastante en entredicho. -Te doy mi palabra de honor. Me ha costado demasiado caro este capricho. Tardaré siglos en conseguir otra envoltura. ¿Y todo para qué? Era a ti a quien quería y mira qué mal me salió. Mercedes se encogió de hombros. -No sé qué podía tener yo que te gustara. No soy tu tipo. -Me gustan los retos, Mercedes, y tú eres difícil de doblegar. Me pasé todo el año visitándote a escondidas, me colaba en tu habitación cuando dormías. Mercedes sintió terror. Así que no eran figuraciones suyas. -¿Por qué eres tan malo, Héctor? ¿No ves que no te trae más que disgustos? -replicó. -Es mi naturaleza, querida, al igual que la tuya es la bondad. No puedo cambiarla. Pero mira, hoy te voy a hacer un regalo, para que veas que no soy tan malo. Mercedes se quedó esperando, se preguntaba qué podría darle a ella Héctor que le interesara. -David no es tu hermano. Pensé que te gustaría saberlo. Y hay pruebas físicas que lo demuestran. Supongo que su madre mintió para fastidiar a la tuya, pero no hay ni una partícula de sangre en común entre vosotros. Ella procesó la información, sopesando cada palabra. -Gracias, Héctor. Es un alivio saberlo. Se lo diré a mi padre cuando llegue. -Deben de estar a punto de llegar. Te dejo. Querrás ir a recibirlos. -Por supuesto. -Adiós, Mercedes. No creo que volvamos a vernos, aunque me gustaría. -Adiós, Héctor. No quiero ser maleducada, pero haré lo posible para que no sea así. Y Mercedes se alejó, encantada de que los hombres de su vida estuvieran de vuelta. Se apresuró para estar presente cuando llegaran. *** Doña Dorinda odiaba la niebla, donde ella vivía era persistente durante el invierno. Sin embargo, se sentía de lo más tranquila avanzando lentamente entre aquella tan espesa. No sabía a dónde iba ni le importaba, a algún sitio iría a dar. Se sentía contenta. El persistente dolor ciático que llevaba atormentándola los últimos días había desaparecido. Una cara querida y conocida salió a su encuentro de repente. -Hola, Dori. -Querido Sindo, qué joven estás -rió doña Dorinda -¿Cuántos años se supone que tienes? ¿Cuarenta? Él sonrió y la tomó de la mano. -Ha sido mi premio por la misión. El Boss ha rejuvenecido mi apariencia virtual. -Siempre has sido un maldito coqueto, Sindo -gruñó ella -¿Para qué quieres aparentar tan joven aquí? ¿Sigues coqueteando con todo bicho viviente? Sindo frunció el ceño. -Para recibirte a ti, querida. ¿Para qué si no? También tú has vuelto a tus treinta y muchos. Estás guapísima. Ella sonrió emocionada. -¡Por eso no me dolía la ciática! Ya me parecía a mí, con la caña que le he dado estos días, que le hemos dado, mejor dicho... -la afirmación hizo reír a Sindo. -Veo que no te ha importado mucho... -seguían avanzando entre la niebla. Doña Dorinda se sentía completamente feliz. -¡Claro que no! Estaba deseando estar con vosotros. ¿Cómo fue? ¿El corazón? Sindo asintió en silencio. -Supongo que no aguantaste tantas emociones. Estos días andabas muy movida, y entre que no eras una niña y tu manía de fumar como un carretero... -Ah, eso sí lo echaré de menos, mira... -murmuró doña Dorinda -Y lo siento por Emerson y Graciela: les he reventado la cena de Nochebuena. -No te preocupes tanto, ahora tienen una granja de la que ocuparse, tendrán que trabajar duro. Espero que les vaya bien. ¿Vamos a ver a Mercedes? -¿Ya está enterada? No le habrá sentado muy bien... Sindo cogió a su mujer por el codo para hacerla girar hacia la derecha. -Es por aquí... bueno, al ser por causas naturales entiende que es lo que hay. Tiene muchas ganas de verte. Está contenta, Nicolás ya ha regresado y ya se han puesto a preparar la misión. Pobres, tienen muchas ganas de bajar al mundo terrenal, como comprenderás -le guiñó un ojo. -Pues yo creo que aquí se debe de estar de coña -dijo doña Dorinda. -¡Ya lo creo que sí! Vamos. Te lo enseñaré. Estoy deseando que veas todo. Te prometo que vamos a ser felicísimos. -Bueno, esta vez te creo. Por mí no ha de quedar. -Ni tampoco por mí, Dori. Tampoco por mí. FIN