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44 EL MUNDO. MARTES 5 DE MAYO DE 2009 CULTURA Algunos de los personajes que coinciden en la casa de campo del capitán Shotover, en una de las escenas de ‘La casa dels cors trencats’, que se se estrena el sábado en el TNC. / DAVID RUANO El humor y la filosofía de Shaw llegan al TNC Josep Maria Mestres dirige a Carme Elias y Pep Cruz en una de sus obras menos conocidas, ‘La casa dels cors trencats’ ANA MARÍA DÁVILA / Barcelona «Cuando los corazones se rompen, se acaba la felicidad y comienza la paz». Lo escribió, hace aproximadamente un siglo, el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw (Dublin, 1856-Hertfordshire, 1950), en una de sus obras más profundas, pero también menos conocidas, Heartbreak house (La casa de los corazones rotos). Una pieza teatral de enorme calado emotivo y filosófico, pero también plena de humor e ironía, que el sábado subirá por primera vez a un escenario catalán y, posiblemente, también a unas tablas españolas. El encargado de asumir este auténtico reto escénico es el Teatre Nacional de Catalunya (TNC), que de esta forma se enfrenta, también por Es una radical reflexión sobre la Inglaterra y la Europa de la Primera Guerra La casa de campo donde pasa la obra se presenta como un barco a la deriva primera vez, a un texto de Shaw. La casa dels cors trencats, en su traducción catalana –firmada por Joan Sellent–, está dirigida por Josep Maria Mestres y cuenta con un elenco interpretativo que encabezan los actores Pep Cruz y Carme Elias. «Hace tiempo que queríamos hacer una obra de Shaw, pero fue a raíz de la puesta en escena de una obra de Oscar Wilde, El ventall de Lady Windermere, que vimos que habíamos encontrado al director adecuado», señala el director del TNC, Sergi Belbel, a título de justificación del tardío debut del autor de Pygmalion en el escenario de la plaza de las Glòries. La espera, sin embargo, promete haber valido la pena. «Nos encontramos ante una de las obras más libres y modernas de Shaw», señala Belbel, en tanto que Josep Maria Mestres la define como una «comedia profunda, la antítesis de la comedia ligera. Una obra de una gran carga filosófica, social, ideológica, sentimental y emotiva». Escrita por George Bernard Shaw en uno de los momentos más duros de la I Guerra Mundial –culminó el texto en 1913, aunque se publicó en 1919 y se estrenó tres años después–, La casa dels cors trencats es, en el fondo, una radical reflexión sobre la Inglaterra y la Europa de aquel momento. Una reflexión de atmósfera y espíritu chejoviano –se la presentó como una «fantasía a la manera rusa sobre temas ingleses»–, a caballo entre la farsa y el drama inteligente. Ambientada en la Inglaterra rural, la acción transcurre en una tarde de fin de semana en la mansión del capitán Shotover (Pep Cruz), donde se reúnen una serie de personajes –sus hijas Hesione (Carme Elias) y Ariadne (Sílvia Bel), la joven Ellie Dunn (Anna Ycobalzeta), el marido de Hesione (Abel Folk), el padre de Ellie (Artur Trias)...–; individuos bohemios y progresistas que buscan encontrar, como le ocurría a aquella convulsa Inglaterra en guerra, un sentido a sus vidas. Por lo mismo, la campestre residencia aparecerá representada en las tablas del TNC –la escenografía la firma Alfons Flores– como una nave a la deriva. «Ideológica y estéticamente, Bernard Shaw escribió esta obra si- guiendo la estela de Chéjov, pero en ella también está muy presente el mundo de Shakespeare, porque nos encontramos ante uno de los autores más grandes a la hora de hablar del ser humano y de su búsqueda de la felicidad», añade Mestres. «En cier- ta manera, La casa dels cors trencats es El rei Lear de Shaw». Pero puestos a buscar paralelismos, hasta Pep Cruz, metido en la piel del viejo capitán Shotover, un personaje que añora un pasado de vivencias intensas, encuentra los suyos. «Primero pensé que se trataba de una obra muy inglesa, pero después me di cuenta de que el itinerario histórico español es muy parecido», explica el actor, que todavía afina más las coincidencias. «Creo que por su sentido del humor y por su ironía, Shotover es muy ampurdanés. Un hombre sabio, pero tocat per la tramontana. En las playas de Palamós y Palafrugell he conocido a muchos como él, a viejos marinos que explican historias, la mitad inventadas, y por eso no me ha costa- do nada meterme en su piel», añade Pep Cruz. Por su parte, a Carme Elias le seducen, en particular «las palabras contundentes, inteligentes y afinadas del texto de Shaw»; igual que a su compañera Anna Ycolbazeta, que no duda en definir la obra también como la casa de las palabras. Para Abel Folk, en cambio, lo más importante del montaje es, sin duda, su singular modernidad. Algo inherente, a su juicio, a muchos creadores y obras de comienzos del siglo XX. Inmensa también en su extensión –2 horas y 45 minutos, que se elevan a 3 horas y15 minutos, incluyendo los dos descansos–, La casa dels cors trencats permanecerá en escena en la Sala Gran del TNC hasta el próximo 21 de junio. TEATRO / ‘La casa de Bernarda Alba’ Bernarda y Poncia: Espert y Sardà Autor: Federico García Lorca./ Dirección: Lluís Pasqual./ Intérpretes: Núria Espert, Rosa Sardà, Teresa Lozano, Rosa Vila, Marta Marco, Nora Navas, Rebeca Valls, Almudena Lomba, Tilda Espulga, Marta Martorell, Montse Morillo, Bárbara Mestanza y 29 actrices./ Escenario: TNC, Sala Petita. Fecha: 29 de abril. Calificación: #### MARÍA JOSÉ RAGUÉ / Barcelona La casa de Bernarda Alba fue sin duda la cúspide de la tragedia lorquiana, esencial, sin leñadores ni lavanderitas; su última obra, símbolo de tantas cosas, retrato de una sociedad cerrada que llevaría a Federico a ser asesinado. No son sólo las mujeres quienes viven encerradas en la rigidez de la soledad, de la soltería, del aislamiento. Es un país en vísperas de una guerra incivil, acosado por una dictadura. Hoy, cuando intentamos recuperar la memoria histórica, tiene sentido estrenar La casa de Bernarda Alba, esa tragedia y esa metáfora que muestra la rigidez de una madre que impone años de luto y soledad a sus cinco hijas, ese aislamiento que no es capaz de acallar las ansias de libertad y que culmina en el suicidio de la hija menor, Adela. Bernarda calla y oculta; su sirvienta, Poncia, lo sabe todo del mundo interior y del exterior pero acata las órdenes. Sólo Josefa, la abuela, es- capa de ese mundo cerrado por la locura fantasiosa. La situación y los personajes pudieran considerarse míticos. Lluís Pasqual, en cierto modo, los acerca y humaniza dándoles una pátina de misterio y belleza. Bernarda y Poncia son aquí dos personajes de igual entidad y fuerza, son la obligación de acatar normas impuestas por la sociedad y la razón que nos acerca a la realidad. Y Bernarda no es el mito de la fuerza dictatorial si- Bernarda y Poncia son en esta lectura de Pasqual personajes de igual entidad y fuerza no una mujer obligada a seguir la norma pero capaz de sufrir con su situación. Espert humaniza a Bernarda, con un aspecto que le confiere cierta debilidad, cierta inseguridad, un aspecto más próximo a nosotros, un dolor lacerante ante la muerte de su hija Adela. Esas palabras finales «Ella, la hija menor de Bernarda Alba ha muerto virgen, silencio, silencio he dicho, silencio» son pronunciadas por el dolor y el desgarro. Y la Espert hace una gran creación de su personaje pese a alejarse del mito, pese a mostrarse como una anciana débil obligada a acciones y palabras que le producen dolor. Rosa Sardà es una Poncia con mucha más entidad que la que se le supone habitualmente en la tragedia de Lorca. Y la Sardà hace un papel deslumbrante, de gran potencia. Todo sucede cerca, difuminado a veces por los velos. El espacio es el movimiento de las actrices, algunas sillas y la luz que las ilumina. Acaso el vestuario no favorece a las cinco hijas de Bernarda. Ahí la interpretación es más irregular. Rosa Vila tiene fuerza; la tienen en menor medida Almudena Lomba y Rebeca Valls; y cumplen sólo Marta Marco y Nora Navas. Pero el conjunto de la puesta en escena tiene un buen nivel interpretativo, lo tienen Tilda Espulga, Marta Martorell, Teresa Lozano... Y resulta espectacular la aparición inicial de las 29 vecinas. Cuando releamos La casa de Bernarda Alba no serán las de esta puesta en escena las imágenes que acudan, pero la lectura de Lluís Pasqual nos parece coherente y brillante.