El Corazón Stendhaliano De Los Libertadores

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El corazón stendhaliano de los Libertadores DANIEL historia GUTIÉRREZ ARDIL A Este texto fue leído por su autor, natural de Medellín (1979) y uno de los investigadores adscritos al Centro de Estudios en Historia de la Universidad Externado de Colombia, al posesionarse en la noche del 29 de noviembre del año pasado como miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Sin ánimo de escandalizar a tan benemérita institución, sostuvo que los hacedores de la República de Colombia son héroes de factura stendhaliana, es decir, individuos de la misma estofa que Julien Sorel o Fabrizio del Dongo. Las páginas siguientes consideran detenidamente este parentesco decisivo, sin dejar por ello de señalar diferencias fundamentales, e insisten en sus consecuencias políticas. 86 las costumbres y el estado de Italia han cambiado de increíble manera […] desde antes de la revolución al momento presente. En aquel entonces, y aún más la parte meridional, se encontraba casi en aquel estado de opinión y costumbres en que se hallaba España hasta en años recientes y en que aún se halla en buena medida. Ahora, y gracias al contacto y al dominio de los extranjeros, especialmente de los franceses, Italia está, en lo referente a las opiniones, al mismo nivel que los demás pueblos, si bien persiste una mayor confusión en las ideas y una menor difusión de los conocimientos entre las clases populares2. Las formas de la ambición Entre 1824 y 1826, Giacomo Leopardi redactó un curioso Discorso sopra lo stato presente dei costumi degl’Italiani1. En él, trazó un cuadro harto pesimista de la Europa posnapoleónica, la cual, en su concepto, carecía enteramente de originalidad, imaginación e invención (“l’originalità, l’immaginazione e l’invenzione sono estinte in tutta l’Europa”). Aquella constatación resultaba tanto más chocante en virtud del abrupto contraste que no podía dejar de establecerse con los tiempos inmediatamente anteriores o con la libertina sociedad dieciochesca. El período revolucionario había sido evidentemente muy rico en novedades y había supuesto el cambio acelerado de sociedades que, a imagen de la italiana, se consideraban como rezagadas: En la cita anterior aparece el tópico ilustrado de las conquistas civilizadoras, pre- 1 Giacomo LEOPARDI. Discorso sopra lo stato presente 2 Ibídem, p. 17 (traducción del autor de este artículo). dei costumi degl’Italiani. Publicado por primera vez en sente en obras como las de Montesquieu3 o Condorcet4. En otras palabras, Leopardi veía el período transcurrido entre 1789 y 1815 como una época de intensos intercambios humanos que habían permitido colmar los desniveles existentes hasta entonces entre las diversas naciones europeas. Este movimiento progresista –de índole esencialmente guerrera– tuvo un rango de acción continental, mas no había llegado hasta sus últimas consecuencias, como parecía demostrarlo, en opinión del mismo autor, el caso español −y en menor medida el italiano−. ¿Cómo explicar entonces que un proceso inacabado y tan positivo diera paso a un “tempo scarso di novità” como el de las Restauraciones? Leopardi veía la Europa del tercer decenio del siglo XIX como un caos caracterizado por la “extinción universal o debilitamiento de las creencias” sobre las cuales era dable fundar principios morales. Incluso la ambición (entendida como el deseo natural del hombre por atraerse la estima de sus semejantes), que el escritor italiano consideraba como un principio conservador de la sociedad, había cambiado de forma después de Waterloo. Según el discurso en cuestión, el deseo de gloria, que fue hasta entonces la pasión dominante, se desdibujó en el ambiente de “pequeñez” de las Restauraciones y cedió su lugar al sentimiento “moderno” del honor, concebido exclusivamente en términos de “buon tono”. Leopardi juzgaba esta transformación de un modo negativo, pues si bien ambas formas de la ambición eran en el fondo ilusorias, la primera era “espléndida”, mientras que la segunda era vana, baja, oscura, fría y, sobre todo, mortecina, como que había cobrado vida tras la destrucción de El diagnóstico de Leopardi coincide perfectamente con la pintura de las sociedades europeas del período de las Restauraciones esbozada por Stendhal en sus principales novelas. En ellas, el paisaje es también de decadencia moral y de frivolidad, pero sobre todo de aburrimiento. En Armancia, el joven vizconde Octave de Malivert, asqueado con la hueca cortesía de los salones de la nobleza parisina, sueña en 1827 con manejar un cañón o una máquina de vapor, o envidia los destinos de un fabricante de telas, de un lacayo o de un profesor de aritmética7. En La cartuja de Parma, el conde Mosca afirma que la primera calidad de un joven en la Italia posnapoleónica consiste en “no ser susceptible de entusiasmo y en carecer de ingenio”8. El título mismo de la más famosa obra stendhaliana, Le Rouge et le Noir, constituye la más elocuente ilustración del enunciado anterior. En efecto, el tono bermejo alude al uniforme de la soldadesca 3 De l’esprit des lois, París, Gallimard, t. 1, libro X, capítulo 5 Giacomo LEOPARDI. Op. cit., pp. 23-27. IV. 1906 en un volumen titulado Scritti…, Florencia, F. 4 Esquisse d’un tableau historique des progres de l’esprit Le Monier. Sigo aquí la reciente edición del, Piano B. humain, París, Flammarion, 1988, p. 114. Edizioni, 2011. todos los viejos ideales5. En la tercera década del siglo XIX, los hombres cultos de las naciones europeas, se avergüenzan de obrar indebidamente del mismo modo que de alternar en una conversación con una mancha en el vestido o con ropa gastada o harapienta; se conducen correctamente por el mismo modo y por la misma razón o sentimiento que estudian exactamente y cumplen con los imperativos de la moda, que buscan brillar con sus vestidos, con su séquito, con su mobiliario, con su aparato: el lujo y la virtud o la justicia tienen para ellos el mismo e idéntico principio6. 6 Ibíd., p. 26 (traducción del autor de este artículo). 7 STENDHAL. Armance, París [1827], Gallimard, 2009, cap. III, XIV y XV. 8 STENDHAL. La cartuja de Parma, Libro I, capítulo VI. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R 87 el corazón stendhaliano de los libertadores historia aun entre las “clases liberales”, sobre el fin de la vida heroica y sobre la imposibilidad de construir carreras vertiginosas como aquellas que habían hecho posible poco antes, por ejemplo, que un albañil se elevase hasta el rango eminente de general. Aunque más matizado, este rasgo acerca del ejército imperial y de la gran movilidad social que este había hecho posible aparece también en otro libro de Stendhal. Me refiero a la Vie de Napoléon, donde puede leerse: En medio del espectáculo sombrío que ofrecían la política y las sociedades europeas tras la caída de Napoleón, las revoluciones liberales de España, Nápoles y Turín en 1820-1821 hicieron concebir la esperanza de un renacimiento de los tiempos heroicos11. No obstante, la coalición legitimista europea de la Santa Alianza se encargó rápidamente de aniquilar los gobiernos constitucionales. Las miradas se dirigieron entonces a Grecia, donde los helenos pugnaban por librarse de la dominación turca. Eminentes personalidades políticas y hasta literarias (como Byron) se enrolaron en las filas independentistas. Sin embargo, el número de voluntarios fue más bien pequeño (entre 500 y 1.000 europeos y norteamericanos) y el entusiasmo de poca duración, ante el comportamiento sanguinario y la proverbial desorganización de las tropas helenas12. No está de más recordar en este punto que Stendhal abordó la fascinación de la Europa de la Restauración por la causa de los helenos en su primera novela. En efecto, en Armancia, Octave de Malivert emprende a un tiempo lo que considera como “la acción más noble” y “el viaje de un hombre que se aburre” y se dirige a las costas de la Morea, donde fallece antes del desembarco13. Así, pues, en la mente de los liberales sin patria y de los napoleónicos ociosos, la América española (y, particularmente la República de Colombia) se convirtió, durante la tercera década del siglo XIX, en el campo de batalla donde se enfrentaban el Rojo y el Negro, en el lugar donde la libertad parecía haber hallado un refugio precario, que debía ser preservado a toda costa; donde las verdaderas pasiones eran aún posibles y donde un aventurero desposeído y apátrida podía ascender, con algo de suerte, y en virtud de su valor, hasta la cumbre del estamento militar y de una sociedad republicana en formación. En ese sentido, la aventura colombiana era intempestiva y algo anacrónica, porque parecía prolongar lo que, visto desde Europa, resultaba ser un tiempo clausurado, un tipo de ambición extinta y unas pasiones obsoletas. En Rojo y Negro, Stendhal consigna esta creencia por entonces harto común, al describir los pensamientos de un revolucionario italiano fallido (el conde de Altamira), el cual, “no 10 STENDHAL. Vie de Napoléon. París, Payot, 2006, p. 12 William St. CLAIR. That Greece might still be free. Lo que había de verdaderamente extraordinario en el ejército francés eran los suboficiales y los soldados. Como era tan costoso hacerse reemplazar en la conscripción, se enrolaban todos los hijos de la pequeña burguesía; y gracias a las escuelas centrales, habían leído el Emilio y los Comentarios de César. No había subteniente que no estuviera convencido de que peleando con coraje y con algo de suerte para evitar las balas de cañón, llegaría a ser un día mariscal del Imperio10. 88 Retrato de Stendhal. napoleónica, mientras que el negro hace referencia a las sotanas y a la Francia de Luis XVIII y Carlos X. Dos colores, dos trajes, dos sociedades. Y dos “formas de la ambición”, para decirlo en términos leopardinos, ya que el rojo y el negro representan también dos tipos de ascenso social. Julien Sorel, el protagonista de la novela, quien en tiempos del Emperador hubiera soñado con ser sargento, durante el reinado del último Borbón en Francia se imaginaba ambiciosamente como gran vicario9. La conocida novela de Stendhal está llena de frases y de comentarios que insisten sobre el aspecto decadente y la “asfixia moral” de la sociedad francesa de la Restauración, sobre los progresos de la hipocresía 168 (traducción del autor de este artículo). conservando ya esperanzas con respecto a Europa […], pensaba que, cuando los Estados de la América meridional fueran fuertes y poderosos, podrían devolver a Europa la libertad que Mirabeau les había enviado14”. El tópico aparece también en cierta carta del abate de Pradt al enviado de Colombia en Londres José Fernández Madrid: La libertad está casi extinguida en Europa: América es su refugio: no cabe duda de que las monarquías pretenden asfixiarla allí también para impedir su regreso: ya acusan a los Estados Unidos de ser responsables de su nacimiento en Europa, imagínese usted lo que pueden pensar al verla extendida por todo el continente. Su patria, señor mío, es el antemural de la libertad americana. Es ella quien ha inspirado a América15. Además, cabe decir que mientras que en Europa la Restauración significó un renacimiento de la carrera eclesiástica, en la medida en que el sacerdocio era visto como un fundamento necesario de la legitimidad y por cuanto volvió a representar una manera efectiva de atravesar las compuertas sociales, en Colombia se producía en el mismo momento una notable crisis de las vocaciones. Aprovechando la presencia de un representante de la república en Europa, una veintena de hombres y mujeres de los conventos de Bogotá, Cartagena, Popayán, Quito, Riobamba y Caracas solicitaron y obtuvieron del Papa la secularización y la relajación de votos. En los alegatos que redactaron relucen una y otra vez los mismos argumentos: constreñimiento en las profesiones, vocaciones erradas, situación caótica de las órdenes monacales, etc. Las autoridades apoyaron The Philhellenes in the war of independence, Londres, 9 STENDHAL. Le Rouge et le Noir. En el seminario de 11 Maurice BOURQUIN. Histoire de la Sainte-Alliance, Besanzón, Sorel exclama para sus adentros: “Sous Ginebra, Georg et Cie., 1954; Guillaume DE BERTIER Napoléon, j’eusse été sergent; parmi ces futurs curés, DE SAUVIGNY. La Sainte Alliance, París, Armand je serai grand vicaire”. Libro I, capítulo XXVI. Colin, 1972. Oxford University Press, 1972; Denys BARAU, La cause des Grecs. Une histoire du mouvement philhèllene, París, Honoré Champion, 2009. 13 STENDHAL. Armance, op. cit. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R 14 STENDHAL. Le Rouge et le Noir, Libro II, capítulo VIII. 15 Abate de PRADT a José Fernández Madrid (París, 1º de octubre de 1829), AGN, MRE, DT2, t. 323, ff. 301-303. 89 el corazón stendhaliano de los libertadores 90 las demandas, argumentando que, como durante el régimen español los empleos solían ser ocupados por los peninsulares, muchos hombres se vieron forzados en consecuencia a vestir el hábito16. Una vez establecidas estas especificidades, ¿cómo sostener entonces que los hacedores de Colombia son por naturaleza eminentemente stendhalianos? ¿Cómo podrían encarnar la continuación del período revolucionario y pertenecer al mismo tiempo al ambiente político y social de las Restauraciones? Como se verá a continuación, la identidad republicana, liberal y revolucionaria de Colombia resulta en cierta medida capciosa, porque puede inducir a ignorar algunos de los rasgos fundamentales de aquella aventura. Profundamente marcados por el fracaso que representó la Reconquista española, los responsables de la unión en un solo Estado de las provincias de la Nueva Granada y Venezuela veían con horror no sólo lo que consideraban como el espejismo federalista, sino también las teorías “exageradas” sobre la libertad, que, en su opinión, explicaban en buena medida aquel desastre. De ahí la moderación colombiana de los principios y de la corriente revolucionaria, así como la elección de instituciones centrales y de un ejecutivo enérgico. Por lo demás, una república de orden, comprometida con un programa de reformas parciales y progresivas, resultaba menos provocadora en el contexto internacional de la Europa de la Santa Alianza. Sin embargo, sería erróneo ver en el diseño institucional de Colombia un mero oportunismo político, orientado por la búsqueda del reconocimiento de las potencias. En efecto, la república, tal y como fue concebida en Angostura y Cúcuta, es, ante todo, un producto típico de su tiempo. En otros términos, el experimento colombiano se compone de una extraña mezcla de principios que por su naturaleza corresponden a dos períodos distin- 16 AGN, MRE, DT2, t. 374-376 y 381-383. historia tos y que son, en cierta medida, antagónicos. Al matizar la revolución con la independencia y el imperativo de la transformación de la sociedad con el del orden, los libertadores colombianos tenían más en común con los gobiernos restaurados de lo que hubieran estado dispuestos a aceptar. La senda napoleónica Gracias a Matthew Brown, sabemos hoy que aproximadamente 7.000 aventureros europeos se enrolaron en los ejércitos colombianos a partir de 1817. Se trataba en su mayoría de hombres jóvenes y solteros, de humilde origen y carentes de experiencia militar previa17. En otras palabras, una multitud de muchachos similares a ese hijo de aserrador que era Julien Sorel, el héroe de Rojo y Negro. Como este, ¿cuántos de ellos no se criaron soñando con la leyenda napoleónica? ¿Cuántos no leían con fruición toda suerte de libros sobre Bonaparte y el Imperio? ¿Cuántos no atesoraban en secreto grabados del Corso, como si se tratase de reliquias? Y entre los que sabían leer, ¿no podían muchos de ellos decir, con Fabrizio del Dongo, que habían aprendido a hacerlo en las estampas de las batallas ganadas por Bonaparte? ¿Cuántos de aquellos mercenarios no habían jugado de niños con los cascos y los sables de los militares de sus familias, del mismo modo que el protagonista de La cartuja de Parma? Estos muchachos inexpertos se encontraron a su llegada a Colombia con los numerosos napoleónicos que se radicaron por aquellos años en la república. Habitualmente las personas deseosas de establecerse 91 en el país acudían primero a los diplomáticos de Washington, Londres y París, a quienes ofrecían sus servicios y a quienes solicitaban auxilios para los gastos del viaje. En 1824, por ejemplo, el coronel de ingenieros Luis Gasperi, natural de la isla de Elba, se dirigió a José María Salazar, agente colombiano en Washington, pidiéndole pasaje para él, su esposa y su hijo. Había sido condecorado con la Legión de Honor en Francia y con la Corona de Hierro en Italia, y por haber seguido a Napoleón durante los Cien Días le había sido forzoso emigrar a los Estados Unidos. Según declaró, era su intención abrir en Colombia una “academia de instrucción pública”, donde se impartirían clases de lenguas, matemáticas, fortificaciones y arquitectura civil y militar18. También en 1824 el general Frédéric Guillaume de Vaudoncourt ofreció sus 17 Matthew BROWN. Adventuring through Spanish Colonies. Simón Bolívar, foreign mercenaries and the birth of new nations, Liverpool University Press, 2006. Hay traducción española: Aventureros, mercenarios y legiones extranjeras en la Independencia de la Gran Colombia, 18 Luis GASPERI a José María Salazar (Filadelfia, 12 de Medellín, Universidad Pedagógica y Tecnológica de octubre de 1824), AGN, MRE, DT8, caja 316, carpeta Colombia/ La Carreta Editores, 2010. 1, f. 183. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R servicios al gobierno de Colombia en una carta que remitió a Simón Bolívar por intermedio del representante diplomático de la república en Londres. Para entonces el militar contaba con 33 años de servicios y había actuado en 18 campañas, en cuyos combates había recibido 10 heridas. Vaudoncourt había hecho su carrera en el ejército de ingenieros y servido en la infantería, la caballería, el estado mayor y la artillería, rama que constituía su especialidad. En 1791 había sido teniente del primer batallón de la Mosela y siete años más tarde comandante de artillería de la República Cisalpina. A continuación y durante 12 años había dirigido la artillería del Reino de Italia, cuyo ejército fue organizado también gracias a sus cuidados, que incluyeron el establecimiento de arsenales, fundiciones y manufacturas de armas. En virtud de su pasado, Vaudoncourt fue expulsado de Francia por los Borbones en 1816, y tras haber participado activamente en la revolución piamontesa de 1821 como lugarteniente general y comandante del ejército, hubo de refugiarse el corazón stendhaliano de los libertadores 92 en Londres19. Allí entró en contacto con los miembros de la legación colombiana, quienes, sabedores de sus talentos como escritor –había compuesto diversos libros sobre historia militar20−, le confiaron la traducción al francés de las memorias de los ministros del despacho al poder legislativo en 182321. El caso del caballero Armandi es aún más interesante, pues cuando manifestó su intención de establecerse en Colombia era el institutor de los hijos de Luis Bonaparte en Roma. Durante 18 años había servido en la artillería italiana hasta convertirse en coronel y obtener las condecoraciones de la Legión de Honor y de la Corona de hierro. Así mismo, había organizado y estado al frente de la manufactura de armas de Brescia que producía anualmente 24.000 fusiles y pistolas y 12.000 sables22. Por razones evidentes, el ejército colombiano fue el mayor y el mejor asilo para los desterrados europeos que habían ligado 19 Carta de Guillaume de VAUDONCOURT a Bolívar (Londres, 24 de febrero de 1824), AGN, MRE, DT8, caja 507, carpeta 4, f. 35. 20 Frédéric Guillaume de VAUDONCOURT. Histoire des campagnes d’Annibal en Italie pendant la 2ème guerre Punique…, Milán, Imprenta real, 1812, 3 vol.; Relation impartiale du passage de la Bérézina par l’armée française, en 1812…, París, Barrois aîné, 1814; Mémoires pour servir à l’histoire de la guerre entre la France et la Russie en 1812…, Londres, Deboffe, 1815, 2 vol.; Histoire de la guerre soutenue par les Français en Allemagne en 1813…, París, Barrois aîné, 1819. 21 “Estado de las entregas hechas por cuenta de la Repú- historia estrechamente su existencia a la de los Bonaparte. La transmisión de la táctica moderna y los conocimientos militares era afanosamente promovida por las autoridades de la república para concluir la guerra contra España, y los oficiales y suboficiales en el exilio hallaron un enganche fácil y rápido en las filas de las tropas libertadoras. Por el territorio de la joven república se diseminaron también veteranos europeos que se dedicaron a otros menesteres. Así, en 1825 el viajero sueco Carl August Gosselman se encontró a su paso por Gaira con un corso de apellido Sandreschi, que se había desempeñado como comisario del ejército imperial durante la campaña de Rusia. En las inmediaciones de Santa Marta, Sandreschi se había hecho a una casa de embarrado y techo de palma, cuyas paredes adornó abundantemente con cuadros “con la figura de Napoleón y de sus más distinguidos generales23”. También en Mompox, frecuentó Gosselman a un acomodado comerciante francés de nombre Lehericy que había sido antes de su emigración oficial del ejército en las campañas napoleónicas24.De la misma manera, Jean-Baptiste Boussingault refiere en sus memorias cómo, estando en Medellín, recibió la visita del bordelés Bosseau, quien, tras haber sido panadero de la Guardia Imperial, se había instalado cerca de la ciudad de Remedios, donde extraía oro con la colaboración de un grupo de indias de la zona25. Además de los napoleónicos que buscaron en vano pasar a Colombia y de aquellos que consiguieron efectivamente radicarse en la república, existió un tercer tipo de veteranos que, si bien conocieron el país, tuvieron en él tan sólo una experiencia pasajera. Tal fue el caso, por ejemplo del coronel Nicolas Raoul. Ingeniero de la Escuela Politécnica, Raoul había merecido, según sus propias palabras, la confianza y la estima de Napoleón y comandado una división de artillería de la guardia imperial en Waterloo. Siguió luego a Bonaparte en la isla de Elba y en el desembarco famoso que dio inicio a los Cien Días. Tal lealtad le valdría un recuerdo elogioso del Corso en Santa Helena, a propósito del cual el coronel se ufanaba sin tapujos. Al producirse la segunda restauración de Luis XVIII, Raoul escapó a los Estados Unidos. Allí procuró incorporarse en la escuela militar de West Point, lo que no consiguió, a pesar de la recomendación de La Fayette. Fue entonces cuando decidió tocar las puertas de la República de Colombia con el propósito de enrolarse como ingeniero o profesor de jóvenes oficiales26. En Bogotá coincidió con el enviado plenipotenciario de las Provincias Unidas de Centro América Pedro de Molina, quien lo contrató para servir en el ejército de su país. Desde su llegada a Guatemala, Raoul había de convertirse en un verdadero protagonista de las revoluciones de su país de acogida27. En la tercera década del siglo XIX se dieron entonces cita en la República de Colombia numerosos veteranos del ejército imperial y cientos de jóvenes de la generación inmediatamente posterior que soñaban con las campañas napoleónicas y creyeron hallar en la América meridional un escenario a la medida de sus ambiciones. Unos y otros fue- blica por […] el honorable M. J. Hurtado por los gastos 26 Oficio remisorio de Leandro Palacios de la súplica de las legaciones de la República en Londres, Roma, del coronel Raoul para entrar al servicio de Colombia etc., hasta fin de diciembre de 1825”, AGN, MRE, DT2, t. 318, ff. 31-34. 22 José Rafael REVENGA al ministro de relaciones exteriores (Londres, 13 de febrero de 1824) y repre- (Filadelfia, 8 de octubre de 1824), Recomendación de 23 Carl August GOSSELMAN, Viaje por Colombia, 1825 Para Bolívar la vida de Napoleón era un referente mayúsculo, inobjetable, omnipresente: más aún, constituía un f iltro mediante el cual percibía la realidad y su lugar en la historia, unos anteojos con la ayuda de los cuales leía su propio devenir. ron recibidos por los líderes de la revolución, con quienes compartían rasgos fundamentales de carácter, así como convicciones políticas e idéntico trasfondo onírico y legendario. En primer lugar, se trataba de héroes que pertenecían eminentemente al período de las Restauraciones. Y ello no sólo en virtud de su pertenencia cabal a dicha generación, sino también a su admiración soterrada pero visible por la epopeya napoleónica. Según algunos de sus contemporáneos, Simón Bolívar estaba poseído por la manía de imitar a Napoleón, cuya vida y andanzas conocía perfectamente. Cuando residió en París durante sus años mozos, tuvo la ocasión de presenciar una revista militar en la corte de las Tullerías y la impresión que recibió fue tan fuerte que durante los días siguientes adoptó el sombrero y la levita napoleónicos, de tal suerte que Humboldt y Gay Lussac creyeron que el caraqueño había perdido la razón28.Durante la tercera década del siglo XIX, siendo ya el Libertador-presidente de Colombia, Bolívar seguía contagiado de la pasión vestimentaria del Imperio y se le veía portar un uniforme azul, que por sus solapas y su corte, recordaba de manera nítida uno que Napoleón apreciaba particularmente: Raoul por Bernard, brigadier de ingenieros del ejército y 1826, Bogotá, Banco de la República, 1981, pp. 52-53. norteamericano (Filadelfia, 6 de octubre de 1824) 24 Ibíd., p. 107. y carta de Raoul al vicepresidente Santander, AGN, sentación del caballero de Armandi (Roma, enero de 25 Jean-Baptiste BOUSSINGAULT, Mémoires de Bous- 1824), AGN, MRE, DT8, caja 507, carpeta 4, ff. 27 y singault, París, Typographie Chamerot et Renouard, 28. París, 1903, t. 4, p. 128. MRE, DT2, t. 125, ff. 182-185. 27 Memoria del general Manuel José Arce…, [1830] San Salvador, Ministerio de Cultura, 1959, pp. 70-71. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R 28 Jean-Baptiste BOUSSINGAULT, Mémoires…, París, Typographie Chamerot et Renouard, 1892, t. 1 (18021822), t. 3, pp. 10-11. 93 el corazón stendhaliano de los libertadores historia el de los granaderos de la corte imperial29. Hasta en sus proclamas habría intentado Bolívar seguir el canon estético del Emperador, incorporando en ellas los giros ampulosos que caracterizaban su lenguaje30. Para el presidente de Colombia la vida de Napoleón era un referente mayúsculo, inobjetable, omnipresente: más aún, constituía un filtro mediante el cual percibía la realidad y su lugar en la historia, unos anteojos con la ayuda de los cuales leía su propio devenir. Por ello solía Bolívar establecer paralelos entre su existencia y la de su modelo. Por ejemplo, al hablar un día del Estado Mayor General Libertador refirió a Perú de Lacroix que 94 nunca había tenido a la vez más de cuatro edecanes; que entre ellos había siempre considerado al general Ibarra como a su Duroc, a quien Napoleón hizo gran mariscal de palacio y duque de Frioul; que en el general Pedro Briceño Méndez tenía a su Clarke, ministro de la guerra de Napoleón y duque de Feltre; que en el general Salom tenía a su Berthier, mayor general del gran ejército de Napoleón y príncipe de Neufchatel y de Wagram31. Bolívar era consciente del ascendiente que ejercía Bonaparte sobre él y procuraba disimularlo. En 1828, durante su estancia en Bucaramanga, hizo observar a Luis Perú de Lacroix que rara vez hacía elogio de Napoleón en sus conversaciones, y que cuando aludía en ellas a dicho personaje era más para criticarlo –tachándolo de déspota y de tirano− que para elogiarlo. Según explicó, aquellos comentarios severos estaban lejos de reflejar sus verdaderos pensamientos, pues se definió como un “grande apreciador del 29 Ibíd., pp. 171-172. 95 Francisco de Paula Santander. Napoleón cruzando los Alpes de la que el pintor Jacques-Louis David realizó 5 versiones, 1800. héroe francés” y afirmó que todo lo que a él se refería era “la lectura más agradable y provechosa”, el lugar en que estudiaba “el arte de la guerra, el de la política y el de gobernar”. No obstante, Bolívar sentía que le era preciso ocultar y disfrazar sus opiniones para que no se dijese que el Emperador era su modelo o que coincidía con él en las miras políticas. En otras palabras, las censuras públicas del caraqueño con respecto a Napoleón servían para tratar de desvanecer indirectamente toda sospecha acerca de sus pretendidos deseos de hacerse “emperador o rey” o de “dominar la América del Sur”, del mismo modo que el Corso había llegado a controlar Europa32. Evidentemente, en el ámbito colombiano la figura napoleónica no ejercía su influjo exclusivamente sobre Simón Bolívar. Sabemos también que el general Francisco de Paula Santander, vicepresidente de la república, sentía una verdadera fascinación por la epopeya imperial. Hallándose en 1832 en el exilio, se reunió en varias ocasiones, a su paso por los Estados Unidos, con José Bonaparte. Santander gozó incluso de la hospitalidad del malogrado rey de España, quien lo alojó en su casa de Borden Town y le hizo “mil atenciones y obsequios”. Con una veneración no fingida, contempló entonces los bustos de mármol de la familia imperial, recorrió la biblioteca de su anfitrión, leyó en su compañía cartas interesantes de Napoleón y hasta tuvo la suerte de ver algunas reliquias, como el manto con que el más insigne de los Bonaparte se presentó en el Campo de Marte a su regreso de la isla de Elba. Puede decirse que este acontecimiento extraordinario cierra un ciclo comenzado en 1808. En efecto, las abdicaciones de 30 Ibíd., p. 11. 31 Luis Perú de LACROIX. Diario de Bucaramanga, pp. 88-89. 32 Ibíd., pp. 146-148. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R Bayona y el consecuente nombramiento de José Bonaparte como rey de España habían sido el punto de partida de las revoluciones hispanoamericanas de independencia. Veinticuatro años más tarde, uno de los principales líderes del movimiento insurgente se entregaba sin resistencia a una curiosa peregrinación que demuestra de manera elocuente que en el momento mismo en que emprendieron su lucha contra “los pérfidos franceses”, la fidelidad de los vasallos ultramarinos había sido derrotada por el encanto irresistible de un heroísmo de nuevo cuño. Lo referido aquí acerca de Bolívar y Santander es válido también acerca de otros libertadores. En 1861, titulándose “Presidente de los Estados Unidos de Nueva Granada”, el general Tomás Cipriano de Mosquera escribió una curiosa carta al emperador de los franceses, Napoleón III. Bolívar a caballo 1824. el corazón stendhaliano de los libertadores En ella, recordó las “relaciones de amistad” que lo habían ligado al rey José y al príncipe Aquiles Murat en 1831, a su paso por los Estados Unidos. Así mismo, rememoró la visita que había realizado aquel año a uno de los museos londinenses, en compañía de la reina Hortensia y del mismísimo Luis Napoleón Bonaparte. Aparentemente, en 1832, ante las trabas impuestas por la policía secreta en Italia, Mosquera sirvió también de estafeta entre los miembros de la familia Bonaparte. Según expresó, sus servicios le habían valido también la honra de recibir un medallón con cabellos de Napoleón, que conservaba con “grande aprecio33”. 96 Héroes stendhalianos Cabe entonces preguntarse: ¿en qué medida estos deseos anacrónicos de gloria y la persistencia de los ideales imperiales no condicionaron la existencia de toda una generación? Y es aquí donde la literatura se convierte en una fuente invaluable. Lo que callan los archivos o las memorias y las historias que los aventureros y los libertadores publicaron en Gran Bretaña, Francia y América aparece con toda claridad en las páginas de Rojo y Negro o La cartuja de Parma. Se trata, sin duda, de lo que Carlo Ginzburg ha descrito como el “desafío implícito” de Stendhal a los historiadores. Y es que, mientras la obra de Balzac interpela directamente a los estudiosos del pasado por la minuciosidad con que retrata la vida material y la profusión con que describe usos y costumbres, los libros de Stendhal, inspirados por “objetivos distintos”, persiguen develar una “verdad histórica más profunda” (la del corazón humano), mediante “un procedimiento formal específico”: el “discurso directo libre”, gracias al cual el escritor accede a las reflexiones in- historia (primero como preceptor de los hijos de los Rênal, en provincia, y luego como secretario del marqués de la Mole, en la capital del reino), Sorel debió disimular enteramente su pasión por Bonaparte y por el Imperio, leyendo a escondidas y guardando un grabado del héroe en una cajita de cartón negra y lisa, bajo su jergón36.Por su parte, Fabrizio Valserra, marchesino del Dongo, comprometió en su juventud su reputación y su carrera al intentar reunirse con las tropas imperiales durante los Cien Días. En consecuencia, la carrera militar le cerró sus puertas y no le quedó más remedio que abrazar la eclesiástica con la intención de convertirse en obispo o arzobispo. El protagonista de Rojo y Negro hubiera podido perfectamente tomar otro camino, como tantos compatriotas suyos, dirigiéndose al Caribe desde un puerto inglés o desde Burdeos o El Havre, y enganchándose a continuación en los ejércitos colombianos. Otro tanto puede decirse con respecto al héroe de La cartuja de Parma, pues la nobleza nunca fue óbice para emprender un viaje semejante, como lo demuestra el caso del conde Federico de Adlercreutz, quien después de ser edecán de Bernadotte debió abandonar su patria tras contraer deudas que no podía satisfacer37. Así, Sorel y del Dongo habrían podido vestir el bello uniforme militar de sus ensoñaciones juveniles y hacerse un nombre sin sacrificar su sinceridad y sus convicciones íntimas. Las historias de Julien Sorel y Fabrizio del Dongo son, de alguna forma, las de dos mercenarios colombianos que nunca partieron. Si bien pertenecía a la generación anterior a la de los protagonistas de Rojo y teriores de sus personajes. Se trata de un paso abrupto de la tercera a la primera persona, sin empleo de comillas y utilizando tan sólo una “puntuación quebrada y fragmentada, que introduce repentinos cambios de perspectiva”. Este procedimiento narrativo, como bien dice Carlo Ginzburg, suscita preguntas y atrae documentos potenciales34. Es precisamente esta zona, situada “más acá o más allá del conocimiento histórico” la que pretendo abordar a continuación, haciendo de la obra stendhaliana una fuente para acceder al corazón de los libertadores. En Rojo y Negro Julien Sorel es presentado como un lector asiduo del Memorial de Santa Helena. Como se sabe, el conde Emmanuel Las Cases acompañó a Napoleón durante su reclusión en la isla inglesa frente a las costas de África. De las conversaciones cotidianas de ambos surgió el material que había de convertirse en 1823 en ese libro capital en la rehabilitación histórica del Emperador35. El protagonista de la novela de Stendhal consideraba al Memorial como su lectura preferida y como su “Corán”, junto con los boletines del ejército imperial y las Confesiones de Rousseau. Sabemos que la obra llegó a manos de Julien, al mismo tiempo que otros 30 volúmenes y una medalla de la Legión de honor, como un regalo póstumo de un cirujano del ejército imperial, que solía referirle en vida la historia de la campaña de 1796 en Italia. Con el triunfo de la Restauración, Julien optó por cesar de hablar de Napoleón, abrazó el proyecto de hacerse sacerdote y se dio a la tarea de aprender de memoria la Biblia en latín. A causa de sus empleos en dos casas de ultras convencidos 34 Carlo GINZBURG. “La áspera verdad. Un desafío de lo verdadero, lo falso, lo ficticio, Buenos Aires, Fondo de 1861), Archives du Ministère des Affaires Etrangères, Affaires diverses politiques, Colombie, 1, legajo 5º. 37 Caracciolo PARRA PÉREZ (ed.). La cartera del coronel de Cultura Económica, 2010, pp. 241-266. 35 Sudhir HAZAREESINGH. La légende de Napoléon, París, Tallandier, 2005. EDICIÓN 7 Negro y La cartuja de Parma, Luis Perú de Lacroix es un buen ejemplo de la manera en que se comportaron en el invernáculo colombiano las plantas exóticas de la orfandad imperial. Como se sabe, Perú de Lacroix fue uno de aquellos hombres que tras su participación en la gesta napoleónica llegaron a la república y se enrolaron en el ejército independentista38. A él debemos un curioso libro que editó y publicó en París en 1912 Cornelio Hispano: el Diario de Bucaramanga. Se trata de una réplica maravillosa del Memorial de Santa Helena (obra explícitamente citada como modelo por Perú de Lacroix). No cabe duda de que el texto de Las Cases fue leído rápidamente en Colombia: así lo demuestra, entre otras cosas, la existencia de un ejemplar de la primera edición en el archivo de José Manuel Restrepo. Como Julien Sorel, Perú de Lacroix conocía muy bien y admiraba el Memorial de Santa Helena. Así quedó de- 36 STENDHAL. Le Rouge et le Noir, Libro I, capítulo IX. Stendhal a los historiadores”, en: El hilo y las huellas: 33 MOSQUERA a Napoleón III (Bogotá 13 de setiembre 97 2012 conde de Adlercreutz, documentos inéditos relativos a la 38 Jaime DUARTE FRENCH. Los tres Luises del Caribe historia de Venezuela y de la Gran Colombia, Caracas, ¿corsarios o libertadores?, Bogotá, El Áncora Editores, Academia Nacional de la Historia, 2009, p. 1988. R E V I STA DE S A N T A N D E R Marie-Henri Beyle (1783-1842), conocido por el seudónimo de Stendhal. el corazón stendhaliano de los libertadores 98 mostrado en 1828 cuando, al tener la suerte de discurrir tranquilamente durante algunos días con el presidente de Colombia, se tomó el trabajo de consignar cuidadosamente en las noches los juicios y comentarios que había escuchado algunas horas atrás. El ejercicio de transposición resulta curioso en más de un sentido. Perú de Lacroix asume el papel de Las Cases, mientras Bolívar es puesto en el lugar de Bonaparte. Sin embargo, el decorado es muy otro, pues en lugar del destierro insular, los diálogos ocurren en Bucaramanga, a la espera de los resultados de la convención de Ocaña. En otras palabras, el Libertador habla en el Diario de Bucaramanga desde su crepúsculo, mientras que el antiguo emperador tiene en el Memorial la voz ultraterrena del profeta derrotado. Pero, lo más importante de este paralelo es la actitud “soreliana” de Perú de Lacroix, esto es, su coincidencia con el héroe stendhaliano en la manera de leer la realidad, la política y la historia. Anteriormente me referí al “invernáculo colombiano” y es bueno insistir en la metáfora porque ella implica a un tiempo la identidad y las diferencias; la persistencia y las adaptaciones. Sabemos que el influjo napoleónico se hizo sentir en las modas, y que las pelucas empolvadas (“símbolo de todo lo que es lento y triste”, dice Stendhal en La cartuja de Parma39), las coletas40 y los trajes cortesanos con que solían representarse en los retratos los criollos neogranadinos a finales del siglo XVIII fueron abandonados en pocos años en beneficio de las cabezas desnudas y las casacas militares. Mas ello se hizo como lo permitían los recursos del país, es decir, precariamente. El guardarropas y las actitudes de algunos libertadores son muy ilustrativas en ese sentido: el coronel Manuel Antonio López refirió por ejemplo que, al comienzo de la campaña de la Nueva Granada, Bolívar no tenía más que dos camisas: una que llevaba puesta y otra que era lavada historia entre tanto. La situación de los soldados era mucho peor, como que para entonces llevaban tres años andando desnudos y descalzos, combatiendo casi sin armas y municiones, y durmiendo a la intemperie, mientras se disputaban “los cueros de las reses que se mataban para que les sirvieran de abrigo por la noche41”.No otra cosa afirma Codazzi en sus Memorias, donde se lee que ninguno de los jefes y generales del ejército libertador tenían “con qué cambiarse y entre el fango, el agua, las incomodidades, la escasez y las privaciones de todo género, más parecían bestias que hombres42”. En 1820 las circunstancias, si bien algo más holgadas, no eran radicalmente diferentes. El coronel Antonio Morales Galavís, a la sazón gobernador militar del Socorro, vestía a diario con una esclavina azul de “mal paño”, que llevaba “en pechos de camisa”. En las ocasiones espe- ciales se ponía el único uniforme que poseía y que era de color grana, con bordados de cordón de oro. No obstante, con ser tan limitado, el boato bastaba para deslumbrar, pues en la provincia las gentes iban por lo general de lienzo y alpargates43. Si hemos de creer a Stendhal, el aspecto de los oficiales del ejército francés en Italia no era muy diferente al de sus sucesores colombianos. En La cartuja de Parma, al alojarse donde de la marquesa del Dongo, el teniente Robert parece un miserable comparado con los lacayos del palacio: mientras que estos visten con magnificencia y calzan buenos zapatos con hebillas de plata, el militar no posee más que un uniforme remendado, compuesto por un pantalón y un sombrero pescados entre los despojos del ejército austríaco, charreteras de lana y unos zapatos cuya suela procede igualmente de un sombrero tomado al enemigo y amarrada mal que bien con unos cordeles aparentes44. Evidentemente, la aventura independentista de Hispanoamérica se diferenciaba de las guerras de la revolución y del imperio no solamente por los niveles de riqueza de estos países y los europeos, o por las dimensiones de las batallas y de los ejércitos, sino también por las razones mismas que sustentaban las luchas y por las épocas en que se produjeron. Para decirlo en pocas palabras, la contienda contra España no podía adoptar la forma de una revolución jacobina. El peso de la experiencia francesa, y de la haitiana, eran demasiado agobiantes como para que los líderes de la independencia se embarcaran en una aventura que podía ser vista como una amenaza al poderío colonial europeo y que, antes que nada, hubiera significado un desafío absurdo a lo que parecía ser una lección histórica inapelable. En lugar de proyectos utópicos y radicalismo, las autoridades colombianas se decidieron 40 Al respecto cabe citar a José Manuel Groot, quien en el cuadro de costumbres La Barbería apuntó: “Nunca olvidaré que, a pocos días del 20 de julio, al maestro Lechuga debí la independencia de mi Colta, que tiranizaba mi cabeza. Era el peluquero de la casa, y como desde aquella gloriosa fecha se proscribió el peinado español y se adoptó el de pelo corto introducido por Bonaparte en Francia, mi padre se hizo cortar la coleta y mandó ejecutar la misma sentencia sobre la mía. Era la coleta un moño largo de menos de una cuarta y tan grueso como una longaniza, el cual se hacía de un mechón largo de pelo que se dejaba en la nuca. Éste se sobaba con alguna pomada o con sebo y, luego, dándole dos o tres dobleces, se le iba envolviendo en un cordón de pabilo muy apretado y, hecho esto, se envolvía como tango de tabaco con una cinta negra más encima”. Citado por Sergio MEJÍA, El pasado como refugio y esperanza. La Historia Eclesiástica y Civil de José Manuel Groot, Universidad de los AndesInstituto Caro y Cuervo, 2009, p. 38. Las palabras de Ortis corresponden a ese momento de desilusión que comenzó en Italia con la firma del tratado de Campo Formio. Según Benedetto Croce, surgió entonces una especie de “antifrancesismo”, que no era propiamente aversión política a Francia, sino aversión intelectual y moral contra las palabrejas vacías, las abstracciones jacobinas y los “gobiernos geométricos”. La resistencia contrarrevolucionaria de las plebes napolitana y española convenció a muchos de la necesidad de reformar sin hacer abstracción de las costumbres y las necesidades locales. Las instituciones monárquicas fueron entonces vistas sin el odio de antaño y llegó a pensarse en la posibilidad de conciliarlas con las instituciones liberales46. No obstante, el fracaso de las revoluciones Biblioteca Economica Newton, 2002, p. 59. 43 AGN, Asuntos Criminales, t. 89, ff. 428-435. 42 Memorias de Agustín CODAZZI, Bogotá, Banco de la 44 Libro I, capítulo I. República, 1974, p. 384. EDICIÓN 7 Ahora bien: hagamos sacerdotes de los curas y los frailes; convirtamos los nobles en patricios, los del pueblo, o muchos de él al menos, en ciudadanos propietarios y dueños de tierra; pero ¡ojo!, sin carnicerías, sin reformas sacrílegas de religión, sin facciones, sin proscripciones ni exilios; sin ayuda y sangre y depredaciones de armas extranjeras; sin divisiones de tierras ni leyes agrarias; ni rapiñas de propiedades familiares45. 45 Ugo FOSCOLO. Ultime lettere di Jacopo Ortis, Roma, 41 Recuerdos históricos del coronel Manuel Antonio LÓPEZ…, Bogotá, Imprenta Nacional, 1955 [1ª ed., 1878]. 39 Libro I, capítulo VI. naturalmente por un reformismo gradual y prudente. En el ámbito religioso, ello quería decir, por ejemplo, abolición de conventos menores y mantenimiento de la intolerancia; en lo relativo a la esclavitud, ley de vientres y abolición gradual; etc. Sin duda alguna, los libertadores colombianos hubieran refrendado con entusiasmo los remedios concebidos para Italia por el héroe de Foscolo, Jacopo Ortis: 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R 46 Benedetto CROCE. Una famiglia dei patrioti, Milán, Adelphi, 2010, pp. 34-35. 99 el corazón stendhaliano de los libertadores de 1820 y 1821 suscitó interrogantes válidos sobre las consecuencias de la tibieza política. Es comprensible entonces que Stendhal nos muestre a Julien Sorel preguntándose lúcidamente en París al final de la década: 100 Lo revolucionarios del Piamonte y de España, ¿debían acaso comprometer con crímenes al pueblo? ¿Dar a gentes incluso carentes de mérito todas las plazas en el ejército y todas las condecoraciones? Aquellos que hubieran llevado esas condecoraciones, ¿no habrían acaso temido el retorno del rey? ¿Era preciso por ventura entregar el tesoro de Turín al pillaje? En una palabra […] el hombre que quiere exterminar la ignorancia y el crimen de la tierra, ¿debe pasar como una tempestad y hacer daño a tientas47? En la intención de realizar una transformación política moderada, el proyecto independentista colombiano se asemeja naturalmente a las revoluciones europeas de 1820 y 1821. El triunfo militar contra España y el buen desempeño de la república en sus primeros años ciertamente libraron a las autoridades de Bogotá de plantearse la posibilidad de radicalizar el movimiento que presidían para afianzarlo. Por el contrario, el peligro de una espiral de rebeliones desatado por el general Páez en 1826 llevó a buena parte de los fundadores de la república a comprometerse de manera creciente con un proyecto reformista de concentración del poder que devela, una vez más, el ascendiente de la figura napoleónica en la Nueva Granada y Venezuela. En efecto: ¿acaso no había significado Waterloo también una lección histórica de la mayor importancia? ¿No era Napoleón responsable en buena medida del regreso de los Borbones, de los nobles y los sacerdotes? Habiendo podido consolidar la república, recuerda Stendhal, Bonaparte historia prefirió fundar una dinastía de reyes48. En su admiración mal disimulada por el Emperador de los franceses, en el prurito tozudo de imitarlo en el momento mismo en que se comprometieron con el proyecto republicano colombiano, ¿no demuestran los libertadores la verdadera forma de su ambición y su clara pertenencia al modelo heroico de las Restauraciones, tal y como podía concebirlo un joven como Julien Sorel? De Murat, jamais de Washington En 1804, al producirse la coronación de Napoleón, Simón Bolívar se hallaba en París. Según afirmó posteriormente, se entusiasmó mucho con “aquel acto magnífico”, mas no por la pompa o la corona –que le pareció “una cosa miserable o de moda gótica”−, sino por el entusiasmo “que un inmenso pueblo manifestaba por el héroe”. Aquella muchedumbre en trance le pareció al joven caraqueño “el último grado de las aspiraciones humanas” y la encarnación cierta de un ideal por el que pugnaría a lo largo de su vida. Este encuentro eminente con el esplendor de la reputación llevó a Bolívar a pensar en la “esclavitud de su país y en la gloria que conquistaría el que le libertase”49. En otras palabras, si el relato de Perú de Lacroix en el Diario de Bucaramanga merece algún crédito, la coronación de Napoleón habría jugado un papel fundamental en la definición del transcurso vital del Libertador. A pesar de sus protestas bumanguesas, es claro que Bolívar no se conformó con la gloria de encabezar la liberación de Nueva Granada, Venezuela, Quito y los dos Perús. Siguiendo el surco trazado por Napoleón, y la estela trágica que, como consecuencia del mismo tránsito, habían dejado 101 Murat, Dessalines e Iturbide, el Libertador presidente de Colombia se extravió en Lima, como dice Restrepo, en el “laberinto de la política50”. En realidad, la tesis del historiador es poco convincente: por lo menos desde Angostura, don Simón había expresado sin ambages su ideal político, que aliaba una presidencia vitalicia y un senado hereditario. La constitución boliviana no es, pues, un pérdida tardía o momentánea de lucidez, sino la expresión de una convicción íntima, la manifestación espontánea de una ambición muy de su siglo. El corazón stendhaliano de Bolívar lo impulsaba naturalmente, podríamos decir, a hollar la Constitución de 1821, a alcanzar una gloria que cifraba no tanto en la libertad como en el ascenso vertiginoso y la La coronación de Napoleón. Jacques-Louis David, 1805-1808 En 1804, al producirse la coronación de Napoleón, Simón Bolívar se hallaba en París. Según af irmó posteriormente, se entusiasmó mucho con “aquel acto magníf ico”, mas no por la pompa o la corona –que le pareció “una cosa miserable o de moda gótica”−, sino 50 José Manuel RESTREPO. Historia de la Revolución de 47 Libro II, capítulo IX. acumulación de poder. Se trata, por supuesto, de una elevación trágica, de una desmesura que hace de él un héroe paradójico e incoherente, desgarrado por una contradicción esencial. Fundador de repúblicas, héroe de la libertad en el período de la legitimidad, don Simón defendía, en contra de la reputación 48 Vie de Napoléon, op. cit., p. 55. la República de Colombia en la América Meridional. 49 Diario de Bucaramanga, op. cit., p. 101. Besanzón, Imprenta de M. Jacquin, 4 vols., t. 3, p. 532. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R por el entusiasmo “que un inmenso pueblo manifestaba por el héroe”. el corazón stendhaliano de los libertadores 102 washingtoniana que le fabricaron sus admiradores, un sistema de gobierno que equivalía en la práctica a una monarquía electiva, a un consulado a la Bonaparte. El historiador José Manuel Restrepo intenta en vano vindicar en su obra la conducta del héroe colombiano asegurando que nunca fue su intención ceñirse la corona. Sin embargo, hay que considerar, en primer lugar, que el Libertador presidente no tenía descendientes legítimos para fundar una dinastía. Y en segundo término, que los ideales republicanos que habían justificado su vida pública, así como el fracaso aleccionador de Iturbide, actuaron como ataduras eficaces que paralizaron las veleidades monárquicas de Bolívar. No obstante, su ambición de convertirse en presidente vitalicio le permitía conciliar, al menos en teoría, principios e instituciones antagónicas. Por una parte, mantenía eficazmente las apariencias republicanas y el título de Libertador; por otra, se aseguraba una autoridad limitada en el tiempo sólo por la muerte. Bolívar compartía ese rasgo esencial con la mayoría de los fundadores de Colombia. José Manuel Restrepo, al historiar los estertores de la república y referir las protestas de Páez en 1830 de retirarse al reposo y la felicidad doméstica tras la consolidación de Venezuela, apunta: “Nuestros altos jefes de las repúblicas americanas han repetido tanto ‘los ardientes deseos que los devoran de tornar a la vida privada’, que ya nadie cree en estas expresiones, consideradas como de mera cortesía”51. Se trataba, pues, de una peculiaridad generacional. Julien Sorel soñaba con la epopeya napoleónica y la gloria militar, mas consagró su existencia a un ascenso social desafortunado que pretendió ajustarse, en principio, a las normas de las sociedades europeas de la Restauración. Es cierto que Fabrizio del Dongo culminó su vida plácidamente en una car- historia tuja, mas es preciso recordar que pertenecía a una familia noble y que, en consecuencia, el suyo no fue ningún encumbramiento sino tan sólo el aprendizaje virtuoso del ejercicio de las convicciones íntimas en un ambiente eminentemente hostil. Los libertadores de Colombia, por su parte, se embarcaron en una empresa republicana, al tiempo que soñaban con los fastos de un destino napoleónico, de un ascenso aristocrático que por su reformismo mesurado y su rechazo al espiral revolucionario pertenece plenamente a la época inaugurada por Waterloo. De alguna forma, el camino contrario al recorrido por esos nobles “mutantes” de finales del siglo XVIII, que en vísperas de la Revolución Francesa no se conformaban ya con el lustre de su linaje y buscaban hacerse un nombre gracias a la pluma. Verdadera inversión de los valores nobiliarios según los cuales el individuo no era más que un eslabón en la larga cadena hereditaria sobre la que reposaba la gloria de una casa. Al afirmar la superioridad del mérito personal sobre la virtud transmisible, los nobles vanguardistas de finales del setecientos reivindicaban una ambición de tipo plebeyo, una gloria de índole moderna en la que se hallaban ya presentes los nuevos principios sobre los que había de fundarse en adelante la legitimidad social52. Se dirá que Napoleón exportó los principios de la Revolución a toda Europa a través de la guerra. Sin embargo, conviene recordar que su llegada al poder significó desde un comienzo no sólo el fin de aquella aventura en Francia, sino también un retorno progresivo y decidido hacia la sociedad cortesana. Así, a su llegada a las Tullerías, en su calidad de Primer Cónsul, no sólo mandó quitar los árboles de la libertad del patio del palacio, sino también los gorros frigios que decoraban sus muros. En Saint-Cloud Napoleón renovó las partidas de caza y las misas 103 Retrato de Napoleón (detalle), por Jacques-Louis David, 1812. Nacionales. Caracas, Venezuela. dominicales, a las que asistía ocupando con Josefina el lugar que había correspondido antaño a los soberanos Borbones. Por la misma época, el Primer Cónsul instituyó la Legión de Honor (19 de mayo de 1802), a pesar de la oposición de los jacobinos, que veían en ella el renacimiento de una casta y de privilegios contrarios a la igualdad republicana (dicho sea de paso, el ejemplo sería seguido no sólo por Bolívar −Orden de los Libertadores−, sino también por Iturbide −Orden de Guadalupe− y San Martín −Orden del Sol−). Y cuando se promulgó solemnemente el Concordato en París el 18 de abril de 1802, los lacayos volvieron por primera vez a usar librea y los coches de punto fueron reemplazados por las calesas y los carruajes del Antiguo Régimen. Al año siguiente, el ministro del Interior recibió el encargo de elaborar un proyecto de estatua de Carlomagno para la plaza Vendôme, Josefina se rodeó de damas 52 Guy CHAUSINAND-NOGARET. Mirabeau, Seuil, 51 Historia de la Revolución, op. cit., t. 4, p. 326. París, 1982, pp. 32-35. EDICIÓN 7 El Libertador ca. 1827. Juan Lovera. Colección Fundación Museos 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R de compañía y apareció el perfil de Bonaparte en las monedas. Por último, el 2 de diciembre de 1804 tuvo lugar la consagración del Emperador de los franceses en Notre-Dame. Ciertamente, el título fue preferido al de rey porque, a diferencia de este, “no suponía ni amo ni esclavos”. Algunos se reconfortaron entonces pensando que con Napoleón era la Revolución la que recibía la corona53. No obstante, el regreso de los Borbones al poder tras la efímera aventura imperial basta para considerar que el trono de Bonaparte se erigió más sobre los escombros que sobre las realizaciones de la Revolución. Tal era el modelo de nuestros libertadores. Héroes paradójicos: héroes de la Restauración. @ 53 José CABANIS. Le sacre de Napoléon, París, Gallimard, 1975. La nacionalización de la fecha conmemorativa de la independencia ARMANDO historia MARTÍNEZ GARNICA Cundinamarca había aprobado su Declaración de la independencia. Por una parte, se mantuvo el solemne tedeum y la procesión de la imagen de Santa Librada desde San Juan hasta la Catedral, con una larga predicación de fray Francisco Florido, pero además el presidente Antonio Nariño y todas las corporaciones hicieron el solemne juramento de independencia “de Cundinamarca”. La celebración del año siguiente reunió los actos ya tradicionales: tedeum, predicación del presbítero Juan Fernández de Sotomayor, procesión de Santa Librada, descargas de fusilería y cañones en la huerta de Jaime, corridas de toros, iluminación pública y una comedia en el coliseo. Producida la batalla de Boyacá que restauró el régimen republicano, el 20 de julio de 1820 los santafereños celebraron el décimo aniversario de su fecha local, pero apenas limitada al “aniversario de la transformación política de Cundinamarca”. Según el cronista, este día conmemorativo del derrumbe de “la tiranía” se había celebrado el tedeum en la catedral, con una elocuente oración de fray Máximo Fernández, se realizaron corridas de toros y el vicepresidente Santander organizó en palacio un baile al que había concurrido “la belleza más florida de la capital, y se dejó ver el más puro y sincero placer”1. Esta conmemoración incluyó la representación nocturna en las tablas de la obra dramática en verso titulada La Pola, escrita por José María Domínguez Roche, donde se vieron “sollozos y lágrimas, con maldiciones al viejo Sámano”. Tres años después, el periódico bogotano El Patriota recordó, en su entrega 37 del día 20 de julio de 1823, que este día se contaban ya “trece años de esfuerzos para hacernos independientes de España. A una hora como esta (las 9 del día) éramos todavía el año 1810 colonos de los españoles; de entonces a hoy, ¡cuántos sucesos de toda especie Durante las conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia Nacional que se realizaron en todo el país durante el año 2010 se resucitó en algunos círculos académicos una vieja disputa, resuelta cien años antes: la de “la verdad histórica” respecto de la elección de la fecha del 20 de julio como día de la independencia de la nación colombiana. En este artículo se revisa la historia del proceso de elección de esta fecha para todo el país, demostrando que no fue el fruto de un debate entre cultivadores de la ciencia de la Historia, sino un resultado final de una voluntad de nacionalización de una fecha, una decisión política a favor de uno de los tantos procesos de nacionalización de los pueblos de Colombia. 104 l proceso de adopción de una fecha conmemorativa de la independencia, válida para toda la nación colombiana, tardó legalmente un poco más de seis décadas y solo con el Centenario de 1910 pudo considerarse definitivamente terminado. En lo que sigue se mostrarán los principales eventos de ese proceso, distinguiendo el proceso de avance de la ciencia histórica respecto del proceso político de avance de los procesos de nacionalización de los pueblos de las provincias que integraron la República de Colombia. El 20 de julio de 1811 se celebró en la ciudad de Santafé el primer aniversario del acontecimiento que formó su junta de gobierno provincial, pero no se trató más que de una conmemoración local que conservó la festividad local de Santa Librada. Según las anotaciones del Diario que llevaba el sastre José María Caballero, el 19 de julio se había publicado un bando para iluminar la ciudad durante tres días, “por haberse cumplido el año de la revolución e instalación de la suprema junta”, y al día siguiente la “Representación Nacional” asistió a un tedeum en E Santa Librada. Escultura (madera, laminilla de oro, metal y vidrio). Anónimo. Museo de la Independencia - Casa del Florero, Bogota. No. Registro, 157. la catedral, en el que predicó fray Chavarría, prior de los agustinos. Después, en la Huerta de Jaime se realizó una parada militar con descargas de fusiles y cañones. Dos años después, la conmemoración del 20 de julio de 1813 en Santafé fue un evento especial, pues cuatro días antes el cuerpo representativo de EDICIÓN 7 1 Gaceta de Bogotá, no. 52 (20 de julio de 1820). 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R hemos presenciado! Hoy es un día de recuerdo muy grato para los antiguos patriotas que trabajaron con audacia en derrocar el poder godo en este país”. Pero su convocatoria a conmemorar en este día “con emociones de contento y regocijo” limitó su significado al de “aniversario de la revolución de Santafé de Bogotá”. Esta temprana tradición conmemorativa explica la actitud expresada por el general Tomás Cipriano de Mosquera quien −por haber tenido 12 años en 1810 puede considerarse un miembro de la generación de la independencia− al comenzar el año 1841 simplemente se negó a reconocer el suceso santafereño del 20 de julio como efemérides de carácter nacional. Sus razones son bien ilustrativas del sentimiento de los caudillos políticos nativos de las provincias que integraban entonces el Estado de la Nueva Granada: Señor jefe municipal [de Coromoro]: En contestación a su atenta carta, debo decir a usted que jamás ni como magistrado, ni como hombre público, ni como particular, he reconocido como efemérides nacional el acto revolucionario que tuvo lugar en Bogotá el 20 de julio de 1810. Si debe celebrarse como efemérides memorable, el primer pronunciamiento que se hizo en el antiguo Nuevo Reino de Granada correspondería al que tuvo lugar en Quito en 1809; pero contrayéndonos a lo que hoy es el territorio de Colombia, debería celebrarse el 22 de mayo de 1810 en que tuvo lugar la deposición del gobernador de Cartagena brigadier Montes, y el establecimiento de un gobierno provisorio en aquella plaza fuerte, que tuvo gran influencia política en todo el Virreinato y fue secundado por Pamplona el 4 de julio de 1810 y por la vecina ciudad de Socorro el 10 del mismo mes y año. La Legislatura del Estado de Cartagena fue además la primera que con el carácter de representación pública proclamó la independencia de España de modo oficial el once de noviembre de 1811. 105 la nacionalización de la fecha conmemorativa de la independencia historia Toca, señor jefe municipal, a los hombres públicos que vivimos y que pertenecemos a los fundadores de la República, rectificar los hechos de que hemos sido testigos, para que no se adultere la historia 2. 106 Como consecuencia de estas razones, el general Mosquera no aceptó la invitación que le había formulado el jefe municipal del distrito de Coromoro, en la provincia del Socorro, convencido de que la fiesta del 20 de julio “no puede conmemorar el hecho principal de nuestra regeneración política, ni de nuestra independencia”. La tradición conmemorativa de los bogotanos solo se extendió a los pueblos de su provincia por mandato de la ordenanza de la cámara provincial número 11 del 14 de octubre de 1842: “En los días 20, 21 y 22 de julio de cada cuatro años, empezando por el de 1849, se hará en la capital de la República una fiesta provincial consagrada a honrar las acciones virtuosas y en especial a conceder premios y recompensas a los habitantes de la provincia que manifiesten su laboriosidad y honradez, por las obras que presenten como producto de cualquier género de industria a que estén dedicados para generar su subsistencia y la de sus familias”3. La conmemoración bogotana de 1872 fue muy lucida, tal como la narró el cronista José María Cordovez Moure, pero en esta ocasión el presidente Manuel Murillo Toro leyó una alocución novedosa por cuanto convidó a los ciudadanos a “celebrar la iniciación de nuestra nacionalidad” el día 20 de julio. Sus argumentos abrieron el camino 107 2 Tomás Cipriano de Mosquera, carta de respuesta a la invitación del jefe municipal de Coromoro; Bogotá, 13 de enero de 1841. Publicada por Rito Rueda en Presencia de un pueblo. Reminiscencias de la ciudad de San Gil, San Gil, el autor, 1968, p. 51. Incluida por Guido Barona en Espejo de mundo, Popayán, Universidad del Cauca, 2011, p. 174. Centenario del natalicio del Libertador en Bogotá. Fuegos artificiales en la noche del 25 de julio de 1883. Papel Periódico Ilustrado. 3 20 de julio, Fiestas Nacionales, Bogotá, s.n., 1949, p. 4. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R la nacionalización de la fecha conmemorativa de la independencia historia de unión entre los nueve estados que formaban la Federación colombiana. ble por su inteligencia y por sus virtudes y prodigiosamente rica4. 108 Centenario del natalicio del Libertador en hacia la nacionalización de la fecha del 20 de julio: Bogotá, el 25 de julio de 1883. La procesión cívica llegando al Puente de San Francisco. Papel Periódico Ilustrado. … creo que puedo anunciaros en este día solemne que hemos cerrado la edad de hierro para entrar en la edad de oro. Se ha abierto recientemente, con pie firme y ánimo resuelto, la carrera del progreso moral y material, y pronto, más pronto de lo que acaso puede figurarse, las escuelas primarias, las universidades, los colegios, la imprenta libre, la concurrencia de todos a todo, la práctica de las instituciones, los telégrafos, las vías férreas, la aplicación de la mecánica a todas las operaciones del trabajo, hacen de nosotros una nación respeta- En el optimismo que irradió ese día, el presidente de la Unión Colombiana sintió una inmensa distancia recorrida “entre el bienestar y la moralidad del pueblo de la Colonia y el bienestar, la dignidad, la ciencia y la moralidad del pueblo de 1872”. El desfile de carros alegóricos que marchó desde la plaza principal hasta la Plaza de los Mártires representó un relato de la marcha histórica de la nación colombiana, en el orden siguiente: Antonio Nariño, quien despertó “el sentimiento de patria entre los cundinamarqueses” y fue “el primero que los condujo al campo de la gloria”; Antonio Ricaurte, representación del “sublime sacrificio” por la patria; Francisco José de Caldas, sacrificado por su amor a las ciencias; Atanasio Girardot, otro mártir “que enseñó a las futuras generaciones cómo se ofrenda la vida por la patria”; Francisco de Paula Santander, quien por haber dado ejemplo de obediencia a la Constitución fue llamado “el hombre de las leyes”; Camilo Torres, inspirador de la idea de que “los pueblos son los únicos que tienen derecho a disponer de su suerte”; y Policarpa Salavarrieta, representante de la mujer “ansiosa de morir por la patria”. El último carro alegórico indicó claramente la nacionalización de la fecha conmemorativa del 20 de julio: Esta alegoría expresaba sin palabras, bajo la forma de cintas de colores que unían a la bella representante de cada estado federal con el Acta santafereña de 1810, la voluntad de nacionalizar la conmemoración de un documento local firmado por los santafereños en la madrugada del 21 de julio de 1810. Un nuevo elemento no visto antes en estas representaciones públicas fueron los nueve arcos, cada uno con el nombre de un estado federal, por donde transitó el desfile: “Al asomar la cabeza de la comitiva, después de pasar el arco de Antioquia, se desbordó el incontenible entusiasmo de los espectadores, que arrojaban a los protagonistas de tan hermosa fiesta millares de ramilletes y coronas encintadas… El arco dórico que correspondió al estado de Magdalena estaba custodiado por el Depósito de soldados inválidos de la Independencia”. El desfile terminó en el atrio del capitolio con una escena alegórica de gran significado: la señorita Rebeca Porras, quien representaba al Estado de Bolívar en el carro del Acta de la Independencia, dirigió al presidente Murillo Toro un discurso en el que le pidió enviar a cada uno de los presidentes de los nueve estados de la Unión las coronas que cada una de esas damas había portado este día, “como prenda de cordialidad y unión, símbolo de la paz que debe conducirnos a un hermoso porvenir”. El cronista que relató esta especial conmemoración del 20 de julio de 1872 cerró sus recuerdos con la conclusión de que había presenciado por vez primera el “aniversario de la proclamación de nuestra independencia nacional”. Uno de los miembros de la junta cívica que organizó la representación anterior en Bogotá fue don José María Quijano Otero, quien fue secretario de la Cámara de Representantes, historiador y director de la Biblioteca Nacional. En la celebración de este año fue uno de los oradores en el acto de la Huerta de Jaime, donde pronunció un dis- El Acta de la Independencia, rodeada de nueve señoritas descendientes de los mártires de la patria [una por cada estado federal de la Unión], escogidas entre las más bellas de la ciudad, vestidas de trajes blancos adornados con azucenas y decoradas con la bandera tricolor. Cada una llevaba una corona y una cinta, que pendía del dosel en que estaba colocada el Acta como símbolo 4 José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, Bogotá, Gerardo Rivas Moreno, 1997, segunda serie, p. 405-413. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R 109 curso en prosa alusivo al significado histórico de la fiesta que se celebró. Convencido de que el 20 de julio era la fecha nacional conmemorativa de la “independencia nacional”, libró al año siguiente una polémica con el doctor Miguel Antonio Caro, quien desde el periódico El Tradicionalista, que dirigía, sostuvo que el 20 de julio no era aniversario de la independencia, sino de la revolución de los santafereños contra el virrey. Armado con información histórica comprobable documentalmente, sostuvo que fue el 16 de julio de 1813 cuando la Legislatura de Cundinamarca declaró formalmente lo que “hoy llamamos independencia”, con lo cual era un error histórico conceder al 20 de julio el carácter de aniversario de la independencia. Pese a su prestigio como historiador, don José María Quijano se atrevió a sostener en las páginas Centenario del natalicio del Libertador en Bogotá, el 25 de julio de 1883. Portada del Jardín de la Plaza de Bolívar. Papel Periódico Ilustrado. la nacionalización de la fecha conmemorativa de la independencia historia El presidente de la Cámara de representantes, J. M. Maldonado Neira. El secretario del Senado de Plenipotenciarios Julio E. Pérez El Secretario de la Cámara de Representantes, José M. Quijano Otero. Bogotá, 8 de mayo de 1873. Publíquese y ejecútese. El Presidente de la Unión (L.S.) M. Murillo El Secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores, Gil Colunge. Anónimo. Representación de Alegoría de la República, 110 ca. 1923. Copia sobre gelatina. Colección de Emiliano Díaz del Castillo Zarama, Bogotá. de La América que el 20 de julio era el aniversario de la independencia nacional, anteponiendo la verdad histórica a su empeño de nacionalizar la fecha del 20 de julio. Su tesis sostuvo el proyecto de ley que nacionalizó la fecha del 20 de julio, seguramente tramitado por él mismo como secretario de la Cámara de Representantes. Convertido en Ley 60 de 1873, el texto de esa nacionalización de la fecha bogotana es el siguiente5: El Congreso de los Estados Unidos de Colombia decreta: Artículo 1° Declárase día festivo para la República el 20 de julio, como aniversario de la Independencia nacional en 1810. Artículo 2° Señálase la suma de dos mil pesos anuales para la celebración de esta fiesta patriótica. Dada en Bogotá a ocho de mayo de mil ochocientos setenta y tres. El presidente del Senado de Plenipotenciarios, Eugenio Baena. 5 Diario Oficial, Bogotá, no. 2854 (16 de mayo de 1873). Trascrito por Santiago Díaz Piedrahíta en 20 de julio de 1810, referente obligado y conmemoración legítima, lectura presentada durante el seminario Bicentenario de la Independencia ¿Qué celebrar?, realizado en la sede de la Academia Colombiana de Historia el 5 de abril de 2006. en 1909 a los distinguidos jefes liberales para que integraran las comisiones del Centenario, entre ellos al caudillo Rafael Uribe Uribe, con lo cual la conmemoración de 1910 resultó exitosa y, mejor aún, de carácter nacional. En efecto, los actos del Centenario se realizaron en todo el territorio nacional, y en muchas partes fue presentado como un acto de concordia entre los dos partidos históricos. La nacionalización de una única fecha nacional para conmemorar la independencia de la nación colombiana pudo entonces declararse como un proceso terminado. El avance de la ciencia de la Historia exige un respeto de sus cultivadores a su método propio, que es el examen crítico de las mejores fuentes disponibles. Un simple contraste del acta firmada en Santafé en la madrugada del 21 de julio de 1810 con el acta de Declaración de independencia del Estado de Cundinamarca, firmado el 16 de julio de 1813 por sus legisladores, muestra que no puede afirmarse, desde la ciencia, que el 20 de julio de 1810 sus contemporáneos hubieran declarado la independencia respecto de la monarquía de los Borbones españoles. Pero de lo que se trató en este largo proceso histórico no fue un debate entre científicos, sino la imposición de unas decisiones políticas que intentaban nacionalizar una fecha de independencia para todos los ciudadanos del país. El último carro alegórico del desfile patriótico realizado en Bogotá el 20 de julio de 1872 envió al público expectante a su paso un mensaje político claro: el del “aniversario” de la declaración de “nuestra independencia nacional”. Se trataba de la nacionalización de una única fecha conmemorativa de tal evento ficticio para los ciudadanos de nueve estados federales de la Unión, una decisión importante para el proceso de construcción de la nación colombiana. Tal como afirmó Ernest Renan en la célebre conferencia que dictó en la Sorbona el 11 de mayo de 1882, la esencia de una nación “es que todos los individuos tengan muchas cosas en común y que todos hayan Por acto del Congreso Nacional, la nacionalización de la fecha del 20 de julio se había realizado seis décadas después de los sucesos santafereños de 1810-1813. Inclinándose ante esa voluntad nacional, la ley política y municipal aprobada por la Asamblea Legislativa del Estado soberano de Santander en este mismo año de 1873 estableció, en su artículo 53, la siguiente orden: “El día VEINTE DE JULIO, aniversario de la proclamación de la independencia nacional en 1810, será de vacación para los funcionarios y empleados del Estado, en cuanto ella sea compatible con la seguridad pública, a fin de que pueda consagrarse por todos a la celebración de la fiesta de la PATRIA. Los establecimientos públicos de educación festejarán ese día del modo más adecuado para desarrollar en los alumnos el amor a la República democrática y a la unidad nacional”. La ratificación legal de esta nacionalización se produjo con la ley 39 del 15 de junio de 1907, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa de Colombia, en los tiempos de la Administración Reyes: “El 20 de julio de 1910, primer centenario de la memorable fecha inicial de la Independencia nacional, será celebrado con la correspondiente solemnidad”. Este acto intentaba asegurar en todo el país la conmemoración pública del Centenario de la Independencia, amenazada por la oposición liberal que había sido excluida del Congreso por dos décadas. Afortunadamente, el presidente Ramón González Valencia convocó EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R olvidado muchas cosas”. Olvidar los datos de la ciencia, como ejemplificó en 1873 don José María Quijano Otero frente a su ilustrado contendor en el debate periodístico, don Miguel Antonio Caro, quizás era el precio a pagar para construir la nación colombiana, un proceso que nos exige tener muchas cosas comunes, entre ellas una fecha de sentido local que tenía que adquirir un significado nacional. @ Jorge López Cuadro alegórico en Pasto. 17 de diciembre de 1930. Fotografía Centro Cultural Leopoldo López Álvarez, Pasto. Un simple contraste del acta f irmada en Santafé en la madrugada del 21 de julio de 1810 con el acta de Declaración de independencia del Estado de Cundinamarca, f irmado el 16 de julio de 1813 por sus legisladores, muestra que no puede af irmarse, desde la ciencia, que el 20 de julio de 1810 sus contemporáneos hubieran declarado la independencia respecto de la monarquía de los Borbones españoles. 111 las declaraciones de independencia en venezuela y la nueva granada Tres etapas de la historia electoral de Santander DAV I D 112 historia BUSHNELL Este pequeño estudio, publicado originalmente en la entrega 19 (mayojunio de 1970) de la desaparecida revista Razón y Fábula, es un conjunto de cuadros de resultados electorales en los municipios del actual departamento de Santander, correspondientes a tres comicios distintos: los de 1856, 1930 y 1962. Una versión resumida fue incluida este mismo año por el autor en el Compendio de estadísticas históricas de Colombia, una obra editada por Miguel Urrutia y Mario Arrubla y publicada por la Dirección de Divulgación Cultural de la Universidad Nacional de Colombia. La fuente de los resultados electorales de 1856 fueron los tomos IV y VI del archivo del Congreso Nacional (Senado); la de los resultados de 1930 fue el informe presentado por el secretario de Gobierno al gobernador del departamento de Santander en ese mismo año, y la de los resultados de 1962 fue el informe de la Organización y Estadísticas Electorales correspondiente a los meses de marzo y mayo de 1962. El autor, eminente historiador estadounidense, falleció el 5 de septiembre de 2010. 113 os cuadros en las siguientes páginas se refieren a los votos emitidos en los municipios del actual departamento de Santander en las elecciones de 1856, 1930 y 1962. El primero demuestra la votación presidencial del 1856 y 1930, y la votación para senadores de 1962. El segundo muestra los municipios en que el proceso de “homogeneización” política arrojó a lo menos un 75% de los votos a favor de un solo partido en las tres elecciones. Al hacer este cálculo, no se han tomado en cuenta los votos obtenidos por Tomás Cipriano de Mosquera en 1856, cuando él se había postulado como candidato del Partido Nacional en los primeros comicios en los que se experimentó el sufragio universal masculino. Es de notar que en los municipios políticamente homogéneos no se ofrece una estabilidad absoluta de filiación partidista, pero los cambios de filiación se dan solamente en una minoría de los casos, y predominantemente en sentido conservatizante. L EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R 170 Barbosa (a) Barichara (b) 5 0 6 0 232 Cepitá Cerrito Concepción Confines 371 Chipatá 8 Girón Guaca EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R 14 281 36 Macaravita Málaga Matanza 110 114 18 493 33 113 46 88 - Onzaga Palmar Palmas del Socorro Páramo Piedecuesta Pinchote Puente Nacional Puerto Wilches Rionegro San Andrés San Benito San Miguel 64 447 10939 Zapatoca TOTALES Valle de San José Vélez 0 208 Umpalá 0 - Sucre 8 27 Suaita (i) Tona 314 Socorro Suratá 198 Simacota - 367 San José de Miranda (h) San Vicente de Chucurí 146 264 San Joaquín 528 411 Oiba San Gil 0 356 Ocamonte 95 22 Los Santos 285 - Lebrija Molagavita 303 La Paz Mogotes 88 103 Hato Jesús María 207 Güepsa Jordán 19 233 Guavatá 102 702 Gámbita 357 170 Galán (g) Guapotá 405 Floridablanca Guadalupe 74 51 Enciso - 248 Chima 1 - Charalá (f) Carta Encino 10 Curití El Guacamayo 331 132 Coromoro (e ) - 46 Carcasí Contratación 13 56 California (d) Capitanejo 248 Bolívar ( c) Cabrera 113 Betulia - 80 Aratoca 55 Albania 227 Bucaramanga Barrancabermeja Elección de 1856 15219 84 818 11 86 162 53 - 1270 747 78 - 6 0 3 196 - 532 73 - 624 54 188 256 51 120 50 64 440 2 183 1 47 300 35 - 4 3 1624 10 5 796 74 180 580 18 338 74 28 100 79 - 8 4 - 325 169 37 - 2 776 480 297 43 83 51 26 794 5 - 891 - 687 - 13 81 Mariano Ospina Manuel Murillo Aguada Municipio 822 0 8 7 0 0 15 - 7 13 0 - 0 0 1 8 - 0 26 - 0 0 0 0 0 17 3 2 0 0 0 187 1 0 61 - 0 0 0 0 1 0 0 0 0 1 0 46 0 0 0 - 0 0 - 32 0 113 - 2 0 0 0 0 0 0 0 0 0 - 16 - 0 - 0 255 T.C. Mosquera 19041 144 151 194 802 0 753 50 15 67 25 10 70 0 26 53 33 89 30 220 1546 40 605 218 5 8 35 34 35 41 17 2167 104 52 162 146 360 25 11 4 17 61 11 33 153 805 945 481 378 18 224 - 87 10 102 328 0 248 - 380 8 6 3 13 46 475 61 2278 2 413 17 20 1 1506 501 1063 Guillermo Valencia 723 360 38 0 1061 34 8 530 13 1116 10 98 513 1781 92 343 326 1331 293 657 23473 402 254 38041 773 0 68 5 1 760 1121 21 880 18 0 118 754 208 2501 1441 132 68610 1917 488 86 198 1853 26 624 1217 724 707 1483 223 204 140 0 471 1425 162 1877 59 121 2620 111 459 557 1170 649 792 1476 7 1293 184 677 130 20 389 3 1149 18 244 175 339 414 1694 59 3960 586 25 188 195 3537 1961 276 608 60 1339 3199 276 2165 0 84 198 469 856 258 24 36 54 1019 170 1702 231 23 273 341 270 37 103 169 818 915 50 156 238 540 137 4 71 162 1771 440 590 224 919 293 280 1661 1477 1060 175 938 0 456 0 179 68 850 109 146 69 1573 0 261 1223 337 5 102 397 372 850 611 1006 0 926 118 151 496 3 1213 102 66 94 147 - 230 0 0 3 1 1 8 110 255 487 21 664 6 144 36 194 1065 596 1400 77 79 1226 1030 166 406 565 1 1053 47 390 534 3894 383 198 354 57 10 274 1513 2006 0 93 455 354 6 4960 726 460 6622 6 57 0 12 0 229 50 0 32 1 9 0 227 672 81 0 425 1135 6 69 0 304 0 0 0 21 0 0 48 16 66 553 184 3 14 5 0 182 0 0 180 28 16 91 97 0 2 224 76 0 20 0 0 1 1 21 0 36 1 0 0 0 23 305 37 0 516 0 22 13 7 1 0 0 2916 133 1879 753 106 453 103 4 1537 1364 818 498 68 0 1 1706 124 393 707 652 1504 260 380 366 37 89 290 912 98 60 123 98 296 1 433 541 55 0 1803 11 391 249 203 0 203 383 58 0 374 180 41 67 792 245 0 285 500 805 501 5 1190 1533 239 4 198 6 0 63 3 2796 352 386 474 814 9 16319 20 3012 4 106 1379 500 0 743 1272 377 6068 109 0 43 776 61 425 6764 4910 681 6 1094 0 113 362 0 166 0 209 0 386 46 948 205 2146 1 0 832 340 172 507 183 0 720 824 0 0 528 1056 0 141 29 774 0 4 362 21 43 0 976 497 392 1040 27 6 0 145 5 9076 0 640 664 42 2 14253 MRL Ibid Liberales Ofic. 25105 9041 48330 67227 *Ver notas al cuadro en la siguiente página 426 1889 110 6 0 15 2543 63 102 0 546 25 56 6 289 167 1435 36 75 841 0 26 1 0 0 749 15 139 20 4 95 291 759 19 63 337 0 835 0 39 328 0 165 215 48 57 3 29 143 340 92 4 42 662 1769 0 251 1056 4 0 0 0 152 129 261 0 3280 91 1702 16 169 3 465 113 1494 Anapo Enrique Olaya H. A. Vásquez Cobo Doctrin. Elección de 1962 Conservadores Unionistas Elección de 1930 LAS FUERZAS POLÍTICAS EN SANTANDER: ELECCIONES DE 1856, 1930 Y 1962* 114 historia 115 tres etapas de la historia electoral de santander historia 116 11 1 16 1 6 MUNICIPIOS DE MAYORÍA PARTIDISTA SUPERIOR AL 75% EN TRES ELECCIONES MUNICIPIOS DE MAYORÍA PARTIDISTA SUPERIOR AL 75% EN DOS ELECCIONES (Los marcados con asterisco, son municipios en que la mayoría se traspasó de un partido a otro) (Los marcados con asterisco, son municipios en que la mayoría se traspasó de un partido a otro) 1856 1930 1962 1856 1930 1962 Aguada C C C Bucaramanga - L L Aratoca L L L Barichara * L - C Betulia C C C Cabrera C - C Bolívar * L C C Charta - C C California * L C C Encino * L - C Cepitá L L L Gámbita - C C Cerrito L L L Guadalupe - C C LAS FUERZAS POLÍTICAS EN SANTANDER: ELECCIONES DE 1856, 1930 Y 1962* Concepción L L L Güepsa * C - L Confines C C C Jesús María L L - (*Notas al cuadro de la página anterior) Charalá * L C C Jordán C - C Chima * C L L Onzaga C - C Galán C C C Palmar - L L Hato * C L L Puente Nacional * L C - La Paz C C C Río Negro - L L Málaga C C C San Andrés * L - C Molagavita C C C San Miguel C - C Ocamonte * L L C Simacota - L L d) En 1856 la cabecera municipal se encontraba en Vetas. San Joaquín C C C Sucre - C C e) En 1856 votaron por separado los distritos de Coromoro y Cincelada, cuyos votos se han combinado en el cuadro. Corresponden a Cincelada 11 votos por Ospina, 37 por Morillo y 113 por Mosquera. En 1930 la cabecera municipal estaba en Cincelada. San José de Miranda C C C Valle de San José * C - L Suaita L L L Tona L L L Umpalá * L C C Zapatoca C C C a) El 1930 la cabecera municipal era Cite. b) En 1856 votaron por separado los distritos de Barichara y Guane, cuyos votos se han combinado en el cuadro. Corresponden a Guane 2 votos por Ospina y 387 por Murillo. c) En 1856 votaron por separado los distritos de Bolívar y Flórez, cuyos votos se han combinado en el cuadro. Corresponden a Flórez 3 votos por Ospina y 32 por Morillo. f) En 1856 votaron por separado los distritos de Charalá y Riachuelo, cuyos votos se han combinado en el cuadro. Corresponden a Riachuelo 203 votos por Murillo. g) En 1856 llevaba el nombre de La Robada. h) En 1856 llevaba el nombre de Tequia. i) En 1856 votaron por separado los distritos de Suaita y Olival, cuyos votos se han combinado en el cuadro. Corresponden a Olival 12 votos por Ospina y 37 por Murillo. Mapa de T.C. de Mosquera de 1852. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R 117 las declaraciones de independencia en venezuela y la nueva granada El siglo de Babel R A FA E L W E N C E S L A O historia hhi i st s t or o r iaa NÚÑEZ MOLEDO Bajo el seudónimo de Job, un joven cartagenero de 30 años, quien había ingresado a la actividad política y administrativa bogotana bajo la protección del presidente José María Obando, publicó en la entrega 274 (29 septiembre de 1853) del periódico El Neo-Granadino un artículo en el que dio una nítida muestra de su fino análisis político y de su espíritu crítico. Pertenecía entonces a la facción draconiana del liberalismo neogranadino y contendía ya con las brillantes figuras de la facción gólgota que se impuso a toda costa desde el comienzo de la Administración López (1849-1853). Dos años antes se había casado en Panamá con doña Dolores Gallegos, a quien había conocido en la ciudad de David cuando actuó allí como juez del circuito de Veraguas en el cantón de Alanje. En el escenario de la Legislatura de 1853 que dio el último debate a la nueva constitución nacional, aquella que ya mostraba la senda hacia la experiencia federal, pudo el doctor Núñez oír a los jóvenes radicales y a su paladín, el doctor Florentino González, natural de la parroquia de Cincelada. En ese entonces advirtió en el periódico La Discusión que un peligro se cernía sobre la Nueva Granada: “En la situación presente de nuestra sociedad la consecuencia lógica de la federación sería: primero el desorden, luego la anarquía, y últimamente, la dictadura de un Rosas, de un Carrera, o de un Paredes”. Exageraba, pero quedaba claro que su destino sería enfrentar la victoriosa corriente radical que lanzó al país a tres décadas de experimento federal. Para entonces, nadie podía prever que terminaría siendo el líder del movimiento “regenerador” que cristalizó en la Carta de 1886. Por su valor histórico se publica de nuevo este artículo en la Revista de Santander, anotado allí donde el lector quisiera entender mejor el sentido de su relato, pues sus críticas a las modas intelectuales francesas y a la demagogia de los publicistas, así como su caracterización del siglo XIX, tienen un especial interés hasta nuestros días. 118 ada siglo tiene su nombre, nombre simbólico tomado de la verificación de algún acontecimiento grande o fatal, del algún descubrimiento notable o alguna invención famosa, o de la aparición de algún héroe, regularmente un gran malvado, como son casi todos estos funestos meteoros. El siglo que atravesamos no se sabe como se llamará al fin, porque son tantos los motivos que se disputan el nombre, que, tal vez, quedándose sin ninguno, como sucede C 11 1 119 19 19 en casos tales, acabará por llamarse “el siglo de Babel”. Lo llaman el siglo de la razón, de la filosofía, de las luces, de la civilización, de la inteligencia, del pensamiento, de la humanidad: siglo de discusión, de protocolos de transacción; siglo de regeneración, de independencia, de libertad, de igualdad, de tolerancia, de fraternidad; siglo representativo, de derechos del pueblo, de garantías individuales, de soberanía popular, de gobierno de sí mismo, de democracia genuina; EDICIÓN 7 2012 R E V I SST STA TA D TA DEE S A N T A N D E R el siglo de babel 120 siglo de aboliciones, de eliminaciones; siglo matemático, de cálculo, positivo; siglo de vapor, de galvanismo, de magnetismo; siglo de eterización, de nervios, de convulsiones, de susceptibilidades; siglo de aeronáutica, de ferrocarril, de maquinaria, de locomoción, que, aligerando las gravedades y acortando los espacios, domina la superioridad de las fuerzas, absorbe la inmensidad de las distancias, y apura la lenta y mesurada marcha del tiempo. Y no ha faltado zopenco que lo llame el siglo de la paz, precisamente cuando los hombres acaban de degollarse unos a otros, y cuando el tiempo de descanso aparente que han tenido, es una tregua destinada a armarse con inmensos elementos de guerra, para una nueva, más dispendiosa, y más vasta degollación. Con algún fundamento se lo llamó una vez el siglo de Napoleón (le grand), siquiera por la familiaridad con que aquel sujeto supo manosear las barbas de los reyes de derecho divino, aplastando a estos necios y reemplazándolos con otros de derecho humano, que él improvisaba desde sus campamentos. Pero haciéndose vulgar esta preciosa teoría, por la comodidad que presta para hacer monarcas de la laya, perdió todo su mérito original, desde que, en moldes semejantes, siguieron haciéndose reyes de gran semana, como Luis Felipe, y emperadores de sufragio universal, directo y secreto, como Napoleón (le petit), que es la última moda de París. Hubo también un tiempo en que se pensó que Pío IX se llevaría la palma de la inmortalidad, dando su nombre al siglo; mas el pobre Pío no había nacido para el caso. Espantándose del encumbramiento súbito que le dieran las alas espirituales del humilde Pedro en el primer arranque de su pontificado, retrocedió del camino de abnegación que le había enseñado el Divino Fundador; abandonó la ciudad eterna a las llamas de la revolución que él mismo había encendido; llamó ejército extranjeros para que fuesen a apagar esa hoguera con la ilustre sangre italiana; y, prefiriendo el tiempo a la eternidad, la tierra historia al cielo, descendió desde aquella gloriosa altura a encerrarse dentro de las fortalezas de Gaeta, contentándose con aumentar la triste celebridad de esta ciudad, bastante célebre ya desde el siglo 16, porque su catedral y sus muros fueron construidos por el rey pirata Barba Roja. Pues de todos los que han querido bautizar el siglo, ninguno anduvo tan feliz como aquel malogrado chapetón que, antes de despacharse para la mansión de los tontos, apuró su imaginación ideológica, y lo llamó el siglo de las palabras. ¡Oh, Larra!1 Si hubieras tenido la cordura suficiente para escoger mejor la venganza del amor ofendido, habrías llegado hasta estos días de peripecias, de mentira, de confusión; y hoy, de seguro, no lo habrías llamado jocosamente el siglo palabrero, sino el siglo de Babel. Y esta confusión babelina (¡increíble verdad, pero evidente!) se debe a un pueblo grande que no cabe dentro de su propia grandeza; a un pueblo que, como el relámpago fugaz en noche oscura, suele aparecer de repente a iluminar e incendiar con nuevas y brillantes ideas, imprimiendo un movimiento eléctrico a otras regiones, y encaminándolas con la fogosidad de su ingenio; pero que, con la misma facilidad, desfallece y cambia luego, y hacer retroceder y volver a otros a las tinieblas. Y ese pueblo tan impresionable así, tan instable, tan voluble, tan dócil y llevadero hacia direcciones opuestas, como las mesas giratorias, no es aquella antigua Roma, señora del mundo, grande, poderosa y feliz bajo sus emperadores, y decaída y humillada inculpablemente desde que cayó en manos del artificioso Octavio hasta llegar a su actual envilecimiento. Ese pueblo, que no quisiera nombrar, es aquel que, cuando vencedor bajo la conducta de Clovis y dueño de las vastas provincias de la Galia, tomó el nombre de Francia. Ese pueblo, pues, es la Francia; y él acabará por dar al siglo el nombre de Babel. Y como nosotros, suramericanos, de sangre española, de educación española, de costumbres y vicios españoles, pero independientes a no dejar duda, dueños de nuestra voluntad, hambrientos de nuevos principios y ávidos de mejoras en la condición social; nosotros, amantes de la libertad hasta el furor, queriendo existir imitando, y mejor parodiando; nosotros acabaremos por tener también una existencia babelina. Porque, sin un Washington que nos enseña la austeridad republicana, y nos sirva de modelo en las prácticas democráticas; sin una tribuna creadora que formule y establezca saludables doctrinas; sin una imprenta filosófica que fecunde y difunda principios humanitarios; sin brújula, en fin, que nos sirva de guía en el viaje peligroso de la vida política, iremos siempre a remolque de aquella nación, licenciosa cuando ama la libertad y prostituta cuando ama la tiranía. Esa Francia de nuestros días pobló la Europa de sus campamentos regeneradores bajo el pensamiento travieso de Napoleón, ya general de la República, ya primer Cónsul, ya Emperador; y poco después, esa misma Francia, bajo de Angulema, pasó los Pirineos en 1822 y aniquiló los arranques constitucionales de la infortunada España, restableciendo la intolerancia y oscurantismo de Roma con las mismas bayonetas que expulsaron del Vaticano a Pío VI. Esa Francia proclama después la república en 1848; su furor político, elevado a poema por el espiritual [Alphonse de] Lamartine, y mantenido en sus justos lindes por la espada del prudente [Louis Eugène] Cavaignac, conmueve y azuza el espíritu de humanidad, oculto bajo las cenizas del pasado, en todo aquel viejo mundo. Despierta el sentimiento constitucional hasta 1 Mariano José de Larra (Madrid, 1809-1837), escritor y político importante del movimiento romántico español. Murió por su propia mano a los 27 años de edad, ante la negativa de su esposa Dolores Armijo a reconsiderar su separación. Sus obras más leídas fueron El doncel de don Enrique el Doliente (1834) y la colección de sus artículos periodísticos titulada El pobrecito hablador (1832-1833). EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R 121 en las renegridas chimeneas de Rusia, donde hubo un momento en que pudieron derretirse los hielos de aquel despotismo petrificado. La Hungría cree llegada la hora, y rompe sus cadenas enmohecidas por 322 años de yugo austriaco, y su movimiento estremece al mismo Gabinete de Viena. La Polonia consiente en humedecer sus labios calenturientos con unas gotas de agua de independencia y libertad nacional. Los estados germánicos procuran en sus estamentos la constitucionalidad. La Prusia emprende la mejora de sus instituciones. La Italia, la comprimida Italia, confiando en la estupenda situación del continente, y en las larguezas voluntarias del Pío IX, refresca también sus viejos instintos republicanos; y la inmortal Roma secunda el grito mágico dado por la Francia: ¡REPÚBLICA!… Y esa misma Francia, republicana, Rafael Nuñez, Papel Periódico Ilustrado. el siglo de babel 122 marcha luego a Roma, no a sostener el fruto natural de su estrepitosa proclamación de principios, sino en guerra contra Roma a matar la República. La mata con efecto, y vuelve a poner la triple tiara, no ya sobre la libre cabeza del buen Pío, sino en las manos férreas del astuto Antonelli. Y esa misma Francia, republicana de tan indefinible manera, no contenta con haber ahogado en sangre la República en el Pueblo Rey, como lo llamó Virgilio, convierte contra sí misma su acción revulsiva; y con el mismo sufragio universal, base fundamental de la República, transforma esa Francia republicana ayer, en Francia monárquica hoy. De origen semejante es de donde nos vienen inspiraciones, ideas, principios y prácticas que, por la sola razón de venir de allá, nosotros abarcamos a caja cerrada como sardinas en aceite; y los tragamos sin respiro, los digerimos sin secreción, y nos empachamos sin remedio. Como caballeros que, a Dios gracias, somos, consumimos todo aquello sin examen ni discernimiento, y con tanto gusto como los perfumes, las pelucas, los bastoncitos, y cuanto cachivache quiere mandarnos aquel mercado, buen conocedor de nuestra pueril vanidad. Con sobrada razón decía un patriota, padre de familia, en los días del Congreso pasado: “Yo tengo mucho miedo a los paquetes de Europa”. —¿Por qué? Se le preguntó. —“Porque casi todos traen algo a la última moda de París: si la moda es de vestidos, la paga el bolsillo; y si de principios, la paga la República.” Nada más cierto, porque aún los dogmatizantes más desacreditados allá mismo, pasan acá entre nosotros como textos de sublimes doctrinas, como evangelistas que fundan nuestra fe política; y para dar una muestra iluminada de nuestro servilismo plagiario, hasta nos apropiamos la misma fraseología nacida de las especialidades de allá, y nos damos los mismos calificativos de aquellos partidos, vengan o no vengan a nuestro molde. ¿Se llaman allá (v.g.) conservadores unos, y rojos otros? Pues acá nos historia hemos de llamar ni más ni menos, so pena de no ser tenidos por hombres del siglo.2 Y para no dejar duda de que marchamos a paso de gigante en la escala de la majadería, hasta soñamos, y lo damos por hecho, que se han de representar en nuestro pobrísimo teatro cuantos dramas pueden serlo en un teatro sui generis, como aquel, en el cual es más fácil improvisar una dinastía golpeante, que nosotros acá generar un escritorcillo maldiciente, de un muchacho malcriado. ¿Hubo allá reaccionarios? ¡Oh, y cómo nos habíamos de quedar atrás! Acá también los hay, y son todos aquellos liberalotes que no han querido afiliarse con nosotros para marchar adelante, resueltos, denodados, con la frente erguida y el pecho levantado, en la fructuosa senda del comunismo en todas sus circunvoluciones. ¿Hubo allá golpe de Estado? ¡Vaya, si lo hubo acá también! Lo hubo, y de veras, el 8 de junio en la noche, por más señas.3 Lo que hay es que no fue golpe de Estado en el sentido recto de la palabra, sino golpe de estaca dado en el sentido de cierta cabeza destornillada, para ver si era cierto aquello de que el loco por la pena es cuerdo; lo cual parece que no tuvo efecto en esta vez. ¿Hubo por allá Dictadura? ¡Puf, si la hubo también por acá! Y en el mes de enero, según nuestros recuerdos. Pero sucedió que, como el Dictador no fue más que presunto, o sea in pectore, de los conservadores, con el objeto de impedir que tomase posesión el general Obando de 2 La versión del gran general Tomás Cipriano de Mosquera sobre el origen del partido conservador en la Nueva Granada confirma esta aseveración: “En 1848, Con sobrada razón decía un patriota, padre de familia, en los días del Congreso pasado: “Yo tengo mucho miedo a los paquetes de Europa”. —¿Por qué? Se le preguntó. —“Porque casi todos traen algo a la última moda de París: si la moda es de vestidos, la paga el bolsillo; y si de principios, la paga la República.” 123 en la Cámara de Representantes, el señor Julio Arboleda pronunció un discurso manifestando la conveniencia de fundar en la República un partido denominado conservador, repitiendo casi literalmente un discurso de Mr. Guizot, pronunciado en la Cámara de diputa- 3 Durante la noche del miércoles 8 de junio de 1853 se dos de Francia. Después de la sesión pasó a la Casa produjo en la Calle Real de Bogotá, entre el puente de de Gobierno el doctor Mariano Ospina, que también San Francisco y la plaza de Bolívar, un violento en- era representante, y me hizo un elogio del discurso de frentamiento entre grupos de cachacos y de artesanos. Arboleda, manifestándome que era necesario organizar Desde el balcón de su cuartel de los húsares, el general el partido conservador para contrariar las ideas anár- José María Melo reía y animaba a los artesanos contra quicas que comenzaban a dominar entre la juventud los cachacos. Ante la gravedad de los enfrentamientos, liberal; y le contesté que yo era progresista y de ninguna el gobernador de la provincia de Bogotá, Nicolás Es- manera debía organizarse entre nosotros lo que se llama cobar Zerda, pidió la intervención de los húsares para en Europa partido conservador, y le proporcioné el despejar la calle e interponerse entre los bandos. No Diario de debates de París, para que leyese el discurso obstante, los artesanos apalearon al senador Florentino de Guizot. Tanto a él, como a Arboleda, les hice ver González a las 8 de la noche, en la segunda calle del que lo que se denominaba en esa época en Francia e Comercio, y también agredieron al general Eustorgio Inglaterra partido conservador era el que quería con- Salgar. A las 10 de la noche se restableció la calma, con servar la tradición monárquica, o sea la legitimidad de saldo de un húsar muerto, pero al día siguiente se vieron los reyes, con instituciones liberales que garantizaban las consecuencias políticas del incidente: el gobernador la representación popular y los derechos individuales. Escobar fue depuesto de su empleo y reemplazado por Sin embargo de estas observaciones, estos señores y al- José María Plata (secretario nacional de Hacienda), gunos de sus amigos comenzaron a organizar el partido el general Tomás Herrera fue llamado a la cartera conservador desde entonces, no obstante que durante de Gobierno y el subsecretario Porras a la cartera de la Administración Herrán habían sido antagonistas”. Hacienda. Las dos cámaras legislativas exigieron del En Tomás Cipriano de Mosquera, Los partidos en Gobierno garantías de seguridad y el senador González Colombia: estudio histórico-político, Popayán, el autor, elevó su queja ante la Cámara de Representantes por lo “Libertad. Igualdad.” Dentro de este gorro las caras de Manuel Murillo Toro, Jacobo 1874, p. 36-37. que le había ocurrido. Sánchez, Nicolás Esguerra y Ramón Gómez. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R Caricatura de Alberto Urdaneta. Un sapo sostiene el gorro frigio que lleva la leyenda el siglo de babel 124 la Presidencia4, dizque el tal proyecto dictatorio fue impedido y desconcertado por las reflexiones, resistencias y protestas del mismo presunto. Malas lenguas, dicen, y va de sainete, que este presunto Dictador, tan prudente, tan juicioso, fue el Dr. Florentino González, senador por la provincia del Socorro; y que él mismo, por allá por los idus de mayo, tuvo el comedimiento, aunque tarde, de denunciar el pérfido proyecto al mismo presidente Obando, delante de tres secretarios de estado; asegurándole que los conservadores de esta capital le habían suplicado, hasta por tres veces, que se pusiese a la cabeza de una revolución, con el objeto antes indicado; lo cual tuvo lugar antes de los idus de enero. No respondemos de la verdad del denuncio, y aquellos señores nos podrán sacar de la duda; tampoco de la realidad del proyecto denunciado; lo que sea, con su pan se lo coman los señores conservadores. El chiste, sí, fue uno de tantos, y rodó por esas calles como cosa sabida, aunque hubo burlón que pensara no haber sido aquello más que una de tantas tareas florentinas, para salir de algún apuro. Cualquiera cosa podrá ser, a nosotros no nos importa, traemos esto a cuento, tan solo como prueba auxiliar de lo que nos hemos propuesto desenvolver en este borrón, esto es, que por fin, habrá de llamarse nuestro siglo, “el siglo de Babel”. 4 El general José María Obando ganó con amplia mayoría historia Aquí de nuestra crítica: ¿cómo es que los conservadores, ingénita persona del partido boliviano, buscaban para dictador a un mata-Bolívar?5 ¿A qué horas el Sr. González mereció tan extremada confianza de los que menos debían confiar en él? O ¿sería porque el primer asesino de Bolívar daba una garantía, a usanza progresista, de poder ser también asesino de Obando, por la brillante prueba que dio el memorable 25 de septiembre? Esto no puede explicarse sino concluyendo: o es una farsa florentina, como pensó aquel burlón, y entonces González es un vil calumniante; o es cierto el proyecto, como González lo ha denunciado, y entonces los conservadores son unos imbéciles. Sea como fuere, el chiste viene a mi propósito. Debemos taparnos la cara a dos manos para confesar que es tal la confusión de ideas, y a tal punto han llegado las aberraciones políticas, que ya no nos entendemos en el laberinto de los diferentes idiomas adoptados para desempeñar opuestos papeles en cada momento dado. Este multilingüe, tan cómodo para jugar todos los lances, para cumplir todas las confidencias, para desembarazarse de todas las dificultades y prevenirse contra todos los accidentes, ha hecho perder el verdadero sentido, el sentido ideológico de las palabras: las palabras no significan ya las cosas; nuestra existencia es babelina; la sociedad es un caos. Por eso se llaman hoy constitucionales muchos de los que derribaron, violaron y escarnecieron todas las Constituciones que ha habido en esta tierra; por eso se ve hoy abogar por los Jesuitas, acusando de ilegal su expulsión, a los mismos que declamaron contra su admisión en la República con violación de una ley vigente, y que aburrieron al presidente López para que los expulsara. Por eso se ve hoy sostener, como principio liberal, el que entrega indefenso al pueblo en manos de la falange de Roma; por eso se ve hoy al titulado Príncipe de las reformas liberales ser aceptado por los fanáticos, como el Polignac6 de la Nueva Granada; por eso se ve hoy despreciar, calumniar y asesinar al pueblo, a los mismos que lo cortejaban con mentidas palabras de democracia, y lo cortejan todavía ocasionalmente, conjugándole la carretilla seductora de gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Por eso se ve hoy desviarse y precipitarse en el abismo de las contrariedades a esa juventud preciosa, germen de inteligencia, arca de esperanzas para 6 La contradicción que resulta al comparar a Florentino González, el “príncipe de las reformas liberales” en la Nueva Granada, con Jules Auguste Armand, duque de Polignac (1780-1847), es evidente: este fue quien, como presidente del Consejo de Ministros de Francia, promulgó en julio de 1830 unas ordenanzas antiliberales, fuente de la inmediata revolución popular que lo obligó a dejar el poder. las elecciones presidenciales realizadas durante el mes de junio de 1852 en las asambleas electorales de los cantones de todas las provincias de la República, con lo cual 5 Florentino González, natural de la parroquia de Cince- no fue necesario el procedimiento “perfeccionador” en lada en la provincia del Socorro, fue uno de los miem- el Congreso, fuente de las disputas que causó la elección bros del grupo de jóvenes, encabezado por Luis Vargas de su antecesor, el 7 de marzo de 1849. Pese a tan amplia Tejada, que durante la noche del 25 de septiembre de mayoría draconiana, era improbable una alianza de los 1828 asaltó la residencia donde dormía el Libertador gólgotas y los conservadores para impedir su posesión con la intención de asesinarlo. El mote de mata-Bolívar el 1º de abril de 1853 en la silla presidencial. le estuvo bien adjudicado. EDICIÓN 7 2012 R E V I STA DE S A N T A N D E R Así nos encontramos, y así seguiremos, precisamente cuando el siglo va ya en más de la mitad de su carrera. Si continuamos envueltos en semejante confusión, de seguro que nadie disputará a este siglo el merecido nombre de Siglo de Babel. el porvenir, generación descollante sobre un campo de flores, fecundado con la sangre y las vigilias de la generación que acaba; por eso, en fin, se ve hoy que tres y dos no son cinco, ni que lo blanco es blanco. Así nos encontramos, y así seguiremos, precisamente cuando el siglo va ya en más de la mitad de su carrera. Si continuamos envueltos en semejante confusión, de seguro que nadie disputará a este siglo el merecido nombre de Siglo de Babel. @ 125