Conclusiones Generales

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Conclusiones generales CONCLUSIONES GENERALES “...así como con toda reverençia, fidelidad, subjeçión, obidiençia e lealtad los vasallos, súbditos e naturales deven ser tenudos e obligados [a] servir, temer, amar, onrrar, obedesçer o guardar a su rrey e señor natural, así commo aquél que tiene logar de Dios en la tierra, e es puesto por cabeça e señor d´ellos, [...] el rrey o prínçipe, u otro qualquier soberano señor que tal logar tiene, es tenudo e obligado, segúnt Dios e rrazón, [a] trabajar, [a] procurar con todas sus fuerzas, buscando, catando e aceptando todas las vías e maneras e remedios a él posibles, por quitar de los rregnos e pueblos que por Dios les son encomendados todas [las] discordias e [los] inconvenientes, e los tener e rreduzir a toda unidat, concordia e paz; usando non sola mente (sic) de las muy altas virtudes de la justiçia e prudençia, mas, aún, eso mesmo, de la misericordia, e non menos de la loable paçiençia, tolerando muchas cosas e condesçendiendo a ellas por bien de paz; todo a fyn que la cosa pública sea rregida en toda buena poliçía, e governada e sostenida en verdat e justiçia, porque sus súbditos e naturales bivan en sosiego e tranquilidat, e çesen entr´ellos todos [los] escándalos, e discordias e inconvinientes, como prinçipalmente para esto fazer, e administrar e rregir Dios lo puso e establesçió por prínçipe e rrey de sus gentes. E esto sea el bueno e loable rregimiento, aprovado por todos los sabios, de lo qual todo él ha de dar, e le será demandada, cuenta estrecha en el terrible día del Juyzio ante el tribunal del muy alto e soberano Dios, rrey de los reyes, e señor de los señores, justo e rrecto juez e amador de toda justiçia e bondad. E si los rregnos e tierras donde esto bien se fizo e guardó fueron, e son, por ello prosperados e acreçentados, e de pequeños fechos grandes, e quantos bienes e loables frutos d´ello sienpre se siguieron, e quantas destruyçiones, e males e daños en muchos rregnos e partidas del mundo de lo contrario han venido, non es necesario de lo rrecontar [...] ...por todas estas cosas, inclinadas las cabeças ante los pies de vuestra real magestad [se refiere al rey Juan II], e por la lealtad, e fidelidat, e naturaleza e subjecçión que vuestros rregnos vos deven, como a su legítimo e verdadero rey, [...] pedimos, [...] por la muy sagrada pasión de nuestro señor Ihesu Christo, rrey paçífico e actor de toda paz, la qual él nos dexó e encomendó por su propia e espeçial heredad, e como él non pueda ser bien servido por el linaje umanal sy non en tienpo de paz, que así, como católico prínçipe e cristianísymo rrey, siguiendo sus pisadas e tomando su santa doctrina, e enxenplo d´él, el qual, por su infinita clemençia, quiso desçender de las muy altas sillas rreales, e se omillar a abaxar a tomar carne umana, e sofrir muchos trabajos, e, al fyn, rresçebir muerte en quanto ome, por salud del linaje umanal, vuestra rreal magestad, como aquella que Dios ha doctado de alta prudençia e otras muchas virtudes, quiera, por serviçio suyo e vuestro, e por salud de vuestros pueblos, [...] considerar lo pasado e entender en lo presente, e proveer en lo advenidero con toda diligençia e eficaçia, como rrey e soberano, señor de todos, e condesçender e se inclinar, con 1783 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) toda clemençia, paçiençia e benignidad, a dar e procurar paz, unidad e concordia en vuestros rregnos, espeçialmente entre los grandes d´ellos, por todas e qualesquier vías e rremedios, tanto que sean suaves e sedativos de todo escándalo, por manera que çesen los dichos inconvenientes e discordias en vuestros rregnos, e las çibdades, e villas e logares, e súbditos e naturales d´ellas, todos con amor e con entera obidiençia, e subjecçión de vuestra señoría, vivan en unidat, e tranquilidat, e sosiego, e paçificaçión e dilecçión, a serviçio de Dios e vuestro, segúnt que de razón e justiçia se debe fazer... ”1 Decíamos al iniciar este estudio que las ideas relativas a la paz regia eran singulares por su funcionalidad política. Bien hemos podido comprobarlo a lo largo del mismo, y bien lo evidencia este escrito, perteneciente al Ordenamiento de las Cortes de Valladolid de 1440. Muy pocos textos reflejan con su claridad qué era la paz regia, qué implicaciones poseía y qué se esperaba de ella. Según en él se señala, el rey era el encargado de mantener la paz en su pueblo, porque precisamente para eso Dios le había puesto como rey, para obstaculizar todos los escándalos, las discordias y los inconvenientes; problemas, todos, que cuestionaban la paz regia. Para ello, tenía que ser a veces riguroso y a veces tolerante, unas veces caritativo y otras cruel; mas siempre estaba en la obligación de mostrarse justiciero y protector. A cambio iba a recibir dos recompensas: una en la tierra, el afecto, la honra y la obediencia de sus súbditos; y otra en el cielo, la vida en el paraíso. Así ocurriría de amparar la pas e sosyego. De no hacerlo, el monarca estaba condenado a padecer el odio, la deslealtad, el rechazo y, lo más grave, las penas del infierno. Sus reinos se verían envueltos en una horrible espiral de violencia; el robo iba a adueñarse de los campos, y el crimen acabaría sembrando el caos en las ciudades... De alguna forma, estas ideas resumen la esencia del trabajo de investigación que aquí se ha presentado, el cual ahora concluye. Son muchos los argumentos y los datos que en él han ido refiriéndose, y, desde luego, no resulta sencillo concluir con una serie de apreciaciones de tipo genérico que lo expliquen desde un punto de vista general. Aún así, hay que hacerlo. Para ello se retomarán algunas de las explicaciones que se han dado sobre las claves del mismo, sobre las tesis que en él se defienden. En las páginas que siguen se va a realizar un compendio de las principales ideas analizadas, que sirva de colofón. ****** 1. LA IDEA DE LA PAZ Y SU MANIPULACIÓN POLÍTICA EN EL MEDIEVO En Castilla a lo largo de la baja Edad Media, desde el reinado de Alfonso X hasta la revuelta de los comuneros, se difunde un mensaje que aboga por garantizar el paçífico estado de las distintas ciudades, villas y lugares. Se trata de un mensaje que, más allá de su 1 Cortes de Valladolid de 1440, C.L.C., tomo III, pp. 368-369. 1784 Conclusiones generales aparente sencillez, por su relación con la justicia y por sus connotaciones teológicas, guardaba una riqueza superior a la de otros argumentos difundidos desde la corte sobre los súbditos. Es un mensaje que, además, parece recurrente, pues cuando se gobierna, cuando se ejecuta la justicia, sea en el nivel sociopolítico que sea, se toma como fundamento último, pero se incide de una forma especial en él en la medida en que más se necesita, cuando más falta hace. Por ejemplo, en momentos en los que la violencia existente en las ciudades resulta imposible de controlar; cuando los dirigentes de las mismas son desobedecidos; cuando los oligarcas sacan sus grupos armados a las calles para cometer sus atentados; cuando los enfrentamientos sociales por causas políticas, económicas o religiosas se radicalizan... En definitiva, cuando se cuestiona la soberanía regia. Durante el turbulento siglo XV que vive Castilla estas ideas cobran enorme importancia. Los nobles y las comunidades urbanas (en este caso en las reuniones de Cortes) nunca dejarán de recordar a los monarcas cuál era su misión, al tiempo que éstos apelaban al mantenimiento de una paz que no parecían capaces de imponer, fuese porque no era la paz que se necesitaba, fuese porque no era la paz que requerían los hombres poderosos que, de facto, controlaban el gobierno de Castilla, o fuese por simple impotencia. En todo caso, Juan II y Enrique IV nunca dejaron de pedir que se mantuviera la pas e sosyego, y casi siempre fue en vano. También los dirigentes de las distintas ciudades, villas y lugares, y las clases altas en general, deseaban que la paz reinase, pero apenas tuvieron éxito. El común, de la misma forma, pedía, a veces de un modo angustioso, que se amparara la paz, porque de lo contrario él iba a ser el peor parado (a la falta de paz le acompañaba siempre un contexto de tensión social, política y económica que causaba estragos entre los más débiles). Todos pedían lo mismo, entonces, que la paz reinase, pero ninguno tuvo éxito; al menos un éxito absoluto y duradero. Esto puede parecer absurdo, ya que si todos deseaban lo mismo no se entiende por qué no pudo conseguirse. Aún así, es lógico si se analiza el significado del término paz a fines del Medievo. Las ideas que defendían el mantenimiento de una sociedad pacífica, en la que las leyes reinasen, fueron enarboladas tanto por los poderes establecidos (monarquía, Iglesia, ayuntamientos, etc.), para salvaguardar la estabilidad social, como por los más pobres que, sumidos en la impotencia, clamaban justicia frente a los que para ellos eran sus enemigos. Los conceptos que manejaban el común, la oligarquía y la realeza eran los mismos: pas e sosyego, tranquilidad, concordia, bien común, unidad... Palabras que expresaban, a primera vista, ideales fácilmente asumibles por todas las personas. El problema residía en su materialización. Para los monarcas la paz era una “paz regia”, es decir, un estado 1785 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) pacífico en todos los aspectos, en el que se garantizase, siempre, el desarrollo del poderío que ostentaban. Los reyes acudían a una sencilla ecuación a la hora de defender esto: si Dios les ordenaba que mantuviesen en su pueblo la paz, en tanto que ésta era lo mejor para la vida, y, por ello, lo que teóricamente el “pueblo” anhelaba, su poderío debía resultar absoluto, para cumplir con su misión, porque así lo dictaba Dios, y porque así lo quería la mayor parte de las personas. Tener una responsabilidad absoluta sobre éstas implicaba para los reyes albergar un poderío absoluto. En otras palabras, el sustento de la paz venía a conceder legitimidad a los monarcas en su defensa del absolutismo (o, al menos, de un modo de actuar autoritario), de su derecho a ir más allá de las leyes en todas las cuestiones, imponiendo sus posturas, sin que poder temporal alguno pudiera impedirlo. Para los reyes la defensa de la paz y el aumento de su dominio iban de la mano. En manera alguna pensaban así los nobles y los oligarcas de las distintas urbes. Al contrario. Para ellos la paz era un estado paçífico en todos los asuntos que les permitiera continuar siendo el grupo política, económica y socialmente más poderoso; y que, de ser posible, además les permitiera ir aumentando su poderío de forma irremediable, aunque sin prisas. Los oligarcas no pensaban, ni mucho menos, que la paz implicase un poderío de los reyes absoluto. Para ellos la paz sólo se garantizaría si el monarca estaba sometido a la ley, como los otros súbditos. Su poder debería estar limitado por las normas legales. De no ser así, afirmaban, el rey podría convertirse en un tirano. Que el poderío regio fuese restringido por las leyes era tan necesario, en opinión de los poderosos, como la propia existencia de la paz... Con ello, los nobles y los oligarcas urbanos (en realidad se trata del mismo grupo social) buscaban dos cosas: primero, que el rey acabara convirtiéndose en un primus inter pares entre ellos, con un poderío no mucho mayor, de hecho, que el de la nobleza; y segundo, que el poder regio estuviese bajo el control de los poderosos, es decir, de la señalada nobleza, de la Iglesia y de las principales ciudades y villas, pues ellas se encargaban de gestionar la legislación, a la que el rey tenía que someterse, en las reuniones de Cortes. Otra cosa es que los monarcas hicieran todo lo posible por conseguir que su voluntad se impusiese en las Cortes, y que acabaran consiguiéndolo; de manera que al final las asambleas de las mismas terminaron sirviendo, sólo, para ratificar las posturas de los reyes, salvo alguna excepción. La realeza hizo que acudiesen a las Cortes los individuos que ella quería, a quienes no eran de sus opiniones les compró con mercedes, de acordarse algo en su contra mostraba una resistencia feroz a aceptarlo, y hacía lo posible por que su voluntad imperase. Por si fuera poco, cada vez va ser más frecuente el uso de pragmáticas sanciones, normas establecidas por 1786 Conclusiones generales los monarcas de forma unilateral para resolver alguna cuestión que, no obstante, a pesar de no haberse negociado en Cortes, poseían la misma validez que si hubieran sido negociadas. Si va a resultar cada vez más frecuente recurrir a tales pragmáticas es, sin duda, porque con el paso de los años las Cortes se han convertido en un serio problema para los reyes. En ellas se dirime un conflicto que a alturas del siglo XV parece irresoluble: el de los monarcas, que amparan su propia concepción de la paz, y que buscan tener un poderío absoluto, con el pueblo, o mejor, con los dirigentes del pueblo, que defienden sus criterios sobre la paz (para ellos la paz debe permitirles seguir siendo los dirigentes), y consideran que ésta requiere un poderío regio limitado. El común se encuentra al margen de dicha disputa, en un principio. Las clases medias y bajas, cuyos miembros viven en la pobreza muchas veces, por no decir en la miseria más absoluta, tenían cosas más importantes en que pensar. Los debates relativos a si el poder del monarca era, o debía ser, absoluto o no, quedan lejos de sus necesidades inmediatas, entre las que estaba la propia necesidad de sobrevivir. La supervivencia era la meta básica para muchas personas. Ellas vivían en unas circunstancias agónicas, en no pocas ocasiones, y estaban al margen de las disputas políticas de los poderosos; disputas que no comprendían en su integridad casi nunca, que pocas veces despertaban su interés, y que, a menudo, ni siquiera eran conocidas entre aquéllos a quienes no repercutían directamente. Claro que anhelaban la paz, pero su concepción de lo que tenía que ser ésta era muy utópica si la comparamos con la que proclamaban los reyes, los gobernantes o la acomodada clase alta. Para el común, mucho más cuanto más abajo nos ubiquemos en la escala social, la paz traía consigo una noción de la justicia revolucionaria para su época, algunas veces. Sólo iba a triunfar la paz, afirmaban no pocos, si la justicia reinase, y para que reinara las condiciones de todas las personas deberían ser las mismas, desde un punto de vista económico, político y social. Ésta es la postura que en muchas revueltas defendieron los “comunes” (alentados por las prédicas en torno a la vida cristiana en comunidad de los frailes). Mientras, en la vida diaria tal concepción de la realidad aparecía en un segundo plano, oculta bajo una actitud más conformista, que aceptaba “el mundo” tal y como era (en esta aceptación también tuvieron mucho que ver los sermones de los clérigos). Era en el momento en que las condiciones de vida empeoraban, cuando el hambre aparecía detrás de cada esquina, cuando los abusos de los poderosos alcanzaban niveles que no podían tolerarse, cuando los gobernantes no realizaban sus cometidos, era entonces, cuando la concepción de una paz igualitaria se hacía visible, ocultando las actitudes sumisas y obedientes. A menudo pasaba así en un contexto de revuelta, en el que los sucesos violentos -a veces de una crueldad 1787 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) terrible- se producían por doquier, y en el que las posturas en torno a lo que significaba la paz, y a lo que traía consigo, eran muy radicales. En sus revueltas los “comunes” llegaron a pedir un igualitarismo para el que la sociedad medieval no estaba ni mucho menos preparada. Como puede verse, el mensaje de la paz es dúctil. Adquiere formas distintas en función de quién lo use y de los argumentos que con él quieran ampararse. En el caso de la realeza y de sus ideólogos el mensaje de la paz aparecía con unos tintes claramente conservadores, y en gran medida estaba dirigido a fundamentar el poder regio, situándolo por encima de los otros poderes temporales, mediante la defensa de una autoridad a él adscrita que, según defendían, no contaba con unos límites ciertos. Apelando al mantenimiento de la paz la realeza pretendía alcanzar sus metas. Al contrario, cuando este mismo mensaje sale de la pluma de escritores que acusan a los monarcas de no cumplir con sus tareas, se usa para recordarles que el no-cumplimiento de la labor a ellos encomendada producía un declive constante de las condiciones de vida de todos sus súbditos. En este caso, lejos de exhibir un talante cauteloso, adquiría una funcionalidad crítica, de rechazo del contexto vigente, de apuesta por un futuro mejor; el mismo sentido que poseía cuando los que lo usaban eran los más pobres de la sociedad, si bien ellos en la mayor parte de las ocasiones preferían hablar de justicia, en parte porque ésta poco a poco va a irse asociando a un concepto positivo de la paz, a la idea de establecer las mejores condiciones de vida para todos, algo propio de la tarea de gobierno, fructuoso, generador de un orden, mientras que la palabra paz, propiamente dicha, se asociará a un concepto negativo, entendiéndola como un producto de la defensa del orden establecido, mediante la lucha contra el desorden público forjado por delitos de distinta naturaleza: desde revueltas a asesinatos, pasando por robos, fraudes, amenazas, injurias y, en fin, por todo tipo de crímenes e ynsultos (nombre genérico que se otorga a actos delictivos de muy variado carácter en algunos documentos). No obstante, en Castilla el común nunca jamás discutió ni que tuviese que haber un rey que fuera el máximo dirigente del Estado, ni que la paz -fuese ésta como fuese, beneficiara a quien beneficiara- sólo pudiera mantenerse si la amparaba un soberano. A pesar de que a fines del siglo XV, y sobre todo a medida que nos adentramos en el XVI, cada vez se escuchan más voces que demandan un cambio en la sociedad que acarree transformaciones en el sistema, haciéndolo más justo e igualitario política y, sobre todo, económicamente, nadie pensaba en establecer una república. El rey era intocable. Eso sí, el rey en tanto que institución, en tanto que símbolo del Estado, en tanto que “cuerpo místico” de las estructuras estatales. El monarca como persona no era tan importante; podía sustituírsele sin problemas. El rey en tanto que un órgano institucional, por contra, era eterno. De no existir él, ningún tipo de paz sería posible. 1788 Conclusiones generales Los hombres iban a comerse unos a los otros como lobos, certificaba con contundencia algún autor, si no existiese un soberano que les pacificara... Hasta llegar a un adoctrinamiento del pueblo de esta magnitud, hubo de desplegarse una tarea de definición ideológica compleja. La idea de que el monarca lo es todo, de que está por encima del bien y del mal, y de que más allá de él existe el caos, posee sus antiguos orígenes en la cultura grecorromana, aunque fue en la alta Edad Media cuando tales ideas se adaptaron al cristianismo, sentando las bases de lo que iba a ser una tarea intelectual portentosa. Desde la obra de San Agustín Civitas Dei, escrita en el siglo V, y prácticamente durante toda la Edad Media, aunque en especial hasta el siglo XIII, el reino de Dios se convirtió en un “arquetipo político”. Se decía que un gobierno en la tierra iba a ser más perfecto cuanto más se asemejase al gobierno del cielo, en el que Dios era el rey, y en el que Éste se encargaba de mantener la paz, lo mismo que debían hacerlo los distintos monarcas en sus territorios. Cómo no, los teólogos eran los principales pensadores políticos. Ellos especificaban en sus obras las pautas de gobierno a seguir en todos los reinos del Occidente medieval, pues debían detallar como era ese “cielo” que por todos se consideraba el ejemplo básico en la organización de la vida en la “tierra”. Esto fue siempre así en la Edad Media. Es cierto que desde el siglo XIII se produjo una laicización de las teorías políticas; pero eso no quiere decir que las teorías hasta el momento vigentes fueran sustituidas por otras. Lo que ocurrió, más bien, fue que muchas de las ideas del pasado siguieron manteniéndose, salvo que ahora legitimadas con argumentos más próximos a la filosofía y más alejados de la teología (La obra Defensor Pacis de Marsilio de Padua es paradigmática, en este sentido). Esto es lo que sucedió a partir del siglo XIII con las ideas en torno al rey y a su misión de mantenimiento de la paz. Había un modelo, pues, definido por los eruditos, en general, y por los ideólogos regios, en concreto, en el que los monarcas ostentaban un poderío indiscutible, y al que todos debían respetar, porque aspiraba a ser una copia, si no exacta sí lo más perfecta posible, del reino de Dios. Nadie podía ir en contra de aquel sistema político que, buscando su perfección, aspiraba a crear en la tierra estructuras sociopolíticas casi divinas, en las que el rey fuera todopoderoso. De esta forma, la idea de la paz defendida por San Agustín, el llamado “agustinismo político”, se usaría para manipular a los individuos y mantenerlos encasillados dentro de unos parámetros social, política y económicamente concretos. Los reyes, y sus acólitos, fueron los tutores de esta manipulación, y los máximos beneficiarios de la misma. A partir de ella se atacaba toda actividad que pudiese cuestionar el sistema -monárquicopolítico y socioeconómico establecido, y, aprovechándose del miedo de las personas a ver empeoradas sus de por sí míseras condiciones de vida, se defendía no ya lo obligatorio 1789 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) sino incluso lo necesario de seguir como estaban, sin hacer algo que, lejos de mejorar su existencia, la degenerase. Para la realeza los objetivos estaban claros. El mantenimiento de su paz, de la pas e sosiego a decir de los documentos, implicaba dos cosas: que sus súbditos, mas allá de sus preeminencias, acatasen los mandatos regios; y que, de la misma forma, dichos súbditos se sometiesen a las leyes, no yendo jamás en su contra. De esta manera, y puesto que los casos que destruían la paz regia no estaban definidos, un delito cualquiera -sobre todo si fuese criminal-, por ir contra la ley, o cualquier desobediencia a las órdenes de los monarcas podía considerarse como “causa de desasosiegos”, y, por lo tanto, como una quiebra de la paz regia. La paz regia sólo iba a triunfar de mantenerse un orden -por el propio monarca definidocuya trasgresión, sobre todo de tratarse de un hecho delictivo muy grave, implicaba un triple atentando: contra la persona o personas que lo sufrieran de forma directa; contra la comunidad social en su conjunto; y contra el rey, en este caso al considerarse un desprecio a su misión de mantener la paz. Ahora bien, el problema, como se dijo en su momento, es que aquí se halla una las claves para la interpretación de las características de una soberanía regia que, a finales de la Edad Media, y en su busca de un poderío absoluto, aspiraba a acaparar cada vez mayores cuotas de poder, puesto que los casos que destruían la paz regia, esos que cuestionaban las funciones para las que la autoridad monárquica se había instituido, no estaban fijados desde un punto de vista legal, más allá de en lo referente a los “casos de corte” (los que a causa de su gravedad nadie discutía que fuesen resueltos por la realeza). Y si no estaban fijados era, entre otras cosas, porque a los monarcas no les interesaba que se fijasen en lo más mínimo, pues de hacerlo su poder se vería limitado. Mientras no se fijaran los actos opuestos a su paz (y aquí “paz” es una palabra con unos valores subjetivos muy claros), los reyes, considerando a su actuación como necesaria para el mantenimiento de la pas e sosiego (concediendo a tales conceptos un valor objetivo con una intencionalidad manipuladora), podían intervenir en cualquier problema, mediante su poderío real absoluto, con el fin de alcanzar metas muy dispares: el sometimiento de una revuelta en su contra; meter en la cárcel a un individuo que tuviese algunas deudas con el fisco regio; obligar a los dirigentes de una urbe a que aceptaran entre ellos a una persona impuesta por la monarquía... Eso sí, la paz regia se fundamentaba en la ley, de modo que, a priori, todo suceso delictivo podría tenerse como un atentado contra ella. Otra cuestión es que ni siquiera los reyes se mostrasen en ocasiones dispuestos a cumplir la legalidad. 1790 Conclusiones generales Del mismo modo que para los monarcas, también estaban claras las cosas para los otros beneficiarios de la manipulación política referida; para sus acólitos, para los que de algún modo participaban de la soberanía regia, es decir, para los gobernantes, más allá de los niveles en que ejerciesen el gobierno (fuera a nivel regional como los oligarcas ciudadanos, o a nivel más general como los grandes nobles). No en vano, lo referido hasta aquí es producto, en gran medida, de unas ideas dispuestas para aumentar el poder regio, aunque en apoyo de las élites sociales, pues sin la colaboración de éstas difícilmente los reyes podrían ejercer su labor, y cumplir sus fines. Siempre que se les asegurase su dominio, los poderosos estaban dispuestos a trabajar con los monarcas para favorecer la paz que éstos pretendían que reinara. Este doble objetivo, favorecer a los reyes y a la élite social, hizo que a la hora de llevar a la práctica ciertas ideas surgiesen muchos obstáculos, en unas épocas más que en otras, sobre todo cuando los monarcas plantearon políticas que fueron consideradas por los gobernantes concejiles y los nobles excesivamente intervencionistas. En las ciudades más destacadas esto es evidente. Cuando los deseos de la realeza de intervenir en el ámbito municipal chocaban con los intereses de las oligarquías, las incesantes apelaciones de los reyes al mantenimiento de la paz casi nunca lograban alcanzar sus objetivos. Con el fin de desobedecer sus mandatos, los oligarcas, al igual que los soberanos, apelaban, de la misma forma, al mantenimiento de una paz, pero de una paz que no era la regia, sino la suya propia, favorecedora de unos intereses particulares. La paz regia que se daba en las urbes era, entonces, una paz “oligárquicamente” mediada. La oligarquía se encargaba de mediar entre la comunidad urbana en su conjunto y la realeza, y gozaba del poderío suficiente como para acudir a los reyes tan sólo en caso de que, a su parecer, la intervención regia fuese necesaria para continuar disfrutando de su dominio sociopolítico. Dicho de otra manera, desde el punto de vista político la paz urbana sería resultado: primero, de una imposición, es decir, una paz regia o impuesta; segundo, de las gestiones surgidas en torno a ella, una paz oligárquica o mediada; y tercero, de la respuesta dada frente a ambas por los ciudadanos, una paz del común o asumida. La paz urbana sólo llegaba como consecuencia de una conjunción de intereses, los de la realeza y los de los oligarcas, y de la respuesta favorable dada frente a estos intereses por los individuos que integraban la mayoría social, los llamados miembros del común o “gente menuda”. El recurso al mantenimiento de una paz concreta afectaba a todos los elementos sociales, y cada uno de ellos, desde el rey a los “comunes”, ofrecía una respuesta propia frente a él en defensa de sus metas. 1791 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) Es verdad que el monarca y la oligarquía, al manejar el gobierno, estaban en unas condiciones más favorables a la hora de defender sus objetivos, pero también lo es que de la coherencia de los fines buscados por los reyes y por los poderosos, de la respuesta dada ante éstos por la gente común, y, en buena medida, de la aceptación por parte de la dicha gente de sus circunstancias marginales en lo que al gobierno se refiere, dependía el mantenimiento de la paz urbana. En las ciudades donde no existiese un consenso de este tipo no sólo se producirían movimientos de oposición al poderío regio, sino que, además, las reglas para la regulación de la vida no iban a funcionar. El resultado iba a ser un desorden más que notable, manifestado en un altísimo número de crímenes y delitos. 2. UNA TIERRA DE PACIFICACIÓN: CASTILLA EN EL SIGLO XV Es durante el siglo XI cuando se impulsa en Castilla el debate ideológico en torno al papel del monarca en lo relacionado con la paz, al tiempo que en el resto de los reinos occidentales la pax Dei hace su aparición. En un principio las discusiones giraron en torno a la relación paz-rey, y aún nadie hablaba de la pax regni, sino de la pax regis (ya se especificó de manera pormenorizada el significado de estos conceptos). Sería en el período de tiempo comprendido entre los siglos XI y XIII, a lo largo de la plena Edad Media, cuando, una vez vaya desapareciendo la paz de Dios (pax Dei), la antigua pax regis, institución que en Castilla gozaba de más fuerza que en otras partes, adquiera connotaciones distintas, convirtiéndose en la paz regia. No en vano, a partir del siglo XIII el “reino de Dios” dejó de tomarse como un arquetipo político a poner en práctica, en toda Europa; si bien las ideas que lo habían cimentado se mantuvieron, ahora legitimadas mediante argumentos laicos, y no sólo a través de la fe. Aunque con las mismas características que la antigua paz del rey (pax regis), a la cual englobaba en sus funciones, la paz regia se va a caracterizar por referirse a todo el territorio del reino, no quedando circunscrita a una zona concreta en la que el monarca estuviese, como la pax regis. Recordemos que ésta tan sólo permitía castigar con aspereza los delitos que se cometiesen contra el monarca, en su presencia, o en el territorio ubicado en su entorno (cinco leguas alrededor suyo a finales del siglo XV y comienzos del XVI). Es cierto que la pax regis en la alta y plena Edad Media también se había vinculado a la misión que los reyes poseían como garantizadores de la paz en todos sus reinos, pero entonces tal paz del rey presentaba un carácter personalista, una vinculación estrecha a la propia figura del soberano. A pesar de que nunca se va a perder este vínculo, poco a poco la paz del rey irá ganando en 1792 Conclusiones generales abstracción, no vinculándose tanto al monarca como hombre sino a la monarquía como institución, y al rey como símbolo del Estado. Ya en el siglo XV, el concepto pax posee un doble matiz en Castilla. Si se considera opuesto al de bellum, a la guerra, se entiende como una ausencia de enfrentamientos con enemigos externos de la comunidad política. Si, al contrario, era considerado opuesto al de seditio, a la rebelión, solía referirse a un contexto que se identifica por la inexistencia de luchas entre los propios ciudadanos. En todo caso, la paz era la máxima aspiración de los hombres en tanto que individuos integradores de las comunidades políticas. La paz es un orden político, social, económico, y, en general, en todos los ámbitos de la realidad. Este orden está amenazado por dos “males”: la guerra, causada por enemigos externos; y la sedición, producto de los enfrentamientos acaecidos en el interior de las sociedades. Tanto en una como en otra, tanto en las guerras como en las rebeliones, lo característico del mal que traían implícito era la violencia, por lo que tan sólo luchando contra ésta, eliminándola, se podría conservar la paz, y con ella el orden. La realeza llevó a la práctica estas ideas punto por punto. Frente a los movimientos de oposición política en su contra, en ocasiones producto de la resistencia popular al poderío regio auspiciada por las fuerzas oligárquicas, y frente a los desordenes públicos en el interior de las urbes, la monarquía desarrolló medidas tendentes a reconstruir la paz en el seno de las ciudades. Mejor dicho, a someter a las fuerzas políticas locales a una paz regia, entendida ésta en un doble sentido: como cese de los desordenes (de la violencia y de los actos delictivos), y como sometimiento a la autoridad soberana. Se trataba de una paz dispuesta por la realeza en beneficio de sus súbditos, pero destinada a conseguir sus propios objetivos, similar a la que en un nivel inferior y con unos objetivos diferentes procuraban obtener los oligarcas. La violencia física, verbal o de cualquier tipo, se expresara a través de la agresión o del insulto, del hurto o de la blasfemia, del robo o del asesinato, era lo que cuestionaba el orden de forma más clara. Ella es el auténtico problema, tanto para los reyes como para los oligarcas, y estos últimos, al contrario que en otros asuntos, cuando las agresiones operaban en su contra (a veces las usan en su propio beneficio) sí que se mostraban partidarios de pedir ayuda a la monarquía. Los insultos, las amenazas, los asesinatos, los robos, etc., al generar un ambiente negativo en las urbes, perjudicaban la sociabilidad urbana, creando entre los ciudadanos un cierto temor a ser agredidos, lo que les predisponía a integrarse en asociaciones no controladas ni por los reyes (bandos o partidos políticos, llamados lygas e monipodyos, cofradías con intereses ocultos...) ni por las autoridades locales que en su nombre tutelaban los núcleos urbanos. Por esta razón, a finales de la Edad Media la idea 1793 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) de la paz y el sosiego aparece vinculada a los problemas provocados por la violencia, en especial a los crímenes más graves para el orden público: las asonadas, los ruydos, los escándalos y los homicidios. Todo esto se conocía bien a la altura del año 1475, cuando Isabel y Fernando, quienes pasarán a la historia como los Reyes Católicos, llegaron al trono de Castilla. Conscientes de lo que significaba la violencia, y de la importancia de las apelaciones a la paz no tan sólo para contrarrestarla, sino además para aumentar su poder, ellos, desde el principio de su reinado, se definieron a sí mismos, desde el punto de vista ideológico y propagandístico, como monarcas justicieros, dispuestos a asegurar la paz (su paz, realmente, y aquí se ve el uso manipulado del concepto) en las tierras castellanas. Su política propagandística, si así puede denominarse, fue, en este sentido, un ingrediente básico en su labor pacificadora. No obstante, dicha “política de propaganda” no siempre se ha interpretado de esta manera. A veces se han confundido, al estudiar la tarea de gobierno de los Reyes Católicos, los planteamientos ideológicos y propagandísticos con los que legitimaron sus medidas políticas con dichas medidas, e incluso con el supuesto éxito que alcanzaron. De hecho, aún continúan produciéndose algunas confusiones. Por ejemplo, es verdad que los planteamientos desde los que hoy en día se analiza el reinado de Isabel y Fernando nada tienen que ver con los que sólo hace unas décadas estaban vigentes, y que hoy nadie duda a la hora de separar las labores de propaganda de la realidad del gobierno de Castilla a finales del siglo XV, pero, aún así, existe un consenso a la hora de considerarse a la época de los Reyes Católicos como pacífica, en lo que al interior de las tierras castellanas se refiere. Tal consideración puede ser válida si se especifica correctamente qué es lo que se quiere decir con “pacífica” -algo que no se hace siempre-, porque de la misma forma que el estudio de la delincuencia es subjetivo cuando se carece de datos y de una metodología adecuada, lo pueden ser los argumentos que, basándose en un número reducido de informaciones, y sin unos principios a partir de los cuales definirla, califiquen como “pacífica” a una determinada época histórica. Verdaderamente a lo largo de toda la historia las interpretaciones sobre lo pacífico o lo violento de una u otra etapa se han venido realizando, pero con el fin, en la mayoría de los casos, de fundamentar determinados objetivos políticos. Es en este sentido como se ha de interpretar la propaganda de los Reyes Católicos. Ellos al subir al trono desplegaron una trascendental campaña propagandística destinada a crearse una auto-imagen propia, en la cual aparecían como unos reyes justicieros, pacíficos y protectores, o lo que es lo mismo, como los salvadores de Castilla. Para eso se identificó el período del reinado de Enrique IV como una etapa violenta, y el suyo, desde que accedieron al poder, como una época de paz. 1794 Conclusiones generales En efecto, tal vez el reinado de Isabel y Fernando en lo que a las relaciones noblezamonarquía se refiere pueda definirse como pacífico, pero, desde luego, ni la paz se logró de una forma tan milagrosa como sus crónicas dicen, ni fue tan sólida como en principio se deseaba, ni fue tan profunda. Posiblemente los habitantes de las urbes en principio no notasen cambio alguno con respecto a la etapa anterior, excepto por la guerra civil que se inicia con su acceso al trono, aunque luego se vieran afectados, por ejemplo, por las mejoras introducidas en la política monetaria, o por medidas como el establecimiento del Santo Oficio y la expulsión de los judíos. Otra cosa es que tengamos en el comienzo del reinado de los Reyes Católicos el mejor ejemplo de propaganda política de la Edad Media castellana. Es entonces cuando adquieren más relevancia todas las ideas relativas al mantenimiento de la paz por parte de los monarcas, sobre todo por una razón: porque los nuevos reyes son conscientes del momento en que llegan al trono, y de su papel como soberanos. Lo primero que harán, en consecuencia, será rodearse de una cohorte de intelectuales que desarrollan para ellos una labor de definición ideológica y propagandística tremenda, como nunca antes se había visto. Si deseaban lograr sus objetivos políticos Isabel y Fernando estaban en la obligación de exhibirse a sus súbditos como la antítesis de su antecesor en el trono, Enrique IV, culpable, en el fondo, de la situación pésima que vive toda Castilla a la altura de 1470. Y así lo hicieron. No en vano, tal fue su éxito que se puede decir, sin miedo a equívocos, que el mayor acierto de Isabel y Fernando fue el rodearse de hombres que desarrollaron una tarea ideológico-propagandística para ellos de la que habían carecido reyes anteriores, como Juan II y, sobre todo, Enrique IV; en parte porque estos monarcas no lo habían necesitado para heredar la corona. El discurso pacífico propio de la realeza que se instituye entre los años 1475 y 1485, aproximadamente, posee un carácter novedoso. Ya había sido utilizado por los cronistas de los gobernantes anteriores, pero con un sentido menos rotundo y complejo que el que adquiere cuando los Reyes Católicos llegan al poder. Éstos consideraron desde el inicio de su mandato a la propaganda un elemento explícito para lograr la pacificación de sus reinos, de las Coronas castellana y aragonesa, que les legitimase como soberanos. Según los cronistas, las personalidades de Isabel y Fernando fueron determinantes a la hora de conseguir una paz que parecía quimérica en el interior de Castilla muy poco antes de que llegaran al trono. Ellos acabaron con el imperio del crimen en lo social, y con la anarquía en lo político, señalaban sus ideólogos, y constituyeron un supuesto “reino de paz y justicia” que contó con la aquiescencia del pueblo, y en concreto de los “buenos”. A través de sus escritos los cronistas isabelinos se esforzaron por crear una visión crítica del reinado de 1795 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) Enrique IV, vinculándolo a la situación negativa de las condiciones de vida de la mayor parte de las comunidades urbanas, o al menos de los “buenos” que las integraban. Se estableció una conexión, así, entre la lucha de los Reyes Católicos en contra de la inestabilidad sociopolítica y económica que, teóricamente, ansiaban quienes se enfrentaban a ellos, los “malos”, y los deseos de los ciudadanos que la sufrían, cuyos intereses eran idénticos a los intereses regios, siempre según los ideólogos de los monarcas. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, quede claro, que esta propaganda calase en el pensamiento de las distintas comunidades sociales, en la visión de la realidad de esas clases medias y bajas que, más allá de los que gobernaran, habían de sufrir cada día las consecuencias de un régimen político que les marginaba desde un punto de vista legal. En cualquier caso, los esfuerzos propagandísticos desarrollados al inicio del reinado de los Reyes Católicos son enormes. El discurso que apelaba al mantenimiento de la paz, si bien jamás se abandonaría, cobró especial relevancia a lo largo de su primera década de gobierno, hasta que el éxito de la guerra de Granada otorgó una nueva legitimación a los monarcas. Dicho discurso, exacerbando la crítica realidad política y social de los últimos años del reinado de Enrique IV, contrapuso dos formas de gobernar, la de éste, por un lado, y la de Isabel y Fernando, por otro, a favor de estos últimos. La imagen extremadamente negativa que los ideólogos crearon de la gestión política enriqueña, y del ambiente creado por ésta, fue la base sobre la cual se estableció la propaganda del reinado de los Reyes Católicos... Pero dejemos la labor propagandística y vayamos a los hechos concretos. El principal problema que se planteaba a los nuevos monarcas, a Isabel y Fernando, en el momento de acceder al trono, era complejo. Había que terminar con el estado de guerra que les enfrentaba a los nobles y a los oligarcas urbanos partidarios de Juana (y Portugal), y había que restablecer el orden público y las leyes que consideraran determinantes para su actuación política. Pero había que hacerlo sin que se manifestasen los resentimientos que en reinados anteriores habían llevado a la nobleza y a las oligarquías ciudadanas a enfrentarse a los reyes. La cuestión era cómo consolidar la acción gubernativa de los monarcas y restablecer el orden en Castilla, consiguiendo que los nobles y el resto de las fuerzas políticas se sometieran a los nuevos soberanos sin problemas. Para legitimar su capacidad como gobernantes necesitaban proceder de una forma que, adaptándose a las leyes, al menos de manera teórica, su acción fuera reconocida como válida por sus seguidores y por sus oponentes. Con el fin de resolver dichas trabas, entre otras cosas algunos de los hombres próximos a los jóvenes monarcas reivindicarían la memoria histórica de Álvaro de Luna, a través de su crónica y llevando sus restos a su capilla de la catedral de Toledo. La concepción política a 1796 Conclusiones generales favor de un poder monárquico fuerte y autoritario que este personaje defendió (llegando a solapar como valido de Juan II al mismísimo rey), de hecho, fue plenamente asumida por Isabel y Fernando. Ellos convirtieron su autoridad personal, en tanto que soberanos, en el ingrediente básico de su política a favor de la paz -“su paz”- en Castilla. Vinculado a este objetivo podríamos enmarcar desde su estrategia ideológica y propagandística, la guerra de Granada y los apoyos a grupos políticos importantes en las urbes castellanas, hasta, incluso, sus relaciones con la Iglesia. También fue importante la instauración de la Hermandad general, en 1476. Los estudios relativos a la paz impuesta por los Reyes Católicos publicados hasta ahora se caracterizan por realizar un análisis, institucional sobre todo, muy concienzudo de la nueva Hermandad creada por ellos, considerándola como una institución dispuesta para “reprimir” esos delitos que, al producirse en zonas a las que la justicia no llegaba (yermos, despoblados, etc.), evidenciaban la incapacidad política del poder central a la hora de controlar todo el territorio sobre el que se plasmaba su soberanía. Sin embargo, ha de quedar claro que la política pacificadora de la realeza a finales del siglo XV no se limitó, ni mucho menos, al simple establecimiento de la Hermandad, tal y como podría desprenderse de algunos trabajos, que conceden a ésta una importancia notable en la pacificación de la Castilla de la década de 1470. Nunca ha de olvidarse que el ámbito jurisdiccional de la Hermandad estaba limitado, que se ceñía a las zonas rurales, y en concreto a las tierras donde no llegaba la justicia ordinaria ni el control de los dirigentes urbanos. Las murallas de las ciudades eran el límite a partir del cual sus competencias quedaban restringidas. En los núcleos urbanos los mecanismos pacificadores dispuestos por los reyes iban a ser distintos; el producto de un sistema de acción mucho más complejo que integraría aspectos tan dispares como, por ejemplo, una vigilancia política e institucional coactiva desarrollada por los delegados del poder regio (asistentes, jueces pesquisidores, jueces de residencia, corregidores, etc.), medidas de control ideológico (ceremonias públicas, prohibición de trabajar los domingos, obligatoriedad de acudir a las procesiones...), o la propia puesta en práctica de dispositivos destinados a reequilibrar las relaciones sociales (elección popular de jurados, prohibición de portar armas, destierro de vagabundos...). Una tarea represiva, exclusivamente a partir de la fuerza, era insostenible en el interior de las ciudades, como lo era cualquier tarea política en la que no hubiese algún tipo de actividad represora, y que sólo se legitimara con una “justificación racional”. La mezcla de acciones represivas (como el asesinato de rebeldes recalcitrantes, nunca masivo, sino centrado en individuos concretos, por ejemplo) y no represivas (el perdón de las personas que habían 1797 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) cometido delitos que no iban contra la realeza directamente, la defensa de la propiedad de tierras cuyos dueños temían perderlas, etc.), unida al adoctrinamiento ideológico a través de imágenes y símbolos expositores de los ideales de la realeza como defensora del bien común, fue la que inspiró la tarea pacificadora de los Reyes Católicos, y su ulterior acción de gobierno. Dicha tarea en las ciudades fue dual: por una parte, intervinieron como árbitros en la “guerra” que mantenían en algunas de ellas los bandos políticos, a la vez que efectuaban concesiones en materia económica a los oligarcas urbanos con el objetivo de obtener su apoyo (arbitraje despótico o maquiavélico); y por otra, y como resultado de lo anterior, afianzaron su alianza con las oligarquías, siendo conscientes de que la paz en las urbes era fundamental para la paz en el reino. Además de esto, los Reyes Católicos dispusieron una serie de medidas destinadas a presentar a la realeza como si de una institución de amparo se tratase, es decir, como una defensora de los súbditos que a ella acudieran. Para eso usaron todos los resortes de poder político que a finales del siglo XV poseía la realeza castellana. La concesión de perdones, las prórrogas de deudas particulares, la defensa de la propiedad privada de bienes inmuebles rurales y urbanos, el restablecimiento de los cauces de apelación judicial, etc., son, en este sentido, medidas que se enmarcan dentro de una actividad política destinada tanto a restablecer un orden dentro de las urbes como a intervenir de una forma más directa en ellas. Gran parte de las medidas pacificadoras puestas en práctica en el interior de las ciudades a fines del siglo XV estaban dirigidas a acabar con los enfrentamientos políticos que se habían producido durante los reinados de Juan II y Enrique IV. Por culpa de esos enfrentamientos, desde el punto de vista de Isabel y Fernando, los oligarcas consideraban a las instituciones de gobierno como meras herramientas a través de las cuales afianzar su poder. Por su culpa, la actividad institucional se había convertido en una prolongación pública de los actos que los hombres importantes de las ciudades desarrollaban (ocupación de tierras ajenas, sometimiento de pequeñas poblaciones rurales...) a través de otros cauces “ilegítimos” (presión económica, agresiones, asesinatos, amenazas de ataque por sus grupos armados, etc.). Por culpa de los enfrentamientos políticos, lo que era más grave, la violencia estructural, corrupción en su pleno significado, pero también la física -intentos de marginar por la fuerza a los judeo-conversos en lo relativo a los oficios concejiles, por ejemplo-, tenía un peso en la actividad gubernativa intolerable. Como la política no se desarrollaba de una forma válida únicamente dentro de las instituciones, parte de los medios de actuación política vigentes dentro de los núcleos urbanos no aparecían regulados por las leyes. Esto favoreció el uso 1798 Conclusiones generales de la extorsión, la violencia y las coacciones como mecanismos de ejercicio del poder sociopolítico. En otras palabras, en política reinaba la ley del más fuerte en su sentido literal. No es de extrañar, por tanto, que la falta de respeto que los poderosos mostraban hacia las instituciones, dotándolas de una inoperatividad descorazonadora, repercutiera negativamente en la visión y los sentimientos que el conjunto poblacional poseía frente a ellas. Además, durante los movimientos sociales que habían sacudido los reinados de Juan II y Enrique IV las clases bajas y medias, los “comunes”, carentes de poder gubernamental, se habían consolidado como una fuerza política de primer orden; eso sí, fácilmente manipulable por los bandos políticos. Esto agravaba aún más las dificultades para mantener la paz en el interior de los núcleos urbanos, porque había que contar con el apoyo de todos los sectores de la sociedad -no sólo de la oligarquía, aunque de ésta preferentemente-, para que las medidas que se tomasen consolidaran el sosiego político, social y económico que se buscaba. Por eso Isabel y Fernando no sólo se preocuparon por regularizar su relación con los miembros de la élite política y económica de las urbes. Intentaron tener un contacto más cercano a sus súbditos, desarrollando una política con un claro carácter populista (la concepción paternalista del poder regio es propia de la época), en la que los reyes se presentaban ante la comunidad urbana como defensores de la justicia y del bien común. ¿Cuándo se inicia y hasta cuándo se alarga la labor pacificadora de los Reyes Católicos en el seno de las ciudades castellanas?. ¿Cuándo podemos decir que están puestas las bases de lo que luego será la actividad política destinada a mantener la paz en ellas?. Desde luego no se trata de unas preguntas fáciles de contestar. La mayor parte de los historiadores dicen que la tarea pacificadora podría ubicarse dentro de los primeros cinco años de reinado de los nuevos monarcas, pero hay algunas discrepancias. Por un lado, existe cierto confusionismo a la hora de considerar a la guerra civil (e internacional) que se produce entre los años 1475-1480 como un elemento o como un antecedente de la pacificación urbana, aunque parecen más correctos los análisis que involucran la paz político-militar, alcanzada tras el fin de la contienda bélica, con la paz político-social que, por contra, se intentaría conseguir en el interior de las ciudades, con menos éxito, desde antes de que la guerra comenzara. Por otro lado, se puede considerar, y personalmente yo así lo considero, que la labor pacificadora de los Reyes Católicos no terminó nunca. A lo largo de todo su reinado ellos mantuvieron las medidas pacificadoras desplegadas en sus primeros años de gobierno. También ensayaron nuevas medidas, muchas dispuestas a través de pragmáticas reales, pero en demasiadas ocasiones no tuvieron éxito (el establecimiento de personeros del común en la 1799 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) década de 1490, cuya finalidad era representar los intereses de las clases medias y bajas frente a las oligarquías, es un ejemplo claro). De manera independiente a la paz conseguida en el ámbito estatal tras el fin de la guerra civil, la tarea de pacificación ciudadana desplegada por Isabel y Fernando tiene su inicio en el momento de su acceso al trono en aquellas urbes que les habían aceptado como monarcas. La duración que concedamos al período en el cual se establecieron dichas medidas pacificadoras, al principio de su gobierno, dependerá, no obstante, tanto de los planteamientos desde los que enfoquemos el tema como de las características particulares de los núcleos urbanos sobre los que se desarrollara la acción pacificadora. Debemos de tener en cuenta que las comunidades sociales con una trayectoria política de oposición al poder regio -caso de Toledo durante el siglo XV- necesitarían más medidas pacificadoras, y mayor énfasis en la continuidad de dichas medidas. Desde este punto de vista, el establecimiento de la Inquisición en Castilla (en tanto que un órgano de control social y de represión religiosa), la guerra contra el reino de Granada, o la importancia concedida a las ceremonias regias, podrían considerarse como unos mecanismos destinados a crear y mantener la pas e sosyego. 3. EL FIN DE LA EDAD MEDIA EN TOLEDO Tal vez el caso de Toledo, la ciudad aquí estudiada, sea el más paradigmático en lo que a las labores de pacificación ciudadana por parte de la realeza se refiere. Se trata de una urbe “escandalosa” en el siglo XV, que se rebela contra los reyes en varias ocasiones y no muestra el menor respeto hacia las órdenes regias cuando considera a éstas perjudiciales para sus intereses. No en vano, la conflictividad sociopolítica que padece Toledo en el siglo XV posee un origen social complejo. Si nos situamos en los más altos escalones sociales ha de relacionarse con la competencia que hay entonces en la urbe entre los linajes nobles que desde 1370, aproximadamente, se asientan en ella, las familias poderosas autóctonas y la burguesía que poco a poco va surgiendo. Al contrario, si nos ubicamos en los más bajos, el establecimiento de una oligarquía dueña del gobierno en Toledo, como en el resto de las ciudades del Occidente medieval, se produce de forma paralela a la emergencia de la “gente menuda”, del “común”, lo que será causa de graves conflictos entre los sectores alto y medio-bajo de la sociedad. Lo más sugerente tal vez sea lo que pasa en el interior de la oligarquía toledana. El siglo XV en Toledo es testigo de la ascensión social de un importante grupo de personas que, desde abajo, como parte del común, y gracias a su enriquecimiento en negocios de todo tipo, comienza a oponerse a los nuevos oligarcas surgidos tras el ocaso de los linajes 1800 Conclusiones generales que habían controlado la ciudad hasta principios del siglo XIV. A ese grupo social se le han puesto muchos nombres: “preburguesía”, “protoburguesía”, “naciente burguesía”, “segunda oligarquía”, “burguesía emergente”. En todos los casos se trata de un sector muy dinámico integrado por individuos, en buena parte de origen judeo-converso, que obtienen un capital notable gracias al comercio, al préstamo, al cambio con intereses o al arrendamiento de rentas concejiles o regias. El enfrentamiento entre esta burguesía ansiosa de poder político y unos caballeros que se van imponiendo en Toledo de forma sólida a partir de finales del siglo XIV, por una parte, unido a la oposición de ambos contrincantes a los antiguos linajes que habían dominado la ciudad, por otra, explican, en término generales, el conflictivo ambiente político y social que viven los toledanos en la última centuria del Medievo. No obstante, en el siglo XV la disputa contra los antiguos linajes prácticamente no existe; éstos ya han caído por su propio peso ante las nuevas familias llegadas del exterior, aunque algunos consigan sobrevivir vinculándose a ellas. El conflicto más encarnizado se produce ahora entre los caballeros venidos de fuera que gobiernan Toledo y los burgueses que aspiran a gobernar junto a ellos. En tal conflicto la caballería no dudará en valerse del “pueblo” para frenar el ascenso político de los miembros acaudalados del común, de origen judío o judeo-converso muchos de ellos (ya se dijo), esgrimiendo ideas racistas en contra de los cristianos nuevos. De esta manera, un enfrentamiento que en principio afectaba a un sector minoritario acabó salpicando a toda la comunidad urbana. Es dicho enfrentamiento no sólo el que explica los problemas sociopolíticos que hay en Toledo durante el siglo XV, sino, incluso, la revuelta de las Comunidades, porque se trata de una problemática enquistada, y al parecer irresoluble, en la medida en que ni los Reyes Católicos ni sus antecesores, ni ningún monarca de su época, fueron capaces de solucionarlo. Ésta es una de las principales tesis que se defienden en este estudio. En la esencia de la conflictividad ciudadana se halla una disputa entre tres sectores: la caballería, la naciente burguesía y el común. Los tres estaban enfrentados entre sí, aunque a fines del siglo XV el enemigo a batir eran los caballeros, sobre todo un grupo de ellos, pues los sectores sociales no eran internamente homogéneos, y también había graves enfrentamientos en su interior. El caso más notable, en este sentido, es el de la señalada caballería. Los caballeros formaban un grupo social definido por sus privilegios frente al resto de la sociedad, pero no todos poseían el mismo estatus. Los más poderosos eran los ricoshombres, miembros de unos cuantos linajes (los Ayala, los Silva, los Cárdenas, los Álvarez de Toledo, los Dávalos, los Ribera, los Ribadeneira y los Carrillo) que gozaban de prestigio en Castilla, 1801 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) aunque sus distintas ramas, extendidas por territorios muy alejados entre sí, aparentemente no mantuviesen ningún tipo de relación más allá de la familiar. Por debajo de los ricoshombres, los caballeros propiamente dichos tenían un poder mucho más limitado, al verse circunscrito a un ámbito espacial concreto; en el caso de los caballeros toledanos su ciudad y alrededores. Ellos formaban lo que se ha venido llamando la “media nobleza”, caracterizada, sobre todo, por trabajar en servicio de los reyes y poseer cargos destacados en los gobiernos municipales. En Toledo, según algún autor, puede distinguirse, además, un tercer peldaño en la jerarquía del estatus de caballero: una “caballería de segunda fila” vinculada a los hidalgos que formaba un “tercer nivel de la nobleza”. Como puede imaginarse, las disputas entre los caballeros para ascender a lo más alto de la caballería -o de la nobleza si se prefiere- eran constantes, y en ocasiones verdaderamente encarnizadas. Unas veces se producían a través de litigios judiciales ante los jueces toledanos, y sobre todo en las altas audiencias de justicia (en la Chancillería de Valladolid o el Consejo Real), que llegaban a durar décadas; otras veces se imponía la violencia. Y así, era frecuente que los caballeros usurpasen tierras de señoríos o lugares de realengo próximos a sus propios señoríos, que compraran nuevos territorios sobre los que aplicar, de ser posible, un dominio jurisdiccional, que estableciesen un mayorazgo con los bienes acumulados, que frente a toda legalidad reclamaran nuevos tributos a sus vasallos, o a quienes transitasen por sus tierras, que ejerciesen la justicia de manera indebida en aldeas bajo su jurisdicción, o en pueblos cuya jurisdicción era realenga y estaba en manos de los gobernantes de Toledo... Por debajo de los caballeros estaba la “naciente burguesía”, grupo social cuya definición no es sencilla, pues integraba desde omes buenos, individuos a medio camino entre el común y la oligarquía debido a sus privilegios políticos, hasta mercaderes -con una riqueza variada- a los que se puede considerar el sector más dinámico de la sociedad por su progreso económico. Por si fuera poco, la mayoría de los sujetos que integran la clase burguesa que está surgiendo son pequeños comerciantes, banqueros, arrendadores, etc., cuya riqueza no se diferencia de la media. Tan sólo un destacado núcleo de estos burgueses puede considerarse perteneciente a la oligarquía. El resto son parte de los “comunes”, de la “gente menuda”. Ya hemos dicho que la conflictividad sociopolítica existente en Toledo a finales de la Edad Media puede ser explicada atendiendo al enfrentamiento entre los caballeros y la naciente burguesía. Dicho enfrentamiento era más encrestado entre los caballeros menos poderosos, los hombres buenos y los principales burgueses. De estos grupos el último era el que en principio menos tenía que perder, y, a su vez, la peor amenaza para los otros dos, debido a su poderío económico. Además, frente a la definición de la élite caballeresca, 1802 Conclusiones generales los hombres buenos no conformaban un colectivo específico. Esto hacía que su estatus fuese más permeable. En él se podía entrar con relativa facilidad. Por debajo de estos grupos, integrantes de la élite, en términos generales, se encuentra el “común”, esa mayoría social en buena parte desconocida, cuyo rasgo más característico es su enorme heterogeneidad, que depende a fines del Medievo de la condición jurídica, económica y religiosa de las personas que la conforman. El carácter heterogéneo que caracteriza a la sociedad medieval se plasma de una manera absoluta en la clase media, integrada por individuos con un nivel económico y unos fines vitales muy distintos, aunque comunes en lo que al deseo de progresar socialmente se refiere. Buena parte de ellos poseían talleres, y trabajaban para ellos mismos: o bien realizando los encargos que se les pedían, o bien con el objetivo de vender, en caso de no existir encargos. Muchos eran maestros dueños de un taller, y / o tenían trabajando consigo a oficiales y a mozos. Algunos trabajaban para otros, pero su situación económica era estable, su vida segura y su futuro más o menos previsible. Dentro de este grupo también hay que encuadrar a aquellos sujetos que por sus oficios hoy llamaríamos profesionales liberales: médicos, abogados, maestros, etc. Sin embargo, existía gran cantidad de personas, de las que en los escritos no se señala ni siquiera el trabajo, que trabajaban para otros en actividades de todo tipo, que ganaban menos dinero, y que, por ambas razones, entre otras, se pueden considerar como los integrantes de las clases bajas. Las clases bajas de Toledo a finales de la Edad Media estaban integradas: por una parte, en su parte más baja, valga la redundancia, además de por personas víctimas de la marginación como las prostitutas, los rufianes o los vagabundos, por un buen número de mozos, jornaleros, peones y criados; y por otra, en su parte más cercana a las clases medias, por algunos de estos últimos sujetos cuya vida era más boyante, y por oficiales que, con un cierto grado de especialización laboral, trabajaban en los distintos talleres de la urbe. Otra cosa es que, aunque las clases bajas estuvieran segmentadas según el estatus económico de sus integrantes, entre aquellos individuos que por su riqueza vivían próximos a la clase media, y aquellos otros que estaban más cercanos a la marginación, la vida de todos dependiese de las coyunturas mercantiles y productivas... Además, los sectores más bajos de la sociedad eran los menos representados en los órganos de gobierno: a los caballeros les representaba el Regimiento, y a la “naciente burguesía”, sobre todo, y a la clase media, en general, el Cabildo de jurados. Pero los mozos, los jornaleros, los peones, los oficiales, en tanto que una mayoría, formaban un grupo con un peso importante, y no dudaron en intervenir en los conflictos, intentando mejorar sus condiciones de vida. 1803 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) La conflictividad social se proyectaba de dos maneras. En la vida diaria lo hacía en muchos de los delitos cometidos tanto por los más poderosos, en busca de poder (ataques a los encargados de ejecutar la justicia, usurpaciones de zonas concejiles, requerimientos a campesinos para que les vendiesen sus tierras, acompañados por atropellos y crímenes de todo tipo), como por los más débiles, que a veces se veían obligados a delinquir por la miseria en que se hallaban (de ahí lo habitual del robo a finales del Medievo). Lo cual no quiere decir, claro está, que los hechos violentos y delictivos puedan ser explicados sólo ateniéndonos a esa conflictividad social que subyace en su esencia, por más que algunas teorías así lo hayan defendido, y por más que así sea en algunos casos concretos... Los delitos del oligarca solían estar relacionados con la defensa de sus metas políticas y de su situación social. En lo referente a los “comunes” eran motivos económicos -a veces la propia necesidad de sobrevivir- y el amparo de su fama, de su buen nombre a nivel colectivo, lo que hace que delincan. No en balde, si en algo coinciden la delincuencia del común y la de la oligarquía, y no en un sentido pleno, es en su objetivo de mantener el estatus que la persona ostenta por nacimiento o de mejorarlo. Los oligarcas siempre actuaban de acuerdo con una concepción defensiva de la honra, mientras que los “comunes” lo hacían para que su fama no disminuyera. El amparo de la honra obligaba a los poderosos a manifestar su poderío, y a vengarse. Los del común también estaban dispuestos mantener su fama, defendiéndose de las ofensas cometidas por otros ciudadanos. Eso sí, siempre que éstos no fuesen oligarcas; porque sus humillaciones se tenían que soportar en acatamiento de su honra; y porque era mejor no pelearse con ellos. Los medios con que contaban los del común no iban más allá de los que sus armas y su arrojo les concedían, o, como mucho, de los que sus parientes y amigos les pudiesen prestar. Por contra, los oligarcas de Toledo estaban rodeados por familiares, colaboradores políticos, acólitos y criados. Eran la clientela, y frente a un delito en su contra no tenían reparo en armarse para ejecutar una venganza, fuera de forma directa o a través de la justicia (es decir, presionando a los jueces para que ejecutasen las penas más duras en los malhechores). Los grupos armados de cada oligarca, constituidos por sus sirvientes, eran los que a diario actúan a través de la violencia a fines del siglo XV, pues ellos se encargaban de amparar tanto el estatus de su señor como sus intereses económicos. El ejercicio del poder como tal, de lo que era el poder en su más cruda imagen, se producía cuando un grupo armado caminaba por las calles de la ciudad, desafiando a quienes debían garantizar el orden público, y no dudada en agredir a alguien, o en cometer otro delito. A veces, incluso, la víctima era el alguacil que pretendía frenar sus acciones. El uso de un grupo armado para defender unos 1804 Conclusiones generales intereses cualesquiera es un desafío, en toda regla, a los poderes oficiales establecidos; al Estado, si se quiere. En lo que al común respecta, la delincuencia tiene que explicarse en muchos casos recurriendo a las propias condiciones de vida de los delincuentes. La pobreza sería, en este sentido, un elemento básico para esclarecer el carácter de muchas agresiones, y hay que considerar al delito como un mecanismo de supervivencia más sencillo que otros que, simplemente, escapaban al control de los sectores más bajos de la sociedad. Por esta razón, al contrario que en el caso de la delincuencia desarrollada por los poderosos, en el caso de los individuos sin un poder como el suyo las fuentes no indican la existencia de grupos armados que actuaran delinquiendo. Sus delitos se caracterizan por mostrar un carácter más limitado en el número de individuos que intervienen en la acción delictiva. Normalmente los documentos señalan disputas entre dos sujetos, uno armado y otro no, o como mucho entre un individuo desarmado y dos o tres asaltantes. Además, las posibilidades de protección frente al castigo de la justicia que tenían los delincuentes con menos recursos económicos y sin ningún poder político eran inexistentes, si las comparamos con las de los oligarcas. Para el común las únicas soluciones válidas de amparo frente a sus delitos eran la confianza en la negligencia de la acción judicial, esperando que actuase a su favor (opción insegura), o la huída en caso de que se iniciara un proceso en su contra (opción más segura). El delito era la “antítesis” de la paz regia, y por eso había que reprimirlo lo mejor que se pudiese, a ser posible de forma inmediata, y por parte de las propias autoridades de la urbe. El encarcelamiento no era un instrumento ordinario de represión. La justicia no condenaba jamás a un malhechor a vivir en la cárcel falto de libertad; a los malhechores se les quitaba la vida, se les cortaba un miembro del cuerpo, o eran condenados a penas económicas, a azotes y / o al destierro. Aunque es cierto que castigar a los oligarcas por sus abusos siempre era difícil, y a menudo resultaba casi utópico. Ahora bien, la conflictividad social tenía su forma de expresión más rotunda en los grandes altercados que de forma extraordinaria se producían en la urbe, que afectaban a todo el colectivo urbano, y que en ningún caso se han de analizar de manera aislada con respecto al delito diario. Ésta es otra de las tesis más importantes que se defiende en este estudio. Los “grandes altercados colectivos” -movimientos es el nombre que reciben en la documentación- de finales de la década de los 60 y principios de los 70 del siglo XV, y de los primeros años del siglo XVI, dejaron una estela de ensañamientos que se percibe en la comunidad de Toledo durante el ocaso del reinado de Enrique IV, en los primeros años de gobierno de Isabel y Fernando, en los años finales de reinado de éste último, y en 1805 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) la época posterior a la muerte del mismo. Además, tales altercados se producen siempre como consecuencia de un incremento de los actos delictivos y criminales, es decir, de los desórdenes públicos, consecuencia del mal funcionamiento de la justicia y de problemas de gobierno graves. Se observa esto claramente antes del altercado del año 1467, antes de los escándalos que se producen a fines de 1506 y a comienzos de 1507, y, cómo no, antes de que se inicie la guerra de las Comunidades. Las revueltas llevaban implícitas connotaciones operativas complejas, y en ningún momento habría que desvincularlas de la situación de violencia cotidiana que en la urbe se vivía en los momentos en que se desarrollaron. Los grandes conflictos urbanos del siglo XV no fueron, o no tan sólo, explosiones de violencia coyunturales y aisladas producidas por el odio racista, como algunos estudios han defendido, sino que habríamos de interpretarlos recurriendo a una explicación centrada en las propias condiciones de vida de los individuos que actuaron en ellos, en sus intereses políticos y económicos, y en la situación de agresividad habitual que siempre les rodeó. Lo mismo se puede decir de los conflictos del siglo XVI. Los mecanismos de agresión que se usaron en ellos, las víctimas y las metas, estaban prefigurados en las acciones de violencia cotidiana que se venían desarrollando en Toledo desde años atrás, en especial en los momentos de mayor confrontación social y política: son producto de una degeneración de la sociabilidad urbana que surge debido al aumento de la delincuencia, de los abusos de poder de los oligarcas y del mal funcionamiento de la justicia. Se generó así un círculo vicioso: cuanto más abundante era la inestabilidad política peor funcionaban la justicia y las instituciones de gobierno; cuanto peor funcionaban éstas mayor era el número de delitos; cuanto mayor era el número de delitos más inestable se mostraba el orden público, más duras eran las críticas a los gobernantes y mayor era la tensión entre éstos; y cuanto más se daban dichos factores más fácil era que aumentase la inestabilidad política. Por lo tanto, de nada valieron los llamamientos a mantener la paz por parte de la realeza ante situaciones verdaderamente caóticas. En definitiva, las fuentes analizadas muestran que Toledo era una de las ciudades mas violentas de Castilla a fines del siglo XV. La violencia cotidiana que la ciudad sufrió en muchos casos fue antecedente y efecto de las revueltas que en dicha centuria la sacudieron. Insistamos: en ningún caso la violencia colectiva desarrollada a lo largo de los siglos XV y XVI (al inicio del siglo XVI siendo exactos) tiene que interpretarse como algo aislado, sino como un precedente y una secuela de contextos ciudadanos en los que la violencia diaria exhibía una intensidad -desde el punto de vista cuantitativo y cualitativo- muy peligrosa. Si sólo nos atuviésemos a los datos que tenemos referidos a la violencia ciudadana 1806 Conclusiones generales en el Registro General del Sello (del Archivo General de Simancas) hasta 1500, más o menos, la urbe más violenta de Castilla parece Toledo. Evidentemente, por el carácter parcial de estos datos lo que vienen a indicar, en realidad, es que los Reyes Católicos se preocuparon más -a veces mucho más- en el caso de Toledo, que en el del resto de las urbes castellanas, por acabar con la violencia que sufría, considerando su reducción un interés prioritario si la deseaban mantener sometida a su soberanía. Así, Isabel y Fernando reaccionaron ante una realidad que era contraria a sus propios intereses políticos. 1475-1485: los reyes y la búsqueda de la paz Cuando Isabel y Fernando se hicieron con el trono de Castilla la situación de Toledo era complicada. Se trataba de una urbe sumida en la violencia, rota por una lucha de bandos que no parecía tener fin, en la que las instituciones no funcionaban, y en la que la justicia parecía no existir. No obstante, los futuros Reyes Católicos tuvieron suerte. En diciembre de 1474, cuando Isabel es aceptada como reina (aunque muchos nobles no lo hacen), Toledo está bajo el dominio de los Silva, partidarios suyos. Por entonces la imagen de los Ayala parecía degradada, y los Silva se presentaban como la principal fuerza política, fuertemente unida a los nuevos soberanos. Sin embargo, éstos no pretendían caer en los errores de Juan II o Enrique IV, al basar su control de Toledo en el apoyo a un bando político concreto; de modo que, lejos de marginar a los Ayala, intentaron reintegrarlos en la política concejil, con el objetivo de dotar a la administración central de una función arbitradora de los conflictos internos de Toledo más directa que la mantenida hasta entonces. A pesar de la complicada situación que existía, en sólo diez años, y tras una guerra civil e internacional (frente al reino portugués), se produjo un cambio notable en el contexto de Castilla: los enfrentamientos banderiles no desaparecieron, pero, al canalizarse a través de las vías legales, a través de la disputa política en las instituciones, se abandonó la violencia; la reducción de la violencia banderil trajo consigo una reducción de la violencia en general, y un mejor funcionamiento de los órganos de gobierno y de justicia; una nueva política monetaria consiguió acabar con las devaluaciones de la moneda y, gracias a ello, con la subida de los precios; la lucha contra los musulmanes parecía avanzar por primera vez tras varias décadas de estancamiento; se hablaba de la llegada al trono de unos soberanos justicieros dispuestos a castigar a los “malos”; etc. Los artífices de esta labor fueron Isabel y Fernando, los futuros Reyes Católicos. Considerada milagrosa por sus cronistas, y por muchos de sus estudiosos hasta tiempos recientes, la labor pacificadora de estos monarcas se muestra excepcional en su tiempo, aunque si triunfó fue, en gran medida, gracias al hastío, al hartazgo y al 1807 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) cansancio de esos grupos políticos de las ciudades que veían cómo no ganaban nada con su pugna constante. Efectivamente, la fórmula utilizada por Isabel y Fernando para acabar con la violencia, tanto la rural como la urbana, fue la correcta, y gracias a ella consiguieron reducir el desorden existente en el seno de las ciudades al poco tiempo de acceder al trono. Ellos terminaron con una situación que desde el punto de vista de sus ideólogos y sus cronistas no podía ser peor. Pese a todo, tal y como muestra el caso de Toledo, su sistema de pacificación no debe de interpretarse como si de una “fórmula mágica” se tratara, dispuesta para terminar “de forma milagrosa” con la delincuencia y el desorden público imperantes en los núcleos urbanos. Los esfuerzos llevados a cabo fueron considerables, estuvieron determinados por el pragmatismo y por las situaciones coyunturales que se fueron dando, y en ningún momento consiguieron acabar con la violencia existente, sino que tan sólo la redujeron cuantitativamente, eliminando su carácter político. Los asesinatos, las agresiones físicas, las injurias, las calumnias, los secuestros, los robos, las usurpaciones de tierras y casas, etc., eran delitos que conformaban, tanto en su carácter cuantitativo como cualitativo, una evidencia del desorden público existente en Toledo. Por esta razón las autoridades municipales y los monarcas reaccionaron frente a ello. El desorden público tenía un coste político evidente. En una ciudad en la que el orden no reinara la soberanía regia nunca podría aplicarse de una forma correcta, al establecerse una desvinculación, a nivel popular, entre dos ideas básicas para la realeza: el papel de los reyes y el mantenimiento de la paz. La desconexión entre los ciudadanos y sus monarcas en cualquier momento podría generar una revuelta contra los reyes. Por ello, la restauración del orden público y su mantenimiento se veían como una base para el ejercicio de una actividad política normalizada en el núcleo urbano, lo que para los monarcas venía a ser lo mismo que el desarrollo de una actuación gubernativa a su favor. Con este fin, Isabel y Fernando intentaron eliminar los cauces de actividad política que de una forma ilegal y paralela a las instituciones habían desarrollado los bandos en Toledo, para que los debates públicos se desarrollaran sólo en el seno de éstas, y estuvieran intervenidos por sus delegados regios. Aún así, Isabel y Fernando no innovan, se limitaron a proponer en esos territorios que les aceptasen como reyes el establecimiento de una situación de estabilidad política y económica, en la que se acabara con la dinámica de conflicto que movía a los bandos, en la que se garantizasen a los oligarcas y/o a los nobles muchos de los beneficios obtenidos, en la que toda la oligarquía fuera reintegrada en el sistema gubernativo, y en la que la 1808 Conclusiones generales iniciativa política quedase en manos de la realeza. En otras palabras, los futuros Reyes Católicos propusieron el establecimiento de una paz regia. Cansados de ver a sus hombres muertos, sus tierras arrasadas y sus haciendas reducidas, los principales individuos de muchas ciudades decidieron aceptar lo que los nuevos monarcas les proponían, si bien la aceptación fue gradual, nunca absoluta, y estuvo condicionada por la realidad de cada momento. Aceptar la iniciativa política de los reyes no gustaba; era lo que no habían hecho hasta ahora precisamente. Los oligarcas poseían sus propias iniciativas y su propia concepción de la paz, pero ésta les había llevado a la crítica y conflictiva situación en que estaban. Por eso la aceptaron, aunque albergaran muchas dudas sobre si iba a serles o no beneficiosa. Y por eso tuvieron que transcurrir varios años para que la propuesta de paz de los nuevos monarcas fructificase. Quede claro, pues, que ciertamente los Reyes Católicos no acabaron con la violencia ciudadana, pero la redujeron respecto a los años finales del reinado de Enrique IV, y la despolitizaron. Su éxito esencial fue eliminar los enfrentamientos entre los miembros de la oligarquía, y lo consiguieron terminando con la práctica de los oligarcas de sacar sus grupos armados a las calles, ya que sobre éstos basaban parte su poder fáctico, y eran el instrumento de defensa y de ataque que tenían tanto en sus acciones cotidianas como en los enfrentamientos banderiles. Las órdenes dadas por los reyes a las autoridades municipales para desarticular las cofradías existentes caracterizadas por tener un carácter más político que religioso, hay que interpretarlas como intentos de acabar con las clientelas políticas de los oligarcas, y con sus grupos armados. En tanto que vinculadas a los intereses políticos de un determinado bando -y dirigidas, incluso, por su cabecilla-, eran las formas de expresión de las clientelas de los poderosos. De su desarticulación y de la eliminación de la violencia de los oligarcas en general dependía que hubiese en la urbe una paz política a favor de los reyes. El objetivo era mantener un orden público en todas sus manifestaciones afecto a Isabel y Fernando. Había que conseguir una estabilidad política, social y económica en la que se reconociera su preeminencia como soberanos, y su capacidad para intervenir en la vida urbana en caso de ser necesario. En lo relativo a Toledo la labor pacificadora de los Reyes Católicos tuvo dos frentes esenciales: por un lado, se intentó despolitizar la violencia, alejarla de objetivos políticos, o lo que es lo mismo, concluir con las luchas de bandos entre Silvas y Ayalas; por otro, a la vez que esto se hacía, se mejoraron las instituciones de gobierno y no se marginó, en la medida de lo posible, a bando alguno (recordemos que frente a los Silva, siempre fieles a 1809 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) los Reyes Católicos, los Ayala nunca aceptaron su forma autoritaria de gobernar), con la esperanza de que la lucha banderil abandonase las calles, y se convirtiera en una disputa legal en el interior de las instituciones de gobierno. Por si fuera poco, para hacer frente a posibles resistencias a la hora de poner en práctica las medidas que comportaban tales objetivos (el establecimiento de un corregidor por ejemplo), se desplegaron disposiciones de distinta índole cuya finalidad básica era exponer una doble imagen de los monarcas: una imagen justiciera, rigurosa y cruel frente a los “malos” (un término referido por los cronistas), es decir, frente a “los alborotadores de pueblos”, frente a todos aquellos que les desobedecieran, que cometiesen un delito, y que, en consecuencia, actuaran contra la paz regia; y una imagen pacífica, misericordiosa y protectora ante “los buenos”, ante los que les prestaran su obediencia, y cumpliesen sus dictados. Isabel y Fernando habían vivido de cerca la crisis de los últimos años del gobierno de Enrique IV y eran conscientes de la manera de hacer política en las ciudades, por lo que al subir al trono decidieron revitalizar el papel de las instituciones, en crisis en esos momentos, para hacerlas efectivas a la hora de resolver los problemas políticos existentes. No llevaron a cabo creación alguna porque los problemas no se debían a la carencia de instituciones, sino a la inoperatividad y el mal funcionamiento de las ya existentes. Su principal tarea se centró en conseguir que toda la acción política desarrollada en las urbes se encauzara a través de sus órganos de gobierno, convirtiéndolos en lo que en verdad eran, el núcleo oficial de ejercicio del poder político. Fuera de ellos, los bandos y / o los linajes no debían desarrollar ninguna labor en este sentido. El objetivo básico de los nuevos monarcas era convertir la inoperatividad política de las instituciones en inoperatividad política de los bandos, convirtiéndolas en los foros de debate del gobierno local. Para ello en Toledo se pusieron en marcha dos actuaciones complementarias. Una de ellas estaba destinada a acabar con la violencia, haciendo de la justicia un medio eficaz para combatirla, e intentando conseguir, sobre todo, que todos los poderosos respetasen a los jueces y nunca sacaran sus grupos armados a la calle para resolver sus asuntos. La otra consistió en salvaguardar el control institucional de la urbe a través de la figura del corregidor y del Cabildo de jurados, cuya actuación conjunta en verdad fue determinante. Con esos fines los Reyes Católicos pusieron en marcha una notable cantidad de medidas destinadas a garantizar la paz en Toledo, y a someter la ciudad a sus metas políticas. Hasta la imposición del corregidor, buena parte de las disposiciones adoptadas por los soberanos tuvieron un carácter muy coyuntural, en tanto que eran el resultado de la necesidad de 1810 Conclusiones generales solidarizarse con el bando que había alzado los pendones en su nombre. No obstante, un apoyo masivo a este bando, el de los Silva, hubiese supuesto caer en los mismos errores que en el pasado, y por ello se intentó reintegrar en el gobierno urbano a los Ayala. Lo que Isabel y Fernando intentaron fue desvincular la política ciudadana de los intereses banderiles, y por eso pusieron bajo el control de un corregidor a las instituciones de la urbe. Fuera de esto, el cúmulo de medidas que tomaron resulta impresionante: hicieron suyas algunas de las propuestas pacificadoras de Enrique IV (gobernadores); ampararon las políticas de prevención de la violencia de las autoridades concejiles, basadas en el control de las armas, la prohibición del juego y el destierro de los sujetos peligrosos a la hora de mantener el orden público; se quiso vincular a la población, dirigida por los jurados, en la defensa de este orden; deshicieron las ligas, confederaciones y cofradías que presentaban un carácter más político que religioso; abogaron en todo momento por la desvinculación de los regidores y jurados de otras personas poderosas con similares intereses políticos; favorecieron al Cabildo de Jurados, convirtiéndole en un elemento de pacificación básico junto al corregidor; otorgaron a los miembros de la comunidad urbana la posibilidad de resolver por vía judicial los abusos que habían sufrido por parte de los Ayala, aunque a éstos también les dieron la posibilidad de defenderse; pusieron en marcha un nuevo funcionamiento de la justicia en la ciudad con el corregidor; dieron licencias para prorrogar las deudas particulares a aquellos vecinos que las necesitaban para no caer en la pobreza, evitando así la delincuencia; protegieron la propiedad privada a aquellos que temían perderla; pusieron bajo su amparo a los individuos que tenían miedo a ser víctimas de venganzas por acciones cometidas en el pasado; favorecieron la reestructuración de la autoridad jurisdiccional del Ayuntamiento sobre su tierra, promoviendo el derribo de las horcas que se habían levantado durante los años precedentes como símbolos jurisdiccionales, por parte de algunos señores; se hicieron con el control de las fortalezas de la ciudad y de sus alrededores, y situaron en ellas a alcaides de confianza; prometieron (aunque sin cumplirlo) devolver a la urbe los territorios entregados por Juan II al conde de Belalcázar; confirmaron los perdones concedidos por Enrique IV tanto a la comunidad urbana en general como a individuos particulares; otorgaron nuevos indultos a quienes les sirvieron en la guerra, a los que abandonaron al arzobispo Carrillo, al rey de Portugal y al conde de Villena, y de una forma arbitraria siguiendo la costumbre del Viernes Santo; persiguieron a los recalcitrantes en su postura contra los nuevos monarcas; reactivaron una política de privilegios que había quedado obsoleta durante parte del siglo XV; recurrieron al argumento de la nobleza y lealtad de Toledo en un intento de crear una conciencia favorable a las disposiciones regias; etc. 1811 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) La serie de medidas dispuesta por los Reyes Católicos a la hora de pacificar Toledo dio el fruto esperado, si bien ninguna de tales medidas era nueva. La violencia existente durante la época de Enrique IV disminuyó de manera considerable, aunque las agresiones se siguieron produciendo en la urbe y en sus alrededores. En los primeros años de reinado de Isabel y Fernando la comunidad toledana pasó de vivir en medio de una rebeldía, una violencia y una tensión política que la disponen de manera constante a sublevarse contra los reyes, a una situación menos violenta, en la que se logra controlar la actitud rebelde de todos sus vecinos, manteniéndose velada, y en la que todos colaboran con la realeza, aunque a veces a duras penas y por obligación. Durante estos años las medidas puestas en marcha habían tenido como objetivo terminar con los enfrentamientos de carácter político que se habían dado en la ciudad, dejando un tanto de lado el problema converso, por la negativa del corregidor y del arzobispo toledano a que la Inquisición actuara en ella, temiendo que con su acción pudiesen despertarse recelos entre sus vecinos y que su tarea fuese contraproducente. Sin embargo, a la altura de 1485 el contexto de la urbe, aparentemente pacificada, permitió la llegada de los inquisidores a ella para enfrentarse al “problema converso”, a ese problema religioso que había acompañado a los grandes movimientos sociopolíticos en Toledo. 1486-1506: entre el esplendor de la corte y la crisis de la paz regia en Toledo Durante la segunda década de reinado de los Reyes Católicos la cuestión a resolver es el problema converso. Además, era necesario que se mantuviese la paz, usando para ello las medidas necesarias. Era básico consolidar la pacificación alcanzada en los años anteriores. Para eso se pusieron en marcha tres medidas, llamémoslas así. Respecto al problema converso, primero se instauró la Inquisición, para perseguir a los judaizantes, y luego se expulsó de Castilla a los judíos, ya en 1492. En lo relativo a la Inquisición, es un tema estudiado. Desde 1485, fecha de su llegada a Toledo, hasta 1490, aproximadamente, su actividad es frenética: autos de fe, todo tipo de condenas, miles de personas afectadas por las mismas, un miedo que se extiende rápido por todo el colectivo social... No faltan historiadores que consideren a la Inquisición el primer organismo eminentemente represivo de la realeza de Castilla. No en vano, su impacto fue enorme en Toledo, no sólo por culpa de las personas que murieron en la hoguera, o que se vieron obligadas a caminar de una forma humillante por las calles de la urbe, en penitencia, sino, también, por su efecto económico. 1812 Conclusiones generales Recordemos que la Inquisición persiguió a los judeo-conversos, y que la mayor parte de éstos se pueden ubicar dentro de la “naciente burguesía”, el sector económico más importante. Por dicha razón, no pocos hombres del bando de los Silva (judeo-conversos, como se dijo) se sintieron muy defraudados con Isabel y Fernando, por mucho que los mecanismos puestos en marcha en sus primeros años de gobierno (que de algún modo les favorecían) siguiesen funcionando, viéndose reforzados gracias a la labor del Santo Oficio, a las solicitudes de tropas para la guerra de Granada, y a la expulsión de los judíos. El decreto que obligaba a los judíos a convertirse al cristianismo o a marcharse de Castilla fue la otra vía de solución del problema converso. Con él se intentaba acabar con las prácticas de los hebreos en tierras castellanas, para que éstas no contaminasen la religión católica. Todo tipo de falsos argumentos se utilizaron para legitimar el destierro, el cual también causó un impacto económico notable, y, del mismo modo que en lo relativo a los inquisidores, no gustó nada a los judeo-conversos. Con el fin de la guerra contra el reino de Granada y el decreto que obligaba a los judíos a convertirse al cristianismo, o a salir de Castilla, todo ello ocurre en 1492, podría darse por concluso el despliegue de mecanismos pacificadores de las sociedades urbanas que empieza en 1475 en los reinos castellanos, en el que tanto la llegada de la Inquisición (1478) como el inicio de la lucha contra los musulmanes (1482) habían sido sucesos de trascendencia. Es cierto que habrá nuevas guerras, y que en 1501 los musulmanes, como antes los hebreos, serán obligados a convertirse a la fe cristiana, pero son hechos que no están tan vinculados a unos objetivos pacificadores. En 1492, por lo tanto, acaba un proceso, un período en el que, buscando pacificar sus reinos, Isabel y Fernando habían conseguido hacerse con un poder mucho mayor que el de sus predecesores en el trono. Si fue así se debió, en gran medida, a que los reyes supieron dotarse de un aparato administrativo lo suficientemente organizado como para desarrollar un control eficaz sobre las ciudades. En otras palabras, eso que se ha dado en llamar la génesis del Estado moderno va a vivir entre 1475 y 1492 una indiscutible aceleración. El mantenimiento de la paz será cada vez menos tarea de un rey justiciero (una paz del rey), y más una labor de la monarquía en tanto que encarnación institucional del Estado (una paz regia). El fin de la contienda con los musulmanes supuso el inicio de un período, en el cual los mecanismos de pacificación interna instituidos en Castilla estaban obligados a demostrar su eficacia, su capacidad para mantener el reino en “sosiego”, no sólo en tiempos de guerra, cuando los esfuerzos bélicos podían justificar muchos de sus actos, sino, también, en la paz. En este sentido, tal vez una de las consecuencias más importantes de la conquista de Granada 1813 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) para Castilla, en su conjunto, sea la situación de normalidad político-militar que trajo consigo. Entonces ha llegado el momento de imponer la paz regia en serio. Esto es lo que piensan los monarcas tras su conquista de Granada, una vez con los judíos fuera de Castilla, con las instituciones regias trabajando a pleno rendimiento, y con unos nobles en apariencia tranquilos, salvo alguna excepción. O Isabel y Fernando llevaban al culmen sus planes en este momento, o tal vez en el futuro no podrían hacerlo. Si la paz regia implicaba un sometimiento de todas las personas e instituciones al poderío incontestable de los reyes, ahora la situación era idónea para afianzar dicho sometimiento. Aún así, entre 1485 y 1490, si bien se mantiene cierta paz, aumenta la tensión entre los clérigos regulares, en parte debido a la reforma de las órdenes religiosas que estaba llevándose a cabo (auspiciada por la reina Isabel), y entre los caballeros, no dispuestos a aceptar sin más la paz regia que les era impuesta. Pero no son altercados muy importantes; al menos de este modo lo pensaban los reyes. A fines de la década de 1480 la realeza está tranquila en lo que se refiere a Toledo. Los hombres más poderosos de Castilla parecen volcados en la guerra contra los musulmanes, y entre ellos podía verse a los grandes oligarcas de la ciudad del Tajo. Los ricoshombres de la urbe están largas temporadas en la línea de guerra, ocupando puestos destacados (no siempre). Toledo era un ejemplo paradigmático del triunfo de la paz de los Reyes Católicos. No había qué temer. El corregidor demostraba que la urbe procedía bajo su control absoluto, y los ricoshombres, los más peligrosos para ese control, se hallaban inmersos en otros asuntos. Por si fuera poco, la Inquisición se encarga de asegurar la paz a golpe de efecto, aterrando a la población con sus autos de fe. No es posible, por lo tanto, que en estas circunstancias reviva la lucha de bandos, ni que la violencia acabe convirtiéndose en Toledo, como en épocas pasadas, en un serio problema. Eso sí, con lo que la realeza no contaba era con la actitud de los caballeros de segunda y tercera fila, dispuestos a aprovecharse de las circunstancias para cumular poder. Ellos serán, desde fines de la década de 1480, cuando el corregidor, Gómez Manrique, comience a exhibirse menos activo por sus problemas de salud, los que causarán problemas. Algo que en principio no iba a cuestionar directamente la paz regia, pero que va a hacerlo a medio plazo, porque no se resolverá la situación cuando un nuevo corregidor, Pedro de Castilla, llegue a Toledo. Los actos cometidos por los caballeros, algunos de una violencia formidable, no poseen ningún carácter político, en principio, así que, por ahora, no cuestionan la paz regia, es decir, el sometimiento de la urbe a los soberanos, de acuerdo a un orden establecido por éstos. Son el resultado de las disputas internas de la oligarquía por motivos económicos; un producto de 1814 Conclusiones generales esas relaciones de poder de los oligarcas en las que están envueltos, sobre todo, “caballeros de clase baja”. No obstante, tales disputas señalan dos ideas. En primer lugar, que si los Reyes Católicos consiguieron establecer en Toledo y su tierra la paz, “su paz”, entendida como ausencia de disputas graves de todo tipo (políticas, sociales, económicas) en su beneficio, fue a lo largo de un período de tiempo reducido. Si tenemos en cuenta que en 1481 aún se dan sermones escandalosos contra los monarcas, que en 1485 se descubre una conspiración para que se levante la ciudad en contra suya por culpa de la Inquisición, y que ya en 1488 los caballeros estaban realizando lygas e munipodyos (confederaciones) para enfrentarse entre sí, podemos hablar de Paz, con mayúscula, sólo entre 1483 y 1484, gracias al corregidor, y entre 1486 y 1487, gracias a la Inquisición. Aunque es cierto que la actividad del Santo Oficio corrompía el sentido de la paz según hoy la entendemos. En segundo lugar, estos conflictos evidencian que la paz regia no se impuso con la eficacia que en un principio hubiera podido esperarse. Es cierto que logró despolitizar la violencia, y que terminó con las luchas entre los bandos, pero no puso fin a las disputas abiertas dentro de la élite social entre los riscoshombres y la media nobleza, por un lado, y entre todos éstos y la naciente burguesía, por otro. Tales enfrentamientos cuestionaban el orden público, y, con ello, la legitimidad de la paz regia. Además, a partir del año 1493, aproximadamente, empiezan a producirse delitos que generan un enorme revuelo en la ciudad. Entre 1490 y 1495 los enfrentamientos entre los oligarcas, los delitos cometidos en la tierra que son destapados por los jueces de términos, la actitud del nuevo corregidor, Pedro de Castilla, ante ciertos problemas de la urbe, la actuación del Santo Oficio, etc., hacen que surja una inestabilidad en Toledo que se creía olvidada. La pacificación ya no parece segura. Han surgido dudas demasiado rápido. Es más, hay quien advierte que la paz regia de Isabel y Fernando nunca ha sido aceptada, que siempre fue una paz impuesta, y que, por ello, jamás pudo ni podrá ser asumida. Si a la altura del año 1485 Toledo parece, por fin, una urbe en la que reina la paz regia, en la que existe una paz pública amparada por la realeza y por los poderes locales fiable, y sin visos de que en el futuro no se vaya a mantener, a alturas de 1495 el contexto pacífico ya está siendo cuestionado, y la pacificaçión no es segura. Ahora bien, se trata de algo que se percibe en la propia ciudad; no en la corte. Mientras los Reyes Católicos, exuberantes tras su conquista del reino de Granada, empiezan a mostrar posturas autoritarias difíciles de asumir por las instituciones y personas que reclaman ante ellos la solución de sus problemas, mientras la realeza se empeña, una y otra vez, en intervenir en todos los asuntos para imponer sus criterios, aunque nadie reclame su intervención, y mientras los monarcas 1815 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) hacen todo lo que está en su mano para que sus victorias militares, y las medidas que adoptan, repercutan en un incremento de facto de su poderío, convencidos de mantener Castilla bien pacificada, en urbes como Toledo ya desde inicios de la década de 1490 -insistamos, desde el inicio de la década de 1490, no desde el final-, las amenazas para la paz regia comienzan a ser innegables. Frente a la institucionalización política establecida, los conflictos dentro de instituciones como el Regimiento, y entre organismos como éste y el Cabildo de jurados, empiezan a ser preocupantes; sobre todo si se tiene en cuenta que se producen por las ansias de poder de sus miembros, esas ansias que en épocas pasadas, en el trágico ocaso de la época de Enrique IV, habían llevado a un cuestionamiento desalentador de la tarea de las instituciones políticas de Toledo, hasta el punto que éstas llegaron a quedar en un segundo plano, siendo sustituidas por la dialéctica banderil. Ahora, a fines del siglo XV, la situación amenaza con volver al pasado. Por su parte, frente a la despolitización de la violencia, por el momento los sucesos violentos que se producen no persiguen un fin político, pero, aún así: por un lado, cada vez son más y más habituales, lo que cuestiona el orden público, y con ello la paz, y, por otro, quienes los protagonizan en muchos casos son caballeros de clase baja, que aspiran a mejorar su estatus. El peligro a que la violencia se politice cuando la realeza deje de hallarse en una situación tan cómoda como la que posee a la altura de 1492 está ahí, pero por el momento no es algo que cree “desasosiego”. Los datos que se conservan indican que la paz regia, aquel orden público que los reyes buscaban, triunfa en la ciudad del Tajo a mediados de la década de 1480. Los años que van de 1482 a 1492 son los más pacíficos de la historia de Toledo de finales del siglo XV para los monarcas. Con Manrique como corregidor (Pedro de Castilla luego), los jurados colaborando con él (aunque de forma cada vez más desilusionada), y la tarea de los inquisidores, entre otros aspectos, la urbe fue sometida a tal paz regia que el Consejo de los reyes pudo desinhibirse de la vista de ciertos casos. No hay temas problemáticos, y los que existen no lo son hasta el punto que no puedan resolverse en la urbe. Dicho de otro modo: la década de 1480 es para la realeza una década pacífica, a pesar de los problemas que de manera coyuntural aparecen. Los mecanismos pacificadores puestos en marcha a principios del reinado de los Reyes Católicos ejercían su cometido correctamente, y la Inquisición, encargada de resolver el problema converso, estaba desplegando una cruda pero fructífera labor de control del culto religioso, y también del orden público. A pesar de ello, desde 1490, y sobre todo desde 1494, comienza a detectarse cierta inestabilidad, 1816 Conclusiones generales aunque por el momento no es generalizada. Se trata del fruto del desencanto de determinados sectores sociales frente a la actuación de los reyes. Tal inestabilidad tiene mucho que ver con los problemas económicos, sobre todo con un asunto: las dificultades a la hora de alimentar a Toledo; un peligro para el orden público. Los gobernantes toledanos culpaban de estas dificultades a las usurpaciones que había sufrido el término de su urbe durante los reinados de Juan II y Enrique IV. De hecho, las usurpaciones de términos y el problema judeo-converso eran el escollo más problemático a la hora de establecer en Toledo una paz regia duradera. Por dicha causa, en sus primeros años de gobierno Isabel y Fernando esquivan ambos temas y se concentran en la pacificación del interior de la ciudad del Tajo, por una parte, y en terminar con delitos cometidos en los lugares más propicios para la delincuencia, los yermos y los despoblados, por otra. Los problemas de la tierra de Toledo afectaban a la oligarquía urbana de lleno, culpable de buena parte de ellos, por lo que su solución desencadenaría un enfrentamiento con los oligarcas que en la década de 1475-1485 era indeseable. No en vano, cuando se intervino en tales problemas, a partir de 1493 sobre todo, surgió una enorme cantidad de disputas, por mucho que los reyes por entonces estuviesen en muy buena posición. En efecto, la realeza del año 1493 se diferencia de la de 1475 en que está mucho más segura de sí misma, y confía en su poderío. Por si fuera poco, tiene las ideas claras, sabe lo que desea hacer. Por culpa de ello, no pocas veces se muestra intratable. No duda en imponerse de manera autoritaria ante todo problema que, a corto, medio o largo plazo, parezca perjudicarla. Esto hizo que muchas instituciones, en principio, y después buen número de oligarcas, acabaran considerando intolerable su actitud. Los Reyes Católicos, eso sí, fuera por sus triunfos en el campo de batalla, fuera por la osadía de algunas de las medidas que pusieron en marcha para mantener su paz (el destierro de los judíos, por ejemplo), gozan de enorme admiración. Es a partir de estas ideas cómo ha de entenderse lo que supuso el envío de jueces de términos a la ciudad del Tajo, por más que la labor de éstos fuera a todas luces insuficiente, y que tuvieran que marcharse de la ciudad a los pocos meses de haber llegado a ella sin que hubiesen resuelto la mayoría de los problemas existentes. Está claro que si aumentó la resistencia al poder regio, sobre todo a partir de mediados de la década de 1490, fue a causa del autoritarismo que los reyes muestran en todas las cuestiones buscando un beneficio propio. Los monarcas se ven obligados a actuar en muchos asuntos que requieren su colaboración, producto de los conflictos que en el interior de Toledo se viven entre los regidores y los jurados, entre los ricoshombres y los mercaderes, entre los caballeros, entre los gobernantes locales y el corregidor... La realeza ha de defender una 1817 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) postura, y lo hace de una manera autoritaria, casi siempre, y con bastantes dudas, en no pocas ocasiones. De este modo los reyes refuerzan su autoridad frente a unos órganos institucionales y a unos oligarcas que no están dispuestos a aceptarlo. En Toledo la resistencia a la acción de los monarcas la encabezan el Cabildo catedralicio y el Colegio de escribanos, en un principio. Ambos se enfrentarán de manera directa a la actitud intervencionista de una monarquía cada vez más dispuesta a situar bajo su control a todas las instituciones. Pero las dificultades más graves para los reyes se refieren sobre todo al Regimiento y al corregidor. Con respecto a los regidores, el nivel de conflictos que mantienen con los jurados, con esa institución clave para la paz en Toledo, aumenta de forma constante. Surgen disputas por todo: por el envío de procuradores a las Cortes, por las elecciones de los oficiales del Ayuntamiento, por culpa de la tarea de los jueces de términos, cuando tienen que enviar a un mensajero al Consejo Real, etc. Por si fuera poco, los jurados cada vez se enfrentan más al corregidor. Si gracias a la colaboración entre éste y los primeros se había conseguido pacificar la urbe, allá por los años 70 y 80 del siglo XV, ahora es evidente que está produciéndose una quiebra de la pas e sosyego. Una de las claves para alcanzar la paz había sido la colaboración entre los jurados y el corregidor, y ésta se produce cada vez menos. Pedro de Castilla, quien ocupa el corregimiento, es el que acaba resultando el más perjudicado. Poco a poco, se queda solo a la hora de actuar, y, lo que es peor, empiezan a aparecer voces por todas partes que le acusan de no ejecutar la justicia correctamente, de ser a veces excesivamente parcial; incluso hay rumores que le culpan de hallarse detrás de asesinatos que conmueven la opinión pública. La paz regia necesitaba estabilidad institucional, que no existiesen conflictos ni en las instituciones ni entre ellas, incluida la realeza. Si la institucionalización política había tenido éxito en los años 70 del siglo XV, sólo era porque sirvió, porque las estructuras institucionales pudieron canalizar los conflictos y resolverlos; o, más bien, ocultarlos, en alguna ocasión. El caso es que ya a inicios de la década de 1490 las instituciones parecen vivir un contexto muy comprometido. Por ahora la institucionalización política no peligra, si bien el incremento de los conflictos en que se ven inmersas resulta amenazador, visto con perspectiva. Hay una tensión que amenaza con “sacar la política a la calle”, con desvincularla de las instituciones, como había pasado a fines del reinado de Enrique IV, y como sucederá, de una forma coyuntural, en 1506. La paz regia va a verse en un aprieto. 1506-1522: de la crisis -no resuelta- de la paz regia a la “paz comunera” Desde mediados de la década de 1490 los problemas para salvaguardar la paz regia comienzan a ser preocupantes. A medida que las disputas institucionales van haciéndose 1818 Conclusiones generales más graves, que la oposición a los reyes de instituciones como el Cabildo de la catedral toledana se vuelve feroz, aunque sea coyunturalmente, en la medida en que los monarcas apelan, una y otra vez, a una paz que sólo persigue que se acate su forma autoritaria de gobernar, y a medida, también, que las ansias de poderío de los oligarcas desbordan con mucho la capacidad de acción de los órganos institucionales, siendo todo esto lo que más se percibe, pronto comienzan a verse los efectos secundarios que se derivan de ello; el primero la violencia. Los crímenes que se perpetran entre 1500 y 1505, aproximadamente, sobre todo en este último año, son prueba de tal situación. Ante la inseguridad política que ahoga Castilla después de la muerte del príncipe Juan (1497) y de la reina Isabel (1504), ante la inseguridad económica que las malas cosechas, el hambre, las deudas, y el elevado precio del trigo crean en algunas zonas, y ante la inseguridad física, evidente en urbes como Toledo, la realeza no sabe cómo actuar, y cuando no procede de manera autoritaria lo hace con dudas, desdiciéndose de sus propias órdenes, debido a todas las presiones a que se ve sometida por parte de unos nobles y de unos oligarcas urbanos que cada vez confían menos de ella, cuando tienen que resolver problemáticas de diverso tipo. El resultado: una quiebra de la paz regia que es evidente en los últimos años del siglo XV, pero que viene de muy atrás. Ante la crisis que “su pacificaçión” vivió en ciudades como Toledo la realeza no supo, y no pudo, aunque quiso, resolver las problemáticas planteadas La muerte del arzobispo toledano Pedro González de Mendoza, en 1495, del heredero al trono de Castilla, el príncipe Juan, en 1497, y, finalmente, de la reina Isabel, en 1504, tienen consecuencias muy negativas. Frente al esplendoroso reinado que se exhibe en 1492, tan sólo unos años más tarde el gobierno de Isabel y Fernando se ve envuelto en una crisis que afecta a la economía y al sosiego institucional. Los conflictos intra e interinstitucionales se multiplican por doquier. Muchos objetivos enfrentados se disputan en unas instituciones que no siempre están preparadas para encauzarlos, y que cada día parecen menos respetadas. En parte como resultado de ello, la paz urbana poco a poco se va quebrando; cada vez son más habituales las peleas callejeras, las amenazas, los asesinatos... no tan sólo en la propia urbe, sino también en las tierras que la rodean. Las medidas pacificadoras que Isabel y Fernando tomaron al subir al trono, de una forma u otra, se mantuvieron durante su gestión. Al fallar los cauces institucionales que las mantenían volvieron a surgir los temibles problemas que en reinados anteriores habían azotado a las ciudades castellanas. Ésta es una de las tesis más importantes que aquí se defiende. Cuando hablamos de cauces institucionales estamos refiriéndonos tanto a las instituciones propiamente dichas, desde la monarquía hasta los concejos locales, como a la 1819 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) interconexión existente entre ellas (Cortes, asambleas de Hermandad, correos...). Para que funcionasen estos cauces, por los que circulaban las órdenes de los reyes y las respuestas favorables o no de los dirigentes urbanos, debían aparecer como legítimos a los ojos de todos los elementos que participaban en ellos (no tanto la institución monárquica, como el monarca que la dirigiera debía ser aceptado por los ayuntamientos, por ejemplo), y debían funcionar correctamente. Sin embargo, en la Castilla de antes de la muerte de la reina Isabel (1504) estos cauces empiezan a manifestar síntomas de colapso. Si en torno a 1490, y sobre todo tras la caída de Granada en 1492, los monarcas mostraban una total confianza en el funcionamiento de las medidas pacificadoras que habían desarrollado, y se atrevían incluso a poner en marcha otras nuevas, al final de esta década, en especial a raíz de la muerte del heredero al trono, el príncipe Juan (1497), la desconfianza se adueña de ellos. Se vieron obligados a reincorporar a esos cauces institucionales elementos a los que no había sido necesario acudir desde que se consolidaron en el trono, como las Cortes -que desde el año 1480 no se convocaban-. Desde aquí se va a iniciar un movimiento de degeneración institucional que hará que a la muerte del rey Fernando, en 1516, la situación recordase a la vivida en la última etapa del reinado de Enrique IV. Las Comunidades se produjeron en 1520 porque los cauces institucionales, ya de por sí lo suficientemente degenerados, se quebraron por su vértice cuando Carlos I, sin respetar las reglas del juego político de Castilla, quiso aprovecharse económicamente de los castellanos para recibir la corona de emperador, sin dar nada a cambio. El rechazo que despertó Carlos I hizo que el edificio institucional se viniese abajo. Por eso los comuneros plantearon unas instituciones alternativas de gobierno, aunque no se atrevieran a dar el paso siguiente, a establecer una república. Ahora bien, si buscamos la causa última de las Comunidades en Toledo todo parece indicar que las actuaciones de los monarcas, los problemas institucionales, y lo demás, la violencia que sufre la urbe incluso, se explica si nos atenemos al conflicto social que existe en la Toledo de entonces, arriba señalado. Él es la causa última que aclara todo; se trata del aspecto más característico de la ciudad del Tajo en el fin de la época medieval. Por el contrario, lo que caracteriza a la Toledo del tránsito entre los siglos XV y XVI en la superficie, en su nivel más evidente, es la violencia que sufre en determinadas épocas y la inestabilidad que viven sus instituciones de gobierno, algo que hace que salvaguardar la paz regia en ella sea casi imposible. El porqué de esto es evidente: los monarcas logran en ocasiones, a duras penas eso sí, que se mantenga la paz, su paz mejor dicho, pero en el 1820 Conclusiones generales fondo subyace un conflicto social que está ahí, y que ni tan siquiera intentan resolverlo. No lo hacen porque no pueden, porque no les interesa, y porque dicho conflicto no se ve como tal en su época. Sin embargo, es la causa básica de la conflictividad urbana y, por lo tanto, de las dificultades para establecer y garantizar la paz regia. Frente a esto los monarcas responden con autoritarismo, aunque también con dudas. No buscan perjudicar a nadie, pero quieren salir beneficiados, lo que, irremisiblemente, comporta perjuicios. Así, ante una tensión institucional que crece y crece sin parar, ante unos conflictos sociopolíticos cuya solución se ve lejana, y ante problemas económicos que ahogan a Toledo cada ciertos años (entre 1490 y 1495, aproximadamente, entre 1504 y 1507, desde 1516), el autoritarismo de los reyes cada vez resulta más odioso, y empieza a responderse ante él con una resistencia feroz a todas las órdenes que vienen de la corte. Mientras Isabel y Fernando procuran que su corregidor en Toledo ostente más poderío, o que la mensajería enviada por el Ayuntamiento a la corte proceda bajo el control del mismo, las críticas en contra de los representantes de los monarcas aumentan, y no sólo frente a éstos. Cada vez son más habituales las críticas a los propios reyes, y a los gobernantes urbanos. En lo que a los dirigentes ciudadanos respecta las críticas en ocasiones están legitimadas por culpa de su manera de actuar frente a la población. Ellos cada día gobiernan más para sí mismos, buscando defender sus propios intereses. Por si fuera poco, los conflictos que tienen los regidores y los jurados por cualquier asunto, bastante absurdos a los ojos del pueblo, cada vez son más crudos. Tales conflictos por una parte colapsaban las instituciones, las sumergían en un ambiente de enfrentamiento, vertebrado en torno a un problema concreto, que las restaba capacidad de acción en otros asuntos, y por otra, oponían a las instituciones entre sí, lo que era perjudicial para la paz regia, sobre todo en el caso de las cada vez peores relaciones entre el corregidor y los jurados. Por último, la conflictividad siempre se desarrollaba al límite del delito, del incumplimiento de las normas por las cuáles se regía cada institución. Por rozar la delincuencia, y por desestabilizarlo todo, pues, los conflictos, fuera cual fuera su naturaleza, se convertirán en enemigos de la paz de los monarcas. De hecho, en la historia bajomedieval de Toledo hay una evidente relación entre la inestabilidad de las instituciones y la conflictividad social. Siempre que hay un aumento de los conflictos institucionales se puede detectar un incremento paralelo del número de “ruidos”, alborotos o escándalos, e incluso (algo más difícil de comprobar) del número de delitos. Además, es muy común que la inestabilidad de las instituciones traiga consigo una politización de la violencia, es decir, un incremento del número de actos violentos que en el fondo guardan un significado político, y que, por lo tanto, buscan una meta 1821 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) política. En otras palabras, en la historia de la ciudad del Tajo durante el tránsito entre los siglos XV y XVI la política pretende huir de los organismos institucionales muchas veces, porque los que la gestionan no están dispuestos a ejercerla dentro de ellos. Los oligarcas, y más en concreto los caballeros, tenían una concepción privativa de la política y de las instituciones. No consideraban a los órganos institucionales unos mecanismos para gestionar la política, sino unos instrumentos para defender sus propios intereses, más allá de otros asuntos, por lo que no tenían dudas en dejar de lado las instituciones si la defensa de sus intereses estaba por encima de ellas. Normalmente tal situación solía darse tras un largo período de inestabilidad institucional, en el que los actos de desacato a las instituciones fueran muy frecuentes. Por eso los Reyes Católicos intentaron institucionalizar la política a través del reforzamiento de los órganos institucionales. Y lo consiguieron. Lo que no lograron fue: por una parte, acabar con esa concepción privativa de la tarea política que tenían los caballeros; y, por otra, acabar, también, con ese deseo de ejercer un control, de facto, sobre Toledo que habían mostrado siempre sujetos como el marqués de Villena. Los conflictos en que se ven inmersas las instituciones toledanas, entre los años 1495 y 1505 (aproximadamente), fueron la excusa perfecta para resucitar los fantasmas del pasado. Es cierto que la tensión entre los oligarcas, entre los caballeros y la naciente burguesía sobre todo, nunca dejó de existir, pero desde que Isabel y Fernando llegaron al trono era bastante menor. Los oligarcas, sin embargo, al menos los de Toledo, con el paso del tiempo dejaron de creer en la paz establecida por los Reyes Católicos, si es que creyeron en ella alguna vez... Es falso, como en ocasiones se ha venido defendiendo, que la crisis de la paz regia se iniciara a raíz de la muerte de la reina Isabel, en 1504. Los grupos armados de algunas personas prinçipales años antes ya circulaban por los campos de la comarca toledana, e, incluso, por el interior de la ciudad del Tajo (y de otras ciudades como Salamanca). La muerte de la reina Isabel sirvió para legitimar la postura de aquellos que se quejaban del pésimo funcionamiento de las instituciones, de la corrupción del sistema (consustancial al mismo, algo que le definía frente a los sistemas políticos democráticos) y del incremento de la conflictividad social. Detrás de todas estas quejas se escondía un rechazo a la paz regia establecida; un rechazo que no despreciaba la institucionalización política y la despolitización de la violencia que habían logrado los Reyes Católicos, pero sí el excesivo intervencionismo de éstos en algunas cuestiones que afectaban a los intereses económicos de los caballeros y de los mercaderes... A medida que nos acercamos a la muerte de la reina Isabel, y sobre todo tras su fallecimiento, parece más evidente la despacificación, la quiebra de la paz regia. 1822 Conclusiones generales El supuesto equilibrio interno en los planos económico, político y social estaba roto cuando falleció Isabel. Aún así, la paz regia se mantenía, porque se sustentaba sobre una realeza fuerte, con un poderío irrefutable. El núcleo en torno al cual se articulaba dicha realeza era la figura de la reina Isabel; no la reina en sí misma, sino su figura, es decir, la construcción ideológica que desde los primeros momentos la había concedido un halo de respetabilidad por su carácter áspero e inflexible, aunque justiciero. Una vez la reina hubo desaparecido el engranaje de la monarquía empieza a manifestar fallos, y aparecen problemas que existían, que eran denunciados desde años atrás, y que, sin embargo, hasta estos momentos no adquieren importancia, al volverse, ahora sí, contra los propios monarcas. Según nos adentramos en el siglo XVI problemas que venían de muy antiguo, pero que empiezan a cobrar importancia en la década de 1490, son cada vez, si no más abundantes, que también (aunque por los documentos analizados hay que ser cautelosos al respecto), sí, al menos, más perceptibles, más evidentes, en definitiva, más molestos. Las subidas del precio del cereal, las deudas acumuladas, la desconfianza en la justicia ante los problemas suscitados por una posible condena, etc., son asuntos que se perciben como evidencia de un contexto que poco a poco se va oscureciendo. Hay una palabra que resume dicho proceso: inseguridad. Inseguridad en todos los sentidos, no tan sólo en el plano económico, sino además en el político, e incluso en el físico. Parece que a comienzos del siglo XVI se hubiera instalado una sensación de inseguridad generalizada, que abarcaba a todas las personas, desde los reyes a los más humildes criados. Es cierto que los problemas de los años que van de 1495 a 1506 no eran nuevos. Sin embargo, cada vez se manifiestan con más rotundidad y son más notorios; y, lo que es peor, día a día repercuten en más personas. La violencia es lo que más desasosiego causa, esos rumores de muertes violentas, de agresiones, de amenazas, etc., que se oyen cada vez más. En la tierra, y en el interior de Toledo, como hemos visto, algunos altercados que se venían produciendo desde el inicio de los años 90 del siglo XV eran los que creaban tales rumores. Pero es a partir del año 1495 cuando empiezan a hacerse más evidentes, porque los campesinos que vienen a Toledo hablan de los agravios que sufren, porque la conflictividad intraoligárquica cada vez es más notable, porque cada vez se producen más desacatos a la justicia, y porque, poco a poco, empieza a implantarse un cierto pesimismo entre la población común. A comienzos del siglo XVI parece que la paz regia es ya una ilusión. A los no poco importantes problemas económicos se sumaba una violencia cada vez más incontrolable. La inseguridad lo invadía todo. Nadie estaba seguro a la hora de hacer un negocio, al prestar un dinero, al ir por la calle incluso. El ambiente cada vez era más violento, y el desorden más impactante. 1823 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) En la segunda década del siglo XVI la justicia supone un problema muy grave en Toledo, como lo supuso en los años 60 del siglo XV. Las críticas por culpa de su desastroso funcionamiento son habituales. Cuando sencillamente no actúa, procede de forma incorrecta, una veces no castigando a los malhechores, y otras penándoles de un modo desproporcionado, en especial de tratarse de un crimen. Hubo corregidores, como mosén Jaime Ferrer, que a la altura de 1510, más o menos, pretendían garantizar la paz regia aterrando a la población con la ferocidad con que penaban los delitos de sangre, pero resultó contraproducente, pues lejos de impedir los crímenes, hicieron que aumentasen las quejas frente a los jueces que habían de castigarlos. A esto ha de sumarse el que las instituciones de gobierno cada vez estuvieran más elitizadas, el que a menudo diesen la espalda al “pueblo”, y el que, en parte por esto último, cada día fueran menos respetadas. Aunque bien es cierto que si no se respetaban era, en gran medida, porque ni siquiera lo hacían sus integrantes, sumidos como estaban en su habitual lucha por acaparar más poder -lucha que, por ejemplo, impidió que Toledo recuperase algunas tierras que ciertos nobles habían usurpado a su término concejil-. La competitividad existente entre ellos llevará a los oligarcas a mostrar una postura cada vez más individualizada frente a las personas de su estatus. Por el contrario, el común, una parte del común más bien, la clase media productora, en concreto los artesanos textiles, desde comienzos de la década de 1510 se empiezan a organizar para defender sus intereses, sus intereses económicos en un principio, aprovechando algunas disposiciones sobre la manufactura de paños de reciente promulgación. En consecuencia, desde inicios del siglo XVI el forcejeo entre unos oligarcas divididos que no creen en las instituciones que ocupan, excepto cuando se trata de salvaguardar sus intereses, y unos artesanos cada vez más unidos, y dispuestos a proteger las instituciones por ellos creadas (como el Cabildo de los tejexedores), es imparable. Estamos en los prolegómenos de la guerra de las Comunidades. Mientras esto ocurre los alborotos empiezan a ser cotidianos en la calle. A la altura de 1510 la ciudad del Tajo vive una situación muy peligrosa. Si en el pasado los problemas relativos al mantenimiento del orden no legitimaban las acciones en contra de los gobernantes, la violencia es imparable en torno a este año. Y lo que es más grave, si la paz regia antes parecía discutida, ahora para muchas personas no existe. El principal problema es la justicia. Lo será desde entonces hasta, al menos, la guerra de las Comunidades. La paz regia se basaba en la buena marcha de la justicia, pero en los primeros años del siglo XVI ésta no funciona. Los jueces y/o gobernantes encargados de salvaguardar la paçificaçión de Toledo, entre ellos el corregidor, actúan de una manera negligente, ya sea para llenarse de dinero los bolsillos, o ya sea porque son incapaces de resolver las tensiones socioeconómicas y políticas que se les presentan; tensiones que se exhiben en forma de crímenes y de delitos, a 1824 Conclusiones generales través de conflictos institucionales (inter e intrainstitucionales), o mediante enfrentamientos entre las distintas jurisdicciones -la laica y la eclesiástica, la del Ayuntamiento de Toledo y la de las hermandades, la de dicho Ayuntamiento y la que poseen los dirigentes de los pueblos de señorío de la comarca toledana, etc.-. Como los jueces no actúan bien, o al menos esto es lo que piensan muchos en más de una ocasión, aunque no sea rigurosamente cierto, sus órdenes empiezan a desobedecerse, lo que hace que su labor se haga más rigurosa, y que rebase los límites de lo legal. Surge así un círculo vicioso que lleva, irremediablemente, a la quiebra de la paz regia. Por otra parte, la inestabilidad institucional que vive Toledo desde inicios del siglo XVI tiene unos costes sociales que se van haciendo más notorios a medida que avanza la centuria. Eso no quiere decir que en 1510 alguien pudiese sospechar que sólo unos años más tarde iba a producirse una revuelta como la que se produjo. Ahora bien, en estos años existen algunos elementos que vistos con perspectiva suponían un enorme peligro. El que el corregimiento toledano estuviese en una delicada situación no era una novedad. Tampoco era novedoso el que los jurados tuviesen enormes problemas a la hora de realizar su labor, o el que los correos no pudieran ejercer su profesión libres de coacciones. Lo que supone una auténtica novedad es lo que sucede después de los primeros meses del año 1507. Tras la muerte de la reina Isabel la Católica algunos pensaron que iban a resurgir los antiguos bandos que habían asolado Toledo en época de Enrique IV. Así fue. Por un momento, a fines de 1506 y en el inicio de 1507, los bandos resurgieron. Las clientelas de los principales oligarcas se armaron, reagrupándose en torno a las figuras del conde de Fuensalida y del conde de Cifuentes. No obstante, fue tan sólo un espejismo. Esos hechos marcaron el final de los bandos, o al menos de los “bandos clásicos”, de los bandos según se concebían en la segunda mitad del siglo XV -más que en la primera-. A la altura del año 1510 no existían bandos como los de antes, que equilibraran las tensiones políticas. En la época de los Reyes Católicos posiblemente tampoco, aunque resurgieran de forma coyuntural en 1506. Hasta 1504, más o menos, el papel de los bandos fue innecesario: las instituciones de gobierno funcionaban, y eran controladas por los oligarcas, por lo que éstos no tenían por qué buscar otros mecanismos de acción política al margen de ellas. Con el paso de los años tales instituciones empezaron a funcionar cada vez peor. Los motivos de su evidente decrepitud son complejos, aunque un factor la explica bien: los intereses tanto de los “oligarcas de sangre” como de la “pre-burguesía”. La búsqueda de unos intereses políticos y económicos propios, las ansias de poder en definitiva, llevaron a los oligarcas a explotar al máximo las posibilidades que las instituciones 1825 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) les daban para conseguir sus metas. Esto hizo que dentro de una institución gubernativa -en el Cabildo de jurados o en el Regimiento- aumentase la competitividad entre sus miembros, y se rompiesen las antiguas solidaridades, como se habían roto los bandos establecidos en décadas anteriores. Se impuso así una especie de “individualismo egoísta”, que no deseaba romper con las instituciones, pero que pretendía explotarlas al máximo. Este individualismo es el culpable de que se desvanecieran rápidamente las esperanzas de los que en 1506 deseaban una vuelta a los bandos del pasado; de que no surgiesen otros bandos; de que los nuevos grupos políticos fueran distintos a los de antaño; de que la tensión creciese de forma inexorable dentro de las instituciones de gobierno; y de que los oligarcas dieran cada vez más la espalda a la población común, en sus ansias de adquirir poder. Dicho más claramente: la ruptura de las antiguas formas de solidaridad de la oligarquía es uno de esos factores que provocan la revuelta de la Comunidades en Toledo. Mucho más que en el pasado, la búsqueda de unos intereses propios lleva a romper con antiguos pactos, a dar la espalda a las obligaciones políticas, y a proceder, en demasiadas ocasiones, mostrando una total falta de principios. Pero no se trata del único factor. Hay otro elemento que tal vez para los gobernantes de la época pasara desapercibido, y que visto desde el presente está claro que tuvo una importancia indiscutible. Nos referimos a la “emergencia pública” del común, algo que se exhibe, sobre todo, en dos hechos: por una parte, en las apelaciones al sentimiento de “comunidad”, a ese sentimiento que parecía haber muerto tras la subida al trono de los Reyes Católicos; y por otra, en los continuos intentos de los artesanos de proceder libres de presiones a la hora de organizar sus oficios, frente a los regidores y a los jurados. Según parece, a medida que se iban quebrando las formas de solidaridad entre los oligarcas se reforzaban aquellas que unían a la población común; es algo que se observa en un proceso de acabildamiento que empieza a darse durante el inicio de la década de 1510, cuando nace el Cabildo de los tejedores de Toledo, e incluso los escribanos públicos comienzan a autoconsiderarse un cabildo. Desde 1512, y hasta las Comunidades, aparecen motivos de enfrentamientos continuos e importantes entre los regidores toledanos y la clase media productora de la urbe. Estamos ante una nueva conflictividad, no porque antes no existiera, sino porque toma una virulencia antes nunca vista, y se ve impulsada por una serie de factores que la sitúan en el centro de la lucha política en Toledo. Si a finales del siglo XV la conflictividad se vivía en el seno de las propias instituciones establecidas, en tanto que las disputas inter e intrainstitucionales eran feroces (recordemos las disputas entre el Cabildo catedralicio y la realeza, entre los jurados y los regidores, entre unos y otros con el corregidor), a la altura de la década de 1826 Conclusiones generales 1510 la conflictividad comienza a salirse del ámbito institucional establecido. No estamos ya ante un tipo de conflictos entre instituciones como el de antes. Por estas fechas se crea un tipo de instituciones distintas (el Cabildo de los tejedores parece paradigmático); más cercanas al “pueblo”, y no corruptas por las relaciones de poder de los oligarcas. Dicho de otro modo: las instituciones establecidas no son suficientes a la altura de 1515 para amparar los intereses del común. Se necesitan nuevos organismos institucionales que los amparen. Los peligros que esto entraña para la paz de los reyes son evidentes; unas instituciones de gobierno obsoletas podrían considerarse por los “comunes” superfluas e innecesarias, viéndose legitimados para destruirlas. Aún así, a la altura de 1515 nadie ve tal peligro en el horizonte inmediato. Todo cambiará en 1520. Las Comunidades suponen el fin de un proceso: se trata del culmen de la crisis de la paz regia desplegada por los Reyes Católicos. En ellas se manifestó de forma clara la quiebra de las antiguas formas de solidaridad entre los oligarcas, la nueva solidaridad entre el común, la crisis en que estaban sumidas las instituciones de gobierno -a algunas, como el Cabildo de los jurados, los comuneros las ignoraron intencionadamente-, y, sobre todo, las ansias de cambios del “pueblo”, hasta ahora, hasta la altura de 1520, apenas manifestadas en el establecimiento de cabildos con los que defender sus intereses económicos. Los comuneros intentaron establecer una nueva paz, una paz que fuese regia, pero que impidiera todo lo que no había impedido la paz regia de los Reyes Católicos: por ejemplo, que las instituciones de gobierno acabaran elitizándose hasta niveles intolerables, dando la espalda al común, y no haciendo frente a la inseguridad económica y física que en algunos momentos le llegó a acorralar, azuzada, ya a la altura de 1519, por los falsos rumores que definían al que era el nuevo rey de Castilla, una vez muerto Fernando el Católico, como un auténtico opresor. Ante los problemas existentes, los comuneros intentaron establecer una paz regia distinta. Frente a esa paz regia de los Reyes Católicos que había acabado favoreciendo la elitización de las instituciones públicas de gobierno en las urbes, que había favorecido la marginación del pueblo respecto a ellas, y que había alejado de manera irreversible los intereses del común y los de los oligarcas, se propuso una paz regia en la que las comunidades sociales de cada urbe, villa o lugar tuviesen un papel activo en la gestión de los problemas políticos y socio-económicos, y en la que fuera la reina Juana, no su hijo Carlos I, quien tuviese la última palabra. Sin embargo, los comuneros no pudieron hacer lo que deseaban; no lograron gestionar esa paz que ellos pretendían, porque el contexto de guerra creado por sus iniciativas lo impidió. La “paz comunera”, contraposición a la paz regia tan sólo en parte -pues los comuneros no deseaban establecer una república, 1827 Violencia urbana y paz regia: el fin de la Época Medieval en Toledo (1465-1522) sino reformar la monarquía-, no pudo establecerse porque se desarrolló en un contexto excepcional de conflicto bélico... Entonces, ya para acabar estas reflexiones, ¿fueron las Comunidades una revolución?. Se trata de una pregunta muy compleja, que puede responderse de manera afirmativa o no, en virtud de los argumentos y los datos que se utilicen. El tradicional debate que ha existido, que existe aún, en torno a si las Comunidades fueron una revolución gira en torno a dos posturas: la de aquellos que defienden que los comuneros actuaron de una forma bastante parecida a los rebeldes en contra del rey durante el siglo XV; y la de quienes ven en las Comunidades algo nuevo, la primera rebelión no puramente medieval, sino moderna. Entre los primeros podría señalarse a Bermejo Cabrero y más recientemente a Pablo Sánchez León; entre los segundos a Antonio Maravall y a Joseph Pérez. Todo depende del punto de vista con que interpretemos las Comunidades. Si intentamos encontrar en ellas elementos propios de las revueltas ocurridas en años anteriores en Castilla es seguro que los encontraremos. Si, por el contrario, vamos buscando elementos novedosos no hay duda que también aparecerán. Todo está en la importancia que demos a la novedad. Para los autores que insisten en los rasgos tradicionales de las Comunidades en ningún modo éstas fueron una revolución; para los que insisten en las novedades se trata de una revolución sin paliativos. El debate está aquí: en entrever hasta qué punto las Comunidades constituyen un avance si se comparan con las revueltas del siglo XV. En este sentido, y de acuerdo a lo dicho, personalmente considero que por mucho que se insista en los elementos tradicionales de las Comunidades, parece indiscutible que son algo más que una revuelta como las del siglo XV. Podemos considerarlas como una revolución, se pueden llamar “guerra de los comuneros”, o pueden usarse otros circunloquios cualesquiera, pero no hay duda que lo ocurrido desde inicios de 1520 resulta extraordinario. Más allá de sus elementos tradicionales, la revuelta comunera presenta sobre todo tres novedades con respecto a las revueltas anteriores acaecidas en la ciudad del Tajo: no es un conflicto de bandos (de bandos tal y como se entendían en la segunda mitad del siglo XV); se establecen nuevas instituciones de gobierno; y el enemigo de la “comunidad” es definido por criterios políticos, no religiosos. Por lo demás, las Comunidades tienen que enmarcarse en esa corriente anti-absolutista que venía legitimando las revueltas contra los reyes en Toledo desde, al menos, la década de 1350, cuando la urbe se subleva contra el rey Pedro I a favor de Enrique de Trastámara -el futuro Enrique II-. Se trata de un elemento de tipo estructural que afecta al orden público de Toledo durante toda la baja 1828 Conclusiones generales Edad Media. En fin, lo que explica las acciones de los comuneros es la tarea política, enorme por sus éxitos y por sus fracasos, de los Reyes Católicos. 1829