Melólogos - Textos Santa Teresa

   EMBED

Share

Preview only show first 6 pages with water mark for full document please download

Transcript

MELÓLOGOS EN HONOR DE SANTA TERESA DE JESÚS TEXTOS DE SANTA TERESA DE JESÚS 1.- LAS MORADAS DEL CASTILLO INTERIOR Música de CARLOS CRUZ DE CASTRO Moradas Cuartas. Trata de la diferencia que hay de contentos y ternura en la oración y de gustos, y dice el contento que le dio entender que es cosa diferente el pensamiento y el entendimiento. 3. En estas moradas pocas veces entran las cosas ponzoñosas, y si entran no hacen daño, antes dejan con ganancia. Y tengo por muy mejor cuando entran y dan guerra en este estado de oración; porque podría el demonio engañar, a vueltas de los gustos que da Dios, si no hubiese tentaciones, y hacer mucho más daño que cuando las hay, y no ganar tanto el alma, por lo menos apartando todas las cosas que la han de hacer merecer, y dejarla en un embebecimiento ordinario. Que cuando lo es en un ser, no le tengo por seguro ni me parece posible estar en un ser el espíritu del Señor en este destierro. 8. Yo he andado en esto de esta barahúnda del pensamiento bien apretada algunas veces, y habrá poco más de cuatro años que vine a entender por experiencia que el pensamiento (o imaginación, porque mejor se entienda) no es el entendimiento, y preguntélo a un letrado y díjome que era así, que no fue para mí poco contento. Porque, como el entendimiento es una de las potencias del alma, hacíaseme recia cosa estar tan tortolito a veces, y lo ordinario vuela el pensamiento de presto, que sólo Dios puede atarle, cuando nos ata a Sí de manera que parece estamos en alguna manera desatados de este cuerpo. Yo veía, a mi parecer, las potencias del alma empleadas en Dios y estar recogidas con El, y por otra parte el pensamiento alborotado: traíame tonta. 9. ¡Oh Señor, tomad en cuenta lo mucho que pasamos en este camino por falta de saber! Y es el mal que, como no pensamos que hay que saber más de pensar en Vos, aun no sabemos preguntar a los que saben ni entendemos qué hay que preguntar, y pásanse terribles trabajos, porque no nos entendemos, y lo que no es malo, sino bueno, pensamos que es mucha culpa. De aquí proceden las aflicciones de mucha gente que trata de oración y el quejarse de trabajos interiores, a lo menos mucha parte en gente que no tiene letras, y vienen las melancolías y a perder la salud y aun a dejarlo del todo, porque no consideran que hay un mundo interior acá dentro; y así como no podemos tener el movimiento del cielo, sino que anda a prisa con toda velocidad, tampoco podemos tener nuestro pensamiento, y luego metemos todas las potencias del alma con él y nos parece que estamos perdidas y gastado mal el tiempo que estamos delante de Dios; y estáse el alma por ventura toda junta con El en las moradas muy cercanas, y el pensamiento en el arrabal del castillo padeciendo con mil bestias fieras y ponzoñosas y mereciendo con este padecer; y así, ni nos ha de turbar ni lo hemos de dejar, que es lo que pretende el demonio. Y por la mayor parte, todas las inquietudes y trabajos vienen de este no nos entender. 10. Escribiendo esto, estoy considerando lo que pasa en mi cabeza del gran ruido de ella que dije al principio por donde se me hizo casi imposible poder hacer lo que me mandaban de escribir. No parece sino que están en ella muchos ríos caudalosos, y por otra parte, que estas aguas se despeñan; muchos pajarillos y silbos, y no en los oídos, sino en lo superior de la cabeza, adonde dicen que está lo superior del alma. Y yo estuve en esto harto tiempo, por parecer que el movimiento grande del espíritu hacia arriba subía con velocidad. Plega a Dios que se me acuerde en las moradas de adelante decir la causa de esto, que aquí no viene bien, y no será mucho que haya querido el Señor darme este mal de cabeza para entenderlo mejor; porque con toda esta barahúnda de ella, no me estorba a la oración ni a lo que estoy diciendo, sino que el alma se está muy entera en su quietud y amor y deseos y claro conocimiento. 11. Pues si en lo superior de la cabeza está lo superior del alma, ¿cómo no la turba? Eso no lo sé yo; mas sé que es verdad lo que digo. Pena da cuando no es la oración con suspensión, que entonces hasta que se pasa no se siente ningún mal; mas harto mal fuera si por este impedimento lo dejara yo todo. Y así no es bien que por los pensamientos nos turbemos ni se nos dé nada; que si los pone el demonio, cesará con esto; y si es, como lo es, de la miseria que nos quedó del pecado de Adán con otras muchas, tengamos paciencia y sufrámoslo por amor de Dios, pues estamos también sujetas a comer y dormir, sin poderlo excusar, que es harto trabajo. 12. Conozcamos nuestra miseria, y deseemos ir adonde «nadie nos menosprecia»; que algunas veces me acuerdo haber oído esto que dice la Esposa en los Cantares, y verdaderamente que no hallo en toda la vida cosa adonde con más razón se pueda decir; porque todos los menosprecios y trabajos que puede haber en la vida no me parece que llegan a estas batallas interiores. Cualquier desasosiego y guerra se puede sufrir con hallar paz adonde vivimos como ya he dicho; mas que queremos venir a descansar de mil trabajos que hay en el mundo y que quiera el Señor aparejarnos el descanso, y que en nosotras mismas esté el estorbo, no puede dejar de ser muy penoso y casi insufridero. Por eso, llevadnos, Señor, adonde no nos menosprecien estas miserias, que parecen algunas veces que están haciendo burla del alma. Aun en esta vida la libra el Señor de esto, cuando ha llegado a la postrera morada, como diremos, si Dios fuere servido. Mas es menester y quiere Su Majestad que tomemos medios y nos entendamos, y lo que hace la flaca imaginación y el natural y demonio no pongamos la culpa al alma. 2.- CAMINO DE PERFECCIÓN Padre nuestro Música de TOMÁS MARCO Padre nuestro que estás en los cielos. ¡Oh, Señor mío, cómo parecéis Padre de tal Hijo y cómo parece vuestro Hijo, hijo de tal Padre! ¡Bendito seáis por siempre jamás! ¿No fuera al fin de la oración esta merced, Señor, tan grande? En comenzando, nos henchís las manos y hacéis tan gran merced, que sería harto bien henchirse el entendimiento para ocupar de manera la voluntad que no pudiese hablar palabra. ¡Oh, Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra? Ya que os humilláis a Vos con extremo tan grande en juntaros con nosotros al pedir y haceros hermano de cosa tan baja y miserable.Le obligáis a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues en siendo Padre nos ha de sufrir, por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a Él, como al hijo pródigo nos ha de perdonar, nos ha de consolar en nuestros trabajos, nos ha de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre -que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en Él no puede haber sino todo bien cumplido- y después de todo esto hacemos participantes y herederos con Vos. Ahora, mirad que dice vuestro Maestro: «Que estás en los cielos». ¿Pensáis que importa poco saber qué cosa es cielo y adónde se ha de buscar vuestro sacratísimo Padre? Ya sabéis que Dios está en todas partes. Trata de estas palabras del Paternóster: «Santificetur nomen tuum, adveniat regnum tuum». Aplícalas a oración de quietud y comiénzala a declarar. Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga a nosotros un tal reino: «Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino». Sea hecha tu voluntad; y como es hecha en el cielo, así se haga en la tierra. Hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad. Mas, sin esto, y en tierra tan ruin como la mía y tan sin fruto, yo no sé, Señor, cómo sería posible. Es gran cosa lo que ofrecéis. Pues, visto el buen Jesús la necesidad, buscó un medio admirable adonde nos mostró el extremo de amor que nos tiene, y en su nombre y en el de sus hermanos pidió esta petición: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, Señor Así que, hermanas, tenga quien quisiere cuidado de pedir ese pan; nosotras pidamos al Padre Eterno merezcamos recibir el nuestro pan celestial de manera que, ya que los ojos del cuerpo no se pueden deleitar en mirarle, por estar tan encubierto, se descubra a los del alma y se le dé a conocer; que es otro mantenimiento de contentos y regalos y que sustenta la vida. Y así, prosiguiendo en la oración que nos enseña, dice estas palabras: Y perdónanos, Señor, nuestras deudas, así como nosotros las perdonamos a nuestros deudores. Miremos, hermanas, que no dice como perdonaremos, porque entendamos que quien pide un don tan grande como el pasado y quien ya ha puesto su voluntad en la de Dios, que ya esto ha de estar hecho, y así dice: como nosotros las perdonamos. Et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo. Así que, viendo el Señor que era menester despertarlos y acordarlos que tienen enemigos, y cuán más peligroso es en ellos ir descuidados, y que mucha más ayuda han menester del Padre Eterno, porque caerán de más alto, y para no andar sin entenderse, engañados, pide estas peticiones tan necesarias a todos mientras vivimos en este destierro: «Y no nos traigas, Señor, en tentación; mas líbranos de mal». Quien de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar. ¿Pensáis que es posible, quien muy de veras ama a Dios, amar vanidades? “Amén”. Que el “amén” entiendo yo que, pues con él se acaban todas las cosas, que así pide el Señor seamos librados de todo mal para siempre. ¡Oh, Señor y Dios mío, libradme ya de todo mal, y sed servido de llevarme adonde están todos los bienes! ¿Qué esperan ya aquí a los que Vos habéis dado algún conocimiento de lo que es el mundo y los que tienen viva fe de lo que el Padre Eterno les tiene guardado? AMEN. 3.- AYES DEL DESTIERRO Música de ALFREDO RUGELES ¡Cuán triste es, Dios mío, la vida sin ti! Ansiosa de verte, deseo morir. Carrera muy larga es la de este suelo, morada penosa, muy duro destierro. ¡Oh sueño adorado! sácame de aquí! Ansiosa de verte, deseo morir. Lúgubre es la vida, amarga en extremo; que no vive el alma que está de ti lejos. ¡Oh dulce bien mío, que soy infeliz! Ansiosa de verte, deseo morir. ¡Oh muerte benigna, socorre mis penas! Tus golpes son dulces, que el alma libertan. ¡Qué dicha, oh mi Amado, estar junto a Ti! Ansiosa de verte, deseo morir. El amor mundano apega a esta vida; el amor divino por la otra suspira. Sin ti, Dios eterno, ¿quién puede vivir? Ansiosa de verte, deseo morir. La vida terrena es continuo duelo: vida verdadera la hay sólo en el cielo. Permite, Dios mío, que viva yo allí. Ansiosa de verte, deseo morir. ¿Quién es el que teme la muerte del cuerpo, si con ella logra un placer inmenso? ¡Oh! sí, el de amarte, Dios mío, sin fin. Ansiosa de verte, deseo morir. Mi alma afligida gime y desfallece. ¡Ay! ¿quién de su amado puede estar ausente? Acabe ya, acabe aqueste sufrir. Ansiosa de verte, deseo morir. El barbo cogido en doloso anzuelo encuentra en la muerte el fin del tormento. ¡Ay!, también yo sufro, bien mío, sin ti, Ansiosa de verte, deseo morir. En vano mi alma te busca oh mi dueño; Tú, siempre invisible, no alivias su anhelo. ¡Ay! esto la inflama, hasta prorrumpir: Ansiosa de verte, deseo morir. ¡Ay!, cuando te dignas Entrar en mi pecho, Dios mío, al instante el perderte temo. Tal pena me aflige y me hace decir: Ansiosa de verte, deseo morir. Haz, Señor, que acabe tan larga agonía; socorre a tu sierva que por ti suspira. Rompe aquestos hierros y sea feliz. Ansiosa de verte, deseo morir. Mas no, dueño amado, que es justo padezca; que expíe mis yerros, mis culpas inmensas. ¡Ay!, logren mis lágrimas te dignes oír: Ansiosa de verte, deseo morir. 4.- EL LIBRO DE LA VIDA Música de FRANCISCO NOVEL SÁMANO CAPÍTULO 32. En que trata cómo quiso el Señor ponerla en espíritu en un lugar del infierno que tenía por sus pecados merecido. Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que he dicho y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en revísimo espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme. Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que he dicho va mal encarecido. Estotro me parece que aun principio de encarecerse como es no le puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan incomportables, que, con haberlos pasado en esta vida gravísimos y, según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho, causados del demonio), no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sentible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba la vida; mas aquí el alma misma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel desesperamiento, sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece. Y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor. Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en éste como agujero hecho en la pared. Porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo se ve. No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo. Cuanto a la vista, muy más espantosos me parecieron, mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor; que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo. Yo no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran merced y que quiso el Señor yo viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia. Porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos (aunque pocas, que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena, porque es otra cosa. En fin como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años, y es así que me parece el calor natural me falta de temor aquí adonde estoy. Y así no me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá se puede pasar, y así me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar graciasal Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles. Después acá, como digo, todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí. Espántame cómo habiendo leído muchas veces libros adonde se da algo a entender las penas del infierno, cómo no las temía ni tenía en lo que son. ¿Adónde estaba? ¿Cómo me podía dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? ¡Seáis bendito, Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido que me queríais Vos mucho más a mí que yo me quiero! ¡Qué de veces, Señor, me librasteis de cárcel tan tenebrosa, y cómo me tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad! 5.- VIVO SIN VIVIR EN MÍ Música de EDUARDO SOTO MILLÁN Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero. Vivo ya fuera de mí, después que muero de amor; porque vivo en el Señor, que me quiso para sí: cuando el corazón le di puso en él este letrero, que muero porque no muero. Esta divina prisión, del amor en que yo vivo, ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón; y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué vida tan amarga do no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor, no lo es la esperanza larga: quíteme Dios esta carga, más pesada que el acero, que muero porque no muero. Sólo con la confianza vivo de que he de morir, porque muriendo el vivir me asegura mi esperanza; muerte do el vivir se alcanza, no te tardes, que te espero, que muero porque no muero. Mira que el amor es fuerte; vida, no me seas molesta, mira que sólo me resta, para ganarte perderte. Venga ya la dulce muerte, el morir venga ligero que muero porque no muero. Aquella vida de arriba, que es la vida verdadera, hasta que esta vida muera, no se goza estando viva: muerte, no me seas esquiva; viva muriendo primero, que muero porque no muero. Vida, ¿qué puedo yo darle a mi Dios que vive en mí, si no es el perderte a ti, para merecer ganarle? Quiero muriendo alcanzarle, pues tanto a mi Amado quiero, que muero porque no muero. 6.- NADA TE TURBE Música de JOSÉ LUIS TURINA Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta. Eleva tu pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe. A Jesucristo sigue con pecho grande, y, venga lo que venga, nada te espante. ¿Ves la gloria del mundo? Es gloria vana; nada tiene de estable, todo se pasa. Aspira a lo celeste, que siempre dura; fiel y rico en promesas, Dios no se muda. Ámala cual merece bondad inmensa; pero no hay amor fino sin la paciencia. Confianza y fe viva mantenga el alma, que quien cree y espera todo lo alcanza. Del infierno acosado aunque se viere, burlará sus furores quien a Dios tiene. Vénganle desamparos, cruces, desgracias; siendo Dios tu tesoro nada te falta. Id, pues, bienes del mundo; id dichas vanas; aunque todo lo pierda, sólo Dios basta.